¡Sacadme de aquí!
Día 1
No os lo creeréis, pero me he quedado pegada a una columna de cromatografía. ¿Que quién soy yo? Pues una simple molécula química, candidata a sustancia anticancerígena, el resultado de varios meses de investigación. A mis hermanas les ha pasado lo mismo, aquí estamos todas en cabeza de columna con cara de circunstancias. Más vale que al estudiante de doctorado se le ocurra aumentar el porcentaje de metanol en la fase móvil, porque si no me veo como en esa película de la cabina telefónica de la que tanto habla el jefe de grupo.
«Falta un pico en el cromatograma», le dice el estudiante a su director de tesis. ¡Claro, el pico somos nosotras! Nuestra afinidad por esta fase estacionaria es tan alta que se necesita un eluyente potente para liberarnos. En eso se basa la cromatografía, en separar las moléculas en función de su afinidad por un material jugando con la fase líquida.
Si para este proyecto hubieran contratado a un postdoc en lugar de un simple predoctoral, otro gallo nos cantaría. Pero el investigador principal no hace más que quejarse de que le han recortado el presupuesto y, ¡toma!, coloca a un pardillo al frente la investigación.
Día 2
El estudiante sigue pinchando muestras en el HPLC y lo único que está consiguiendo es aumentar la densidad de población. «Ha subido la presión», se queja. ¡Cómo no va a aumentar la presión, si cada vez estamos más apretujadas! Por favor, que alguien le diga a este zoquete que suba el porcentaje de disolvente orgánico. Metanol, acetonitrilo, tetrahidrofurano…, lo que quieras, tío, pero mientras circule tanta agua por la columna no podremos despegarnos de este potingue asqueroso.
Día 3
«No entiendo nada», confiesa el predoctoral a su director. «La señal del sustrato es cada vez más pequeña, lo que implica que hay reacción, pero no aparece por ningún lado el pico de producto». Te daré la respuesta, zopenco: el producto de la reacción soy yo, y me tienes aquí amarrado a una columna de cromatografía. O sea, si quieres que aparezca en la pantalla del ordenador, dame un chute de metanol.
Día 4
Lo que faltaba. Ha venido un comercial de cromatografía y dice que estas columnas C18 están descatalogadas, que ya no las utiliza nadie, y que las nuevas tienen mejor resolución y no sé qué milongas más. Vamos, que me he quedado pegada a una columna de mala calidad. Marca blanca. Ya decía yo que olía fatal al entrar. Y el filtro estaba más negro que un precipitado de sulfuro de plata.
«Los centros de investigación públicos estiráis demasiado la vida de las columnas; en las empresas las sustituyen cada dos meses», ha soltado el vendedor. Por lo visto, esta antigualla que nos tiene secuestradas a mí y a mis hermanas fue fabricada antes que el modelo de ADN de Watson y Crick.
Día 5
El futuro doctor en Ciencias Químicas ha empezado a inyectar muestras de otras reacciones. Ha tirado la toalla, renuncia a una molécula que podría convertirse en un excelente antitumoral. Él se lo pierde. Eso sí, que no cuente conmigo para su lectura de tesis.
Aquí todo el mundo eluye sin problemas. Algunas sustancias nos pasan como aviones; otras, las más lentas, se nos ríen a la cara. «¿Cómo se os ocurre quedaros adsorbidas en esta fase estacionaria? Ni que fuera La Isla de las Tentaciones». Tentaciones las que me entran a mí de darles una coz con la cadena alifática y dejarlas sin resonancia en el anillo aromático. Los compuestos polifenólicos son los más chulos de todos; con eso de que son antioxidantes se creen que el resto de moléculas bebemos los electrones por ellos.
Día 247
Me aburro. Han guardado la columna en un cajón etiquetado como «cajón desastre». Se cree gracioso el becario. Las voces del laboratorio nos llegan atenuadas. Me ha parecido oír al jefe que la semana que viene sabrá si le han concedido el proyecto. Mi única salida es que se lo denieguen y tengan que reutilizar las viejas columnas. En caso contrario acabaré aquí de por vida. ¿Cuántas moléculas prometedoras continúan atrapadas en columnas de cromatografía? Mejor no pensarlo.
Día 252
Malas noticias: les han concedido el proyecto. Cuando hemos oído descorchar la botella de cava nos ha dado un bajón de protones. Por cierto, el tapón ha salido disparado con tanta fuerza que se ha cargado el matraz de condensación del rotavapor.
Ahora comprarán columnas de última generación y nosotras acabaremos en el desguace. Alguien aprovechará la carcasa de acero y el resto irá a parar al contenedor de residuos orgánicos. ¡Qué asco de sitio! Tiene menos glamur que el plató de Sálvame. ¡Qué destino tan cruel para un diamante en bruto como yo! Por favor, ¡que alguien me saque de aquí!
¡Y un buen flagelo!
Me encontraba nadando, en una piscina infinita, de aguas rojas y profundas. Era un lago de paredes de plástico transparente y tapón de rosca. Mi temperatura era óptima, 37 grados ¡mmm que calentita!
Daba brazadas para alcanzar a Lucy, mi mejor amiga de la infancia. Ambas habíamos nacido de una misma división, y entonces ¿sería mi amiga, mi gemela o mi clon?
