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Todo es relativo

Acudes a la oficina a las ocho en punto de la mañana y algunos de tus compañeros ya están allí. Te preguntas a qué hora llegan, porqué lo hacen si el horario no comienza hasta esta hora, pero tu timidez te impide sacar el tema. Te sientas en tu silla y comienza el trabajo.

El registro de patentes no es un empleo apasionante para la mayoría, pero tú lo haces con responsabilidad y dedicación. Anotas la entrada de cada nuevo proyecto, apuntas fecha y hora, datos personales del autor y el detalle, punto por punto, de su trabajo. Fecha y hora de entrada. Datos del autor. Detalle del proyecto. Y así, un día y otro y otro más. Puede parecer monótono, aburrido, pero a ti te resulta enriquecedor. Leer a Henri Poincaré o los fenómenos analizados por Lorentz es un privilegio para alguien como tú. Algunos de estos estudios te inspiran, encienden la bombilla que en ocasiones no alumbra en absoluto.

Al finalizar la jornada, Mileva te espera en casa. Y sigues trabajando, ahora en tus propias investigaciones. Ella te ayuda. Comparte tus mismas inquietudes y siempre ha estado a tu lado. Qué afortunado te sientes de tenerla. También los libros de ciencias de tu tío Jakob, recuerdas sus clases de álgebra. Sin ellos, no habrías llegado hasta aquí.

Trabajas hasta muy tarde. Todos los días del año. Tus teorías necesitan entrega y estudio y no puedes parar ahora que casi lo has conseguido. Cuando estás tan cansado que ya no puedes continuar, abrazas tu violín y tocas. Tocas como te enseñó tu madre. Eres perseverante, como ella, y has logrado ser un buen intérprete después de todo.

Hans ha empezado a llorar. Dejas el instrumento y te acercas a su cuna. Lo abrazas ahora a él y lo calmas con tu calor paternal. Mileva está preparada para darle de comer y el niño la busca con la mirada. La intimidad de madre e hijo, su boca en el pecho de ella, te llena de paz. De repente, vuelve la inspiración. Retomas tu artículo. Escribes las últimas palabras. Ahora sí: está preparado para su envío.

Cuando años después te nombren Doctor en la Universidad de Zurich y, posteriormente, consigas el Nóbel, recordarás estos momentos de familia, música y trabajo. No te dejarás amedrentar por las voces críticas que intentarán desprestigiarte: que si no eres un físico tan brillante, que solo eres un trabajador de una oficina de patentes, que si has plagiado las ideas de otros. Sabes que no lo hacen con mala intención. Simplemente, no te entienden. Ya lo decía tu padre: “Albert, sé generoso y amable. No importa lo que hagan o digan los demás. Tú sabes quién eres y lo que eres capaz de hacer. Que nadie te haga ponerlo en duda.”
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