La Agrónoma, don Carlos y los insectos
Ocurrió alguna vez en el campo, en un pueblo de Oaxaca, que la mayoría de los cultivos en un fértil valle habían sido atacados y arrasados por una plaga, casi toda la cosecha se perdió, excepto una parcela que semejaba un oasis en el desierto. La gente intrigada, se preguntaba por qué, y asumían que, o se trataba de magia o era cosa del diablo, no podía ser cosa de Dios, porque si de él fuera no se hubiera perdido ningún cultivo.
Al pueblo llegó Rosa, una ingeniera agrónoma recién graduada de la universidad, quien fue enviada por el gobierno para investigar qué estaba pasando. Tras ir al campo y verificar la información que le habían enviado, se dedicó a investigar de quién era la parcela sobreviviente, así, se enteró que era de Don Carlos, uno de los habitantes de mayor edad, contaba con 81 años en ese entonces.
Queriendo saber qué ocurría, Rosa buscó a don Carlos al día siguiente, camino casi una hora pues el anciano vivía fuera del pueblo, pues, desde que enviudó decidió aislarse de la gente y solo vivía con gallinas, chivos, conejos y Sansón, su perro. Además de ser un anciano huraño y desconfiado, don Carlos no hablaba casi con nadie y cuando iba al pueblo, a la tienda, por ejemplo, se limitaba a decir lo indispensable “Quiero esto y aquello, también me da uno de esos, ¿Cuánto es?” Para hacerse entender y limitar sus palabras, gesticulaba y hacía tantos ademanes que parecía exagerar, pero, en realidad, solo quería asegurarse de que el tendero le entendiera.
A pesar de su agrio carácter, don Carlos accedió a hablar con Rosa, cuando se reunieron ella le pidió que le explicara qué había hecho para proteger sus cultivos, pues ella asumía que la parcela no podría haber sido ignorada por los insectos y limitarse a comer todo lo que pudieran en torno a los cultivos de don Carlos. Seriamente, ella le dijo que lo que había hecho, era muy importante para salvar las cosechas de los demás, que no era justo que hubieran perdido casi todo, pues eso les traería muchos problemas. Estando sentados frente a la casa de don Carlos, él se quedó mirando fijamente al horizonte, en dirección de un punto perdido, con los ojos entrecerrados, después de meditarlo por un tiempo que a Rosa le pareció infinito, ella empezó a resignarse y pensaba ya en otro modo de saber qué había ocurrido, el viejo rompió el silencio y contestó:
“Mire Rosita, lo que se debe hacer es tomar muchos insectos, todos los que pueda, echarlos en una bolsa de plástico y dejarlos toda la tarde al Sol. Los debemos regañar, decirles que lo que hacen está mal, que se vayan a otro lugar; después, hay que dejarlos al sereno toda la noche y en una cubeta también hay que poner agua a serenar. A las cinco de la mañana, hay que zarandear la bolsa para despertarlos. Ya que estén bien despiertitos hay que echarlos en el agua serenada y dejarlos al Sol toda la mañana; por la tarde, para que no queme el Sol, hay que llevar la cubeta a la parcela y rociar las plantas con el agua. Verá como lueguito los insectos se van solitos.”
A Rosa le sorprendió el ritual, porque, ciertamente, eso parecía cosa de magia. Sin embargo, ella sabía que no era así. Dando las gracias a don Carlos y tomándolo por sorpresa, lo abrazó y se despidió de él.
Rosa estaba decidida a saber qué es lo que ocurría en realidad. Así que tomó algunos insectos de las parcelas y se los llevó al laboratorio de la universidad para investigar y encontrar una explicación científica.
En el laboratorio, Rosa descubrió que cuando los insectos son sometidos a una situación de peligro o estrés, liberan una sustancia química cuya función es alertar a otros de su especie, es decir, una señal de alarma. Dicha sustancia química se dispersa en el agua, esa es la razón por la cual don Carlos ahoga a los insectos en una cubeta con agua, que, al rociarla en la parcela, hace llegar la señal química de alerta y por eso, los insectos abandonaron su parcela.
De este modo, Rosa encontró la explicación científica de algo que parecía mágico. Con esta técnica tradicional sería posible controlar plagas sin recurrir al uso de agroquímicos. Posteriormente, elaboró un reporte científico y publicó el resultado de su investigación, para dar a conocer esta técnica a la comunidad científica. Claro, dando siempre el crédito correspondiente a don Carlos, quien amablemente compartió el conocimiento que le heredaron sus ancestros. Desde entonces, regularmente Rosa visita a don Carlos de quien siguió aprendiendo muchas cosas.
