Inmortalis
—Señores, señoras, agradezco que acudan a contemplar la creación de una nueva época, un nuevo ser humano. Alguien dijo: “La muerte está tan segura de ganar, que te da una vida de ventaja”. Martin Heidegger confirmó que “la muerte es el acontecimiento esencial en la aventura humana”. ¿Y si eso cambiara? —Mi voz sonaba confiada. Vestía un terno azabache con gemelos platinados y me encontraba en una sala de conferencias, sobre una elevada plataforma caoba—. Turritopsis dohrnii, tardígrado, hydra o Palinurus elephas; ¿saben qué tienen en común? Son animales inmortales. La primera, la “Medusa Inmortal”, comienza siendo una larva llamada pólipo, como el resto de cnidarios, que se agrupa en corales hasta convertirse en medusa. Sin embargo, al detectar una amenaza vuelve a su estado de pólipo, así que no envejece.
»El tardígrado es capaz de reducir su metabolismo al 0,01% cuando detecta peligro, convirtiéndose en una roca sin necesidades hasta que alcanza un ambiente habitable. Si partes a una hydra por la mitad se regenerará, formando dos individuos. Y las langostas aunque mueran por agotamiento generan telomerasa, que impide que los telómeros del ADN se degraden, pues a cada nueva división celular estos se dañan provocando el envejecimiento.
»No es perfecto, pero descubrí que podemos adquirir las capacidades de los tres últimos animales. La de la medusa sería para emergencias, por si algún sistema fallara o acabáramos agotándonos. ¡Seríamos inmortales! —Mientras la sala se sumía en un silencio de expectación, yo preparaba una inyección amberina—. ¡Observad la veracidad de mis palabras!
A la vez que introducía la aguja en mi cuello, por la ventana se aproximaba a gran velocidad una ráfaga de colores anaranjados. Justo en el momento que el líquido recorrió mi aparato circulatorio, algo impactó a unos kilómetros del edificio, y un fulgor cegador me impidió saber más.
Solo necesitaba parar, no tenía que moverme, ni respirar, ni comer. Solo parar.
La luz me cegaba. Retazos de lo ocurrido deambulaban en mi memoria.
El cielo brillaba con un color extraño y los rayos del sol refulgían intensamente. Mi cabeza giraba, y aunque hiciera calor, la temperatura era apta. Cuando miré a los lados vi un pastizal cetrino con una curiosa flora.
Y solitario.
¿Dónde estaban todos?, ¿y el edificio?, ¿dónde me encontraba? Logré levantarme y observar mis alrededores. No era hierba normal, y los árboles parecían de otro planeta. ¿Qué estaba pasando?
Anduve kilómetros o metros, hasta que encontré un cráter que desprendía un calor abrasador. Y, en el centro, una gran roca grisácea del tamaño de una casa. Entonces, ¿aquello de la ventana era un meteorito? La explosión no fue más grande que la bomba de Hiroshima. La naturaleza sobrevivió, y si no había renacido y era habitable. ¿Por qué no había nadie?
Me acerqué al aerolito tapándome el rostro para protegerme del calor que emergía del núcleo de la corteza. Al asomarme observé que había chocado contra rocas de feldespato de potasio.
Al colisionar, el meteorito lo lanzó a la atmósfera, alterándola y provocando la muerte humana. Yo sobreviví, mi cuerpo había interiorizado la capacidad del tardígrado en el momento en el que el meteorito chocó. O incluso la de la hydra, y había una copia igual a mí.
Era la única humana con vida, y jamás moriría.
El mundo había cambiado. ¿Qué iba a hacer?, ¿fue una buena elección? El concepto tiempo se quedó ambiguo, y mi cordura peligraba, así que intenté recrear humanos. Aunque fueran robots. Era la mejor científica de la historia, pero tendría que empezar de cero.
Podría cortarme mis extremidades, pero no sabía si mi cuerpo toleraba la habilidad de la hydra, y si nos reproducíamos asexualmente no habría ningún progreso, seríamos todos idénticos a mí.
Tiempo después me di cuenta que el único inconveniente fue no predecir que duraría más que el planeta. El sol explotó, abarcando la Tierra. Mi metabolismo se redujo y comencé a flotar por el espacio como si fuera una roca, únicamente podía pensar.
Vagué, arrepintiéndome por la ingenuidad y avaricia que me habían llevado a aquella eterna condena, y cuando me cansé de lamentos, reflexioné sobre la humanidad y nuestro pésimo avance. ¿No decía la teoría de la evolución que conforme nos reproducimos nos adaptamos fisiológicamente para progresar como especie?, ¿por qué entonces nos hemos deteriorado tanto?, ¿por qué el humano, el ser más inteligente, nunca lo fue? Crueldad, avaricia, egoísmo… Y al final, ¿para qué sirvió todo?, ¿para qué sirve lo que hacemos? Si el final siempre será el mismo: este final, donde descubrimos que nunca lograremos ser más grandes que el universo, por mucha magnanimidad que creamos poseer.
