BERTA EN NANOLAND
Comenzaron los sudores, Berta tenía una pesadilla.
Berta, Berta, ¿qué te pasa? ¿Despierta, despierta, estas bien?
Berta oía la voz de su padre desde muy lejos mientras tenía la sensación de caer a través de un túnel. Papá, Papá, ven, no sé dónde estoy, tengo miedo…y de repente su padre apareció para tranquilizarla.
Tranquila Berta, lo que acabas de soñar es muy real, el túnel que has visto te lleva a un viaje alucinante y he venido a acompañarte a que lo hagas, estate tranquila que el viaje que recorrerás a continuación será sorprendente e inolvidable
¿Cómo? ¿Un viaje? Papá, tengo miedo
No tengas miedo, vas a recorrer un largo camino hacía el mundo nano. La primera vez que vine a aquí también tuve miedo, pero me he dado cuenta que en nuestro macro mundo nosotros convivimos con el mundo nano diariamente, como por ejemplo con la brisa marina, llena de nanoparticulas de cloruro sódico……
¿El mundo nano?
Si, si el mundo de la millonésima parte de un metro que te explique el otro día en mi trabajo. ¿Ves allí las dos letras que pone?
Si dos emes
Correcto, corresponden al acrónimo de milímetro y eso significa que ese es nuestro tamaño actual y eso que ves allí, con el tamaño de un caballo…en verdad es una hormiga
¿Una hormiga?Cómo?
Si, nos estamos encogiendo, y aún nos falta reducirnos un millón de veces, ya verás, ya verás sigamos bajando. Ahora nos vamos aproximando a la décima del mm, y eso con forma tubular que parece una farola, es un cabello humano
¿Un cabello? Se ve muy diferente, no me lo imaginaba así
Si, a medida que vemos las cosas con más detalle, estas nos revelan cosas sorprendentes. Por ejemplo, en este tamaño podemos ver los piojos con mucho detalle, podemos ver que es mucho más complejo de lo que nos podemos imaginar y esto sólo ha hecho que comenzar
¡Piojos, piojos, no…me pica todo!
Sigamos viajando que esto no ha hecho más que comenzar.
Ahora ya estamos en la centésima a de mm, y esos platillos volantes rojos son en verdad glóbulos rojos, claves en nuestro organismo ya que tienen el importante trabajo de transportar el oxígeno por nuestro cuerpo. Por cierto, Papá, la hormiga que antes vimos es inmensa, gigantesca, es como una montaña
Si, exactamente es 100 veces más grande que nosotros, se ve como un edificio de más de 100m respecto nuestro tamaño actual, que es de una décima de mm
¿Eso significa que a medida que nosotros nos encogemos, las cosas se ven más grandes?
Correcto, ¿pero sabes lo más sorprendente?
¿Qué?
¡Que aún nos tenemos que encoger…10000 veces más!
Berta, ¿allí a lo lejos ves dos letras más?
Si una especie de u con un palito y otra vez una m. La u con un palito es la µ y junto a la m forman el acrónimo micra, que corresponde a la millonésima parte de un m, o mil veces nuestro tamaño actual
¡Papá, papá, socorro! ¿qué es eso? Parece un autobús con pelos y una enorme cola. Me da miedo
No, no temas, no nos pasará nada, Eso que ves ahí es una bacteria
¿Papá que son esas luces de colores, que pone en ese cartel? Leo algo así como Bienvenidos a nan, nano…land. Bienvenidos a nanoland. ¿Qué significa eso?
Continuando con nuestra reducción de tamaño, estamos llegando a la décima de micra, justo donde empieza el mundo nano, a NANOLAND, que va de la décima a la milésima de la micra, o dicho de otra forma de los 100nm al nm.
Esto que ves allí, en la décima de micra dónde nos situamos actualmente es un virus
Buenos días señor Díaz (se oye a lo lejos)
Buenos días Sra. Gold, contesta el padre de Berta
¿Papá quién es esa señora redonda de color violeta?
Es una nanopartícula de oro.
¿De oro? ¿No tendría que ser dorada?
Berta, en el mundo nano las cosas no son como parecen, y algunas propiedades cambian, ya te explicaré lo que le pasa a las nanopartículas de oro, pq la familia de la Sra Gold , la familia de las nanoparticulas de oro puede tener diferentes colores entre 1 y 100nm y a su vez, estos colores ser totalmente diferentes al oro que nosotros conocemos en nuestro mundo macro, al oro que por ejemplo podemos encontrar en un anillo
Ohhh, que extraño
Berta continuemos que estamos llegando al tamaño de 1nm, donde nos quedaremos para que te pueda enseñar mejor todo lo que ocurre en NANOLAND
Vamos papá, ¡esto es muy divertido!
