La última esperanza del mundo
- ¿Lo tienes? - preguntó mirándolo, impacientada.
- Sí, lo tengo - suspiró mientras le entregaba un paquete.
- Tampoco es para tanto - dijo la chica.
- ¿Que no es para tanto? ¿En serio? Si tu padre te pilla…
- Eso no pasará…
- También te he dejado un regalo.
- Yo no puedo salir - dijo mientras mostraba su tobillo, donde había atado un brazalete. - Por eso te lo he pedido a ti. Me tengo que marchar, si no, sospecharán. Adiós.
A la vez que ella, otra persona salió del local…
Al fin, llegó a su destino: un edificio en ruinas. La estancia estaba iluminada por luces que reflejaban los tubos de ensayo. Había materiales de laboratorio de origen dudoso. La chica sacó una piedra del paquete y la colocó en un soporte. Inmediatamente, la planta muerta conectada recuperó parte de su color. Ella sonrió mientras jugueteaba con la piedra de su colgante. De repente, los motores se sobrecargaron y explotaron. Tosiendo, se incorporó y a duras penas consiguió guardar el resto del paquete en su bolsillo. Cuando por fin estaba recuperando la visión, sintió un golpe en la cabeza y se desmayó.
-.-.-
“Todo va a ir bien”.
Ella alzó la mirada y se encontró en una sala de hospital. A su lado, se encontraba su hermano y delante… no, no podía ser.
“Adriana, lleva esto siempre contigo” - dijo su madre mientras le colocaba un collar - “Os quie..” Piiiiii. La línea del monitor estaba recta, las pulsaciones, extinguidas… Y un grito desgarrador inundó la habitación.
-.-.-
Se despertó con un fuerte dolor de cabeza. Se encontraba en una celda y enfrente suya, su padre y su hermano, cabizbajo.
- Hola Adriana. Dale las gracias a tu hermano, sin él nunca te encontrarías aquí.
- Carlos, ¡¿tú?! - exclamó. Él apartó la mirada. Enfadada, se abalanzó sobre él pero el campo de fuerza de la celda se interpuso entre los dos.
- Mañana te juzgarán por tus delitos. - dijo. Carlos le miró sorprendido.
- ¿A sí? ¿Cuáles? - preguntó Adriana.
- Ah, los que se me ocurran. - contestó el padre. Riéndose, abandonó la sala. Carlos, triste, se fue detrás de él.
Inmediatamente, comenzó a palpar las paredes hasta que encontró lo que buscaba. Clavó las uñas por la rendija y consiguió retirar la tapa. Un rápido cambio de cables y el campo de fuerza desapareció. Salió afuera y un coche se detuvo frente a ella.
- ¿Necesitas ayuda? - preguntó su amiga Marta, con una media sonrisa.
- ¿Cómo…?
- Las noticias vuelan nena. - contestó. Con un gesto, le indicó que subiera.
Cruzaron las calles a toda velocidad hasta llegar al límite de Acelivan.
- ¡Espera! - exclamó Adriana, señalando el brazalete.
- Adri, ¿vas en serio? - y dicho esto, cogió una piedra y de un golpe lo partió. - ¡Hala! ¿Vamos?
Anduvieron hasta un claro. Adriana comenzó a cantar la canción que su madre le cantaba cuando era pequeña. En ese mismo instante, se oyó una voz.
“BIENVENIDA ADRIANA”
Una puerta se hallaba abierta frente a ellas. Adriana cruzó primero y encontró una sala llena de plantas y tecnología de ultimísima generación. Las plantas no estaban ni vivas, ni muertas. En medio de la sala, se encontraba un artefacto enorme con un pequeño soporte en su centro.
- ¿Y esto qué es? - preguntó Marta, extrañada.
- Creo… que es el laboratorio de mi madre - dijo Adriana lentamente.
Lentamente, Adriana se acercó al artefacto.
- Hay científicos que afirman que el último elemento de la tabla periódica tiene propiedades curativas, que pueden devolver la vida a la Madre Naturaleza. Pero nadie lo ha encontrado. Al parecer, esto era en lo que trabajaba mi madre. - murmuró. Dio un paso más y se quedó estupefacta: la piedra de su colgante, al acercarse, brillaba. Arrancó la piedra y la colocó en el soporte, la máquina se iluminó y la energía que desprendió llegó a las plantas, que cobraron vida de nuevo.
- Hola Adriana. - dijo una voz. Ellas quedaron petrificadas. El padre de Adriana sostenía un bidón de gasolina y un mechero. Sonrió, al borde de la locura, y dejó que todo se prendiera fuego.
Adriana observó cómo el trabajo de su madre y el suyo propio era devorado por las llamas. Dio unos pasos llamando a su amiga y una vez más, todo se volvió negro.
- Adriana, despierta. - dijo una voz.
Adormilada, Adriana se despertó. No daba crédito a lo que veía:
- Mamá…
- Sí, soy yo cariño.
- ¿Pero cómo?
- Siento haberte mentido, tuve que fingir mi muerte para huir de tu padre. Lo siento mucho.
Todo estaba quemado, no quedaban plantas ni se sabía nada de la piedra. Adriana metió la mano en el bolsillo y se topó con su regalo: era una pequeña semilla. Todas se reunieron en torno a ella. Adriana se agachó, cavó un agujero y la plantó. Reconfortada, las miró. Una nueva esperanza: la pequeña semilla, volvería a llenar de vida el mundo.
