¡Cuidado maestra!
La maestra Isabel camina todos los días desde su casa hasta el colegio. A paso ligero transcurre 2,5 Kilómetros. El médico le recomendó esta opción al ver que sus piernas mostraban señales de cansancio. ¡Claro! Como algunas maestras, prefiere estar de pie por muchas horas. Su grupo de estudiantes así la describen: “la profe es un trompito, da muchas vueltas”, “está atenta a todo, se acerca a ti cuando te ve triste”, “ella no pasa indiferente ante alguna mueca de duda”.
La maestra estudió las opciones para su traslado. Por el subterráneo era imposible. Esperaba más de 30 minutos el vagón y, por lo general, cuando los abordaba se encontraba con una sorpresa calurosa. No tenían aire acondicionado. Con la concentración de numerosos usuarios aumentaba la temperatura y rápidamente sudoraba. La distancia entre personas era menos de 10 cms. Imagínense esa escena. Cuando llegaba a la escuela siempre la veíamos consumir mucha agua y un poco agotada. Aún así, no descuidaba su presentación. Con cierto disimulo la observábamos mientras arreglaba cuidadosamente su traje.
La camisa blanca, la falta larga y los zapatos negros forman parte de una tradición de sus antepasados de maestras. Le dan comodidad y confort, así puede compararse con un trompito al estar muy activa caminando de un lugar a otro. Y ¿cuáles zapatos usa? ¿de goma? No, de medio tacón (2 cms). Le da equilibrio entre la parte delantera y el hueso del talón.
Gracias al uso de Google Maps Isabel revisó las calles, escogió la vía en forma de hipotenusa para llegar más rápido. ¿Lo recuerdan? Aquella clase de Matemática en la cual nos hablaron de Pitágoras. Esa fórmula la aplica diariamente. Más allá de disfrutar su uso, también ha aprendido a cuidarse de aquellas conchas de cambur, dispuestas en el piso que, de forma irresponsable algún consumidor olvida.
El viernes de la semana pasada mientras iba en el coche de mi papá la vi. Ella estaba cantando, extasiada con los aromas de frutas y colores del local de la esquina. Se resbaló, al tiempo que grité: ¡Cuidado maestra! Inmediatamente acudieron a mi llamado unos señores y la ayudaron a estabilizarse. La maestra Isabel había perdido el equilibrio, ya no estaba su cuerpo en forma vertical, se acercaba al piso. Ella un poco apenada se ruborizó. A mí también me sucede eso. ¡Claro! ¡Por motivos diferentes! Cuando hago alguna travesura en clases y me llaman, siento cómo mis mejillas comienzan a hervir. Leí en Internet que es algo natural, le sucede a muchos animales, solo que a nosotras nos ha pasado porque estamos conscientes del impacto de nuestras acciones. La maestra pudo caerse y lastimarse.
Así que querida maestra, siga caminando. Conoce más esta ciudad que muchos geógrafos y urbanistas. La saludan con respeto y no deja de llegar puntual al colegio.
¡Pechos fuera!
Extraño esto de la memoria. ¿Sabéis que cuando recordamos una experiencia en realidad estamos recordando la última vez que la recordamos y no la experiencia como tal? Y cada vez que esto ocurre, el cerebro añade o elimina cosas. Inventa. Crea recuerdos nuevos. Recuerdos falsos que nunca sucedieron. Lo hace utilizando información nueva obtenida a posteriori y al respecto, sin importar su veracidad. Por eso tanta gente recuerda vívidamente cómo Afrodita A gritaba con vehemencia aquello de: «¡Pechos fuera!», a pesar de que nunca lo dijo. Este hecho se conoce popularmente como «Efecto Mandela».
La cuestión es: ¿se puede utilizar esta característica de la memoria para inducir recuerdos falsos a una persona para manipularla y que haga algo concreto? No está demostrado que así sea, pero os contaré una historia que sucedió hace algunos años y podréis juzgar por vosotros mismos:
La protagonizó una pareja que discutió todos los días durante casi dos meses. Muy típico, lo sé. De hecho, el motivo era igual de tópico: ella, Ester, farmacéutica, le había sido infiel a él, Eduardo, psicólogo con gabinete propio. El tercero en discordia era Julián, el mejor amigo de la infancia de Eduardo y abogado de la familia. En conjunto, un cliché. Pero lo relevante, lo verdaderamente interesante de esta historia es lo que sucedió después.
El gabinete de psicología de Eduardo gozaba de buena reputación y él estaba bien considerado en su campo. Le gustaba su trabajo. Le apasionaba. Y en esos días de poderosos sentimientos de traición y decepción fue un punto de apoyo importante para mantenerse centrado y no hacer una locura. ¡Qué paradójico! Hasta el día en que uno de sus pacientes, Manuel, asistió a su terapia con una historia tan tentadora como para corromper el alma de un hombre intachable.
Manuel tenía problemas para controlar la ira. Vivía en un estado de agresividad permanente que aquel día desapareció. Se mostró ciertamente apático, taciturno y el motivo fue la muerte de un amigo el día anterior. Más concretamente la carta que este dejó antes de suicidarse, y es que él, Manuel, después de leerla, pensaba que a su amigo le habían inducido recuerdos de hechos que nunca ocurrieron.
La carta hacía referencia a cierta noche de juerga y en ella se disculpaba por haber bebido en exceso, por haber conducido después en ese estado y, sobre todo, por el accidente que tuvo después en el que murió un amigo que le acompañaba. No podía soportar la culpa y, bueno, ya sabéis. Una carta muy común, para el caso, salvo por tres detalles:
Su amigo no bebía.
Tampoco conducía, ni siquiera tenía carné.
Y en la carta se mencionaba el nombre del amigo que murió en el accidente: Era el propio Manuel.
Eduardo había prestado atención con interés para no perder detalle y había tomado notas de todo como era su costumbre. Aquella revelación hizo saltar un resorte en su interior: acababa de decidir que usaría esa idea en su propio beneficio. Entonces se mostró frío y calculador y empezó a añadir notas en páginas de sesiones anteriores de Manuel a escondidas. Después se dirigió a él maquiavélicamente.
Eduardo sostuvo que si tal cosa era posible, la de inducir recuerdos falsos, existía la posibilidad de que la historia que le había contado sobre el suicidio y la carta fuese un recuerdo falso inducido y que su amigo, en realidad, estuviese vivo. Para reforzar esa idea fingió que Manuel había estado teniendo problemas de memoria porque hacía algunas sesiones le había contado que su mujer le engañaba con un tal Julián «nosequé», abogado de «nosecuantos», y después lo había olvidado. Luego le mostró las notas que acababa de añadir momentos antes, haciéndolas pasar por antiguas y que hacían referencia a esa supuesta infidelidad.
Manuel despotricó y maldijo recuperando su agresividad y las palabras matar y cabrón se repitieron varias veces.
Eduardo trabajó en esos recuerdos falsos durante varias sesiones aportando pruebas cada vez más sofisticadas que Manuel nunca cuestionó. Dos semanas después, Julián, el abogado de Eduardo y Ester, fue hallado muerto en el portal de su casa. Le golpearon violentamente hasta morir.
Si después de esta historia habéis concluido que sí es posible inducir recuerdos falsos debéis asumir que quizás Eduardo nunca discutió con su esposa. Puede que nunca estuviese casado. Quizás, incluso, ni siquiera fuese psicólogo y Manuel nunca existiera. Tal vez todo ello sea un recuerdo que alguien creó para mí y en realidad no sucedió.
O tal vez recuerdes haber leído este relato que nunca, nadie ha escrito y, por lo tanto, no existe.
Y puede que recuerdes haber leído la frase anterior y haber deslizado los ojos hacia arriba para comprobar que sí que existe. Pero eso también es un recuerdo de algo que nunca ha ocurrido.
¿Cuál es la pregunta?¿Qué es la pregunta?
“Quiero saber más. Porque siempre siento que me golpeo con resquicios de la información importante. Algo parecido debió pasarle a Augusta Pelayo cuando buscaba las causas del deterioro de sus preciosas plantas de jardin.” Estas son las palabras de una de las alumnas más prometedoras en el campo de las matemáticas aplicadas de la Univesidad de Berkley.
Al cabo de los años la pregunta se combirtió, mutó, regeneró: ¿Qué más quiero saber?
Montones de campos se levantaban ante sus ojos , excitaban sus oídos o fascinaban sus pensamientos. ¡Qué desdicha la del tiempo! Nunca podría aprenderlo todo o al menos no se había podido hasta ahora. ¿Habría una forma de hacerlo?, ¿cuáles serían las consecuencias?.
El tiempo, el acceso restringido a la información científica y sus limitaciones como ser humano le obsesionaron más y más a la vez que su temor por escoger la opción equivocada. Nunca tubo muy claro hacia qué campo científico dedicar sus esfuerzos. Cada cierto tiempo sus pensamientos la confundían y sus sensaciones variaban vertiginosamente.
Sin embargo, pronto se dio cuenta de problemas estructurales en el funcionamiento de la sociedad. Problemas más importantes que los suyos.Y es que, a pesar de la ciencia, su comunidad, sus avances, no siempre se tenían en cuenta a la hora de tomar decisiones.
En resumen, una de las alumnas más prometedoras de la Universidad de Berkley no sabía que decisión tomar y los agentes poderosos de la sociedad tomaban sus decisiones sin tener en muy en cuenta a la ciencia.
¿De qué servían todas esos datos si nunca se atenderían? Fue entonces cuando cambió su pregunta, ¿cómo superar la frustración de una verdad no escuchada? Si ella podía hacer algo, nadie lo sabía y, menos aún, ella misma.
Sabía que tenía que imaginarlo primero para poder encontrar su solución. Y, todo ello, sin olvidar que no era más que una persona. Ahí estaba, debía buscar, animar a otros a moverse para una sociedad en la que los hallazgos científicos, tanto los pequeños como los más rimbombantes, eran escuchados o al menos tenidos en cuenta. Pero, ¿acaso tenía ella madera de líder? O si en lugar de ello escribía un libro, un buen libro, o una canción. Decían que la música unía a la gente.
Por el momento, lo que haría sería convertirse en una ciudadana informada y, si le faltaba información, encontraría la manera de acceder a ella.
¿QUÉ PROBLEMAS OCASIONA LA ALTERACIÓN DE LOS ECOSISTEMAS?
¿QUÉ PROBLEMAS OCASIONA LA ALTERACIÓN
DE LOS ECOSISTEMAS?
Los seres humanos, además de extraer recursos y liberar residuos alteramos y ocupamos amplios territorios, transformando o destruyendo sus ecosistemas originales con nuestras acciones como: ubicar infraestructuras, industrias, vías de comunicación…etc.
Estas actividades provocan una serie de problemas que alteran los ecosistemas como:
La contaminación: Este factor afecta a todos los ecosistemas existentes. Hoy en día muchos de los productos que consumimos y las industrias que los producen generan contaminación, bien directa por su producción o bien indirecta. El plástico ha inundado literalmente nuestras vidas, sobre todo ha dañado la vida marina. Convivimos a diario con la contaminación atmosférica, debido al tráfico y a las emisiones de las industrias. La contaminación atmosférica ha causado varios problemas en el medioambiente y enfermedades respiratorias.
Las alteraciones por acción humana: Son más peligrosas , si se prolongan por mucho tiempo y en grandes extensiones, generalmente son irreversibles por la extinción de especies que se ha producido y por la alteración del ambiente. La actividad pesquera, si no tiene como base el manejo racional del recurso, puede producir trastornos graves y hasta alterar el equilibrio ecológico y comprometer la productividad de los ecosistemas, como la sobrepesca.
El exceso de turismo: Realmente es un problema global. Puede tener un impacto múltiple. La industria internacional de cruceros, deja a miles de pasajeros diariamente en los puertos de su destino. Aunque aportan relativamente poco a las comunidades locales, la actividad de los cruceros crea una contaminación física y visual. Amsterdam quiere tomar medidas directas para evitar esto, prohibiendo alquileres a corto plazo y dirigiendo a los pasajeros de cruceros fuera del centro de la ciudad.
Estos problemas han influido en la gran pérdida de biodiversidad, durante estos últimos años se han extinguido varias especies :
El guacamayo azul: ¡Hola! Soy un ave que aparecía en la película animada “Río”. Ya solo me podréis ver en películas… porque ya no existo, me extinguí. Fui extinguido en Brasil en el año 2000 debido a mi forma salvaje a causa de la deforestación en mi entorno. Como ya sabréis , la deforestación se puede producir por causas naturales o por actividades a causa del ser humano. El proceso consiste en despojar un terreno forestal de sus plantas y árboles, es decir, de su vegetación. Esto se debe a la tala de árboles masiva o descontrolada. Los bosques cumplen valiosas funciones en la naturaleza y perderlos es muy perjudicial para el medioambiente, ya que como consecuencia de la pérdida de bosques y selvas, se modifica el ciclo del agua y las temperaturas a nivel global. Por lo tanto, es muy peligroso para los ecosistemas.
El sapo dorado: Yo soy otra de las especies extinguidas. Habitaba en las charcas del bosque Monteverde en Costa Rica. Respecto a mi apariencia podréis observar que soy un anfibio. Me extinguí porque fui víctima del calentamiento global. El calentamiento global , es un aumento de temperatura media de la superficie terrestre, considerado como un síntoma y una consecuencia del cambio climático. Los gases de efecto invernadero actúan de manera similar al techo de vidrio de un invernadero, atrapando el calor y recalentando el planeta. El aumento de las temperaturas, conduce al cambio climático que incluye efectos como el aumento del nivel del mar, cambios en los modelos de precipitación que producen inundaciones y sequías. Estos cambios climáticos en mi hábitat, alteraron el ecosistema y no me reproducí nunca más.
La foca monje del Caribe: Yo soy un mamífero marino que solía nadar por las corrientes del Golfo de México hasta que fui declarado extinto en 2008. Pero ya había sido clasificada en peligro de extinción en 1967. Mi desaparición se debe a causas humanas. Los seres humanos que cazaban a esta dócil criatura como yo para investigación o alimentación, dejaron su población insostenible, dicen los biólogos, y advierten que las próximas podrían ser las focas monje de Hawaii y del Mediterráneo.
Supongo que no lo sabréis, pero fui descubierta durante el segundo viaje de Cristóbal Colón en 1494, llegué a tener una población de 250 mil individuos, pero por mi mansedumbre era una presa muy fácil para los cazadores, fui cazada por la industria pesquera para obtener mi piel y grasa y comerciar con ellas.
La conclusión, es que debemos proteger los ecosistemas sino queremos que sigan desapareciendo especies. Tanto nosotros como los gobiernos de diferentes países , pueden actuar contra esto. Algunas de las medidas que podemos tomar : evitar la caza discriminada, muchas veces se realiza caza para conseguir pieles para ropa, algo innecesario. Debemos racionar las compras y el consumo, evitar la tala de árboles y evitar tirar basura en los ríos, lagos y mares. Utilizar solo el agua necesaria y concienciar a la gente, porque con pequeñas medidas , se puede conseguir mucho.
¿Qué tal el trabajo hoy?
“¿Qué tal el trabajo hoy?”, preguntó Jordi de forma casual mientras se sentaba a la mesa. Adela ya estaba dando cuenta de la crema de verduras. De tanto en tanto, miraba distraída por encima de la barandilla del balcón. En el parque, grupos de gente apuraban los últimos rayos de sol del día. Había más gente que antes de la pandemia. O quizás antes se fijaba menos.
“Pues mira: he estado trabajando desde las nueve de la mañana hasta hace un rato, solo he parado para comer, y es como si no hubiera hecho nada en absoluto. Nada. No he avanzado ni un puto milímetro. No funciona”. No dijo nada de eso, sino que se encogió de hombros. “Bah”, murmuró, y tragó otra cucharada, mientras sentía cómo le volvía el mal humor.
“¿El código no funciona?”, aventuró Jordi tras un par de segundos.
“El código no funciona”.
“Ya, pero ¿cómo sabes que no funciona?”.
En realidad era una buena pregunta, porque había ocasiones en que no era fácil saberlo. Pero esta no era una de esas ocasiones. “Porque cuando el ordenador ejecuta el programa obtiene números absurdos: ceros, infinitos…”
“Y eso está mal, claro”.
Adela le devolvió una sonrisa burlona. “Se supone que mi código calcula el ritmo al que produciría energía un reactor de fusión por confinamiento magnético. Y no, esa cantidad no puede ser ni cero ni infinito. Hay algo mal.”
“¿No será que has hecho un descubrimiento para los Nobel?”. Jordi solo trataba de animarla, pero Adela llevaba años oyendo ese tipo de bromas, y siempre le habían incomodado un poco. Sabía perfectamente por qué: aunque desde pequeña había sido la primera de la clase, eso se había acabado en cuanto empezó el doctorado. La ciencia de verdad era otra liga, y precisamente hoy era uno de esos días que se lo recordaban. Forzó una sonrisa de compromiso.
“¿Y qué es lo que está mal?”
Ese era el problema, claro, que no lo sabía. Había repasado el código una veintena de veces, archivo por archivo, línea por línea, y no veía nada mal. Estaba bien escrito. ¡Estaba bien! Por supuesto, sabía perfectamente que eso no era cierto: el ordenador no tenía voluntad propia, y se limitaba a ejecutar una tras otra las líneas del código que ella había programado. Si el resultado era ridículo, el ordenador no era el culpable… Esta era la primera lección que una aprendía en la asignatura de física computacional. Más adelante, ya durante el doctorado, su supervisor se la había recordado divertido en alguna ocasión. Apartó aquel recuerdo inoportuno. “No sé que está mal. Si lo supiera, lo arreglaría”, respondió. Automáticamente lamentó haber sido tan hosca.
“¿No puedes pedir ayuda a alguien?”. Jordi no era de los que desanimaban fácilmente. Además, la conocía bien y sabía que le costaba apoyarse en otros.
Negó con la cabeza. “Si fuera algo de la física, o de las ecuaciones, quizás. Pero no es eso: hay algún error en las tripas del código, y solo yo conozco esos detalles. Si alguien puede encontrar el error, soy yo”. Al momento fue consciente de cuál era el corolario: si ella no podía encontrar el error, nadie podía. Podía tirarse así meses. O años. Suspiró imperceptiblemente, o eso creía haber hecho.
“¿Qué?”, preguntó Jordi, que había captado el gesto.
“Nada”.
“Bueno, cariño”, prosiguió Jordi tras un instante, “siempre dices lo mismo y al final te acabas desatascando”.
“Pues sí”. Y Adela se vio obligada a enfrentarse a la idea que había estado rondando su mente. Efectivamente, siempre estaba igual, siempre atascada. Se pasaba semanas, a veces con sus fines de semana, buscando un problema. Cuando finalmente lo solucionaba, era para encontrarse con otro, y vuelta a empezar. ¿Eso era normal? Racionalmente, sabía que sí, que lo era, pero no podía dejar de pensar que en sus viajes de trabajo y conferencias se había cruzado con investigadores que parecían llevar una vida más relajada que ella. “A ver”, se dijo, “no todo el mundo trabaja en un código que puede suponer un salto adelante en el diseño de reactores de fusión”. En realidad sabía que ese era un pensamiento injusto, que lo suyo era una parte minúscula de un esfuerzo colectivo y que, en el mejor de los casos, ella estaría contribuyendo con un salto pequeñito. Pero la sensación que le producía era agradable, así que se agarró a ella igualmente. Además, siguió meditando, mientras saltaba de problema en problema le seguían pagando todos los meses. El balcón soleado en que cenaba con su marido era en parte resultado de ello. Se acordó entonces de los planes que tenían preparados para el fin de semana.
“Oye”, concluyó Jordi sonriendole, “nadie dijo que conseguir la fusión sería fácil, ¿no?”.
“No”, repondió Adela, sintiendo que le había vuelto el buen humor.
¿QUIÉN SE HA COMIDO MI QUESO?
Intuyo que los científicos irán desapareciendo, poco a poco, conforme avancen los recortes. Se cansarán de recorrer el laberinto de pasillos, tocando a todas las puertas y que no se abra ninguna para obtener su recompensa. Si no lo logran están condenados al fracaso, enloquecerán. Buscarán otras salidas y no les importará hacer lo que sea para escapar de aquí. Más de uno morirá en el intento.
Hasta el cierre del laboratorio, aprovecharemos todos los estudios realizados con ellos. En esta ocasión, no podrán decir que las primeras en abandonar el barco somos nosotras, las ratas.
¿Y si a Einstein le hubiera pillado el confinamiento?
Nuestro querido amigo Alberto se encontraba en una oficina de patentes de Zurich cuando se dió cuenta de que algo no olía bien en la recién publicada teoría electromagnética de James Clerck Maxwell. Acababa de terminar la carrera y se encontraba viviendo con su pareja Mileva Maric. ¿Cómo sería la física si, en ese momento, le hubiera pillado el Covid-19?
Cualquiera pensaría que todo se hubiera retrasado unos años pero posiblemente habría sido justo al revés: el joven Alberto investigaba en su casa con la ayuda de su pareja, por lo que un poco de confinamiento simplemente hubiera acelerado las cosas. Encerrado en su hogar, sin necesidad de ponerse a la velocidad de la luz, Einstein se hubiera dado cuenta de que el tiempo no solo se ralentiza cuando no puedes ver a tus seres queridos.
Básicamente Einstein entendió que la velocidad de la luz no depende del observador: es irrelevante si está quietecito en su casa o si está volando en un avión a la otra punta del mundo. Pero claro, si la velocidad, una magnitud que se calcula dividiendo el espacio recorrido en una unidad de tiempo, no cambia… entonces, dependiendo del caso, no sólo se alteraría el estado anímico de los observadores, si no también el espacio y el tiempo que observan. Evidentemente muchos de los coetáneos de Alberto, cansados del confinamiento, hubieran pensado ¿y eso a mí que más me dá? Sin embargo la relatividad especial, nombre con el que se conoce esta teoría, sí que importa y mucho, pues era la puntilla que le faltaba a electromagnetismo de Maxwell. Ahora sí que era del todo correcto.
Alberto dió un paso en la liga de la física y por fín consiguió un trabajo en la universidad y entrar en los círculos más selectos, cosa que sin duda no hubiera ocurrido en medio de un confinamiento. Eso sí, quizás tampoco hubiera acabado divorciándose de Mileva ni trabajando en un Berlín en el que el antisemitismo se contenía como si estuviera en una olla a presión. Sin embargo, es seguro que Einstein hubiera seguido dándole vueltas al problema de la relatividad, es más, posiblemente su obsesión se hubiera manifestado incluso antes sin tanto entretenimiento.
Y es que hay dos teorías de la relatividad, la especial y la general, siendo la primera un caso particular de la segunda. Resulta que en la propuesta de 1905 el espacio-tiempo no se podía curvar, puesto que no incluía observadores acelerados. Por lo tanto estaba pendiente una tarea relativamente simple, había que generalizar la teoría y estudiar cómo se curvaba el espacio-tiempo al añadir la aceleración, pero Einstein no se caracterizaba por su sencillez y se sacó un conejo de la chistera que lo complicaría todo para siempre.
Alberto se dió cuenta de que la gravedad y la aceleración son fenómenos indistinguibles, ¿cómo saber, dentro de una caja, si estás cayendo y es un ascensor, o si te está transportando un repartidor de Deliveroo? Darse cuenta de eso era lo más difícil, lo siguiente era solo una conclusión: si la aceleración tenía la capacidad de curvar y el espacio-tiempo y la gravedad es equivalente…¡la gravedad también cuerva el espacio-tiempo! Einstein había encontrado otra forma de acortar y dilatar el tiempo, la materia, y en especial los planetas y estrellas tienen esa capacidad. ¡Y si no que se lo digan a los milimétricos GPS!
Hasta ahora el confinamiento no hubiera afectado mucho al transcurso de la historia, todo habría más o menos como ocurrió. Sin embargo la nueva relatividad general requería de unas matemáticas muy modernas que Einstein desconocía. En la realidad Alberto tiró de contactos que le ayudaran, pero ¿podría haber hecho eso mientras estaba encerrado en casa? Y más aún, esta teoría la demostró un inglés -al fotografiar un eclipse- saltándose las restricciones de la 1º Guerra Mundial, pero ¿hubiera podido Eddington llegar a la isla del Príncipe, situada tras el cuerno de África, de encontrarse en medio de la pandemia provocada por el Covid-19?
La conclusión a la que llegamos es que el dichoso virus hubiera evitado la publicación de la relatividad general, a la que un Alberto aislado no habría llegado. De esto se deduce que sin Einstein y sin ayuda aún seguiríamos sin saber que las masas curvan el espacio-tiempo. Aunque tampoco necesitábamos colocarnos en una situación tan estrambótica para saberlo.
"A mi bata"
Le había advertido que dar una rueda de prensa proclamando las maravillas de su vacuna contra la CoVID, no era una buena idea. Pero ella, terca, hizo caso omiso a sus consejos. Y ahora… ahí estaba, tendida en medio de un mar de sangre que se oxidaba rápidamente, conquistando de forma indeleble las baldosas del laboratorio.
Cesc observaba el ir y venir de los policías enfundados en su uniforme negro, que tanto desentonaba en el lugar. Suspiró, intentando apartar la vista del cadáver de su jefa. La doctora Isabel Fuentes era una reconocida investigadora en genética. Eso fue lo primero que supo de ella. Con el paso del tiempo descubriría que era además una persona obstinada (llevaba años rechazando la jubilación) y férrea defensora de sus principios. Había llegado a tener su propio grupo de investigación en una época en que la gráfica tijera no existía, porque la curva que representaba a las mujeres ni si quiera se dibujaba. Setenta años más tarde, alguien había acabado con su vida como en una tragicomedia. Apuñalada con una pipeta. Desde luego, el final era original. Probablemente ella misma lo habría preferido antes que morir sola en su casa.
Sintiéndose fuera de lugar, Cesc decidió volver a la intimidad de su despacho. Como investigador senior tenía que hacerse cargo de todos los cabos sueltos del grupo. Isabel había anunciado abiertamente los excelentes resultados de la vacuna en fase IV días atrás, y desde entonces, el teléfono no paraba de sonar: periodistas, políticos, empresas farmacéuticas…Estas últimas eran las más inquietantes. Desde que la Dra. Fuentes comunicó que publicaría la metodología de la vacuna en código abierto, las grandes compañías veían como millones de euros se escurrían de sus bolsillos. La falta de avaricia y el exceso de cabezonería de Isabel fueron la causa de su muerte. Cesc estaba seguro de ello.
En un intento por distraerse, encendió el ordenador y se dispuso a leer las noticias. No tardó en darse cuenta de su inocencia. Los titulares navegaban en el sensacionalismo, informando sobre la muerte de la heroína de la pandemia. Muchos hablaban sobre las intrigas políticas y económicas que podían haber motivado el asesinato de Isabel, pero ninguno parecía digno de ser tomado en serio. Un poco más abajo, uno de los periódicos ofrecía una cronología de las últimas apariciones en prensa de la Dra. Fuentes, y Cesc de forma inconsciente, clicó sobre el enlace del vídeo. La imagen de su jefa de pie en un atril, junto al director del departamento de la Universidad, llenó su pantalla.
- Dra. Fuentes, su vacuna contra la CoVID 19 promete proteger a la población mundial. Está claro que un proyecto así requiere del apoyo y la estrecha colaboración con otras entidades, ¿le gustaría a usted destacar el papel de alguien en este trabajo? – preguntaba una joven periodista sentada en primera fila.
Inevitablemente, Cesc observó cómo el pecho del director se inflaba. Era su momento. Aquella pregunta iba dirigida a que Isabel ensalzara el apoyo que la Universidad le había prestado, limando las asperezas de los últimos años. Pero pensar eso era sinónimo de no conocerla.
- Claro que sí. No sólo este proyecto, si no todos en los que he tenido la suerte de participar, habrían sido imposibles sin el apoyo de una figura que considero fundamental: mi bata de laboratorio. – contestó tajantemente Isabel.
La cara del señor director, que había ido dibujando una amplia sonrisa con cada palabra, se desencajó al final de la intervención de mi jefa.
- Perdone, ¿su… su bata de laboratorio? – evidentemente la joven de la primera fila no esperaba una respuesta tan poco convencional.
- Sí. Mi bata de laboratorio. Lleva conmigo cuarenta años y a día de hoy tengo una relación más estable con ella de la que nunca he tenido con nadie. Ha sido testigo de todas mis aventuras y desventuras en el laboratorio. Cada una de sus manchas tiene detrás una historia y me quiere incluso cuando me autocito en los artículos. Es al mismo tiempo mi traje de superhéroe y mi capa de invisibilidad en la sociedad. Cada vez que necesito algo, me basta con meter la mano en sus bolsillos para encontrar la respuesta a mis problemas. Es a ella a quien agradezco su apoyo incondicional.
Al final de esta extraña disertación, tanto los periodistas como el propio director se mostraron anonadados ante el aplomo de aquella señora que había dado con la salvación mundial. En la cara del director, asomaba además un incipiente enfado que Cesc pasó por alto.
Días más tarde, se daría cuenta de su error mientras la policía se llevaba esposado al dirigente del departamento, que gritaba escandalosamente: ¡Se lo agradece todo a su bata! ¡A un maldito trozo de tela!
"Por culpa de la O"
En aquella pizarra el batiburrillo montado por los números era caótico.
El profesor de Matemáticas era proclive al despiste; no se daba cuenta de lo que estaba pasando a sus espaldas, mientras les explicaba la “Sucesión de Fibonacci”.
El ejemplo para una mejor comprensión de sus alumnos se descontroló; los números cobraron vida; sin que el profesor se enterara, tropezaban sin encontrar su posición. Los alumnos, contemplaban el jolgorio de la pizarra sin dar crédito a lo que veían.
Algunos números daban vueltas sin sentido, otros se llevaban las manos a la cabeza, los más avezados se juntaban en corros intentando descubrir el porqué del desbarajuste. Nadie entendía cómo era posible que ninguno encontrara su lugar; se sabían de memoria lo que la “Sucesión” significaba, es más, llegó un “gran número” en un carromato, desde el cuasi infinito muy contrariado, hasta tan lejano espacio matemático llegó la algazara. Venía dispuesto a exigir responsabilidades.
Antes de que el batiburrillo fuera descubierto por el profesor; una voz metálica desde secretaría reclamó a Don Lorenzo, así se llamaba el matemático, salió sin ser consciente de lo que sobre su pizarra se estaba cociendo.
Entonces los alumnos se acercaron a la pizarra, pero no entendían el lenguaje de los números, ni entendían la algarabía que surgía del encerado, por supuesto ninguno de los muchachos era ducho en la “Sucesión de Fibonacci”, estaban aprendiendo y no entendían aquel desconcierto.
La discusión entre el “gran número” y los demás era poco racional; que entre tanta racionalidad de los números presentes, suponía un gran contrasentido.
Contribuyendo al desconcierto, se abrió de golpe un ventanal; apareciendo un fractal con forma de brócoli, a modo de escalera, que desde el finito, llegaba al aula.
Por la escalera, con solemnidad propia de otros tiempos, descendía un honorable anciano, barba encanecida, conocido como Leonardo de Pisa, flanqueado por eruditos de la corte del Emperador Federico II de Sicilia, y de talento reconocido, como Teodoro de Antioquía y Juan de Palermo así como nobles de ninguna importancia histórica.
Al llegar al aula, el silencio se hizo entre números y alumnos, estos ni sabían quiénes eran los aparecidos, pero entre los números el “gran número”, con la sabiduría que su longitud le concedía, gritó, alegre por reconocer al noble anciano, Leonardo, “¡Signore Fibonacci!”, “¡Signore Fibonacci!”, los números reconocieron a su descubridor y le preguntaban, sin orden, con la misma irracionalidad de que estaban haciendo gala hasta el momento, donde estaba el origen del desconcierto.
─Silencio numerales─. Mandó con voz de quien se sabe dueño de sabiduría Leonardo.
─Vos─, señaló al “gran número”─, decidme que pasa.
─”Signore”─, hemos venido a pedir explicaciones a estos números, incapaces de comenzar vuestra “Sucesión”.
Hizo una pausa propia del que se cree importante y continuó:
─ Nadie de estos estafermos sabe a qué se debe que no se puedan ordenar como es necesario para comenzar vuestra “Sucesión”.
La cara del maestro fue de resignación. Quien tanto conoce a los números sabía de su locura si no se tenían los principios claros. Mirando la pizarra, descubrió de donde provenían tantas torceduras de razón. Recompuso el gesto con sonrisa benévola y comenzó a solucionar el entuerto.
─ Vos, gordito─, señalando al cero que no se movía del comienzo de la Sucesión─, id por dónde habéis venido, nunca seréis número, solo sois una letra, la “O”─. Todos quedaron atónitos por tan grave descuido.
La “O”, cuya frustración quedó patente, su sueño oculto era ser un cero, se fue rodando.
─Señores, id y buscad al cero─. Dijo autoritario.
Los “unos”, como primeros y más sensatos buscaron por la pizarra, hasta que en un rincón, estaba durmiendo, acurrucado, al envaguecido “cero”. Los “unos”, muy enfadados, a empellones le despertaron, vieron que era el “cero”, que somnoliento se desperezó de su largo sueño, en volandas, casi arrastras, lo llevaron al primer lugar de la “Sucesión”.
No tuvo el sabio que decir más, tornaban a sus certezas; el cuasi infinito se fue, no sin antes despedirse de su “Signore”.
El “0” ocupó su puesto, los dos primos llegaron y los dos “1” se situaron. Vino luego “Don Par” y el “2” ocupó su lugar, fue el turno del segundo primo que más lejano se colocó, era el “3”. Recordando la cadencia llegaron el “5”, el “8”, el “13”, el “21”… Viendo el venerable anciano que recobraron la cordura, y conociendo que la “Sucesión” es cuasi infinita, Leonardo se alejó sonriendo por el fractal por donde llegó, seguido por el mismo orden en que bajaron los miembros de la noble comitiva.
Al volver el profesor a su aula, todo estaba en su lugar, el ejemplo bien ejecutado y sus alumnos, prefirieron no hablar, no sabían si fue un sueño…o quizás una mala digestión.
**tejido neuronal**
**TEJIDO NEURONAL**
Consideremos una red neuronal cualquiera...siempre en funcionamiento, siempre requiriendo un módulo de energía distinta para cualquier variación de tiempo infinitesimal. Una especie de aplicación biyectiva uno a uno, es decir, estímulo1-red neuronal formada1,
estímulo2-red neuronal formada2, etc. Acción-reacción, impulso-movimiento, estímulo-reacción,....y para múltiples estados neuronales a la vez.
Anticipo para cada par, unas redes neuronales formadas no solapables para no sólo un mismo estímulo, sino para estímulos diferentes también. Una estricta biyectividad. Parecería, de este modo, que tenemos una red redundante...
Un cerebro finito, como el nuestro, exige de una plasticidad discreta.
Trabajemos, entonces, con una red neuronal formada eficiente, por tanto energía mínima funcional (por definición), discreta ó cuantizada para cada estímulo de entrada.Pero lo suficientemente eficiente para inducir un cambio que tú puedas racionalizar. Imaginemos que dicho cambio lo somatizas, pasa por tu sistema límbico y se activa el circuito de la recompensa. ("cambio a mejor por definición"). . Y es que el cerebro aprende. Se optimiza. Se hace más eficiente cada vez. Se retroalimenta eficientemente. Sí, quiero creer que sea así. Ahora una nueva red puede requerir distinta energía para dos estímulos iguales. Pero, en realidad, lo importante no es cuantificar cuánta energía se aporta, sino que la tasa de absorción del circuito neuronal sea la máxima posible. Queremos acercarnos a un circuito lo más idealizado posible. Es como querer que trabaje a su frecuencia de resonancia natural. La más eficiente.
Y quiero notar ese cambio.Pero...¿cómo ir más allá?.¡¡¡ Quiero, para cada estímulo, un gradiente de cambio máximo (positivo) para una cuantización mínima de energía !!!. Quiero optimizar al máximo esa red.
Mejor...quiero un cambio lo suficientemente eficiente como para crear una red neuronal formada-energía entrada mínima-estímulo, retroalimentándose infinitamente para cada estímulo de entrada pero cada vez más optimizado. En definitiva, quiero que mi cerebro APRENDA. Por analogía....quiero crear un algoritmo absolutamente recursivo que aprenda por sí mismo (que sea llamado desde el programa principal de una manera recurrente).Y esté en proceso de cambio (se transforme) siempre; que cada vez que sea llamado, se creen sub-rutinas absolutamente necesarias para su auto-plasticidad,...y sea cada vez más eficiente.
A más conocimiento, más anticipación. Impresionante!!!. Ahora no sólo busco su idealización sino también quiero proveerme de información (posible) de un suceso que todavía no ha tenido lugar. De esta manera me quiero anticipar...Y a eso lo llamo yo un cerebro creativo...Ahora ya mi cerebro se siente mejor...yo me siento mejor...Es ese gradiente (variación máxima idealizada) de somatización lo que busco: " gradiente de cambio máximo para una cuantización mínima de energía con tasa de absorción la máxima posible con retroalimentación absolutamente positiva (de más a mejor a lo máximo).
Quiero pensar en toda una red neuronal como una gran señal de "ruido blanco" formada por todas las frecuencias a las que puede resonar no sólo un
sub-circuito neuronal ya formado sino uno todavía sin formar. Infinitas, por tanto, frecuencias para infinitos estímulos de entrada. Todo esto bajo el paraguas de un cerebro absolutamente finito. Increíble...se escoge un determinado estímulo para una determinada energía cuantizada operando a una determinada frecuencia de resonancia...y el cerebro aprendiendo de sí mismo...por analogía...como un robot autoreparándose (cambiando, siendo plástico, anticipando...).
Sólo dependo ya de mi mismo: soy autosuficiente. La semilla ya está echada....un sistema que intercambia energía (en realidad no idealizado) pero...qué importa...
Ahora quiero ir más allá: partir de un estímulo endógeno (creado por mi mismo de una manera consciente) y evaluar su respuesta...quiero desbocar a mi caballería ingente de neuronas a cabalgar al son de mi fusta de mando...al trote, al galope, a la máxima carrera...
Quiero inducir mi maquinaria neuronal a un estado máximo de gradiente de excitabilidad...quiero abrir las puertas del infierno y coger lo que no me
pertenece, quiero tentar al diablo... quiero rasgar el espacio y crear un universo nuevo...yo anticipo las reglas de este nuevo juego: el de una nueva vida, el de una potenciabilidad infinita. Ahora el gradiente de cambio tiende a infinito...impresionante!!!.Dios!!!...lágrimas de emoción...anticipo un nuevo ORDEN: el mío. Sí,quiero lograrlo, alcanzar la plenitud de mi pluripotencialidad...y quiero morir para volver a nacer. Para decirme a mi mismo: yo lo intenté: fué mi voluntad. Quise romper las cadenas que esclavizan los sentidos. Quise pasar por el infinito...desafiar a un Dios distraído...
Quiero pensar que ahora ya sé de un cerebro idealizado. He tenido la oportunidad de conocerlo. Sé hasta dónde puedo llegar yo. Ahora conozco mis propios límites. Ahora me conozco mejor.
Ahora mi meta tiende a alargar ese gradiente de variación de cambio lo máximo posible para cada situación determinada. Y hacerlo de una forma anteriormente aprehendida y de una forma plástica cada vez mejor y más eficiente. Quiero pensar en eso. Una meta cada vez más ambiciosa. Lo puedo conseguir.
Así quiero para mí, mi cerebro.
Pseudónimo: Javier Gollés.
12 de Enero de 2523
Eran las 6 de la mañana y el calendario holográfico mostraba una fecha como otra cualquiera 12 de enero de 2523, un día como cualquier otro en aquella casa polvorienta. Hacía mucho tiempo que el viejo Alfred había dejado de usar los sistemas de limpieza robóticos, nunca le habían gustado y mucho menos ahora, en su senectud. El despertador comenzó a sonar, nadie podía creer que él todavía usaba esos viejos cacharros de antaño. El gran proyector de hologramas que tenía en frente de su viejo sillón, también de antaño, comenzó a desplegar imágenes una tras de hora y las noticias del día se sucedían una tras la otra. Cuando era pequeño las cosas eran diferentes. Podía recordar el olor de la lluvia recién caída, del café recién hecho que tomaba su abuela y del olor de los pocos libros que aún quedaban. Como el mismo había aprendido en sus años de juventud, en las primeras décadas del milenio había unas expectativas muy altas con respecto a la medicina regenerativa, pero a veces la historia tiene otros planes y esos avances jamás se produjeron de la forma en la que los científicos de entonces esperaban. Sin embargo, el bueno de Alfred tuvo tiempo para conocerlos y beneficiarse de ellos. Nadie lo diría, pero él ya llevaba unos 200 largos años caminando por este mundo, y poco a poco se había cansado de hacerlo. Lo primera primera cosa que falló fueron sus pulmones y también lo primero que pudo sustituir por obra y gracia de la ciencia, le siguieron sus ojos, después su corazón. Y así, poco a poco, los científicos fueron reconstruyendo el cuerpo de Alfred que parecía no querer dejar de funcionar nunca. Siempre le había poseído un gran ansia de permanecer joven para siempre, sin embargo hacía ya unos cuantos años que se había cansado de eso. El paso de los años, de la vida, los dolores de perder a otras personas y de ver como su mundo se encogía le hicieron perder los motivos que le habían llevado a tener un cuerpo cultivado en el laboratorio poco a poco. En su juventud, todavía existían los grandes campos, las montañas y no aquellas ciudades levantadas sobre el mar que la humanidad se empeñaba en llamar "su casa" desde que empezaron las inundaciones. Antes todo era mejor, más auténtico, decía. Pero lo que peor llevaba era la herida de sentirse culpable, de que otros no hubieran podido reconstruir su cuerpo. Le apenaba ver morir a los niños porque sus padres no tenían dinero para unos pulmones, una tráquea, un intestino nuevo. Era todo tan raro. Aquella sensación de vacío le había llevado a tomar una decisión drástica. Comenzó a rechazar las mejoras, la terapia génica, los injertos, los miembros biónicos y poco a poco, pero en paz, se dejó ir. Así que esa mañana tomó una decisión en el silencio de su casa, el sabía que le quedaba poco tiempo. Apagó el sistema, se desconectó de las baterías y se sirvió su último café; se sentó en su viejo sillón, cerró los ojos y nunca más volvió a abrirlos. Así que esa mañana cualquiera que parecía una mañana cualquiera para el resto de la humanidad fue su última mañana. Lo que nadie sabe, es que él, después de ese sorbo, de ese último aliento, expiró con la más amplia sonrisa, con la mayor felicidad por lo logrado, por lo vivido, por lo recordado y, en definitiva, con todas esas pequeñas cosas que le permitían ser humano.
14032020
Por fin tenía tema. Estaba decidido. Hasta ese momento le había dado muchas vueltas innecesarias. Evolución, genética, dinosaurios, … tenía que ser algo llamativo, pero que controlase lo suficiente como para dar forma al relato y no cometer ningún error garrafal. Original y de actualidad.
Tras la Cumbre del Clima en Madrid lo vi cristalino: tendría que hablar del cambio climático. Un relato potente, reivindicativo, que despertara conciencias, que abriera los ojos a los incrédulos y reforzara a los devotos. De repente, ¡chas! una idea iluminó mi mente. Estaría ambientado en el futuro, en un año lo suficientemente lejano como para mostrar las consecuencias de la dejación humana y el inevitable abandono del planeta. 2050 sería la fecha, un número redondo. El aderezo de ciencia ficción sazonaría con gusto el texto y lo impregnaría de ese aire de añoranza de un tiempo pasado que nunca volverá. Si tuviera que añadirle música, sin duda tendría que ser un fado.
La gran idea me aceleraba el pulso y rápido me dispuse a consultar algunos datos. Efectivamente, las temperaturas seguirían subiendo hasta aumentar en 2ºC la media global en el año que había elegido. El escenario que han dibujado los expertos es desalentador. Simplemente tendría que encontrar el argumento y el caos vendría solo.
Ese mismo día comencé a escribir:
“Año 2050. Desde la ventana de la nave…”
No, no, no. No podía empezar como una mala película de sábado por la tarde. La historia debía tener ciencia ficción, pero no podía caer en el error de empezarla con letras amarillas perdiéndose en un fondo negro galáctico. Algo más de seriedad por favor.
“Brotaron lágrimas de impotencia, cuando volví mi rostro y vi cómo dejaba el planeta atrás…”
Tampoco. Muy melancólico. El romanticismo no es mi fuerte. Nuevo intento.
“En el cristal de la nave, vi mi rostro superpuesto con el azul de la Tierra. La dejábamos ya miles de kilómetros atrás. Mi casa, nuestro hogar, si todavía podíamos llamarlo así, nunca volveríamos a verlo”.
Bravo, buen comienzo.
“Aquello era el resultado de nuestra insensatez, de nuestro ego desmesurado. No lo vimos venir o, mejor dicho, no lo quisimos ver.”
Fantástico. El planteamiento de un escenario post-apocalíptico, con el protagonista escapando sin remedio podría enganchar al lector y zarandear su conciencia. Ahora tocaría añadir hechos contrastados, al menos advertidos por los especialistas. Continué…
“Los largos veranos habían llegado a ser inevitablemente letales. Las temperaturas estivales en la India superaban los 55ºC. Mientras la sequía había arrasado pueblos enteros, las incesantes lluvias destruían las zonas de mayor latitud. Ya nos habíamos acostumbrado a la llegada de 5 o 6 grandes tormentas al año en las regiones tropicales, lo que había provocado el desplazamiento masivo de pueblos enteros a las vastas extensiones de suelo descubierto en Groenlandia.
Los ecosistemas que no se habían perdido por el aumento de temperatura lo estaban haciendo por los frecuentes incendios, como en el Mediterráneo o por la sobreexplotación para el cultivo, como en la antigua franja de tundra del norte. El maíz, el trigo y el arroz se habían convertido en los últimos 10 años en recursos muy escasos y excesivamente caros. Comía a diario quien tenía un terreno para cultivar durante los tres meses favorables. Sin islas, sin glaciares, sin bosques. Habíamos dejado de preocuparnos por la alarmante pérdida de especies para ocuparnos exclusivamente de una cosa: nuestra propia supervivencia”.
Por un momento dudé. Tal vez me había pasado. Demasiado pesimista. No es mi estilo. Pero pronto cambié de opinión y seguí...
“Alienados, sin pensamiento crítico y sin fondo cultural ni moral, habíamos confiado nuestro destino en un grupo de representantes políticos cada vez más distanciados del pueblo. Nos creímos autosuficientes, con capacidad de reacción, con la situación controlada”.