Ven Berta, vamos a entrar en ese bar, que tomaremos algo. ¿Ves esa escalera?
¿La escalera de caracol, Papá?
Correcto, pero no es una simple escalera, es la señora Franklin, aunque nosotros la conocemos como ADN
Publicado un 12 de marzo
Introducción
El día que comencé a preparar el experimento era martes. Estábamos a finales de septiembre pero todavía hacía calor. En aquella ciudad no se conocía el invierno hasta casi acabado el año, pero yo todavía no habría de saberlo. El ritmo de la cosas, como un preludio de lo que posteriormente sería mi vida, avanzaba costosamente, a duras penas bajo el sol abrasador. Me habían dicho, así por encima, aquel martes a primera hora, que me iba a dedicar a purificar una proteína de la ruta de transporte de los complejos antena en los cloroplastos. Almudena, ¿no? Me preguntó él, Alberto, que todavía era una cara extraña en un mar de rostros nuevos. No era mucho mayor que yo, pero me miraba como si el departamento de biología molecular fuera un reino del que él poseyera las llaves. Tenemos muy buenas referencias tuyas, estamos deseando tenerte en el departamento.
Métodos y materiales
Puse a incubar las placas a treinta grados. Me repetí a mí misma mentalmente el orden de todo lo que había echado, por si acaso. Almudena de verdad, me decía siempre, a estas alturas...
Recordaba perfectamente los primeros días. Trabajando en silencio, siempre mirando desde lejos cómo funcionaba aquello que no había usado antes. Me gustaba imaginar el momento en el que sabría qué trucos podía hacer para facilitarme a mí misma el trabajo en el laboratorio. Soñaba con ser yo la que le dijera a algún alumno en prácticas que dos horas eran suficientes aunque en el protocolo pusiera tres, que podía echar esto o aquello en un orden u otro. Sin embargo, parecía encontrarme a años luz de ese día. Me mareaban aún cosas que debería haber sabido hacer después de cuatro años de carrera. Y pensaba, pensaba muchas horas en mis compañeras, en que Amparo llevaba ya dos meses de baja y en que Alberto comentaba, siempre en ese grupo pequeño de quienes se rodeaba, bajito, que ya se le había ido a la pobre todo a la mierda.
Resultados
Tenía treinta y dos años el día en el que me presenté a media mañana en su despacho. Había meditado tanto lo que iba a decir, cómo iba a decirlo y aún así, se me escaparon las palabras de la boca sin que pudiera detenerlas, para que acabasen flotando en el aire, alrededor de ambos, entre los dos, solidificando una verdad que unos meses más tarde acabaría cayendo sobre mis hombros. Estoy embarazada. Me dio la enhorabuena, por supuesto, porque uno nunca espera que un embarazo vaya a ser motivo de desagrado, de pena, de decepción. Tenía que poner buena cara y hacer como que no era un imprevisto incómodo. Pero después del abrazo, cuando las palabras que había dicho se disolvieron definitivamente en el aire y a él no le quedaron ganas de seguir sonriendo, me miró a los ojos como si pretendiera encontrar dentro a una Almudena distinta. ¿Tú estás segura de esto? Le dije que llevaba posponiendo el embarazo unos años. Joder, Almudena, que estás a punto de publicar, que por fin están saliendo las cosas.
La niña tenía que haber nacido un doce de marzo. En mi mente, como siempre, repasé todo lo que tendría que haber ido bien, todo lo que podía ir mal. A estas alturas, Almudena... Lloré durante tres días seguidos, como si mis ojos se hubieran vuelto líquidos para siempre. Después de eso, desestructuradas las formas, los límites de mi vida, no me quedó más remedio que continuar con el orden impuesto para las cosas, y volví al laboratorio sin que hubiese llegado todavía la primavera.
Discusión
Cuando era pequeña no soñaba con nada en especial. Cada día cambiaba de idea como si el futuro tuviera varias páginas y yo pudiera habitar en todas ellas, cambiando de personaje a mi antojo, sin consolidarme nunca en uno de ellos. Me preguntaban qué quería ser de mayor y a todo me decían que estaba bien. Siempre estaba bien.
A veces pienso en esa época, en lo capaz que me sentía de rellenar como quisiera ese hueco en la línea del tiempo que iba a ser mi vida, y todavía me pregunto cómo es posible que cupiese tanta ambición en un solo cuerpo. Hoy, abrazada a la ciencia como a una madre en la que me refugio, llorándole la pena que aún me atormenta, puedo escuchar su voz arropándome, y me consuela saber que es capaz de silenciar lo demás, el ruido del mundo, que gracias a ella puedo existir en todas las páginas que quiera.
