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Garfield y Ruth

Hola, me llamo Garfield y soy un gato, pero todos me conocen cómo el gato de Schrödinger. He tenido una vida muy relajante, apenas salgo de mi casa, que es una caja pequeña y oscura. Suena muy claustrofóbico, pero no me molesta. Desde el día que nací, oigo unos ruidos fuera de mi casa, esas voces que nunca cesan, están constantemente hablando sobre un gato, que si está vivo o no. No se si están hablando de mi, pero ya no puedo sentirlos más, son muy molestos.

Alguien que también es muy molesto es mi dueño, Erwin Schrödinger. Molesto e irresponsable. Siempre está pendiente de sus pequeños experimentos, sus hipótesis y sus estupideces. Yo nunca lo he visto, porque nunca he salido de la caja, pero siempre lo oigo hablándole a alguien sobre sus pequeños experimentos, sus hipótesis y sus estupideces. Nunca me ha dado de comer y nunca me ha lavado, lo tengo que hacer todo yo. Ahora que soy más mayor no tengo tantas dificultades pero cuando era pequeño era más complicado. Durante los primeros años de mi vida, no tenía de comer ni de beber. Hasta que un día empezaron a aparecer platos de comida y vasos de leche y agua. Estoy seguro que no es Erwin quien me los proporciona, nunca le he visto la cara ni tampoco abrir la caja. Mi primera suposición era que mi ángel guardián sabía cuándo tenía hambre y me daba comida. Y resulta que no estaba tan lejos de la realidad.

Un día, escuché una voz que venía de afuera. Era una voz femenina que parecía muy familiar. Me quedé curioso, preguntándome quién podía ser. Alguien abrió mi caja y me sacó de allí. Era la hija de Erwin, Ruth. Siempre había oído hablar de ella en las conversaciones que escuchaba a través de las paredes, pero nunca había tenido la oportunidad de verla en persona. Parecía ser alguien completamente diferente a su padre. Tenía una expresión amable y suave, a diferencia de la seriedad y frialdad que percibía en Erwin. Ruth se acercó a mí con una sonrisa cálida en su rostro. Ella me explicó que había descubierto la existencia de la caja de Schrödinger, donde mi vida era objeto de experimento. Aunque Erwin no se preocupaba por cuidar de mí, su hija había decidido tomar cartas en el asunto.

Durante años, había sido ella quien se encargaba de dejarme comida y agua, asegurándose de que estuviera bien a pesar de la negligencia de su padre. Ruth me propuso algo inesperado. Me dijo que estaba en contra de los experimentos de su padre y que estaba dispuesta a sacarme de esa caja y darme un hogar donde pudiera vivir en paz y sin preocupaciones. Sin dudarlo, acepté la oferta de Ruth. Ella abrió la caja y me tomó en sus brazos con delicadeza. Me llevó fuera de aquel lugar opresivo y me llevó a su hogar, un lugar lleno de luz y amor. Allí, finalmente pude disfrutar de los placeres simples de la vida de un gato: tomar el sol, jugar con juguetes y recibir todo el cariño y la atención que merecía. A partir de ese día, ya no fui conocido como el gato de Schrödinger, sino como Garfield, un gato amado y cuidado.
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