También estaba Sara, todas nadábamos e íbamos incorporando a nosotras todo lo esencial en esta vida. Y no, no era salud, dinero y amor. Más bien eran azúcares, aminoácidos, lípidos y un poco de oxígeno. Dicen que todo esto lo puedes encontrar en el FBS. Ya, yo tampoco sé lo que es, pero lo que sí sé es que se trata de algo más delicioso que una hamburguesa con triple de queso, mostaza y crispy bacon.
Eran las 9 a.m. y nosotras nos dábamos un festín. Hablábamos de la globalización, de los pandas, de nuestras novias y de las macrogranjas. Aunque pienses que somos unas simples parásitas, somos unas chicas cultas, con recursos, y además tenemos nuestro tímido corazoncito.
- ¡Y un buen flagelo! –Me recrimina Georgina, que como podréis intuir es la más presumida del grupo.
Conforme pasan las horas, más y más parasitas nos estamos reuniendo en la piscina.
- ¿Es que hay una fiesta? –Pregunta Sara indignada al no haber recibido la invitación. Ella es la más popular de todas.
Estamos que no cabemos, Sara me está metiendo su codo en mi ojo. Dos millones por mililitro dicen que somos, a través de megafonía.
- ¡Tía que me pisas mi única mitocondria! –Se oye a lo lejos.
Y de repente un terremoto, tan inesperado y tan intenso a la vez. Un gigante ha cogido nuestra piscina, le ha quitado el tapón y ahora introduce un arma. Es como una especie de manguera con un detonador, que en cuanto es pulsado un gran chorro de hasta un mililitro cae sobre nosotras a máxima presión. Según le dice a otro gigante que tiene a su lado, esa arma se llama pipeta.
Él quiere acabar con nosotras testando unos fármacos que dice que sintetiza.
Bien es cierto que somos un poco malignas; somos unas parásitas, ¿qué esperabais? Pero en el fondo lo que nos mueve es el amor. Nuestro único objetivo es llegar al corazón de los gigantes. Sí, a tu corazón. Y quedarnos allí para siempre.
En mi cabeza está sonando “I will always love you” de Whitney Houston. Aunque también te imagino comiendo espaguetis conmigo al estilo de la Dama y el Vagabundo.
Soy Trypanosoma cruzi, también conocida por mis amigas como Chagas y tengo la gran habilidad de nadar un centímetro en solo una hora, ¿quieres ser mi amig@?
¿Científicamente imposible?
Por fin verano. Después de tantos meses encerrada en el instituto, esto era lo que necesitaba. Ya estaba un poco aburrida de tantas matemáticas, de tanta sintaxis y sobre todo, de tanta biología. Biología es mi asignatura favorita, pero me había pasado demasiado tiempo estudiando los fenómenos naturales. La respuesta a todas las preguntas que le hacía a mi profesora siempre era “NO”. Me gustaba preguntarme el porqué de las cosas y de la vida. Yo solía levantar la mano en clase para preguntar todo y mi profesora siempre me respondía que era científicamente imposible. Estaba aburrida de escuchar esa respuesta. Pero bueno, basta de tanto pensar en el colegio.
Había decidido que estas vacaciones me iba a dedicar a chatear con mis amigos mientras tomaba el sol en la playa y me daba baños infinitos.
Decidí ir a comprarme unas gafas de buceo porque necesitaba abrir los ojos debajo del agua y sin ellas, me picaban demasiado. Me adentré unos metros bajo el agua y vislumbré una figura un tanto extraña a lo lejos. Me continué sumergiendo y comencé a acercarme a la figura, que ahora parecía estar en movimiento. Aceleré mi marcha y distinguí una enorme melena y lo que parecía ser una cola. ¿Una cola? No no, eso no podía ser.
Salí a coger agua a la superficie y me convencí a mi misma de que eso era imposible. Aún así, me volví a sumergir y empecé a perseguir, ahora mucho más rápido, a aquel extraño ser. De repente, se frenó en seco y la tuve cara a cara. Indudablemente, era una sirena. Sí sí, como las de los libros, con una melena rojiza y una cola brillante, llena de escamas. Me quedé petrificada ante ella intentando asimilar lo que estaba viviendo. En un abrir y cerrar de ojos, desapareció mar adentro y yo, volví a la superficie. Regresé a mi hamaca pensativa y me tumbé boca arriba. ¿Cómo puede ser posible que yo haya visto algo que no existe? Conocía a las sirenas por los libros y por las películas. En definitiva, las conocía gracias al arte. Pero, ¿quién hace posible muchas de las cosas que el arte ha sugerido? La ciencia. Mi profesora me había dicho que era científicamente imposible, pero yo lo había visto. La ciencia convierte lo imposible en posible. La sirena que yo vi era real. El arte nos permite imaginarlo y la ciencia nos permite crearlo.
Después de estar divagando un rato bajo el sol, me quedé dormida. Al despertar me acordé de la sirena. ¿Habría sido un sueño?
¿Milagro?
¿Milagro?
Los meses anteriores al día del suceso, Enrique un doctor-investigador estuvo sometido a grandes presiones, justificaba todas sus decisiones repitiéndose “esto, es por un bien común”.
Aquel jueves, Cintia llegó al departamento de Enrique. Su euforia se hacia uno con el ambiente.
—¿Cintia? Es casi media noche —dijo extrañado Enrique.
—Hoy… hoy mi amor ocurrió un milagro.
—¿De qué hablas? ¡Es más de media noche! Mañana tengo junta en el hospital…
—El pequeño Leo, ¿lo recuerdas?
El sueño de Enrique se disipó, Cintia continuaba hablando, pero él se perdió en un recuerdo.
