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Billete a Svalbard

“14 de mayo de 2023, 8:47 am, comenzamos descongelación” esas fueron las primeras palabras que Cicer pudo escuchar después de haber estado congelado casi 35 años dentro de una lata. Cicer era una semilla de garbanzo guardada con mimo en un banco de germoplasma, tenía en sus genes secretos de épocas pasadas que la hacían única y había sido preseleccionada para viajar al banco mundial de semillas de Svalbard.
Todas las semillas sabían que aquel era un viaje muy importante, no todas tenían la posibilidad de realizar las pruebas de selección y eran muy pocas las que conseguían pasar los duros criterios para viajar hasta la isla de Spitsbergen en Noruega.
Otras habían marchado antes que ella y por fortuna ninguna había tenido que regresar, eso era algo bueno, significaba que el país del que procedían no había sufrido ninguna catástrofe natural, ni conflictos bélicos o actos terroristas por los cuales hubiesen perdido sus semillas, no había que preocuparse por nada pero Cicer estaba nervioso, deseaba cumplir con todos los requisitos para volar hasta el ártico, pero , abandonar aquellas instalaciones en las que había pasado tanto tiempo le generaba cierto temor, se había acostumbrado a su sitio en aquella estantería de la inmensa cámara a -18 °C en el Centro de Recursos Fitogenéticos de Alcalá de Henares, echaría de menos a Zea mays a Triticum aestivum y a Secale cereale , las semillas que ocupaban las latas a su alrededor y que la habían acompañado durante aquellos años de frio y oscuridad.
Svalbard debía ser un lugar idílico para el reposo de las semillas, era el mayor deposito del mundo, más de mil metros cuadrados de fríos almacenes para salvaguardar la biodiversidad de los cultivos de todo el planeta. Capaz de resistir bombas, terremotos, erupciones volcánicas y hasta cortes de suministro eléctrico ya que gracias al permafrost tenían garantizada la temperatura entre -3 y -6 °C.
Una vez que Cicer y sus compañeros de lata se aclimataron a las condiciones ambientales del exterior de la cámara llego el momento de la prueba que podía otorgar a Cicer el billete para su ansiado viaje, el ensayo de germinación. Tenían que saber cuántas semillas eran capaces de afrontar los procesos metabólicos y morfogenéticos que las convertirían en plántulas con el poder de transformarse en plantas adultas.
En el laboratorio de germinación todo estaba dispuesto, Cicer pudo ver como el técnico elegía 400 garbanzos al azar, los separaba en grupos de 50 y los colocaba con cuidado entre hojas de papel absorbente según las normas ISTA, los humedecieron con agua y los transportaron hasta las cámaras de germinación, allí estarían como máximo 8 días, y según había escuchado Cicer, aquello debía parecerse al Caribe, disfrutarían de 8 horas de luz a
30 °C y 16 de oscuridad a 20 °C. En ese tiempo sus compañeros tenían la gran responsabilidad de convertirse en plántulas, si al menos el 85% de ellos lo conseguían el pasaje estaba asegurado, Cicer confió en ellos.
Al cabo de cinco días Cicer esperaba impaciente el resultado del primer conteo de la germinación pero no hubo suerte, tan solo pudo ver como contaban y separaban algunas plántulas mientras que las semillas restantes eran llevadas de nuevo a la germinadora.
Y llego el octavo día, el conteo definitivo, la expectación era máxima y el técnico no tardó en anunciar el dato, 92% de germinación.
Si!!! Lo habían logrado, Cicer ya podía prepararse para el viaje.
Fue todo muy rápido, los técnicos metieron las semillas en unos sobres hechos a medida con tres capas de aluminio, hasta 500 semillas podían viajar en cada uno de ellos según las normas del banco mundial de Svalbard, los sellaron, los colocaron en las cajas de transporte e iniciaron el viaje. En unas pocas horas Cicer estaba en el aeropuerto de Svalbard, donde después de pasar un control de seguridad, para comprobar que solo había semillas en el interior de los sobres, pusieron rumbo hacia el banco.
Cuando por fin llegaron, unos operarios llevaron las cajas al interior, a la Sala del Portal, allí esperaron a que todas las cajas fuesen descargadas y a que la puerta que conectaba con el exterior se cerrase, desde ese punto Cicer fue llevado por el largo túnel bajo la montaña “Platåberget” hasta la cámara de la Aurora Boreal, lugar donde el túnel se ensanchaba para poder entrar en la enorme sala de La Catedral desde la que se accedía a las tres grandes cámaras diseñadas para albergar millones de semillas de todo el mundo que, como Cicer, habían ganado su billete.
Desde ese maravilloso día, Cicer, el garbanzo que vio su deseo cumplido, descansa con sus compañeros en la sala 2 de Svalbard con la esperanza de no volver a ver la luz del sol.

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