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Tal vez nunca

Ese atardecer que fuimos a ver juntos el día de tu decimoséptimo cumpleaños, que cuando apenas lo menciono ya se sabe de cuál hablo, como si mi sistema límbico, formado entre hipocampo y tálamo, se asegurara de tener ese recuerdo en un pedestal: debajo de un cálido sol de primavera, con una brisa fresca que olía a que el verano se acercaba, con mis nervios activados y viajando a más de cuatrocientos mil metros por hora, desee un millón de veces que me besaras.

Imaginé como tu boca se acercaba un poco más a la mía, también con la esperanza de que no pudieras sentir el sin cesar de mis latidos que iban a ciento cincuenta por minuto, que por miedo a aquello inefable y probablemente efímero, gritaban como locos que nunca te separaras de mi lado.
Te acercaste, cuando por fin lo hiciste, dejé de jugar con los mechones de tu pelo a la espera de tu próximo movimiento, sintiendo a la vez una sobredosis de oxitocina que no hacía más que descontrolar mis sistemas. No fue para darme el placer que buscaba, dejaste una mirada a la espera, colgando de un hilo que sabías que se iba a romper en cualquier momento porque tiempo atrás sufrió crueldad, de esa que se cura dejando que el mar se lleve los secretos hasta donde las estrellas no puedan brillar. Fusionados con este ecosistema biodiverso y dinámico, que los corrientes marinos los lleven a descubrir ese setenta por ciento que no alcanzo a ver.
Te acercaste para susurrarme en el oído, casi tan cerca que pude escuchar como tus pulsaciones daban una melodía unísona que me atraía a atarme a ellas y compartir mi sangre con la tuya.
En ese momento, sin que nadie más lo escuchara, me dijiste en una voz tan baja y confundible con el silbido de los pájaros que a la espera de que su madre les alimente chillan por su supervivencia en uno de los bajos niveles de la cadena trófica: “El día que dejes de tener miedo a la vida, será cuando veas todo lo que no has vivido. Además, deberías empezar por dejar atrás aquellos a los que se les acabó el tiempo, el tiempo de pedir perdón, el tiempo de actuar, el tiempo de crear un nuevo rumbo en su vida que no les lleve al precipicio que tienen enfrente. Cada vez que sueñas con todo lo que tuvo un tal vez, te condenas a perderte donde nadie te encontrará, un laberinto que tu misma originaste, pero ya no recuerdas que paredes son de mentira y cuáles de verdad”.

Y así, como si de polvo se tratara, vi como te esfumabas, vi como las olas del mar que unos segundos atrás me parecían románticas, ahora se llevaban hasta la última parte de tu cuerpo, como un montón de células ya muertas que se ven inútiles, pero que no recuerdan que fueron las primeras en ser observadas.
Quisiera volver a observar lo que algún día pude abrazar, o tal vez solo lo imaginé.
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