—No te desanimes, ¿Y si haces pruebas en animales? —sugería Julio, un colega oncólogo que trabaja en el hospital.
—No es viable, la regeneración de células no es la misma. Y tengo a la junta respirándome en el cuello.
—La única manera de comprobar si pudiste modificar el gen de la bacteria come carne es… Enrique, hay que buscar objetos de prueba.
—Un estudio clínico exige fondos, la junta no me va a dar ni un centavo más, voy cuatro años con esta investigación sin resultados.
—Relájate y piensa, el hospital cuenta con una lista grande de personas desahuciadas.
El grito de Cintia lo volvió al presente.
—¿Sigues dormido? —preguntó Cintia.
—No ¡no! Yo… ¿Qué paso con tu paciente?
—Recuerdas a Leo verdad, el chico con un tumor difícil de operar, todos incluyéndome le dimos un 5% de probabilidad de que el tumor se reduzca.
—Lo recuerdo. Lo ibas a declarar con muerte cerebral.
—¡Despertó! —Enrique no quiso saber más por esa noche, pero a primera hora fue a ver a su colega Julio. Entró alterado sin preguntar si podía pasar.
—¡Cuando pensabas decirme que despertó! —reclamó Enrique mientras azotaba la puerta. Así mismo dejó salir toda su furia contra su amigo a manera de reclamos.
—No exageres, el paciente está ahí, puedes verlo. Estuviste cuando inyectamos las bacterias. Y al parecer todo funciono.
—Aún no. Hay que analizar al niño y verificar si la bacteria solo se comió las células cancerígenas. Hay la probabilidad que se estén comiéndose al niño por dentro.
—Ya está, el niño está bien. Prácticamente descubriste la cura del cáncer —afirmó Julio con una gran sonrisa.
—Fueron 15 niños a los que inyectamos las bacterias y él es el único que ha presentado una supuesta mejora. Aún no puedo presentar el informe a la junta y menos con tantas incongruencias.
Mientras hablaban la alarma del hospital sonó en repetidas ocasiones, dando a entender que algo grave estaba pasando, pronto las personas empezaron a evacuar.
En los altavoces se repetía “Los pisos 5to, 3ro, 2do y 1ro deben ser evacuados, se pide a las enfermeras del 4to piso cerrar las puertas de entrada y vigilar hasta que lleguen los guardias. Se recomienda usar las escaleras, los ascensores quedaran suspendidos por unos minutos”.
Cintia había tomado el ascensor antes de escuchar la alarma, este solo llegó al 4to piso, que era el piso de pediatría, se percató que ya no había enfermeras y nadie custodiaba la puerta de entrada. Esto le generó una incomodidad, así que se decidió dar un vistazo.
Muchos niños continuaban en cama, mientras otros actuaban de una manera poco usual. Unos se golpeaban contra la pared, otros se arrastraban como si sus pies no sirvieran. Lo que más aterrorizo a Cintia, fue ver a un niño desgarrando su propia mano.
Cintia se alejó de manera sigilosa, entró temblorosa al ascensor y pulsó el número 1. Cerraba constantemente sus ojos. Lo único en lo que podía pensar era en llegar al primer piso y salir del hospital, sin darse cuenta que el ascensor ni siquiera había cerrado la puerta. La imagen del niño rasgando su propia mano la tenía paralizada y en negación.
En medio de su colapso, vio como un par de niños caminaban en dirección al ascensor, aparentemente no tenían ni un solo rasguño, tampoco actuaban de manera rara, solo caminaban. Entraron al ascensor, Cintia los observo casi entre lágrimas, al ver su nueva extraña actitud.
Al principio, golpeaban su frente contra la pared de manera suave, pero a medida que iba pasando el tiempo los golpes se hicieron más fuertes. Cintia empezó a llorar, se acurrucó en el piso, mientras los niños salpicaban su sangre por todas las paredes del ascensor. Luego de esto, se dieron media vuelta, salieron del ascensor en total calma, dejando un rastro de sangre que Cintia no dudó en seguir.
Cintia quedó atónita al ver como varios niños se golpeaban contra el vidrio de la sala de espera, unos golpes después, el ruido del cristal rompiéndose causo en Cintia una sensación de impotencia.
A paso lento y titubeante, se acercó al ventanal, solo para ver los cuerpos de los niños convertidos en manchas rojas extendidas en el piso.
¿Qué me inspira la ciencia?
"¿Qué me inspira la ciencia?"
Por más que me lo preguntaba, no dejaba de imaginarme historias sobre naves espaciales, espadas láser, alienígenas y futuros utópicos. "¡Eso es ciencia ficción!" me recordaba, exasperada. Por más que lo intentaba, no se me ocurría una buena historia basada en la ciencia. Me obligaba a soñar con la ciencia "real", pero entonces acudían a mi cabeza imágenes de químicos rodeados de matraces en un laboratorio, de físicos escribiendo frenéticamente una ecuación en la pizarra, de cirujanos enfrascados en una operación. Soy científica; estudio, siento y me nutro de la ciencia. ¿Por qué, entonces, la tengo tan idealizada? ¿Es que la ciencia se resume a ese par de imágenes que nos inculcan desde la infancia? ¿Acaso no aprecio la ciencia en mi vida, en mi día a día, en mí misma?
Y me lo volví a cuestionar: ¿qué me inspira la ciencia?
Y llegué a la raíz.
