La punta del iceberg
Trabajo toda la noche con mis pacientes sin vida. A veces, es difícil descifrar por qué ya no respiran o por qué ya no les late el corazón como es debido. En eso consiste mi trabajo, en el enigma de cada una de las personas que observo frente a mí. Me gusta pensar en cuál fue su historia y por qué acabó. Me cuesta pensar en otra vida que no sea la mía.
—«Joe Evans»– leí –«Se encuentra un sujeto masculino de mediana edad sin vida en el asiento conductor de un coche accidentado en medio de la autopista.»
Y entonces me puse a hacer mi trabajo. Le examiné entero. Primero empecé por la cabeza: tenía un buen corte acompañado con un moratón en la parte izquierda de la frente. Es probable que se golpeara contra el volante a causa del impacto. Seguí por los ojos y la nariz, que no parecían tener ninguna herida grave. Seguí examinándole cuerpo abajo pero solo encontré pequeños cortes con cristales incrustados que debieron ser de las ventanas rotas del coche. Deduje que su causa de muerte pudo ser un derrame cerebral.
Lo más importante en ese caso era el cerebro, así que me dirigí al otro extremo de la sala y deslicé una máquina. Esta máquina estaba compuesta por una especie de casco, una pantalla y cables: la "cerementografía". Coloqué el casco encima de su cabeza y observé la pantalla. Observé con curiosidad su cerebro, pero no vi señales de ningún derrame cerebral así que pensé que pudo haber perdido mucha sangre por las heridas y es por eso que no sobrevivió. Sin embargo, no vi que ninguna de las heridas –especialmente la de la frente– fuera tan profunda como para causar la muerte tan rápida.
Observé de nuevo con detenimiento la pantalla donde se mostraba el cerebro de Evans. Sentí cómo me recorría un escalofrío de desconfianza por todo el cuerpo cuando amplié bien la imagen de la pantalla para ver mejor el suceso. En la parte trasera de su cerebro, en el lóbulo occipital, se identificaban varias líneas de un color oscuro. Esas líneas parecían mini tentáculos, como si algo externo se estuviera alimentando de ello. Bajé más la mirada hasta ver que había más tentáculos que se juntaban todos en una especie de nido que formaba algo sólido.
Sin pensármelo dos veces corrí a coger un bisturí y le abrí la nuca con un solo corte. Rebusqué con las pinzas de metal por dentro hasta que encontré lo que buscaba: la pieza sólida. Me costó sacarla porque los tentáculos se habían agarrado con fuerza hasta que los arranqué. Los tentáculos se reincorporaron a la pieza en cuanto dejaron de estar en contacto con el cuerpo. La pieza era pequeña, tenía forma octogonal y en el centro tenía un símbolo curioso. Lo miré bien y me di cuenta de que era un rombo con dentro un infinito. Me dirigí hacia mi ordenador, busqué por internet algo sobre esta pieza extraña hasta que encontré una página web llamada “internetsinlimites.com” que decía: «Lo que el gobierno no quiere que sepas: los chips y las IA, ¿nueva plaga? Te explico cómo funciona». ¿Y si, lo que tenía entre mis manos era una especie de chip? Sonaba prometedor así que entré en la página.
«En estos últimos años se han creado nuevos dispositivos. Aquí hablamos de los famosos chips que se han hecho famosos por televisión. Estas piezas que parecen de juguete en realidad son chips que, aunque parezca imposible, contienen inteligencia artificial. Ha sido creada para introducírselo a los ordenadores y optimizarlos para garantizar un mejor funcionamiento. ¿Pero, qué pasaría si se lo introdujéramos a un ser humano? Bueno, no se sabe todavía, aunque se rumorea que los científicos están haciendo pruebas y no sabemos si tendremos su respuesta pronto. Sin embargo, aquí tenemos una teoría lógica: la unidad podría introducirse en la parte trasera del cerebro, en el lóbulo occipital, parte del cerebro que se encarga de la visión. Esto provocaría que el individuo viera cosas más avanzadas y es probable que pudiera imaginarse a una persona representando la “IA”. Esta persona puede ser diferente, depende de cada uno. Esto le proporcionaría al individuo una mayor capacidad de visión e información.»
Dejé de leer el blog para fijarme en la fotografía de abajo. La pieza que se mostraba en la fotografía era igual a la que acababa de extraer. Y entonces me di cuenta de que no había muerto por el accidente. Él había muerto mientras conducía por llevar esa cosa en el cerebro y como dejó de responder ante el volante, tuvo un accidente. Pero, ¿por qué murió exactamente? ¿Cómo se introdujo ese chip? Y, sobre todo, ¿Qué es lo que se siente tener eso puesto? Solo hay una forma de averiguarlo.
