¿TURISMO ESPACIAL?
Paseando en platillo volante, un extraño artefacto atrajo la atención de los dos tripulantes. Justo delante suyo, lo que jurarían que era una sonda alienígena, vagaba en el vacío interestelar. Al aproximarse a ella, pudieron distinguir una gran antena parabólica, así como varias más pequeñas que sobresalían como patas. Un metal lustroso desconocido para ellos reflejaba la luz de la estrella más próxima, cegándolos. Asombroso, sí, pero lo que los dejó sin habla fue el disco dorado de unos 95 xpt de diámetro adherido sobre el metal. Fascinados, escanearon la sonda para averiguar su origen. Mientras el ordenador de la nave completaba el análisis, ataron la sonda a su nave para remolcarla. Esperando, les dio tiempo de comerse un dulce holm y de jugar una partida al urroncho. Pero la expectación por los resultados les impedía disfrutarla.
Al fin, en la pantalla de su nave se pudo leer: “Sonda identificada. Procedencia: Vía Láctea, tercer planeta rocoso del Sistema Solar. Estrella G2V ubicada en el brazo parcial Espolón de Orión, entre los dos brazos principales de la galaxia Scutum-Centaurus y Perseo.” Se desinflaron un poco al ver que les pillaba lejos, pero iba a merecer la pena. Los tripulantes se abrocharon los cinturones y configuraron los motores a máximo rendimiento. Estaban impacientes por conocer a sus vecinos. ¡Había otros! ¡No estaban solos!
Horas más tarde atravesaron el Cinturón de Asteroides, entre Marte y Júpiter, y alcanzaron la atmósfera terrestre. Comprobaron con sorpresa que su composición química era primitiva, con entorno a un 21% de oxígeno y un 78% de nitrógeno. ¿Podrían vivir bajo esas condiciones seres capaces de diseñar una sonda tan sofisticada? Para averiguarlo, descendieron a los niveles más bajos de la atmósfera terrestre, quedando suspendidos sobre un curioso pastizal de color verde. Indagando sobre este color anormal, descubrieron que los organismos autótrofos de aquel planeta se valían de la clorofila como pigmento fotosintético, lo que les daba aquella especial coloración. Explorando la superficie terrícola, encontraron ciudades llenas de construcciones modernas y asombrosas. Vieron cómo unos robots antropomórficos paseaban junto a seres bípedos que parecían estúpidos. Pero ningún ser vivo que avistaban desde la nave parecía racional. ¿Se habrían equivocado de dirección?
Decidieron descender hasta el nivel del suelo por si sus vecinos eran minúsculos. Los viajeros aparcaron la nave y se enfundaron sus trajes de spándex. Al bajar, muchos pequeños mamíferos parloteaban entre sí, todos luciendo una elegante ropita. Tenían una cola larga y rosada, unas orejas redondas y un hocico alargado lleno bigotes, con un par de dientes amarillentos que sobresalían de su boca. Caminaban con calma entre aquellos edificios que eran descomunales en comparación a su diminuto tamaño. Estaba claro que eran los amos y señores de aquella envidiable civilización. Aquellos pequeñajos parecían muy listos. Por la calle, ambos forasteros tenían cuidado de no pisarlos. Se acercaron a un individuo para interrogarlo:
- ¿Son ustedes los dueños de este hermoso planeta?
- Se puede decir que sí. Nosotros lo heredamos.
- ¿Quién os lo dejó así?
- ¿Veis a aquellos primates pachuchos a los que pasean los robots? Llegaron a un punto en el que ya no necesitaban su inteligencia para desenvolverse en el mundo. Esta se convirtió en lo que podríamos considerar como un ‘órgano vestigial’. Nosotros, al contrario, fuimos ganando facultades mentales. Ahora se puede decir que ambas razas coexisten. Heredamos sus fósiles tecnológicos, que adaptamos a nuestras necesidades. Claro que, esto pasó hace mucho.
- ¿Entonces, si no le importa, podría acompañarnos y explicarnos el origen de otro ‘fósil tecnológico’ como usted les llama?
La rata pareció darse de cuenta de no estaba hablando con un congénere. Debido a la mala vista de esta especie y a que el viento soplaba en otra dirección, no había podido captar el olor de los extraños hasta entonces. Por la terrible perplejidad que le sobrevino no pudo hacer otra cosa que asentir.
Caminaron, terrícola y forasteros, hacia la nave aparcada. Los forasteros le señalaron la sonda y aguardaron impacientes su respuesta.
- Menuda reliquia traéis. Nos hacían estudiarla en el colegio. En el 1977 de la era humana, hace unos 2000 años del comienzo de la nuestra, más o menos, estos homínidos la lanzaron al espacio. Soñaban con encontrar vida inteligente. Todos nos sentimos solos a veces. Se llamaba… ¿‘vojaguer’? o tal vez ¿bagaje?