UN CÚMULO DE VARIABLES DESAFORTUNADAS
Con una sucesión atolondrada de golpes de maza, el lacayo anuncia la llegada del matemático Karl Krakauer al baile de gala. Aunque su nombre pueda serles desconocido, podría afirmarse que es el protagonista absoluto de la jornada; el hombre más admirado y envidiado del mundo científico, pues acaba de recibir de manos del rey el más prestigioso galardón internacional en el campo de la investigación sobre probabilidades estadísticas.
Desde lo alto de la escalinata de mármol blanco que preside el Salón de Honor, los corrillos de ilustres asistentes y algunas parejas que ya han comenzado a danzar al ritmo de los primeros compases de la orquesta parecen figuritas de porcelana en la inmensidad prendida de luz, cristal y espejo. El recién llegado se recoloca majestuoso los faldones del frac, pasea la vista orgulloso de derecha a izquierda con los ojos entrecerrados de puro triunfo e inicia el descenso sin pararse a pensar con qué pie va a dar el primer paso y, lo más relevante, que seguramente nadie ha verificado si la nueva criada ha ajustado bien la alfombra bajo los rieles dorados. Y esa bien podría señalarse como la variable más importante dejada al azar.
El tropezón va acompañado de un golpe seco de tacón que apenas atrae la atención de algunos presentes. El bueno de Karl manotea en el aire al tiempo que envía una señal visual de socorro a dos damas que ahogan un ¡oh! no pronunciado. Por un momento diríase que va a ser capaz de recobrar el equilibrio trazando un quiebro de rodillas con salto lateral estabilizador, pero finalmente cede su posición derrotada, cae ovillado y empieza a rodar escalones abajo. Su propio zapato derecho, liberado, le va precediendo con refinados pasos de claqué.
Wilhem Bauer, Matthias Berlepsch y Franz Tausch, furibundos rivales en la carrera por el premio, no pueden evitar murmurar cálculos sobre el gradiente zodiacal de la escalera, la velocidad de precipitación en relación con la edad y la calvicie del sujeto, y el precio que un caballero pagaría por esas ligas para sujetar calcetines que dejan a la vista las velludas canillas del desafortunado científico. Mientras, el cuerpo orondo prosigue su descenso, adoptando posturas y ademanes cada vez más grotescos, como un saltimbanqui de circo de pulgas. El monóculo sale despedido y compite en fulgor con las lágrimas de la inmensa araña que ilumina el vestíbulo. En este punto, varias señoras ya no pueden esconder su rubor tras los abanicos, incluso podría pensarse que también algunas risitas, pero manteniendo la compostura mientras los caballeros las miran con reprobación y se atusan las guías del bigote.
El pobre Krakauer sigue resoplando, manoteando, pataleando; siempre en dirección descendente como proponen todas las leyes físicas. En una de las numerosas volteretas se abren las costuras de los pantalones y salen a relucir unos calzones blancos a manera de bandera de rendición, pero sin esperanza de que se conceda ninguna tregua. Los espectadores que se han ganado el mejor puesto al pie de la escalera a base de codazos estallan por fin sin cortapisas, con una risa franca que propaga por las filas traseras un sentimiento de desinhibición comunitaria. Unos cuantos escalones más abajo asoman por fin las esperadas nalgas, sonrosadas como las de un bebé. Los próceres y augustos representantes del reino tienen que sujetarse los riñones para no desternillarse y sus esposas se carcajean dándose palmadas en los muslos como vulgares pescaderas. No hay ni uno que no tenga la cara congestionada o los ojos de pez, y de las bocas se escapan gotitas de saliva voladoras.
Cuando el premiado llega finalmente al pie de la escalinata, descabalado como un pelele, está perfectamente muerto. Difunto, cadáver, fiambre. Ha quedado tendido con los hombros y la cabeza reposando sobre el último de los escalones, los labios abiertos en eterna sorpresa y la pajarita a punto de echar el vuelo. Crece en oleadas el silencio a su alrededor; los músicos interrumpen la alegre polka con la que amenizaban la escena y le contemplan consternados. Los que reían a mandíbula batiente improvisan ahora panegíricos y alabanzas. A modo de postrero homenaje, la Academia propone un debate sobre la fórmula —que recibirá el nombre de Principio de Krakauer— que permitirá calcular en qué preciso peldaño la cosa dejó de tener maldita gracia.