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El rosal asesino

Un sombrío día de febrero de 1941 el policía Albert Alexander acudió a urgencias del Hospital Radcliffe de Oxford gravemente enfermo. Su rostro estaba desfigurado por una herida profunda e infectada, fruto del corte producido por un rosal de su jardín. La preocupación se reflejaba en sus ojos enfermos, al igual que en los del médico que examinó la herida, sabedor de que una infección de ese tipo podía ser una sentencia de muerte.
-Maldito rosal - murmuró Albert con voz débil mientras el médico revisaba su herida.
-Tranquilo Albert, estás en buenas manos - respondió el médico con fingida determinación.
A pesar de los esfuerzos del equipo médico del Radcliffe, no se observaba ninguna mejoría. La cara de Albert se fue desfigurando y llenando de abscesos, llegando incluso a tener que extirparle un ojo para aliviarle un dolor insoportable.
Ethel Florey oyó hablar del caso y pensó que era el apropiado para aplicar las investigaciones del equipo de su marido:
-Howard, debemos hacer algo por ese hombre. Creo que vuestro trabajo con la penicilina podría ser la clave para salvarlo - le dijo Ethel con urgencia.
- Tienes razón, Ethel. La penicilina podría salvar su vida. Tenemos que intentarlo – asintió el Dr. Florey, consciente de la gravedad de la situación.
Doce años atrás el Dr. Fleming había hecho un maravilloso descubrimiento en su investigación sobre compuestos antimicrobianos. Alexander se dio cuenta de que, en una de las placas de cultivo que había olvidado destruir antes de irse de vacaciones, había crecido un hongo. Para su sorpresa alrededor del hongo no habían crecido bacterias. En lugar de destruir la placa decidió investigar aquel fenómeno y tratar de identificar la sustancia responsable. Así fue como aisló el compuesto y lo bautizó como penicilina, en honor al hongo Penicillium que lo producía. Desde aquel momento Fleming se dedicó a probar con éxito sus propiedades antimicrobianas. Sin embargo, la penicilina perdía fácilmente su actividad, y además su producción en grandes cantidades era complicada.
No fue hasta 1939, que el bioquímico Ernst Chain se unió al laboratorio del Dr. Florey en la Universidad de Oxford, cuando se abordó de nuevo el desafío de producción de cantidades aplicables de penicilina. El Dr. Chain estaba interesado en los compuestos antimicrobianos de Fleming y, al igual que el Dr. Florey, querían implicarse en esa investigación. Tras superar numerosos obstáculos técnicos, en 1940 lograron sintetizar la penicilina en cantidades suficientes.
-Tenemos una oportunidad única de utilizar la penicilina para salvar la vida de Albert. Debemos intentarlo y administrárselo cuanto antes – dijo Howard a Ernst.
Con una mezcla de determinación y preocupación, el equipo médico preparó la primera dosis. Todos sabían que estaban ante un momento histórico, una oportunidad para presenciar un milagro médico. Albert, luchando por su vida contra la fiebre y el dolor, recibió la inyección de penicilina.
-Albert, esto podría cambiar tu vida. Ten esperanza - le susurró el médico a Albert, ya inconsciente mientras le administraban la inyección.
Cada día parecía una eternidad mientras esperaban que hiciera efecto, preguntándose si tendría el poder de derrotar a la infección y salvar a Albert. Día tras día, los médicos monitorearon de cerca a Albert. La ansiedad se apoderaba de ellos mientras esperaban los resultados. Y poco a poco, la magia de la penicilina comenzó a desplegarse ante sus ojos.
- ¿Está funcionando la penicilina? ¿Hay esperanza para Albert? - preguntó Ethel a Howard.
- Albert está mejorando. La penicilina está funcionando de maravilla. Está venciendo a la infección – dijo el Dr. Florey a su mujer, sonriendo con alivio.
La hinchazón en el rostro de Albert disminuyó, la herida comenzó a sanar y su condición general mejoró visiblemente. La penicilina estaba cumpliendo su promesa, y Albert era la prueba viva de su eficacia.
El hospital entero se llenó de entusiasmo. La historia de Albert se convirtió en una leyenda, un símbolo de esperanza y un testimonio del poder revolucionario de la penicilina.
Sin embargo, a pesar de que había conseguido sintetizar grandes cantidades de penicilina activa, el suministro seguía siendo limitado y no pudieron administrarla durante el tiempo suficiente. Tras dejar de inyectarle penicilina a Albert, la infección regresó con fuerza.
- No puede ser, lo estamos perdiendo – dijo Howard.
- Nos hemos quedado sin penicilina, y su producción es demasiado lenta para llegar a tiempo – dijo Ernst.
Los médicos lucharon por él, pero no se pudo hacer nada por la vida de Albert. La tristeza y la decepción llenaron el hospital mientras lamentaban la pérdida de una vida, después de haber tenido esperanzas de salvarla con el compuesto de Fleming.
- Es una trágica pérdida – dijo Howard- pero su historia dejará una huella imborrable en la historia de la medicina. ¡La penicilina funciona!, solo es necesario avanzar en su producción para obtener más cantidad y más rápidamente.
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