Bomva
—Jerry, ¿estás ahí? Espera, sí, ahí estás. Estoy tocando tu brazo.
—Me cuesta mucho hablar estando boca abajo, Jerry. Hay algo que me está aplastando contra el suelo. Algo muy pesado. Y duele al respirar. Mucho.
—No siento mi cuerpo Jerry, pero noto algo líquido en la espalda.
—Jerry, ¿por qué no respondes? ¿Sigues vivo verdad?
—Tengo mucho miedo querido.
—Oh Jerry, no me dejes sola.
5 horas antes
Justo cuando iba a lanzar la última carta que me quedaba, que por tanto me convierte en la ganadora de esta partida del UNO, escucho un gran alboroto fuera de mi habitación. Miro a mis compañeros, Jerry y Erik, para buscar algo de comprensión pero ninguno de los dos parece tampoco entender nada. Decidimos dejar la partida para otro momento y ver qué es lo que tanto tiene agobiada a la gente.
Antes de salir del cuarto, a Erik le llega un mensaje. —Es del subteniente—nos informa—nos quiere en su cuartel—y cambiando drásticamente la expresión—no son buenas noticias.
En el cuartel del subteniente nos hallamos rodeados de un ambiente un tanto abrumador. El enemigo de nuestra patria consigue cada día más territorio de nuestro pequeño país.
La misión a la que nos enfrentamos es clara: bombardear desde una maniobra aérea la plaza en la que se encontraría el cabecilla de nuestros enemigos.
El subteniente nos presenta al científico a cargo del bombardeo. Con una mirada nos indica que es de fiar. Pero últimamente es difícil contar con alguien, puesto que los enemigos tienen a mucha gente comprada. Lo que de verdad me alivia y enorgullece es que confíen en nosotros. Por algo estamos aquí.
Paco, el físico, nos explica detalladamente los pasos que tenemos que seguir para lograr nuestro objetivo. Pero desgraciadamente soy una chica muy despistada, y me pierdo con facilidad en estos asuntos. Menos mal que mis compañeros no son como yo. Solo hay que ver cómo Erik apunta las cosas que dice el científico aun sabiendo que nos iba a dar las explicaciones en papel.
Según las instrucciones que nos trajo Erik: lo primero que tendríamos que hacer es despegar el bombardero y aumentar progresivamente la velocidad hasta llegar a una altura constante de 2000 metros sobre tierra. Según las indicaciones, a esa altura la velocidad tenía que ser de 222.22 m/s. Y una vez conseguida estas medidas, podíamos empezar con lo serio.
El lugar destinado al bombardeo se localiza bastante lejos de aquí, por lo tanto en un par de horas podríamos llegar si no hay ningún percance de por medio. Y respecto a las consecuencias de la explosión, no iban a ser muchas, puesto que el explosivo es de poco alcance superficial.
En el momento en el que el bombardero se encontrara a 5000 metros de la plaza, es cuando teníamos que lanzar la bomba. Y esta, en 20.20 segundos tardaría en tocar el suelo.
O eso es lo que creemos que pasaría.
Hasta que me doy cuenta de que después de la explosión la supuesta plaza está intacta.
Algo está saliendo mal.
Pero ¿cómo si hemos seguido las instrucciones al pie de la letra?
Jerry, con la mente fría, se pone a rehacer los cálculos de las instrucciones y se da cuenta de que los datos que nos había explicado Paco no coincidían con los del plano que trajo Erik. La velocidad tiene que haber sido de 247,5 m/s. Y ahora, por nuestra imprudencia, el enemigo sigue con vida.
El ambiente sigue muy tenso. Ahora todos desconfiamos de todos. ¿Es el científico un traidor, o no será que Erik…?
Jerry nos anuncia que estamos próximos a la pista de aterrizaje.
En el instante en el que tocamos tierra, el avión volaba a 80 m/s. Y yo no puedo evitar pensar en lo mal que habíamos ejecutado la misión. Hasta que mi atención se dirige a Jerry, el que durante un rato se queda paralizado mirando hacia el infinito y de repente se aleja rápidamente del panel de control.
Con un intercambio de miradas es suficiente para mí entender que tenemos a un traidor entre nosotros. Y no lo somos ni él, ni yo.
Erik toma su puesto de piloto, y con un sosiego propio de alguien al que no le importa morir por su patria dice:
—Esta pista es demasiado pequeña. No veis que no mide más de 100 metros. Y la aceleración no sube de 1.5 m/s2, sabiendo que necesitamos un mínimo de 3,2 m/s2 para sobrevivir. Me alegro de haber estropeado los dispositivos de frenado sin que os dierais cuenta—y después de apretar ciertos interruptores, susurra para sí mismo: me temo que nos vamos a estrellar.