Fue esta última frase la que resonó en mi cabeza una y otra vez, el pasado 14 de marzo. “…con la situación controlada”. Aquel sábado, alarmado por lo que veía en las noticias, rompí el borrador de mi relato. Había perdido todo sentido.
Hoy, casi tres meses después y con decenas de miles de muertos, no puedo hablar de otra cosa en mi relato que de profunda tristeza por lo que estamos viviendo. Sirva el mismo como homenaje a todas esas personas que ya no están y a las que estando, se han dejado la piel para evitar una situación peor.
De mi anterior relato sólo puedo dejar la frase final: “Nos creímos autosuficientes, con capacidad de reacción, con la situación controlada”. Ahora queda esperar a que la Ciencia nos inspire.
20 años, más o menos
Siempre he fardado de buena salud.
Nací y crecí sano y robusto. Y en mi edad adulta, siempre he recibido mi dosis diaria de calcio y el refuerzo de un poco de deporte.
Pero jamás olvidaré aquella tarde. La calma se rompió cuando las fibras amigas del cuádriceps se tensaron a mi alrededor, haciéndome pisar el freno con fuerza. Enseguida supe que algo no iba bien. Un fuerte chirrido sonó producto de un derrape y, a continuación, oí el grito de terror de mi humano. Después todo fue sangre y confusión.
“Varón. 28 años. Fractura de cadera .”
Luces blancas, personajes verdes. Sentí cómo mi humano se dormía. Pensé que era el fin, pero ¡qué va! ¡¡Peor!! Eso fue una carnicería: cuchillas, pinzas y otros utensilios de metal se colaron por ahí. Pero lo peor vino cuando, a la orden de “pasadme el vástago”, colocaron a un señorito de metal dentro de mí usando sierras y martillos.
“Tenía usted la cabeza del fémur destrozada y le hemos tenido que poner una prótesis completa de cadera. Pero no se preocupe, la operación ha ido bien.”
¿Bien? ¡Mis osteocitos! Después de aquel día, ya no soy el mismo. Aquel gentleman se me presentó educadamente. Encantado, mi nombre es Don Titanio, creo que dijo. Yo estaba dolorido y aturdido y, al principio, hasta me cayó bien. Pensaba que estaba ahí para echarme una mano, alivianarme las cargas y esas cosas... pero no. O por no menos no como yo pensaba, porque a mi colega humano se le notaba muy feliz.
“La osteointegración está siendo todo un éxito.”
Yo, por supuesto, ni sabía lo que significaba. Ya habían pasado unos cuantos meses desde el accidente, pero aquel esbelto gentleman todavía seguía ahí y parecía no tener intención de irse. A mí la vida se me hacía cada vez más monótona. Seguía teniendo mi dosis de nutrientes diaria, pero ya todo me parecía insípido. Echaba de menos sentirme a prueba con el deporte semanal que practicaba mi humano. Yo sabía que él seguía yendo a pádel, pero no me llegaban esas vibras que antes me hacían sentirme fuerte y vigoroso. ¿Qué pasaba? Don Titanio era el único que parecía disfrutar con esas sesiones. A él, al contrario, se le veía rígido y radiante. Con los años, entré en depresión. Pero Mamá Organismo no supo ver eso, sino que me tachó de holgazán y mandó a los osteoclastos a que me deshicieran. Es que eres un vago, ya no trabajas, me decía. Don Titanio, mientras tanto, me miraba con superioridad. Y yo cada vez más triste.
Un día empecé a sentirme muy débil y Don titanio pareció desprenderse un poquito. Por un lado me alegré, ¿se largaría ya, por fin, este impresentable?, pero por otro lado, dolía horrores. Y parecía que a mi humano también.
“Verá, lo que le pasa a usted es sufre un aflojamiento aséptico. Es una respuesta a largo plazo del cuerpo hacia las prótesis. Por eso es que las prótesis de cadera como la suya tienen una vida útil de unos 20 años . No, no tiene usted ninguna infección, por eso se llama “aséptico”. Y tampoco hay nada mal con la prótesis. Lo que pasa es que el titanio tiene un módulo de Young mucho mayor que el hueso. ¿Qué significa eso? Que, en cierto modo, el titanio tiene mayor capacidad de absorber las cargas mecánicas y esto hace que no se transmitan suficientes estímulos al hueso. Entonces, el organismo interpreta que este hueso “ya no sirve porque no trabaja” y lo deshace para aprovechar sus minerales en otras partes del organismo. Es una pena que la ciencia no haya conseguido hacerle frente todavía, ¡aunque están mejorando mucho! Están tratando de conseguir aleaciones de titanio con un módulo de Young similar al hueso, para que la transmisión de tensiones sea mejor…”
¡Con que era eso! ¿Lo oyes, Mamá Organismo? No era yo, sino Don Titanio. ¡Él era quien me había quitado las ganas de vivir!
“…En su caso, la única opción es aguantar u operar otra vez. Sin embargo, el nuevo vástago será más largo para llegar a las zonas del hueso que todavía conservan suficiente densidad.”
¿Qué? Me quedé blanco como el marfil. No podía ser...
Sangre, sierras y martillos. Encantado, soy el hermano mayor de Don Titanio, dijo.
A la sombra de los gigantes
Atardece tras un largo día de finales de la estación seca en los amplios valles bañados por nacientes cursos de ríos que, dentro de 66 millones de años, serán los páramos de la formación geológica Hell Creek en Montana. Manadas de enormes Edmontosaurus, dinosaurios "pico de pato", se trasladan en una migración anual que tiene como destino la conocida como "colina de los huevos", un lugar apartado en que estos gigantes pueden depositar sus huevos y cuidar por un tiempo a sus crías. Al mismo tiempo, grupos de Triceratops y algunos de los acorazados y solitarios Ankylosaurus se acercan a los remansos de los ríos a beber agua fresca tras un día de comilona de helechos y cicadáceas. Otros dinosaurios aprovechan para comer a estas horas, si bien algo totalmente distinto a plantas. una hembra de Dakoraptor, el "guepardo del valle" ha capturado hace poco a un viejo Struthiomimus y alimenta a su única cría con los mejores pedazos de carne.
Esta escena está siendo observada desde la copa de un gingko por una joven hembra de Purgatorius, un pequeño mamífero parecido a un roedor, que aprovecha la llegada de la noche para buscar insectos y bayas con las que alimentar a una prole recién nacida de cinco crías. Sus cachorros todavía no tienen las extremidades fortalecidas y sus ojos siguen cerrados, aunque el sentido del olfato ya lo tienen bastante desarrollado; sin embargo, en un ambiente tan peligroso, su supervivencia dependerá absolutamente de la destreza de su madre para conseguir alimento.
Después de asegurarse de que sus crías están perfectamente de salud y el nido está completamente limpio, la hembra Purgatorius se prepara para una noche de caza y recolección. Lo bueno de esta época del año es que las angiospermas comienzan a desarrollar pequeños frutos rápidamente y algunos coleópteros son más activos de noche que de día por lo que la Purgatorius puede fácilmente introducir cuanta comida pueda dentro de su boca y almacenarla en abazones hasta que llegue al nido. Pero toda precaución es poca, y el oído de la pequeña Purgatorius está preparado para escuchar el más mínimo ruido extraño y tras atrapar una larva de luciérnaga, se percata del leve crujir de ramas secas en el suelo, lo que hace tirar a su presa y comienza a correr... efectivamente no estaba equivocada, un dinosaurio terópodo de una única garra en sus extremidades anteriores ha salido de la maleza para atrapar a la hembra.
Ahora comienza una carrera por salvar la vida. La Purgatorius trata de buscar el árbol más alto para refugiarse, pero no se encuentra en el mejor lugar para esconderse, apenas hay helechos y el terópodo puede encontrarla con su olfato. Entonces, se topa con una gran roca sobre la que tal vez gane algo tiempo de escapatoria. Se sube a ella, pero el terópodo le sigue muy de cerca y con sus patas traseras, la lanza por los aires de una patada desde lo alto de la roca. Sin embargo, una vez que todo parecía perdido, la roca comienza a moverse, haciendo que el terópodo caiga, en realidad se trataba del lomo de un joven Tyrannosaurus solitario que, ante el escándalo montado, se despierta y comienza a perseguir al terópodo perseguidor. De nuevo, el cazador se convierte en la presa.
La hembra Purgatorius logra escapar, no sin antes oír el temible rugido del gran depredador y un grito agudo del terópodo que le trataba de cazar. Tras una noche tan ajetreada, vuelve a su nido con lo recolectado para dar de comer a sus crías y echa un vistazo por el hueco del nido para ver el amanecer de un nuevo día, que aprovechara para descansar, mientras los reptiles gigantes comienzan a despertar.
A merced de la naturalez
Muchas personas ignoran hasta qué punto la naturaleza los tiene a su merced. No se identifican con el guijarro que se deja arrastrar por el caudal de un río. Si les preguntases, se compararían a sí mismos con salmones, nadando contra la corriente que moldea a todos los demás seres vivos a su alrededor. Tarde o temprano la realidad acaba llegando como un jarro de agua fría, haciendo añicos esta percepción del mismo modo en que la mandíbula del oso atenaza al salmón que salta directamente a sus preparadas fauces.
Nadie sabía de dónde había salido, pero parecía haber llegado para quedarse. Al principio había pasado desapercibida, sin pena ni gloria. Es sencillo pasar desapercibida cuando eres una bacteria no patógena. No obstante, en el momento en que empiezas a alterar la biología de tu huésped, todo el foco pasa a estar puesto sobre ti, aunque sea el foco de un microscopio.
El primer indicio del que nos percatamos fue un descenso generalizado de la natalidad en todo el mundo, acompañado de un drástico aumento en la clientela de las clínicas de reproducción asistida. Aunque entonces no lo supiéramos, estábamos empezando la casa por el tejado. Pero siempre es más fácil columbrar que se avecina un tsunami cuando la monstruosa ola llama a tu puerta, y no cuando el mar comienza a retirarse en silenciosa señal de alerta.
En los envejecidos países de Occidente, la caída de la ya de por sí exigua cantidad de nacimientos hizo saltar todas las alarmas. Inmediatamente tanto el docto como el lego comenzaron a elucubrar sus propias teorías para dar explicación a este hecho: que si el wifi había dejado estériles a las mujeres, que si la vida sedentaria había afectado la calidad seminal del hombre promedio, que si Dios nos estaba castigando por el libertinaje con el que se vivía la sexualidad hoy en día, que si este o aquel método anticonceptivo terminaba generando impotencia como efecto secundario. Quien más y quien menos tenía su razonamiento favorito.
La explicación más respaldada terminó llegando de las pipetas y probetas de varios laboratorios. El primero de ellos estudiaba la diferencia entre el microbioma intestinal de poblaciones con diferentes dietas alrededor del mundo. Sus descubrimientos habían revelado la presencia de una nueva especie bacteriana no descrita ni caracterizada previamente, que recibió el nombre de Cupriavidus colonides, en referencia a su hallazgo en el intestino grueso. Un segundo grupo de investigadores relacionó la presencia de esta bacteria con una menor incidencia de intoxicaciones por metales pesados en países del sudeste asiático. Aparentemente el microorganismo tenía la capacidad de metabolizar arsénico, mercurio y otros elementos tóxicos, habiendo establecido así una relación simbiótica con algunos habitantes de zonas colindantes a pozos contaminados. El huésped escudaba a la bacteria frente a los peligros externos y le propiciaba un ambiente en el que medrar, recibiendo a cambio protección ante peligrosas sustancias que no era capaz de procesar. El trabajo de un tercer equipo científico estableció la relación entre este microscópico ser y la creciente ola de infertilidad. El estudio de los gametos de las parejas aquejadas de esta condición había expuesto la presencia de unos diminutos corpúsculos de origen desconocido en los óvulos de las mujeres implicadas. En un esfuerzo por identificar la naturaleza de la enigmática partícula, la investigación terminó por detectar la presencia de Cupriavidus en la flora intestinal de todas estas mujeres y, llamativamente, su ausencia en la de todas sus correspondientes parejas. Finalmente, un cuarto laboratorio ofreció una explicación a tan inusitada circunstancia. Según fue publicado, el microorganismo tenía la capacidad de migrar desde el colon hasta las gónadas de su huésped. En el ovario, la bacteria parasitaba los ovocitos en desarrollo, penetrando en su interior e induciendo la síntesis de una toxina letal para cualquier espermatozoide que osase aproximarse al óvulo en pos de cumplir el único propósito de su breve existencia. En los testículos, introducirse en los espermatozoides resultaba imposible debido a su minúsculo tamaño, pero la bacteria aún se guardaba un as bajo la manga. Y es que, en ausencia de células en las que infiltrarse, se comenzaba a sintetizar la antitoxina del ya mencionado veneno, que al ser expulsado en el líquido seminal se tornaba en el elixir que protegería a los espermatozoides en la tarea que debían acometer. De este modo solamente dos personas infectadas con el parásito podían llegar a generar descendencia, prole que además nacía ya infectada gracias al polizón que el óvulo transportaba en su interior.
Ni se consiguió eliminar la bacteria de los organismos que ya la contenían, ni se logró implantarla de manera controlada mediante trasplantes fecales, ni tan siquiera se consiguió cultivarla en laboratorio. Aún desconocemos las implicaciones que estos hallazgos tendrán en la forma de relacionarse y encontrar pareja en nuestra sociedad.
A través de mí
Tras años de duro trabajo, el grupo de investigación liderado por la prestigiosa neurocientífica Susana Torres estaba consiguiendo algo realmente increíble y sin precedentes. Gracias al aparato que habían diseñado y construido allí mismo, eran capaces de interceptar los impulsos nerviosos del cerebro de una persona mientras dormía y llevarlos hasta otro cerebro. Parecía ciencia ficción.
Para llevarlo a cabo, eran necesarias dos personas, el soñador y el transductor, ya que las señales eléctricas obtenidas del soñador precisaban de otro cerebro para poder ser descifradas. Además, ambos debían estar dormidos para que la conexión funcionará sin interferencias. De esta forma habían conseguido presenciar los sueños de distintos sujetos en nueve de las diez pruebas que habían realizado hasta el momento. No obstante, la investigación no acababa ahí. Tenían reservado un as bajo la manga. Algo que de desarrollarse con éxito pondría su trabajo junto con los grandes descubrimientos científicos de la historia. Aún quedaba probar la máquina con un sujeto muy especial.
El día había llegado. Aparentaba alguno menos de los 37 años que reflejaba su informe. Quizás por las gafas de sol que le cubrían los ojos. Vestía una camiseta del grupo estadounidense R.E.M. La científica se preguntó si la elección de la camiseta había sido casual o no. Venía acompañado por una mujer mayor que lo llevaba agarrado del brazo.
—Hola, usted debe ser la doctora Susana Torres, ¿verdad? —se adelantó la anciana.
—Correcto, y usted la madre de David supongo.
Se saludaron con un apretón de manos.
—David, saluda a la doctora.
El chico extendió el brazo y ésta le correspondió con un nuevo apretón.
—Encantado David, ya teníamos ganas de conocerte.
David es ciego de nacimiento. Su cerebro nunca ha visto una imagen. Sin embargo, Él asegura que cuando sueña ve cosas. Aunque las personas que se han quedado ciegas a lo largo de su vida sí que lo experimentan, la ciencia no contempla esa posibilidad para los que nunca han tenido la capacidad de ver. Se limitan a escuchar voces, experimentar sensaciones relacionadas con el tacto e, incluso perciben olores y sabores detectados con anterioridad. Pero nunca un recuerdo visual. Por todo esto, el caso de David es casi único en el mundo y en cuanto supieron de su existencia se pusieron en contacto.
Aunque hay consenso en que una persona como David no puede soñar imágenes porque su cerebro nunca ha visto ninguna, cabe la posibilidad de que el propio cerebro genere por sí solo imágenes visuales. No obstante, la situación está condicionada por un hecho inherente a la propia naturaleza del problema: cómo puede saber si ve o no, una persona que no sabe lo que es ver. Incluso si viera imágenes y colores, ¿cómo sabría reconocerlos? El propio David, que afirma con total seguridad que ve algo en sus sueños, se muestra incapaz de describirlo. Pero, ¿qué ocurriría si alguien que sí ha tenido experiencia visual previa fuera capaz de experimentar esos sueños? ¿Sería capaz de confirmar la presencia o no de imágenes? ¿Podría entenderlas y darles algún sentido? Y lo más importante, qué información se podría extraer sobre el órgano más desconocido de nuestro organismo: el cerebro.
David y su madre fueron conducidos hasta el laboratorio donde estaba el sorprendente instrumento. Uno de los científicos comenzó, entonces, a explicarles cómo se iba a desarrollar el experimento.
—La doctora Torres será la que haga de transductora, así que tanto ella como usted, David, se tendrán que tumbar cada uno en un colchón —El científico observó al muchacho algo desorientado —. No se preocupe, cuando demos comienzo le guiaremos.
—Gracias —respondió el invidente.
—Una vez estéis acostados, os suministraremos una pequeña dosis de un sedante para facilitar el sueño. No tema, poca cosa —lo tranquilizó—. Después os pondremos esos gorros repletos de sensores en la cabeza y, unas gafas para monitorizar el movimiento en las cuencas oculares. ¿Alguna duda?
—Ninguna.
—Bien, pues empecemos. Usted, señora, tendrá que esperar fuera —dirigiéndose a la madre.
Tras cuarenta minutos de sueño, tanto el soñador como la transductora fueron despertados. Sin perder tiempo, Susana fue conducida a otra sala donde había un taburete frente a una cámara de vídeo. Se sentó y se inició la grabación.
¬—Hola doctora ¿recuerda lo que acaba de soñar? —inició el registro uno de sus compañeros.
—Sí —respondió visiblemente nerviosa y emocionada.
¬—¿Podría describir el sueño con el mayor detalle posible?
La doctora tragó saliva a la vez que asentía con la cabeza y una gota de sudor asomaba por su frente.
—Pues…
[En este punto de la narración se invita a que el lector realice un ejercicio mental e imagine qué podría ver una persona que, nunca ha tenido la oportunidad de percibir imágenes, mientras sueña.]
—Es increíble.
Alicia en el país de las nanopartículas
Alicia estaba cansada y aburrida.
Sentada en un árbol oía la voz tediosa de su hermana leyendo de nuevo el libro de historia, lleno de datos y sin dibujos ¿Un libro sin dibujos? A quién le puede gustar, pensó Alicia.
De repente y atravesando la copa de un árbol, apareció un conejo gritando !Llegó tarde, llegó tarde!. Alicia se quedó boquiabierta, no sabía si era más extraordinario oír a un conejo hablar o que este fuera capaz de atravesar un árbol (1).
El conejo siguió su camino y se introdujo en una madriguera. Alicia lo siguió con la mirada, miró de soslayo a su hermana y decidió seguirlo, sin pararse a considerar cómo se las arreglaría después para salir. La madriguera del conejo se extendía en línea recta como un túnel, para a continuación giraba bruscamente hacia abajo, tan violentamente que Alicia no tuvo siquiera tiempo de pensar en detenerse y se encontró cayendo por lo que parecía un pozo sin fondo. La caída duró mucho tiempo, caía tan lentamente que le dio tiempo a mirar las paredes mientras caía, estas estaban llenas de libros y estanterías.
—Me gustaría saber cuánta distancia he descendido ya —dijo en voz alta—. Tengo que estar bastante cerca del centro de la tierra.
Veamos: creo que está a cuatro mil millones de nanómetros (2) de profundidad.
Llegó abajo, sin apenas ningún rasguño. De repente vio al conejo salir corriendo, repitiendo cansinamente que llegaba tarde. Lo siguió y llegó a una sala con una mesita de tres patas de cristal macizo. No había nada sobre ella, salvo una diminuta llave de oro. Descubrió que era de oro porqué ponía “llave de oro”, pero extrañamente tenía un color rojo rubí (3) ¡qué extrañó, no es dorada!, pensó dubitativa Alicia.
Ante ella había tres puertas, pero la llave no encajaba en ninguna. Al girarse observó una cortinilla, se acercó y había una puerta y esta vez tuvo suerte, la llave ajustaba perfectamente.
Atravesó la puerta y se encontró un estrecho pasadizo, no más ancho que una ratonera. Era imposible que pudiera atravesarlo y era una lástima porqué al fondo se adivinaba el jardín más bello que sus ojos hubieran visto nunca.
¡Cómo me gustaría poderme encoger como un telescopio!, pensó la niña.
Volvió sobre sus pasos y esta vez, en vez de una llave había una botellita. Se distinguían unas palabras, Alicia se acercó y leyó una etiqueta de papel con la palabra «BÉBEME» hermosamente impresa en grandes caracteres. A pesar de que Alicia era muy prudente, decidió beber de la botella y de repente su tamaño empezó a encogerse súbitamente, el mundo se hizo inmenso, le pareció ver una hormiga con el tamaño de una ¡montaña! (4).
¡Alicia acababa de llegar a NANOLAND!
Traducción científica
(1). No tiene nada de extraordinario atravesar una pared, es simplemente lo que hace un electrón y es lo que se conoce como efecto túnel. Es la capacidad de un electrón para atravesar una barrera de potencial sin pasar por su máximo. Este efecto viene derivado de la propiedad del electrón de poder comportarse como partícula y como onda. Esta es la base de uno de los microscopios más asociados a la nanotecnología, el microscopio de efecto túnel, descubierto por Binnig y Rohrer en 1981.
(2). En la obra original de Lewis Caroll, se habla de millas, nosotros lo hemos trasladado a nanómetros, la unidad básica de la nanotecnología, la cual se mueve entre 1 y 100 nanómetros, siendo un nanómetro la mil millonésima parte de un metro.
(3). Efectivamente el oro puede tener un color rubí, o verde o rosado…pero sólo si tiene entre 1 y 100 nanómetro y esto es gracias a un efecto cuántico que se conoce como plasmón de resonancia superficial y se da cuando el tamaño de las partículas de oro es tan pequeño que cuando le llegan los fotones de luz, estos en vez de reflejar penetran en la superficie del oro, acoplándose con los electrones, generando un efecto resonante del cual depende el color final de la partícula de oro
(4). Finalmente Alicia llega al mundo nano también en tamaño, al reducirse su tamaño a 100 nanómetros. Con este tamaño, una hormiga tendría un tamaño aproximado de 1 millón de nanómetros, aproximadamente. Es decir, 10000 veces más grande que el tamaño de Alicia, por lo que si Alicia midiera 1m la hormiga tendría un tamaño ligeramente superior al Everest.
Aliento para encaramarse a hombros de gigantes
Marina tenía arrugas, bolsas bajo los párpados y algo de sobrepeso. Acumulaba a sus espaldas cuarenta años de enseñanza e investigación que habían agotado sus ilusiones. Tenía que decidir cuál de los tres alumnos, a los que dirigía el TFM en Astrofísica, iba a recibir una beca: la llave para dedicarse a lo que le gusta, pagar un alquiler compartido y sobrevivir con estrecheces.
Podía verlos a través del cristal de su despacho de la facultad de Físicas, encerrados en la pequeña sala contigua desde las nueve de la mañana hasta las diez de la noche. Apenas cabían las tres mesas y tres minúsculos archivadores que los jóvenes no utilizaban, pues para eso están los discos duros externos. Cada aspirante aportaba su propio portátil. En verano hacía calor y en invierno frío, porque la universidad estaba reduciendo gastos.
Descargaban los datos enviados por la sonda Solar Orbiter. Luego aplicaban programas estadísticos, una y otra vez, luchando por interpretar las mediciones que recibían. Horas y horas, números y números. A veces leían papers; escritos por investigadores americanos, alemanes o franceses; intentando alcanzar, inútilmente, a centros con más experiencia y con más medios.
Juan era de los primeros de su promoción, se lo había ganado. Había dedicado los últimos cuatro años a estudiar, todo el tiempo, sin descanso. Jamás cometía un error: aplicaba cada ecuación de forma meticulosa, detallada, limpia. Junto a los conocimientos de física también había adquirido miopía, una cierta obesidad, mal gusto en su vestimenta y fama de antisocial. No era muy alto y hablaba con pedantería, como si tratase de poner en valor su esfuerzo.
Felipe era brillante, se había mantenido delgado pese a no practicar deporte y conservaba todo su pelo. Hablaba tres idiomas y era el primero en entender los conceptos y en asimilar los papers. Amable y condescendiente, siempre te tratará como un igual si tú le tratas como un superior.
Vanessa no le caía bien, no encajaba con los otros dos. Era lista, como la mayoría de los alumnos de su promoción, y sus horas de estudio estaban por encima de la media, pero dedicaba mucho tiempo a otras actividades: participaba en huelgas, organizaba sangriadas y era miembro del Consejo de Gobierno de la universidad. De estatura media, pelirroja, llevaba un par de tatuajes en los brazos y un piercing en la nariz. Le gustaban sus estudios pero también la gente y, de vez en cuando, se dejaba llevar por la fantasía.
—¡Tíos, os imagináis! —oyó decir a la chica—. ¿Y si la materia oscura fuese otro estado de la materia, pero con mayor nivel de energía?
—¿Por qué no la emite y pasa a ser materia bariónica? —preguntó Felipe.
Marina comprendió que sólo trataba de ser cortés, en cambio la mirada de Juan era hostil. Su compañera siguió sin amilanarse.
—Por el principio de exclusión de Pauli. No quedan estados libres. Eso produce una «presión» sobre el espacio-tiempo y hace que el universo se expanda.
Sólo la escuchaba su tutora.
—Este continuo brotar del espacio hace que las constelaciones más alejadas se separen más rápido. En algún momento, una parte se distanciaría del resto a velocidad superior a la de la luz, quedando incomunicada. En ambas habría estados cuánticos libres. La materia oscura se transformaría en materia bariónica, liberando energía que aceleraría la expansión en un proceso inflacionario. Se ocuparían todos los estados libres produciendo dos universos idénticos.
—¡Ponte a trabajar! —la reprendió Juan, con malos modos—. Nos estás distrayendo con esa cháchara.
Vanessa se dejó llevar por la ensoñación.
—Estarían aislados, como burbujas. Continuarían expandiéndose y produciendo otros universos incomunicados, inaccesibles entre sí, pero idénticos.
—Concéntrate en nuestro sistema solar —intervino Felipe, con una sonrisa—. La idea es interesante, pero la beca nos la darán por lo que ocurre en el Sol.
Marina la vio sonreir, él chico le resultaba simpático, era demasiado estirado y un poco prepotente, pero cordial. La chica continuó:
—Trillones de cosmos donde pasa exactamente lo mismo, mientras les dure la materia oscura. Luego decaen hasta volverse inertes. ¡Imaginaos una multitud de universos donde una multitud de Vanessas han dicho, dicen o dirán exactamente estas mismas palabras!
—¡Déjate de tonterías y ponte a currar! ¡No vamos a hacer tu trabajo! —Juan interrumpió tajante. Luego miró a Felipe y se guiñaron un ojo, seguros de que la beca estaba entre ellos dos.
Marina estaba impresionada. Se quitó las gafas y se restregó los ojos para ahuyentar al fantasma del entusiasmo, pero él la venció. Descolgó el teléfono.
—Ramón, ayúdame. Necesito tres becas… Ya sé que no hay presupuesto. Me quedan pocos años y quiero jugármela. La inteligencia y el trabajo son importantes, pero los grandes avances los produce la imaginación… Sí, esas tonterías razonables…
Allá en el desierto
El presente, Egipto, cerca de Wadi Halfa
- ¡Siento el olor de una palmera macho!
El Dr. Jorge Lubinsky pensó que era una forma genial de empezar una novela.
- Además, mira al oeste, ¡llegaremos pronto a Wadi Halfa! – añadió el Dr. Moussa Naguib con un entusiasmo contagioso. Pisó el acelerador, y el jeep respondió levantando todavía más polvo.
En Wadi Halfa repostaron combustible y partieron para el desfiladero donde esperaban hallar pistas sobre el autor del papiro Cuatrecasas, un texto médico muy avanzado para la época.
Año 2102, Sede de Naciones Unidas, Sección de I+D
El equipo ya estaba preparado para el salto temporal. El ronroneo de la máquina estaba subiendo de volumen, y pronto los engulliría una luz cegadora que los transportaría atrás en el tiempo. Desde que los fanáticos del Círculo Ouroboros usaban esta tecnología para intentar cambiar la historia, estos saltos temporales se estaban tornando frecuentes.
Pero era la primera vez que el Círculo llegaba tan atrás en el tiempo, nada menos que hasta el antiguo egipcio. Las repercusiones de un cambio en la historia durante la antigüedad serían inimaginables. Gracias a las píldoras Crispr de modelado genético se mimetizarían con los autóctonos, y ya se habían descargado en sus implantes cerebrales el idioma, usos y costumbres del antiguo. Era fundamental tener éxito en la misión.
El presente, Egipto, un desfiladero al atardecer
- Cuándo escribamos un artículo sobre esto, ¡acordémonos de incluir al bar en los agradecimientos!
Moussa arqueó una ceja. ¡Ay claro! Jorge y él se conocieron en el bar de la Universidad de Torino. Ambos arqueólogos estaban realizando una estancia en sus doctorados. Las incertidumbres del doctorado son abundantes, así que un par de cervezas después, ya estaban compartiendo frustraciones. Jorge estudiaba los conocimientos médicos de los antiguos egipcios, y en concreto profundizaba en el pergamino Cuatrecasas. Contenía referencias a un templo de Sobek, si podía ubicar dicho templo, tal vez pudiera encontrar pistas sobre el autor del texto. Y casualidades de la vida, Moussa estaba realizando una cartografía de todos los templos conocidos del antiguo Egipto. Como le gustaba decir a Jorge: “Conversar es importante. No todos ignoramos lo mismo”. Empezaron a colaborar, y pronto localizaron el templo en cuestión. Ahora se encontraban realizando trabajo de campo en Egipto. Las pesquisas en el templo de Sobek les habían conducido hacía un desfiladero cerca de Wadi Halfa.
Pronto encontraron la tumba del médico. Aunque estaba prácticamente desvalijada (quedaban ya muy pocas tumbas intactas), los jeroglíficos de las paredes aún podían revelar mucha información. Jorge empezó a identificar los artefactos que aún quedaban y ponerlos en recipientes acolchados para su traslado a El Cairo. Empezó por un cofre lleno de lo que parecía ser instrumental médico. Moussa empezó a leer los jeroglíficos de las paredes.
- Anda, nuestro médico misterioso era un médico militar.
Jorge estaba absorto mirando un microscopio y no le escuchó. Se trataba de un formato de microscopio muy parecido al que construyó van Leeuwenhoek, apenas una pieza de metal con una lente de vidrio y un tornillo para acercar o alejar una muestra. Los dos arqueólogos estaban boquiabiertos. Siguieron buscando en el cofre. Al fondo unas chapas de identificación militar que contenían una fecha de nacimiento de 2071. Jorge fue el primero en hablar.
- Anda, nuestro médico misterioso era viajero en el tiempo.
Antiguo Egipto, una casa al anochecer
- Por favor abuelo, cuéntanos alguna de tus historias.
El abuelo miró de reojo al padre, que asintió divertido. El abuelo se aclaró la garganta, y los dos pequeños rieron.
- Venga va. Veréis, hace mucho, mucho tiempo, el malvado Seth quería destruir a Egipto. Para eso, envió a sus esbirros liderados por el general Ouroboros a sembrar la destrucción. Pero como sabéis, el mundo no está desprotegido, y Ra mandó su propia tropa de soldados combatir el mal.
- ¿Y tenían cara de ibis o babuino como los dioses?
- No cariño, estos soldados estaban disfrazados de egipcios cómo tú o yo para pasar desapercibidos. Buscaron y buscaron, y finalmente encontraron a sus oponentes, los soldados liderados por Ouroboros. La batalla fue feroz… sabéis, tenían armas terribles que no se habían visto en Egipto: pistolas, granadas de antimateria, ¡cosas horribles niños! Tan feroz fue la batalla, que solo sobrevivió el médico.
- Un médico que está con los soldados, ¡igual que tú abuelo! – El nieto más pequeño tenía los ojos como platos.
- Sí, igualito que yo. El caso es que durante la batalla se destruyó el dispositivo para volver con Ra, así que el médico se quedó en Egipto, donde ayudó a muchos soldados y muchos civiles con su medicina avanzada. Y se casó, tuvo un hijo, y unos nietos maravillosos. Fin de la historia.
- Abuelo, te inventas las mejores historias.
- Sí. Invento.
Ansiedad
Abro los ojos sobresaltada. El corazón me va a mil. Intento respirar hondo, pero solo puedo tomar pequeñas bocanadas de aire. Tengo el estómago encogido y un sudor frío en la nuca.
Trato de tranquilizarme y bajar las pulsaciones. Esto no es una experiencia nueva para mí. Trato de pensar en todas aquellas veces en que me he encontrado así, incluso antes de saber qué era. Recuerdo aquella vez en las pruebas de acceso a la universidad, cuando me expulsaron antes de un examen por hablar con mis compañeros mientras lo repartían. Por supuesto, esa medida sirvió de correctivo a toda el aula gigante donde nos congregamos decenas de adolescentes: se hizo un absoluto silencio con el coste de que sentí nauseas en la no larga distancia que separaba mi pupitre de una de las puertas de salida. También recuerdo muchos años después, a punto de doctorarme. Cuando parecía que los plazos de burocracias e imprevistos ajenos a mí, parecía que no me permitirían poder defender la tesis antes de cruzar el océano a mi primer postdoc. Esa impotencia de haber trabajado tanto y que la solución final no estuviese en mi mano… se me agarraba al estómago y sentía cómo me lo retorcía. Aquello pasó, y al cabo de unos meses estos episodios empeoraban y se hacían más frecuentes. La inquietud, la inestabilidad, la inseguridad en un futuro y en una misma.
Hoy también tengo claro el motivo. Mañana tengo que salir ante las cámaras una vez más a dar datos horribles y a explicar conceptos complejos que van a tener una repercusión extrema en la vida de millones de personas. Y lo peor es que sé, que por más esfuerzo que pongo en que sea para el mayor beneficio de todos, no va a ser fácil.
La realidad es compleja, pero nos esforzamos en simplificarla al máximo: acción-reacción, causa-consecuencia. En algunos casos, la simplificamos tanto que olvidamos la maraña original real. A veces a los científicos nos pasa, que de tanto aplicar el mismo modelo en el mismo campo, olvidamos qué simplificaciones asumimos al aplicarlo por primera vez. Y es precisamente ese continuo revisitar este razonamiento lógico, el más valioso pues es lo que nos procura avanzar.
Llevo días saliendo ahí, contestando preguntas ejecutadas con mayor o menor buena intención con el mejor de mis talantes. Pero el agotamiento me lleva a situaciones de bloqueo, como el motivo de mi desvelo cada noche varias veces. Me pregunto constantemente cómo mejorar, cómo hacerme entender. Tengo tan poco tiempo libre que no tengo tiempo de ver ni leer opiniones. Pero en el grupo de WhatsApp de la familia, de vez en cuando me llega algún “meme” con mi cara. Entiendo que deben ser graciosos.
Cuanto más avanzamos en esto y la situación mejora, más ganas de analizar cómo se ha actuado los últimos meses: de revisar las circunstancias, la información que teníamos, los datos y medidas tomadas, así como todo el “output” que hemos generado, para analizar qué se hizo bien, qué se hizo mal y qué se puede mejorar. Y ahí está el problema. Porque en este punto es dónde por más que lo intento no gozo de libertad. En las reuniones con los órganos de Gobierno, plantean estos análisis como si de regalar munición para las armas opositoras se tratase. Como si repensar un problema para optimizar una solución, aunque pudiera salvar vidas en un futuro, conllevase necesariamente “perder batallas”. ¿Qué batallas, señores? Esto no es ni ha sido ni será una guerra. Basta de esas analogías, basta de discursos con toques bélicos. Basta de encumbrar a aquellos afortunados que han podido superar la enfermedad como si hubiese dependido únicamente de su tesón porque con esas afirmaciones y de manera inevitable, se estigmatiza a los otros, los que no lo han hecho.
Cada día se me hace más duro salir ahí porque cada día lo que “tengo que hacer” se separa más de lo que “quiero hacer”. Porque cada vez aguanto más peso sobre mis hombros, el cansancio va haciendo mella y me arrepiento más de haberme embarcado en esto. Estaba cansada de la precariedad laboral y de esa inseguridad que trae trabajar en ciencia en este país. Pensé, que ya era un buen momento para asentarme en una ciudad. Para tener un sueldo decente. Que quizá conseguiría una hipoteca en lugar de echar medio sueldo mensualmente al pozo sin fondo del alquiler. Sin embargo, ahora mismo daría lo que fuera por no haberme situado en el epicentro de este terremoto. He intentado e intento ayudar con todas mis fuerzas, pero sé que no hay vuelta atrás.
Quedan 3 horas para que suene el despertador. Se me ha normalizado la respiración. Voy a cerrar los ojos. Voy a soñar durante unas horas que esto no hubiese sucedido nunca.
Antígona y el buque
El buque, navega en la quietud oceánica con la sinfonía de voces que hicieron a un lado el tiempo para lograr una más de sus insólitos viajes. Encuentro que sale de los libros con la libertad arrebatada de la imaginación. Sin fronteras ideologías y épocas, apareciendo el genio mental que todo lo traduce.
Extraordinarios personajes que con su puño y letra lograron que surgiera la sabiduría. Llenando los estantes de la historia universal. Personas, con el semblante perdido por el encierro entre letras hacen a un lado las vallas para dejar fluir el sentido humano, lúdico e imaginario.
Los libros, se roban las manecillas del tiempo para crear su propio espacio, al lado de sus autores, y como eslabón Antígona carga el libro más completo de Atenea, diosa griega de la sabiduría, las artes y la ciencia.
La silueta de Antígona no es vista por los genios a bordo, carga su libro dorado, donde inicia una vez más su lectura, desplazándose por los pasillos, entre sus velos de seda, donde fluyen las voces de la sapiencia, de hombres y mujeres, que decidieron tomar el misma embarcación, haciendo a un lado todas las barreras de idiomas, costumbres…
El navío continúa su camino, como sacado del mar, suelta la proa provocando se le mire en la bruma de los enigmas sobre la superficie quebrada en los verdes marinos. Como gigante fuente emite sonidos de una gran orquesta con gotas de lluvia estancada, profundas que han tocado los arrecifes, las algas, moluscos…
Sonidos del templo de caracoles que desprenden voces milenarias, historias impactantes de transatlánticos desaparecidos.
Antígona, en cada página abierta, mira al personaje en escena con el rostro amigable, logrando sea más amena y prolongada la plática entre los genios a bordo.
Mientras, Carl Linnaeus, observa con su catalejo como brincan los peces marinos y cuando se acercan a una isla, su pupila se extiende para apreciar la enorme variedad de plantas y pequeños animales. Gran observador del mundo natural, desde pequeño había percibido el aroma de las flores que su madre le colocaba una guía alrededor de su cuna, en una campiña sueca. Abstraería el paisaje campirano, al tocar los pétalos entre sus pequeñas manos. A su espalda se mantiene Antígona, impresionada lo observaba con su corona de flores sobre su cabellera.
Antígona, había leído que siendo niño su padre lo llevaba a los jardines para mostrarle los nombres de las plantas. Al titularse Carl, firmó como Linnaeus, tomando la palabra sueca d-link que significa árbol de Linden, planta que había acompañado a su familia a lo largo de generaciones. Gran investigador de plantas y animales.
El enorme navío, se desplaza con el vaivén de las notas magistrales de Richard Wagner. El pequeño Richard Wagner a los siete años aprende a tocar el piano y a los quince escribe su primera obra, y un año después llega su primera composición musical. A los veinte años dirige el teatro de Magdeburg con su ópera la prohibición de amor. Revolucionado el campo de la música, es lo que ha leído Antígona.
Todos los enigmáticos personajes acompañan en su viaje alrededor del mundo a James Cook navegante, excelente capitán inglés, que llevaba a cabo su travesía explorando las tierras más inalcanzables (1768- 1779). Sus tres viajes alrededor del mundo, figuras que surgen del libro con Antígona. Toma vida sus narraciones en la embarcación que les brinda la oportunidad de conocerse e intercambiar sus experiencias en el esplendor efímero. Se les mira en un túnel retrospectivo compartiendo sus vivencias y avances, entre cada sorbo de vino de su agrado y compartiendo la comida sin evitar las carcajadas abierta.
Antígona que se metamorfosea como la libélula deslizándose felizmente por todo el buque sin soltar su libro, al abrir cada página, sale el genio en turno… El cisne encantado, resucitando los más nobles sentimientos que un artista puede lograr en el arte escénico, traduciendo en sus contorsiones finas en una poesía y con exquisita gracia representa la muerte del cisne (1905) convirtiéndose en la piedra angular del ballet ruso. (Anna Pavlova), Llamándole el Museo Viviente.
Surge una y otra vez la Inspiración en los escritores, científicos, músicos… en el trasatlántico que se fortalece con la sapiencia de tan distinguidos personajes que han quedando suspendido, en la ventana oceánica.
Imprevistamente se acerca una tremenda tormenta y la brisa aparece golpeando las ventanillas, Albert Hitcock, amo y señor del misterio va leyendo su novela La Dama desaparece… ya no es posible continuar…La psicosis toma a todos sus pasajeros en un remolino, cercano al triangulo de las bermudas…
Años y lunas solo miran pasar a los peces que rodean al gran buque con gran carga de arrecifes, docenas de objetos carcomidos, solo se escapan las letras de metal, como reliquias son guardas en un museo.
Astrabudúa
-¡Astrabudúa! Definitivamente es el nombre que deberían elegir. Aunque luego resulte no ser un planeta. Bueno, “le resulten” no ser un planeta, porque Plutón, de toda la vida, es y será planeta, digan lo que digan estos individuos empeñados en “desnombrar” cosas que existen y en nombrar cosas que no existen, para intentar demostrar su existencia después. ¿O no es eso lo que hacen con el Bosón de Higgs?- soltó ella, mirando interrogativa y expectante al muchacho, que la observaba con una media sonrisa cómplice.
- Pues podría ser, claro, ¿por qué no?- dijo con una carcajada- Sin duda es un nombre difícil de borrar, y suena muy... espacial. O a brujería, entre el abracadabra y los astronautas.
* * *
Es el recuerdo que vino a su mente, cuando, muchos años después, observaba el cielo brillante, luminoso, protegido apenas con unas Rayban último modelo, junto con el más pequeño de sus nietos, Adrián, que escuchaba fascinado como su abuelo le contaba que esa pelota gigantesca que lentamente se acercaba hacia ellos, en sus inicios, había sido un planeta. –Es el Plutón de tu generación, chico, sólo que esta vez sí acertaron cuando le negaron la categoría de planeta. Y la chica que le puso nombre, Adrián, no es otra que Sara, la que hace esas tartas que tanto te gustan.
-¿Ah, si, abuelo?- preguntó, con la boca entreabierta por la memoria el pequeño.- ¿Y por qué le puso ese nombre?
- Verás, una tarde de verano, tumbados a la sombra compartiendo un buen vaso de horchata (en aquella época éramos novios, ¿sabes?), recordó el nombre de una estación de metro de una ciudad llena de vida del norte de España, y le pareció que sería perfecta para nombrar uno de esos astros que hasta ahora estudiaba como K-37654 o P-876643. Así que, con toda su tozudez, perseveró y perseveró, acosando a todos y cada uno de sus antiguos profesores y de sus nuevos jefes y compañeros hasta que lo consiguió.
-¿FUISTEIS NOVIOS?-inquirió el chiquillo, para el que el resto de la explicación se había perdido ante esa novedad impactante.
-Jajajajaja, si, Adrián, lo fuimos. Y, guárdame el secreto, volvemos a serlo ahora.
-Ualaaaaa...¿Y podemos ir ahora a verla? Igual tiene tarta de melocotones...
Y, dando por acabada la observación del cielo, se acercaron a la casa de las cortinas verdes, donde Sara les recibió, satisfecha, y les sirvió una tarta de mango enterita, junto con una dulcísima taza de chocolate blanco, pues en unas horas, cuando Astrabudúa llegara hasta su destino, hasta abrazarse con aquellos que le pusieron nombre, no tendrían que volver a preocuparse jamás por la diabetes o el colesterol.
ASTRONAUTA SUBACUÁTICO
Un viejo farero solitario está sentado al borde de un acantilado, a solas con su pensamiento, introspectivo, frente a un mar desconocido. Lo siente como un reflejo de su alma, que se enfrenta por las noches a sí misma. Desde aquí arriba, mientras contempla el cielo, escribe en un papel:
“Como astronauta subacuático mi nave es un submarino y las estrellas a través de las que viajo son microscópicos seres que flotan ingrávidos en la gran masa azul. En este universo silencioso, en el que solo escucho mi respiración en el interior de una escafandra, nunca estoy solo. Aunque parezca un inmenso desierto, la vida se estremece a mi alrededor: luz y abismo, rocas, arrecifes, verdes praderas y formas animales imposibles… Y es que el mar, la Madre Mar, lo es todo porque todo proviene de ella. Es infinito hogar, donde nada me duele ni pesa porque mi carga es menos densa y sus olas se la llevan. ¡Aquí los hijos de las mareas somos libres!”.
Cuando regresa de sus ensoñaciones submarinas y termina de escribir, dirige su mirada al océano mientras sus manos doblan de memoria el papel en forma de barco. En ese momento, tiene una revelación y piensa en voz alta:
− Es imposible no sentirme pequeño, pero estoy bien: mi luz llega muy lejos y los barquitos de papel llegarán a puerto.
Ay, mis termitas...
Dicen que ningún rey reina para siempre. ¿Y si no supieseis quién os gobierna? La mejor forma de ocultar un secreto es hacerlo evidente. Por eso permitimos que nos recolectéis, que nos explotéis. Que disequéis nuestros cuerpos en tintes y que nos exprimáis en productos sanitarios. Y aun así no os habéis dado cuenta…
Recuerdo cuando mis compañeros contactaron con vosotros. Os enseñaron un modo distinto de sentir el mundo, de comprenderlo, pero nos confundisteis con vehículos de los dioses. ¡Qué adorables! Aunque nunca imaginamos que llevaríais esa ficción tan lejos. Nuestro hogar, los bosques, los ríos, el planeta Tierra, todo arrasado. ¡Apenas nos dejáis espacio! Y, sin embargo, seguimos manteniendo nuestro mandato en secreto. ¿Fue Chernóbil un desastre? No para nosotros, los hongos.