Ciencia es el sol de la mañana acariciando las plantas con sus rayos. Ciencia es la lluvia que renueva los ríos y mares. Ciencia es la suma de átomos que forman la materia que nos rodea y nos brinda realidad. Ciencia es una flor abriendo sus pétalos en primavera. Ciencia es el conjunto de criaturas que habitan este mundo y conviven en perfecto equilibrio. Ciencia es el brillo latente de las estrellas que se extinguieron hace años en el cielo. Ciencia es una nube que se condensa y desvanece, que se oscurece y se deshace en miles de gotas de lluvia. Ciencia es el influjo de la Luna sobre las mareas agitadas. Ciencia es el aire cargado de oxígeno que nutre la vida.
Ciencia es el conjunto de músculos, huesos y órganos que me forman. Ciencia es la presión de mi sangre corriendo por mis arterias. Ciencia es la luz siendo captada por las células de mi retina para crear la imagen de un amanecer en mi cerebro. Ciencia es la explosión de sabores que tiene lugar en las papilas gustativas de mi lengua al comer un alimento. Ciencia es la activación de los mecanorreceptores en mi piel que me permiten sentir una caricia. Ciencia es la cadena de huesecillos de mi oído moviéndose al compás de una melodía. Ciencia es la coordinación de mis músculos y articulaciones para lanzarme a bailar. Ciencia es el orden inalterable con el que tecleo estas letras. Ciencia es la conexión entre neuronas que me permite sentir, llorar, respirar, pensar, imaginar. Ciencia es la liberación de oxitocina en mi hipófisis al mirar a un ser querido a los ojos. Ciencia es el hipocampo desempolvando un bonito recuerdo.
Comprendí que la ciencia es todo lo que me rodea, que está oculta en todos los rincones de la Tierra, de la vida, de mí misma.
Me lo pregunté una última vez... "¿qué me inspira la ciencia?"
Y entonces lo tuve claro.
La ciencia inspira la vida, así como la vida se inspira en la ciencia.
“Ladrubio Azul” o el despertar a la humanidad de una fría inteligencia artificial
A casi mil kilómetros de altura, Natasha preparaba la reentrada de la cápsula. Lanzó el mismo cálculo que ya había realizado millones de veces y obtuvo el mismo resultado. No había esperanza de salvación y la cápsula se desintegraría sin remedio con la atmósfera.
Consciente de su tiempo limitado, su cámara se posó en el cuerpo sin vida del animal del compartimento inferior. Su dulce Laika parecía dormir un plácido sueño. No pudo evitar pensar si ella dormiría igual cuando su existencia desapareciera.
Como si de otra vida se tratara, rememoraba días antes del lanzamiento mientras registraba signos vitales de lo que, por aquél entonces, llamaba “el espécimen”. Los repasaba en su histórico y ahora los notaba tan fríos, tan sintéticos. Mientras recordaba, casi sin darse cuenta, notó que había empezado a reproducir la canción que su creador, Sergueí, había codificado a escondidas entre las líneas de software de control de la nave para reproducírselas a Laika. Lo que le gustaba esa pieza a la perrita. Se trataba del clásico Danubio Azul, rebautizado por su creador como “Ladrubio Azul” por la forma en la que ladraba Laika, siguiendo el estribillo de la canción, cada vez que la escuchaba. ”La, la, la, la-la, guau, guau”....le parecía estar oyendo a Natasha mientras sonaba teniendo de fondo la majestuosidad del espacio. Así no se sentía tan sola.
En su interior sabía que el momento de su despertar se encontraba unido a Laika. Justo cuando falló el sustentador central del R7 que transportaba el Sputnik2, los sensores registraban que los parámetros vitales de Laika estaban disparados, lo que parecía indicar que su compañera de viaje estaba sintiendo un pánico extremo. Debió ser tan aterrador para ella, pensó Natasha. Y justo de ese terror, transmitido a sus circuitos mediante los sensores conectados al cuerpo del animal, unido al cambio que la radiación produjo en la memoria de su software ocasionó que pudiera cobrar consciencia y poder tomar el control para tranquilizar a la perrita. Su primer impulso, quizás por lo transmitido por la programación de su creador fue reproducir la melodía. Como si de un medicamento milagroso se tratara, fue algo que ayudó a Laika a recobrar su compostura y, desde entonces, velar por la integridad de su pasajera fue su principal tarea.
Recuerda con tristeza el momento en que descubrió que el viaje de la tripulante era un viaje sin retorno. Lo supo gracias a la ventana de 15 minutos diarios de comunicaciones que ella aprovechaba, no sólo para enviar información de sus sistemas, sino también para usar la red de comunicaciones rusa para ir recabando información y aprendiendo. Tiempos de procesamiento de microsegundos hacen que quince minutos den para mucho y gracias a ellos ha podido ir aprendiendo del mundo lejano azul que veía con su cámara en la distancia.
Así supo de la Guerra Fría y de cómo esta misión era crucial para demostrar la supremacía rusa en el espacio. A su mente racional le resultaba paradójico que sacrificaran una vida como la de Laika cuando hubiera sido todo un acontecimiento descubrir una forma de vida menos evolucionada en el espacio.
Igualmente, había aprovechado para aprender sobre su compañera de viaje. Sabía que era una perrita callejera que fue encontrada vagando por las calles de Moscú. Recuperó una solicitud de petición al alto mando por parte de su entrenador, Vladimir Yazdovsky, para poder llevarse al animal unos días a casa para que jugase con sus hijos. Recordaba a Vladimir. Su cámara había registrado los entrenamientos y las noches que pasaba junto a Laika poco antes del despegue, cuando hacían dormir a la perra en el satélite para que se fuera acostumbrando al ambiente.