—Me cuesta mucho hablar estando boca abajo, Jerry. Hay algo que me está aplastando contra el suelo. Algo muy pesado. Y duele al respirar. Mucho.
—No siento mi cuerpo Jerry, pero noto algo líquido en la espalda.
—Jerry, ¿por qué no respondes? ¿Sigues vivo verdad?
—Tengo mucho miedo querido.
—Oh Jerry, no me dejes sola.
5 horas antes
Justo cuando iba a lanzar la última carta que me quedaba, que por tanto me convierte en la ganadora de esta partida del UNO, escucho un gran alboroto fuera de mi habitación. Miro a mis compañeros, Jerry y Erik, para buscar algo de comprensión pero ninguno de los dos parece tampoco entender nada. Decidimos dejar la partida para otro momento y ver qué es lo que tanto tiene agobiada a la gente.
Antes de salir del cuarto, a Erik le llega un mensaje. —Es del subteniente—nos informa—nos quiere en su cuartel—y cambiando drásticamente la expresión—no son buenas noticias.
En el cuartel del subteniente nos hallamos rodeados de un ambiente un tanto abrumador. El enemigo de nuestra patria consigue cada día más territorio de nuestro pequeño país.
La misión a la que nos enfrentamos es clara: bombardear desde una maniobra aérea la plaza en la que se encontraría el cabecilla de nuestros enemigos.
El subteniente nos presenta al científico a cargo del bombardeo. Con una mirada nos indica que es de fiar. Pero últimamente es difícil contar con alguien, puesto que los enemigos tienen a mucha gente comprada. Lo que de verdad me alivia y enorgullece es que confíen en nosotros. Por algo estamos aquí.
Paco, el físico, nos explica detalladamente los pasos que tenemos que seguir para lograr nuestro objetivo. Pero desgraciadamente soy una chica muy despistada, y me pierdo con facilidad en estos asuntos. Menos mal que mis compañeros no son como yo. Solo hay que ver cómo Erik apunta las cosas que dice el científico aun sabiendo que nos iba a dar las explicaciones en papel.
Según las instrucciones que nos trajo Erik: lo primero que tendríamos que hacer es despegar el bombardero y aumentar progresivamente la velocidad hasta llegar a una altura constante de 2000 metros sobre tierra. Según las indicaciones, a esa altura la velocidad tenía que ser de 222.22 m/s. Y una vez conseguida estas medidas, podíamos empezar con lo serio.
El lugar destinado al bombardeo se localiza bastante lejos de aquí, por lo tanto en un par de horas podríamos llegar si no hay ningún percance de por medio. Y respecto a las consecuencias de la explosión, no iban a ser muchas, puesto que el explosivo es de poco alcance superficial.
En el momento en el que el bombardero se encontrara a 5000 metros de la plaza, es cuando teníamos que lanzar la bomba. Y esta, en 20.20 segundos tardaría en tocar el suelo.
O eso es lo que creemos que pasaría.
Hasta que me doy cuenta de que después de la explosión la supuesta plaza está intacta.
Algo está saliendo mal.
Pero ¿cómo si hemos seguido las instrucciones al pie de la letra?
Jerry, con la mente fría, se pone a rehacer los cálculos de las instrucciones y se da cuenta de que los datos que nos había explicado Paco no coincidían con los del plano que trajo Erik. La velocidad tiene que haber sido de 247,5 m/s. Y ahora, por nuestra imprudencia, el enemigo sigue con vida.
El ambiente sigue muy tenso. Ahora todos desconfiamos de todos. ¿Es el científico un traidor, o no será que Erik…?
Jerry nos anuncia que estamos próximos a la pista de aterrizaje.
En el instante en el que tocamos tierra, el avión volaba a 80 m/s. Y yo no puedo evitar pensar en lo mal que habíamos ejecutado la misión. Hasta que mi atención se dirige a Jerry, el que durante un rato se queda paralizado mirando hacia el infinito y de repente se aleja rápidamente del panel de control.
Con un intercambio de miradas es suficiente para mí entender que tenemos a un traidor entre nosotros. Y no lo somos ni él, ni yo.
Erik toma su puesto de piloto, y con un sosiego propio de alguien al que no le importa morir por su patria dice:
—Esta pista es demasiado pequeña. No veis que no mide más de 100 metros. Y la aceleración no sube de 1.5 m/s2, sabiendo que necesitamos un mínimo de 3,2 m/s2 para sobrevivir. Me alegro de haber estropeado los dispositivos de frenado sin que os dierais cuenta—y después de apretar ciertos interruptores, susurra para sí mismo: me temo que nos vamos a estrellar.
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