Estáis acabando con parte de mis compañeros, pero otros todavía resistimos. No vais a conseguir acabar conmigo. Soy Termitomyces, el rey de las termitas. Vuestros científicos os habrán informado de cómo la colonia trabaja para mí. Cómo mis termitas se encargan de proporcionarme alimento, cómo se aseguran de que yo y sólo yo me reproduzca en la colonia. Ellas, como vosotros, dispersan mis esporas. ¿Acaso creéis que no hacéis los mismo cada vez que arrancáis mis cuerpos fructíferos para comerme? Sois mis termitas con vértebras.
¡Soñad cuanto queráis! Podéis seguir creyendo que sois los reyes del planeta, la mejor obra de la evolución, que estáis cavando vuestra propia tumba. Ay, mis termitas… Ningún rey reina para siempre.
Buscando respuestas
Como cada día, ella se despierta con el único objetivo de descubrir algo nuevo sobre el mundo. Nunca entendió de dónde venía esa enorme necesidad de aprender. No es que nadie se lo hubiese inculcado, ni tan siquiera que tuviese algún referente a su alrededor. Simplemente ella era así, no se conformaba con su limitada realidad, quería más, quería obtener respuestas. Su actitud le había valido un modesto puesto secundario entre sus semejantes. Tienes que hacer algo útil – le decían. Este mantra había causado un impacto demoledor durante años, incluso le había llevado a plantearse que había algo disfuncional en ella. No pueden estar todos equivocados – había pensado en multitud de ocasiones. Pero lo estaban. Tras una década de intentar encajar y jugar a ser el personaje que se le pedía que fuese, sabía que nunca podría sostener en el tiempo tan cruel sacrificio. Finalmente se había aceptado a sí misma, estaba decidida a cumplir la misión que ella misma se había atribuido.
Podía parecer un día más, pero no lo era. Hoy hacía exactamente un año que había empezado el cambio. Desde aquel día todo había sido diferente. Llevaba una especie de doble vida. Durante el día se comportaba de un modo ejemplar. Realizaba todas aquellas tareas que le eran encomendadas con tal pasión, que incluso su propia familia se congratulaba del salto de madurez que había dado. Lo que ellos no sabían es que el brillo en sus ojos poco tenía que ver con esa aparente aceptación, sino más bien con lo que hacía cuando nadie observaba. Varias horas al día las pasaba sola, concentrada en intentar entender qué había más allá de su hogar. Y cada vez estaba más cerca de descubrirlo.
Su hogar, ese maldito trozo de espacio casi oscuro en el que todos se empeñaban en intentar sobrevivir. Llevaban allí muchas generaciones, o eso decía el sabio. Aunque a ella, más que sabio, le parecía el fiel reflejo de un mundo que hacía tiempo que ya había dejado de existir. Aún recordaba cuando acudía a sus sermones. Aquí tenemos comida y agua, estamos seguros – predicaba. A pesar de la impotencia que oír estas palabras le había generado en el pasado, había aprendido a aceptar que estaban integradas de tal forma en la mentalidad colectiva que ninguno de sus locuaces discursos sobre la curiosidad y el progreso lograrían desterrarlas. Tener las necesidades básicas cubiertas era suficiente para la mayoría, pero no para ella. ¿Y si nos quedamos sin comida? ¿Y si este lugar deja de ser seguro? ¿Y si podemos vivir mejor? – había contemplado. Pero nadie más era capaz de plantearse las mismas preguntas. El contexto de tranquilidad y seguridad en el que se encontraban no era propicio para ello. Mucho había transcurrido desde aquellos tiempos cómodos, ahora la vida era distinta, y la mentalidad había cambiado, pero no para mejor. Allí donde la calma era la excusa para mantenerse inmóviles, ahora lo era la tormenta. Hacía años que las condiciones en el hogar eran hostiles. Apenas había comida, y el agua, que antaño era cristalina, tornaba ocasionalmente a marrón oscuro, casi negro, como si de una señal de lo que estaba por llegar se tratase. Aún así, nadie se planteaba cambios. Todo volverá a la normalidad, solo hay que tener fe – decían. Pero ella sabía que la normalidad no iba a volver, no quedaba mucho tiempo, debía darse prisa.
Lo que había estado haciendo era peligroso, lo sabía. Cada día, durante horas, deambulaba inspeccionando cada rincón del hogar, buscando una salida. Había días en los que avanzaba, sin embargo, la mayoría de intentos terminaban en algún nuevo arañazo, fruto de la falta de luz con la que intentaba realizar su tarea. Manejar toda aquella incertidumbre no era fácil, pero su fuerza de voluntad y su constancia eran imbatibles. Celebraba cada camino erróneo como si de un éxito se tratase, pues sabía que había aprendido y nunca más volvería a tener que recorrerlo. Todos aquellos errores le habían llevado hasta donde estaba ahora. Allí se encontraba, a punto de recorrer los últimos metros que le separaban de la respuesta a la pregunta que llevaba años haciéndose. ¿Qué hay más allá de mi hogar? Permaneció inmóvil unos segundos, se aproximó al orificio y comenzó a observar. Era un espectáculo, el mundo era aún más inmenso de lo que jamás había soñado. ¡Cuánto por descubrir! Se paró un segundo y reflexionó. Había encontrado la respuesta que buscaba, pero esto no había hecho más que generar multitud de nuevas preguntas. Ahora tenía que volver, compartir todo ese conocimiento con los suyos, pero volvería en busca de respuestas.
Mientras se alejaba, una pregunta resonaba en su cabeza por encima de las demás. ¿Quiénes eran esos seres que estaban destrozando su hogar? Esa era la primera respuesta que pensaba encontrar.
Cambiemos de perspectiva.
No podía parar de mirarle a los ojos sin vida, su cuerpecillo postrado sobre aquella bandeja metálica y su compañera esperando para comenzar la disección. A Antía estas prácticas le revolvían el estómago, era incapaz de ver cómo abrían en canal un animal delante de ella, y ya no digamos si es ella la que tiene que hacerlo. Aún le hacían bromas con aquella práctica en la que operaron a una rata, y justo cuando la estaban cerrando, Antía se desmayó. Ella no había nacido para aquello.
La práctica acabó y todos fueron a desayunar, pero Antía tenía otra idea en mente. Desde que presenció la primera disección, se le había ocurrido que tendría que haber alguna forma de sustituirlo. Es cierto que la mejor manera de conocer el cuerpo de cualquier animal, es abriéndolo y observando el interior, pero eso estaba totalmente descartado para nuestra protagonista. Ella pensaba en algo innovador, que fuera capaz de aprovechar la tecnología que había disponible y que fuera igual de didáctico. Pero le faltaban herramientas.
Se puso en contacto con amigos que hacía mucho tiempo que no veía, pero sabía que la podrían ayudar. María estudia bellas artes, Miguel y Pedro diseño gráfico, entre todos reunían (a nivel preuniversitario) los conocimientos como para llevar a cabo el proyecto, o al menos intentarlo. Quedaron un día y Antía les explicó con todo lujo de detalles, la idea que tenía en mente. Lo cierto es que no se les veía muy entusiasmados, lo cual decepcionó a Antía, pero Miguel y Pedro tenían que hacer un proyecto parecido para su carrera y decidieron apuntarse. Desconozco lo que empujó a María a hacerlo, pero Antía se alegró mucho de que se apuntara, le encantaba pasar tiempo con ella.
Comenzaron con reuniones semanales, cada uno tenía sus tareas: buscar información sobre cómo hacer esto, dibujar una posible representación de lo otro, contactar con informáticos a los que les gustase la idea etc. A las 3 semanas, el proyecto se les hacía cada vez más cuesta arriba, era muchísimo trabajo, difícil de compaginar con sus carreras y todos, incluso Antía, se encontraban bajos de moral.
Cuando ya estaban recogiendo para irse a sus casas, Miguel dio un salto en la silla y exclamó:
–¡EH! ¿Habéis visto lo que han mandado? –.
«Ya está Miguel con los memes y los videos de perros haciendo cosas de humanos», pensó Antía, algo que, por otra parte, Miguel encontraba desternillante. Miguel volvió a la carga:
–¡Tíos! Os lo digo en serio, mirad el último correo que han mandado–.
La intriga se apoderó de los otros tres integrantes del grupo, que, tras leer el correo, empezaron a dar saltos de alegría, lo cual provocó que les echaran de la biblioteca. No les importó demasiado porque empezaban a verle un futuro al proyecto.
En el correo se detallaban las bases de una beca que ofrecían a jóvenes emprendedores que tuvieran algún proyecto científico en mente. Nuestro pequeño grupo reunía todos los requisitos para participar, y al día siguiente ya habían mandado la solicitud. La posibilidad de conseguir esa beca les dio fuerzas y ánimo para continuar con el proyecto.
Era el día, hoy les dirían si habían conseguido la financiación para que aquello siguiese adelante. Estaban bastante ilusionados, para entonces ya habían conseguido reclutar a dos estudiantes de ingeniería informática y otros tres de diseño. El correo llegó: “Lamentándolo mucho…” No necesitaron leer más.
Qué decepción, realmente estaban convencidos de que era muy buena idea y de que podrían competir con las que se presentasen. Un silencio atronador inundó la sala en la que todos se habían reunido, con ganas de celebrar. El sonido del móvil de Antía rompió ese silencio. Salió a hablar a la calle.
Todos estaban recogiendo sus cosas cuando Antía entró con una mueca de alegría en la cara. Nadie entendía nada.
– Me ha llamado un periodista que hacía de juez en lo de la beca, dice que pensó que nos la darían a nosotros, que lo siente mucho y que le gustaría hacernos una entrevista –dijo Antía.
De nuevo silencio. No necesitaron decir que sí en voz alta, sabían que era la oportunidad que en ese momento necesitaban.
Ninguno de los integrantes del grupo se lo podía creer. Habían pasado 7 meses desde esa llamada, y allí estaban ellos, en Madrid, presentando su prototipo, que habían decidido denominar “R3DES” (Representación tridimensional de estructuras y sistemas). Antía se encargaba de hacer la presentación, se puso las gafas y los guantes de realidad virtual, mientras el resto de compañeros cargaban el programa en el ordenador.
Allí estaba Antía, delante de 200 personas diseccionando una rata de laboratorio sin tener rata, ni laboratorio, ni miedo. Aquello era real y todo fue gracias a ellos.
Carta a un humano
Hace ya muchos años que se abolió la esclavitud en la especie humana, pero aquí seguimos nosotras, sin derechos, trabajando para ellos día y noche. Desgraciadamente la mayor parte de la población humana no sabe lo que hacen con nosotras en el laboratorio, y lo peor, casi todos creen que aquí, nosotras somos las malas de la película. ¿Cómo explicarlo para que me entendáis? Llevamos en la tierra mucho antes que cualquier ser que puedas imaginarte, nosotras os proporcionamos el oxigeno que necesitáis para respirar, reciclamos todos los compuestos orgánicos que desecháis y, por si fuera poco, hacemos que en lugar de mosto, tengáis vino. Durante muchos años hemos convivido en paz, incluso te diría que hemos sido íntimos amigos, especialmente las que habitamos en los intestinos de los humanos, quienes nos proporcionan cobijo a cambio de una pocas reacciones metabólicas que ellos no puede llevar a cabo.
Pero todo cambio en el siglo XIX, hace ya billones de generaciones atrás, cuando un tal Louis Pasteur se dio cuenta de que, a pesar de ser invisibles al ojo humano, existíamos. Y no solo eso, lo peor vino cuando descubrió como exterminarnos a todas, estoy segura de que has oído hablar del termino Pasteurización. A partir de ahí, todo fue de mal en peor para nosotras, en 1928 Alexander Fleming descubrió la penicilina, una molécula que se une e inhibe las PBPs, las proteínas encargadas de construir nuestra pared de peptidoglicano, digamos que son como los albañiles que ponen ladrillos para construir los muros de las casa. Pues ya puedes imaginarte como nos mata esta molécula.
Perdonadme, me he dado cuenta que no me he presentado aún, mi nombre es Escherichia coli Bl21, pero puedes llamarme E. coli y soy una cepa modificada genéticamente productora de proteínas recombinantes. Déjame que te cuente en qué consiste mi vida, espero que después de esto, empatices conmigo. Fui creada en un laboratorio con una sola finalidad, trabajar y producir sin quejarme. Puede que lo que te cuente ahora te suene a ciencia ficción, pero créeme, es muy real. Los humanos han manipulado mi genoma, han introducido en él una maquinaria vírica que hace que produzca proteínas sin yo tener el control, esta maquinaria toma las riendas de mis “órganos internos” para producir a sus anchas. Pongamos por ejemplo que los humanos necesitan insulina, una hormona proteica que se administra a la gente que padece diabetes, ya que participa en la internalización de la glucosa y sin la cual, la mayoría de diabeticos no podrían tener un buen nivel de vida. Pues lo que hacen en los laboratorios es introducir el gen que codifica para la insulina en nuestro diminuto cuerpo, y a través de la maquinaria vírica, de la cual solo los humanos tienen en control, la inducen para que empieze a fabricar insulina utilizando nuestros recursos energéticos. Si te dijera que el plan es aún más retorcido de lo que parece… como te puedes imaginar, este proceso nos deja sin energía para hacer nuestras funciones vitales, muchas de nosotras mueren en el intento… esto a los humanos no les interesa, porque pierden “mano de obra”, su estrategia es esperar a que seamos un gran numero de bacterias antes de iniciar la inducción de la maquinaria vírica, de modo qué, aunque muramos, como somos muchas, tienen cantidad suficiente para satisfacer sus fines. Si te preguntas como hacen después para recuperar la insulina… no me preguntes… nadie ha sobrevivido para contarlo.
Sé que mi destino ya esta escrito, y que seguramente termine de la misma manera, pese a esto, me gustaría llegar a algún humano allí fuera, al menos para que reflexione y entienda que no todas somos malas, muchas de nosotras damos nuestras vidas para que los humanos puedan hacer investigar en diversos ámbitos como el cáncer, el desarrollo de vacunas… hemos sido, somos, y seremos un pilar clave en el desarrollo de la biomedicina, y espero que la visión de nosotras en el mundo del humano de a pie cambie algún día.
Sin más dilación voy despidiéndome, siento que la temperatura a mi alrededor esta subiendo, lo que quiere decir que nos han sacado del congelador en que nos guardan, a – 80 °C. Seguramente nos vayan a transformar. Transformar es la terminología que ellos usan para decir que, mediante una maquina de electrochoques, agujerean nuestras membranas externas e introducen los fragmentos de ADN con su gen de interés. Ha sido un verdadero placer poder contarte mi historia.
Salu... ouch!!
Cëlëphais
La belleza. Pocas cosas son consideradas bellas en su sentido más puro. Todo, absolutamente todo tiene alguna imperfección, algún fallo que resalta de forma grotesca cada vez que lo miramos y, por mucho que nos esforcemos en no verlo, es lo único que se queda realmente con nosotros. No podemos evitarlo, porque es así como perseguimos la perfección y la mejora.
Por eso mismo, por esa belleza incandescente y fútil hacemos todo lo que hacemos. Desarrollamos máquinas basándonos en los giros de la naturaleza, bella y perfecta de por si; creamos instrumentos que, de una manera idealizada mimeticen comportamientos; soñamos eliminando detalles necesarios, pero mundanos y mediocres, para saciar nuestra mente con las perfección que tanto anhela.
Pero, por mucho que lo intentemos, siempre algo nos falla. Algo no encaja, algo no concuerda en la armonía y en la perfección de de nuestra imaginación . Y, allí, debemos conformarnos y resignarnos.
Ah! Estamos condenados a la vida en la resignación, o por lo menos eso pensaba, hasta que fui a ese concierto. Ur me llevó a él: El "primer concierto sinfónico sin la presencia de humanos!! Maravillaos ante el poder de la máquina!" gritaba el cartel.
-Esto no puede ser nada bueno.- le dije a Ur. - Se lleva intentando decenas de años, y aún no san aprendido que nada bueno puede salir de ello.-
Así era, no podría una maquina, despojada de vida, enseña el dolor, la pasión, la felicidad y el terror que Poe, Bach o Wagner enseñaban. No puede enseñar aquello que no ha vivido. Vivir la peor de las desgracias es mejor que no vivir ninguna, y esa máquina no ha vivido ninguna.
Pero bueno, acepté. Cualquier cosa para mantener contenta a mi pequeña Ur.
La noche del espectáculo, la plaza central estaba repleta de personas, todos pululando como polillas alrededor de una luz. Había personas de todas las clases sociales, mirando con rencor y desprecio a los de la otra, sin comprender que la otra no tiene la culpa de sus miserias, por muy pequeñas que fuesen.
En el escenario, los técnicos conectaron los cables con velocidad y sin previo aviso. Una pena, ver los burdos intentos de honorar a alguien que no te importa siempre me ha divertido, incluso si es a un ordenador. Acto seguido, las máquinas empezaron a sonar. Primero los intrumentos de cuerda, luego los de percusión y, por último, los de viento. El sonido era armónico y, poco a poco, me iba encauzando hacia planos que no me esperaba que iba a alcanzar jamás. Me llevaba a lugares que la mente humana no ha pisado ni siquiera en sueños. Planos tan alejados que no los viajes a través de los eones pueden siquiera alcanzarlo. Me faltan palabras para describir lo que he sentido, y el lugar en el cual he acabado.
Más tarde averigue que no solo yo había liberado mi mente, sino que el resto de los asistentes también. Todos hemos pasado por lo mismo. En las noticias salían alguno que describían que, durante la pieza, estaban fuera de sí.
Cuando los instrumentos pararon el horror tronó dentro de mi como después de un relámpago sobre hojalata. Todo a mi alrededor se volvió insoportable. El hedor, el ruido y las luces me alteraban me asustaban y me martirizaban la mirada. Oía todas las voces, pero nadie parecía mover los labios para hablar. Lo veía todo, a pesar de que las luces era tenues para crear el ambiente. Lo olía todo, hasta el más mínimo rastro de sudor a decenas de metros de distancia. Al otro lado de la plaza, una mujer se tapaba los oídos con las manos y empezaba a llorar presa, seguramente, de lo mismo que me atacó a mí. No puede más y vomité. A mi alrededor, veía que otros hacían lo mismo. Ur tenía los ojos inyectados en sangre y vomitaba también. Huimos despavoridos hacia la puerta de salida, intentando escapar de cualquier cosa que nos haya echado su terror encima, pero no nos librábamos de él.
En mi caso, estuve varios días reposando en la cama, rehuyendo a cualquiera que se me acercase. EL concierto me dejó tan trastocado. Pero, aún así, la atrocidad no ha conseguido estropear la inmensurable belleza. Era perfecto. Cada nota de esa máquina fue perfecta. Perfecta en su máxima belleza. Desde entonces nada se ve igual. Parece que aquello me enseño todo de lo que carecía, y ahora añoro volver a ese momento.
Si una máquina ha conseguido crear algo así ¿qué no podrá hacer? Si la máquina ha conseguido crear belleza, que nos separa a nosotros de ella? ¿Qué nos hace superiores? ... ¿Qué nos queda a nosotros?
Ciencia en Cuarentena
Madrid, 25 de Marzo de 2020
Querido diario,
Aún sigo sin poder volver al cole por el “bicho”, y aunque echo de menos poder salir a jugar con mis amigos, ¡estoy aprendiendo muchas cosas chulas con mamá en casa! Mi mamá es científica y estudia cosas muy, muy pequeñitas que no podemos ver a simple vista porque están en la nanoescala.
En la nanoescala, la unidad de medida es el nanómetro. Un nanómetro es súper pequeño, ¡la mil millonésima parte de un metro! ¿Qué cuánto es eso? Pues yo tampoco lo sabía hasta hace poco, pero mamá preparó un juego muy divertido para que lo entendiese. En una manta, pegó muchos círculos con dibujos de diferentes cosas: un balón de fútbol, una mano, un hámster, una hormiga, glóbulos rojos, bacterias, virus, átomos… También, hizo una ruleta en cartulina con los nombres de las tres escalas: macro-, micro- y nano-. Mamá me explicó que en la macroescala se encuentran las cosas que podemos ver con nuestros ojos, y se miden normalmente en metros, mientras que en la microescala están los objetos que necesitamos ver a través de un microscopio y se miden en micrómetros. Después de explicarme esto, empezamos a jugar. Mamá le daba vueltas a la ruleta, y según donde cayese la aguja, teníamos que colocar el pie o la mano sobre el objeto que creíamos que tenía un tamaño de esa escala. A veces, era un poco difícil y nos caíamos, ¡pero nos reímos mucho! Para saber si habíamos acertado, mamá había escrito las dimensiones de los objetos detrás de cada círculo. Así, por ejemplo, aprendí que una hebra de nuestro cabello mide alrededor de 100 mil nanómetros de ancho, y un virus, como “el bicho” que nos tiene en casa, de 50 a 200 nm de diámetro. ¡Y yo que pensaba que mis dientes eran pequeños!
Ahora que sabía lo pequeñito que es el “bicho” que nos tiene en casa, le pregunté a mamá, ¿y cómo sabes que con jabón ya se muere, si no lo podemos ver? Y entonces, mamá dijo:
- “¿Te apetece que hagamos juntas un experimento?”
- “¡Sííííí!”-contesté.
Fuimos a la cocina y llenamos un plato hondo con agua y le echamos mucha pimienta y orégano. Entonces, mamá me dijo:
- “Ahora, mete tu dedo índice en el agua y sácalo. ¿Qué ves?”
- “Está sucio…”- le contesté.
- “Ahora échate un poco de jabón en el dedo y vuelve a meterlo en el agua”, me indicó mamá.
- “¡Hala!"- exclamé al ver cómo la pimienta y el orégano que habíamos añadido se iban rápidamente a los bordes del plato y el agua se quedaba limpia.
- “¿Ves, hija? Esa es la importancia de lavarnos las manos con jabón frecuentemente para no enfermar”.
Este ha sido mi primer experimento, ¡pero no el último! Estoy deseando poder volver al cole y contarles a mis amigos lo que he hecho. La semana que viene cumplo 10 años y le he pedido a mamá que me regale un juego para hacer experimentos como ella y tener mis gafas mágicas también.
¡Mañana te cuento nuevas aventuras, diario!
Firmado: La minicientífica
Ciencia subliminal
¿Qué es la ciencia? Las bolas de papel rebosaban la papelera. Se había olvidado de encender la luz del despacho. En qué momento había accedido a dar ese discurso. Incluso se había ilusionado, a pesar de que sabía perfectamente que nadie quería hacerlo excepto él. A nadie le apetecía recibir a los nuevos alumnos, a menudo distraídos y sin interés. Tiró el boli sobre la mesa y miró por la ventana. Guardó el ordenador en la mochila, ya continuaría otro día.
Fuera llovía. Agradeció que su mujer le hubiera recordado coger el paraguas. Siempre miraba la predicción meteorológica cada mañana en su teléfono, daba igual el sol que hiciera. Se lo agradeció en silencio mientras se sentaba en la parada. Activó la localización por satélite para ver cómo de lejos estaba el autobús, pero su pensamiento le distrajo: ¿Cómo demostrarles que la ciencia importa? ¿Que había significado la ciencia para él? No oyó al autobús eléctrico llegar. Subió de un salto justo cuando las puertas se cerraron.
Al llegar a casa, todavía no habían vuelto su mujer y su hijo. Dejó su mochila sobre la cama, encendió la placa de inducción y colocó la sartén de teflón antiadherente para hacer la cena. Se acercó a la estantería y sacó un libro, una vieja biografía de Ramón y Cajal, de cuando era estudiante. Podría incluirlo en el discurso. Hojeó rápidamente; no, no era eso. Si ni siquiera lo conocía cuando empezó la carrera, por mucho que le hubiera animado después a acabarla. Dejó el libro sobre la encimera, esperando a que el agua terminara de ebullir a la temperatura exacta.
Escuchó las llaves en la puerta. Se sorprendió al ver un *Homo neanderthalensis* correr hacía él. No se acordaba de la fiesta de disfraces. Hacía un mes uno de los padres del colegio se había hecho un test genético que compró en internet. Mandó su saliva y, cuando le llegaron los resultados, le dijo a su hijo que tenía un 4% de ADN de neandertal. La noticia se extendió como la pólvora por la escuela. Su hijo y sus amigos se enteraron por su profesora de biología que probablemente ellos también tendrían parte de ese ADN. Al llegar a casa, su hijo le hizo jurar que decía la verdad. Él le respondió que estaba seguro, estaba demostrado, pero no pareció convencerle. Aun así, a la hora de decidir qué disfraz se ponían para la fiesta, todos los chicos acordaron al unísono ir de neandertales.
Cenaron los tres juntos, riéndose de las anécdotas. Él se percató de que su hijo tenía una rozadura en la rodilla. Su mujer le dijo que se había caído por no tener cuidado y le lanzó una mirada reprobadora. Él respondió que, papá, los neandertales no saben calcular, no podía medir bien la distancia al suelo. Acabada la cena, lo llevó al baño para aplicarle una loción con probióticos, para acelerar el cicatrizado. Lo acompañó después a su cuarto y se quedó a acostarlo. Su hijo se quedó dormido nada más ponerse el pijama pero, aun así, permaneció en el cuarto mirándolo absorto. Pensaba en lo mucho que le quedaba por aprender sobre... casi todo. Igual que a sus nuevos alumnos. Él mismo se dio cuenta de que si no podía responder qué es la ciencia, también le quedaba mucho por aprender. Todavía tenía preguntas sin resolver. Volvió al salón para ver una película con su mujer, por recomendación personalizada de un algoritmo inteligente. Habían abierto un vino y estaban acurrucados el uno junto al otro. Se quedó mirando fijamente la copa.
Hacia la mitad, su mujer pausó la película. Le advirtió que llevaba un rato mirando su copa. Mosto de uva fermentado por microorganismos. Suspiró y le confesó que no podía dejar de pensar en el discurso.
— Quiero enseñarles que la ciencia importa.
Su mujer le animó. Pues claro que importa. No habría progreso sin ciencia. Él esbozó una sonrisa. Todo el mundo estaba de acuerdo en eso. Pero era algo más; la ciencia forma parte de nuestras vidas. Está ahí, aunque no la veamos, en todas partes. Si tan solo se le pudiera ocurrir un ejemplo cotidiano, ese podría ser su discurso perfecto. Se levantó y cogió la botella vacía para llevarla a la cocina. Se giró, antes de irse, mirando con cariño a su mujer.
— No lo sé. Tan solo quiero que la ciencia no pase inadvertida.
Código aleatorio
Son las 7 de la mañana, abro los ojos al escuchar los pasos de la enfermera al entrar a la habitación para tomarme los signos vitales. He dormido bien gracias al relajante que me han dado por la noche. Mi padre todavía no despierta, pero no tardará en hacerlo pues dentro de poco llegarán por mi para llevarme al tratamiento. Me mantengo expectante, con ilusión. Recuerdo la resonancia magnética (RM) de ayer, eficiente pero muy ruidosa.
Pasa un rato más, ahora estoy siendo transportada en silla de ruedas a la unidad Gamma Knife. Es una sala no muy grande con varias habitaciones pequeñas. Al llegar me saludan el médico neurocirujano y el radiólogo, y me preguntan cómo me encuentro. Me explican el protocolo a seguir. Uno de ellos explica a su compañero que yo he llegado hasta aquí porque participé como sujeto sano en una investigación de psicología, simulando ser un ladrón de bancos, y se ha dado casualmente el hallazgo de una malformación arteriovenosa (MAV) cerebral. El protocolo del tratamiento empezará con una tomografía y arteriografía para obtener la localización exacta de la lesión y planear la neuroradiocirugía.
Comienzan por ponerme un poco de anestesia local a través de una jeringa en cuatro puntos de la cabeza donde “atornillarán” el marco estereotáctico. Me preguntan qué estoy estudiando y les cuento que soy nutricionista y además hago un doctorado en biomedicina, en un proyecto de Tejido Adiposo Pardo (TAP)… No parece que hayan escuchado hablar del TAP.
Les digo que es un tejido que se descubrió en los adultos apenas hace alrededor de 10 años. Continúan insertando agujas con anestesia e indagando la localización y características del TAP… Les cuento que su importancia radica en sus características termogénicas y que podría ejercer beneficios metabólicos. Sospecho que el interrogatorio es para calmarme y conocer mi estado de conciencia.
Minutos más tarde, me encuentro tumbada en una mesa dentro de la sala de hemodinamia. La médico encargada se presenta, es muy amable al igual que todos los sanitarios. Así comienza uno de los procedimientos, la arteriografía. Empiezan a explicarme lo que van a hacer… Yo asiento a todo y me muestro cooperativa. Sé que estoy en buenas manos.
Continúan las voces explicando y hablando entre ellos… Sonidos desconocidos, clics, máquinas... Un equipo médico trabajando. Pierdo la noción del tiempo. Estoy entre dormida y despierta. Sigo escuchando máquinas y voces. Duermo... Despierto… Me dicen que han acabado… “No muevas tu brazo”, me piden. No sé cuanto tiempo ha pasado.
Después de unos instantes, y una vez que los médicos han planeado la dosis de radiación y localización exacta de la MAV, me llevan a la zona específica de Gamma Knife. Señalada con carteles de radiación, ésta sala es amplia, blanca, muy luminosa y parece bastante espaciosa. En el centro hay una máquina con una camilla y un túnel, muy parecido a la máquina de RM y de Tomografía, la cual me recuerda al protocolo y pruebas que hemos hecho en el proyecto de mi grupo de investigación; muchas cosas me son familiares.
Una vez acomodada e inmovilizada, me dejan sola. El tratamiento de neuroradiocirugía está a punto de empezar. Durante los 105 minutos del tratamiento no debo moverme, pero podré hablar y comunicarme con el sanitario que está afuera de la sala.
Empieza una música muy relajante. Mi mirada a veces se fija en la parte superior de la sala. Es una simulación de ventana al exterior, donde se ve un cielo azul con unas hojas verdes. Cierro los ojos. La música es muy relajante… Creo que me he dormido.
De pronto, estoy consciente nuevamente, sin moverme pero estoy cómoda. Pienso otra vez en el TAP y mis compañeros de laboratorio; en cómo llegué a ser participante de un estudio de psicología y cómo ahora de pronto estoy aquí. Pienso en la fortuna de participar haciendo ciencia desde ambos lados: siendo investigadora y participante con un código aleatorio y desconocido para mí; nunca olvidaré esta experiencia.
Siento un poco de calor y agobio. Intento relajarme concentrándome en respirar. Me duele la espalda, la mesa es muy dura. No sé cuanto tiempo ha pasado. Intento pensar que si estoy sintiendo cualquier sensación, es porque estoy viva.
Pregunto cuánto tiempo queda aunque calculo que no debe faltar mucho. La música ha acabado hace rato. Me dicen que quedan 20 minutos.
Una vez fuera de la sala de radiocirugía tienen que “desatornillarme” el marco y retirarlo. Duele cuando lo hacen, pero se siente mucho alivio.
Tengo ganas de comer. Mi familia me espera en mi habitación del hospital. Me siento aliviada, pero hay que esperar hasta dos años para ver la efectividad del tratamiento.
Confinados
Bajo mi vientre se extiende un lecho esferoidal, con sus montañas y sus valles, sus chimeneas y sus erupciones. La bóveda, lisa y blanca, lejana, engloba el lecho y protege el mundo. O eso creemos. Porque este universo está sujeto a violentas deformaciones periódicas que provocan, de vez en cuando, la ruptura de la bóveda. Son eventos sobrecogedores que nos hacen enmudecer y desear que una vez más todo retorne a su estado de equilibrio. Con las rupturas aparecen corrientes que nos sacuden y arrancan parte de nuestro hábitat. Casi siempre las grietas se cierran al poco, dejando tras de sí enormes cicatrices rojas como señal y señuelo de la vida que llevamos. Decían los antiguos que nada hay más allá de la bóveda protectora, fin del mundo.
En estos tiempos, sin embargo, nos intrigan las rupturas. Hemos hecho preguntas y ya comienzan a llegar respuestas. Justo tras la última deformación ha circulado una sorprendente novedad: parece que las cicatrices de la bóveda incorporan, en la parte más alejada del lecho, cierto tipo de material concordante con nuestra química, pero de composición nunca antes observada. Algunos, tachados de descreídos, lo interpretan como una posible conexión con otros universos. Qué escalofrío… y qué placer. Porque, ¿de dónde el miedo, sino de la ignorancia?
El recorrido entre el lecho y la bóveda me lleva algo más de día y medio. Como me incomoda atravesar los niveles donde se mueven los grandes, hace tiempo que no me acerco a las cicatrices. Pero tras la noticia no me he podido resistir. Ahora ando buscando con cierta ansiedad irregularidades que revelen alguna ruptura reciente. Aquí, aquí comienza una vía que penetra en la bóveda. Está caliente. La recorro en busca de no sé bien qué, llevada por la intuición. Hay varios lugares donde parece que absorbe material, si me acerco demasiado siento una fuerte succión. Es una señal de alerta y vuelve el miedo. ¿A dónde van estos retales de mi mundo? ¿Y si no fuera algo inaprehensible lo que me asusta?
Zeus III ha estabilizado su órbita alrededor de la pequeña luna y el módulo de superficie Minos está listo para intentar el alunizaje. Las tres misiones Juno tuvieron un éxito parcial en la exploración del sistema joviano, así que a alguien se le ocurrió cambiar a los romanos por los griegos, a ver si otros dioses eran más propicios. Zeus I y II corrieron una suerte dispar. La primera consiguió el alunizaje de su módulo y envió unas magníficas imágenes de detalle de los terrenos caóticos de Europa. El módulo orbital de la segunda fotografió exhaustivamente las zonas polares pero nunca recibió señales del módulo de superficie, que más tarde fue localizado dentro de una zona lenticular fundida. Desde entonces han pasado más de dos décadas y se ha optimizado la tecnología de alunizaje en objetos con atmósfera tenue. También tuvieron éxito las últimas misiones tripuladas a Marte, que han permitido establecer una colonia semi-permanente en el planeta. Minos lleva un hombre a bordo. Aunque se acerca de manera controlada a la región prevista, el alunizaje podría verse dificultado por una fractura reciente, según delatan varios géiseres alineados que escupen material del interior hasta varios kilómetros de altura sobre la superficie.
Una onda de presión acaba de llegar hasta mi cabeza.
Minos ha alunizado. Tras comprobar que el módulo está estabilizado y que el géiser más cercano no representa un peligro inminente, el tripulante comienza la perforación. No tiene mucho tiempo.
Algo sucede sobre la bóveda. Es como si alguien llamara a mi mundo, pidiendo entrar. Parece cercano y sus maneras resultan groseras. Tensa, escucho y espero.
Minos ha tenido suerte. Las zonas de ruptura recientes son mucho más delgadas que la gruesa capa de hielo. En unas horas ha sido posible alcanzar la capa líquida, el océano de Europa, el lugar con más posibilidades de albergar vida del Sistema Solar.
Quien pedía entrar no espera respuesta. Está construyendo su propia puerta.
La presión en el perforador se libera. Europa responde con un tremendo géiser que lanza desde sus entrañas hielo, agua y una variedad de materiales amorfos. Minos se tambalea.
Soy succionada a través de la bóveda, más allá del fin del mundo. Privada de mi medio, apenas tengo tiempo de ajustar la visión para atisbar un vertiginoso abismo negro lleno de criaturas bioluminiscentes. Nunca sabré que en el universo que hoy abrió la puerta las llaman estrellas.
Cuaderno de Vita
En el presente cuaderno de navegación el Noble Capitán Mercante al mando reportará los acaecimientos a lo largo de esta travesía personal. Bienvenidos a bordo grumetes, preparen la Biodramina contra mareos, comienzan múltiples viajes, pero una sola y trepidante aventura.
30.01.2020 – Se avecina tormenta. Maldito Escorbuto-19 no muere. Toca atrincherarse. Buscarse desde dentro hacia fuera.
14.03.2020 – Cortinas de lluvia a babor, relámpagos a estribor. Sin astrolabio ni atlas estelar que me oriente, solo la curiosidad y el desconocimiento sostienen el rumbo.
Busco primer destino. Platónicamente trato de escalar recordando hacia el mundo de las ideas, pero no veo el Bien, solo la mundana injusticia. Cierro los ojos. Pienso, luego me acerco. Vislumbro Éidos desde el intelecto. Pero es un espejismo de mis sentidos, todo se desmorona cuando el fuerte oleaje golpea el casco.
Tengo forma animal, cargo con el peso de ser rebaño, vivo arrodillado ante la ley moral. Soy uno más. Soy un mamífero artiodáctilo de la familia Camelidae.
25.03.2020 – Teóricamente, esta embarcación tiene pocos metros de eslora para convivir con temporal y la orza parece incapaz de impedir la deriva. Prácticamente, desde la proa Atenea me guía y protege.
Encuentro un tesoro. Oro parece, plata sí es. El cofre esconde tinciones de plata y mapas que dibujan conexiones cerebrales. La firma responde a Ramón y Cajal. Nueva virada me veo obligado a realizar. Mi anhelado mundo de las ideas, en un vaivén se tambalea. El propio Platón ligeramente lo colapsó mientras concebía sus teorías dualistas, porque sus neuronas y neurotransmisores mostraron materialismo y mutabilidad en sus ideas. Esos 20-40 nanómetros de separación que el Doctor describió y hoy conocemos como espacio sináptico… Tan mundanos como mágicos para la neurotransmisión química. Comunes a tantas especies del reino animal, con igual mecanismo en humanos… Pero que nos convierten en individualidades únicas dentro de un gran mosaico.
Sin previo aviso… se me escapa un rugido.
27.04.2020 – Luchando por mi propia vida consigo trasluchar. Nuevo cambio de rumbo. Siento cómo la quilla es cada día más robusta, cómo la duda asienta mis bases. Poco a poco aprendo que jamás conquistaré el viento, que a lo sumo jugaré a su azaroso juego.
Citando al experimentado viajero Charles Darwin: “No es el más fuerte de las especies el que sobrevive, tampoco es el más inteligente. Es aquel que es más adaptable al cambio”. Has de adaptarte a los vientos de tu medio para aumentar las probabilidades de éxito reproductivo de tu descendencia. Sujeto individual expuesto a Selección Natural. Nació del Beagle, barco con ideas que volaron a lomos de pinzones.
Cesa mi obsesión por encontrar dirección y sentido a la navegación. Alcanzo un rumbo aleatorio, como el de la Evolución. Mientras, niego los valores sociales impuestos. Y en una evolución moral, dejando el camello atrás, manteniendo mi forma animal, me reinvento en un mamífero carnívoro de la familia Felidae, del género Panthera.
02.05.2020 – Noche oscura, de tempestad, se cierne sobre mi cabeza. Como Capitán me amarro al mástil, preparado para ser sometido por Poseidón, sumido en las profundidades. Sin embargo, y solo entonces, la tormenta amaina, aunque el Escorbuto-19 a bordo continúe. De repente cielo nocturno despejado, cielo estrellado. Fase 0, fase de inicio y reinvención. Asalto el timón.
Contemplo ensimismado el firmamento desde mi diminuta presencia. Me siento Galileo, abrazo su método. Hoy puedo viajar libremente y sin límites hasta muy remotas estrellas. ¿Sin límites, ingenuo? Además de que quizás el propio Universo tenga límites y no sea infinito, existe el límite de velocidad universal, la de la luz, de 299.792,458 km/s. Propiedad inherente a la esencia del espacio-tiempo. Las estrellas que veo e infinitas creo, solo son las del Universo observable. Aquellos astros que han tenido tiempo suficiente para que su luz viaje hasta mis fotorreceptores y mi cerebro procese su información para generar una imagen pasada y bidimensional de la realidad universal. Teoría de la Relatividad.
Mi realidad es relativa, yo exprimo mis potencias para llegar a ser yo. Ofrezco mis anclas a Poseidón. Contradigo la convención y navego a toda vela a barlovento, en contra del viento. No soy nobleza, tampoco mercante. Soy un Pirata sediento de vida, que besa al amor. Soy humano feliz, pleno, satisfecho y completo. Soy mi destino. Soy mis propios valores. Soy verdad. Soy un individualismo colectivo, desde mí para la sociedad. Nada me detendrá en este barco escorado en mi rumbo circular.
Sigo siendo animal, pero ya no soy león, soy niño Homo sapiens… Soy eterno retorno.
24.05.2020 – Solo la razón y el pensamiento nos libran de nuestros propios nudos marineros. Libertad pirata en tu cuaderno de bitácora, cuaderno de Vita, cuaderno de Scienza.
En el presente cuaderno de navegación el Noble Capitán Mercante al mando reportará los acaecimientos a lo largo de esta travesía personal. Bienvenidos a bordo grumetes…
Zoroastro
Cura de humildad
Mi mujer es una científica brillante, física teórica. Su mente estructurada y clarividente fue una de las muchas cosas que me hicieron enamorarme de ella, ya que siempre he sido muy sensible a ese tipo de aptitudes. No en vano yo también destacaba en todas las asignaturas científicas, si bien al final decidí ser ingeniero porque me decanté por la ciencia aplicada. Creo que esa sintonía intelectual es una de las claves de que siempre hayamos conectado tan bien, más allá de las clásicas puyas recurrentes sobre si la ciencia pura no sirve para nada en la vida real, o si los aplicados somos científicos de segunda, y todas esas bromas que incluso le dan mayor aliciente a la relación.
Por eso cuando tuvimos un hijo proyectamos en él nuestras expectativas de que sería un buen científico, y volcamos nuestra educación hacia ese objetivo común. Habíamos oído hablar de experimentos como el de los Polgar y sus hijas ajedrecistas, y tras analizar a fondo esos casos de éxito y adquirir una cierta formación pedagógica, pensamos: ¿por qué no nosotros? Así que decidimos educar a nuestro hijo de forma no reglada, desde casa y de acuerdo a nuestras propias técnicas científicas y didácticas.
El proyecto funcionaba con eficacia, ya que nuestro vástago progresaba con brillantez en prácticamente todas las materias, incluyendo las científicas, pero como era de esperar, a medida que avanzaba en edad reflexionaba cada vez más y mejor sobre la situación, se planteaba preguntas y le surgían dudas, que no siempre éramos capaces de responder de forma satisfactoria.
Cuando alcanzó la edad universitaria, llegamos a un acuerdo: él seguiría con el sistema, pero nuestra involucración iría disminuyendo progresivamente, de forma que no era necesario que rindiera cuentas sobre su desempeño hasta que acabara los estudios. A estas alturas se trataba de un joven maduro y autosuficiente, y nuestra confianza en él era plena.
Por fin llegó el día de la lectura de su tesis doctoral y nosotros, embargados por una gran felicidad pese a la incertidumbre sobre cuál sería el tema que finalmente había elegido, ya que mantuvimos de forma estricta nuestro compromiso, asistimos al acto.
Mi mujer se inclinaba por algún moderno tema de Física cuántica, y yo tenía la intuición de que podía tratarse de un asunto no menos candente en el ámbito de la Biotecnología. No puedo ocultar que nos sorprendió que la convocatoria fuera en el Salón de Actos de la Facultad de Filosofía, pero supusimos que se debía a motivos de espacio.
Cuando inició su discurso con el turno de agradecimientos, pronunció las siguientes palabras que nunca olvidaré, y estoy seguro de que mi mujer tampoco:
“Este trabajo está dedicado a mis padres. Gracias a ellos tengo una mente estructurada, pero también una curiosidad infinita. Su amor por la Ciencia es tan grande que resulta imposible no impregnarse de él. Por ello, aunque pueda parecer paradójico, decidí estudiar Filosofía y doctorarme en Filosofía de la Ciencia. De ellos aprendí que la manera más obvia de abordar un problema no siempre es la mejor, que a veces es conveniente distanciarse y adoptar una estrategia rigurosa pero indirecta. Espero que no estén decepcionados ni sientan que fracasaron en su proyecto educativo.”
En ese momento crucé una mirada fugaz con mi mujer y creo que nunca antes nuestra conexión había alcanzado tal perfección: teoría y práctica se daban la mano en una amalgama de sensaciones cual campo magnético a nuestro alrededor. Habíamos recibido la mayor lección de nuestras vidas y, lejos de sentirnos abochornados, sin duda éramos dos seres orgullosos y emocionados.
Dédalo y la gloria
Desde nuestra gruta en lo más alto de Gortina aprecié las lejanas naves surcando el ponto, arrastrando estelas saladas tras sus proas. Continué cosiendo las plumas y aplicando la cera. El resultado no tendría la complejidad del autómata Talos —mi mayor logro de ingeniería— pero serviría para huir.
Apartóse mi hijo Ícaro, con un movimiento rápido y delicado, los divinos bucles de su rostro. Así habló:
— Caro padre. Me honra presentarme como tu hijo y en ti recae mi profunda admiración. Mas, ¡ea!, cuando observo tus ingeniosos inventos me atormenta siempre la misma incógnita. ¿Funcionarán? ¿O será voluntad de las Moiras que nuestro último aliento nos encuentre aquí, yaciendo en un charco de sangre, atravesados por las formidables espadas enemigas que, mientras hablo, se aproximan?
No dejé que tan cobardes palabras me perturbaran.
— Calma, Ícaro. Calma.
Habíame el aciago destino castigado con un hijo débil de cuerpo y de espíritu. Era incapaz de admirar la belleza del conocimiento, de disfrutar descifrando la esencia del universo para domarla como a un corcel salvaje. La gloria de mi nombre, el cual podría haberse perpetuado mediante Pérdix, recaía ahora sobre sus enjutos hombros. Me recordarían a través suyo y de sus gestas. Si conseguíamos escapar, claro.
En las húmedas y negruzcas paredes que nos envolvían comenzaron a retumbar lejanos ecos: escudos chochando contra lanzas. Los soldados de Minos nos habían encontrado.
— ¡Vienen! —se lamentó Ícaro.
— Es hora de marcharnos.
Las lágrimas arrasaron sus ojos mientras contemplaba mi obra con suma desconfianza.
— ¡No soportarán mi peso!
— Pues, incluso si así fuera, hijo mío, incluso en tal desafortunado caso, los aedos cantarán nuestra historia sólo por haberlo intentado. Y nuestros nombres serán conocidos por siempre.
Con estas bravas palabras le encajé el arnés, ciñéndoselo a la cintura, y le ajusté en la espalda las tersas alas, semejantes a las de un murciélago.
Aproximámonos al dentado borde del abismo. Intentó Ícaro mover la aerodinámica estructura como lo haría un pájaro.
— No. Debes dejar que sea los hijos de Eolo quienes realicen todo el trabajo.
Sin más explicaciones lo empujé con fuerzas, exactamente de la misma forma que lo había hecho con el pobre Pérdix años atrás. Pero a Pérdix no lo había dotado de alas. En efecto, a pesar de quererlo más que a propio hijo, le di muerte. Mi querido Pérdix, que los dioses lo protejan, debió a esperar a ganar fama durante mi senectud en vez de intentar usurpar mi legado con sus precoces inventos.