Al pueblo llegó Rosa, una ingeniera agrónoma recién graduada de la universidad, quien fue enviada por el gobierno para investigar qué estaba pasando. Tras ir al campo y verificar la información que le habían enviado, se dedicó a investigar de quién era la parcela sobreviviente, así, se enteró que era de Don Carlos, uno de los habitantes de mayor edad, contaba con 81 años en ese entonces.
Queriendo saber qué ocurría, Rosa buscó a don Carlos al día siguiente, camino casi una hora pues el anciano vivía fuera del pueblo, pues, desde que enviudó decidió aislarse de la gente y solo vivía con gallinas, chivos, conejos y Sansón, su perro. Además de ser un anciano huraño y desconfiado, don Carlos no hablaba casi con nadie y cuando iba al pueblo, a la tienda, por ejemplo, se limitaba a decir lo indispensable “Quiero esto y aquello, también me da uno de esos, ¿Cuánto es?” Para hacerse entender y limitar sus palabras, gesticulaba y hacía tantos ademanes que parecía exagerar, pero, en realidad, solo quería asegurarse de que el tendero le entendiera.
A pesar de su agrio carácter, don Carlos accedió a hablar con Rosa, cuando se reunieron ella le pidió que le explicara qué había hecho para proteger sus cultivos, pues ella asumía que la parcela no podría haber sido ignorada por los insectos y limitarse a comer todo lo que pudieran en torno a los cultivos de don Carlos. Seriamente, ella le dijo que lo que había hecho, era muy importante para salvar las cosechas de los demás, que no era justo que hubieran perdido casi todo, pues eso les traería muchos problemas. Estando sentados frente a la casa de don Carlos, él se quedó mirando fijamente al horizonte, en dirección de un punto perdido, con los ojos entrecerrados, después de meditarlo por un tiempo que a Rosa le pareció infinito, ella empezó a resignarse y pensaba ya en otro modo de saber qué había ocurrido, el viejo rompió el silencio y contestó:
“Mire Rosita, lo que se debe hacer es tomar muchos insectos, todos los que pueda, echarlos en una bolsa de plástico y dejarlos toda la tarde al Sol. Los debemos regañar, decirles que lo que hacen está mal, que se vayan a otro lugar; después, hay que dejarlos al sereno toda la noche y en una cubeta también hay que poner agua a serenar. A las cinco de la mañana, hay que zarandear la bolsa para despertarlos. Ya que estén bien despiertitos hay que echarlos en el agua serenada y dejarlos al Sol toda la mañana; por la tarde, para que no queme el Sol, hay que llevar la cubeta a la parcela y rociar las plantas con el agua. Verá como lueguito los insectos se van solitos.”
A Rosa le sorprendió el ritual, porque, ciertamente, eso parecía cosa de magia. Sin embargo, ella sabía que no era así. Dando las gracias a don Carlos y tomándolo por sorpresa, lo abrazó y se despidió de él.
Rosa estaba decidida a saber qué es lo que ocurría en realidad. Así que tomó algunos insectos de las parcelas y se los llevó al laboratorio de la universidad para investigar y encontrar una explicación científica.
En el laboratorio, Rosa descubrió que cuando los insectos son sometidos a una situación de peligro o estrés, liberan una sustancia química cuya función es alertar a otros de su especie, es decir, una señal de alarma. Dicha sustancia química se dispersa en el agua, esa es la razón por la cual don Carlos ahoga a los insectos en una cubeta con agua, que, al rociarla en la parcela, hace llegar la señal química de alerta y por eso, los insectos abandonaron su parcela.
De este modo, Rosa encontró la explicación científica de algo que parecía mágico. Con esta técnica tradicional sería posible controlar plagas sin recurrir al uso de agroquímicos. Posteriormente, elaboró un reporte científico y publicó el resultado de su investigación, para dar a conocer esta técnica a la comunidad científica. Claro, dando siempre el crédito correspondiente a don Carlos, quien amablemente compartió el conocimiento que le heredaron sus ancestros. Desde entonces, regularmente Rosa visita a don Carlos de quien siguió aprendiendo muchas cosas.
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