No es magia, es ciencia
Menen Ra se preparaba para el día más importante de su vida: su coronación como faraón de Egipto. Era un joven de dieciocho años que tenía las mismas ganas de comerse el mundo que cualquier muchacho de su edad. Sin embargo, mientras terminaban de vestirlo con las ropas de que debía llevar en la ceremonia, él solo miraba por la ventana para ver, desde arriba, los barrios que rodeaban su palacio. Aquella era Tebas, su ciudad.
«¿Será esta algún día una gran ciudad?», pensaba, «¿Seré yo un buen rey?»
Como si le leyeran el pensamiento, una voz sonó por detrás.
—No dudéis de eso, joven faraón —El sacerdote mayor del templo, famoso por sus adivinaciones, le respondió.
—¿Cómo estáis tan seguro?
—Os lo enseñaré—El sacerdote le dio a beber al príncipe de una copa que sostenía en la mano.
De pronto, Menen Ra se encontró mareado y cerró los ojos. Cuando los abrió, se encontraba en el desierto, acompañado del sacerdote. Este le indicó que le siguiera por entre las dunas. Tras superar una montaña de arena, Menen Ra abrió los ojos como platos cuando vio un montón de cimientos en ruinas y a mucha gente a su alrededor. Sin decir una palabra, siguió al sacerdote, acercándose más a aquellas piedras que, en su día, debieron ser edificios.
—No pueden vernos ni oírnos —dijo el sacerdote.
—¿Qué están haciendo? —el príncipe se acercó a un grupo de personas.
Iban vestidos de forma extraña con ropas que nunca había visto. También llevaban extraños tocados que parecía protegerlos del sol. En sus pies no llevaban sandalias, sino un calzado cerrado. Pero lo más extraño era lo que estaban haciendo.
—¿Por qué están limpiando los muros con un pincel? —preguntó, extrañado, Menen Ra—. Y ese de ahí, ¿por qué está dibujado esas piedras? No son más que ruinas.
—Permitidme mi atrevimiento, pero os equivocáis, mi príncipe.
Menen Ra miró al sacerdote con el ceño fruncido. Nunca le habían llevado la contraria.
—Entonces, ¿por qué hacen eso? ¿Por qué excavan con pinceles, dibujan y acercan a las piedras esas cosas cuadradas?
—Porque son arqueólogos y están trabajando. Y, esas cosas cuadradas, se llaman cámaras. Están documentando todo.
El príncipe estaba cada vez más extrañado. Ya se estaba temiendo que había muerto porque el sacerdote lo había envenenado el día de su coronación. Le dieron ganas de agarrarlo del cuello, pero, estaba tan lleno de curiosidad, que no podía dejar de preguntar.
—¿Cómo que están trabajando? Los muros se construyen, no se excavan. ¿Y qué es un arqueólogo?
—Son científicos que buscan conocer el pasado a través de lo que nosotros les hemos dejado.
—¿Nosotros? —El sacerdote indicó con la mano al príncipe que los siguiera. Comenzaron a andar entre las calles que una vez tuvo aquella ciudad que ahora eran solo ruinas. Avanzaron hasta llegar a una avenida principal, con un pavimento de mármol y las bases de unas columnas con motivos geométricos—. ¡Yo conozco esto! Son iguales que las de Tebas—exclamó Menen Ra.
El sacerdote no dijo nada más y solo señaló a un grupo de personas que hablaban alrededor de una mesa extraña llena de algo que parecían papiros. A Menen Ra le dio la sensación de que eran importantes
—¡Lo hemos logrado! —gritó uno de ellos—. ¡Es el palacio de Menen Ra II! Es impresionante.
—¿Por qué me nombran? —preguntó el príncipe.
—Sin duda —dijo una mujer—. Va a ser el descubrimiento del siglo. Encontrar la Tebas de Menen Ra es todo un milagro. Imaginaros, hemos encontrado la ciudad más importante del tercer milenio. Menen Ra fue el mejor faraón que reinó Egipto en siglos. Mirad aquí. —La mujer señaló algo en esos papiros extraños—. Estos canales de agua son los más avanzados de todo este periodo. Sin duda, logró mejorar mucho la agricultura.
—Y las excavaciones de los barrios del este muestran que la ciudad creció muchísimo —dijo otro de los hombres.
—Además, los restos de semillas que hemos encontrado cuentan que comerció con muchos lugares lejanos —añadió otra chica.
—Tuvo mucho tiempo para hacer cosas. Más de cincuenta años de reinado dan para mucho…
Menen Ra ya no pudo escuchar más. Su cerebro estaba procesando todo lo que estaban diciendo. Miró al sacerdote.
—¿Cómo saben eso? ¿Son adivinos como tú?
El sacerdote negó.
—Ya os lo he dicho. Son arqueólogos. Son capaces de saber cómo era el pasado solo con lo que les hemos dejado. Saben, por los restos que quedan de Tebas, que vais a hacer grandes cosas, que el reino crecerá y que será muy próspero. ¿Seguís teniendo dudas de si seréis un buen rey?
