La guardiana del tesoro
-Tengan cuidado al entrar, la puerta es baja.
Mientras accedían en grupos de cinco a los habitáculos de unos 25 m², esperaba en el patio exterior que se formaba entre las viviendas reconstruidas.
- ¡No me puedo imaginar viviendo en un sitio tan pequeño y oscuro!
- Pues se parece bastante a la cocina de mi abuela. El hogar con la gramallera, el tocino y los chorizos colgados a su vera, hasta huele…
- Papá quiero salir, déjame el móvil.
A Berta le gustaba oír los comentarios. Alguna vez eran despectivos, pero generalmente expresaban la extrañeza y sorpresa sentidas al introducirse en el escenario de unas vidas remotas. Seguía fascinándole el hecho de que a las personas mayores su atmósfera les resultase familiar mientras a las jóvenes les fuese totalmente ajena ¡Cuanto se aceleraron los cambios en apenas una generación!
Después de que todas hubiesen entrado a las reconstrucciones, con el ánimo ya predispuesto a la evocación de la antigua humanidad del lugar, se dejaba rodear por el grupo para comenzar la exploración de sus huellas, la visita a los restos arqueológicos. Iniciaba el discurso invitando a evocar un tiempo anterior en el que las personas, que carecían de muchas de las cosas que hoy tenemos, y utilizaban muchas otras que hoy ignoramos, vivían y se relacionaban, entre ellas y con la naturaleza, de un modo distinto al nuestro. Luego recorrían los diferentes vestigios entreteniéndose en los detalles que apoyaban su argumento.
Después de documentarse sobre el yacimiento y sobre el momento al que pertenecía, la Edad del Hierro, de haber observado, registrado, revisado o paseado, miles de veces, los restos conservados, podía estar horas hablando de la configuración del poblado, del paisaje que lo rodearía, de las viviendas, de las personas que lo habitaron… pero no se trataba de contarlo todo. Berta no pretendía aleccionar a sus oyentes, sólo se proponía dar sentido a los restos para que cada persona generase sus propios lazos con las gentes que habitaron el lugar, con el tiempo y el pasado que lo habitó.
Por eso su discurso condensaba, de forma sencilla, los últimos avances en la investigación del período, mientras sus ojos, sus manos y su voz, se coordinaban para tender el puente que lo enlazaba con los restos. Pero no todas las personas reparan en las mismas cosas y a ella le gustaba el reto que supone adaptarse a las inquietudes de su público. Por eso dejaba que los comentarios orientasen su argumento. Hacía así un guiado relevante al interés de sus oyentes, nuevo y distinto cada vez.
Se detenía bastante en los espacios de vida cotidiana porque le permiten desvelar el concepto de familia, las costumbres de limpieza, la dieta, la relación con la naturaleza… de los antiguos pobladores del lugar y mostrar así cómo valores que hoy consideramos universales son meramente culturales.
A medida que avanzaba su narración, el grupo se enredaba más y más en su disquisición siguiendo fascinado la dirección de sus manos al señalar cada vestigio, pues su voz lo iluminaba, desvelaba el sentido de lo ignoto. Alguna persona, escapándose a su magia, hacía fotos indiferente a su relato, pero la mayoría se atrapaba en la fascinación de las ideas que imbuía con su elocuencia. Y ella se maravillaba de esta destreza descubierta poco tiempo atrás cuando, cansada vagar de excavación en excavación, por un escaso salario, decidió volver a casa.
Fue el gusto por descubrir “tesoros” y ver mundo lo que la llevó a hacerse arqueóloga. Por entonces aún no se había estrenado la primera película de Indiana Jones, pero ella tenía la misma idea de la arqueología. Pensaba que se trataba de descubrir tesoros ocultos entre ruinas de antiguas civilizaciones. Creía que esto sólo se hacía en lugares como Roma, Creta o Egipto. En su imaginario no existían los pequeños yacimientos locales.
Hoy sabe que el propósito de la arqueología no es descubrir opulentos vestigios, sino estudiar el pasado humano a través de los restos materiales. Por eso la arqueología, como el futbol, se juega en ligas mundiales, nacionales y locales, como la que ella juega cada día enfrentándose al reto de ilustrar un yacimiento de su pueblo.
Hoy toca la evaluación que, un día distinto de cada semana, realiza a sus oyentes. Las caras y comentarios le pronostican buen resultado. Sabe que les ha entregado el tesoro del yacimiento que guarda, pues no encuentra mejor palabra, por más que busca, para definir la revelación que provoca en las mentes y las almas de los visitantes al comprender que la arqueología, descubriendo diferentes maneras de estar en el mundo, permite de-construir y evidenciar los fundamentos de la nuestra.
Mostrar que somos sólo una de las múltiples formas de humanidad posibles es el tesoro que Berta comparte con su público cada día.