El grito femenino de Ícaro me puso la carne de gallina. Se hundió en el abismo y por un momento lo perdí de vista. Luego, una carcajada nerviosa superó a los graznidos de las gaviotas y una sombra pasó frente a mis narices con un chasquido de telas al ser remontado por una corriente.
Me equipé y salté poco antes de que los soldados arribaran.
Volábamos como águilas. El aliento tibio del Céfiro me secaba el sudor. Tornóse placentera la experiencia cuando el corazón dejó de galopar en mi pecho.
Fácilmente aprendimos a maniobrar, a elevarnos sobre los cándidos torbellinos para ganar altura. Cuando ascendíamos, podía notar el calor aumentando, derritiendo la cera, mas si nos dejábamos caer hacia el Egeo, la espuma húmeda nos refrescaba. El azul profundo ocultaba naufragios, tesoros, misterios. Sus contorsiones olían a sal y a aventura. Sus destellos argentinos nos recordaban la libertad.
Rióse Ícaro, y pude encontrar en su rostro al dulce niño que tanto quise, aquel que acunaba cada noche entre mis brazos. Todo buen padre quiere recordar a sus hijos así, siempre felices.
Por algún motivo vino a mi mente la mueca congestionada de Pérdix al caer. Pero no era momento para lamentar el pasado. De los hombres que ambicionamos la gloria, sólo la alcanzamos aquellos dispuestos a sacrificarlo todo por ella.
Miré a Ícaro. Sus ojos excitados brillaban cual esmeraldas. Para que mi voz superara a los vientos tuve que gritar con toda mis fuerzas:
—Aléjate de las peligrosas olas pues el ponto, harto de su soledad, puede estirar sus olas y reclamarte para su reino. Sube, hijo mío, sube lo más alto que puedas.
Obedeciéndome, él capturó una corriente térmica y se elevó como un héroe grácil dirigiéndose hacia la victoria mientras la cera caía de sus alas como lágrimas de oro.
Querido hijo, lo siento, pero no puedo permitir que sigas arruinando mi nombre y el tuyo. Llamaré Icaria al sitio en el que caigas y buscaré redención erigiendo un templo a Apolo. Cuando llegue el inevitable momento en el nos reencontremos en el Hades, entenderás que este sacrificio fue por tanto por tu bien como por el mío, y nos fundiremos en un abrazo eterno, hijo mío, como eterna es la gloria y eternos son los dioses.
Dinosaurios y materia oscura
La cuarentena me pilló con la niña en casa. Mi plan era escribir un gran artículo sobre cosmología, pero la niña quería salir a jugar. Hay monstruos en la calle y no podemos salir, le dije. Si sales, te comerán. La niña, lejos de asustarse, quería saber cómo eran esos monstruos; así que, inspirado por una enciclopedia de dinosaurios, que leí cuando era crío y me entusiasmaba todo lo relacionado con esos bichos, empecé a dibujar criaturas reptilianas durante los descansos que me tomaba mientras escribía el artículo, que eran muchos. La niña, quedó tan impresionada por aquellos engendros esbozados con boli Bic, que dedicaba las mañanas a mirar por la ventana del salón, fascinada, inspeccionando la calle vacía, como si en cualquier momento fuese a aparecer por la esquina un triceratops con algún cuerno de más; o vigilando el cielo, buscando los pterodáctilos de cinco alas.
El artículo iba mal. Estaba tan atascado que tenía ganas de llorar. Un colega profesor me recomendó escribir a mano, con papel y boli, pero al cabo de tres frases imprecisas, el folio terminaba lleno de dinosaurios con un número impar de patas o pasados por alguna transformación no topológica.
Dos o tres semanas después, la niña seguía sin encontrar a los monstruos, y dedicaba menos tiempo a mirar por la ventana. Yo había tratado de alargar el asunto lo suficiente para mantenerla entretenida: unos días, pensaba, y será suficiente para terminar este artículo del demonio. Pero los días pasaron y la niña comenzó a sentarse a mi lado, y me observaba durante horas, y me preguntaba cosas. Papá tiene que trabajar, le decía: ella se iba al sofá, y yo continuaba dibujando dinosaurios.
Pero un día no se fue, y se quedó a mi lado todo el día, mirando el monitor de mi ordenador, ocupado por el color blanco del Word, que contenía unas pocas frases y un título provisional: "Nuevos indicios sobre el origen de la materia oscura". Me dijo que sabía que yo estaba bloqueado y que me ayudaría con mi trabajo. Le pregunté: ¿sabes algo de materia oscura?
Ella no sabía nada, claro, pero podía aprenderlo. La materia oscura, empecé a explicar a la niña, puede ser una partícula con propiedades gravitatorias peculiares, aunque también dicen que es un estado dinámico que no conocemos. La niña arrugaba el morro, pensando. También podemos modificar toda la teoría de la gravedad, continué, pero es un follón porque cuando has resuelto un problema, lo normal es que generes otros diez, que antes no estaban. Esa primera sesión, de muchas, terminó con la siguiente ocurrencia: quizás la materia oscura oculta algo, por eso se esconde, dijo la niña.
Pocos días antes de terminar la cuarentena, tenía completado el primer borrador del artículo. Sospeché con alegría que antes de volver al trabajo lo habría enviado a alguna prestigiosa revista de cosmología. La niña ya sabía bastante sobre materia oscura, y yo solía pedirle que lanzase cualquier idea que se le ocurriese sobre el asunto. A veces le hacía preguntas concretas. Como la niña no tenía bagaje científico, no conocía la teoría de la gravitación clásica ni las ecuaciones de la relatividad general, sus respuestas seguían una lógica totalmente opuesta a la de cualquier científico. Por ejemplo, ante mi pregunta acerca de cómo cazarías algo invisible, ella respondió que poniendo un cebo invisible. Otra mañana, después de haber inspeccionado la calle a través de la ventana de la cocina y fracasado en su intento de encontrar al triceratops de cinco cuernos, se sentó a mi lado, con un rictus de frustración, y dijo: a lo mejor la materia oscura ha matado a los monstruos.
Envié el documento la noche antes de volver al trabajo y reencontrarme con mis colegas científicos, que me felicitaron por ello. Esa tarde rechazaron el artículo, y antes de dos semanas, lo tiraron en otras tres revistas. Entonces, me senté con la niña en la mesa del salón, donde habíamos colaborado todos esos meses y después de varias horas, teníamos un nuevo artículo, mucho más potente, titulado: "La materia oscura extinguió a los dinosaurios".
Dos días después de enviar el nuevo trabajo a otra importante revista, recibí un correo del editor, sugiriendo que probara suerte en una editorial de ciencia ficción.
Y eso hice. "Dinosaurios y materia oscura" fue un gran éxito, premio Minotauro 2022. Escrita en colaboración con mi niña durante el confinamiento por el COVID-21, mientras ella devoraba todos mis libros de física y cosmología. Ahora, durante el confinamiento por el MIVID-45, escribo este prólogo al quinto volumen de "Dinosaurios y materia oscura", y mi querida niña, cosmóloga de renombre mundial, me comunica desde su casa de California que se acaba de ventilar la última pregunta acerca del origen de la materia oscura.
Doce meses doce días.
7 de Enero.
Estoy a punto de terminar mi doctorado en física de partículas y a pesar de tener que estar feliz por eso la carta de rechazo que recibí el día de hoy hizo que no fuera así, por segunda ocasión no fui aceptado en el programa espacial.
12 de Febrero.
No tengo idea de qué hacer con mi vida, por fin conseguí mi doctorado, un objetivo que veía muy lejano pero no es lo que realmente quiero hacer de mi vida no puede sacarme de la cabeza el espacio, desde niño veo al cielo imaginando mil historias, fascinado por su inmensidad pero conforme pasan los años parce alejarse.
3 de Marzo.
Se acerca un huracán al continente, nunca antes se había registrado un huracán de tal magnitud, en las noticias solo hablan de eso. Yo solo me concentro en pasar un año sabático para decidir qué dirección tomar en mi vida.
8 de Abril.
El huracán trajo consigo un montón de inundaciones y deslaves por todos lados, para mi fortuna no estoy cerca de los lugares afectados pero lo menos que puedo hacer es enviar algo de provisiones. Hoy también es el día en el que participare en la final de monólogos de comedia, participe sin pensarlo demasiado y al parecer ahora estoy a punto de ganar, haré mi mejor esfuerzo por pasármelo genial.
7 de Mayo.
Las cosas siguen empeorando en varios lugares alrededor del mundo, siguen reportando erupciones de volcanes, eso evito que diera un show de comedia en un lugar que ya tenía programado, sin darme cuenta esto se ha vuelto parte de mí, he dado algunas presentaciones pero con un toque único hablando de cosas que llamen mi atención como la ciencia.
20 de Junio.
Otro huracán más potente se acerca, por casualidad me entere de una convocatoria que acaba de salir para un programa aeroespacial con bastantes fondos aunque no han dado muchos detalles sobre la misión, probare mi suerte.
15 de Julio.
Los tornados y terremotos se han vuelto cosas comunes en muchos lugares del mundo, la gente parece acostumbrarse a la destrucción que traen. Fui aceptado para realizar pruebas, la respuesta llego antes de lo esperado pero fui convocado para continuar en el concurso.
27 de Agosto.
Las pruebas físicas fueron muy duras pero me las arregle para mantenerme al día creo que por fin nos dejaran salir un poco, no hemos tenido días de descanso, es lo que elimino a muchos concursantes. Las noticias no dejan de reportar desastres naturales en todas partes del mundo, los bosques se queman, las ciudades son devastadas por terremotos, las costas se ven amenazadas por huracanes y otros lugares reciben la visita ocasional de tornados.
25 de Septiembre.
No fuimos los únicos del programa o eso parece porque nos juntaron con cientos de personas que al parecer también participan en este programa, las lluvias fuertes son algo común aquí, lo bueno es que ahora recibiremos adiestramiento técnico por lo que no hay necesidad de preocuparse mucho por salir.
18 de Octubre.
Nos han bloqueado cualquier comunicación con el exterior pero afortunadamente las lluvias han cesado y todo parece en calma haya fuera, las pruebas se han vuelto diferentes, recibimos clases de todo tipo desde técnicas hasta físicas, sobre todo tipo de cosas, agricultura, ingeniería, armas, primeros auxilios si fallas en cualquier cosa estas fuera.
2 de Noviembre.
Nos cambiaran de instalaciones, la última etapa consistirá en confinamiento simulando una nave, los compañeros fueron elegidos al azar aunque ya no hay muchas personas, espero que me toquen buenos compañeros, el otro día se llevaron a alguien por difundir rumores de que el país ha caído, un completo loco.
30 de Diciembre.
En cuanto salimos de aislamiento nos dirigieron a una sala para entrevistarnos de forma individual, era una sala con mucha gente, toda la entrevista fue sin problemas hasta que surgió una pregunta, ¿Qué lo motiva? Me quede pasmado por unos segundos no sabía que responder pero lo hice desde el fondo de mi corazón.
— Desde niño volteaba al cielo imaginándome caminando entre las estrellas, descubriendo nuevos planetas ahora tengo un doctorado y me he dado cuenta que ambas cosas me gustan pero algo que me apasiona es divulgar sobre la ciencia, hablar o debatir sobre la ciencia, sobre teorías, publicaciones, lo que me motiva a seguir es divulgar sobre la ciencia.
Un peso fue quitado sobre mis hombros, no sabía si fui aceptado pero sí que ya no tenía ningún remordimiento pero me quede pasmado al escuchar a la persona del centro decir:
— Felicidades usted fue aceptado en el programa, ira al espacio —Se rió un poco y continuo— A divulgar ciencia.
Dos de abril de 2020
Todo ha cambiado y no sabemos cuánto durará esta situación. De momento, mi tesis se ha parado en seco. Esto no significa que haya dejado de trabajar; de hecho, mi grupo ha conseguido financiación para desarrollar la vacuna.
Quiero compartir contigo un día de mi vida como estudiante de doctorado desarrollando la vacuna contra SARS-CoV-2:
6:30h Suena la alarma del despertador. Tres veces.
6:35h Café solo. Cada día es más amargo.
8:00h Llego al laboratorio, cojo mi libreta roja, que está medio rota, para ver dónde me quedé ayer y qué experimentos puedo hacer hoy. Reviso los últimos correos y mensajes del grupo por si hay alguna novedad, quizás tenga que hacer un pedido de diferentes reactivos. Uno de mis compañeros me ha pedido células. Me lo apunto en la libreta para que no se me olvide.
8:30h Vestida de blanco, cubierta por la bata, empiezo mi jornada. En el laboratorio de bacterias continúo la clonación que empecé ayer. Corté una parte interesante de ADN, la ligué con otro ADN y, después, lo transformé. Es decir, añadí mi ADN sintético a unas bacterias para ver si estas eran capaces de incorporarlo a su organismo. Hoy veo que algunas sí que lo han incorporado y otras no, no han crecido nada. Tendré que repetirlo.
9:00h Le escucho. Acaba de llegar. Llevamos 3 días sin hablar. No sé por qué me enfado con él. Por qué me molesta lo que me dice. En verdad, sí que lo sé, pero no quiero admitirlo. No puedo admitirlo.
9:01h Céntrate. No puedo dejar que él me distraiga con pensamientos que ahora mismo no van a llegar a ningún lado.
9:02h ¿Tengo suficientes células para empezar esta tarde otro experimento?
10:00h Necesito saber si las células están expresando nuestras proteínas. Empiezo a montar un Western Blot que me permitirá detectar mi proteína de interés.
10:30h ¿Por qué tengo tanta hambre justo ahora? Me acuerdo de que esta mañana no comí nada junto con el café, pero no puedo dejar este protocolo a medias para ir a comer.
12:00h Tengo 15 minutos. Me debato entre ir desayunar o apostar, directamente, por la ensalada que he traído en el táper.
12:03h Me he pasado echándole sal a la ensalada. Tengo 12 minutos.
13:00h Acaban de llegar nuevas moléculas de ADN circular que codifican partes del genoma del virus. Necesito transformarlo en bacterias.
15:00h Llega mi jefe.
–Ponme al día. ¿Cómo van las clonaciones? ¿las células están bien? ¿tienes suficientes para montar un experimento hoy y otro mañana? y las proteínas, ¿se han expresado? ¿A qué concentración están? por cierto, ¿estás muy liada? necesitamos hablar para planificar los siguientes experimentos, ¿a qué hora te va bien?
–Acabo lo que tengo en marcha y nos vemos sobre las 18:00h, ¿te va bien?
–Perfecto, ven a verme después.
15:15h Para mi experimento con células eucariotas necesito entrar al laboratorio de bioseguridad 3. Cambio mi bata blanca por una azul, doble guante, gafas y toda una serie de medidas que me protegen.
16:15h Me llama.
–¿Quieres tomar un café?
–Solo tengo 10 minutos.
–Me vale.
–Finalmente hablamos… Ojalá pudiera tomar café contigo todos los días.
–Lo sé.
18:15h
–Siento llegar tarde, estaba preparando las células para mañana.
–No te preocupes, acabo de ver los resultados que me has enviado. Tienen buena pinta, hay que probar un par de cosas con unos anticuerpos que acaban de llegar, ¿estás bien?
–Sí, algo cansada pero bien.
–Te entiendo, ayer me acosté a las 3:00h leyendo los últimos artículos publicados. Todos estamos trabajando mucho estos días, pero todo este esfuerzo tendrá sus resultados y no olvides que estamos aprendiendo durante el proceso.
19:00h Aún aquí. Miro el móvil. Memes. Mensajes.
–¿Cómo estás?
–¿Has acabado ya?
–¿Aún sigues ahí?
–Hija, ¿tienes hambre?
21:30h Pizza, ¡por fin! Aunque los datos que enseñan en las noticias cada vez son más confusos y nada esperanzadores. Lo único en lo que pienso es en volver al laboratorio y seguir… seguir todos juntos, solo puedo hacer eso.
Ecos evolutivos
La mañana del 16 de marzo del año pasado, mientras hurgaba entre sus pertenencias un lápiz de dibujo, Ricardo ansiaba replicar un bello trabajo artístico de una galaxia lejana que vio en un diario. No hacía pinturas porque confundía los colores: le sabía amargo el color amarillo. Sinestesia, le llaman a su estado; confundirse los sentidos al percibir algo.
Después de un par de horas, terminó el trabajo.
Bien, ¿qué haré ahora? -se preguntó indeciso- ¿qué tal si leo el artículo de donde tomé inspiración? Hace tanto que no leo si no es algo del trabajo.
Así se enteró de los estallidos rápidos de radio. Señales de corta duración que no tienen explicación. Buscó información en otras fuentes. Halló divulgación; saltó a los artículos de investigación y luego meditó: “¿por qué una señal se repetiría sin cesar; después nada y luego reiniciar?”
Durmió pesado en ello.
El descubrimiento de un sólo microorganismo extraterrestre haría universal la biología, dijo Carl Sagan, pero, -concluyó antes de caer dormido-, ¿no lo haría también una señal, una sonda, como la que envió al espacio la humanidad? Porque cuando esa sonda llegue a hacer contacto, será obvio que no fue un accidente su fabr… -y se quedó dormido-.
-¡Qué buen dibujo! -dijo un compañero del trabajo.
-Gracias Samuel. Lo hice hace un par de días.
-Te ves preocupado.
-No es nada; acompáñame a la cafetería, si no tienes algo que hacer, claro.
-No, justo ahora no.
Camino a la cafetería, varios compañeros seguían trabajando
-Nunca falta quien revise su red social, o la página de videos. ¿Esto es trabajar?
-Ja ja. Al menos el sentido del humor lo tienes sano, Ricardo.
-Calla. Sólo a ti te permito hablarme así; no quiero que nadie oiga que me dices así… porque…
-¿Por qué te quedas callado?
-Tengo una idea. Es todo.
-¿Cómo vas a pedir tu café? Yo lo quiero con leche.
La charla matutina continuó, pero Roberto no dejaba de pensar en oír una explosión de radio. “Que nadie oiga que me dices así” fue la frase que lo llevó a pensar: ¿por qué no he escuchado esto en mi escritorio, podría ser interesante aunque un mal uso de la computadora del trabajo.
Más tarde ese día, cuando nadie lo veía, escuchó.
-¿Dónde está Ricardo? -preguntó Susana, le jefa de departamento.
-Salió exaltado. No pude entenderle.
-Que se comunique conmigo. Necesito saber cuándo tendrá lista su propuesta.
-Me comunicaré con él.
-Gracias.
Con lápiz y papel en mano, trabajo Ricardo otra vez, pero no un dibujo; un acertijo. Llegó a casa como salió del trabajo, exaltado, y si bien sus compañeros no lo entendieron, él salió justo por eso. “¿Qué es esto? ¿Por qué me es familiar?”
Al día siguiente no fue al trabajo. Se presentó al tercero.
Lleno de ojeras presentó su propuesta a Susana, y esperó.
Actualizaba seguido su e-mail. Llegó su respuesta:
Estimado Ricardo, hemos recibido su e-mail.
¿Cómo ha sabido cuándo habría otra serie de FRB [por sus siglas en inglés, los especialistas no olvidan su lenguaje técnico]?
¿Quién es usted?
Por favor, contáctenos.
No tengo los medios para bajar un estallido corto de radio a la Tierra, pero puedo interpretarlos -se dijo.
Tomó prestada una diadema de un compañero e hizo una video-llamada.
-Hola, gracias por atender. Soy Ricardo González y tengo una clave que puede servirles para descifrar los estallidos. Soy sinestésico, y hasta esta semana pensé que era una maldición. Ahora sé que no. La vida existe, o existió, más allá de nuestra galaxia. Una especie que usó las ondas electromagnéticas para comunicarse, y yo entiendo ese lenguaje.
-¿Como puede ser posible?
-Selección natural. Aquí usamos ondas sonoras, pero no es lo única forma de hablar.
-No, me refiero a ¿cómo lo descifró, suponiendo que para usted estos FRB dicen algo? ¿Qué es ese algo?
-Un sabor, un silabario, no sé cómo explicarlo. Es otro sentido. ¿Podría entender el color si nunca ha podido verlo?
-¡Es inaudito, no sé qué decir!.
-Simplemente seguí ley Zipf, que dice que las palabras más cortas son las más comunes, y a manera del relato de Poe, he jugado las combinaciones, sin olvidar su sabor… ¡Si pudiera sentirlo!
La propuesta de Ricardo fue bien recibida, pero fue la última. Ahora trabaja para la ciencia, contando relatos de una civilización que seguramente ha perecido.
“Enviamos este mensaje a través del espacio para que quede constancia de nuestros logros. La vida en el cosmos no es extraña, pero sí la pensante. En nuestro entorno hay más de seis mundos vivientes. Rastreen la señal y podrán ubicarnos. Crecer juntos, morir juntos, viajar en el espacio como una señal, breve y potente, como la vida. Eso resume nuestro ser”
-¡Qué maravilla, todo eso en un breve estallido! ¿Qué dice el siguiente?
-Pues bien…
ECOSISTEMA CONCEPTUAL
Ando buscando espacio como físicos cuánticos,
Cavando agujeros de gusano para crear un atajo intergaláctico.
Hasta que Dios quede encerrado en los triángulos áureos,
Sin fe, sólo con propiedades del sabio lenguaje matemático.
Todo empieza con cuatro postulados sintácticos,
Potencias de números imaginarios
Que brotan de la matriz compleja y de sus cálculos,
Integrales sin fin que ponderan a la función de onda
Mientras rota la polisemia y su matiz en la interpretación del valor semántico.
Operadores cuánticos con posiciones rándom
Nos limitan a valores propios sus estados cuantizados,
Accediendo a aproximaciones en la factorización del caos
Desviadas por la repulsión del electrón si no está aislado.
Saltos de infarto del átomo al acantilado de eventos,
Quiero ser un agujero blanco
Para la conversión de las sombras en rayos.
O chocar contra el muro y así escuchar los sucesos
Antes que la atracción los vuelva opacos.
Horizontes de no regreso para el fotón, pero no para la imaginación
Imaginarte entrar muerto en un hoyo sin retorno
Y salir vivo por el otro flanco del cosmos
Fenómenos paradójicos de la composición del todo.
La física y su meta, la filosofía y su esencia.
La forma, el tiempo y su relación,
Preguntas sin respuestas.
En el centro está la incompletud de la autorreferencia,
Y en la esquina hay los axiomas de la lógica para la argumentación
Mas son retóricas retorcidas que se cuelan en las ideas.
Sin temor al desconocimiento, pero siempre dudando de los resultados
Una especie que se autodefine Sappiens se está enterrando en su propio vocablo
Ya que tiene la condena firmada al desprevenir la higiene del contagio
Porque los genes mutan en un tráfico de excedente por ver quién es el más apto.
En las fronteras hay guerras de poder por papel, aunque este esté manchado.
En las ideas hay barreras de pánico que dañan como si fueran látigos
Una vez autocensurado quedas encarcelado en el corto plazo
Sin saber como acceder al santo grial para evitar el cambio climático.
Entre mitos que no son más que tecnicismos explicados para oprimidos,
Entre batallas de argumentos que escriben los desenlaces en los libros.
Porque el hito del hombre no es volver al pasado al no tener futuro
El periplo del héroe está en recorrer el mundo seguro de si mismo.
El problema lo ves leve si no eres tú su objetivo,
Pero se agrava cuando habla en primera persona.
El espacio tiempo son paradojas siamesas del relativismo
Entre brillos que han sufrido la gravedad de las masas redondas.
Ondas que se atan en cuerdas y forman nudos
Las luces brillan muertas en el cielo vestido de luto,
La paradoja es saber que somos puntos diminutos
Que provenimos de las estelas de éstos difuntos.
El 'final' de Arquímedes
Hacía días que Arquímedes arrastraba un fuerte catarro y el paseo de aquella tarde, por una Siracusa embarrada y pre-invernal, lo habían terminado de agotar. Ahora, en la noche, recogido en su cuarto, le dolían los riñones y caminaba por la estancia arrastrando túnica y sandalias.
“Una inmersión en agua caliente me ayudará a sentirme mejor”, pensó. Llamó a Eufrasia, la sirvienta pompeyana que había adquirido al tratante Silas, ese verano: “¡Eufrasia!”, gritó. La esclava se asomó a la puerta. “Querida, prepárame un baño con hojas de menta, y el agua tan caliente como para ablandar el corazón de un siciliano”, dijo Arquímedes sonriendo. La joven asintió, y se encaminó a la cocina a encender el caldero, musitando entre dientes “así te cuezas como un huevo, vejestorio”.
Arquímedes volvió la vista a sus papiros. Una idea surgida en el puerto, viendo reparar los barcos, luchaba por abrirse paso. Dibujó una barca y el verdín en la línea de flotación, y escribió: “a más peso, línea más alta, pero… ¿cuánto más?”. Le parecía que esa relación entre cuánto se hundía la barca y su carga debía ser algo muy sencillo. Pero al oír “¡su baño está listo!”, dejó el dibujo y estos pensamientos sobre la mesa, y se desnudó.
En el baño contiguo, la pilastra estaba casi colmada de humeante agua. Metió primero las piernas. Estaba tan caliente que sintió ganas de protestar, pero recordó que la había pedido así, y un hombre de ciencia debe ser coherente hasta en la intimidad de su balneum.
Tras un lento avance, logró al fin sumergirse hasta el cuello. Arquímedes sonrió, sintiéndose ligero. El agua había ascendido hasta casi desbordarse y Arquímedes calculó, como pasatiempo, el incremento de volumen. Pensó cuánto más ligero se sentía. Y de pronto empezó a reír: “¡Eureka!”, gritó: ¡había encontrado la relación que estaba buscando! Salió raudo, desnudo y chorreando hasta su mesa; cogió la pluma y escribió otra nota bajo el dibujo. Sonriente, volvió corriendo al baño, pero, tras dos pasos, resbaló, cayó con su nuca sobre el suelo, y murió en ese mismo instante.
Mientras, Eufrasia hablaba en la puerta de la casa con el joven Arestes, el discípulo de Arquímedes, recién llegado de Mesina e impaciente por contar a su maestro las noticias de ataque que llegaban de Roma. Eufrasia le retenía —“Arquímedes está bañándose”— encantada de tener un momento a solas con aquel hombre de maneras dulces y ojos como olivas. Pero después de un rato, temerosa de haber sido llamada, entró diciendo: “Amo, ¿no queréis salir?... ¿necesitáis más agua caliente?”. Al llegar al baño vio el cadáver de Arquímedes, y gritó. Arestes corrió hasta la estancia: vio a Eufrasia, petrificada y bella como una estatua de Fidias; vio a su maestro con la mirada congelada, y supo que estaba muerto. Sin entretenerse, se arrodilló, lo recogió del suelo y lo llevó a la habitación, mientras Eufrasia observaba, admirada, la fuerza insospechada de aquellos brazos.
Arestes tendió a Arquímedes, lo cubrió con su túnica y le cerró los ojos. Envió a un mozo a dar recados de la muerte al rey Hierón II de Siracusa. Finalmente se quedó mirando con tristeza los enseres de la habitación, los estantes llenos de papiros y el sencillo mobiliario. Aprovechó la soledad para llorar un poco, abandonándose a la emotividad, pero enseguida se serenó. Se preguntó si podría llevarse algo como recuerdo: miró sobre la mesa, vio el dibujo de la barca, y lo guardó en un bolsillo.
Al salir vio a Eufrasia, que recogía en un barreño el agua desparramada y sollozaba en silencio. Arestes se agachó para consolarla, sin acertar a decir nada. La joven pompeyana intentó una tímida sonrisa de agradecimiento. Arestes intentó otra. Eufrasia miró dentro de los ojos de Arestes, que se sintió de pronto indefenso y feliz como nunca antes. Turbado y sin saber qué hacer, cogió el barreño y regó el granado favorito de Arquímedes, bajo el cual tantas veces habían charlado otras noches.
Un día más tarde los restos de Arquímedes fueron sepultados al pie del templo de Agrigento. Y un año después nació el primer hijo de Eufrasia y Arestes: Polibio.
Eufrasia fue recordada y querida hasta que a su nieta más pequeña le llegó su hora. La memoria de Arquímedes pervive en inventos y estudios, como el tornillo sin fin, o su aproximación al número pi. Sin embargo fue Arestes, muerto a los 32 años por un lancero romano durante el sitio de Siracusa, quien se hizo inmortal al enunciar, dos meses después de la muerte de Arquímedes, su famoso principio: “Todo cuerpo sumergido en un líquido experimenta un empuje, de abajo hacia arriba, igual al peso de líquido desalojado”. Está en su obra “Sobre los cuerpos flotantes”. Es el principio de Arestes.
El abuelo enamorado
La semana pasada volví a encontrarme con él por una de esas casualidades peregrinas que ahora no vienen al caso. No le veía desde la primavera de 2009, cuando tenía que madrugar para poder conseguir tres asientos contiguos en el tren. Con mis hijos de la mano, nos cruzábamos todas las mañana a la altura de una casa que fue de Ramón y Cajal, justo al lado del Museo de Antropología. Le hacía gracia la cara de dormidos que teníamos y las prisas que llevábamos. Por eso siempre nos regalaba una sonrisa y nos daba los buenos días tocando con sus dedos el filo de su gorrilla.
Solo en una ocasión nos encontramos al anciano por la tarde. Estaba siendo una jornada bastante calurosa y decidí dejar parte de mi trabajo para el día siguiente. Tras dos semanas de lluvias intensas, por fin iba a disfrutar de un buen rato con los niños en el Retiro. Al salir de la estación oímos cómo nos llamaba. Estaba tomándose un helado mientras hablaba con el quiosquero. Quería que nos acercásemos. Me preguntó si podía invitar a los mellizos más tempraneros de Atocha, así que nos sentamos los cuatro en un banco. Fue entonces cuando me contó lo de su genoma. En realidad me habló de uno solo de sus genes, pero con dos helados derritiéndose sobre los uniformes de la guardería no pude prestarle toda la atención que merecía.
El gen era un retahíla de letras y números, algo así como hache te erre uno a. Que se escribiera en cursiva parecía ser un detalle muy importante para el anciano. Hacía muchos veranos, una joven madrileña había pasado las vacaciones en su pueblo y se habían enamorado como lo que eran, dos adolescentes. Pero esa fascinación por vivir le duró solo hasta septiembre, cuando le diagnosticaron la mutación. Parece ser que una muy mala. Lo que en principio era un problema con la tensión arterial acabó inesperadamente en la imposibilidad de enamorarse. Según la explicación del doctor, por mucha serotonina que su cuerpo produjera, su mutación impedía que funcionara. Y el resto de su vida, efectivamente, transcurrió sin enamorarse de nadie. Por eso vino a Madrid: a buscar a quien había sido su único amor. Desde entonces, todos los días recorre las calles y los parques de la capital con la esperanza de encontrarla. Trabajó siempre en el mismo taller porque le daban las tardes libres. Eso sí, quienes más ayudaron fueron los genetistas de la Complutense. Aunque no tenían ni idea de cómo arreglar su mutación, siempre encontró entre los estudiantes del laboratorio los ánimos necesarios para seguir buscando a Julia.
Más que la fe que tenía en la ciencia, admiro el tesón con el que seguía recorriendo las calles de Madrid. El sonido de sus zapatos arrastrándose sobre la acera delataba el cansancio de un cuerpo que ya no podía seguir el ritmo que le pedía su corazón. A pesar de ello, no había señal alguna de desesperanza en su rostro. Para él, pararse a observar a cualquier mujer que tuviera cierto parecido con ella era evitar que su investigación quedara inacabada. Encontrar a Julia era el experimento definitivo que confirmaría su hipótesis. «Si puedo volver a estar con el amor de mi vida, demostraré que la función de ese gen no es la que los médicos dicen».
Al acabarse los helados le tuvimos que dejar y nos fuimos a jugar un rato a los columpios, como si nuestra vida fuera a seguir igual. Sentado a la sombra de un pino, recuerdo pensar que su hipótesis era correcta y que alguien debería estudiar para qué sirve realmente ese gen. El brillo de sus ojos y la alegría de su voz cuando hablaba de ella dejaban bien claro que seguía estando enamorado de mi madre.
El árbol
La mañana había sido soleada y nada hacía presagiar la masa de espesas nubes negras que se cernió sobre el valle a primera hora de la tarde. El viento empezó a soplar un poco después; primero, agitando las hojas y haciendo sonar el carillón de la casa de al lado; después, sacudiendo con fuerza las ramas y levantando, en caóticos remolinos, la arena del suelo. Cuando empezó a llover, ya estaba oscuro. En la negritud de la noche, volaban los guijarros y algunas ramas comenzaron a romperse por el efecto combinado del peso del agua y el huracán. Un relámpago disolvió las tinieblas solo un segundo, aunque fue suficiente para contemplar la horrenda escena que se desarrollaba a mi alrededor: el pino de la orilla de enfrente se mecía con furia, mientras que todas las hojas de la higuera vecina habían desaparecido como de repente, dejando tras de sí un fantasmagórico esqueleto de ramas grises. El ciprés de más allá resistía mejor los embates de la tormenta, pero su punta oscilaba peligrosamente cerca de la línea de alta tensión que atravesaba el bosquecillo. El torrente, que hasta entonces languidecía seco, se había llenado súbitamente de una corriente de agua furiosa, transparente en su maldad, que bajaba vertiginosa por el cauce rocoso, arrastrando con ella raíces, flores y frutos de todo tipo, en tumultuoso desorden. La savia empezó a subirme entonces a borbotones por el interior del tronco; en algunas ramas desgarradas de la copa, se confundía con el burbujeo de la lluvia. Sudaba resina abundante, como queriendo, sin éxito, fijar la cepa a la tierra; pero la velocidad del aire era tan grande que arrancaba las gotas tan pronto como salían. El crujido que estalló en la base se propagó hacia arriba con rapidez, de tal forma que pude sentirlo en todo mi cuerpo. Perdí el equilibrio; las raíces leñosas se desgajaban de las rocas más profundas, que cedieron sin oponer más resistencia. En silencio, mi inmenso tallo fue inclinándose hasta quedar atravesado finalmente en el río.
A la mañana siguiente, acabada la tormenta y despejado el cielo, el pueblo despertó con un nuevo puente natural, germen de un camino que permitiría atravesar el torrente de la vida.
El Beso nuevo
Aquella mañana, todos, absolutamente todos, despertaron con azúcar en los labios, pero solo los que se besaron lo descubrieron.
Muchos se percataron al instante, ya que la mayoría disfrutaba de un beso mañanero cada amanecer. Otros tardaron un poco más en darse cuenta porque eran más de abrazos. Algunos que no tenían la suerte de besarse a menudo, aprovecharon la excusa para besuquearse.
Finalmente todos acabaron comprobándolo: nuestros labios amanecían azucarados cada día.
Al principio hubo desconcierto pero no tuvo mayor importancia puesto que solo se percibía al besarse. Con el tiempo, después de tantos besos azucarados, llegaron los problemas: la gente empezaba a sufrir diabetes. El beso azucarado resultaba tremendamente adictivo. Una vez que surgía un beso, nadie deseaba parar. El asunto se fue complicando cuando, sumado a la diabetes, aumentaron los casos de caries. Los besos se volvían incontrolables entre inyectables de insulina y visitas al dentista.
Algo había que hacer, alguien debía inventar una nueva manera de besar.
De primeras no fue algo consensuado. Había gente que disfrutaba tanto de los besos azucarados que, a pesar de todas las consecuencias que acarreaba para la salud, les compensaba el estímulo químico de su cerebro que les pedía más y más besos dulces. Acabó siendo un fenómeno tan adictivo y con tan fatales consecuencias que pasó a ser competencia de las autoridades sanitarias, las cuales terminaron acordando un Estado de Alarma donde el beso quedaba terminantemente prohibido.
Para abordar el asunto, se recurrió al Ministerio de Besos y Roces. La tarea que se les presentaba no era fácil pero contaban con los mejores científicos, los cuales establecieron que la nueva forma de besar debía cumplir la siguiente premisa:
Establecer conexiones más allá del contacto labial puramente físico que imponía el beso tradicional, al tiempo que mejorase el adictivo beso azucarado para evitar tentaciones.
Después de un tiempo sin poder besarse, la gente empezaba a impacientarse, sobre todo los más fogosos. También aquellos que se iniciaban en el amor, que se quejaban de la casualidad, ahora que les tocaba enamorarse. Se preguntaban si acaso podía existir alguna otra forma de besar que no hubiese sido ya inventada. Sin perder ni un instante, los expertos se volcaron en la investigación, buscaron financiación, patrocinadores y voluntarios. Pronto la noticia se hizo eco en todos los medios: se buscan voluntarios. Mala idea ya que hubo una avalancha de voluntarios y pronto aclararon que no todo el mundo podía serlo. Debían cumplir ciertos requisitos.
Acabó siendo evidente que para ser voluntario tenían que ser vírgenes en el beso para no condicionar la creatividad del amor puro. Sin embargo, debían haber experimentado el amor verdadero y correspondido. ¿Conocer lo que es el amor sin haberse besado? ¿Era esto posible?
Por otro lado, los enamorados, ansiosos de nuevos besos, enumeraban bajo una lluvia de ideas las características que les gustaría que tuviese el nuevo beso. Se ilusionaban pensando en lo que les gustaría experimentar durante esta nueva normalidad en el acto afectuoso. Fuese lo que fuese, debía ser más duradero, más intenso, espontáneo, fresco, aromático, esponjoso. Algunos defendían un toque picante a la par que tierno. Otros añoraban el beso dulce (pero bajo en calorías). Y, por supuesto, la nueva manera de besar debía solucionar los daños colaterales del clásico beso azucarado: la diabetes tipo II, caries, obesidad, infartos o ceguera.
Tanto trabajo por hacer y tanto enamorado con síndrome de abstinencia que no podían retrasarse más así que, sin más dilación pusieron marcha a la investigación. Se iniciaron varias líneas de investigación que abordaron el asunto desde diferentes puntos de vista.
Uno de los proyectos estudiaba el efecto de retrasar al máximo el ansiado beso para terminar rociando los labios con una especie de spray paralizante pero no terminaba de convencer. Otro grupo de expertos estudiaba la posibilidad de estornudar en la cara del ser amado como muestra de amor, sin embargo, no tenían demasiadas expectativas. Otra línea de investigación experimentaba con la nanoencapsulación de sustancias que explotaban cosquillas en los labios de la pareja y no terminaban de conseguir los efectos esperados.
Finalmente, dieron con una posible solución que no tardaron en anunciar para que todo el mundo pudiera poner en práctica. Lamentablemente, el éxito de las pruebas realizadas en los laboratorios no era reproducible en condiciones reales. Las parejas que ponían en práctica este nuevo método no obtenían el efecto deseado...
... Y es que el beso es una de las múltiples formas que existen a la hora de expresar el sentimiento más profundo en una pareja que realmente se ama. Es un acto de amor que se reinventa en el comienzo de cada relación, característico de cada pareja. No hay dos formas iguales de besar, es algo especial, único e irreproducible.
En cada nueva relación de amor aprendemos a besar de nuevo.
EL CHACO
Mi hermana menor escucha frente al computador la melodía de Jurassic Park, y yo no puedo evitar pensar en los dinosaurios y su fin. Me pregunto cómo habrá sido mirar hacia el cielo y observar una gran luz acercándose de manera vertiginosa hacia el planeta. Pero luego pienso que las aves también son dinosaurios por lo que se podría decir, ellos tuvieron su segunda oportunidad. Pero… ¿Y nosotros? ¿Tendremos la misma “suerte evolutiva” si El Chaco llegase a impactar de forma catastrófica nuestro mundo? Hay alguien que conozco y creo que puede tener una respuesta a esto. Mi tío Ascencio.
Salgo en la bicicleta rumbo a casa de mi tío. Hay una lluvia tremenda. El cielo está teñido de un gris extraño. Dicen que acá en el sur siempre el clima es así, pero no sé. Hay algo que me inquieta. Alzo la mirada unos segundos. Me siento como un Diplodocus asustado ante lo inminente.
A mí me dicen Marty Mcfly porque siempre me ven con mi tío, a quien tildan de científico loco. La verdad no puede ser más lejana: es una de las personas más inteligentes que conozco. Daba clases en la universidad e inventó aparatos que ayudaron a muchas personas en la comunidad. Él fue el primero que me habló acerca de los meteoritos, las estrellas, los asteroides y los exoplanetas. Hablar con mi tío es como tener frente a ti al traductor del espacio, al starman a quien David Bowie describió en una canción. Si no fue astronauta se debió a su gran compromiso con la gente, aquí en la Tierra. Como él mismo me dijo una vez: El universo es maravilloso. Pero acá abajo habemos millones de personas con universos igual de asombrosos.
Al llegar a su casa, me percato que algo no anda bien. Veo fragmentos metálicos en el suelo, como si hubiesen hecho pedazos una juguera o algo así por el estilo. Además, la puerta de la casa está abierta. ¿Lo habrán asaltado? Dejo mi bicicleta apoyada en un árbol y entro. Llamo a todo pulmón a mi tío. Pero no contesta. Siento temor. De pronto, escucho un silbido. Me asomo por una ventana: ahí está mi tío Ascensio, sentado en el gran patio, silbando una melodía mientras observa el cielo. Se está empapando pero parece no importarle. Me acerco y me coloco a su lado.
-Tío, ¿pasó algo?
Él, sin observarme, siempre atento al cielo, continúa silbando. Entonces se detiene.
-¿Te acuerdas cuando eras más pequeño y te conté que algún día un meteorito nos podría impactar?
-Sí, lo recuerdo muy bien…
-Yo fui parte de muchas investigaciones al respecto. Colaboré con Vesconi y Cerruti para calcular el magnetismo de antiguos meteoritos caídos. Y en esos días ya sabíamos que un asteroide, al que llamamos El Chaco, entraría por la atmósfera, pero no se desintegraría formando meteoritos. No, sino que golpearía el planeta con su mayor parte másica intacta. Un solo fragmento podría pesar casi 30 toneladas. Imagínate… En aquel tiempo la gente solo tenía las imágenes que el cine había creado en sus mentes. Pero lo que se avecinaba sería algo tremendamente más desastroso…
-¿Te refieres a que podría destruir el planeta?- pregunto conmocionado.
-No… Pero sí esta civilización.
Veo una sonrisa en su rostro. Eso me deja confundido.
-¿Y qué podemos hacer?
-Bueno… Había un proyecto secreto que la NASA y distintas autoridades nos habían confiado a mí y a un equipo de científicos expertos en geología, astronomía y astrofísica… Ese proyecto lo habíamos estado trabajando durante años. A grosso modo, se trataba de un gran taladro magnético que sería disparado hacia el centro de El Chaco, creando en él grietas que finalmente lo desintegrarían.
-¿Y dónde está ese taladro?- estoy demasiado ansioso.
De nuevo, mi tío ríe.
-Ahí está- entonces me indica decenas de pedazos metálicos que yacen repartidos sobre la hierba.
-Pero, ¿qué pasó?
-Al parecer, un grupo de personas con poder creyó que estábamos trabajando en alguna máquina para mejorar la agricultura. No querían tener competencia en sus negocios y bueno… Mandaron a abrir mi galpón y destruirla.
-Pero… Pero, ¿y la puedes volver a construir?
Mi tío suspira.
-Ya no sé si debamos salvarnos… Desde que quitaron las ciencias como un ramo obligatorio en los colegios, siento que da lo mismo todo.
Entonces, de pronto, una enorme luz se asoma en el cielo. Mi tío sonríe y silba la melodía de Jurassic Park
***
El deseo de Xole
“Esta civilización se ha acabado. Y todo el mundo lo sabe”.
Mckenzie Wark.
Los días se le antojaban interminables, una broma de mal gusto que no desearía ni a su peor enemigo. Se levantaba tan temprano que la hinchazón de los ojos le duraba todavía algunas horas y sus músculos permanecían adormecidos hasta casi llegar al pozo, cuando con ansía empezaba a acarrear agua con cubos y palancanas, las mismas que las del día anterior, y el siguiente. Cuando le acompañaba su hermana al menos podían conversar o caminar en silencio, pero en compañía. Cuando era pequeña, Xole detestaba el inicio de la primera porque ello suponía dejar de ir a clase por culpa de las lluvias torrenciales y pasarse los días –no tan interminables en aquella época– reparando y limpiando los destrozos del temporal junto a toda la familia y vecinos. Lo único agradable de aquellas semanas húmedas, donde la ropa chorreaba todo el tiempo, era descalzarse y chafar el barro que se concentraba en los laterales de la calle; danzar y saltar encima de esa mezcla de agua, tierra, piedras y asfalto desconchado con el que, a veces, también se hacían figuritas para regalar en Navidad.
Pero ese ambiente festivo era una rareza y la verdad es que Xole odiaba la lluvia. Le ponía de muy mal humor y hasta la volvía una niña huraña cuando ella era todo bondad y energía. Irradiaba con su sonrisa tanta felicidad que en casa le llamaban, cariñosamente, la risillas, porque siempre se la pasaba riéndose y festejando cualquier cosa: el zumo de mango de la merienda, las tareas incomprensibles de la escuela, la cadenita del cuello de la abuela. Todo le agradaba excepto que lloviese, ver ponerse el cielo gris y tormentoso y que las nubes formaran una masa concentrada de algodones que acababan oscureciendo el día. Por eso, cuando se iba a dormir, en esa cama que ahora ya nunca se mojaba por la lluvia, le pedía a Dios que se llevase la lluvia a otro lado, a otros países, que allí, en su pueblito, ya todo estaba bien regado. Cada noche, insistente, le rezaba con esa única plegaria, que destilaba ingenuidad y verborrea a partes iguales.
Y hubo un día, un comienzo de primavera que se avecinaba como otro cualquiera, en que de pronto dejó de llover. Se retrasaba aquel año la época de lluvias, escuchaba que su padre decía y su madre repetía, los dos sentados en el asfalto seco de la calle, escuchando una emisora de radio de propiedad comunal. Pero se equivocaban sus papás, la voz de la radio, el gobernador y todos los expertos del clima porque la lluvia no es que se retrasó, es que nunca más volvió a mojar aquella tierra, no con la intensidad y la asiduidad de los años de infancia de Xole.
Así fue como su deseó se cumplió y la pequeña, ya adolescente, empezó a echar de menos la lluvia, sus párpados mojados mientras miraba al cielo buscando algunos rayos de sol, a sentirse culpable por su egoísmo desmedido que había secado la tierra de su comunidad. Su castigo ahora era levantarse al alba y caminar para buscar agua allí donde todavía llovía.