Queramos o no, moriremos. Si no es de forma natural, acabaremos flotando en el espacio, convirtiéndonos en una parte más de esta materia espacial tan inmensa e infinita como jamás podrá serlo una vida.
»El tardígrado es capaz de reducir su metabolismo al 0,01% cuando detecta peligro, convirtiéndose en una roca sin necesidades hasta que alcanza un ambiente habitable. Si partes a una hydra por la mitad se regenerará, formando dos individuos. Y las langostas aunque mueran por agotamiento generan telomerasa, que impide que los telómeros del ADN se degraden, pues a cada nueva división celular estos se dañan provocando el envejecimiento.
»No es perfecto, pero descubrí que podemos adquirir las capacidades de los tres últimos animales. La de la medusa sería para emergencias, por si algún sistema fallara o acabáramos agotándonos. ¡Seríamos inmortales! —Mientras la sala se sumía en un silencio de expectación, yo preparaba una inyección amberina—. ¡Observad la veracidad de mis palabras!
A la vez que introducía la aguja en mi cuello, por la ventana se aproximaba a gran velocidad una ráfaga de colores anaranjados. Justo en el momento que el líquido recorrió mi aparato circulatorio, algo impactó a unos kilómetros del edificio, y un fulgor cegador me impidió saber más.
Solo necesitaba parar, no tenía que moverme, ni respirar, ni comer. Solo parar.
La luz me cegaba. Retazos de lo ocurrido deambulaban en mi memoria.
El cielo brillaba con un color extraño y los rayos del sol refulgían intensamente. Mi cabeza giraba, y aunque hiciera calor, la temperatura era apta. Cuando miré a los lados vi un pastizal cetrino con una curiosa flora.
Y solitario.
¿Dónde estaban todos?, ¿y el edificio?, ¿dónde me encontraba? Logré levantarme y observar mis alrededores. No era hierba normal, y los árboles parecían de otro planeta. ¿Qué estaba pasando?
Anduve kilómetros o metros, hasta que encontré un cráter que desprendía un calor abrasador. Y, en el centro, una gran roca grisácea del tamaño de una casa. Entonces, ¿aquello de la ventana era un meteorito? La explosión no fue más grande que la bomba de Hiroshima. La naturaleza sobrevivió, y si no había renacido y era habitable. ¿Por qué no había nadie?
Me acerqué al aerolito tapándome el rostro para protegerme del calor que emergía del núcleo de la corteza. Al asomarme observé que había chocado contra rocas de feldespato de potasio.
Al colisionar, el meteorito lo lanzó a la atmósfera, alterándola y provocando la muerte humana. Yo sobreviví, mi cuerpo había interiorizado la capacidad del tardígrado en el momento en el que el meteorito chocó. O incluso la de la hydra, y había una copia igual a mí.
Era la única humana con vida, y jamás moriría.
El mundo había cambiado. ¿Qué iba a hacer?, ¿fue una buena elección? El concepto tiempo se quedó ambiguo, y mi cordura peligraba, así que intenté recrear humanos. Aunque fueran robots. Era la mejor científica de la historia, pero tendría que empezar de cero.
Podría cortarme mis extremidades, pero no sabía si mi cuerpo toleraba la habilidad de la hydra, y si nos reproducíamos asexualmente no habría ningún progreso, seríamos todos idénticos a mí.
Tiempo después me di cuenta que el único inconveniente fue no predecir que duraría más que el planeta. El sol explotó, abarcando la Tierra. Mi metabolismo se redujo y comencé a flotar por el espacio como si fuera una roca, únicamente podía pensar.
Vagué, arrepintiéndome por la ingenuidad y avaricia que me habían llevado a aquella eterna condena, y cuando me cansé de lamentos, reflexioné sobre la humanidad y nuestro pésimo avance. ¿No decía la teoría de la evolución que conforme nos reproducimos nos adaptamos fisiológicamente para progresar como especie?, ¿por qué entonces nos hemos deteriorado tanto?, ¿por qué el humano, el ser más inteligente, nunca lo fue? Crueldad, avaricia, egoísmo… Y al final, ¿para qué sirvió todo?, ¿para qué sirve lo que hacemos? Si el final siempre será el mismo: este final, donde descubrimos que nunca lograremos ser más grandes que el universo, por mucha magnanimidad que creamos poseer.
Queramos o no, moriremos. Si no es de forma natural, acabaremos flotando en el espacio, convirtiéndonos en una parte más de esta materia espacial tan inmensa e infinita como jamás podrá serlo una vida.
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