Menen Ra sonrió.
—Que listos son estos arqueólogos. Parece que hacen magia.
El sacerdote negó de nuevo.
—No es magia. Es ciencia.
«¿Será esta algún día una gran ciudad?», pensaba, «¿Seré yo un buen rey?»
Como si le leyeran el pensamiento, una voz sonó por detrás.
—No dudéis de eso, joven faraón —El sacerdote mayor del templo, famoso por sus adivinaciones, le respondió.
—¿Cómo estáis tan seguro?
—Os lo enseñaré—El sacerdote le dio a beber al príncipe de una copa que sostenía en la mano.
De pronto, Menen Ra se encontró mareado y cerró los ojos. Cuando los abrió, se encontraba en el desierto, acompañado del sacerdote. Este le indicó que le siguiera por entre las dunas. Tras superar una montaña de arena, Menen Ra abrió los ojos como platos cuando vio un montón de cimientos en ruinas y a mucha gente a su alrededor. Sin decir una palabra, siguió al sacerdote, acercándose más a aquellas piedras que, en su día, debieron ser edificios.
—No pueden vernos ni oírnos —dijo el sacerdote.
—¿Qué están haciendo? —el príncipe se acercó a un grupo de personas.
Iban vestidos de forma extraña con ropas que nunca había visto. También llevaban extraños tocados que parecía protegerlos del sol. En sus pies no llevaban sandalias, sino un calzado cerrado. Pero lo más extraño era lo que estaban haciendo.
—¿Por qué están limpiando los muros con un pincel? —preguntó, extrañado, Menen Ra—. Y ese de ahí, ¿por qué está dibujado esas piedras? No son más que ruinas.
—Permitidme mi atrevimiento, pero os equivocáis, mi príncipe.
Menen Ra miró al sacerdote con el ceño fruncido. Nunca le habían llevado la contraria.
—Entonces, ¿por qué hacen eso? ¿Por qué excavan con pinceles, dibujan y acercan a las piedras esas cosas cuadradas?
—Porque son arqueólogos y están trabajando. Y, esas cosas cuadradas, se llaman cámaras. Están documentando todo.
El príncipe estaba cada vez más extrañado. Ya se estaba temiendo que había muerto porque el sacerdote lo había envenenado el día de su coronación. Le dieron ganas de agarrarlo del cuello, pero, estaba tan lleno de curiosidad, que no podía dejar de preguntar.
—¿Cómo que están trabajando? Los muros se construyen, no se excavan. ¿Y qué es un arqueólogo?
—Son científicos que buscan conocer el pasado a través de lo que nosotros les hemos dejado.
—¿Nosotros? —El sacerdote indicó con la mano al príncipe que los siguiera. Comenzaron a andar entre las calles que una vez tuvo aquella ciudad que ahora eran solo ruinas. Avanzaron hasta llegar a una avenida principal, con un pavimento de mármol y las bases de unas columnas con motivos geométricos—. ¡Yo conozco esto! Son iguales que las de Tebas—exclamó Menen Ra.
El sacerdote no dijo nada más y solo señaló a un grupo de personas que hablaban alrededor de una mesa extraña llena de algo que parecían papiros. A Menen Ra le dio la sensación de que eran importantes
—¡Lo hemos logrado! —gritó uno de ellos—. ¡Es el palacio de Menen Ra II! Es impresionante.
—¿Por qué me nombran? —preguntó el príncipe.
—Sin duda —dijo una mujer—. Va a ser el descubrimiento del siglo. Encontrar la Tebas de Menen Ra es todo un milagro. Imaginaros, hemos encontrado la ciudad más importante del tercer milenio. Menen Ra fue el mejor faraón que reinó Egipto en siglos. Mirad aquí. —La mujer señaló algo en esos papiros extraños—. Estos canales de agua son los más avanzados de todo este periodo. Sin duda, logró mejorar mucho la agricultura.
—Y las excavaciones de los barrios del este muestran que la ciudad creció muchísimo —dijo otro de los hombres.
—Además, los restos de semillas que hemos encontrado cuentan que comerció con muchos lugares lejanos —añadió otra chica.
—Tuvo mucho tiempo para hacer cosas. Más de cincuenta años de reinado dan para mucho…
Menen Ra ya no pudo escuchar más. Su cerebro estaba procesando todo lo que estaban diciendo. Miró al sacerdote.
—¿Cómo saben eso? ¿Son adivinos como tú?
El sacerdote negó.
—Ya os lo he dicho. Son arqueólogos. Son capaces de saber cómo era el pasado solo con lo que les hemos dejado. Saben, por los restos que quedan de Tebas, que vais a hacer grandes cosas, que el reino crecerá y que será muy próspero. ¿Seguís teniendo dudas de si seréis un buen rey?
Menen Ra sonrió.
—Que listos son estos arqueólogos. Parece que hacen magia.
El sacerdote negó de nuevo.
—No es magia. Es ciencia.
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