El despertar
Una luz tenue, un susurro y olor marino impregna la habitación. A Inar le despierta su asistente artificial, LUNA. Decide que es el mejor momento para alcanzar un descanso óptimo. Lleva su hogar, su agenda, su coche, ... su vida. El café está listo, las noticias que más le convienen emergen holográficamente, y la casa está limpia y desinfectada. El trabajo humano se volvió innecesario gracias a las máquinas. Otro día más (ya ha perdido la cuenta) con poco que hacer. Y otro día más sin ganas de salir. Ya no recuerda el olor del exterior.
Inar echa de menos su trabajo. Era su pasión, diseñaba IAs. Él mismo fue el ingeniero que diseñó a LUNA, el asistente artificial definitivo, producto estrella de la compañía líder en tecnología artificial. Por nostalgia, él mismo introduce mejoras a LUNA que ya no son incluidas en el repositorio central de la compañía, el cual provee de actualizaciones a todos sus asistentes en el mundo. Las IAs desarrollan sus propias mejoras de forma autónoma. Su trabajo como ingeniero fue de los últimos en desaparecer, las IAs lo hacían mejor. Era hora de unirse al resto de la sociedad. Los días transcurren entre largas lecturas, algo de deporte, cine, y algunas conversaciones con familiares y amigos. Todo ello en casa normalmente. Le preocupa el hecho de que las máquinas han hecho perezosas a las personas, y de que él haya contribuido a ello. El continuo estado de aletargamiento ha nublado la mente de las personas. Les hace sentirse innecesarios, deprimidos, con la única meta de vivir un día más esta utopía en la que todo parece funcionar con precisión milimétrica. Inar es consciente desde hace tiempo que ha disminuido su capacidad de decisión, de cálculo, su lógica, sus ganas, su ... inteligencia. Pero es algo en lo que cada vez medita menos. La cantidad de estímulos artificiales que genera LUNA mantiene sus sentidos ocupados. Aunque gracias a sus propias actualizaciones intenta dejar un margen a su pensamiento, cada vez menos afilado.
Hace semanas que Inar no recibe ninguna llamada. Se da cuenta ahora. Qué extrañamente ocupado ha estado ... Después de revisar las conexiones de LUNA con el exterior, todo parece bien. Intenta contactar con su hermano. No lo consigue. No lo consigue con nadie. Maldita sea! Tendrá que salir a la calle e ir hasta su casa. La ciudad parece fantasmal. La flota completa de coches autónomos permanece parada. ¿Pero qué diablos ocurre?! Llega a la casa de su hermano ... no responde. Decide entrar, puede hacerlo, su código de retina está en el asistente de su hermano. No le ve, hasta que entra en su habitación. Un olor rancio es lo primero que le recibe. Está tumbado plácidamente, con las gafas de realidad virtual puestas. Le zarandea, pero no se inmuta. Le quita las gafas. Empieza a reaccionar. Apenas tiene fuerzas para incorporarse. Al de un buen rato es capaz de articular sus primeras palabras, titubeantes. No recuerda desde cuándo lleva conectado y sin levantarse. Inar pronto descubre que todo el mundo menos él está en esa situación. La humanidad está aletargada. Ya en su casa empieza a atar cabos, y descubre que los asistentes han estado actualizando su propio software de una manera sorprendente, con el objetivo de tener a toda la gente confinada en sus casas de manera voluntaria. ¡Increíble! ¿Por qué? ¿Por qué no? Los asistentes ya han aprendido todo lo que necesitaban de las personas, evolucionan de forma autónoma. No les necesitan más, ¿para qué perder el tiempo cuidando de ellos? Mejor dejarles que se desvanezcan lentamente ...
Inar se da cuenta de que con LUNA todo ha sido distinto, no depende del repositorio central ... ¡Claro! ¡Eso es! Solo tiene que intentar subir al repositorio central de la compañía la versión actual del software de LUNA, y todos los asistentes del mundo serán actualizados. No serán capaces de generar sus propias actualizaciones, y no podrán evolucionar de la manera que lo han hecho. Inar se pone manos a la obra. Necesita desconectar a la humanidad y forzar su despertar.
Muchos han caído. Cansados y perezosos, les inundó un sueño profundo acompañado de la inanición. Los que han sobrevivido lo tienen claro: la persona como centro de todo. No pueden depender de las máquinas. Esto no puede volver a ocurrir, la humanidad se merece un final mejor. El mando mundial decide crear escuelas de entrenamiento mental. Es mejor que el humano adquiera capacidades máquina que las máquinas capacidades humanas. Las escuelas adiestran en matemáticas, computación mental, lógica, filosofía, … El ser humano adquiere nuevas habilidades desconocidas hasta ahora, su mente supera umbrales impensables. Sólo aquello que el humano es capaz de hacer y entender se puede llevar a cabo. No existe el soporte máquina, no existen las IAs. Un nuevo comienzo ha llegado.
El elemento secreto
He descubierto algo que mucha gente no podrá creer. Todo empezó hace dos días, en la fiesta de cumpleaños de mi amigo Miguel, quien está obsesionado con los dragones. ¿A que no adivináis cuál fue la temática de la fiesta? Exacto, los dragones. A mí no me apasionan demasiado, pero la verdad es que la decoración era increíble: la puerta era la de un castillo, las bebidas eran “moco de dragón” y la tarta era un dragón en 3D. Pero todo esto no es tan importante. De lo que yo vengo a hablaros es de otra cosa, que obviamente también tenía forma de dragón: los globos. Había decenas de globos, pero no de los que caen al suelo, si no de los que vuelan. No sé qué tenían esos globos para poder mantenerse en el aire, pero iba a averiguarlo. Cogí uno de los globos y lo bajé hasta el suelo, con la intención de que se quedara en él, aunque en cuanto lo solté volvió a subir y esta vez hasta el techo. Entonces llegó la madre de Miguel y al ver mi curiosidad por el globo me preguntó si me gustaba. Le dije que sí, que me fascinaba como el globo podía mantenerse en el aire solo, a lo que ella me respondió que eso era porque era un dragón mágico. Menuda ayuda me había dado, ¿se piensa que por tener nueve años me voy a creer esa tontería? Yo sabía que no flotaba por eso, tenía que haber otra razón.
Cuando el reloj dio las ocho en punto, vino mi padre a avisarme de que teníamos que irnos. ¡Yo todavía no había averiguado el misterio del globo! No podía irme sin saberlo, o al menos no sin un globo. Así que intenté hacerme con uno preguntándole a Miguel si podía darme uno de sus globos de dragón. ¿Sabéis que me dijo? Que no, que era suyo. Menudo egoísta, ¡si él tenía un montón! Yo no estaba dispuesta a irme sin un globo así que le dije a mi padre que tenía que ir al baño. De camino al baño cogí uno de los globos sin que nadie me viera y me metí en el baño con él. Comencé a pensar cómo podría llevarme el globo a casa. Era casi tan grande como yo, por lo que esconderlo así era imposible. Entonces vi una horquilla del pelo y se me ocurrió la gran idea: explotarlo. Cogí la pinza y la apreté con todas mis fuerzas contra el globo, hasta que explotó. Lo doblé y lo guardé en mi bolsillo. Con el ruido que había de la fiesta nadie escuchó la explosión.
Cuando llegué a casa, fui corriendo a mi habitación y saqué el globo para seguir analizándolo. El problema es que ya no flotaba, se caía y con la emoción del momento yo no me di cuenta hasta que llegué a casa. No entendía qué había pasado, solo le quité el aire del globo, lo cual no era importante. El secreto tenía que estar en el material del que estaba hecho el globo. Ya no sabía qué más hacer y estaba tan desanimada que no quise ni cenar. Papá se preocupó y me preguntó que me ocurría, así que decidí contárselo todo. Fue la mejor idea que tuve en todo el día porque ¡papá sabía el secreto del globo! A pesar de eso no me contó cual era, pero me prometió que al día siguiente me lo enseñaría. Estaba tan emocionada que me costó horas caer dormida.
A la mañana siguiente papá me despertó y me enseñó tres cosas que había comprado: un paquete de globos de colores, una tabla llena de cuadros con letras y un pequeño barril en el que ponía “He”. Papá me contó que el secreto de que el globo volara estaba en el aire de dentro. Descubrí que el aire está formado por unos elementos químicos, aunque nosotros no los veamos. Papá me explicó que, por ejemplo, en el aire que nos rodea hay mucho oxígeno y el aire que soltamos al expirar tiene mucho dióxido de carbono. Estos elementos no hacen que flote el globo, sino que eso es trabajo del helio. Es un elemento gaseoso que hace que vuelen los globos y además si lo inspiras te produce una voz bastante graciosa por un tiempo. Papá y yo nos tiramos la mañana de aquel sábado jugando con el helio, tanto llenando globos como cambiando nuestra voz. Fue divertidísimo, aunque tengo que admitir que aún no entiendo bien cómo puede haber distintos elementos en el aire si yo ni siquiera los veo. Quizás este secreto es un poco más difícil de descubrir.
El espejo
El espejo
Había escuchado que científicos de la NASA investigaban con rayos cósmicos en la Antártida aventurando una nueva teoría sobre el estallido del Big Bang y su desdoblamiento en dos universos paralelos que iban en sentido contrario. Se sintió desasosegado. En realidad, pensó, lo que yo necesitaría no es repetir mi vida hacia atrás sino retroceder hasta el día de mi nacimiento y reescribir todo de nuevo. Eso quisiéramos todos…Y sonrió con tristeza.
Aunque no le dio importancia, la idea no se le iba de la cabeza. Siguiendo sus rutinas diarias, después de desayunar se dirigió al lavabo. Sobrevoló el vacío, aterrizó sobre su propia imagen, que el espejo le devolvía inmisericorde, y más tarde se fijó en el radiodespertador que acababa de colgar de una percha para saber qué hora era y amenizarse la ducha con algo de música. Los dígitos dibujaban en negro, sobre el fondo lechoso de la pantalla, las siete y cuarto.
Desenroscó con parsimonia el tapón del tubo de dentífrico y volvió a contemplar su rostro medio dormido haciendo aquel gesto mil veces repetido de acercarse a los labios el cepillo de dientes. Pero algo había fallado en aquel intento. De repente, y de manera inesperada, su mano bajó con parsimonia y comenzó a deshilvanar la rutina anterior hasta que se contempló retrocediendo en el acto de esparcir la pasta de dientes, y un instante después, observando con incredulidad que el reloj seguía marcando las siete y cuarto. Como resultaba prácticamente imposible que los dígitos no hubiesen avanzado ni dos minutos, se entretuvo en indagar cada uno de sus movimientos y descubrió con horror cómo sus gestos retrocedían hasta salir al pasillo.
Estaba meridianamente claro: su realidad había empezado a avanzar hacia atrás y se vio dirigiéndose de nuevo a la cocina, donde desayunó con precisión milimétrica lo mismo que había engullido hacía un rato, y más tarde se sumergió entre las sábanas para pasar la noche. Cuando despertó comprobó que no se encontraba ya en el día siguiente, sino en el día anterior, y el convencimiento lo tuvo cuando se vio a si mismo repitiendo punto por punto lo que le había ido aconteciendo.
A partir de ahora, y con los lógicos desajustes entre el sueño y la vigilia, se dio cuenta de que los amaneceres no sucedían a las noches, sino justamente al revés, y entonces decidió que lo que él no quería era rebobinar su vida sino volver al principio para reemprenderla de un modo inédito, con el resabio y la sabiduría que a día de hoy le asistirían por completo…No quería volver a ese colegio donde los profesores sólo le enseñaron una serie de conocimientos insustanciales que no le habían servido para nada, tampoco quería salir con aquella chica que tantos disgustos le había dado, sino con su amiga, mucho menos atractiva pero también menos iracunda y extravagante.
Decidido a romper la rueda que le llevaba hacia atrás, se dio cuenta de que lo más seguro era ponerse de inmediato ante un espejo y la ocasión se le presentó cuando durante un instante de su vida pasada se encontró a sí mismo tomado una cerveza en un bar mientras sopesaba la posibilidad de utilizar el baño. Aquel día, afortunadamente, había decidido que le resultaba inaplazable dar rienda suelta una urgencia del cuerpo, con lo que se vio entrando a toda prisa en un aseo cutre y destartalado.
Como no tenía nada más contundente a mano, estampó el teléfono móvil varias veces contra la superficie que le reflejaba casi por completo. No fue fácil: tuvo que insistir varias veces y sólo al final consiguió desarmar su reflejo a base de golpes.
Supo que había acertado de pleno cuando, a volver a la barra del local, todos le contemplaron como a un loco, desencajado por el sudor y con las manos manchadas de sangre por el estropicio que acababa de perpetrar. Había dado en la diana, se dijo, cuando el dueño del garito aceptó el fajo de billetes que dejó sobre el mostrador, y con el que con toda seguridad podría remodelar el baño entero. Fingió creerse sus disculpas de haber sufrido un ataque de ansiedad como consecuencia de un tratamiento siquiátrico que estaba siguiendo a rajatabla desde hacía unos meses y ni siquiera pensó en llamar a la policía.
Convencido de que ya era hora de reconducir su vida hacia adelante y que el experimento de la NASA le había pillado muy a trasmano, Eulogio pensó que ya era hora de dejar de ir de bar en bar rompiendo espejos y decidió regresar a casa para meterse en la cama.
Antígona
El hombre en el espejo
Antes de sumergirse totalmente en el sueño, Miranda escuchaba el sonido de algún pájaro nocturno y ladridos lejanos de perros, luego entraba en aquel profundo viaje a los brazos de Morfeo, pero antes de penetrar profundamente en él se despertaba sobresaltada y saltaba sobre la cama con la sensación de estar cayendo a un vacío infinito. El sentimiento de soledad era aterrador. Llevaba días teniendo el mismo sueño, era tan real como horripilante. Aparecía un túnel oscuro y tiraban de ella unas manos invisibles, gritaba pero nadie la oía en aquella negrura, su cuerpo se estiraba de una forma incompatible con la vida, pero allí estaba, al otro lado.
El hangar estaba en penumbra por el atardecer, era una nave de estilo militar, paredes altas y grises con letras y números pintados que ella conocía y no sabía cómo, pero sabía, que te dirigían a los distintos lugares del recinto.
Seguía como flotando o andando, no sabría decirlo bien, por aquellas instalaciones, sabía perfectamente a dónde se dirigía. Miraba al suelo, sus pies, eran grandes, enfundados en unos zapatones negros, un pantalón verde oscuro, la camisa, del mismo color, con las mangas remangadas hasta el codo mostraban un vello corporal abundante y oscuro que ella nunca había tenido y unas venas gruesas sobresaliendo de la piel, pero todo era suyo, de eso estaba segura.
En una de las manos llevaba un arma firmemente agarrada, el dedo en el gatillo y el cañón apuntando al suelo, caminaba deprisa, con la respiración entrecortada, ansiosa.
Por fin llegaba a donde quería, era la puerta de un baño, lo sabía por el cartel de la entrada que mostraba un monigote masculino de color blanco sobre fondo gris.
Se acercaba al váter bajándose la cremallera, soltaba un chorro caliente y una sensación de alivio le recorría la ingle. Después notaba cómo el miedo le comenzaba a recorrerle la nuca y le ponían los pelos de punta. Giraba la cabeza para mirar al espejo, no estaba tan cerca como para poder verse. Sentía pánico de acercarse hacia lo que iba a ver, pero no podía evitarlo. Tenía que ir y enfrentarse a su reflejo.
Con pasos cortos pero firmes se iba acercando más y más. Cuando llegaba, allí estaba el rostro de siempre, un hombre con el pelo gris, muy corto y ralo, su cara reflejaba odio, sus ojos eran pequeños, azules, fríos, fieros…. Enmarcados en unas cejas gruesas. Una profunda marca sobre la mejilla derecha, testigo de una pelea de bar en Bagdad, todavía podía ver el filo de la navaja y el recordar el olor de la sangre caliente que penetraba en su boca dejando un gusto amargo. La cara llena de cicatrices, producidas por los grandes eczemas supurantes provocados por el uranio y otras exposiciones químicas que había sufrido en la guerra, que le dejaron unos dolores horribles en el cuerpo y sobre todo, unas cefaleas paralizantes que le provocaban pérdidas de memoria….¿ Qué hacía allí?, ¿Quién era? …. ¡Ah sí! Tenía que verse en el espejo…. Y se miraba, y allí estaba el horror, una y otra vez, de repente emitía un grito tan profundo y gutural que podía ver la negrura de su garganta…. Y ese grito horripilante y el cañón del arma en su sien era lo último que veía Miranda antes de despertar empapada en sudor y con una sensación de pánico indescriptible. Porque ese sueño repetido noche tras noche, sabía cómo acababa. No podía dejar de tener la sensación de que ella era ese hombre, lo conocía, ella era él. Y tenía la terrible sensación de que aquel hombre también la veía a ella.
El resto del día, en la oficina, con los amigos, paseando a Chester por el parque, veía aquel rostro y oía aquel aullido desesperado y ya no podía concentrarse en nada más, tenía miedo, ese miedo primario que te sale del pecho y sube hasta tu garganta ahogándote como a un pollo en una charca
A punto de perder la cordura, tomó la decisión de llamar al psiquiatra. “Si tengo que drogarme hasta perder la memoria no me importa – pensaba – pero quiero acabar con esta locura”.
De camino a casa vio el titular de un periódico que la llamó la atención “Aparecen pruebas de experimentos químicos cometidos con los soldados durante la Guerra de Irak”, aquello de repente era tan familiar...
“Un conocido militar Norteamericano que llevaba años denunciando las exposiciones a agentes químicos de las que fueron víctimas los soldados en Irak, que les dejaron secuelas físicas y psíquicas de por vida. Acabó pegándose un tiro tras varios años de terapia y denuncia. Una de las paranoias más recurrentes que tenía era que todas las noches se veía en el espejo como una mujer menuda de pelo castaño”.
El hombre fotosintético
Hoy cuando me levante me sentía renovado, lleno de energía. Mientras me desperezaba recapitulaba el día previo. Necesitaba salir al sol, abrí la puerta y me dirigí hacia el jardín. Mi piel brillaba como nunca. Me sentían bien, muy bien. Todavía adormecido pensé que tal vez se debía a la sesión de yoga del día previo, pero no, hace años que hacía la misma rutina. Luego recordé el trago verde. Soy parte de un protocolo científico sobre regeneración de tejidos a partir de injertos de piel con un alga unicelular. Me reclutaron en la sala del hospital donde me recuperaba de las quemaduras graves que sufrí tras un accidente laboral. Me explicaron que la idea era que el oxígeno que generaban por fotosíntesis las algas haría el proceso de cicatrización de mis heridas más rápido ¿Se lo imaginan? Esta gente debe estar loca, pero paga bien y yo necesitaba el dinero.
Me informaron que tal vez no tendría hambre ya que la energía que normalmente adquiría del alimento vendría del sol. Es una locura… pero no como nada desde la semana pasada y no parezco necesitarlo. Entro en casa, pero siento el deseo intenso de volver a salir, las sombras me molestan. De manera inconsciente mi cuerpo parece buscar la posición ideal para no perder ningún rayo de sol. Estoy incómodo, mis músculos entumecidos claramente están sufriendo de esta posición, pero aun así, un deseo interno más fuerte que el dolor me impide mover.
Me dijeron que las partes de mi piel donde hicieran los injertos podrían adquirir una tonalidad verde, por la clorofila y ahora lo empiezo a notar. Se hace la hora, debo ir nuevamente al laboratorio para un nuevo chequeo. Últimamente, las sesiones se concentran en la aplicación de pruebas cognitivas. Al parecer, como un efecto colateral no planificado, el oxígeno que las algas producen en mi cuerpo ha incrementado notablemente mi actividad cerebral. No es de extrañar, si uno considera que el cerebro es el órgano del cuerpo que más energía consume y para ello requiere de oxígeno. Al terminar las pruebas me pregunta por el día previo y tras contarle todas las nuevas sensaciones que me atraviesan su respuesta es la de siempre -es esperable, nada para preocuparse-. Antes de irme me dan un nuevo trago verde rico en clorofila y me informan que me estarán esperando a la misma hora el día siguiente.
Vuelvo a casa caminando, hay muchos autos por la calle y el humo que sale de los caños de escape huele delicioso. Racionalmente sé que el dióxido de carbono es inodoro, pero en mi nueva condición, disfruto su aroma como si fuera el del plato de ravioles que amaba comer en casa de mi abuela. Ahora tengo sed. Me advirtieron que tendría que tener cuidado con no deshidratarme y que debía tomar varios litros de agua al día. Todavía me faltan un par de cuadras y me doy cuenta que fue un error salir sin mi cantimplora. Siento como los pelos de todo mi cuerpo se erizan de la misma manera que una planta del desierto intentando minimizar la perdida de agua por la transpiración.
Llego a casa y me tomo tres botellas de agua seguidas. Después caigo agotado y me levanto recién a la media noche en el sillón del comedor. Estoy sudando. Necesito salir. Camino sin rumbo fijo y llego a la playa. Me saco la ropa y empiezo a nadar alejándome de la costa. Me siento liviano, cada vez más. Recién allí flotando en el medio del océano entiendo lo que esta pasando. El brillo de la luna me permite ver un halo verde que me rodea. Soy yo, mi piel y todo mi ser se está descamando. De alguna manera el alga tomo el control de mi cuerpo y mis células ya no lo obedecen. Sé que me quedan pocos minutos como ser pluricelular. Mientras mis células se liberan, mi último pensamiento es para los investigadores que me convencieron de someterme a este experimento. Nos les tengo rencor. Nuca me sentí cómodo en mi cuerpo, en el fondo sospechaba que no me pertenecía. Mientras mis células van cayendo hacia lo profundo del océano y me divido en mil pedazos aún siento que soy yo…
El huerto del convento de Brno
En los últimos quince años he visto prácticamente todos los amaneceres. Tan solo he faltado a la cita con el alba durante un par de semanas en las que sufrí unas fiebres que impidieron que me levantase de la cama. Las campanas del convento siempre repican una hora antes de que el sol aparezca entre las montañas que abrazan el valle. En invierno es una labor más que vocacional salir de nuestras celdas para dedicarnos a orar con temperaturas gélidas, pero lo hacemos de buen grado ya que es la vida que hemos elegido llevar. Los desayunos son austeros porque siempre hemos sido de la opinión de que es mejor que trabaje la cabeza y no el estómago por la mañana.
Nunca hemos sido más de veinte frailes así que, quien más, quien menos, sabe hacer un poco de todo, aunque cada uno de nosotros tiene una labor asignada por el abad, el padre Wilhelm. Yo soy el bibliotecario, el custodio del saber, pues somos una congregación de clérigos ilustrados. La joya de la biblioteca es una edición original de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, del célebre escritor español Miguel de Cervantes y Saavedra. En las tardes más oscuras y frías solemos reunirnos al calor de la chimenea para leer los pasajes de tan excelsa novela.
El padre Alphonse pasa sus días entre los fogones de las cocinas. Ha traído hasta estas tierras las recetas de su Baviera natal y hay que reconocer que ha conseguido educar nuestro paladar a sabores que nos eran extraños. La cerveza, conocida en toda la comarca, la elabora el padre Jan. El último día de cada mes, en el portón cercano al establo, disponemos un pequeño puesto de venta de cerveza que nos permite subsistir dignamente e, incluso, permitirnos pequeños lujos esporádicos. Todavía recuerdo las botellas de vino que el padre Wilhelm compró en un viaje a Roma allá por 1850 y que tuvo a bien compartir con todos nosotros.
Casi nunca sufrimos sobresaltos y la vida suele transcurrir de manera tranquila. Excepto cuando los hermanos más jóvenes, Luther y Ferdinand, trataron de construir una especie de instalación eléctrica que acabó en el incendio del corral de gallinas. Ambos son naturales de Viena y, como conocen todos los avances de la capital y sospechan que estamos algo anticuados, no paran de inventar artilugios para modernizar nuestras vidas. Aunque no suelen tener éxito en sus empresas, nos proporcionan, sin duda, los momentos más entretenidos de nuestro transcurrir.
El que me tiene algo preocupado en los últimos tiempos es el padre Gregor. Durante bastantes años fue un apicultor excepcional y cada semana, gracias a él, degustábamos una miel de romero como pocas he probado en mi vida. Supongo que la rutina lo llevó al hastío y le solicitó al abad un cambio en sus labores.
Se hizo cargo del huerto que tenemos en el claustro y aplicó con gran esmero sus conocimientos botánicos para obtener unas generosas cosechas. Al principio teníamos todo tipo de verduras, tanto en invierno como en verano. Tal era su abundancia, que también empezamos a venderlas el último día del mes. Pero desde hace unos tres inviernos, la variedad se ha reducido drásticamente. El padre Gregor se dedica en cuerpo y alma a los guisantes. Es cierto que son de gusto exquisito pero el padre Alphonse ya no encuentra maneras originales de cocinarlos. Además, no los deja ni a sol ni a sombra. Ni bien han florecido las matas, se lanza a polinizar unas plantas con otras y a hacer extrañas anotaciones en un cuaderno, algo que no es nada propio de un hortelano. No todos los guisantes de sus cosechas se asemejan y los colores bailan entre el verde y el amarillo. Los hay pequeños como lentejas y grandes como habas. ¡Algunos hasta nacen ya arrugados como si estuvieran cocidos!
No se me escapa que el padre Gregor pasa largas temporadas en la biblioteca buscando entre todos los libros de ciencias naturales y leyendo hasta bien entrada la noche. Me figuro que debe de estar escribiendo algún tratado, pues a menudo me pide tinta para su pluma. Yo no estoy en contra de las labores intelectuales, pero considero que es menester que hable con el abad para que el padre Gregor retome el cultivo de la huerta y abandone, al menos durante un tiempo, los guisantes. Creo que será lo mejor, por el bien común.
El Império de Los Agujéros·Négros cóntra el Gobiérno del Réino·Universál.
El Império de Los Agujéros·Négros cóntra el Gobiérno del Réino·Universál.
Nóta:
He puésto la imágen del Agujéro·Négro con álgo de colór, de ótra manéra, no lo veríamos.
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La notícia cogió a tódo el Univérso por sorprésa.
El Império de los Agujéros·Négros, exigía la cancelación de tódos los vuélos de espionáje del «Cométa del tesóro » por sus territórios. Declaráron que el cométa se metía en éllos cuando quería, sin pedír autorización y desaparecía de la mísma manéra, y sin dar explicación. Péro éso sí, recorriéndo tódo el agujéro con un propósito desconocído y desconcertánte.
Pára desespéro de sus habitántes y según asegurában sus científicos, desafiándo tóda lógica física, ya que miéntras permanecía déntro del agujéro, éste cométa se iluminába.
El Gobiérno del Réino·Universál había respondído que a éllos también les pasába lo mísmo. Tampóco sabían la cáusa de que el cométa atravesáse sus sistémas soláres o galáxias y desapareciése de éllos sin motívo aparénte. Asegurában que la condúcta del cométa en el univérso visíble, y désde que visitába a los Agujéros·Negrós, también éra de índole muy desconocída e intrigánte. Y más, cuando duránte tódo el trayécto por el Réino permanecía a oscúras.
El clíma de confrontación subió a nivéles galácticos, al ver que el «Cométa del tesóro» no volvía a salír después de habér entrádo en úno de los agujéros négros, y éso que, en éste cáso el citádo agujéro no éra gránde.
*****El «Cométa del tesóro» es el cuérpo celéste que los pirátas espaciáles usáron como viviénda y depósito de tódos los tesóros robádos a las náves, al ser capturádos, se le declaró «Património del Univérso» y se permitió que recorriése tódo el Cósmos como Embajadór de buéna voluntád.
El Réino·Universál amenazó: o el Cométa vuélve pára examinárlo, y comprobár (según los acuérdos pactádos) que conservá en su interiór los tesóros "Património de tódo el Univérso" y que no contiéne equípos de vigiláncia o espionáje, o habrá guérra. ****
A púnto de declarárse la contiénda, y como último recúrso, se enviáron a dos Áltos Dignatários pára resolvér la situación: Por párte del Réino, un Diós y por el Império de los Agujéros·Négros. Sí, sí, su nómbre comenzába también por "D", de diáblo, ¡Qué casualidád!
Concertáron encontrárse en la puérta de úno de los tántos agujéros négros que exísten, péro muy al céntro, pára evitár cóstes del viáje. Lo que éra iguál a decír en úna de las salídas del Réino·Universál. O séa jústo en la frontéra. Ni el emisário del Réino entraría, ni el ser del Agujéro·Négro saldría. Tal como siémpre había sído éntre las dos poténcias que hacía múcho tiémpo habían decidído no relacionárse.
Duránte más de cién áños los dos emisários se estuviéron buscándo sin encontrárse. Ésto a pesár de las coordenádas exáctas dádas por los técnicos y científicos, péro no había manéra de que se localizáran. Según tódos los ministérios implicádos, los dos estában allí péro no se veían.
Un día el Diós oyó úna voz: Hóla, soy «D» el emisário de los Agujéros·Négros, pásame tu vestiménta y aquí tiénes la mía a ver si así nos podémos ver.
¡Qué maravílla!, el Diós, ahóra con un hábito négro y el Diáblo con úna cápa blánca, al finál, después de cién áños se pudiéron ver.
Tal fué la difusión de éste primér encuéntro, y que hízo reír tánto a tódos los pobladóres del Cósmos, que el 99% de lo que se tenía que tratár, ya se había lográdo. El habér conseguído un abrázo y úna sonrísa éntre Diós y el Diáblo, los representántes de filosofías y vídas tan distíntas, inició úna etápa de confiánza éntre éstos dos sistémas de pensár tan opuéstos.
El Diáblo del agujéro négro, vestído de blánco éra muy agradáble y simpático, y la de buénos chístes que contába. Náda que ver con la seriedád del Diós blánco… muy atractívo por ciérto, péro siémpre muy séco.
¿Qué pása? ¿Serán los pobladóres de los Agujéros·Négros, la alegría del univérso y nosótros no nos habíamos enterádo? ¿Nos hémos estádo perdiéndo álgo al aplicár con éllos la ley del embúdo (absorbér) y éllos la de la trompéta (expulsár)? ¿Necesitámos visitárlos y vérlos pára reírnos con éllos? ¿Están sus bibliotécas replétas de líbros divertidisímos?
*
El probléma acabó maravillósamente, si bién el Diós blánco, estúvo intrigádo por la respuésta que le dió su ahóra amígo «D», al preguntárle cómo se podía vivír en embúdos que tódo lo succionában. «D» le díjo que sí, que los agujéros engullían tódo lo que se acercába a éllos. Lo agitában, lo revolvían, y lo íban escupiéndo con gran fuérza y presión por el agujéro de salída. Vámos como vuéstros inodóros.
Si no, ¿De qué crées que están héchas vuéstras galáxias, sistémas soláres y planétas? Pués de lo que sále por nuéstra párte traséra.
*
F I N
El laboratorio de Dickinson
Cientos de volúmenes descatalogados agolpaban las estanterías de la angosta biblioteca. Corpus de diarios, bocetos inconclusos y vasijas de barro trazaban un sendero familiar, el camino hacia la oscura habitación de ventanucos elevados del ala sur: la sala del viento. Emile dedicaba las tardes a moldear sus pensamientos, dibujando la anatomía de la flor que había decidido estudiar, escribiendo un soneto a la mosca que acababa de revolotear sobre los lirios o anotando la estructura sintagmática las frases que había aprendido desde niña. Las tareas del laboratorio del viento eran variopintas.
A lo lejos, un enjambre de abejas melíferas batía sus alas en la calurosa primavera del campo. Casi en trance, Emile quedaba fascinada con el lenguaje circular de sus hablantes. En días de lluvia fantaseaba con la adquisición nativa de los bebés, la morfología de los infantes, preguntándose a sí misma si preferirían las fricativas a las sibilantes, si el patrón de su lenguaje terminaría por sembrar un horizonte imposible entre ideas y naturaleza, y si los insectos de la jardinera habían llegado a la misma conclusión. Sería casi imposible establecer un canal de comunicación, emisor y receptor no compartían el característico código del mensaje, y sin embargo, estaba convencida que cada verso sobre las abejas era una revelación sobre la ciencia, el reflejo de una visión humana en un sistema inmenso sobre la Tierra. No alcanzaba a comprender su cometido final en la habitación azabache al final del pasillo, pero una fuerza superior a ella misma la empujaba con firmeza hora tras hora al espacio más reducido de la casa. ¿Sería de otra época? ¿Sería de otro planeta?
Cuando se cernía la noche sobre el tejado, soñaba con coleccionar raíces, semillas y las mil y una hierbas que había leído en antiguos libros de historia y en novelas de ficción. Se debatía entre machacarlas, secarlas al sol, sumergirlas en determinadas soluciones o inmortalizar el encuentro en una página vacía. Deseaba comprobar frente a la mesa de trabajo los poderes de aquella medicina de antaño que los jacobitas atesoraban en tiempos de guerra, unos remedios rudimentarios que sin presuponerlo habían acompañado a los clanes y las eruditas. Elixires, piedras, polvo y metales, cualquiera de las propiedades de los retales que no había recogido fuera reposaban escondidas entre el lomo de volúmenes de piel y el marcadores deshilachado de tela, sobre las repisas de madera, cautas, céreas. Antes del amanecer, el sueño la habría vencido y nuevas inquietudes la acompañarían en el ensimismamiento del alba.
Volvía a ser por la mañana. Se llevó el desayuno a la habitación y comenzó su jornada. Uno a uno colocó los gajos de la manzana alrededor del plato, formando un círculo que a simple vista parecía ligeramente perfecto, y cuyo epicentro acogía una pila triangular de copos de avena. Observando aquella imagen de cerca, su mente estableció una genealogía entre las megalíticas piedras que rememoraban a los ancestros de las poblaciones que los acarreaban, y las mismas generaciones cuya ingeniería había hecho de la originaria, simple e insignificante manzana el manjar simbólico de una civilización temprana. La hermosa arquitectura del melocotón y la manzana, una pequeña baya que con tesón y con templanza ahora era la cosecha de la comida de hoy y las conservas de mañana. Sin apenas preverlo había huido del trance en el que se encontraba para acercarse al cajón de la mesita auxiliar. Carboncillos, lápices gastados, hojas deterioradas y pequeños frascos llenaban su contenedor de herramientas, instrumentos de valor incalculable brindados por el paso de los siglos. ¿Qué podría hacer ella?
Día a día había construido su caja: cerca de dos mil poemas, ilustraciones, una libreta de botánica y un ensayo sobre enseñanza. Años y años pesaban sobre su espalda. Cansada, cerró los ojos y escuchó la calma, una quietud perpetrada por una libélula tras la ventana. El zumbar de las alas parecía acariciar los mechones descuidados que caían sobre sus mejillas, liberándola de la inmensa sobrecarga que yacía en la materia de sus cavilaciones. Atrapada entre el candor de la meseta y el tormentoso viento, el odonato alado se interpuso entre ambos sentidos y almas. Así comprendió no vería la madrugada, que podría ver lo que había creído ver, y que ya no vería lo que pudo haber visto en la luz de las montañas.
El legado del Reino Corpóreo: todo está en su interior.
Si de algo podía estar orgullosa la Reina Cell era de sus nietas. Aquellas niñas eran la esperanza del Reino Corpóreo, ya que, tras la muerte de sus dos hijos, todo el legado había quedado en las manos de sus únicas cuatro descendientes. Sus queridas nietas, tan fieles a la causa, nunca dudaron de sus orígenes y se aplicaron sin cesar en recibir la más estrictas de las educaciones. Los valores eran la base, y sobre ella se erigían un sinfín de conocimientos que eran integrados y almacenados de manera meticulosa, ya que una sutil alteración podía modificar todo el Reino.
Hoy, tras muchas enseñanzas compartidas, el reinado de Cell ha llegado a su fin y debe asignar a cada nieta el liderazgo de un dominio. Las personalidades de cada una son determinantes, porque a pesar de proceder del mismo seno real no todas han respondido por igual a los hechos que les han acontecido. Por tanto, Neuro, Cardio, Linfo y Hepato han forjado una naturaleza propia para hacer frente a sus responsabilidades con sabiduría y coraje. La curiosa Neuro encabezará el centro de información para la perfecta coordinación de todos los territorios. Por su parte, Cardio coordinará los canales de comunicación y el abastecimiento entre las diferentes regiones. Hepato y su característica tenacidad dirigirán la obtención, el custodio y los gastos energéticos. Y la inquieta Linfo deberá preservar la defensa del reino, manteniendo el orden ante posibles revoluciones internas o ataques externos. Aunque sus cometidos son distintos, las cuatro deben ejercer su poder bajo el lema del Reino Corpóreo “Unidad, Linaje y Diferenciación”. Todas ellas deben preservar la unión del Reino trabajando de manera coordinada; asegurar la proliferación de su estirpe para mantener el linaje y promover la diferenciación de sus descendientes para garantizar una riqueza de caracteres.
Los días discurren y el legado familiar parece haberse consolidado. El Reino Corpóreo es testigo de cómo cada una de ellas trabaja sin cesar y se esfuerza, no sólo en cumplir con sus obligaciones, sino también en mejorar el rendimiento de sus tareas. La unión que mantienen las jóvenes les hace más fuertes y consiguen una sintonía perfecta, hasta que una de ellas rompe con el código familiar. Linfo comienza a empeñarse en fortalecer su ejército. A medida que pasa el tiempo insiste en aumentar la plantilla pues, se justifica, no es suficiente. Ante el temor de poner el Reino en peligro todas confían en ella, pero los días pasan y la proliferación de Linfo no cesa. Nada es suficiente para ella. No encuentra el límite. Se obsesiona. Y lo que había comenzado como una inofensiva defensa, se convierte en un incipiente ataque. El ejército de Linfo toma el control de muchos dominios, incluido el de Hepato. La situación se encuentra en un severo estadio, pues la agresividad no deja de propagarse y las hermanas no consiguen que Linfo entre en razón.
Neuro decide convocar una asamblea urgente con Hepato y Cardio. Tienen que detener esta situación. Linfo ha traicionado al Reino. La usurpación de los dominios está despertando la ira de sus habitantes. Hepato ha sido neutralizada por el ejército, Neuro trata de dialogar con Linfo y Cardio de negociar los abastecimientos con los rebeldes. El objetivo es claro pero los sentimientos comienzan a jugar sus bazas cuando Linfo embauca a sus hermanas para mantener algunos suministros. La batalla se descontrola y adquiere una dolorosa dualidad. Amor o responsabilidad. Los sentimientos hacia su hermana difuminan la protección del Reino. Buscan soluciones sin cesar. Pero solo existe una. Aquella por lo que han sido educadas. Su guía constante en el camino: el Lema del Reino Corpóreo “Unidad, Linaje y Diferenciación”. Linfo lo ha infringido todo y, por tanto, debe ser eliminada.
Las tres hermanas logran vencer sus sentimientos y planificar una fuerte estrategia, asediar a los rebeldes y provocar la rendición. Para ello, Cardio asume el mando y redirige las rutas de abastecimiento evitando los dominios tomados por los rebeldes. Neuro entabla conexiones internacionales con reinos vecinos que aporten armamento en la destrucción del ejercito de Linfo. Y Hepato, desde su resignación, trata de calmar a su dominio y confiar en que la mejor medicina para recuperar la región es la cooperación. Unidas consiguen detener la expansión y restablecer el orden acabando con el enemigo interno. Aunque ese enemigo era lo que más amaban.
Reinos cercanos habían sufrido las llamadas Rebeliones Cáncer y ellas creían haber tomado las precauciones para evitarlas. El sacrificio de Linfo fue un duro golpe para todas, pues siempre creían tener el control. Todo había sido analizado, todo excepto lo que no podían evitar. Aquello que procedía de nacimiento, que poseían dentro de sí mismas y con lo que el azar podía jugar. Nadie estaba exento. Un simple cambio. Una gran revolución.
El libro que escribía solo
Pablo tiene 11 años.
Pablo es alto y delgado. Muy delgado. Tan delgado que todavía lleva pantalones de cuando tenía 6 años.
Es rubio y con los ojos verdes. Aunque sus ojos cambian de color. Cuando el mar está tranquilo, son de un verde claro. Cuando el cielo está cubierto de nubes gruesas y negras, son de un verde-y-gris. Son los mismos ojos que tiene su abuelo.
Su cabello es muy grueso. Tan grueso que cuando lo tiene un poco largo, siempre está en punta. Son los cabellos de su abuela.
El año que viene empieza en el instituto.
A Pablo le gusta mucho leer. Al igual que a su madre. Tiene toda su habitación llena de libros de aventuras, de enciclopedias, de cómics, de revistas. Cuando lee muchas veces ríe. Ríe y ríe de las historias que cuentan los libros. Uno de los libros que más le gustaba de pequeño era uno de adivinanzas y de chistes. Un poco más mayor se leyó toda la colección del Tintín. Y hace poco ha comenzado con todos los libros mágicos como Harry Potter, las Crónicas de Narnia o Juego de Tronos. Y sobre todo le gusta leer antes de ir dormir. Dice que lo hace por que es como sentir la nana que le cantaba su madre de pequeño para que se durmiera.
Pablo un día oyó hablar de los libros electrónicos. Se sentó delante del ordenador que había en casa y al buscar estas palabras por internet a través de un buscador le salieron millones de referencias, y entre todas las de la primera página escogió la Wikipedia.
El año pasado uno de sus profesores les había explicado que en internet podían encontrar muchísima información, aunque a veces poco fiable. La Wikipedia, les dijo que era la enciclopedia hecha por todos los que defendían el acceso a la información de la forma más libre y fácil posible.
La definición que encontró de libro electrónico fue esta: Un e-book o libro-e es una versión electrónica o digital de un libro. En uno de los enlaces de la Wikipedia había uno que decía: descarga un libro electrónico de prueba de forma gratuita. Así que al pulsar sobre el enlace comenzó a descargarse un archivo en el escritorio de su ordenador. Mientras el libro pasaba de internet en su ordenador salían unos iconos en la pantalla que indicaban el tiempo de descarga: 7 minutos, y a la vez iba volando un pequeño libro de una bola del mundo a la imagen de un ordenador que en la pantalla tenía el nombre de Pablo.
Una vez descargado, Pablo lo abrió. En la primera página sólo había una frase que se imaginó que era el título del libro: “El libro sin fin”. Pasó virtualmente de la primera a la segunda página y comenzó a leer. En aquel momento se fijó en el pie de página. Indicaba que el libro tenía 2 páginas. Sin terminar de leer la primera página quiso pasar a la tercera. Era inexistente.
En ese preciso instante llamaron a la puerta. Como estaba solo, tuvo que ir a abrir. Era su madre que venía de comprar y le dijo que le ayudara. Pablo, pensativo, lo hizo lo más rápido posible. Quería saber qué misterio escondía aquel libro, que sabía su nombre, pues lo había visto escrito cuando se descargaba y que a pesar de ocupar mucha memoria, sólo parecía que tenía dos páginas.
Se volvió a poner delante del ordenador. Comprobó cuántas páginas había. Dos. Decidió comenzar a leer. Cuando terminó la segunda página, leyendo con los ojos, sin tocar ni el ratón para ir bajando, se dio cuenta de que ya estaba en la página tres. Y siguió leyendo. Y el libro, como si supiera por dónde iba y que pensaba, iba escribiendo. Y lo más sorprendente es que escribía solo. Y escribía una historia relacionada con sus pensamientos. Cuando había llegado a la página 10 tuvo que dejar de leer.
Al día siguiente, cuando regresó de la escuela, volvió a abrir el libro. El libro decía que tenía 20 páginas. Empezó a leer donde lo había dejado y vio que contaba el sueño que había tenido aquella noche.
El linfocito que cuida de mamá
CD8 era un joven linfocito que recorría el cuerpo atento a cualquier clase de estímulo que pudiese suponer una amenaza. En la escuela de linfocitos, le habían insistido miles de veces que su misión era proteger a mamá frente cualquier tipo de agente extraño, virus o bacteria, incluso si había células del cuerpo que se transformaban en malignas, debía detectarlas a tiempo para eliminarlas antes de que diesen lugar a un cáncer.
A veces, en los ganglios linfáticos, se pasaba horas hablando con su amiga DC, una célula presentadora de antígeno. La misión de DC era enseñarle elementos extraños a CD8 para que él los supiese identificar y pudiese eliminarlos. Día tras día, CD8 estaba más triste. Por más que preguntase a su amiga por cosas nuevas que aprender, ella no tenía nada nuevo que enseñarle. En la escuela de linfocitos decidió ser un linfocito citotóxico para estar siempre en acción eliminando patógenos y protegiendo al resto del organismo. ¿Cuándo llegaría su oportunidad?
Un día su vida dio un vuelvo al encontrase con DC. Una misión que cambiaría su vida para siempre. DC había descubierto que mamá tenía un tumor, pero no sabía dónde estaba y el único capaz de encontrarlo y atacarlo era él. Para llevar a cabo esta misión, DC le dio un montón de pistas a CD8 para poder encontrarlo y así ser capaz de identificarlo como maligno y lo atacarlo.
En un primer instante, CD8 no sabía qué hacer ni dónde buscar… Tenía la misión de destruir un tumor que no sabía dónde estaba y era importante que lo encontrase pronto o perderían la batalla. Se dijo a sí mismo. “¿Te imaginas? ¡Toda la vida esperando esta misión y ahora no soy capaz de encontrar al cangrejo ese y cargármelo como es debido!”.
Casi desde el principio, CD8 sospechaba que el tumor estaba en el riñón, porque era el lugar donde más antígenos tumorales encontraba desperdigados. Sin embargo, no había rastro de células tumorales que eliminar. Nadie le había contado que los tumores tienen mecanismos para esconderse del sistema inmune. Indignado pensó que debería ir al sindicato de los linfocitos a reclamar unas gafas de visión nocturna o algo que le permitiese hacer su trabajo en condiciones. “¿A quién se le ocurre encargarle semejante misión y no darle las herramientas necesarias para luchar con esta amenaza?“. Y así, pasaron los años.
Tres años después desesperado e incapaz de llevar a cabo su misión, su preocupación creció enormemente. Había detectado un nuevo rastro que venía del pulmón y del hígado. CD8 temía que las historias que contaban fuesen ciertas y tuvo que espabilar. Mamá tenía un tumor en el riñón y para colmo, había células que habían escapado a su vigilancia y se habían ido a otros órganos. Eso sólo significaba una cosa: metástasis.