Mientras accedían en grupos de cinco a los habitáculos de unos 25 m², esperaba en el patio exterior que se formaba entre las viviendas reconstruidas.
- ¡No me puedo imaginar viviendo en un sitio tan pequeño y oscuro!
- Pues se parece bastante a la cocina de mi abuela. El hogar con la gramallera, el tocino y los chorizos colgados a su vera, hasta huele…
- Papá quiero salir, déjame el móvil.
A Berta le gustaba oír los comentarios. Alguna vez eran despectivos, pero generalmente expresaban la extrañeza y sorpresa sentidas al introducirse en el escenario de unas vidas remotas. Seguía fascinándole el hecho de que a las personas mayores su atmósfera les resultase familiar mientras a las jóvenes les fuese totalmente ajena ¡Cuanto se aceleraron los cambios en apenas una generación!
Después de que todas hubiesen entrado a las reconstrucciones, con el ánimo ya predispuesto a la evocación de la antigua humanidad del lugar, se dejaba rodear por el grupo para comenzar la exploración de sus huellas, la visita a los restos arqueológicos. Iniciaba el discurso invitando a evocar un tiempo anterior en el que las personas, que carecían de muchas de las cosas que hoy tenemos, y utilizaban muchas otras que hoy ignoramos, vivían y se relacionaban, entre ellas y con la naturaleza, de un modo distinto al nuestro. Luego recorrían los diferentes vestigios entreteniéndose en los detalles que apoyaban su argumento.
Después de documentarse sobre el yacimiento y sobre el momento al que pertenecía, la Edad del Hierro, de haber observado, registrado, revisado o paseado, miles de veces, los restos conservados, podía estar horas hablando de la configuración del poblado, del paisaje que lo rodearía, de las viviendas, de las personas que lo habitaron… pero no se trataba de contarlo todo. Berta no pretendía aleccionar a sus oyentes, sólo se proponía dar sentido a los restos para que cada persona generase sus propios lazos con las gentes que habitaron el lugar, con el tiempo y el pasado que lo habitó.
Por eso su discurso condensaba, de forma sencilla, los últimos avances en la investigación del período, mientras sus ojos, sus manos y su voz, se coordinaban para tender el puente que lo enlazaba con los restos. Pero no todas las personas reparan en las mismas cosas y a ella le gustaba el reto que supone adaptarse a las inquietudes de su público. Por eso dejaba que los comentarios orientasen su argumento. Hacía así un guiado relevante al interés de sus oyentes, nuevo y distinto cada vez.
Se detenía bastante en los espacios de vida cotidiana porque le permiten desvelar el concepto de familia, las costumbres de limpieza, la dieta, la relación con la naturaleza… de los antiguos pobladores del lugar y mostrar así cómo valores que hoy consideramos universales son meramente culturales.
A medida que avanzaba su narración, el grupo se enredaba más y más en su disquisición siguiendo fascinado la dirección de sus manos al señalar cada vestigio, pues su voz lo iluminaba, desvelaba el sentido de lo ignoto. Alguna persona, escapándose a su magia, hacía fotos indiferente a su relato, pero la mayoría se atrapaba en la fascinación de las ideas que imbuía con su elocuencia. Y ella se maravillaba de esta destreza descubierta poco tiempo atrás cuando, cansada vagar de excavación en excavación, por un escaso salario, decidió volver a casa.
Fue el gusto por descubrir “tesoros” y ver mundo lo que la llevó a hacerse arqueóloga. Por entonces aún no se había estrenado la primera película de Indiana Jones, pero ella tenía la misma idea de la arqueología. Pensaba que se trataba de descubrir tesoros ocultos entre ruinas de antiguas civilizaciones. Creía que esto sólo se hacía en lugares como Roma, Creta o Egipto. En su imaginario no existían los pequeños yacimientos locales.
Hoy sabe que el propósito de la arqueología no es descubrir opulentos vestigios, sino estudiar el pasado humano a través de los restos materiales. Por eso la arqueología, como el futbol, se juega en ligas mundiales, nacionales y locales, como la que ella juega cada día enfrentándose al reto de ilustrar un yacimiento de su pueblo.
Hoy toca la evaluación que, un día distinto de cada semana, realiza a sus oyentes. Las caras y comentarios le pronostican buen resultado. Sabe que les ha entregado el tesoro del yacimiento que guarda, pues no encuentra mejor palabra, por más que busca, para definir la revelación que provoca en las mentes y las almas de los visitantes al comprender que la arqueología, descubriendo diferentes maneras de estar en el mundo, permite de-construir y evidenciar los fundamentos de la nuestra.
Mostrar que somos sólo una de las múltiples formas de humanidad posibles es el tesoro que Berta comparte con su público cada día.
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