Los viajeros intercambiaron una mirada. La sofisticada Voyager, que ellos tanto admiraban, era un cacharro para aquel terrícola. La ciudad que los rodeaba le daba mil vueltas a la sonda que los había llevado allí. Sintieron lástima por aquellos tristes bípedos, que seguían vivos solo por capricho de las ratas. De hecho, en aquel planeta todo dependía del deseo de aquellas criaturas peludas. Un miedo los paralizó: ¿y si las ratas visitaban su casa?
ROSQUITO
Al fin, en la pantalla de su nave se pudo leer: “Sonda identificada. Procedencia: Vía Láctea, tercer planeta rocoso del Sistema Solar. Estrella G2V ubicada en el brazo parcial Espolón de Orión, entre los dos brazos principales de la galaxia Scutum-Centaurus y Perseo.” Se desinflaron un poco al ver que les pillaba lejos, pero iba a merecer la pena. Los tripulantes se abrocharon los cinturones y configuraron los motores a máximo rendimiento. Estaban impacientes por conocer a sus vecinos. ¡Había otros! ¡No estaban solos!
Horas más tarde atravesaron el Cinturón de Asteroides, entre Marte y Júpiter, y alcanzaron la atmósfera terrestre. Comprobaron con sorpresa que su composición química era primitiva, con entorno a un 21% de oxígeno y un 78% de nitrógeno. ¿Podrían vivir bajo esas condiciones seres capaces de diseñar una sonda tan sofisticada? Para averiguarlo, descendieron a los niveles más bajos de la atmósfera terrestre, quedando suspendidos sobre un curioso pastizal de color verde. Indagando sobre este color anormal, descubrieron que los organismos autótrofos de aquel planeta se valían de la clorofila como pigmento fotosintético, lo que les daba aquella especial coloración. Explorando la superficie terrícola, encontraron ciudades llenas de construcciones modernas y asombrosas. Vieron cómo unos robots antropomórficos paseaban junto a seres bípedos que parecían estúpidos. Pero ningún ser vivo que avistaban desde la nave parecía racional. ¿Se habrían equivocado de dirección?
Decidieron descender hasta el nivel del suelo por si sus vecinos eran minúsculos. Los viajeros aparcaron la nave y se enfundaron sus trajes de spándex. Al bajar, muchos pequeños mamíferos parloteaban entre sí, todos luciendo una elegante ropita. Tenían una cola larga y rosada, unas orejas redondas y un hocico alargado lleno bigotes, con un par de dientes amarillentos que sobresalían de su boca. Caminaban con calma entre aquellos edificios que eran descomunales en comparación a su diminuto tamaño. Estaba claro que eran los amos y señores de aquella envidiable civilización. Aquellos pequeñajos parecían muy listos. Por la calle, ambos forasteros tenían cuidado de no pisarlos. Se acercaron a un individuo para interrogarlo:
- ¿Son ustedes los dueños de este hermoso planeta?
- Se puede decir que sí. Nosotros lo heredamos.
- ¿Quién os lo dejó así?
- ¿Veis a aquellos primates pachuchos a los que pasean los robots? Llegaron a un punto en el que ya no necesitaban su inteligencia para desenvolverse en el mundo. Esta se convirtió en lo que podríamos considerar como un ‘órgano vestigial’. Nosotros, al contrario, fuimos ganando facultades mentales. Ahora se puede decir que ambas razas coexisten. Heredamos sus fósiles tecnológicos, que adaptamos a nuestras necesidades. Claro que, esto pasó hace mucho.
- ¿Entonces, si no le importa, podría acompañarnos y explicarnos el origen de otro ‘fósil tecnológico’ como usted les llama?
La rata pareció darse de cuenta de no estaba hablando con un congénere. Debido a la mala vista de esta especie y a que el viento soplaba en otra dirección, no había podido captar el olor de los extraños hasta entonces. Por la terrible perplejidad que le sobrevino no pudo hacer otra cosa que asentir.
Caminaron, terrícola y forasteros, hacia la nave aparcada. Los forasteros le señalaron la sonda y aguardaron impacientes su respuesta.
- Menuda reliquia traéis. Nos hacían estudiarla en el colegio. En el 1977 de la era humana, hace unos 2000 años del comienzo de la nuestra, más o menos, estos homínidos la lanzaron al espacio. Soñaban con encontrar vida inteligente. Todos nos sentimos solos a veces. Se llamaba… ¿‘vojaguer’? o tal vez ¿bagaje?
Los viajeros intercambiaron una mirada. La sofisticada Voyager, que ellos tanto admiraban, era un cacharro para aquel terrícola. La ciudad que los rodeaba le daba mil vueltas a la sonda que los había llevado allí. Sintieron lástima por aquellos tristes bípedos, que seguían vivos solo por capricho de las ratas. De hecho, en aquel planeta todo dependía del deseo de aquellas criaturas peludas. Un miedo los paralizó: ¿y si las ratas visitaban su casa?
ROSQUITO
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