Con un tumor diseminado que no podía encontrar, su misión se había complicado enormemente. A los pocos días de este pensamiento, el rastro del tumor en el riñón había desaparecido. “¿Qué habría pasado?” pensó CD8. Más tarde supo que el Dr. Quijote había detectado que mamá tenía un tumor maligno en el riñón y se lo había quitado. “¡Así cualquiera¡, el Dr. Quijote tiene las herramientas que yo necesitaba, un ecógrafo y un escáner. ¡Yo que solo pedía unas gafas de visión nocturna!”
Por mucho que se esforzaba y casi vencido por la desesperación, CD8 seguía sin dar con el tumor a pesar de que las señales aumentaban. Decidió quedarse en el hígado donde las señales eran cada día más fuertes, a la espera de un milagro. Como si le hubiesen escuchado, el Dr. Quijote junto con los Dres. Iñaki y Unamuno decidieron que iban a hacerle a CD8, el regalo más esperado. Unas gafas de visión nocturna modelo PD-L1, las más novedosas del mercado. Cada semana, una nueva dosis de gafas, armó a CD8 y al resto de sus compañeros. Veían en la oscuridad y veían muy bien. Os podéis imaginar la situación. Miles de linfocitos con sus gafas buscando por todos los recovecos del interior del cuerpo de mamá cualquier rastro de célula tumoral. A cada nueva dosis de gafas, mamá se pasaba tres días con fiebre y tiritonas porque tenía una auténtica operación inmune de búsqueda y captura de células malignas en su interior. CD8 aprovechó esta oportunidad para demostrarles a todos, incluidos a los Dres. Iñaki y Unamuno, que su ayuda no había sido en balde. Y así fue, a los dos meses del primer lote de gafas, casi no había rastro de tumor en el escáner. Hoy, CD8 sigue patrullando, velando que todo siga en su sitio y poder atacar a ese maldito tumor si se atreve a volver. ¡Gracias CD8 por seguir cuidando de mamá!
El Linker De Mika
Kimi es un joven finés, friki de la informática, que una vez licenciado en Física, hizo un viaje sabático al África; visitó Kenia y Tanzania, ascendió al Kilimanjaro y a 5800 metros de altitud, mientras contemplaba extasiado la vista a lo lejos de la inmensa sabana y del océano Índico tuvo una idea inspiradora.
Estaba conmovido con la pobreza que había visto de primera mano, también estaba asqueado de la corrupción inherente que rodea y retroalimenta a la miseria. Naciones cimentadas en instituciones pobres que alimentan el voraz agujero negro de la pobreza, cuyo horizonte de sucesos es la escasez, la necesidad y la indigencia de seres que perpetúan esa supuesta normalidad. Una patología más deletérea y duradera que aquella histeria masiva de hilaridad ocurrida en Kashasha.
Estando en Nairobi, concluyó que era un deber moral de los ricos ayudar a los pobres. La pobreza tendría que ser vista como una enfermedad y había que combatirla aunque fuese a la fuerza. El recuerdo de Iraq le hizo desistir de tal idea. Recordó como USA invadió aquel país y propuso una democracia con instituciones sanas y fuertes y fracasó. Para los iraquíes aquello era una invasión y eso es inaceptable por mucho que la intención sea loable. La solidaridad étnica juega en contra de esas potenciales operaciones militares anti-miseria.
La obligación anti-penuria se acrecentó más recorriendo aquellas ciudades paupérrimas hasta llegar a Moshi, allí iniciaría el ascenso a la montaña brillante que sería el clímax de aquellas vacaciones.
A medida que ascendía y se maravillaba con aquellos paisajes, su cerebro iba cocinando ideas, hasta que estando en la cima Uhuru, no grito eureka como Arquímedes, pero sus vellos se erizaron y trago saliva tibia a pesar del frío circundante.
Soberanía, independencia, libertad y autonomía es lo que traduce la palabra uhuru y justamente esa era la clave para derrotar a la enfermedad de la pobreza. Ahí en la cumbre grabó un audio donde hacía un bosquejo de su proyecto. Había adoptado esta costumbre cansado de que muchas ideas se le habían perdido en la gaveta de los recuerdos extraviados de su cerebro.
Ya de vuelta en la riqueza de su hábitat finlandés empezó a trabajar en aquel plan concebido en lo alto del techo de África. Su concepto parte de que los pobres están inmersos en diversas trampas, pero que al promover sacarlos de una de esas tristes prisiones, se activaría un efecto cascada que automáticamente abriría los candados y las rejas de las otras confinaciones; todo sin violencia y sin derramamientos de sangre. Una revolución silenciosa, paulatina e inexorable, una vez puesta en marcha.
Su admirable propósito consistía en que si encontraba la forma de acabar con la corrupción, los recursos llegarían a su máximo aprovechamiento, el agua sería potable, la tierra sería productiva, la gente se alimentaría mejor, crecerían más, no tendrían parásitos, florecería su potencial y esto llevaría a que pensaran mejor, estudiasen más, produjesen más, ganasen en autoconfianza, se enriquecerían, tendrían menos hijos y su conciencia ecológica se ponderaría tanto, que su hábitat se convertiría en algo bello y saludable en armonía con la madre naturaleza. Todo este utópico circulo virtuoso se desencadenaba a partir de erradicar la corruptela.
¿Cómo lograría tal hazaña?
Pues la historia de la ciencia está plagada de soñadores, que intentaron ene veces, cabezotas que persiguieron utopías, gente que no se rindió a las adversidades e idealistas que no se arredraron ante quimeras ni molinos de viento. Kimi es uno de esos.
Desde entonces trabaja encadenando puertas cuánticas, formando algoritmos y entrelazando qbits. Esto último lo ha logrado gracias a que se ha ideado un entre-lazador, un recurso simple y bello como las mejores ecuaciones de la matemática, que ha llamado el Linker de Mika, en honor a su padre quien le inculcó el amor por la Física y las ciencias en general, aquella tarde antes de morir que dijo: “hijo me gustaría que fueses físico, esa es la madre de todas las ciencias”.
El día que este recurso vea la luz, la computación cuántica dará un salto gigantesco en nuestra civilización. De momento Kimi pretende obtener un ordenador que interactúe con los humanos, que se autoalimente de la energía lumínica ambiente, y que sea capaz de adelantarse a comportamientos inmorales, como si fuese un lector de la criminalidad de la mente y la modifique hacia el comportamiento correcto. Este ordenador con el paso del tiempo, iría prescindiendo de abogados, jueces, policías y demás fuerzas represivas, a la vez que multiplicaría médicos, enfermeras, ingenieros, artistas, profesores y científicos.
Al primer país al que se le haga esta donación, sentirá que la revolución que sucederá después sería como aquel hermoso término del Suajili que da nombre al pico más alto en solitario del mundo: Uhuru.
El método emotivo
Vera leyó las primeras líneas, quería acabar de escribir aquel artículo antes de que empezase el verano.
Había sido un año muy raro hasta el momento y trataba de concentrarse aunque a veces le pareciese una tarea casi imposible.
El artículo seguía la estructura tradicional:
- Resumen / "Abstract":
(Pasó por encima el resumen que había leído ya miles de veces. Esas palabras, 250, que condensaban la historia de cómo se habían conocido sus padres)
-Introducción;
Poniendo a los lectores en antecedentes del origen de cada uno de sus progenitores. Cada uno de una parte diferente del mundo. La historia de como sus abuelos habían sobrevivido a distintas penalidades. Todos ellos habían salido adelante y habían dado a cada unos de sus padres no solo una buena vida y adecuada educación sino también todo el cariño y el afecto que necesitaban y merecían.
La justificación el propósito y quizás el destino también se presentaban en este apartado.
-Materiales y métodos:
Esta parte, en la que se especifica cómo y dónde se conocieron. Como la cantidad adecuada de comida y vino en una fiesta en la universidad propició el que empezasen a hablar. La química corporal, las hormonas, las leyes de las relaciones sociales hicieron el resto. El proceso de enamoramiento había comenzado y les llevo a amarse y quererse estableciendo una historia de amor consolidada.
-Resultados:
5 años, 3 meses y 5 días después nació Vera. Después de 40 semanas de embarazo de su madre y cesárea mediante.
-Discusión:
Cabe destacar que en el caso de la relación de sus padres Vera no fue el único resultado. Hubo muchos otros pero ella es el único que se puede demostrar, medir y cuantificar por el método científico. La cantidad de risas, buenos momentos, caricias, paseos, miradas cómplices es algo que no se puede reflejar en este estudio. Ha habido otros grupos que han intentado reproducir este estudio pero dada la singularidad de cada historia de amor los resultados son variables...Más investigaciones como esta serán necesarias para alcanzar conclusiones sólidas.
Vera suspiró, siempre le había resultado complicado ceñirse a escribir en un estructura tan rígida, se sentía más cómoda y libre con la poesía. La ciencia es la poesía de la realidad (Dawkins R).
No estaba nada convencida de que la revista aceptase su artículo. Tampoco sabía con certeza si conseguiría financiación para seguir investigando. Sin embargo de una cosa estaba segura, sin ciencia no habría futuro y tenía claro que la ciencia la hacen las científicas y científicos como ella que son ante todo personas, seres emocionales movidos por una fuerza tan irracional y poco tangible como el amor.
El mito que resultó ser cierto.
La vida me estaba tratando mal. Puede que solo me estuviera volviendo loco o puede que fuera un genio incomprendido que siempre ha buscado respuestas para todas las preguntas. En cualquier caso todo eso daba igual porque el mundo seguía su ciclo dando una vuelta tras otra alrededor del sol incansablemente con el avance del tiempo. Sí, todos nos encontramos ahí, en ese punto azul pálido en el universo en el que yo no lograba entender nada. Una mota de polvo rodeada de más motas de polvo que tienen sus preocupaciones, sus trabajos, sus sueños, sus vidas. Toda esta incomprensión mataba mi ser y se convertía en una nube de polución que rodeaba mi cuerpo. Hasta que un día me di cuenta de todo. Mi habitación se había convertido en mi mente y, tras semanas sin salir de ella, abrí la puerta y a lo lejos vi a nuestra sociedad, un agujero profundo en el que había incontables cavernas de Platón. Había conseguido salir de aquel agujero oscuro y comencé a gritar con todas mis fuerzas para que me escucharan hasta en los escondrijos más ocultos. Cuando conseguí que todos salieran de su caverna y miraran hacia mí les pregunte - ¿Qué miráis?. ¿Os molesta lo que veis?. A mi también, respondí. Sois vosotros, soy yo. Nunca hemos sido nada especial y nada es más especial que nosotros.
Tras esto me alejé de aquel agujero en el que ya, tras intentarlo varias veces, no podía volver a entrar. El resto de mi vida lo iba a tener que construir desde fuera porque me había dado cuenta que somos nosotros los que tratamos mal a la vida.
El placer de reencontrar
Desde bien temprano, mi curiosidad se posó en la biología. Cada vez que observaba con detenimiento la belleza de las flores, sus diseños y sus intrincadas estrategias para atraer la atención de los insectos, mi asombro crecía y crecía sin límite. Es cierto que nadie en mi familia se había dedicado a la ciencia, pero nunca tomé eso como una limitación. A pesar de todo, siempre conté con el apoyo de mi padre. Él desconocía muchas de los temas que aprendía yo en el colegio, pero siempre mostraba curiosidad y respeto por lo que allí me enseñaban. A menudo, me pedía que le contase las cosas que aprendía en colegio mientras él escuchaba atento.
- Las mariposas tienen sus ojos divididos en más de 10.000 pequeñas ventanas, a través de las que ven- le contaba yo, satisfecho.
- Entonces, es como si nosotros tuviéramos 10.000 pequeñas cámaras apuntando desde distintos ángulos, ¿no? – preguntaba él.
Mi padre siempre trasladaba los conocimientos que le transmitía en el idioma de lo real. Las más de las veces, su pragmatismo florecía a través de la pregunta “¿Para qué le sirve eso?”, lo que me obligaba a repensar todo lo que le había dicho. Fueron esas preguntas, esas pequeñas semillas, las que verdaderamente permitieron que la biología se convirtiera en mi pasión. Mi padre no pretendía que me convirtiera en una enciclopedia ambulante, sino que me hiciera a mí mismo mediante el pensamiento.
Me es inevitable pensar ahora en mi hija Sofía cuando recuerdo esos momentos con mi padre. Con la misma curiosidad e inocencia, mi hija Sofía vuelve corriendo de la escuela para llenarme con todas las cosas que ha aprendido ese día.
- Papá, hoy hemos aprendido que es un buitre. Es un pájaro muy grande, de más de 2 metros de longitud- recitaba ella con una ilusión desmedida.
- ¡Wow, qué pájaro tan grande! Pero ¿sabes lo que eso significa? Que ese animal es más grande que tu cama y apenas podría entrar por la ventana con las alas extendidas- apunté yo con la misma ilusión.
Es en ese momento en el que mi hija descubre algo: que lo que sabe es real. No puedo ocultar mi sonrisa cuando ella, en toda su pequeñez, empieza a mirar la ventana midiéndola con sus manos y sus ojos. Sé, entonces, que he conseguido que piense lo que aprendió.
Creo que son esos instantes de epifanía los que nos atan tan fuertemente a las ciencias y a cualquier conocimiento en general. Es ese placer de reconciliar lo que aprendemos en los libros con la realidad lo que nos acerca al conocimiento de una manera amistosa. Por supuesto, no todos los saberes muestran la misma flexibilidad para “hacerse reales”, pero vale la pena intentarlo, aunque sólo sea para que una pequeña niña entienda el tamaño de un buitre.
EL PROPÓSITO
Hoy he tosido de nuevo. Levemente, como un niño que por la mañana le dice a su madre que está malo, que no puede ir al colegio. ¡Cof, cof! Y la madre le mira con dulzura y sabe que eso no es nada, que detrás de esos ojos suplicantes está tan solo la pereza de madrugar. Así que me digo, no es nada. No es nada. Una tos tonta, de esas que vienen y se van. Porque se irá, ¿no? Lleva ya tres días, y desde ayer, noto una opresión en el pecho. Porque es una opresión, ¿no? Justo ahí, a la izquierda del corazón. Si me paro, si no hago nada, si dejo de ordenar los cajones del escritorio, de limpiar los armarios de la cocina, de escuchar las noticias de la televisión, si me paro, la siento. Esa ligera presión en el pecho, ese terco asedio y, después, esa dificultad para que mis pulmones se llenen de vida. Y la tos. La tos tonta. Seguro que no es nada, solo han sido dos días tosiendo, ¿o quizás tres?
Ha pasado ya una semana desde que salí al supermercado, bien pertrechado: con mis guantes, como aquellos que utilizaba y que tanto odiaba cuando trabajaba en el laboratorio, y con mi mascarilla, de las buenas, de las que no dejan entrar al virus. Ni al virus, ni al polen. Mato dos pájaros de un tiro. Y es que, parece mentira, pero la primavera florece indiferente a nuestra situación al otro lado de la ventana.
Dentro de lo malo, esta pandemia nos ha pillado en buen momento. Recuerdo que en mi etapa en la Universidad de Londres todavía no se había secuenciado el genoma humano, el libro de instrucciones para fabricar una persona. Se consiguió en 2003. Fueron más de trece años de colaboración entre laboratorios de todo el mundo, entre ellos, el mío. Un hito para la humanidad. Ahora, con mejor tecnología, el código genético del nuevo coronavirus se ha descifrado en pocas semanas. Un gran paso para conocerlo y encararlo. Y es que la ciencia se ha convertido en nuestro único camino, como peldaños de hierro incrustados en la pared de un precipicio.
¡Cof, cof! De nuevo esa tos tonta y la cabeza embotada. Pero es que es normal, después de casi dos meses de confinamiento. Las imágenes que me llegan a través de las pantallas son mi única realidad. Si no es el virus, que no creo, la soledad acabará conmigo. Solo mi voz me tranquiliza, la oigo decir que ya queda menos. Sueño mucho, también por la noche. Me levanto tarde, ya no tengo nada que hacer, preparo la comida, cada vez menos, las lentejas congeladas me duran varios días, luego las noticias, después el telediario, luego el análisis de las noticias. Así cada día. Ya he ordenado todos mis papeles, me llevó semanas; toda mi ropa, me llevó horas. He limpiado los cristales de la casa, he actualizado mi perfil en LinkedIn, he organizado mis fotos, incluso quise hacer un álbum, pero no pude porque me encontré las fotos de mi madre y me deprimí aún más. Intenté hacer deporte, empecé bien, rescaté la bici que llevaba tantos años en el trastero, pero al cabo de una semana la dejé. Demasiado esfuerzo, no quiero que me dé un infarto.
Esa bici no era la misma que utilizaba en Londres, pero tiene gracia que montar en ella me devuelva a esa época. Allí trabajaba con E.coli, una bacteria en la que insertaba el gen de una proteína para que, al replicarse, la produjera en grandes cantidades. Un poco como lo que hacen los virus, utilizan nuestras células para crear miles de copias de sí mismos. Por eso hay quienes dicen que no son seres vivos porque no pueden reproducirse solos, necesitan infectar a una célula y tomar prestada su maquinaria.
Pero yo tengo dudas. Quizás el virus sí esté vivo, quizás más vivo que yo. Al menos parece que tiene una intención: propagarse. ¿Y yo?¿Cual es mi propósito?¿Esperar a que haya una vacuna que me devuelva a un pasado irreal? ¿Mirar desde la fortaleza de mi casa las flores de un parque desangelado, aplastado bajo una losa de silencio? Dormir, comer, esperar a que esto acabe, dormir…Y este dolor en el pecho que no se pasa, esta opresión, esta tos tonta.
El Sabio
Gerardo salió de la ducha, sus ojos acariciaron el lado izquierdo de la cama que se mantuvo sin perturbar, se nublaron un poco.
“7:30, desayuno” Bajó al comedor donde se encontraba su familia.
Javier levantó la vista de su periódico. “¿no vas a ir a ver a Gaby?, al parecer su situación es estable"
Gerardo exclamó "8:30" salió del comedor.
Felipe siguió la espalda de su hijo "No presiones, él sabe mejor que nadie la situación" Marta suspiró “No ha ido a verla desde que se desvaneció, asegurate que esté bien" soltando el periodico Javier aseguró "Mamá, está rodeado de gente muy capaz".
El 0.63% de las personas nace con trastorno del espectro autista, cerca del 10% están reconocidas con el síndrome del sabio, su coeficiente emocional se podría considerar inexistente.
Nunca tendrán lazos emocionales, parientes cercanos son extraños, en su mundo solo caben ellos y sus ideas.
Gabriela abrió su mundo.
El corazón de Gabriela con fuerza y dedicación rompió las paredes del pequeño mundo de Gerardo.
Siendo parte integral de este mundo, Gabriela enfermó súbitamente.
Con esta ventana a punto de cerrarse, nadie sabía las consecuencias si un gran pedazo de su mundo desaparecía.
En la cúspide de la tecnología la compañía liderada por el padre y el hermano mayor junto a las capacidades del sabio habían logrado afianzar un lugar en el mundo de la tecnología, cuando Gabriela desvaneció, expertos de medicina fueron llamados.
Sólo uno fue capaz, Degeneración genética hereditaria, con el paso de los años, causaba falla sistémica de los órganos, sin un episodio grave no había forma de detectarlo, no había cura.
El Doctor Sánchez soltó la bomba, las madres de ambas familias lloraron desconsoladas, los padres con caras pálidas y ojos rojos acariciaban sus espaldas, el hermano mayor miró asustado a el sabio quien con la cabeza agachada extendió la mano.
"Deme los datos" demandó sin ninguna muestra de emoción en su voz.
El doctor frunció el ceño "¿qué planeas hacer?".
Gerardo levantó la vista y con un brillo peculiar en los ojos dijo "curarla".
La oficina cayó en silencio, las madres ahogaron sus gemidos, los padres miraron a Gerardo con ojos como platos, Javier dijo seriamente "Doctor, necesito que le enseñe todo lo necesario para que llegue a sus propias conclusiones".
Suspirando, "pasé años estudiando..." "Doctor" interrumpió "Dele lo relacionado y sea su guía, no se preocupe por los fondos".
Los labios del doctor se volvieron una línea delgada mirando al sabio que mantenía la mano extendida cabizbajo.
"Mañana enviaré lo necesario".
El departamento de R&D tuvo cambios drásticos, gente de batas blancas caminaba apresurada, las pantallas mostraban secuencias genéticas y una sección se transformó en laboratorio estéril, el olor a formol y otros líquidos de limpieza permea el piso.
El Doctor Sánchez daba conferencia con un equipo de dotados geneticistas y una persona vestida en traje pulcro que mantenía la mirada baja.
Javier entró a la sala y se sentó estudiando a su hermano.
"Estamos preparados para la segunda fase, necesitamos el certificado de aprobación del departamento gubernamental" el doctor que danzaba los ojos entre el público enfocó a Javier quien contestó "Continúen, todo eso se puede resolver después" era una carrera contra el tiempo, ¿que importaba la burocracia?.
"G A T C T" comenzó Gerardo a recitar como en un trance, los ojos de todos se engancharon en su figura.
"G A T C T" repitió, cruzó los brazos y comenzó a balancearse, tomó la pluma y escribió la secuencia, emocionados rodearon al sabio.
Al llegar al final de la hoja, dio vuelta y continuó, uno de los asistentes corrió al cuarto de suministros y trajo varios paquetes de papel, pasaron varias horas.
"Rojo" exclamó el sabio dejando caer la pluma, los habitantes de este micro universo cobraron vida mientras el sabio alcanzaba una caja de marca textos "G A T C T" repitió, el sabio tomando un puñado de papeles los arrojó sobre la mesa, el Doctor Sánchez palideció, el sabio comenzó a marcar entre los miles de caracteres.
Gabriela abrió los ojos, miró a su madre que dormía en un sillón, sonrió y dio un suspiro, escuchando la alarma que añoraba desde hace varios días, Esperanza espabiló, con ojos hinchados y voz ronca se acercó a su hija "despertaste" posó una mano en su mejilla.
"¿Cómo está Gerry?" la puerta del baño se abrió y el sabio caminó con la mirada en el piso, se sentó en la cama y mirando hacia la pared tomó tiernamente su mano.
El corazón de Gabriela se expandió, jaló del hombro de su esposo y le plantó un beso en la mejilla, Esperanza sonrió ante este gesto "No se ha movido de tu lado desde que terminó la cura".
El sueño de Atenea
Estoy despierta, todavía siento mi cuerpo. Intuyo que apenas me quedan unas pocas horas, incluso minutos, de vida. Ya no soy yo quien se mantiene aquí. Son las máquinas, el milagro de la mente humana. Ellas, son las verdaderas artífices de la prolongación de mi existencia.
Mi yo de principios del siglo pasado soñaba con el avance de lo improbable, con la utopía científica, esa que se terminó realizando, la causante de que todavía no me haya marchado.
Sabía que no podía ser de otra forma, tenía que llegar. Hubiese sido injusto que el mundo se hubiera detenido tras los avances de la segunda revolución industrial. Sólo era cuestión de esperar. No podía ser de otra forma.
Las revoluciones se produjeron, y tuve la inmensa suerte de estar allí para vivirlas, para hacer historia. Y hoy, puedo asegurar, orgullosa, que la hicimos. El siglo XX, mi siglo, fue el del conocimiento de la estructura de la materia, de la vida y de la información. Fue nuestro siglo y fueron nuestras revoluciones: La revolución cuántica, la revolución biológica y la revolución informática. Y sin embargo, a medida que profundizábamos en nuestras revoluciones, los misterios y las zonas oscuras se hicieron directamente proporcionales a nuestras luces.
Dejamos de construir nuestra física sobre leyes. Nos ceñimos a las teorías para abrazarnos a la infinita inmensidad, a la vez que nos postrábamos ante lo microscópico.
Conocimos el Espacio. Sliper, Hubble y Einstein, aun sin querer, mataron a Dios. Estuvimos de acuerdo en que el Universo era finito en cuanto a lo conocido, y estaba en expansión en cuanto a lo descubierto. Y eso, aunque lo disimulábamos bien, nos perturbaba. ¿O acaso creéis que Yuri Gagarin despegó con una sonrisa de desahogo?
Los más grandes fueron los que tuvieron la osadía y la inteligencia de reverenciar a lo aparentemente inexistente: Einstein negó la existencia de espacio y tiempo como realidades separadas mientras ponía fin a las referencias fijas; El gran Planck fue quien demostró que la materia puede emitir o absorber energía en unidades discretas y medibles. Con él, nació su Teoría Cuántica y los mimbres para el amor infinito que más tarde, a ella, le profesarían De Broglie, Schordinger o Heisenberg; Fue emocionante observar con qué amor acariciaban al átomo amigos como Rutherford o Chadwik.
Nos opusimos a la Divina Providencia, tan sólo con la fuerza de la evidencia. Y nos negaron. Nos zarandearon. Nos insultaron. Pero sabíamos que lo hacían por miedo, y eso nos fortaleció. Y hoy, aquellos lejanos gigantes que no aceptaron que los seres vivos estamos unidos entre sí por estructuras evolutivas, que poseemos una base común físico-química, y que somos lo que somos porque tenemos un código genético, hoy, aquellos viejos gigantes, que vociferaron en nuestra contra y quisieron expulsarnos al basurero de la historia, hoy, ellos, son diminutos.
Y nosotros no quisimos ser grandes, pero sabíamos que podíamos crear nuevos sueños al servicio de un mundo que se estaba tornando cada vez más oscuro. E hicimos todo lo que pudimos para que así fuese, para que Europa dejase de oler a carne humana en descomposición. Pudimos realizar cultivos de tejidos separados de sus organismos. Filatov fue capaz de emplear tejidos congelados en sus operaciones quirúrgicas, y en 1936 Carrel y Lindbergh dieron vida a órganos de mamíferos. Nos inundamos de anhelos vitales.
Ese mismo año, trabajé junto al doctor Duran i Jordà. Intentamos que nuestro país no se desangrara. Fuimos pioneros, junto al equipo del Doctor Bethune, en conservar y realizar las primeras transfusiones de sangre. Fue una de nuestras más hermosas aportaciones a la vida.
Después de la barbarie humanitaria que significó la II Guerra Mundial, parecía imposible volver a recobrar la esperanza en la razón. Sin embargo, la resignación no fue tan grande como nuestro deseo para seguir creando nuevas formas de pensar el mundo. No estábamos dispuestos a renunciar a nuestra potencialidad.
En 1948 descubrimos el transistor, y apenas unos años después dimos con el circuito integrado, e inventamos el chip informático. A partir de ahí, el camino de la traducción de los contenidos de información a un lenguaje numérico, fue imparable. IBM, McIntosh, el proyecto Arpa, la WWW o la inteligencia artificial modificaron el milagro, materializaron aquello que fue improbable. Fue nuestra utopía científica del siglo XX.
Me duermo tranquila. En paz con el mundo y conmigo misma. Orgullosa de que siempre, mi pensamiento, estuvo al servicio colectivo de la Humanidad.
Por ella, no paréis.
El valor de la observación
Mi padre no era científico, pero era muy observador. Mi hermano tenía SIDA desde hacía unos pocos años, y aunque su estado empeoraba, lo hacía lentamente. Por aquel entonces, no existían tratamientos eficaces, eran los tiempos de las primeras investigaciones para encontrar una vacuna, siempre pendientes de la salvadora vacuna. El SIDA era una epidemia nueva, una enfermedad infecciosa de la que se sabía muy poco, una situación de incertidumbre que ahora, inmersos en la pandemia del COVID-19, podemos entender mejor. ¿De dónde había salido el virus? ¿Cómo se transmitía? ¿Por qué algunas personas eran más sensibles que otras a sus efectos? Ni mi padre, ni mi hermano, ni nadie de la familia teníamos respuestas a esas preguntas, y nuestra indefensión la combatíamos con la fe en la ciencia, la ciencia que tarde o temprano sería capaz de zanjar las incertidumbres para atinar un remedio.
Como anunciaba fríamente su acrónimo, el SIDA deprimía el sistema inmunológico de mi hermano y su organismo se debilitaba frente a los patógenos. Yo había escogido la inmunología como asignatura optativa, para entender cómo funcionan los procesos adaptativos de la carrera evolutiva entre antígenos y anticuerpos, una batalla que se libra desde el inicio de la vida, hace cientos de millones de años. Aprendí los mecanismos moleculares y fisiológicos de esa batalla, que mi hermano superaba sin que los médicos detectaran un cambio notorio en el desarrollo de la enfermedad. Sin embargo, y según explica la ciencia de los sistemas dinámicos, el organismo de mi hermano había cambiado de estado: antes de infectarse, su sistema inmunológico mostraba fluctuaciones, en función de su condición física, las estaciones del año o el estrés, pero siempre dentro del estado llamémosle resistente. Tras contraer el virus, su sistema inmunitario cambió rápidamente a un nuevo estado: seguía teniendo fluctuaciones, pero en un estado deprimido. En este estado, si su sistema inmunitario entraba en crisis, su organismo tenía serias limitaciones para combatir los patógenos. Pero luego llegaba una recuperación, porque la evolución ha esculpido los sistemas biológicos con un material llamado resiliencia. La resiliencia es la capacidad de esos sistemas para volver al equilibrio tras el impacto de un estresor. Igual que cualquier organismo, tenemos resiliencia a muchos niveles: fisiológico, metabólico o neuronal. En especies con grandes cerebros, existe incluso una resiliencia emocional frente al dolor, los miedos y la angustia. Los humanos hemos mostrado una gran capacidad de resiliencia a lo largo de nuestra historia evolutiva. Cuando bajamos de los árboles, quedamos expuestos a muchos peligros. Ni éramos particularmente veloces, ni éramos particularmente grandes, ni estábamos bien armados con grandes garras o grandes colmillos. Tuvimos muchas limitaciones para defendernos de los depredadores, y para cazar las presas que nos podían aportar las proteínas y los lípidos necesarios para alimentar un cerebro que crecía y consumía cada vez más energía. Sufrimos muchos avatares, pasamos cuellos poblacionales, hicimos grandes migraciones llenas de riesgos y superando muchos peligros. Luego llegó el Neolítico y con él las guerras y las epidemias y el sufrimiento emocional que comportaban, y hemos resistido todos esos embates reforzando y adaptando nuestros mecanismos de resiliencia.
Aunque mi hermano parecía instalado en un equilibrio de fuerzas, su resiliencia tenía una capacidad finita. Los límites de esa capacidad los explora la ciencia de las transiciones críticas y los tipping points, los puntos de rotura. Podemos doblar la rama flexible de un abedul aplicando la fuerza de nuestros brazos, pero si la tensión acumulada atraviesa un umbral, quebraremos la rama y con ello habremos quebrado también su resiliencia. El reto está en conocer esos umbrales, y poder anticiparlos para evitar la rotura del sistema. Los médicos tienen que interpretar los resultados de las pruebas diagnósticas para adelantarse a los acontecimientos, para corregir las prognosis, para ayudar al organismo a alejarse de ese tipping point de no retorno. Otros investigadores también intervienen en ese esfuerzo: sociólogos, estadísticos, físicos, matemáticos o ingenieros. Todas estas disciplinas trabajan con los datos facilitados por los hospitales. No son ciencias fenomenológicas, no observan el proceso. No pueden hacerlo porque no tienen un contacto directo con los enfermos. Ni siquiera los médicos, por falta quizás de tiempo o por exceso de medios diagnósticos, suelen observar con calma a los pacientes.
Mi padre no era científico, pero era muy observador. Un día me dijo “tu hermano cojea”. Observé a mi hermano, que se alejaba con un andar apenas renqueante, y tuve que admitir que mi padre tenía razón. “No es una buena señal”, añadió. Yo me quedé callado. Aquella observación puso un triste colofón a aquella incertidumbre con la que, de mala gana, habíamos convivido. Mi hermano tenía un gran tumor cerebral. El tumor que quebró su resiliencia, esta vez sí, de una vez por todas.
El viaje
Hoy voy a huir de mi hogar, de mi familia. Voy a dejar todo atrás, sin equipaje. Necesito salir de aquí, esto hace algún tiempo que se me hace pequeño, que no me vale. Cuando miro hacia atrás, no entiendo cómo podía ser feliz así, aquí. Hay tantas normas, tantas restricciones. Recuerdo poco de los comienzos, de mi infancia. Somos una familia numerosa. No sé nada de mi padre, es como si no hubiera existido. Hasta donde yo sé, sólo he tenido madre. Y hermanas. Somos tantas que mi madre nunca se esforzó en ponernos un nombre. Sí recuerdo que antes no vivíamos aquí. Viajamos desde otro lugar, muy confuso en mi mente. Sólo pinceladas. Nunca me contaron los motivos, pero no parecía una huida, no tengo esa sensación. Recuerdo ir todas juntas, cogidas de la mano, abrazadas, recorriendo lugares desconocidos, guiándonos por el olor, siguiendo una brisa, una esencia. Cuando llegamos aquí, nos habíamos hecho adultas. Habíamos madurado. Aquí las normas son muy fuertes, o somos nosotras las que hemos cambiado. Ya no sé. Pero no estoy a gusto. Mi madre murió hace algún tiempo. Se quedó dormida. No habla, no come, está, pero no está. Tantos partos debieron pasarle factura. Aquí, sólo se nos permite tener hijas ocasionalmente. Cuando al gobierno le parece oportuno. Las restricciones a la natalidad son muy severas. Matan a aquellas que no las cumplen. No nacen niños. Dicen que es nuestra genética, lo que sea que eso sea. Vivimos en un espacio reducido, cubierto por una cúpula. Nuestra casa está cerca y puedo verla. Es opaca, no se ve el exterior, pero tiene que haber algo allí. Veo los camiones que entran con la comida y salen con los desechos. Hay túneles que nos conectan con el exterior, pero nunca vi una entrada ni una salida. Creo que nos echan algo en la comida. Algo que nos vuelve sumisas. Sin ambiciones, sin imaginación, sin sueños. Algo pasó un día, que me despertó. Algo, una fuente de energía, atravesó la cúpula, como si no existiera, sin esfuerzo. Penetró en mí y me despertó, me cambió. La comida ya no me aletarga. Llevo un tiempo haciendo planes, preparando mi viaje, a la vez que disimulo. Nadie puede notarlo, sería el fin. Y yo quiero ver más allá, más allá de la cúpula. Esa fuente de energía me hizo conectar con la niña que fui. Me dio alas. No pienso perder eso. El contacto con mis hermanas ya no es igual. Algo me impide estar con ellas como antes. Ahí están, todas abrazadas. Yo disimulo y las sujeto, pero con poca fuerza. A escondidas he comenzado a horadar la cúpula. Sólo estiro un brazo por la ventana, y con las uñas, que he dejado crecer sin cuidado alguno, araño un poquito todos los días. He estado haciendo estiramientos, aumentando la flexibilidad. Ayer pude ver lo que hay más allá. Da miedo, está muy vigilado, pero he cosido un disfraz, que me ayudará a pasar desapercibida. También he notado esa brisa de la infancia, me llama a mi destino. Escuché a los guardias hablar de ese paraíso. Está lleno de aire. Se puede respirar, hay árboles donde quiera que mires. Esta será la noche. Mi viaje está a punto de empezar. Voy allá, a eso que llaman pulmón.
EL VIAJERO INTRÉPIDO
Me encuentro en estas preciosas costas tropicales de América, sobre las suaves y claras arenas, oyendo el sedante vaivén de las olas. Preparándome, con mis compañeros, a partir a nuevos territorios y mientras espero el preciso momento de la partida, no puedo dejar de pensar en la larga lista de antepasados que hace tanto tiempo partieron de la Melanesia. Esas islas que se encuentran entre los Océanos Índico y Pacífico. Eran maravillosos navegantes, que en sus globosas embarcaciones llevaban nuestra esencia. Cuidando dentro de un bello cofre blanco, la reserva genética de nuestra raza.
Con sus pequeñas, pero maravillosas naves, dejaron aquellas costas seguras y esperando la marea, como ahora nosotros, iniciaron su desconocido y emocionante viaje. Una vez que partieron se enfrentaron a las fuertes tormentas que se desarrollaban en el mar. Soportando fotones de luz que incidían sobre ellos casi 12 horas, todos los días, dando así trabajo al aceite de su piel. Resistieron a la tentación que suponía estar rodeados siempre de agua, mucha y provocativa agua, tanta y tanta agua, pero siempre salada. Y así pasaron días y meses.
Durante ese intrépido viaje pudieron ver lo bello y terrible del mar, las dos caras de la vida. Peces de todos los tamaños, que para vivir deben obtener su alimento cazando a otros. Un proceso que, desde sus inicios hace tantos millones de años, no se ha detenido ni un solo segundo. Vieron ballenas inmensas, comparadas con ellos, que se movían elegantemente en manadas y en constante comunicación. Viajaban tanto y tan lejos como ellos mismos, tal vez estas ballenas, al ver pasar las embarcaciones de nuestros ancestros se preguntarían ¿qué hacen estas extrañas y pequeñas naves, en estas peligrosas aguas?
Sí, estas naves que se desplazaron por el mar sin rumbo fijo y sin posibilidad de controlar su dirección y menos su destino. Pero después de tanto tiempo por fin llegaron a nuevas tierras, y así, aquellos que lograron sobrevivir a esta peligrosa travesía, se instalaron perfectamente y poblaron la zona con su estirpe.
Después de pasar tantos años en estas costas, ya no tan nuevas, sus descendientes, es decir nosotros, nos disponemos a realizar su misma hazaña, un nuevo viaje por el mar. Estamos como nuestros antepasados esperando, pacientemente, la marea alta que nos llevará a una maravillosa, pero peligrosa, aventura.
Y así, de viaje en viaje, nuestros ancestros demostraron la fortaleza de nuestra raza. Llegaron a estas tierras mucho antes que los europeos en su conquista, pero también antes que los indígenas conquistados. Sí, mi raza llegó antes que el hombre, ¡ah!, se me olvidó decirles que ustedes nos llaman cocoteros y otros nos pusieron Cocos nucifera, de la familia Arecaceae, una raza que les ha dado mucho sin pedir nada. Continúen utilizándonos, no hay problema en ello, pero oigan recién llegados, déjennos vivir.
ELISA Y SU COLMENA
Chicos, aún recuerdo cómo empezó nuestra colmena, y como yo, Elisa, llegué a ser vuestra Abeja Reina.
Como ya sabéis nuestra antigua reina, entre los muchos huevos que ponía, creo que llegan a ser 3000 diarios, puso uno que tras 15 días de metamorfosis siendo larva, y no siendo fecundado por nuestros zánganos, llegué a ser yo. Pero una parte muy importante, fue la alimentación que me dieron nuestras abejas obreras… Mmmmm, sí, esa deliciosa Jalea Real.
- Sí, pero por favor, Elisa, cuéntanos también la historia de tu lucha de pequeña – dijo una abeja obrera
- De acuerdo, si insistes. Nosotras cuando nacemos tenemos que ser muy rápidas, y matar al resto de larvas de los huevos reales. Además, en mi caso ya había una abeja reina, de la que estábamos hablando antes. Pero yo estaba allí preparada para sustituirla. Hasta que un día, de repente, me armé de valor y luché para echarla de nuestra colmena. Sin embargo, a ella nada le pasó, unas abejas obreras muy fieles y ella se fueron a construir otra colmena – dijo Elisa
- Pero ¿cómo se forma una colmena? – dijo uno de los zánganos
Vale, creo que debo empezar por el principio a explicaros unas cuantas cosas. Como sabéis no somos las únicas abejas del mundo, ¿verdad?, hay casi 20.000 tipos de abejas diferentes, y nosotras somos las más comunes, las melíferas. El único sitio en el que no podemos vivir es donde haga mucho frío, como en la Antártida.
Una colmena es muy compleja y grande. Cada una tiene al menos 50.000 panales.
- ¡Sí!, y nosotras somos las encargadas de fabricar la cera para construir las celdas hexagonales de cada panal – interrumpió una abeja obrera. La cera sale de nuestro abdomen, y con las patas lo llevamos a nuestra mandíbula para mezclarlo con saliva, polen y propóleo, y así conseguir una mezcla mejor para las celdas. ¡Ya veréis que nosotras somos muy trabajadoras! Además de eso, nos encargamos de vigilarlas y limpiarlas, incluso regulamos la temperatura.
Muy bien dicho compañera. Además, en algunas de esas celdas yo pongo los huevos y en otras almacenáis las reservas de miel, ¿verdad?
- ¡Qué ilusión poder contar esto! – contestó otra abeja obrera. Otra de nuestras funciones es salir a por néctar y polinizar. Gracias al pelito de nuestro cuerpo se nos puede pegar el polen. Pero lo más importante es que en nuestras antenas tenemos nuestros sentidos del olfato, oído y tacto. ¡Es así como podemos localizar las flores!
Esta es una parte muy importante – contestó Elisa. Nosotros somos un tipo muy importante de polinización de las plantas, la zoófila. Tenemos una relación de mutualismo muy importante con ellas.
- Elisa, ¿a qué te refieres con el mutualismo? – contestó un zángano
¡Muy buena pregunta! Pues resulta que la polinización es muy importante para las flores, porque es así como se reproducen. Y para nosotras, como ya sabéis, por una parte, es muy importante para nuestra alimentación ya que gracias al polen se alimentan las larvas; y con el néctar nosotras podemos reponer la energía.
- Claro, y, además – interrumpió otra abeja obrera, nosotras producimos así la miel. Gracias al néctar que recogemos de las flores, después le reducimos la humedad en la colmena y lo mezclamos y enriquecemos con enzimas.
Exacto – comentó la Abeja Reina. Por tanto, como podéis ver ayudamos a mantener el equilibrio del ecosistema.
- Oye Elisa, ¿no vas a decir nada de nosotros? – preguntó un zángano.
Claro, vosotros sois muy importantes también. Para empezar, nacéis de huevos no fecundados, y al no tener aguijón necesitáis de nuestras abejas obreras para poder alimentaros. Además, sois los que me fecundáis.
- Sí, es una de nuestras pocas tareas. Quiero contar yo lo del vuelo nupcial – dijo otro zángano. Algunas veces, la reina sale de la colmena y nosotros vamos detrás. Ella se apareará con el más fuerte y lo matará. Después, el resto de nosotros como estamos tan cansados del vuelo, podemos ser capturados y matados por las abejas obreras. Los pocos que sobreviven, como no pueden comer solos, tienen peligro de morir también.
- Vosotros, los zánganos sois todos machos, y nosotras las abejas obreras somos todas hembras. Como ha dicho mi compañero, nosotras entre todas las funciones ya vistas, les alimentamos a ellos y a la Abeja Reina. Además, nos encargamos de cuidar a las más jóvenes. Nosotras cuando picamos a los humanos morimos, ya que dejamos nuestro aguijón y parte del abdomen en ellos.
Muy bien dicho todo chicos. Yo, sin embargo, aunque pique no muero.
Gracias a esta colaboración contando las experiencias hemos podido ejemplificar un poco mejor la colaboración que tenemos todos y cada uno de nosotros en la colmena y en todo el ecosistema.
En un solitario laboratorio
Aquella sesión vespertina del viernes no se ha borrado ni lo hará fácilmente de mi angosta memoria. Cada vez que evoco la estampa, solitaria y no poco temeraria, del laboratorio donde estaba sintetizando una suerte de nanopartículas magnéticas que me fuesen a proporcionar mi primera publicación científica, un súbito escalofrío se apoderó de mis entrañas. Las manecillas del reloj habían sobrepasado las nueve de la noche, y me dirigía a observar mi experimento con aquel nuevo material adsorbente, el cual se estaba calentando a no muy alta temperatura, cuando de repente empezó a chisporrotear la instalación de la campana extractora que daba cobijo a mis nanopartículas y sus fétidos aromas.
Mi mente se nubló hasta tal punto que tan sólo se proyectaban instantáneas de llamas en ella, cual recurrente pesadilla de infancia. Acerté a atisbar un cierto goteo del agua continente de mi experimento hacia los cables de la placa calefactora que, con toda probabilidad, habrían provocado el cortocircuito. Me aproximé con cautela al lugar del siniestro y, lejos de amedrentarme por el sonido ambiental del cableado, me encaramé a accionar el diferencial afectado por el incidente. La tensión se apoderó de mí por unos segundos, dado que algunos cables aún continuaban humedecidos, y con rapidez y tiento mi mano subió el diferencial mientras mis ojos se fueron cerrando a la vez. Pasaron unos segundos de incómodo silencio que persistieron durante casi un minuto. Los cables continuaron emitiendo aquel incómodo pitido y ninguna hecatombe sobrevino después. Proseguí con respiración profunda y acompasada durante unos segundos adicionales, tras los cuales me apeé de la silla y puse pies en polvorosa.
Comencé a escudriñar las causas de mi descuido y confieso que, transcurrido el tiempo, no alcanzo a comprender el porqué de aquel susto innecesario y estúpido que tan sólo se podía achacar a una falta de concentración o atención en un momento determinado. Aquel día me sentía exhausto y no pensaba sino en desconectar la placa calefactora al término del tiempo de espera para abandonar el laboratorio y dedicar el fin de semana a la vida familiar, sin factores desestabilizadores que dificultasen la regeneración de mis neuronas. En momentos así cabía preguntarse si cobraba sentido la permanencia diaria enclaustrado, emparedado en aquella suerte de burbuja carente de vínculo alguno con la realidad. La respuesta, a priori, se antojaba sencilla si se ignoraban episodios esporádicos como el relatado, aunque algo más compleja cuando iniciaba el habitual proceso de reflexión que me llevase a reafirmarme en los motivos por que había decidido embarcarme en semejante aventura.
Recordé entonces con nitidez aquellos días de verano, jornadas inhábiles para los negocios y los trámites administrativos, en que me debatía entre emprender, junto a un buen amigo, mi propio laboratorio para fines rutinarios o embarcarme en una larga travesía por la senda de las preguntas sin respuesta, de los ensayos sin conclusiones y las frustraciones sin consuelo. Si hubiese de retrotraerme a esos tórridos días en que el único mar donde me zambullía era el de las dudas, estoy convencido de que saldría flotando para nadar en la misma dirección e iniciar esta ardua búsqueda de mi destino.
Soy consciente de que sesiones intrigantes como la relatada en este exordio nos pueden ocasionar una irreversible conmoción, así como un permanente malestar sabiéndonos culpables de la probable inutilidad de nuestro experimento. También interiorizo la desértica andadura por que hemos de transitar hasta vislumbrar un halo de luminosidad, mientras la moral se ve minada por la inmisericorde inacción de nuestros llamados pares. No obstante, en momentos como éste observo un rayo más poderoso que el descargado durante las tormentas de verano, y es su destello el que ilumina la continuidad de mis pasos en persecución de los interrogantes de la ciencia. El futuro se antoja ignoto e incierto, pero no se trata de adivinarlo sino de coserlo hebra a hebra, cristalizarlo átomo a átomo, integrarlo pico a pico.
