Maldición de los Dioses
El arqueólogo había llegado a El Cairo, Egipto, buscando respuestas. Los dioses antiguos siempre habían fascinado a este hombre y por fin se había decidido a explorar la tierra de estos seres sumamente divinos.
Las ruinas de las antiguas pirámides habían sido su hogar durante años. Cada día, el arqueólogo se adentraba más y más en el interior de aquellas tumbas antiguas, explorando los pasillos y las salas, que habían sido la última morada de los faraones egipcios y sus seguidores.
La oscuridad, el silencio y el polvo impregnado en su piel y en su ropa todo el tiempo, hacían que el arqueólogo sintiera una mezcla de emoción y miedo.
Pero después de tres años de búsqueda, finalmente, encontró lo que había estado buscando: una puerta sellada con imágenes de varios dioses con sus brazos extendidos alrededor de ella. ¿Qué podía estar escondido tras esa puerta?
A pesar de sus temores, el arqueólogo no pudo resistirse a la oportunidad de investigar. Con un deseo obsesivo en su mente y en su corazón, empujó la puerta y entró en la habitación oculta detrás de ella.
Fue recibido por una oscuridad negra como la noche, tan espesa que parecía que podía envolverlo completamente. Pero entonces, algo sucedió. La sala se llenó de un polvo dorado que bailaba a su alrededor. Y en la distancia, muy al final de la sala, había una formación muy extraña: una gran estela de piedra tallada, que llamaba su atención.
Cuando se acercó, pudo distinguir las imágenes que estaban frente a él: rostros de dioses egipcios que parecían mirar fijamente al arqueólogo. Pero de pronto, las imágenes en la estela empezaron a moverse, y las voces de los dioses egipcios comenzaron a llenar el ambiente. El arqueólogo se tambaleó por la sorpresa y el temblor.
Un dios en particular, Set, parecía ser el más enfurecido. El arqueólogo no entendía el egipcio antiguo, pero pudo ver la rabia en el rostro del dios. Era una mirada como ninguna otra que hubiera visto nunca. Set llamaba su atención, y el arqueólogo se acercó lentamente a la estela grabada. Tenía la sensación de que algo muy malo estaba a punto de ocurrir.
De repente, Set comenzó a moverse de forma tenebrosa, y el arqueólogo no pudo evitar fijar sus ojos en la cabeza del dios. Fue entonces cuando se dio cuenta de que esta cabeza se había movido independientemente del resto del cuerpo.
La cabeza de Set, con sus brillantes ojos rojos, ahora estaba frente al arqueólogo, moviéndose de un lado a otro, y enviando una mirada directa de amenaza. El miedo corrió por la columna vertebral del arqueólogo, haciendo que se desmayara y cayera al suelo.
Cuando recobró la consciencia, el arqueólogo se encontró en la tumba de un faraón. El dios Set todavía estaba en su conciencia, hablando con una voz que parecía ahogada y distorsionada, el arqueólogo empezó a comprender que su presencia había invocado una maldición.
La mirada de Set lo había condenado a estar encerrado en la tumba por toda la eternidad, y cada vez que trataba de escapar, la ira de Set caía sobre él, castigándolo severamente.
El arqueólogo se convirtió en un guardián de la tumba ,viviendo cada día en una eterna agonía, pero al poco tiempo perdió la noción del tiempo, encerrado dentro de aquella sala, en cuyo interior junto con la momia del faraón fue condenado a una vida de soledad y obsesión, incapaz de escapar de aquellos dioses a los que tanto había admirado.
Las ruinas de las antiguas pirámides habían sido su hogar durante años. Cada día, el arqueólogo se adentraba más y más en el interior de aquellas tumbas antiguas, explorando los pasillos y las salas, que habían sido la última morada de los faraones egipcios y sus seguidores.
La oscuridad, el silencio y el polvo impregnado en su piel y en su ropa todo el tiempo, hacían que el arqueólogo sintiera una mezcla de emoción y miedo.
Pero después de tres años de búsqueda, finalmente, encontró lo que había estado buscando: una puerta sellada con imágenes de varios dioses con sus brazos extendidos alrededor de ella. ¿Qué podía estar escondido tras esa puerta?
A pesar de sus temores, el arqueólogo no pudo resistirse a la oportunidad de investigar. Con un deseo obsesivo en su mente y en su corazón, empujó la puerta y entró en la habitación oculta detrás de ella.
Fue recibido por una oscuridad negra como la noche, tan espesa que parecía que podía envolverlo completamente. Pero entonces, algo sucedió. La sala se llenó de un polvo dorado que bailaba a su alrededor. Y en la distancia, muy al final de la sala, había una formación muy extraña: una gran estela de piedra tallada, que llamaba su atención.
Cuando se acercó, pudo distinguir las imágenes que estaban frente a él: rostros de dioses egipcios que parecían mirar fijamente al arqueólogo. Pero de pronto, las imágenes en la estela empezaron a moverse, y las voces de los dioses egipcios comenzaron a llenar el ambiente. El arqueólogo se tambaleó por la sorpresa y el temblor.
Un dios en particular, Set, parecía ser el más enfurecido. El arqueólogo no entendía el egipcio antiguo, pero pudo ver la rabia en el rostro del dios. Era una mirada como ninguna otra que hubiera visto nunca. Set llamaba su atención, y el arqueólogo se acercó lentamente a la estela grabada. Tenía la sensación de que algo muy malo estaba a punto de ocurrir.
De repente, Set comenzó a moverse de forma tenebrosa, y el arqueólogo no pudo evitar fijar sus ojos en la cabeza del dios. Fue entonces cuando se dio cuenta de que esta cabeza se había movido independientemente del resto del cuerpo.
La cabeza de Set, con sus brillantes ojos rojos, ahora estaba frente al arqueólogo, moviéndose de un lado a otro, y enviando una mirada directa de amenaza. El miedo corrió por la columna vertebral del arqueólogo, haciendo que se desmayara y cayera al suelo.
Cuando recobró la consciencia, el arqueólogo se encontró en la tumba de un faraón. El dios Set todavía estaba en su conciencia, hablando con una voz que parecía ahogada y distorsionada, el arqueólogo empezó a comprender que su presencia había invocado una maldición.
La mirada de Set lo había condenado a estar encerrado en la tumba por toda la eternidad, y cada vez que trataba de escapar, la ira de Set caía sobre él, castigándolo severamente.
El arqueólogo se convirtió en un guardián de la tumba ,viviendo cada día en una eterna agonía, pero al poco tiempo perdió la noción del tiempo, encerrado dentro de aquella sala, en cuyo interior junto con la momia del faraón fue condenado a una vida de soledad y obsesión, incapaz de escapar de aquellos dioses a los que tanto había admirado.
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