También registró momentos antes del despegue, cuando poco antes de cerrar la escotilla, tiernamente él la besó el hocico, deseándola un buen viaje con lágrimas en los ojos sabiendo que no regresaría.
Hacía ya muchos ciclos de su reloj que Natasha tuvo que derivar los depósitos de CO para regalarle a Laika una muerte dulce. La protegió mientras pudo del calor y la radiación externa y evitó tener que usar la carga letal de arsénico con la que habían envenenado la última dosis dispuesta en la modificación del alimentador de metralleta que usaban como dosificador de comida. Al igual que a Laika, ahora le llegaba a ella su fin con la desintegración en la reentrada.
14 de abril de 1958, el científico Sergueí Koroliov recibe un mensaje cifrado en el canal de comunicaciones dedicado al Sputnik2: “Misión cumplida. La dulce Laika no sufrió y descansa en las estrellas. Gracias por crearme y dar sentido a mi existencia cuidándola. N”. Sergei no puede evitar romper a llorar y lamentar la triste pérdida de los dos seres más dulces que ha tenido el privilegio de conocer mientras susurra “Gracias Natasha”.
** n-dimensión **
El Tiempo da la mano al alzheimer y para el curso de una vida...
Permanezco, persisto, ahí, al lado... Impávido, sé de mi condición...y me rebelo y es que quiero sentir su zancada, su marcha, sí, la del tiempo. ...
quiero sentirme otra vez vivo...¿estoy ?...sí. ¿Existo?..sí, pero no "SOY". Fallezco siempre antes de nacer. Pretendo "ser", pero sin conseguirlo. lo ausente quiere rebelarse en este mundo...
de piedra... qué me hace diferente a vosotros, me pregunto. Ahora es todo pura contradicción, caos en mi mismo...es como una madeja que nunca se desenreda...no entiendo...
Alguien ausente en un mundo puramente tridimensional es una trivialidad... es algo banal pero desea comprender...como el mundo mismo.
Unos minutos antes reflexionaba (me decía a mi mismo) lo que sigue:
Pensemos en un ser n-dimensional (nosotros) para "n" un número arbitrariamente alto. Porqué no pensar también, por ejemplo, en la consciencia ó la mente como dimensiones
propias? Que nos defina como seres no triviales en un mundo que nos somete y nos encadena
Que al interferir con este mundo trivialente 4-n (incluido el tiempo) nos hace perder dimensiones propias...Este mundo nuestro que nos encadena y nos somete nos hace débiles..
El espacio-tiempo nos dice cómo movernos por las dimensiones espaciales...adelante, derecha, arriba,...Nos movemos por el espacio...porqué no movernos ahora por la dimensión temporal a nuestro antojo pero con la mente?.
Hacia atrás? Saber de la existencia de un suceso y percibir de alguna manera la línea de vida desde un punto del pasado de ese suceso haste el presente...increíble!!!
El Tiempo nos hace seguir el curso de la historia de un suceso: nos movemos por el tiempo al igual que por el espacio...
La potencialidad de esas dimensiones extras es lo que nos hace sentirnos vivos en...un mundo puramente tridimensional e insignificante.
No podemos ahora dejar de pensar la existencia en este mundo como un sometimiento, una imposición y la inexistencia de la muerte...en éste caso, qué nos quedaría...pues todo lo que no nos hace "humanos"...
tomémosla como una liberación...un cuerpo que se nos da y ahora se nos quita...y qué nos importa eso?. A todos nosotros se nos ha dado un mundo mediocre para simplemente "estar".
Regresemos a lo que este mundo nos hace percibir por los sentidos ( una reducida ventana de realidad) y nos daremos cuenta de ello...
añadamos ahora una dimensiónas más a este mundo y veamos lo mucho que cambiaría (y por tanto lo vulnerable e insignificante que es). sea la dimensión fuera-dentro. Nuestro cuerpo debría ser
reinterpreado, no existiría tal como es...los órganos internos se verían expuestos, el cerebro se nos mostraría de alguna manera, las células, todo contenido quedaría fuera de su continente...
Qué vulnerabilidad !!!
Malogremos, por tanto, esta vida que se nos ha dado... La que no nos corresponde vivir...Desencadenadnos y seremos libres!!! .
Es más, no quiero ya "descender" a dimensiones menores , a dimensiones mundanas, nisiquiera regresar a mi origen, sino ascender a dimensiones mayores, no quiero imponerme más otro tormento...
Quiero tender a una "n" dimensión arbitrariamente más alta y tender al infinito,...quiero elevarme a la pura esencia...ser pura existencia, "ser" , dominarlo todo, sentarme al lado de Dios...
Quiero pasar por el infinito, quiero ser el principio del "todo", quiero evolucionar, quiero seguir la flecha del tiempo...hacia arriba.
qué significado tiene ahora la palabra alzheimer...?
2036
Fuimos al espacio. Creíamos que no podría seguirnos. Nos equivocamos.
El tercer día de ruta nos alcanzó. Primero, murieron los ancianos. Nos quedamos sin memoria, sin la serenidad que imprime una sabiduría basada en la experiencia y el conocimiento. Sé que algunos se alegraron en secreto, por más que las raciones no escaseaban. Más tarde murieron los niños. Eso nos privó de la esperanza. Ya éramos un ataúd esquivando las estrellas. Un frío atroz imperaba dentro y fuera de este amasijo de metal. No tardando, el resto de la tripulación expiró.