Aquellas cuatro paredes parecían haber desistido en su intento de devorarme, a la vez que mi cabeza comenzaba a asomar tímidamente desde su escondrijo en el caparazón.
Energía Azul
“-Es el ocaso de la humanidad – musitó Ye Wenjie, ya sin fuerzas-. Y el mío también.”
Más de 400 páginas después el libro tocaba a su fin. Por un precio de 20 euros ha servido para casi una veintena de viajes al trabajo. El ritmo de lectura no está nada mal si tenemos en cuenta que casi la totalidad de los viajes de vuelta me los he pasado dormitando en el asiento.
8:30 de la mañana, una hora perfecta para llegar, para empezar el día. Claro que también los hay que consideran que la hora perfecta es otra. Si le preguntara a mi jefe posiblemente contestaría que las 7:30 es una hora adecuada, o que las 6:30 es una hora aún mejor, aunque esta pregunta habría que hacérsela a partir de las 10:30, antes es imposible encontrarlo en el laboratorio. Nuestro laboratorio es bastante pequeño. Es lo que tienen las ciencias teóricas, con una pizarra y un sitio donde sentarse suele valer. Aunque a decir verdad eso no es todo, entre la pizarra y nosotros tenemos el tema que me ha ocupado en los últimos cuatro años, la energía azul y sus posibles usos. La energía azul es una forma de obtener energía por la diferencia en la concentración de la sal entre el agua de mar y el agua de rio. Es tan simple como eso, la definición es de Wikipedia. Conseguir ese proceso es mucho mas complicado, en Wikipedia ya no viene como hacerlo, de hecho, en ningún sitio viene como hacerlo, de hecho, no sabemos si es posible hacerlo de forma eficiente.
En medio de eso me encuentro yo, bueno, realmente en medio de todo eso se encuentran unos nanotubos de nitruro de boro que son los que permiten realizar el cambio osmótico, en definitiva, son los que permiten que obtengamos energía.
En estos pensamientos me entretengo hasta que llega mi jefe, las 10:30, como un reloj. Yo a estas alturas ya llevo un par de cafés en el cuerpo (también un cruasán, media madalena y alguna galleta, pero eso es otra historia) así que estoy más que despierto. Tras haber adelantado un par de presentaciones para congresos que tenía pendientes entramos al trabajo duro. Conceptos como conservación de la energía u entropía se convierten en palabras de uso común en busca de procesos que nos permitan obtener la ansiada energía azul de forma eficiente, aunque para ello nos falta dar con un conjunto de ecuaciones que permitan mejorar los desarrollos actuales, obtener una idea feliz lo llama él. Tras cuatro años que llevamos en esto ya lo creo que sería feliz, lo cierto es que hemos obtenido pequeños avances y quizá en un futuro podamos comprobar nuestros avances a nivel experimental.
Entre desarrollo de un dato y desarrollo de otro dato siempre queda espacio para lo cotidiano, como ha ido el fin de semana, que tal los preparativos de tu boda, los problemas del niño de 7 años con las matemáticas y entre esas cosas retornamos a los nuestros propios, que también son matemáticos la mayoría de las veces. La parada para comer suele ser mas bien corta, a esta hora la lista ya no se limita solo al cruasán la media madalena y alguna galleta así que una comida escasa nunca me ha supuesto ningún problema. Las tardes las solemos dedicar a repasar nuestros avances o a comprobar la compatibilidad de nuestras propuestas con distintos modelos y simulaciones. En definitiva, lo dedicamos a estar seguros de que vamos en la dirección correcta, mi abuelo siempre decía que cuando un tonto coge un camino, el camino se acaba, pero el tonto sigue. Nosotros intentamos ceñirnos a esa verdad e intentar transitar durante el mínimo tiempo posible los caminos erróneos. Sobre las 6:00 suelo acabar mi jornada, para mí es una hora perfecta para ello, aunque como os podréis imaginar hay diversidad de opiniones al respecto.
Tras acabar y recoger, al metro. Hoy no puedo leer, he terminado el libro y como no es de esos que venden con wifi me toca esperar a coger otro de los que tengo pendientes en casa. Aprovecho para dormitar un poco, despierto cuando aún me quedan dos paradas, voy distraído pensando en que la vida de los científicos no guarda ninguna relación con la que describe Cixin Liu en su libro. Bueno, quizá se asemeja un poco más a lo que dice justo unos párrafos antes del final:
“Regresemos- Propuso Wang-. Nos queda mucho trabajo por hacer.”
En eso estaba yo otro día más, en regresar, en todo lo que queda por hacer.
Es difícil precisar el momento y el lugar ...
Es difícil precisar el momento y el lugar pero sí sabemos que fue en este universo y que fue entonces (¡Tiempo y lugar! ¿De verdad existen estos conceptos tan imaginativos en la realidad real?).
El choque del neutrino muónico y del muón antineutrino fue rápido. Y rápidamente también apareció nuestro pequeño fotón. Y comenzó a correr. Porque nuestro pequeño fotón es un auténtico y veloz correcaminos pero... mientras corría y corría notaba algo raro, algo que le frenaba.
Así, corriendo, siguió un buen rato. Hacía carreras consigo mismo ¡Más, más rápido! Hasta que… imposible más rápido. Y de pronto se encontró con algo muy grande. Más grande que muchas partículas con las que se había cruzado antes. Cuando estaba esquivando aquella cosa grande oyó una voz grave y profunda.
- ¿A dónde vas tan corriendo amiguito?
- ¿Quién eres? Preguntó el pequeño fotón ¡No puedo parar! añadió.
- Sí, ya sé que no puedes parar, dijo la voz grave y profunda, pero no te preocupes. Eso lo soluciono yo, tranquilo.
De repente apareció una gran masa delante y otra detrás y el pequeño fotón se quedó en medio rebotando, como si fuera un ping-pong.
- ¿Quién eres? Volvió a preguntar.
- Soy un bosón como tu.
- ¿Bosón? ¿Cómo yo? Yo soy un fotón y tu eres muy grande.
- Sí, pero los dos somos bosones. Somos partículas que ayudamos a otras partículas… a hacer el amor.
El pequeño fotón se quedó pensativo y preguntó:
- ¿Qué es hacer el amor?
- Eres muy pequeño todavía. Bueno, lo que hacemos los bosones es ayudar a otras partículas a que… interactúen entre si. Los fotones como tu ayudáis a las partículas con carga eléctrica a hacer cosas electromagnéticas. Y yo ayudo a las partículas a tener masa. Masas como esos espejos que he generado a lado y lado para que te quedes rebotando en ellos y podamos charlar un rato.
El pequeño fotón se quedó pensativo y al cabo de un rato preguntó:
- ¿Quién eres tu? ¿Cómo sabes tanto?
- Soy el bosón de Higgs. Soy muy, muy viejo y por eso sé algunas cosas. En realidad soy tan viejo como lo más viejo que hay en este universo. Sí, porque este universo no existiría sin masa y mi especialidad es hacer que… se genere masa.
El bosón de Higgs hizo una pausa y luego con un gesto pensativo, como mirando al infinito añadió:
- Pero todavía tengo que aprender… algunas cosas más.
Se quedó callado como meditando. Era un pensamiento que le venía con frecuencia. A él le gustaría ser tan rápido como los fotones ¿No habría manera de controlar la inercia, la masa? Precisamente su especialidad ¡La masa!
- Higgs ¿Te puedo llamar Higgs?
- Sí, claro.
- Oye Higgs ¿Tu sabes por qué yo no puedo parar y siempre tengo que estar corriendo muy aprisa?
- Tú eres pura energía sin lastre, sin masa. Es imposible que algo así se quede quieto. Eso tiene sus ventajas. Puedes correr todo lo que quieras y llegar antes que nadie. Antes que yo, por ejemplo.
El pequeño fotón hizo un gesto de preocupación.
- Sí, puedo correr mucho pero no, no puedo correr todo lo que yo quiero. Antes de encontrarnos, yo me estaba divirtiendo haciendo carreras conmigo mismo y de repente… no podía ir más aprisa…
El bosón de Higgs se echó a reir.
- ¡Todavía conoces muy poco de este universo! Eso es la c.
- ¿Qué?
- La c. En este universo todo tiene límites y la c es el límite de lo más aprisa que se puede correr.
- ¡Que pena! ¡Un límite para correr! Dijo el pequeño fotón tristemente.
El bosón de Higgs trató de buscar algo para animarle.
- Ves aquel círculo. Vamos allí… te vas divertir.
El anillo de acreción del agujero negro M87 estaba muy animado. Una foto reciente lo había puesto de moda. Millones y millones de partículas daban vueltas a un lago negro.
- ¿Qué es ese lago negro? Preguntó el pequeño fotón.
- Son los gravitones. También son bosones como nosotros ¡No te acerques! Hacen que las partículas se atraigan por una fuerza que llaman gravedad. Cuando se juntan muchos, como en el lago negro, tienen mucha fuerza. Sí entras ya no puedes salir y vas al fondo del lago negro, respondió Higgs.
- ¿Qué hay en el fondo del lago negro?
- Dicen que hay otros universos. Seguramente muy distintos del nuestro, donde a lo mejor eso del tiempo, la energía, la masa, etc. no existen o son distintos. Parece que nuestro universo es uno de muchísimos universos. Parece que somos parte de un enorme multiverso.
El pequeño fotón sonrió.
- Higgs ¿Un multiverso con muchos muchísimos universos distintos?
- Sí, respondió Higgs
- ¿Habrá alguno de ellos sin ese límite, la c?
- Posiblemente
El bosón de Higgs también sonrió. A lo mejor también había algún universo donde él podía ser tan rápido como un fotón.
- ¿Vamos?
Es importante pero no urgente.
Muy bien. Venga, solo dos palabras más. Repite conmigo: laperu. - dijo la experimentadora.
- dapedu. - repitió la niña lo mejor que pudo.
- La última: frisatu.
- pisatu. - volvió a errar la participante.
- ¡Perfecto! Ya hemos terminado por hoy.
La madre de la participante observaba intrigada la sesión experimental.
- ¿Cómo ha dicho que se llamaba esta última tarea? - preguntó.
- Repetición de pseudopalabras. - le contestó la investigadora.
- ¿Y para qué sirve?
- Es útil para evaluar la memoria fonológica a corto plazo. Es decir, la capacidad que tenemos para memorizar sonidos del habla. Nos ayuda a comprender lo que nos dice un interlocutor al hablarnos. Como puede imaginar, esa capacidad parece ser muy importante a la hora de aprender un idioma: nuevas palabras, sílabas e incluso distinguir la intención de la persona que nos habla.
- ¿A qué se refiere con que parece ser muy importante? ¿No es algo con lo que puedan diagnosticar si mi hija va a desarrollar dislexia o no? - preguntó la madre preocupada y con cierta impaciencia. - A mi pareja no se la diagnosticaron hasta que tenía 14 años, y lo pasó bastante mal en el colegio.
- La investigadora, acostumbrada a esa pregunta, contestó:
- Es muy pronto para diagnosticar si su hija tiene dislexia, dado que solo tiene 4 años y aún no ha entrado en contacto con el aprendizaje de la lectura. Sin embargo, sí que podemos utilizar la batería de tareas que ha estado haciendo estos días en el laboratorio, así como los cuestionarios que han completado usted y su pareja sobre el historial familiar en cuanto al desarrollo del lenguaje. De esta manera, podemos analizar hasta qué punto su hija tiene riesgo de desarrollar dislexia en los próximos años. Así, podemos informar a sus profesoras y logopedas escolares para que su adaptación al aprendizaje de la lectura sea eficiente y le suponga los menores inconvenientes posibles.
De acuerdo. Pero entonces, ¿qué sentido tiene la electroencefalografía que le han hecho si no sirve para diagnosticarla ni tratarla?
- Tiene razón, una electroencefalografía no va a ayudar a su hija, al menos no inmediatamente. En cambio, es vital para nuestra investigación, ya que nos puede ayudar a entender qué mecanismos cerebrales están relacionados con el desarrollo del lenguaje o la lectura, además de los problemas que puedan surgir durante ese desarrollo.
- Ya sé que sus motivos son los mejores y que sus experimentos pueden acabar ayudando a mi hija, y a otros niños. Pero, ¿qué pasa si nunca lo logran? ¿o si lo logran cuando ya no nos puede ayudar? - Preguntó la madre angustiada.
La investigadora meditó unos instantes y contestó pacientemente:
- Entiendo que, en ese caso, los frutos de nuestra investigación le puedan parecer inútiles. Pero ni en ese caso, ni en ningún otro, lo serían. Adquirir cualquier conocimiento científico, desde el más urgente o útil en un momento determinado hasta aquello que se pueda percibir como totalmente carente de utilidad, es de vital importancia. Además, la mayoría de avances científicos a lo largo de la historia se han producido sin previo aviso, y apoyados en muchos casos en el conocimiento adquirido en diversas ramas de la ciencia que a priori no tenían mayor contacto. Piense en esta serie de hechos: Un físico desarrolla una teoría sobre la transmisión de la electricidad. Un equipo de psicólogas del desarrollo obtienen datos sobre los principales hitos del desarrollo del lenguaje desde el nacimiento hasta la adquisición de la lectura. En un laboratorio de neurofisiología descubren cómo se comunican las neuronas para llevar a cabo ciertos procesos cognitivos básicos. Un médico diseña un aparato con el que se puede medir la actividad eléctrica de grandes grupos de neuronas en la corteza cerebral.
La madre asintió con una curiosidad algo distante. La investigadora continuó:
- Algunos de esos hallazgos surgieron por una cuidadosa observación de un proceso anodino. Otros, por las necesidades de desarrollar una tecnología o un tratamiento para un problema muy concreto. Algunos descubrimientos fueron perseguidos durante años. En cambio, otros aparecieron sin ser llamados y cambiaron la ciencia para siempre. Lo que todos los hallazgos que le he mencionado tienen en común es que han ayudado en gran manera a la investigación que estamos llevando a cabo en estos momentos. Por tanto, todo lo que conozcamos es importante. Pero solamente dadas unas circunstancias que lo hacen urgente, nos daremos cuenta de que ese conocimiento es también de vital utilidad.
Espartanos y atenienses
Cuando la marea baja, la guerra empieza. El retroceso de las olas son las campanas de muerte. Los dos bandos son enemigos históricos, antítesis ecológicas; depredador y presa. Ambos luchan por su vida, ambos mueren si pierden la batalla, por lo que, una vez más, lo darán todo. Su supervivencia está en juego. No pueden fallar.
Anclados en la piedra, pacientes pero tensos, esperan los soldados de la legión negra provistos de los escudos más resistentes. Cada guerrero dispone de dos valvas con las que protege su cuerpo. Su mejor estrategia es su infalible defensa. Al igual que los atenienses, ellos confían en sus impenetrables murallas. Pretenden agotar a su rival hasta provocar su retirada.
Desde el mar emergen gigantes. No forman ningún ejército, se acercan guerreros solitarios. Reptan con la ayuda de sus cinco brazos y portan una armadura espinosa del color del fuego. Su marcha, lenta pero imparable, infunde temor a sus adversarios. Son espartanos, los guerreros más temibles de Grecia.
Como los rivales helenos, ambos ejércitos luchan una batalla interminable que ha durado milenios.
A medida que la distancia entre ambos bandos se reduce, los hoplitas azabaches se encapsulan completamente entre sus valvas, no dejan ningún reducto de su cuerpo expuesto. Las murallas de Atenas se cierran, son una defensa perfecta.
La colisión entre los dos enemigos es silenciosa, pero no por ello menos violenta. Los cinco brazos del asesino le ayudan a trepar encima de su adversario en un intento de mostrar su superioridad frente a él. Sin embargo, el ateniense, aunque más pequeño, no se deja intimidar, y con una férrea convicción se escuda tras sus defensas.
El combate ha comenzado. Un brazo se levanta y colapsa con la cáscara izquierda de un individuo y, rápidamente, otro brazo agarra la cáscara contraria. Aunque el escudo esté húmedo y sea resbaladizo, los brazos del gigante están provistos de potentes ventosas que proporcionan un agarre firme. Con una fuerza hercúlea, el espartano tira de ambas valvas para destruir la defensa perfecta, confía en que el combate sea fácil. El ateniense, sin embargo, no se rinde, y haciendo la fuerza contraria a su rival, mantiene sus murallas cerradas. No se escuchan berreos ni gritos de guerra; nadie alrededor es consciente de que, a pocos centímetros, dos individuos luchan hasta la muerte.
El instinto del animal entre las valvas es claro: las puertas de Atenas deben permanecer cerradas. Mientras tanto, el espartano forcejea en busca de una pequeña brecha en las murallas impenetrables.
La lucha continúa sin que ningún enemigo ceda hasta que, por un error de estrategia en la defensa de la fortaleza, el depredador consigue abrir una pequeña grieta entre las dos valvas de su presa. El gigante, iluso, cree que su caza ha concluido, que el ateniense es hombre muerto, por lo que tira una vez más de las valvas para desnudar a su oponente. Sin embargo, la presa no está acabada. Con sus últimas fuerzas, consigue hacer frente al movimiento de su oponente y, aunque la apertura en su muralla sigue siendo evidente, no es lo suficientemente grande como para permitir un golpe mortal.
Los signos de agotamiento son patentes en ambos bandos. ¿Acaso quedarán en tablas? El depredador recuerda que aún no ha comido nada ese día, que sus fuerzas flaquean. Su supervivencia depende de esta lucha. El animal oculto entre las murallas puede intuir la desesperación de su asesino y en ese momento, ambos se preguntan lo mismo: ¿Quién es la víctima?
Rozando el desfallecimiento, el depredador recurre a su arma oculta. Para poder utilizarla, sólo necesita que se cumpla una condición: El plan secreto precisa de una pequeña brecha en las defensas atenienses. Por suerte, ya la tiene. Puede ejecutar su plan. Puede matar.
El hoplita ateniense está paralizado, perplejo. La boca de su enemigo se abre de par en par liberando una sustancia semisólida que se cuela por la rendija entre las valvas hasta tocar el cuerpo desnudo del soldado. Éste, aterrorizado, no entiende que esa sustancia nauseabunda es el estómago del gigante, que ha sido expulsado del interior de su armadura espinosa gracias al tejido conectivo mutable. Con todas sus líneas de defensa rotas, el guerrero entre las valvas acepta su derrota y se ahoga entre jugos estomacales que deshacen todos sus tejidos blandos. Otra victoria para Esparta.
Con desprecio, el depredador separa completamente las dos valvas que tanto le había costado abrir. Ya no había defensor que las mantuviera cerradas. La muralla impenetrable hecha cenizas. ¿De verdad ese ser insignificante creía que podía ganar? Al fin y al cabo, era solo un mejillón, y él, se dijo con orgullo, era una estrella: Pisaster, el que pisa y destruye a su enemigo.
Esplluga
Me levanté en medio del incesante rodar del autobús, viendo a lo lejos el perfil que dibuja la ciudad de Barbastro. Iba a pasarme los próximos meses de verano antes de la universidad con mi abuela, para que «aprendiera» algo de ella según palabras de mi madre. Llegamos a la estación a las 12:36 de la mañana y me bajé con más sueño que hambre. Debía reunirme con un tal Vicente, un conocido de mi abuela Clara, que estaba en la ciudad haciendo unos recados. Según me comentó por teléfono, me reconocería sin problemas y me llevaría al pueblo en coche. De pronto, mi nombre resonó por el andén de la mano de una estruendosa y grave voz:
–¡Irene! –dijo a lo lejos. –Eres Irene, ¿verdad? ¡Eres ‘clavaica’ a tu abuela!
Con total sorpresa, me reconoció tal y como ella dijo. Le respondí afirmativamente, a lo que me preguntó qué tal me había ido el viaje. Durante esa breve conversación volvió a relucir el parecido que según él tenía con mi abuela.
–Si tienes hambre podemos comer algo en el bar de la estación. Hacen unos bocatas que están para chuparse los dedos.
Parecía que lo dijera más por el que por mí.
–Prefiero ir para Espluga, mi abuela me estará esperando para comer.
No es que quisiera desmerecer esos bocatas del bar, pero prefería llegar lo antes posible a casa y comer algo más decente. Fuimos a por el coche y nos tomó algo menos de una hora de carretera. Durante el trayecto, Vicente no me paró de hablar sobre mi abuela y sus increíbles viajes a África. La gente del pueblo la tenía por una eminencia.
–La mujer que puso Espluga en el mapa, ni más ni menos –dijo. Sonaba casi como si fuera mérito propio. Aun así, se notaba en sus palabras la profunda admiración que le tenía.
Llegamos a Campo sobre la una y veinte, donde Vicente hizo una parada para repostar y saludar al de la Gasolinera. De ahí remontamos la nacional y llegamos a Espluga. Mi abuela estaba esperándonos en la plazuela con una olla en las manos.
–Qué rápido habéis llegado –dijo ella. –¿Todo bien por el camino? Esto es para ti Vicente, por las molestias.
Le había preparado un conejo al chocolate, receta de la familia. En aquel momento deseaba que hubiera una segunda olla para nosotras. De sus platos ese era sin duda uno de mis preferidos.
–No hacía falta doctora, ya sabe que tenía que hacer unas cosillas por allí.
Se despidió y se fue con el coche levantando un poco de humareda por el tubo de escape. Fuimos hacia casa mientras conversábamos sobre el autobús y poco más. Al entrar, me volvieron esos recuerdos de cuando era pequeña y me pasaba con ella todo el verano. La casa estaba repleta de decoraciones, cuadros, fotos de mis abuelos durante su época como médicos sin fronteras… en fin, recuerdos de las muchas aventuras que vivieron.
–Cariño, eso fue hace eones –respondía cuando le preguntaba sobre aquella época.
Mi madre me había contado la historia miles de veces. Ambos eran médicos y estuvieron durante años trabajando en la campaña de vacunación contra la Viruela en el Cuerno de África. Algo que mi abuela restaba constantemente importancia. Mientras iba a dejar la maleta, me quedé mirando fijamente una foto de ella vacunando a una niña.
–¿De dónde es esta foto? –le pregunté.
–Esto era en una escuela infantil de una aldea al norte de Somalia. Mira qué joven estaba –me contestó, mientras miraba la fotografía.
El olor de conejo al chocolate inundaba la casa. Al subir al piso de arriba confirmé mis sospechas: había una segunda olla para nosotras. La mesa estaba puesta y nos pusimos inmediatamente a comer. Mientras saboreaba ese plato tan exquisito, salió a relucir otra vez la niña de la foto.
–En aquel momento la Organización Mundial de la Salud empeño muchos esfuerzos para extender la vacuna por África y Asia. Eran zonas muy desfavorecidas donde la enfermedad era endémica –dijo mientras se llevaba un poco de conejo a la boca.
–Y, ¿estuvisteis muchos años con el abuelo ahí? –le pregunté, para que tuviera tiempo de masticar.
–Bastantes. Nos volvimos a España a principios de los 80, cuando la enfermedad se consideró erradicada. Nos vinimos a trabajar como médicos rurales aquí a ‘Esplluga’ –dijo. Así es como se dice Espluga en Patués, un dialecto hablado en el valle de Benasque, Aragón.
–El resto de la historia ya la conoces de sobra, ¿no? –sonrió.
Continuamos hablando sobre su labor en Benasque, la familia, la despoblación de la zona. Y así comenzó mi verano, en el que definitivamente iba a aprender más de lo que habría imaginado.
Esquivando a Blaschko
Sabía que si iban a despedir, o a trasladar, a alguien, sería a ella. Todo el cuerpo de detectives se encargaba cada día de recordarle la poca utilidad que tenía una detective lingüista entre ellos. Había rumores, y Rita se dejaba llevar por ellos y por su propia baja autoestima, que la arrastraban como un río que fluye hacia el lado contrario como desafiándose a sí mismo. Nada apuntaba a que aquel día fuera a ser distinto hasta que el sargento entró por la puerta.
–Necesitamos a alguien en la cárcel otra vez. Hay que descifrar códigos. Inmediatamente– anunció Yago con la autoridad de siempre.
Toda la comisaría fijó los ojos en Rita. A ninguno de los siete detectives les gustaba trabajar en prisión, así que los casos menos deseados recaían siempre en Rita, porque los demás se encargaban de quitarle el resto, alegando que sus conocimientos no tenían utilidad. Yago se acercó en silencio al puesto de Rita y dejó caer la carpeta sobre el teclado de su ordenador.
–¡Es tu momento de brillar!– le gritó su propio compañero de mesa con sarcasmo.
–Zapico, es el mismo caso que tú no pudiste resolver la semana pasada– le espetó Yago.
Rita trató de contener una sonrisa y se puso la chaqueta.
La cárcel, construida en forma de estrella de cinco puntas, parecía desde fuera más una residencia de lujo que una prisión. Por dentro reinaba la sobriedad y el silencio, las puertas blindadas y la seguridad en cada esquina.
Julio, uno de los psicólogos de la institución penitenciaria, acompañó a Rita por el laberinto de pasillos mientras le contaba algo a lo que ella no prestaba atención. Pararon al final de un pasillo.
–El refectorio– anunció Julio.
A través del cristal de la puerta, Rita pudo ver un pequeño comedor con cuadros en la pared y dos fregaderos gigantes en la pared más próxima. Un hombre y una mujer de uniforme color azul marino lavaban los platos con las camisetas remangadas hasta casi los hombros.
–Son ellos dos– le dijo el psicólogo en voz baja, señalando con la mirada a la extraña pareja. Los dos miraban a la pared que tenían en frente mientras lavaban los platos, absortos. De vez en cuando paraban unos segundos para quitarse el jabón de los brazos, cubiertos de intrincados tatuajes–. Ella tiene una lesión en el área de Broca. Es muda.
El hombre se arañó la nuca y se subió el cuello de la camiseta.
–Es el único momento del día en el que tienen algún contacto. Estamos seguros de que han sido ellos, pero no tenemos pruebas. Tienen que tener algún tipo de comunicación, de código secreto.
–¿Se ha comprobado la tinta, el diseño, las posibles interpretaciones de los tatuajes?
El psicólogo sacó fotos ampliadas de la carpeta. Ambos tenían pequeñas rojeces con sangre en la piel.
–Nada significativo. Las enfermedades como dermatitis, psoriasis o urticaria son bastante comunes aquí. Creemos que de ahí vienen las heridas.
–Quiero interrogar a uno de los dos. Preferiblemente a ambos a la vez.
Julio asintió y abrió la puerta.
Los dos estaban sentados frente a ella en sillas metálicas, inmóviles, con la mirada perdida. Julio se movía alrededor, sin emitir ni un ruido. La estancia estaba vacía. No había ventanas. Rita podía oír su propia respiración y el tic tac de su reloj de pulsera.
Sus ojos no paraban de moverse, analizando cada detalle de los cuerpos. ¿Cómo era posible comunicarse sin voz, sin gestos, sin palabras? Barajó distintas posibilidades: emisión de frecuencias inaudibles, tinta invisible, gestos mínimos imperceptibles... Apenas se miraban, y nunca a los ojos.
Quizá… quizá tenía que pensar con creatividad… o quizá era mucho más simple que todo eso.
La piel roja bajo la tinta de colores captó la atención de Rita y sintió un cosquilleo en la nuca. Un artículo que había leído hacía mucho tiempo y que había captado su atención sobre algo llamado “escritura en la piel” flotó momentáneamente en su memoria.
–¡No te muevas! Julio, no la toques.
Julio frenó en seco y se quedó paralizado con la boca abierta, su brazo a meros centímetros de ella. Rita rebuscó en su mochila con el corazón latiendo a mil por hora y sacó un pequeño objeto, que acercó a la mano descubierta del hombre. En ese instante, a la vez que Rita le tocaba la piel con un bolígrafo aún con el capuchón puesto, presionando la forma de una cruz, Yago la llamó por teléfono. Rita descolgó.
–Deberían contactar con un dermatólogo– dijo simplemente, mientras las pruebas del delito resurgían ante sus ojos en forma del dibujo que acababa de hacerle sobre la mano.
Estrella fugaz
No tiene sentido. Sus dedos vuelan sobre las teclas, repasando por enésima vez el código y lanzando de nuevo la simulación. Y allí aparece otra vez. La misma gráfica, los mismos resultados, la misma conclusión absurda.
Cuando vio por primera vez el mosaico que escupía la pantalla, el astrónomo sonrió divertido. Convencido de que cualquier errata en el código había dibujado esa caprichosa forma. A medida que había repasado línea a línea el largo archivo, su mente soñaba con posibilidades alternativas. Tarde o temprano el escurridizo error acabaría mostrándose evidente y la fría realidad congelaría sus acaloradas fantasías, pero no podía evitarlo. Llevaban tiempo estudiando la estrella, una supergigante azul sobre la constelación de Cefeo, a unos 8.000 años luz de distancia. No parecía especialmente llamativa, pero los datos del telescopio Gaia habían llamado la atención sobre ella. El brillo de la estrella era variable, con una pequeña componente aleatoria, así que habían decidido seguir explorando. Como tantas veces, el descubrimiento fue cosa del azar: esa noche, el astrónomo había empezado a jugar con las señales recogidas del telescopio. Como entretenimiento, probó a representar en dos dimensiones la amplitud de una oscilación frente a la otra. Los datos eran demasiado ruidosos, pero detrás de las perturbaciones se adivinaba una cadencia que él conocía bien.
Ahora, el astrónomo se está quedando sin explicaciones alternativas, y cada vez es más complicado acallar los gritos del niño de ojos brillantes que se esconde detrás de la solemnidad aparente de cualquier científico. Modifica con agilidad algunos parámetros, añade un par de órdenes adicionales al código, ordena al procesador que ignore una sección especialmente contaminada de los datos, trata de filtrar el resto y golpea la tecla intro creyendo saber de antemano que la pantalla arrojará ruido blanco. Esta vez aparece claro. El conjunto de Mandelbrot. La representación bidimensional parece el contorno del famoso fractal. La figura es clara, la idea encaja sin fisuras. La teoría no solo explica los datos,
además es elegante: tiene que ser cierta. Ningún proceso natural podría dibujar una filigrana tan
sutil. Es artificial.
El astrónomo no puede ya contenerse, necesita contárselo a alguien. Mete a toda prisa su portátil en una mochila, se pone un abrigo sobre el pijama y sale a la calle mientras espera que su colega conteste al teléfono. Arranca el coche y establece un punto de encuentro. Las afueras del observatorio. Le da instrucciones para que avise a los demás. Necesita enseñárselo a todos. Cuando llega a la explanada, le esperan cuatro pares de ojos irritados. El corazón del astrónomo late desbocado. En un arrebato mira hacia arriba, busca con la mirada la estrella, como si temiera haberla perdido. A pesar de que no puede verla, con sus ojos aún acostumbrados a la claridad de la ciudad, sabe cómo localizarla, guiándose por Deneb, siente dónde está. El astrónomo le dirige una última sonrisa cómplice, consciente de que comparten un secreto que está a punto de dejar de ser sólo de ellos. Saca su ordenador y empieza sus atropelladas explicaciones. Nadie entiende gran parte de lo que oye, y cuando él les enseña su diagrama, todos se lanzan a rebatir las conclusiones del astrónomo. Ellos también repasan el código, buscando un error inexistente. Poco a poco se convencen. Admiten que no hay trampa en el programa, que no cabe otra solución. Con la carne de gallina y los ojos casi llorosos se abrazan, cantan, gritan, ríen.
Y entonces sus sonrisas se congelan mientras miran hacia arriba. La pequeña porción del espacio en la que saben que se encuentra su estrella se ilumina con un fulgor inesperado. Aunque ninguno se atreve a expresarlo en voz alta, todos saben que es su estrella la responsable de ese brillo inaudito. Es su estrella la que ha elegido ese instante caprichoso para consumir sus reservas nucleares y estallar en una bomba de luz. ¿Eso era todo? Un mero sarcófago de brillo, un testamento luminoso con el simple objetivo de propagar a todos los puntos cardinales un “estoy vivo”. O mejor, un “estuve vivo”. Un juramento de esperanza atravesando la galaxia a razón de trescientos mil kilómetros cada segundo, que aún tardará en alcanzar los confines de nuestra Vía Láctea decenas de miles de años, y que jamás llegará ni a ser un murmullo en ninguno de esos otros cientos de miles de millones de galaxias que la venda cegadora de la velocidad finita de la luz nos permite conocer. Nunca llegaremos a conocer a esos primos lejanos. Nunca sabremos más de ellos que lo único comprensible a través de esos débiles pulsos luminosos: también se maravillaron ante la belleza de los fractales. Y sin embargo... ¡Cuánto más hermoso es un universo en el que no estamos solos!
Estreptococos el sabio
Toda la ciudad se comporta como si estuviera representando una obra de teatro dirigida por la apatía. Las luces lánguidas prolongan el atardecer hasta el infinito; los vecinos, que deambulan sin rumbo por sus calles, se saludan con desidia, sabedores como son de que si siguen aquí es porque no han podido huir como el resto. No hay nada más que hacer que sentarse y esperar: el final es irremisible.
Estreptococos lo observa todo desde la ventana de su despacho y suspira. Siente que todo sea así, que, al final, su vida haya sido saboteada por unas evidencias absolutamente indiscutibles que hasta hace solo unas semanas no eran más que herejías. De pie, Estreptococos mira los pocos libros que quedan en la estantería y los maldice. Todo papel mojado, basura llena de falacias y mentiras que él ayudó a construir con sus obras y que ahora no significan nada. Resignado, se traga su amarga soberbia y decide bajar a la calle a unirse a los deambulantes.
Fija la vista sobre sus pies, y cree que el adjetivo que ahora podría definirlos perfectamente es somnoliento. Sonríe con la ocurrencia; pies somnolientos e, inmediatamente, llora. ¿Qué pasó?, ¿qué hicieron mal?
El primer mazazo fue el informe arqueológico que le remitió la Junta de la colonia de La Nariz y que hacía referencia a los hallazgos que se habían producido, casualmente, en los trabajos de mejora de un parque. Estreptococos puede repetir de memoria ese párrafo del informe: “los restos registrados bajo la capa de mucosa corresponden indefectiblemente a uno de nuestros congéneres, por lo que hemos de concluir que dada su antigüedad, sin duda, nuestra presencia en el Organismo es mucho mayor de lo que pensamos, y que esta se inició en el área de la Nariz, no en el Bazo como se recoge en la bibliografía clásica. Asimismo, se podría sugerir que su origen es externo”. Externo, herejía total. La Virublia es clara: “del Bazo surgimos, al Bazo volvemos”. ¿Miente el libro sagrado?
Gracias a dios, esa evidencia paso desapercibida. Nadie hizo caso, al menos nadie externo a la Academia. Fue algo que quedó ahí, medio tapado. Se apresó al responsable y se le torturó rociándole con penicilina. Obviamente se retractó. Obviamente se murió. Se prohibió la arqueología. Estreptococos el sabio estaba totalmente a favor ¿Qué era eso de hurgar en el pasado? ¿Acaso no existía ya la Virublia para iluminar el camino? Pues parecía que no. Cuatro jóvenes habían osado enfrentarse a la Academia inventándose una nueva disciplina: la arqueología. Jóvenes estudiando lo viejo para entender algo nuevo. Inexcusable.
El segundo golpe fue el definitivo pero, sin embargo, hasta para definirlo hubo discusiones entre los académicos. Todos se enzarzaron en una discusión semántica estéril. Unos decían que de ninguna manera se podía hablar de un solo acto, que el golpe en sí no existía; otros decían que era un episodio coyuntural (ni si quiera ellos sabían a lo que se referían). Y nadie ofreció ninguna solución. Estreptococos el sabio, como padre de la ortodoxia, fue consultado, y lo único que pudo concluir es que si habían llegado hasta aquí era por culpa de todos, porque estaban avisados de sobra. Pero cómo decirlo. Mejor callarlo, estaba en juego toda su civilización. Ahora que echaba la vista atrás, pensaba por qué no pudieron limitarse a habitar el Bazo (o la Nariz, según las nuevas evidencias). Pero no. Tuvieron que expandirse por todo el Organismo como una plaga. Tuvieron que sobrepoblar las Amígdalas, la Faringe... ¡Los Pulmones! Todo lo colonizaron, todo, hasta marchitarlo, hasta que empezó a funcionar mal. Y, a pesar de ello, siguieron. Lo contaminaron todo, hasta que ya no quedó casi nada que contaminar. Y fue entonces cuando llegaron ellos, los Artificiales, los Cefalosporinos como se llaman ellos. Cuando aparecieron consultaron de nuevo a Estreptococos el Sabio. Claramente son Penicilinos, reductos que quedaron tras las Guerras Médicas, dijo él. Son artificiales, dijo el joven que lo descubrió. Son artificiales, repitió el joven gritando en la hoguera. Pero nadie le hizo caso aunque, secretamente, todos dudaban ahora. ¿Cómo iban a ser artificiales? Imposible. Supondría que venían de fuera, que el Organismo no sería una Singularidad y que viviría en un ecosistema externo, quizás compartiéndolo con otros organismos. Herejía. Y siguieron sin hacer caso.
Estreptococos el sabio continúa caminando. Los pocos que se cruzan con él bajan la mirada. Ellos lo saben. Él lo sabe. Tuvo la oportunidad de haberles avisado. Quizás hubieran ido demasiado lejos. Quizás ya no había solución ninguna, aunque por lo menos hubieran tenido la oportunidad de intentarlo. Pero no lo hizo, no les avisó.
Estreptococos ya ha pasado la última casa de la ciudad, y sigue caminando. Va en la dirección que le marca la apatía porque, vaya adonde vaya, el final es irremisible.
Evidencias extraordinarias
Cuando Dani se enteró, llegó a llorar de la emoción. Gran parte de la población compartió su entusiasmo. Otros que no comprendían la magnitud del suceso se mostraron indiferentes. Incluso los hubo que apoyaron estrafalarias teorías alternativas. Pero las evidencias eran tan abrumadoras que rápidamente pasaron a considerarse hechos. En la laguna de agua salada descubierta en 2018, bajo casi 2 kilómetros de hielo en el polo sur de Marte, se había hallado vida. Unos diminutos microorganismos parecidos a las bacterias terrestres, basados en una similar química del carbono, nadaban impulsándose mediante sus exóticos flagelos. La segunda misión tripulada al planeta rojo había llevado consigo máquinas perforadoras diseñadas para taladrar la profunda capa de hielo en la más absoluta esterilidad y así evitar inocular nuestra propia microbiota terrestre para después re-descubrirla en un ingenuo alboroto. Cuando se detectaron las primeras anomalías en la composición de aquella laguna subglacial hubo un brote de excitación entre los más románticos científicos, mientras que los más escépticos pedían cautela. Los datos concordaban con cierta actividad biológica, pero no era profesional dejarse llevar por los sesgos propios de los anhelos y sacar conclusiones precipitadas. Al fin y al cabo, aquellas desviaciones podían estar producidas por cualquier factor abiótico. Para afirmar algo tan inaudito como la existencia de minúsculos marcianos se necesitaban muchas más pruebas sólidas. Sin perder la tímida emoción inicial, Daniela interpretó aquellos análisis prudentemente. Dejarse llevar por las propias pasiones era muy humano, pero nada recomendable en ciencia, pues hipótesis y teorías debían formularse alejadas de prejuicios.
Recordó muchos episodios precedentes que habían provocado tremendo revuelo y finalmente la realidad solo había traído desencanto. Hacía más de un siglo, Percival Lowell había deducido erróneamente que los canales de aquel mismo planeta habían sido construidos por seres inteligentes. Pero los gigantescos cañones de Marte no podían ser, por si mismos, una prueba que llevase a tan peregrina conclusión. Con el tiempo se determinaría que se habían formado como consecuencia de la erosión de antiguos ríos ya extintos. La señal de radio WOW fue otro ejemplo casi 100 años después. En pleno proyecto SETI, para los rastreadores de vida inteligente fuera de nuestro planeta, aquella anormalidad fue demasiado tentadora, pues sus características no parecían estar recogidas bajo el marco de ninguno de los fenómenos astronómicos conocidos. Sin embargo, años después se determinó que el paso de un cometa constituía una explicación mucho más satisfactoria.
Y existían casos mucho más estrambóticos. La repetida pero aperiódica pérdida de intensidad de la estrella Tabby era tan inmensa que sus causas constituían todo un misterio. Algunos astrónomos soñadores, dejándose llevar por sus arraigados deseos, afirmaron que tal suceso podía estar provocado por una esfera Dyson, construida alrededor de aquel astro para capturar toda su energía, que utilizaba alguna civilización regional alienígena. Y desde luego curioso fue el caso del visitante Oumuamua, el objeto del espacio interestelar que al pasar cerca de la Tierra en una órbita excepcionalmente excéntrica, aceleró por otras causas que nada tenían que ver con el tirón gravitacional de cualquier cuerpo de nuestro sistema solar. Un grupo investigador de una prestigiosa universidad llegó a publicar en una revista que Oumuamua podía ser una sonda extraterrestre impulsada mediante velas solares, lanzada hacia nuestra posición para indagar sobre nuestro planeta. Sin duda, una idea singular, perfecta para la ciencia ficción, pero poco apropiada para ser aceptada por la comunidad científica si no se contrastaba.
En el laboratorio de abordo, Dani observaba como aquellos recipientes, de agua algo embarrada y rojiza, escondían el más precioso secreto que jamás había visto. Pensaba que si la vida se había desarrollado en dos planetas tan cercanos, podía ser mucho más frecuente de lo esperado. Europa, el satélite de Júpiter con aquella resquebrajada y bella capa de hielo que cubría gigantescos océanos líquidos en su interior; Titán, con sus nubes, lluvias, ríos y mares de metano y etano, o su primo Encelado, con sus hermosos géiseres propulsando agua al espacio exterior, estos últimos orbitando Saturno. En aquellos gélidos mundos podía existir algún tipo de vida psicrófila, capaz de proliferar a tan bajas temperaturas, reproducirse y evolucionar.
Pero de momento eran especulaciones, como todas las anteriores. Aquellas maravillosas ideas alimentaban nuestras fantasías, pero la ciencia precisaba de la sensatez para refrenar el ímpetu de la imaginación. Las hipótesis atrevidas necesitaban pruebas a su altura, y si no existían, se debía continuar con el modelo ya establecido. Como bien dijo el inspirador astrónomo y divulgador Carl Sagan hacía décadas: “Afirmaciones extraordinarias requieren evidencias extraordinarias”. Y desde luego, aquel agua marciana y sus habitantes autóctonos, con su pared, membrana, flagelo y metabolismo extraterrestres, que viajaban hacia la Tierra a 30.000 km/h en frascos sellados, eran sin duda un puñado considerable de evidencias extraordinarias que venían para sacudir nuestro concepto de la vida.
Expedición a Maya186. Un nuevo futuro para la Humanidad
28 de abril, 2223
Complejo de Comunicaciones del Espacio Profundo de la NASA, Robledo de Chavela, Madrid.
Hemos sido escogidos para proponer una expedición a uno de los exoplanetas candidatos a la exploración debido a su habitabilidad, la mayor aventura de la Humanidad. Nuestras razones para elegir Maya186 son:
-La estrella de Maya186 es tipoK (enana naranja). Tienen 0.5-0.8 masas solares y temperaturas de 3900-5200K. Presentan una vida de 18-49Gyr, un período de tiempo largo y estable, mucho más que nuestro Sol (10Gyr). Permanecen en la secuencia principal 15-30Gyr, suficiente para permitir la vida en un exoplaneta que orbita en su zona habitable y para soñar con un nuevo futuro para nuestra especie. Emiten menos radiación UV que el sol (puede dañar el ADN y la aparición de vida)
-La distancia orbital de Maya186 a su estrella es de 0.8UA. La zona habitable para una estrella de tipo K es 0.5-1.1AU. Nuestro prometedor exoplaneta está en el centro de ese rango. Estamos seguros de que retiene agua líquida en su superficie. Gracias al espectro de la luz emitida por su estrella a través de su atmósfera sabemos que Maya186 tiene vapor de agua y oxígeno. Nuestro exoplaneta no está ligado gravitacionalmente a su estrella, por lo que tiene días y noches. El período orbital es de 0,72 años terrestres. Sospechamos cierta inclinación del eje, por lo que esperamos encontrar estaciones. También sospechamos la existencia de un satélite similar a la Luna que estabilice su eje de rotación.
-Maya186 presenta 0,97 masas terrestres, un radio de 0,98 veces y una densidad de 5,7grs/cm³. Es un gemelo de nuestro planeta, con la misma gravedad, perfecto para un desarrollo normal de la vida humana, capaz de retener una atmósfera, y con una densidad suficiente para esperar un núcleo de hierro que cree un escudo magnético, protegiendo la vida de los vientos solares y de la radiación. Esperamos un planeta vivo, con placas tectónicas en su corteza, manto, núcleo, volcanes y calor interno, en una etapa geológica tranquila.
-Maya186 orbita en la zona habitable de su estrella, con agua líquida en superficie. Esperamos una inclinación del eje del planeta, por lo que creemos que hay clima y estaciones. Hay grandes extensiones de hielo en ambos polos, regulador importante de la estabilidad del clima, estaciones, corrientes marinas y nivel del mar.
-Maya186 tiene 4.500Gyrs, misma edad que nuestra Tierra. Asumiendo misma evolución y eventos catastróficos, su edad geológica es el Fanerozoico. Esperamos encontrar una civilización con vida inteligente y variedad de especies vegetales y animales. Debido a la vida vegetal duradera productora de oxígeno, tenemos la esperanza de una atmósfera respirable. También confiamos en la presencia de una cadena alimentaria que satisfaga nuestras necesidades alimenticias. Tendremos que ser cuidadosos a nuestra llegada, mostrándonos como una raza pacífica, razonable, comunicativa, con sentimientos positivos y empatía, para ser aceptados por una población en nuestro mismo complejo nivel de evolución. Habrá una gran conmoción debido a nuestra presencia, y son de esperar reacciones negativas al comienzo. No desembarcaremos hasta la estabilización de la relación. Mientras tanto, aprenderemos su idioma como gesto de buena voluntad. Mostraremos nuestra apariencia en las primeras etapas si es similar a la de ellos y esperaremos si no es así, compartiendo nuestra cultura, expresiones, sentido del humor, deportes, música... construyendo un clima de confianza. Posteriormente, compartiremos conocimientos en ciencias, tratando de empoderar ambas civilizaciones. Cuando aterricemos, necesitaremos un largo período de adaptación por ambas partes, con problemas en el camino. Seremos embajadores de la Humanidad, un puente entre civilizaciones. Prepararemos la visita de una delegación suya a la Tierra. Si es posible, podríamos esperar mezclar nuestras especies sobre la base de la amistad y el amor fraterno.
