Azul sobre fondo rojo
El círculo blanquecino fue tornándose cada vez más azul, hasta que algunas formas comenzaron a enfocarse y mostrarse visibles. Lo que antes era todo blanco, ahora era una pintura con manchas azules.
Las manos del científico giraban con mimo las ruedas del micrómetro. Ya eran claramente reconocibles algunas estructuras familiares, como una especie de pared exterior, unos flagelos largos que salían hacia todas direcciones, e incluso una segunda pared interior protegiendo lo que debía ser el núcleo celular. Además de todo eso, la “cosa” se movía. Estaba vivo. O viva.
- Está vivo…
- Eso parece… Vivo. No me lo puedo creer. Lo hemos logrado, Thomas.
- Por fin, hemos encontrado vida… Y esta vez gracias a ti, Celia. Tú la encontraste bajo el suelo. Puedes bautizar a este pequeñín como te apetezca.
Era cierto, la doctora Celia Ochoa había abierto aquel agujero, con precisión quirúrgica, en el subsuelo de Marte, que es precisamente donde estaban. Tras el agujero, habían extraído unos mililitros de agua líquida marciana, y ahí encontraron ese minúsculo “ser”.
Tras cuatro largos meses de viaje, la capacidad de concentración y resiliencia de los astronautas de aquella misión había sido duramente puesta a prueba. El equipo lo formaban siete científicos: cuatro ingenieros, un médico y dos astrobiólogos, la doctora Ochoa y el doctor Gallagher.
Después del amartizaje, los ingenieros habían acabado de ensamblar los módulos habitacionales, incluyendo el laboratorio. El año anterior, otra misión no tripulada había tenido éxito al descender hasta ese punto de la Utopia Planitia marciana, muy cerca de los rover Perseverance y Zuhrong, cuya misión había concluido dos décadas atrás. Ambos robots habían proporcionado múltiples imágenes y datos útiles durante meses. El antiguo Perseverance había extraído muestras geológicas que, en otra misión de retorno a la Tierra, habían aportado los datos necesarios para que, ahora, la doctora Ochoa realizara la toma de muestras con tal precisión.
- Parece que esa gruesa pared celular le protege de la radiación y las bajas temperaturas. Y ese “núcleo”, también protegido por una segunda pared… Es algo único en la biología. Nunca habíamos visto una célula con una pared protegiendo su núcleo.
- Tiene lógica… En este entorno tan hostil, proteger el material genético parece prioritario.
De repente, el doctor Gallagher se puso serio, frunciendo el ceño con gesto de preocupación.
- Espera, aquí hay algo más… Estos flagelos, o lo que sean, se están empezando a mover de una forma extraña.
- Define “extraña”.
- No parece que los utilice sólo para moverse. Creo que salen de ellos unos gránulos transparentes… Muy raro.
- Cambia el condensador, modifica el filtro de luz ultravioleta, a ver qué ocurre.
- Estoy en ello, doctora, pero no creo que… ¡Espera!
Ahora, la doctora Ochoa también parecía preocupada. Por el monitor conectado al microscopio podía ver lo mismo que veía su compañero. Se hizo un silencio gélido en el laboratorio. Sólo se oía el ligero zumbido del purificador de aire y el pequeño motor de los frigoríficos. Pero había un sonido más. En un primer momento, tanto Celia como Thomas pensaron que se trataba del viento marciano, al otro lado de la pared prefabricada del módulo. Sólo diez centímetros les separaban de una muerte segura, con una temperatura exterior de menos cincuenta grados centígrados y una exposición radiactiva de unos 4,6 milisieverts, 700 veces mayor que en la Tierra.
Pero no. El sonido no provenía de las paredes del módulo, sino de la mesa, del microscopio. De la muestra con aquel extraño y, aparentemente, inofensivo ser.
Celia fue la primera en reaccionar:
- Activa el Nivel 4. Rápido.
- No nos precipitemos…
- ¡Actívalo ya, Thomas! Esto es serio. Creo que …
- ¡Aaargh..! -comenzó a gritar de dolor el doctor Gallagher, mientras se desplomaba en el suelo.
- ¡Thomas, no!
Segundos antes de desvanecerse, Thomas Gallagher comenzó a sentir como si millones de agujas se le clavaran en los ojos. Provenía de una especie de ácido exudado por aquel extraño ser marciano desde el porta objetos del microscopio.
Horrorizada, la doctora Ochoa observaba cómo, con su caída, el doctor había arrastrado tras de sí el microscopio. La muestra se había hecho añicos contra el suelo. Thomas, ya en silencio, no tenía ojos. Dos cuencas vacías “miraban” hacia el techo del laboratorio. Y eso no era todo. Unos filamentos casi transparentes comenzaban a arrastrarse y a crecer alrededor de los cristales del suelo.
- El oxígeno… -comenzó a balbucear Celia- El oxígeno ha acelerado su metabolismo…
No pudo continuar. Lo último que se le pasó por la cabeza antes de perder el conocimiento fue qué pasaría con la misión. Pronto quedarían congelados y radiados en cuanto se abriera una brecha en el módulo. Los otros astronautas, en el módulo contiguo, sufrirían la misma suerte. Aquel inofensivo punto azul les había vencido, y había teñido de rojo todo el suelo, el suelo de Marte.