- Sí, lo tengo - suspiró mientras le entregaba un paquete.
- Tampoco es para tanto - dijo la chica.
- ¿Que no es para tanto? ¿En serio? Si tu padre te pilla…
- Eso no pasará…
- También te he dejado un regalo.
- Yo no puedo salir - dijo mientras mostraba su tobillo, donde había atado un brazalete. - Por eso te lo he pedido a ti. Me tengo que marchar, si no, sospecharán. Adiós.
A la vez que ella, otra persona salió del local…
Al fin, llegó a su destino: un edificio en ruinas. La estancia estaba iluminada por luces que reflejaban los tubos de ensayo. Había materiales de laboratorio de origen dudoso. La chica sacó una piedra del paquete y la colocó en un soporte. Inmediatamente, la planta muerta conectada recuperó parte de su color. Ella sonrió mientras jugueteaba con la piedra de su colgante. De repente, los motores se sobrecargaron y explotaron. Tosiendo, se incorporó y a duras penas consiguió guardar el resto del paquete en su bolsillo. Cuando por fin estaba recuperando la visión, sintió un golpe en la cabeza y se desmayó.
-.-.-
“Todo va a ir bien”.
Ella alzó la mirada y se encontró en una sala de hospital. A su lado, se encontraba su hermano y delante… no, no podía ser.
“Adriana, lleva esto siempre contigo” - dijo su madre mientras le colocaba un collar - “Os quie..” Piiiiii. La línea del monitor estaba recta, las pulsaciones, extinguidas… Y un grito desgarrador inundó la habitación.
-.-.-
Se despertó con un fuerte dolor de cabeza. Se encontraba en una celda y enfrente suya, su padre y su hermano, cabizbajo.
- Hola Adriana. Dale las gracias a tu hermano, sin él nunca te encontrarías aquí.
- Carlos, ¡¿tú?! - exclamó. Él apartó la mirada. Enfadada, se abalanzó sobre él pero el campo de fuerza de la celda se interpuso entre los dos.
- Mañana te juzgarán por tus delitos. - dijo. Carlos le miró sorprendido.
- ¿A sí? ¿Cuáles? - preguntó Adriana.
- Ah, los que se me ocurran. - contestó el padre. Riéndose, abandonó la sala. Carlos, triste, se fue detrás de él.
Inmediatamente, comenzó a palpar las paredes hasta que encontró lo que buscaba. Clavó las uñas por la rendija y consiguió retirar la tapa. Un rápido cambio de cables y el campo de fuerza desapareció. Salió afuera y un coche se detuvo frente a ella.
- ¿Necesitas ayuda? - preguntó su amiga Marta, con una media sonrisa.
- ¿Cómo…?
- Las noticias vuelan nena. - contestó. Con un gesto, le indicó que subiera.
Cruzaron las calles a toda velocidad hasta llegar al límite de Acelivan.
- ¡Espera! - exclamó Adriana, señalando el brazalete.
- Adri, ¿vas en serio? - y dicho esto, cogió una piedra y de un golpe lo partió. - ¡Hala! ¿Vamos?
Anduvieron hasta un claro. Adriana comenzó a cantar la canción que su madre le cantaba cuando era pequeña. En ese mismo instante, se oyó una voz.
“BIENVENIDA ADRIANA”
Una puerta se hallaba abierta frente a ellas. Adriana cruzó primero y encontró una sala llena de plantas y tecnología de ultimísima generación. Las plantas no estaban ni vivas, ni muertas. En medio de la sala, se encontraba un artefacto enorme con un pequeño soporte en su centro.
- ¿Y esto qué es? - preguntó Marta, extrañada.
- Creo… que es el laboratorio de mi madre - dijo Adriana lentamente.
Lentamente, Adriana se acercó al artefacto.
- Hay científicos que afirman que el último elemento de la tabla periódica tiene propiedades curativas, que pueden devolver la vida a la Madre Naturaleza. Pero nadie lo ha encontrado. Al parecer, esto era en lo que trabajaba mi madre. - murmuró. Dio un paso más y se quedó estupefacta: la piedra de su colgante, al acercarse, brillaba. Arrancó la piedra y la colocó en el soporte, la máquina se iluminó y la energía que desprendió llegó a las plantas, que cobraron vida de nuevo.
- Hola Adriana. - dijo una voz. Ellas quedaron petrificadas. El padre de Adriana sostenía un bidón de gasolina y un mechero. Sonrió, al borde de la locura, y dejó que todo se prendiera fuego.
Adriana observó cómo el trabajo de su madre y el suyo propio era devorado por las llamas. Dio unos pasos llamando a su amiga y una vez más, todo se volvió negro.
- Adriana, despierta. - dijo una voz.
Adormilada, Adriana se despertó. No daba crédito a lo que veía:
- Mamá…
- Sí, soy yo cariño.
- ¿Pero cómo?
- Siento haberte mentido, tuve que fingir mi muerte para huir de tu padre. Lo siento mucho.
Todo estaba quemado, no quedaban plantas ni se sabía nada de la piedra. Adriana metió la mano en el bolsillo y se topó con su regalo: era una pequeña semilla. Todas se reunieron en torno a ella. Adriana se agachó, cavó un agujero y la plantó. Reconfortada, las miró. Una nueva esperanza: la pequeña semilla, volvería a llenar de vida el mundo.
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