Ceniciencia
Sus sueños habían sido destrozados ante ella y no había podido evitarlo…
Kathleen Yardley lloraba desesperada en su habitación.
Su pasión era la cristalografía y se había esforzado por estudiarla siempre. Había ido a un colegio de chicos, donde había sido la mejor. Había impresionado a un Nobel de Física, Henry Bragg, y a un investigador del Royal Institution de Londres (RI), de los más prestigiosos lugares en los que podría realizar labores de investigación, Thomas Lonsdale. El último le había animado a presentarse a las pruebas de admisión de cristalografía, y ella estaba eufórica. Aquello era su sueño, y estaba muy emocionada.
¿El problema? No era la única en presentarse de su familia: su hermano Henry también había ido, y eso había causado descontento. Sus padres nunca la habían apoyado: jamás había sido lo suficientemente buena para ellos. Y sus hermanos… Cuando se enteraron de sus intenciones, le prohibieron ir.
Y ella… No podía hacer nada… Solo llorar. Había decepcionado a Fred, Bragg, Thomas… Todos confiaban en ella, pero no había sido capaz…
La desesperación dió paso a la rabia, cuando una revelación le iluminó: solo tres personas no confiaban en Kathleen.
Sus padres… y ella.
¡Iba a cambiarlo!
Se preparó. Tomó un traje, bata de laboratorio, maletín y material y se dispuso a salir.
En la puerta, se encontró a su hermano. Esto le causó gran sorpresa, y principalmente miedo: ¿Quizá se había dado cuenta de sus intenciones y había regresado a prohibirle ir? Sin embargo, en su lugar, venía a ofrecerle su ayuda y la de Bragg, el Nobel de Física.
Kathleen estaba impresionada.
“¡Claro que queremos ayudarte!”, afirmó su hermano, entusiasmado. “Bragg además te trae regalos: material nuevo para la prueba y…”
Zapatos de cristal.
Impresionada, se cambió rápidamente y se los puso: le iban perfectos.
El hombre sonrió.
“Y ahora, alegra esa cara, porque vamos directos a verte triunfar: vamos al RI”, dijo guiñándole el ojo.
***
La tensión se podía cortar con un cuchillo. Kathleen, trajeada y con pelo "a lo garçon", no parecía la misma. Sus zapatos de cristal le daban un aire digno, elegante. ¡Estaba irreconocible!
Ya en el RI, sus nervios afloraron. Veía a los jueces a solo unos metros de distancia: unos minutos y la valorarían. Bragg la había colado ahí y su hermano le ayudaba a prepararse. Pero eso no era lo peor: sus padres estaban junto a su hermano en el puesto más cercano.
De pronto, sus padres se le acercaron a conversar. Por fortuna, no se fijaron en que era ella. “¿Nervioso?”, preguntaron. “Nuestro hijo también se ha presentado y su cantidad de estrés es inmensa. Pero no se preocupe, por lo que podemos ver, sus capacidades son increíbles…”, admiraron sus cristales.
Kathleen estaba orgullosa y molesta: entonces, ¿por qué no le habían apoyado?
Su padre se fue, mas su madre continuó hablando. “Mi hija también quería venir, pero… Este no es lugar para mujeres. Me encantaría que lo fuera. De verdad. Yo antes también tenía gran interés en este tema, ¿sabe? Pero nadie le habría aceptado… Ni a ella, ni a mí”, y se marchó.
El corazón de Kathleen estaba frenético, como los de sus acompañantes. Pero ahora, estaba más confiada… Ellos le apoyaban.
Iba a lograrlo.
***
Dos jueces y un ayudante, Thomas Lonsdale, estaban frente a ella. Uno de ellos, expectante, ilusionado e impresionable. Mientras que el otro… solo parecía aburrido y hastiado, sin ganas de estar allí.
Temblando de la emoción, comenzó su explicación.
Mostró poco a poco todos sus instrumentos (“Gracias, Bragg”, pensó) y demostró que era la verdadera autora enseñando cristales en distintas fases de cristalización y diciendo cómo lo hacía, así como apuntando ciertos trucos, y haciéndolo todo la vez.
“... y queda este resultado”, concluyó, mostrando unos cristales coloridos, otros bellos… y uno transparente y simple, pero deslumbrante.
“Precioso”, admitió el juez simpático.
“Simple y fácil”, corrigió el seco.
“No tanto”, apuntó Thomas. Todos se giraron hacia él. “Para empezar, lo has hecho en un tiempo récord”, mostrando un cronómetro. “En segundo lugar, si lo colocamos a la luz se refractará… así”, la muchacha sonrió. Lo elevó y la habitación quedó iluminada por mil colores. Todo el mundo estaba impresionado.
“¡Increíble!”, dijo el juez simpático.
“Y es quien mayor nota ha sacado en la prueba teórica…”, terminó Thomas tratando de convencerles.
“Bueno… en ese caso…”
“Estás admitida”, cedieron.
“ENHORABUENA”, chilló Fred, mientras Bragg de fondo aseguraba estar orgulloso. Ella estaba eufórica.
Y no era el único… Sus padres se habían fijado en ella. “Enhorabuena”, le felicitaron.
¿Estaba soñando?
“Felicidades”, dijo Thomas, apareciendo por detrás. “Querida señorita, quería darle mis más sinceras enhorabuenas. Está en el RI, y dentro de mi grupo de investigación… Enhorabuena, Ceniciencia, no te has rendido, y aquí estás. Eres increíble”.