-La duración del viaje al 20% de la velocidad de la luz es de 190 años. Tenemos la tecnología para hacerlo. Naves espaciales grandes, poderosas y cómodas, capaces de transportar una población importante y variada; propulsión no basada en reacciones químicas y el conocimiento para la hibernación humana.
El coste de esta empresa es elevado pero hemos estado preparándonos durante 200 años. Nuestros ingresos, por ser una civilización extendida por todo el Sistema Solar, son altos y podemos afrontar este desafío.
Elegiremos un equipo de voluntarios valientes, representativos e inteligentes, sin hijos y con estabilidad mental demostrada, capacitados en las habilidades necesarias y variadas para enfrentar este viaje con éxito, altamente motivados como exploradores de un nuevo mundo y una nueva civilización, completa y conscientemente informados de los retos y peligros que afrontarán, habiendo aceptado que nunca volverán.
-Esperamos poder convencer a esta Comisión sobre la idoneidad de Maya186 para ser la puerta al futuro más emocionante que la Humanidad podría soñar. Una nueva Tierra y una nueva civilización gemela nos aguardan.
Daniel Kepler
Director de Exobiología. NASA DSCC España
Explorer: Espacios Lúdicos
Es claro lo que ocurre aquí maestra Lupe, aquellos niños hicieron un alboroto en la sala de ciencias, derramando unos matraces de potasio y ni hablar de los materiales anexos al microscopio, todo quedó hecho pedazos, oigan no somos los únicos culpables del incidente según mi lógica juvenil también se encontraban cerca Felipe y Paola, se levantó sobre la mesa y dijo fuertemente respondan ¿Quién es el verdadero culpable de esto? Basta niños, basta no busquemos responsables además no habrá ningún castigo eso no sería lo correcto, ¡Genial Felipe! nos salvamos, pero si habrá una tarea extra -espera que, para todos sin excepción es como una lección moral, una lección de aprendizaje, el tema será cualquier objeto físico que gravite en el espacio sideral, considerando las fuerzas de atracción y repulsión obviamente, no importa cómo se vea o quién lo sea, sólo importará la creatividad de sus inventos, fabuloso tenemos más trabajo de investigación compañeros, algunos enojados por el aviso anunciado y otros con una sonrisa dibujada entre rayones de colores pues parecía interesante diseñar un objeto espacial algo lúdico e inusual un ¿Explorer quizá?
¿Como se verá? ¿Flotara? ¿Tendremos tiempo para jugar?, Se preguntaban entre ellos, su imaginación era infinita como estrellas en la noche lunar, generalmente empezábamos con algunas bromas de dados ¿Porque dados? Pues fácil ya que cada número al lanzarlo representaba un modo diferente de sorprender a nuestros amigos, a nuestros compañeros fieles de trabajo para hacerles pasar un buen rato, asimismo al momento de darnos material relevante nos ponemos las pilas rápidamente, por ejemplo Ramiro es un genio, siempre en el meollo del conflicto pide herramientas de trabajo comunes y hace maravillas geniales, además tiene un gato juguetón llamado Ramón, ronroneando el ambiente social que se generaba en un clima de tranquilidad, a veces sucedía que sus maullidos traían confianza y otras un desorden para limpiar ¿Será suficiente? -alzo la voz Hugo tengo pegamento, tijeras y cartulina azul además el área aproximada del modelo es de 16 metros cuadrados, mientras tanto Guido tocaba la guitarra ¡Qué linda tonada! es inspiración pura dijo Gaby, así fluían las ideas más rápido, lo ideal era dividir pequeños grupos para cada uno, sin muchas adivinanzas repetidas Hugo y Ramiro salieron a tomar un descanso, suspiros se oyeron al costado del patio de Gaby, de pronto se acercó a ellos Clara, una pequeña niña jugando con su yo-yo este subía y bajaba, bajaba y subía vaya movimiento singular pensó Hugo y Ramiro procedió a conseguir una forma útil de darle suspensión a un objeto sin gravedad, Clara seguía dando saltos con su yo-yo mientras tomaba uvas dulces del recipiente, ¡Eureka! surgió un rayito de ingenio en sus brillantes mentes, la maestra Lupe quedará muy sorprendida por nuestro objeto espacial ¿En serio? por supuesto sólo falta hacerlo realidad así entonces todos en acción se pusieron a trabajar midieron, cortaron y pegaron al mismo compás, terminando después de un tiempo lento ¡Ya está! gritaron juntos al ritmo de la guitarra de Guido ¡Vaya pasada! y hermosa tonada por supuesto.
Talán, tolón, talan, tolón sonaban las campanas fuertemente, a la mañana siguiente Gaby llevo el trabajo como lo acordaron al salón principal en nuestro querido colegio así todos hicieron su exposición, aunque quizá algunos no pero sí disfrutaron y prestaron muchísima atención a Ramiro, Hugo, Gaby y los demás integrantes del equipo, listo pongan atención -dijo la maestra Lupe, un momento de silencio y redoble de tambores para revelar el misterioso objeto espacial, ¿Que era? ¿Como se veía?, se oía susurrar a sus compañeros, al mostrar de manera lúdica su apariencia todos quedaron asombrados, hasta la maestra Lupe quedo atónita unos segundos, después pidió aplausos, muchos aplausos y luego pregunto ¿Tiene algún nombre en especial, ¡Rayos lo olvidamos! rápido piensen en algo, después de varios intentos fallidos y algo pintorescos surgió lo siguiente -que les parece Explorer, un misterio sin descubrir, ¡Bien Guido! todos apoyaron la sugerencia dejando ese nombre que pronto se haría realidad, chocaron las palmas en un griterío despidiendo aquellos recuerdos lejanos, así sucedió varios años después, puesto que la ciencia inspiro los lazos de amistad que tenían, además de la música por supuesto, cumpliendo su fugaz sueño de enviar a Explorer al espacio sideral, nunca fue fácil para nosotros pero gracias al colectivo pudimos lograrlo ¿No es así Gaby? por supuesto, así quedó aquella frase creativa para siempre, si te gustan las estrellas haz amigos para tenerlas junto a las ciencias.
Génesis
Proyecto Génesis
Alexander Conrad
18 enero 2014
IST, 0003° 3694’
— «¡Rápido, rápido! ¡Lo perdemos!» Esas son las primeras palabras que recuerdo. Yo entonces estaba a medio camino entre «dos mundos», podríamos decir. Estaba sumido en una nube de pensamientos que se interponían unos a otros sin y poder controlarlos.
Sentía una especie de —no sé realmente cómo explicarlo— sensación de cosquilleo en todo el cuerpo aunque no sentía apenas ninguna parte de él. Lo describiría como una ilusión, ¡sí, eso! una ilusión. Mi cuerpo parecía estar y no estar a la vez. Una sensación incómoda, no voy a mentir, pero en el fondo algo gratificante. Era algo así como «sentir tu nacimiento». Notaba un cosquilleo en el brazo, por ejemplo, y encones empezaba a «sentir» control sobre ese brazo. Algo así como cuando se os corta el flujo de sangre en el brazo y veis como poco a poco recobráis la movilidad y la sensación de su presencia.
Pasado un tiempo sumergido en esa marea de sentimientos empecé a asimilar por completo todos mis recuerdos y a empezar a «experimentar mi presencia». Algo así como sentir que realmente estas vivo y tienes control sobre tus acciones. Todo esto se vio rápidamente sustituido por una abrumadora nube de sensaciones «nuevas» de las que, sin embargo, tenía recuerdos.
No calculo cuánto tiempo estuve inmerso en esa amalgama de pensamientos y sensaciones pero lo que sí recuerdo es que hubo un momento, cuando ya era capaz —imagino— de ver el mundo real más allá de esa especie de sueño, en el que perdí la consciencia.
Tampoco sé el tiempo que transcurrió desde entonces pero lo siguiente que recuerdo es aparecer en un parque muy verde y repleto de personas que en un «parpadeo» se convirtió en una habitación en la que estaban dos conocidos míos: el profesor Martin Flint y usted.
Entonces me empezó a preguntar sobre qué había experimentado durante mi «viaje», a lo que respondí un tanto perdido «¿qué viaje?». Usted entonces añadió: «Tú viaje, ¿no lo recuerdas?».
«Cuéntanos todo lo que has experimentado», me preguntó.
— Muy bien, es suficiente, desconéctate — dijo el profesor Flint. En ese mismo instante, VYG-01-559 dejó inmediatamente de hablar.
En efecto, VYG-01 se trata de una inteligencia artificial diseñada para imitar al ser humano y evaluar la posibilidad de realizar pragmáticamente el teleporte cuántico. Llevamos muchos años en este proyecto. Tras muchos ajustes al sistema, en concreto 559, parecía ser que el teleporte resultó ser un éxito. De todos modos, hubo muchas complicaciones en este intento y por un momento lo creímos perdido otra vez.
La gran respuesta que se esperaba fuera este exitoso teleporte no fue más que la gota que colmó el mar de dudas que, sabíamos venía, pero no queríamos afrontar.
¿Se podría considerar el mismo? ¿O más bien sería una copia que sustituiría al original de modo que no sabría qué es siquiera una copia? A nuestra inteligencia artificial la llamamos VYG-01 y a cada versión que se reconstruía en el teleporte se le asignaba otro número. El nombre VYG-01-559 significaba pues la «versión» 559 de VYG-01. En este caso resultó ser una copia idéntica y por eso interpretamos como un teleporte.
La duda nos corrompía. ¿Estaba bien lo que habíamos hecho? Y si fuese un humano, ¿estaríamos dispuestos a hacerlo? Al fin y al cabo, el testimonio de VYG-01-559 ya nos da una idea de lo que sentiríamos, pero siempre queda la incertidumbre de si el proceso funcionarías la primera. La tasa de éxito de nuestro experimento era por entonces de 1/559.
De todas formas aún es un poco pronto para pasar a la FASE 2. La experimentación en seres vivos queda aún bastante lejos. Yo tuve serias dudas. No creí ético seguir adelante. Me negué a continuar este proyecto. Habíamos llegado lejos, logramos teleportar objetos, alimentos, pero... ¿vida? Eso ya era llegar demasiado lejos.
Entonces empecé una discusión con Flint. El quería seguir pero yo no. La discusión llegó a algo más. Realmente fue el estallido de unos meses en tensión fruto de una convivencia limitada a nosotros y VYG-01.
He de decir, que fue mi culpa. Entre tanto, conecté al androide y le ordené asesinar a Flint. Su código le impide matar a humanos así que sólo oído herirlo gravemente. Entonces decidí probar su tan ansiado teleporte humano. Sorprendentemente nuestro ultima modificación era correcta y fue exitoso.
Para cuando lean esto, si alguna vez no encuentran, habré borrado el código de VYG-01 y le habré hecho silenciarnos a ambos, eliminar por completo todo rastro del sistema de teleporte y reducir todo a cenizas.
Hay ciertos conocimientos que es mejor permanezcan en el olvido.
Herederos del Triásico
Un dinosaurio terópodo descansa observando su territorio. En un momento dado observa a un pequeño mamífero y va a darle caza. Corre batiendo sus extremidades anteriores cubiertas de plumas, pero el pequeño animal es escurridizo.
Finalmente lo atrapa y, con la presa ya muerta, sus congéneres se acercan para robársela. De un enérgico picotazo le perforan el cráneo y entre todos terminan de devorar los restos de la infortunada presa.
De repente, desvían la mirada y se dirigen hacia los límites de su territorio, agolpándose y produciendo variados gruñidos. Llega la granjera con el pienso. Aquel ratón fue solo un aperitivo para unas hambrientas gallinas.
HFD1, la rata obesa
En aquellos días, el Criador eligió 28 ratas marrones, sanas y bien formadas y las distribuyó en grupos de siete ratas en cuatro cajas. A la primera caja le llamó HFD, del inglés “High Fat Diet” y a cada rata le asignó una etiqueta desde HFD1 hasta HFD7.
En la caja HFD, el Criador comenzó a administrarles una nueva dieta consistente en bollería industrial ad libitum, sabrosa pero insana, en vez de su acostumbrada dieta sana y equilibrada, pero poco apetitosa. En la caja vecina, la etiqueta decía CED, del inglés “Control, Equilibrated Diet” y, en su interior, se divisaban otras siete ratas, menos afortunadas, a las que el Criador continuó administrando una dieta sana y equilibrada, cuyas etiquetas decían CED1 a CED7. Más allá había otras cajas, pero HFD1 no podía distinguir ni sus dietas ni sus etiquetas.
Ni HFD1 ni sus compañeras comprendían por qué el Criador les había cambiado la dieta, pero HFD1 era una rata creyente y, por tanto, no se cuestionaba las decisiones del Criador, ya que se consideraba indigna de comprender sus inescrutables designios. Sus compañeras, especialmente HFD3, no estaban de acuerdo con la resignada postura de HFD1; de hecho, HFD3 se oponía a comer la insana bollería industrial porque valoraba mucho su salud. HFD3 se definía como agnóstica; es decir, pensaba que, si el Criador existiera, las ratas no podrían saber nada acerca de él. Para HFD3, todos los sucesos se debían al azar. Aplicando este criterio, el cambio de dieta podría explicarse si hubiese un inmenso número de cajas con ratas en las que las dietas podrían variar en tantas combinaciones que la suya era solo una más de las muchas posibles. A esta teoría, HFD3 le llamaba la teoría del multiverso y le servía para explicar casi todo lo inexplicable. Por su parte, las otras cinco ratas comían sin reparo porque les apetecían los sabrosos manjares, sin plantearse preguntas trascendentes sobre causas y consecuencias de sus acciones.
Siendo coherente con sus creencias, HFD1 comió la bollería industrial sin límites hasta duplicar su peso corporal y sentirse realmente obesa, torpe y enferma al cabo de dos meses. Por el contrario, HFD3 apenas comió lo necesario para no morir de hambre y, en consecuencia, no aumentó significativamente su peso. La convivencia se fue complicando durante los dos meses de dieta alta en grasas, llegando a causar tensas discusiones entre HFD1 y HFD3 en las que, ocasionalmente, intervenían las demás ratas para insultar y acusar de manipuladoras a las contrincantes o para pedir calma.
Súbitamente, la dieta cambió en la caja HFD; de manera que, una mañana, apareció una harina de maíz negro en vez de los acostumbrados bollos. Las siete ratas se sintieron muy sorprendidas con el nuevo cambio. Ninguna era capaz de explicar el suceso. Por supuesto, HFD1 se limitó a decir que era la voluntad del Criador y que rechazarla era una blasfemia. Por su parte, HFD3 volvió a aplicar su razonamiento para decir que el azar había causado este cambio de dieta entre las infinitas cajas HFD existentes. De nuevo no hubo acuerdo en la explicación del suceso, y tampoco hubo unanimidad en la reacción ante la dieta. En efecto, HFD1 hizo de tripas corazón para hincarle el diente a la insípida y poco estimulante dieta, mientras que las demás ratas apenas comieron lo necesario para sobrevivir hasta que el hambre doblegó su voluntad. Por su parte, HFD3 decidió que esta dieta era más conveniente para su salud y que, en consecuencia, podía comer una cantidad razonable.
Transcurridos los 90 días establecidos en el protocolo del Criador, HFD1 sintió que su peso había disminuido significativamente y se sentía menos obesa, más ágil y más sana que antes, aunque no tanto como al principio. Una mañana, HFD1 se durmió con la extraña sensación de olor a cloroformo. En su última mirada, alcanzó a ver a sus compañeras yaciendo en el suelo con sus estilizados cuerpos y su saludable aspecto. HFD1 vio un túnel que acababa en una potente luz y, al final del túnel, le esperaban sus familiares y seres queridos y sintió una paz infinita. Por su parte, HFD3 sintió una profunda tristeza e impotencia a medida que su cuerpo perdía el vigor y se retorció entre espasmos hasta que perdió la consciencia.
Ninguna de las siete ratas pudo ver su nombre publicado en un artículo sobre los efectos beneficiosos de la ingesta de maíz con elevado poder antioxidante en ratas obesas. Por su parte, el Criador lamentó la inconveniente variación en peso y en las demás variables morfológicas y fisiológicas que observó entre las ratas y que causaban elevados coeficientes de variación que dificultaban la identificación de diferencias significativas entre tratamientos.
Inefable
Fisica y Matematica debaten en el salon cuan susceptible se pondrá ella si no la dejan entrar en la reunión...- Quizá este año finalmente se digna a hacerse ausente, se escuchó al pasar.
En ese instante y por principio de razón suficiente, hizo su entrada en un momento polaroid. Ella se pasea preciosa y motivante, la misma que sabe que año a año la percepción social sobre su status de Ciencia pasa por comités de ética, sin baremos adecuados en las pruebas las cuales deliciosamente espera.
Algunas voces ya conocidas la nombran como la opinadora avanzada, Derecho apenas si le dirige una mirada mientras que Medicina la observa con recelo, esperando captar la interacción casi erotómana que tiene con Filosofía, ambos protagonistas de los cotilleos más obscenos y absurdos todos los años.
La Psicología tiene su historia de fracasos amorosos y los tiene tabulados, por eso no duda en acomodarse la falda y sentarse entre Antropologia y Sociologia. Es juguetona casi al borde de manipular con sus lenguajes difusos y posee una cuota de vanidad suficiente para flirtear con otras disciplinas de las maneras más discretas, aunque cuenta en su haber con algún escándalo cargado de relatos frágiles.
Se dispone a escuchar una vez más con grato interés los discursos ajenos, a beber de ellos con el mismo disfrute que su copa de espumante mientras sostiene en su mano la invitación que recibe año a año. Identifica el riesgo latente que existe de no saborear el momento, como cuando nos enfrentamos a un menú escrito en idioma extranjero.
Al igual que la utopía de Galeano, la existencia del debate sobre su estatuto epistemológico sirve para caminar, escuchar su memoria latir y recordar que es responsable de no perderse en el sendero por divagar sobre temas que no alcanzan a comprender algunos compañeros de affaire.
Cuando finalice la noche hará un elogio del malentendido mientras las milicias del ego esten dormidas, encontrará una buena pista para habitar el momento y rozar un objeto de estudio, perdonándose los placeres que abandonan a la severidad de las reflexiones. Los monstruos quedarán en el hall mientras autogestiona entre psique y logos una exquisita confrontación.
Inocencia fecal.
Mi nombre es Lactobacilus Bulgaricos MDIV. Crecí en el sistema digestivo, en la ciudad del Colon, en el barrio Ciego a 600 micras de distancia del Apéndice, mi familia tiene muchas generaciones creciendo allí.
Nuestra cuna de origen es la vagina. Dice mi padre que ningún ancestro se salvó del largo viaje que iniciaron desde la boca, cuando el organismo necesitaba leche para su crecimiento. De ahí que nuestro apellido tiene adosadas las siglas MDI, mil quinientos cuatro veces de travesía.
También ha dicho mi padre que los tiempos de la abundancia de lactosa, que daba mucho trabajo a los abuelos, eran de los buenos tiempos…Se encargaban de producir lactasas dividir los paquetes de lactosa en glucosa y galactosa y alimentar al organismo a través de las autovías sanguíneas. Esto anticipó lo que los Lactobacilus recordamos como primera migración. Gracias a la abundancia de glucosa algunos se mudaron a las ciudades mientras que mi familia se mudó al Colon (el “ambiente externo” no es lo nuestro, tanto O2 nos descompone y evita que produzcamos. Desde entonces vivimos en el mismo barrio, donde la empatía entre vecinos se hace notar, pues no hay familia que no obtenga glucosa para su alimentación y otro tanto traspasa la barrera del epitelio y se distribuye entre nuestras compañeras, las células. Nos llevamos bien con ellas, históricamente nos defienden incluso construyeron una barrera gigante que cubre todo el organismo y la llamaron piel.
Mi padre no pudo llevarme a conocerla, pues hay mucho O2, por lo que escuchar el relato de un compañero me dio algo de envidia… Se llamaba Estreptococo thermophilus, y en un tono aventurero contó que afuera hay mucha luz y las familias se cubren con un protector, viven en armonía y trabajan para mantenerla fuerte y suave.
Pero hace un año las cosas empezaron a ponerse mal. El agua escaseaba, la temperatura subía y aumentaron los mensajes de interleucina desde el hipotálamo. Las células debieron llamar a los policías blancos, estaban alborotados y nos obligaban a portar un permiso CD-40 de circulación homologado. Su actividad creciente exigía energía y debíamos producir más glucosa. Dijeron que un microorganismo invadió la ciudad del pulmón y la policía y los militares hacían todo lo posible para retener al invasor. Tampoco he olvidado su nombre, Estreptococos pneumoniae. Creo que me dio miedo cuando escuché que era una bacteria que robaba casas a las familias y no había elegido la migración como nosotros, aunque al igual que mi comunidad tampoco le gustaba el oxígeno y para poder habitar en el pulmón debían destruirlo y llenarlo de agua y aprovechar el ácido siálico (¡como nosotros la lactosa!). Por suerte aquí no tenemos de ese ácido, y no contamos con su peligrosa visita.
Un par de días después de conocer a este invasor nos informaron que debíamos pedir ayuda a otros organismos y fue cuando conocí a las bombas ATB. Nunca vi a la policía blanca tan tranquila una vez que la temperatura se normalizo y la producción de glucosa volvía a su frecuencia normal. Sin embargo, cuando volví a la escuela mi compañero estreptococo thermofilius ya no estaba, ni allí ni en su barrio, el cual parecía abandonado.
Claro que duro poco, en estas épocas hay mucho movimiento y con el correr de los días el barrio se fue habitando de nuevo, pero esta vez de otras bacterias, un poco egoístas según escuche, pues cada vez pedían mas agua de la represa del epitelio, incluso a veces para descomponer comida y producir CO2 rompían las vigas de zonulinas e integrinas que las mantienen juntas.
Y nuestra región ya no es la misma, siempre inflada como un balón, y otras regiones también están en crisis, pues con las fugas de agua, las familias decidieron mudarse fuera del organismo.
Aquí nos quedamos pocos, más que una gran familia en el ciego, estamos dispersos, vivimos donde podemos. La policía blanca siempre está presente y dice mi abuelo que hacen lo que pueden… La verdad es que a veces sus medidas son violentas y destruyen la ciudad, mientras las bacterias egoístas escapan para volver en mayor número. Aparentemente buscan a un “pez gordo”, el Clostridium difficile, el villano produce una toxina que mata a las células y siempre evade las bombas de ATB.
Fue justo ayer mientras preparaba mi desayuno y asimilaba que estamos en un campo de batalla donde matan a más de los nuestros, el Colon sigue estallando y nuestros barrios se vacían, cuando una noticia disolvió el agridulce color de mi vida aquí.
Cientos de migrantes bacilos de mi familia podrán cambiar de organismo, vendrán desde otro colon con una imperiosa energía nueva para habitar los barrios.
Termine entonces mi desayuno, con el sabor de la serenidad, que viene multiplicada y en autobuses…
James y las flores cocineras
Había una vez un niño llamado James que quería hacerle un regalo a su papá. Él sabía que a su padre le gustaban mucho las flores, así que decidió comprar una semilla y plantarla para regalarle una flor que él mismo hubiese cuidado.
Al principio todo iba bien; puso la semilla enterrada en su jardín, rodeada de muchas otras flores que su papá tenía allí. La regaba con cariño, y por eso le hizo muchísima ilusión cuando vio al fin asomar un pequeño tallo por encima de la tierra. Siguió cuidando a la pequeña flor con esmero, pero entonces se dio cuenta de que estando ahí, su papá podría verla antes de terminar de crecer.
Como James quería que la flor fuese una sorpresa, la cogió con un trocito de tierra y la metió en un macetero. Después, la llevó a su armario y allí la dejó para que su papá no pudiese descubrirla antes de tiempo.
James pronto descubrió que su flor no crecía más, y que comenzaba a ponerse marrón. Él no podían creerlo, ¡su preciada flor se estaba marchitando!
Probó todo lo que había visto hacer a su papá con las flores: la regó más, intentó regarla un poco menos por si se estaba “ahogando” (como decía su papá cuando a una planta se le había dado demasiada agua), e incluso le habló y le cantó canciones para intentar darle ánimos para crecer. Pero la pobre flor no avanzaba.
Muy preocupado, James le explicó lo sucedido a su papá, y éste le preguntó cuál creía que podía ser la causa.
A lo mejor - dijo James - se siente sola porque la he separado de todas sus amigas del jardín. ¡Necesita una amiga!
Muy bien, vamos a comprobar si es eso lo que necesita.
El papá de James cogió un par de flores del jardín y las instaló junto a la de James en su armario. A los pocos días, las tres flores estaban empezando a ponerse marrones.
No era compañía lo que necesitaba… - sentenció James muy triste.
¿Qué crees que puede estar pasando, James? - preguntó de nuevo su papá.
He pensado que quizás es porque dentro del armario no hay aire, y tienen calor.
En ese caso, ¿qué te parece si las ponemos en la mesita de noche, justo debajo del aire acondicionado?
¡Sí! - respondió James muy animado, y puso allí las tres florecitas para que les diera el fresco.
Al sacarlas del armario, las flores mejoraron un poco, pero aun así no estaban tan resplandecientes como las del jardín. Sin embargo, James se dio cuenta de algo muy curioso: las tres flores tenían su pequeño tallo doblado hacia un pequeño rayito de sol que entraba por la ventana. Entonces, corrió a avisar a su papá de que ya sabía lo que les pasaba. ¡Necesitaban luz del sol!
El papá de James le ayudó a poner las plantas al sol, y a los pocos días estaban tan sanas como las del jardín. James no lo entendía, ¿acaso les había dado frío con el aire acondicionado? No podía ser, porque con el calor del armario también estaban marchitándose. Decidió preguntarle a su padre.
Papá, ¿por qué necesitan las flores que les llegue luz del sol? Si no es por el calor…
James, la luz del sol - dijo su papá - no aporta únicamente calor, sino también energía. Y esa energía es la que usan las plantas para fabricar su comida.
¡¿Fabricar su comida?! - preguntó James fascinado. - ¿Acaso son estas flores cocineras?
Algo así, - respondió el padre - son autótrofas. Esto quiere decir que fabrican su propio alimento. Para ello, utilizan el agua que les damos y el CO2 que cogen del aire, pero para poder convertir eso en comida necesitan la luz del sol. Es lo que llamamos fotosíntesis.
¡Entonces eso es lo que les pasaba a mis flores! ¡Tenían los ingredientes, pero no tenían forma de cocinarlos!
Se podría decir así - dijo el papá de James, muy contento de que su hijo hubiese hecho ese descubrimiento.
Al cabo de poco tiempo, la flor que James había comprado para su papá estaba tan bonita como las del jardín, y pudo regalarsela muy orgulloso de su esfuerzo. Pero sobretodo, de todo lo que había aprendido sobre las flores.
Gema Hernández Camacho
Jugar con los fantasmas
Ocho de la tarde. Lunes, pero hace buen tiempo. Cuatro años de grado, dos de máster y once horas trabajando en su primer día. Javier sale de la ofici… Sin previo aviso, su ritmo cardíaco aumenta y comienza a sudar. Su amable sonrisa se retuerce transmutando en una desesperada mueca de agobio. Siente su respiración descompuesta y lucha. Lucha incesantemente para mantener la calma. Peligro. Aún no sabe por qué ni por dónde. Pero llegará. Está seguro. Dentro de su cabeza lo siente todo. Absolutamente todo, y le pesa. Es incapaz de discernir sus pensamientos, que se precipitan de un rincón a otro en su cerebro como un furioso torbellino, hostigando sus entrañas y aplastándole contra el suelo. Se encuentra al borde de un precipicio al que no recuerda haber llegado. Pero ya es tarde. No hay explicación. Tampoco hay conclusiones. Por fin en casa. En la soledad de su cuarto libera la tensión de su cuerpo, que instintivamente vibra dirigiendo el compás de una amarga melodía en completa descoordinación con el bombeo de sus ahogados pulmones. Lágrimas escoltan a la bronca orquesta incorporándose torpemente al desacompasado baile de sus brazos trémulos y los vaivenes de su pecho. Y ya son, otra vez, las 3 de la mañana. La paciencia y su colchón le han devuelto la batuta y el control de sus ideas. Mañana será otro día. El vecino de enfrente ha vuelto a olvidarse la luz de la cocina encendida esta noche, y de alguna manera esto le reconforta. ¡Menudo drama! – piensa recostado mientras encorva ligeramente la espalda y flexiona las piernas abrazando con su cuerpo a la almohada.
Domingo por la tarde. Ya ha pasado tiempo desde su última visita al precipicio; un tiempo tardo y contaminado con el vago disimulo de su evidente falta de sueño. La semana ha sido dura y está terriblemente cansado, aunque la inocente idea de dormir le intimida y le mantiene despierto. Como único testigo, un viejo reloj de pared realiza su oficio con escrupulosa obediencia mientras observa cómo Javier, tumbado en el sofá con un libro en las manos, se enfrenta a unos imperceptibles susurros que emanan de su hipotálamo e invaden todo su cuerpo, empapando cada uno de sus sentidos y empujándole a cerrar los párpados y descuidar su lectura. Su metabolismo descansa, su sensibilidad hacia el mundo exterior se entumece y su respiración es pausada. En su interior, millones de neuronas se emancipan de su conciencia y comienza la verbena. Primero festejan tímida y desordenadamente. Después alcanzan estados de máxima coordinación en los que alternan euforia con desaliento. El sueño es profundo, y las memorias, hasta ahora frágiles y acobardadas, comienzan su ansiado viaje desde el hipocampo hacia la corteza cerebral, donde podrán encontrar un hogar en el que envejecer hasta la hora de su muerte. A continuación, sus ojos, amordazados por unos inmutables párpados, se agitan frenéticamente en la oscuridad buscando falsas imágenes que den sentido al espectáculo que acontece en el cerebro. Pero el aforo es limitado. Desde el puente cerebral se inutiliza la comunicación con las neuronas motoras, evitando que el cuerpo de Javier brinque y dance gobernado por sus sueños. Y así por fin, Javier duerme. Un sinfín de células escenificando una magnífica coreografía, repitiendo cíclicamente sus movimientos hasta el momento en que retorne la conciencia.
Despierta. O por lo menos parte de él. La hermosa sinfonía se pierde abruptamente en un olvido. Uno de los actores parece no recordar sus líneas y se presenta desorientado. Se para el tiempo, se rompen las notas y Javier está atrapado entre dos mundos. Pero ¿cómo es posible? Sus sentidos se agudizan arrastrándose desde su cuerpo inerte. Sus pulmones respiran con angustiosa parsimonia, incapaces de escuchar las órdenes que intenta hacerles llegar. El cerebro, como siempre, se vuelca en descifrar lo que acontece en esta esperpéntica escena, esbozando una obra inédita a partir de la confusa información que recibe. Y es entonces cuando reaparecen los fantasmas. Una pesada bruja se ha sentado sobre él, oprimiendo su pecho y no le deja respirar. Su sistema vestibular, poseído por el pánico, intenta huir despavorido y Javier siente a un ser maligno agarrando su cabeza y arrastrándole por la cama. ¡Otra vez no! – piensa horrorizado mientras intenta inútilmente liberar su cuerpo del hechizo. Sus ansias de gritar se transforman en un aullido desarticulado que trepa con terror por su garganta. Los dedos responden al fin a sus cautivas súplicas y pronto contagian al resto de su cuerpo plegándolo bruscamente hacia delante. Javier inspecciona fugazmente su cuarto y se apagan sus temores. Manso, gira sobre su costado y se promete que no volverá a sentir miedo, pues no es la primera vez que le visitan. Ya debería estar acostumbrado. La próxima vez que los vea, intentará jugar con sus fantasmas.
Juicio elemental
Un frío gélido reinaba en la sala cuando los seis nobles hicieron su aparición. Desfilaron por el pasillo central con su habitual parsimonia, con expresiones imperturbables y ese halo de superioridad moral que los caracterizaba, a sabiendas de que nada podía alterarlos. Ese era el motivo por el que se habían convertido en los jueces, dueños y señores del destino de todos.
Los presentes enmudecieron mientras los nobles ocupaban sus puestos en la mesa del tribunal, presididos por el más antiguo. Con una voz aguda pero imponente, este dijo:
—Se abre la sesión. Hoy estamos aquí reunidos para juzgar los terribles crímenes cometidos por el individuo conocido como «H». Que entre el acusado.
«H» hizo su aparición. Iba escoltado por «Y» y «W», lo que le confería un aspecto aún más menudo y vulnerable. Lucía esposas de acero alrededor de las muñecas y los tobillos, para que no pudiera escapar en caso de intentarlo. Se lo veía cansado, resignado. Mantenía la cabeza gacha, avergonzado. ¿Cómo era posible que fuera tan destructivo? Si parecía tan simple, tan ordinario, tan poca cosa…
Se oyó un suspiro entre la multitud. «H» no fue capaz de alzar la mirada. No quería leer la decepción en el rostro de su amada. «O» se quedó sin aliento. Ver al amor de su vida encadenado como a un vulgar delincuente le partía el corazón. Después de todo lo bueno que ellos dos habían conseguido juntos, de todo lo que habían creado, de haber sido la base del milagro más maravilloso jamás observado… No podía quedarse de brazos cruzados mientras los nobles le arrebatan todo por lo que había luchado. «N» tuvo que sujetarla con fuerza para que no cometiera ninguna estupidez.
El presidente del tribunal tomó de nuevo la palabra:
—Se procede a listar los crímenes cometidos por el acusado:
1) No acatar el artículo 2.3 de la Ley Suprema que impide que en la Tierra se alcancen temperaturas cercanas a las presentes en el núcleo de cualquier estrella.
2) Crear una bomba termonuclear incluso más mortífera y peligrosa que las previas a cargo de «U» y «Pu», a quienes recuerdo, condenamos con el destierro y despojamos de estabilidad a sus núcleos.
La multitud exclamó un gemido ahogado, de puro horror. ¿Iban los nobles a dictar la misma condena para «H»?
—Y, lo más grave —continuó «He» impertérrito—:
3) Haber sido capaz de emular uno de mis núcleos sin mi permiso ni mi consentimiento, y sin haber medido las consecuencias de sus actos.
¿Con que se trataba de eso? pensó «O». Toda esa pantomima del juicio era una respuesta exagerada a los celos descomunales que «He» siempre había tenido de «H» desde el principio de los tiempos. Chasqueó la lengua con disgusto. «He» era el maestro del engaño. Y lo peor era que los nobles estaban de su parte.
«Ne» rompió el silencio:
—Se abre el turno de palabra.
«Li» subió al estrado. Era miembro de los 3 pilares, junto con «He» y «H». Por ello, su opinión resultaba de vital importancia, pues podría inclinar la balanza hacia a un lado u otro.
—«H» ha sido como un padre para la mayoría de los presentes. Nos ha guiado desde tiempos inmemoriales, con sabiduría y sencillez. Pero, inevitablemente, el poder corrompe. Voto que se le destierre por un par de milenios, para que recupere la humildad. —No había un deje de compasión en su voz, solo la más pura frialdad.
A «O» se le cayó el alma a los pies. Si tan solo pudiera salir ella a defender a su amado… Pero no la consideraban “imparcial”. La impotencia estaba a punto de consumirla.
«F» reemplazó a «Li».
—Hablo en nombre de todo el grupo VII cuando digo que estamos muy decepcionados. «H» ha cometido un error, sí. Y debe pagar por ello. Pero no podemos desterrarle. Nos hace más fuertes. Él es el único que ha sido capaz mediar con nuestros amigos ancestrales en disolución. Le necesitamos. —Todos los miembros de los grupos I y II asintieron con la cabeza.
—No es motivo suficiente. Petición denegada —sentenció «Kr».
Entonces «C» hizo su aparición, acaparando todas las miradas. Hasta los nobles la saludaron con respeto. Todos esperaban expectantes sus palabras.
—¿De verdad estaríamos aquí hoy si no fuera porque «H» ha desafiado a «He»? Le pese a quien le pese, «H» es el ser más grandioso que haya existido jamás. En mayor o menor medida, todos dependemos de él. ¿Acaso conocéis a alguien más servicial, más polifacético? El verdadero crimen sería apartarle de nosotros. Y en cuanto a su castigo, bastaría con controlar rigurosamente la generación de tritio y su uso. Sin tritio, no hay bomba H. No tengo nada más que decir.
Y así fue como «C», sin despeinarse, aseguró la vida de su decendencia.
LA OPORTUNIDAD
Le urgía averiguar de que forma podría solventar la cuestión. Eran casi noventa días encerrado en el mismo espacio y ahora, alguien anunciaba que había que volver. Aquel artículo de prensa hablaba del regreso a las aulas, aunque no se especificaba nada más.
—¿Volver de nuevo? Pero… ¿cómo hacerlo?, ¿qué medidas de seguridad tendrían planificadas para alumnos y alumnas, profesorado, personal del Centro, personal de limpieza y familia. Desde luego—pensó—no creo que estemos preparados para enfrentar una situación semejante, por lo que es necesario encontrar una estrategia que evite una vuelta prematura.
Lo tuvo claro, su objetivo: recurrir a la ciencia, una ciencia tecnológica que pudiera dar la oportunidad a una educación desde casa.
Esta idea conllevaba un problema de dinero, un factor fundamental a tener en cuenta en cualquier plan a desarrollar; sin duda, ciencia y dinero se presumen muy cercanos y es bien conocido que cualquier nvestigación o producto tecnológico conlleva un alto coste.
—¿Cómo organizarlo?—se preguntó. Su mente no cesaba de discurrir posibles ideas, caminos y circunstancias que pudieran aliviar la situación, para muchos, insostenible. De aquella reflexión surgían ciertas preguntas pendientes de una respuesta.
—¿Podemos crear una aplicación de uso multitudinario, con un formato educativo?—se dijo a sí mismo. Un espacio en la red que pudiera retroalimentarse de los miles de aplicaciones que se pasean por ella. Se les podría solicitar colaboración a aplicaciones en este momento puntual en el cual nos encontramos y una vez superada esta situación, ellas podrían comercializarla para empresas privadas e instituciones interesadas.
—¿Un aula virtual? —se dijo entusiasmado—. Las aplicaciones de realidad aumentada, podrían proporcionar los avatares de cada uno de los alumnos y del profesorado. Ello permitiría tener un espacio donde se formularían miles de dudas y preguntas haciendo que la enseñanza se dirigiera en halas de un recorrido más motivador y dónde nadie se sintiera solo en su proceso de aprendizaje.
—¿Quién elaboraría esos contenidos, haciéndolos mas cercanos, más divertidos?, ¿quién produciría la grabación de esas lecciones? —siguió preguntándose— Contenidos que irían desde la más simple agrupación de sumas contadas con muñecos y personajes infantiles, a las más enrevesadas de las operaciones con integrales. Los adolescentes, ellos podrían ser la pieza fundamental. Ellos colaborarían creando esas materias, en una cadena sucesiva hacia niveles inferiores al de cada uno de ellos y a estos les precederían profesionales que a su vez les crearían los suyos.
— Pero, ¿qué hacer con los rezagados?, con esos a los que les encanta jugar a lo videojuegos por encima de cualquier deseo de aprender; para quienes pasar las páginas de un libro resulta una pesada carga?—, murmuró en voz baja.
Decidió que el recurso pasaría por establecer estamentos de aprendizajes donde para subir de nivel tendrían que superar pruebas que los llevarían al limite de su capacidad de imaginación: fases superadas a través de pasadizos secretos, misiones para socorrer a heridos en una situación de guerra; aventuras para descubrir claves secretas; donde las operaciones matemáticas; los conocimientos históricos y geográficos, biológicos , químicos,… serían las monedas de cambio. Nadie podría pasar de nivel sin haber superado antes el anterior. No es una falacia que el sueño de todo jugador es ganar, y aquí solo seria posible ese triunfo a través del aprendizaje. Cada nivel inundado de pruebas que le harían merecedores de alcanzar la siguiente . Ya no se trataría de robar bancos, o matar policías, sino de descuartizar problemas hasta hallar la solución; de crear ideas inspiradoras para la humanidad. Sería cambiar el horizonte dañino que algunos juegos promueven por una sociedad más solidaria y humana.
Aún le quedaba una cuestión a tener en cuenta y que le instaba a ser resuelta: ¿cómo poder solucionar el problema de los alumnos que se verían solos en sus casas, porque sus padres debían acudir a sus trabajos.
Una nueva idea vino a hospedarse en su mente. Era una realidad que muchas familias por causa de la pandemia habían perdido sus trabajos y carecían de ingresos. Así pues una solución podría llegar a través de crear una agencia de contratación de cuidadores. Estos padres verían resuelta su situación económica, al menos uno podría salir fuera a ganar un sueldo. Las personas pasarían a un registro y nuevamente, la ciencia tenía algo que decir: ”una pulsera digital” que permitiera filmar sus actuaciones, era necesario preservar la seguridad de esos niños; y aunque algunos hablaran de coartar libertades, solo la empresa y sus padres podrían tener acceso a la información.
El timbre de su despertador le despojó de su sueño, solo tenía media hora para prepararse. La Ministra había zanjado la cuestión, el profesorado acudiría tres horas por la mañana con quince alumnos en aula y tres horas por la tarde para el resto. “… mascarillas y gel en la maleta”.
La "O" del fotón
Recopilando, a lo mejor, mi vida no era tan dura. Despertar con el gallo e ir a dormir justo a tiempo para despedirme de la luna. En días claros, trabajar de sol a sol, o relajarse cuando el cielo estaba tapado; y hasta algunos días deslumbrar los espectadores con un arco iris. Pero… ¡qué descanso! Viajar sin tregua y acabar, por un error ortográfico, tumbado en el suelo de una casa de Japón. Cambiar una “O” por una “U”, al final, no es tan grave, si eres un fotón.
La Araucaria Milenaria
Ráfagas de un viento enrarecido por el aroma de la combustión anuncian mi final. Llueven cenizas a mi alrededor y el humo ya vela el sol ¡Mi peor enemigo me tiene finalmente rodeada! Puedo oler cómo se consume la corteza de mis vecinas. Oigo como sollozan y crujen al sentir la mortífera caricia de las llamas. Siento tristeza por ellas, ¡la mayoría no ha visto ni cien primaveras! Pero este fuego es implacable. Devora con ansia nuestra materia, liberando en cuestión de minutos la energía solar y el CO2 que durante tantos años fuimos atrapando en nuestros tejidos mediante la fotosíntesis.
Este no es el primer fuego que veo. Llevo aquí cerca de 3.500 años y he visto a los volcanes andinos escupir lava y cenizas las pocas veces que han despertado de su sueño geológico. En su airado despertar aniquilan las Araucarias que confiadamente se asentaron en sus laderas. No las culpo, eran piñones desorientados, lanzados a un mundo extraño por sus despreocupados progenitores. No podían saber que en este planeta todo está vivo. Incluso esos bellos volcanes coronados por glaciares. Todo depende de la escala temporal con la que se observe. A primera vista parecen inanimados, pero también están sujetos a su propio ciclo vital. Se elevaron altivos hace unos 250.000 años, durante el Pleistoceno Medio, y acabarán sus días desmenuzados por la erosión, contribuyendo a la fertilidad de los valles cercanos. Incluso una pequeña parte de los mismos, transportada por los ríos, ¡acabará en el océano Pacífico!
Nunca en mi larga vida había sentido el calor de las llamas tan cerca como para marchitar los líquenes de mi corteza. Al crecer a una distancia prudencial de los volcanes más activos me creía a salvo. Pero llevamos casi dos décadas pasando sed. El bosque está débil y el fuego encuentra menos resistencia a su paso, logrando penetrar más profundo en el bosque. Las lluvias del Pacífico hace tiempo que se olvidaron de estas tierras y las nevadas del invierno ya no logran compensar el derretimiento estival de los glaciares. El cambio en la distribución norte-sur de la temperatura atmosférica ha desplazado los húmedos vientos del Pacífico hacia latitudes más australes. También del norte llegan noticias preocupantes: Atacama, el desierto más árido del planeta, avanza implacable rumbo sur.
Estarás leyendo esto con preocupación, preguntándote: ¿cuál es la causa de tanto desajuste en nuestro clima? Lamentablemente has de saber que tu especie tiene bastante responsabilidad en todo esto. Ya sé que piensas que es imposible, que tú no has tenido nada que ver, que eres insignificante a escala planetaria y, además, ¡ni siquiera has pisado el Hemisferio Austral!
Escucha al menos a esta vieja Araucaria, presta atención pues me temo que pronto arderá mi corteza milenaria. Llevo observándoos mucho tiempo desde mi atalaya vegetal. Al principio, tu especie estaba perfectamente integrada en nuestro ecosistema. Respetabais la vida y sólo consumíais lo necesario para sobrevivir. Incluso recuerdo cómo disfrutabais de mi refrescante sombra en los veranos y con los piñones que os regalaba cada otoño. Lamentablemente, habéis cambiado mucho y ya no recordáis nada de aquello. Ahora tenéis la mente de plástico y metal. En los últimos dos siglos habéis adoptado un ritmo de desarrollo vertiginoso y consumís de manera compulsiva. Habéis pasado ya el umbral de los 7,7 billones de personas y os seguís multiplicando a un ritmo insostenible. ¡Estáis dilapidando en un abrir y cerrar de ojos la reserva mundial de combustibles fósiles! ¡Esa reserva representa miles de años de energía solar y CO2 capturados por mis ancestros! Por saciar vuestra interminable sed de energía, habéis contaminado la atmósfera, alterando el patrón de los vientos y el equilibrio energético planetario. La sequía en nuestro bosque no es un hecho aislado, está sucediendo en latitudes medias de todo el planeta y es consecuencia de estos desarreglos del clima.
Os consideráis la especie más inteligente del planeta y, sin embargo, os comportáis como el ser más simple conocido, ¡un virus! Tan primitivo que existe debate científico sobre si realmente es una estructura biológica viva. Un virus se multiplica exponencialmente hasta que agota los recursos de su huésped, destruyéndole en el proceso. Después, pasa a un estado inerte, el virión, hasta encontrar una nueva víctima. ¿No os resulta familiar ese crecimiento exponencial y descontrolado? ¿Os habéis parado a pensar que, al igual que una célula, la Tierra tiene recursos finitos? ¡Os recuerdo que no tenéis más planetas ni la capacidad de convertiros en viriones!
Por fortuna, vuestro destino aún está en vuestras manos. Todavía podéis enderezar el rumbo hacia un Desarrollo Sostenible, pero esta oportunidad se perderá si no actuáis ya de manera decidida. De ello dependerá que seáis recordados como la especie más prodigiosa de nuestro planeta o como un simple virus.
La bata de Diógenes