Las manos del científico giraban con mimo las ruedas del micrómetro. Ya eran claramente reconocibles algunas estructuras familiares, como una especie de pared exterior, unos flagelos largos que salían hacia todas direcciones, e incluso una segunda pared interior protegiendo lo que debía ser el núcleo celular. Además de todo eso, la “cosa” se movía. Estaba vivo. O viva.
- Está vivo…
- Eso parece… Vivo. No me lo puedo creer. Lo hemos logrado, Thomas.
- Por fin, hemos encontrado vida… Y esta vez gracias a ti, Celia. Tú la encontraste bajo el suelo. Puedes bautizar a este pequeñín como te apetezca.
Era cierto, la doctora Celia Ochoa había abierto aquel agujero, con precisión quirúrgica, en el subsuelo de Marte, que es precisamente donde estaban. Tras el agujero, habían extraído unos mililitros de agua líquida marciana, y ahí encontraron ese minúsculo “ser”.
Tras cuatro largos meses de viaje, la capacidad de concentración y resiliencia de los astronautas de aquella misión había sido duramente puesta a prueba. El equipo lo formaban siete científicos: cuatro ingenieros, un médico y dos astrobiólogos, la doctora Ochoa y el doctor Gallagher.
Después del amartizaje, los ingenieros habían acabado de ensamblar los módulos habitacionales, incluyendo el laboratorio. El año anterior, otra misión no tripulada había tenido éxito al descender hasta ese punto de la Utopia Planitia marciana, muy cerca de los rover Perseverance y Zuhrong, cuya misión había concluido dos décadas atrás. Ambos robots habían proporcionado múltiples imágenes y datos útiles durante meses. El antiguo Perseverance había extraído muestras geológicas que, en otra misión de retorno a la Tierra, habían aportado los datos necesarios para que, ahora, la doctora Ochoa realizara la toma de muestras con tal precisión.
- Parece que esa gruesa pared celular le protege de la radiación y las bajas temperaturas. Y ese “núcleo”, también protegido por una segunda pared… Es algo único en la biología. Nunca habíamos visto una célula con una pared protegiendo su núcleo.
- Tiene lógica… En este entorno tan hostil, proteger el material genético parece prioritario.
De repente, el doctor Gallagher se puso serio, frunciendo el ceño con gesto de preocupación.
- Espera, aquí hay algo más… Estos flagelos, o lo que sean, se están empezando a mover de una forma extraña.
- Define “extraña”.
- No parece que los utilice sólo para moverse. Creo que salen de ellos unos gránulos transparentes… Muy raro.
- Cambia el condensador, modifica el filtro de luz ultravioleta, a ver qué ocurre.
- Estoy en ello, doctora, pero no creo que… ¡Espera!
Ahora, la doctora Ochoa también parecía preocupada. Por el monitor conectado al microscopio podía ver lo mismo que veía su compañero. Se hizo un silencio gélido en el laboratorio. Sólo se oía el ligero zumbido del purificador de aire y el pequeño motor de los frigoríficos. Pero había un sonido más. En un primer momento, tanto Celia como Thomas pensaron que se trataba del viento marciano, al otro lado de la pared prefabricada del módulo. Sólo diez centímetros les separaban de una muerte segura, con una temperatura exterior de menos cincuenta grados centígrados y una exposición radiactiva de unos 4,6 milisieverts, 700 veces mayor que en la Tierra.
Pero no. El sonido no provenía de las paredes del módulo, sino de la mesa, del microscopio. De la muestra con aquel extraño y, aparentemente, inofensivo ser.
Celia fue la primera en reaccionar:
- Activa el Nivel 4. Rápido.
- No nos precipitemos…
- ¡Actívalo ya, Thomas! Esto es serio. Creo que …
- ¡Aaargh..! -comenzó a gritar de dolor el doctor Gallagher, mientras se desplomaba en el suelo.
- ¡Thomas, no!
Segundos antes de desvanecerse, Thomas Gallagher comenzó a sentir como si millones de agujas se le clavaran en los ojos. Provenía de una especie de ácido exudado por aquel extraño ser marciano desde el porta objetos del microscopio.
Horrorizada, la doctora Ochoa observaba cómo, con su caída, el doctor había arrastrado tras de sí el microscopio. La muestra se había hecho añicos contra el suelo. Thomas, ya en silencio, no tenía ojos. Dos cuencas vacías “miraban” hacia el techo del laboratorio. Y eso no era todo. Unos filamentos casi transparentes comenzaban a arrastrarse y a crecer alrededor de los cristales del suelo.
- El oxígeno… -comenzó a balbucear Celia- El oxígeno ha acelerado su metabolismo…
No pudo continuar. Lo último que se le pasó por la cabeza antes de perder el conocimiento fue qué pasaría con la misión. Pronto quedarían congelados y radiados en cuanto se abriera una brecha en el módulo. Los otros astronautas, en el módulo contiguo, sufrirían la misma suerte. Aquel inofensivo punto azul les había vencido, y había teñido de rojo todo el suelo, el suelo de Marte.
- Hits: 133