Todos estuvieron de acuerdo. Ella solo sonreía.
Kathleen Yardley lloraba desesperada en su habitación.
Su pasión era la cristalografía y se había esforzado por estudiarla siempre. Había ido a un colegio de chicos, donde había sido la mejor. Había impresionado a un Nobel de Física, Henry Bragg, y a un investigador del Royal Institution de Londres (RI), de los más prestigiosos lugares en los que podría realizar labores de investigación, Thomas Lonsdale. El último le había animado a presentarse a las pruebas de admisión de cristalografía, y ella estaba eufórica. Aquello era su sueño, y estaba muy emocionada.
¿El problema? No era la única en presentarse de su familia: su hermano Henry también había ido, y eso había causado descontento. Sus padres nunca la habían apoyado: jamás había sido lo suficientemente buena para ellos. Y sus hermanos… Cuando se enteraron de sus intenciones, le prohibieron ir.
Y ella… No podía hacer nada… Solo llorar. Había decepcionado a Fred, Bragg, Thomas… Todos confiaban en ella, pero no había sido capaz…
La desesperación dió paso a la rabia, cuando una revelación le iluminó: solo tres personas no confiaban en Kathleen.
Sus padres… y ella.
¡Iba a cambiarlo!
Se preparó. Tomó un traje, bata de laboratorio, maletín y material y se dispuso a salir.
En la puerta, se encontró a su hermano. Esto le causó gran sorpresa, y principalmente miedo: ¿Quizá se había dado cuenta de sus intenciones y había regresado a prohibirle ir? Sin embargo, en su lugar, venía a ofrecerle su ayuda y la de Bragg, el Nobel de Física.
Kathleen estaba impresionada.
“¡Claro que queremos ayudarte!”, afirmó su hermano, entusiasmado. “Bragg además te trae regalos: material nuevo para la prueba y…”
Zapatos de cristal.
Impresionada, se cambió rápidamente y se los puso: le iban perfectos.
El hombre sonrió.
“Y ahora, alegra esa cara, porque vamos directos a verte triunfar: vamos al RI”, dijo guiñándole el ojo.
***
La tensión se podía cortar con un cuchillo. Kathleen, trajeada y con pelo "a lo garçon", no parecía la misma. Sus zapatos de cristal le daban un aire digno, elegante. ¡Estaba irreconocible!
Ya en el RI, sus nervios afloraron. Veía a los jueces a solo unos metros de distancia: unos minutos y la valorarían. Bragg la había colado ahí y su hermano le ayudaba a prepararse. Pero eso no era lo peor: sus padres estaban junto a su hermano en el puesto más cercano.
De pronto, sus padres se le acercaron a conversar. Por fortuna, no se fijaron en que era ella. “¿Nervioso?”, preguntaron. “Nuestro hijo también se ha presentado y su cantidad de estrés es inmensa. Pero no se preocupe, por lo que podemos ver, sus capacidades son increíbles…”, admiraron sus cristales.
Kathleen estaba orgullosa y molesta: entonces, ¿por qué no le habían apoyado?
Su padre se fue, mas su madre continuó hablando. “Mi hija también quería venir, pero… Este no es lugar para mujeres. Me encantaría que lo fuera. De verdad. Yo antes también tenía gran interés en este tema, ¿sabe? Pero nadie le habría aceptado… Ni a ella, ni a mí”, y se marchó.
El corazón de Kathleen estaba frenético, como los de sus acompañantes. Pero ahora, estaba más confiada… Ellos le apoyaban.
Iba a lograrlo.
***
Dos jueces y un ayudante, Thomas Lonsdale, estaban frente a ella. Uno de ellos, expectante, ilusionado e impresionable. Mientras que el otro… solo parecía aburrido y hastiado, sin ganas de estar allí.
Temblando de la emoción, comenzó su explicación.
Mostró poco a poco todos sus instrumentos (“Gracias, Bragg”, pensó) y demostró que era la verdadera autora enseñando cristales en distintas fases de cristalización y diciendo cómo lo hacía, así como apuntando ciertos trucos, y haciéndolo todo la vez.
“... y queda este resultado”, concluyó, mostrando unos cristales coloridos, otros bellos… y uno transparente y simple, pero deslumbrante.
“Precioso”, admitió el juez simpático.
“Simple y fácil”, corrigió el seco.
“No tanto”, apuntó Thomas. Todos se giraron hacia él. “Para empezar, lo has hecho en un tiempo récord”, mostrando un cronómetro. “En segundo lugar, si lo colocamos a la luz se refractará… así”, la muchacha sonrió. Lo elevó y la habitación quedó iluminada por mil colores. Todo el mundo estaba impresionado.
“¡Increíble!”, dijo el juez simpático.
“Y es quien mayor nota ha sacado en la prueba teórica…”, terminó Thomas tratando de convencerles.
“Bueno… en ese caso…”
“Estás admitida”, cedieron.
“ENHORABUENA”, chilló Fred, mientras Bragg de fondo aseguraba estar orgulloso. Ella estaba eufórica.
Y no era el único… Sus padres se habían fijado en ella. “Enhorabuena”, le felicitaron.
¿Estaba soñando?
“Felicidades”, dijo Thomas, apareciendo por detrás. “Querida señorita, quería darle mis más sinceras enhorabuenas. Está en el RI, y dentro de mi grupo de investigación… Enhorabuena, Ceniciencia, no te has rendido, y aquí estás. Eres increíble”.
Todos estuvieron de acuerdo. Ella solo sonreía.
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