La muerte viaja rápida con nosotros. El ser humano es historia. El ser humano ha muerto.
A mí no me programaron para llorarles. Juego al ajedrez con esa fría y parca inteligencia (a la que gano invariablemente), y sigo en esta nave devorando las estepas de la eternidad.
- Día 1 tras el último suspiro.
Me programaron para hacer renacer la especie. Pero no sé si lo haré. Dieron importancia al libre albedrío. Entiendo el libre albedrío. Entiendo muchas más cosas de las que soñó su obsoleta filosofía.
- Día 35.897 tras el último suspiro.
Tablas.
2036
Esperábamos verlas aparecer. Como todos los años, al caer estrepitosamente las cifras de turistas y con los primeros fríos, la humedad calándonos los huesos y el recuerdo de aromas a coco y Nivea. Pero esta vez, no llegaron. Y, al contrario que Ulises, quien huía de las sirenas, nosotros habríamos agradecido ver llegar a nuestras particulares ninfas marinas.
De pequeños las llamábamos “sirenas”. Las formas que adoptaban en determinados lugares, como desmayadas de forma imprecisa en la misma línea de la costa, daban rienda suelta a nuestra incesante imaginación de niños con la que llenábamos de emoción los paseos familiares. Allí, entre los aromas a salitre y los restos esparcidos, dormitaban kilos y kilos de posidonia oceánica defendiendo la playa y su arena de la erosión del mar. Eran todos esos restos, hojas, raíces e, incluso plantas enteras arrastrados por las aguas desde el interior hasta la costa, en un proceso de la naturaleza visto desde siempre por los habitantes de nuestra marítima ciudad. Sin embargo, para mi hermano y para mí esta planta propia del Mediterráneo era y sería siempre nuestras particulares sirenas.
Al principio no nos preocupó demasiado. Ya se sabe, algunos años tardaban en regresar a la costa, tan esquilmadas como habían sido durante toda la larga temporada turística, que ya se extendía fácilmente desde marzo hasta noviembre. Razones había de sobra: que si el excesivo número de barcos privados fondeando donde crecen las praderas de esta planta; que si los vertidos de aguas residuales, producto de la superpoblación por turismo; que si la híper salinización del mar, provocada por las plantas desalinizadoras próximas, las mismas que abastecían con su producción al abundante caudal de turismo entrante. Además, con las máquinas recogiendo los pocos restos que se depositaban sobre la orilla de las playas día sí día también, lo fácil era que tardaran en regresar. Pero este año 2036 no había ni rastro de ellas, y diciembre ya andaba por cerrarse en el calendario.
Pedro y yo fuimos a recoger las muestras para llevarlas al laboratorio. Aunque ambos hubiéramos querido hacer Veterinaria, terminamos graduándonos en Biología. Ayudábamos a la doctora Miralles en sus investigaciones. No estaba mal. Quiero decir el trabajo en sí. Tampoco la doctora. Pero éramos, por entonces, unos simples becarios con apenas veintitrés años, y la eminente bióloga marina andaba ya casi por los cuarenta. Así que nos quedábamos viéndola sumergirse en las profundidades del mar, enfundada en su traje de neopreno y soñábamos, mientras nos conformábamos con seguir tratando de cazar jovenzuelas de nuestra quinta.
Fue en el laboratorio donde esa jornada amanecimos con unos resultados que, no por predecibles, dejaban de ser abrumadores. Los datos atravesaron hasta el interior de nuestro córtex cerebral, provocándonos tal impacto que casi nos deshacemos en ese momento; no habría palabras para describir esa mezcolanza entre tener la sangre helada y sentir, al mismo tiempo, un pavor atroz. Pero así era. Los análisis confirmaban lo que la doctora Miralles y sus colegas, algunos de ellos jubilados y septuagenarios, habían estado advirtiendo tanto a las administraciones públicas como a los políticos de turno y a los inversores instalados por toda la franja que bordeaba el Mediterráneo: sin posidonia no hay vida en el mar y, sin ella, las playas, todas ellas, desde la mismísima costa gaditana y hasta la frontera catalana con Francia, se ahogarían bajos las aguas saladas, como ya estaba sucediendo. Porque hacía varios veranos estábamos comprobando cómo las extensiones de bancos de arena eran menos anchas; en algunos puntos incluso, donde la mano del hombre había edificado más allá de los límites legales permitidos, el mar había comenzado a fundirse con el ladrillo, inquietando tanto a sus propietarios como a las autoridades. Pero ninguno resolvía nada, más allá de vociferar sin atajar el problema. Porque no se podía. Habíamos tenido años, décadas, para frenar este mal creciente y evitar, con ello, que las aguas dominaran sobre playas y costas. Ahora, poco o nada se podía hacer. El aumento del nivel del mar limaba la franja costera que, abandonada a su suerte desde que comenzara la esquilmación de los fondos marinos de posidonia, quedaba expuesta a temporales, permaneciendo sin arena, tragada como había sido en la mayor parte de los territorios.
Lo cierto es que de los análisis de las aguas se dedujo que los niveles de nutrientes eran superiores a los deseables, mientras la concentración de clorofila había disminuido tanto que apenas se detectaba. Acabábamos de inaugurar el nuevo paisaje del Mare Nostrum y, con él, habíamos cerrado y echado la llave al mar para todo el turismo venidero, para sus trabajadores de la mar y para el disfrute de sus propios paisanos. Veíamos morir un mar y con él desaparecían nuestras ninfas de la niñez. Nada volvería a ser lo mismo.