—«Joe Evans»– leí –«Se encuentra un sujeto masculino de mediana edad sin vida en el asiento conductor de un coche accidentado en medio de la autopista.»
Y entonces me puse a hacer mi trabajo. Le examiné entero. Primero empecé por la cabeza: tenía un buen corte acompañado con un moratón en la parte izquierda de la frente. Es probable que se golpeara contra el volante a causa del impacto. Seguí por los ojos y la nariz, que no parecían tener ninguna herida grave. Seguí examinándole cuerpo abajo pero solo encontré pequeños cortes con cristales incrustados que debieron ser de las ventanas rotas del coche. Deduje que su causa de muerte pudo ser un derrame cerebral.
Lo más importante en ese caso era el cerebro, así que me dirigí al otro extremo de la sala y deslicé una máquina. Esta máquina estaba compuesta por una especie de casco, una pantalla y cables: la "cerementografía". Coloqué el casco encima de su cabeza y observé la pantalla. Observé con curiosidad su cerebro, pero no vi señales de ningún derrame cerebral así que pensé que pudo haber perdido mucha sangre por las heridas y es por eso que no sobrevivió. Sin embargo, no vi que ninguna de las heridas –especialmente la de la frente– fuera tan profunda como para causar la muerte tan rápida.
Observé de nuevo con detenimiento la pantalla donde se mostraba el cerebro de Evans. Sentí cómo me recorría un escalofrío de desconfianza por todo el cuerpo cuando amplié bien la imagen de la pantalla para ver mejor el suceso. En la parte trasera de su cerebro, en el lóbulo occipital, se identificaban varias líneas de un color oscuro. Esas líneas parecían mini tentáculos, como si algo externo se estuviera alimentando de ello. Bajé más la mirada hasta ver que había más tentáculos que se juntaban todos en una especie de nido que formaba algo sólido.
Sin pensármelo dos veces corrí a coger un bisturí y le abrí la nuca con un solo corte. Rebusqué con las pinzas de metal por dentro hasta que encontré lo que buscaba: la pieza sólida. Me costó sacarla porque los tentáculos se habían agarrado con fuerza hasta que los arranqué. Los tentáculos se reincorporaron a la pieza en cuanto dejaron de estar en contacto con el cuerpo. La pieza era pequeña, tenía forma octogonal y en el centro tenía un símbolo curioso. Lo miré bien y me di cuenta de que era un rombo con dentro un infinito. Me dirigí hacia mi ordenador, busqué por internet algo sobre esta pieza extraña hasta que encontré una página web llamada “internetsinlimites.com” que decía: «Lo que el gobierno no quiere que sepas: los chips y las IA, ¿nueva plaga? Te explico cómo funciona». ¿Y si, lo que tenía entre mis manos era una especie de chip? Sonaba prometedor así que entré en la página.
«En estos últimos años se han creado nuevos dispositivos. Aquí hablamos de los famosos chips que se han hecho famosos por televisión. Estas piezas que parecen de juguete en realidad son chips que, aunque parezca imposible, contienen inteligencia artificial. Ha sido creada para introducírselo a los ordenadores y optimizarlos para garantizar un mejor funcionamiento. ¿Pero, qué pasaría si se lo introdujéramos a un ser humano? Bueno, no se sabe todavía, aunque se rumorea que los científicos están haciendo pruebas y no sabemos si tendremos su respuesta pronto. Sin embargo, aquí tenemos una teoría lógica: la unidad podría introducirse en la parte trasera del cerebro, en el lóbulo occipital, parte del cerebro que se encarga de la visión. Esto provocaría que el individuo viera cosas más avanzadas y es probable que pudiera imaginarse a una persona representando la “IA”. Esta persona puede ser diferente, depende de cada uno. Esto le proporcionaría al individuo una mayor capacidad de visión e información.»
Dejé de leer el blog para fijarme en la fotografía de abajo. La pieza que se mostraba en la fotografía era igual a la que acababa de extraer. Y entonces me di cuenta de que no había muerto por el accidente. Él había muerto mientras conducía por llevar esa cosa en el cerebro y como dejó de responder ante el volante, tuvo un accidente. Pero, ¿por qué murió exactamente? ¿Cómo se introdujo ese chip? Y, sobre todo, ¿Qué es lo que se siente tener eso puesto? Solo hay una forma de averiguarlo.
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