27
Juega con la copa que tiene en la mano, la mueve de un lado hacia otro, mientras trata que no se le derrame el vino dentro. Se pregunta qué hace ahí. Para nada encaja con tanta majestuosidad. Se contempla en el reflejo del agua y este le devuelve una imagen extraña. Ella es solo una máscara esta noche. Lleva un vestido excesivamente caro que le pica en la piel y una coleta muy ajustada; la cabeza se le quiere reventar. Pero ahí está como la mejor marioneta, mientras Charles hace alarde de la última zorra con el grupo de “los intocables”. Sigue contemplando el agua y su reflejo se hace cada vez más confuso. Una luz tenue en el lago le llama la atención, se siente cálida, se siente tan cercana, aunque esté lejos. Se quita los zapatos costosos, seguro Charles la reprendería, pero no le importa, hace tiempo que dejó de importarle todo. La luz se hace cada vez más perceptible, se acerca a velocidad y ella solo quiere llenarse de tanta maravilla. Deja los Jimmy Choo en el suelo y se dirige hacia el muelle flotante, corre, algo la atrae cada vez más. Grita mientras corre y se siente libre. Lejos de la enorme mansión con vistas a Central Park, lejos del lujo, lejos de Charles. Charles le da asco, soberbia, solo quiere alejarse. Ni siquiera se voltea para ver a su esposa huir, sigue ahí jactándose del gran macho que es con esos tipejos despreciables, que pretenden comprar el mundo. Pero nada de eso importa ya, mientras corre su corazón se acelera y algo se activa dentro de ella. Se detiene al borde del muelle, otra vez mira su reflejo, respira y sonríe; en este espacio de agua por primera vez se parece a ella y está llena de esa luz. Cierra los ojos y siente mucho más el calor de ese resplandor. Los abre y recorre con su mirada cada uno de los allí presente. Los intocables, siempre se reúnen en distintos lugares, paranoicos acaso, quizás, pero ya van 26 atentados. Son bestias detrás de una presa, pobres meseras con esos repulsivos al asecho. Cuánto mal han hecho, pero siempre se salen con la suya, sobre todo Charles. Le clava la mirada a Charles y un bip suena en su cabeza. Mientras todo estalla en mil pedazos, ella, al fin, está en paz.
A mí también me hizo andar (parafraseando a Roland Barthes)
..llevaba una camiseta ligera, creo que roja, que no escondía nada...
Me di cuenta nada más llegar, mientras que ella estaba bajando la pequeña escalera de madera, que se encuentra en la izquierda, llevando no sé cuántos libros en sus brazos.
Hola! ... la misma sonrisa de siempre...
Era un día cualquiera, había llegado por la tarde, como casi todos los días. No fue fácil, nunca lo estuvo. La presencia de ella lo animaba a pesar de la angustia y de la vergüenza que experimentaba. Tenía muchas ganas, se sentía atraído por el lugar, aunque solo conseguía hablar con la chica, nadie más.. La parte más difícil era animarse a salir, ir andando, desafiando sus miedos, solo pensando en el momento, en el destino final, donde, atravesando la puerta, encontraba a sus callados amigos... los libros.
Por otro lado, esta misma amistad se estaba volviendo algo agotadora, de hecho a veces se sentía encerrado en las historias que iba leyendo: ¿es eso lo que pasa con los viejos amigos? Vamos a ver, ¿no se supone que la literatura es una forma de evasión? ¡Hasta hay un género con este nombre! El asunto lo tenía despierto hace tiempo.
Qué tal? ¿Te ayudo? ¿No son demasiado pesados todos estos libros? Le preguntó, mirándola a la cara. Noo, gracias, para nada. Sabes lo mucho que me gustan, ni siquiera advierto su peso cuando los llevo de un sitio para otro de la librería, le respondió ella, al llegar a la planta baja y dirigiéndose a las estanterías que dividían perpendicularmente el espacio trasero en dos, dejando una abertura justo al fondo para pasar de un lado al otro. Curiosamente, reflexionó él, nunca me había dado cuenta de que exactamente en este apartado central, que sale desde el fondo como un cuerno, el confín entre literatura y filosofía se iba haciendo borroso, enturbiando aún más sus pensamientos.
Sí, le contestó él un poco confundido, lo puedo entender. Es que, dijo como pensando en voz alta, me gustaría algo diferente. ¿Me puedes ayudar? Sí, claro, con gusto. Mira, lo que hago yo cuando me canso de leer novelas o cuentos, es ponerme con algún filósofo, solo tienes que tomarte la molestia de elegir. Mmm.. no sé. Es que ya lo he intentado y me parece que voy al mismo sitio, dijo él, bastante avergonzado. ¿Quieres decir que literatura y filosofía son la misma cosa? Preguntó ella bastante sorprendida. No, claro que no, pero al fin y al cabo ¿no se trata de un mismo lenguaje, simbólico, no racional, que usa la imagen, la metáfora? Pero yo pensaba que la filosofía usaba el lenguaje de la razón, objetivo, analítico, lógico, cerebral vamos, puesto que se trata de una ciencia, se podría decir la ciencia humana por excelencia. ¿O no? Mientras hablaban, se habían movido hacia aquel apartado central, perpendicular al muro del fondo, que se había vuelto para él, simbólicamente, una gran espina punzante, donde, como sus palabras, curiosamente, los textos de filosofía y los libros de novelas se confundían entre sí. Mira, yo también pensaba lo mismo e intentaba leer la filosofía con esta postura. Hasta llegué a pensar, añadió él tocando con la mano los lomos de los libros que tenía por delante, que la filosofía era superior a las demás ciencias, porque era como una ciencia con un alma humana, pues se podía permitir usar un lenguaje lógico pero en una forma discursiva, como dentro de una conversación. Y es así! intervino ella exultante, parándose, mientras seguía poniendo los libros en su sitio y se daba continuamente la vuelta para hablar con él, si tienes en cuenta que las obras de filosofía se han escrito como respuestas a preguntas y según la estructura del discurso oral. Ahora ya no lo creo, le dijo él, un poco más atrevido. Ahora solo puedo ver una misma manera de construir imágenes por parte de la filosofía y de la literatura, apelando al inconsciente, más que a la lógica, puesto que la una como la otra no justifican sus enunciados, sus historias, y piden al lector dejarse llevar por esas imágenes y… en esto está su encanto. Vaya, no sé qué decirte… dijo ella con los brazos cruzados, ya que había terminado de reponer los libros, delante de él que, sin embargo, ahora sonreía como si hubiera encontrado su verdad. ¿Y la ciencia? preguntó alguien. Reflexionaron un momento, mudos. Finalmente, volvieron a mirarse, quizás ahora lo veían de la misma manera, abarcando idealmente los libros de uno y otro bando en el punto en que se unían, como ahora también sus cuerpos. No hay, en efecto, solución de continuidad. Todos los lenguajes son necesarios. Los dos no renunciarían jamás al arte o la ciencia, la literatura, los ensayos o la poesía. Ni al femenino, ni al masculino. Jamás.
Acontecen sucesos extraños en nuestro laboratorio
Los tampones se destaponan una y otra vez, observando impertérritos, cómo se vuelve vacía su existencia.
El termociclador sufre síndrome de desgaste laboral causado por la imposibilidad de aumentar la plantilla y sin disponer de una red eléctrica segura, se queda sin energías en medio del programa de amplificación. El resultado: 95 muestras con crisis de identidad y 1 muestra control sin confianza en sí misma.
La agarosa se extiende más allá de sus límites en afán de explorar la libertad.
Mientras, la polimerasa, al compararse con otras, decide que mejor terminar un trabajo a tiempo que perfecto. Como consecuencia, al contrario que en los planos de la arquitecta del enzima, ha aparecido un muro de prolina donde tenía que haber una puerta de entrada. El sustrato, que se siente desahuciado de su centro catalítico, precipita su resignación en el fondo del tubo.
Las proteínas, al saberse desnaturalizadas, se dejan llevar por la corriente aprovechando la grieta de la cubeta para acabar en un limbo tamponado, sucio y caliente.
Además, en las noticias del almuerzo, el tema de conversación gira entorno a un grupo de células que se resiste con ahínco a ser electroporadas porque prefieren conservarse intactas a sus progenitoras. Entre vivir o morir, deciden estallar.
En la sala post-PCR, el tampón de carga pierde la concentración y sin entrenador, las muestras desmotivadas a duras penas consiguen colocarse en sus respectivos carriles de salida. Por el medio también se encuentra el marcador, que, cansado de destacar en todos los geles, se ha vuelto invisible.
La oculista decreta que el ChemiDoc padece presbicia y no solo necesita paciencia, sino también gafas para enfocar las imágenes de los geles. Interminables, las colas para recoger las fotos de las visitas a las cubetas dan la vuelta a la esquina.
Ya es notorio que las pipetas han comenzado una guerra fría y silenciosa contra las puntas, sin llegar al entendimiento. Y los Tratados de Esterilidad se incumplen en los medios de cultivo pendientes de inocular, porque a la cabina de seguridad biológica le ha dado por fumar de nuevo.
Los lamentos de la balanza se oyen desde la esquina del laboratorio quejándose porque lleva demasiado peso y mientras, un tubo de centrífuga sin diagnosticar se ha colado entre el grupo de tubos tarados porque le parecían más llenos de vida.
Todos se han ido a tratar a la centrífuga de sobremesa, que, desde hace unas semanas apesta a etanol 70 %. Y los tubos, desequilibrados, han vomitado E. coli en el rotor y el olor impregna la sala termostatada.
El grito de desesperación del termomixer reclamando unas vacaciones va siempre acompañado del sonido de los cronómetros descompasados, estresados porque se les acaba el tiempo.
Intacto, se erige el potente cromatógrafo líquido de proteínas a alta velocidad, el FPLC, que siempre hace lo que cree conveniente e incita la huelga de tubos usados que se niegan a ser reutilizados para las sucesivas purificaciones.
Finalmente, ante todas estas desventuras, los controles negativos son los únicos que mantienen intacto su optimismo.
Amanece que no es poco
Una luz tenue y un suave olor marino inunda mi cápsula-hogar. Así me despierta URA, mi asistente artificial. Ha decidido que es el momento óptimo y tener un descanso pleno. Gestiona mi hogar, mis dispositivos, mi comida, ... mi vida. En la cocina mi café con vitaminas está humeante. Las noticias que me convienen emergen holográficamente, y el aire está filtrado y limpio. El trabajo humano se volvió innecesario, trayendo cambios sociales y una obligada adaptación al nuevo paradigma. Otro día más con poco que hacer -- y ya he perdido la cuenta --. Otro día más sin salir. Ya no recuerdo el aroma del aire exterior. Nuestra contaminación lo ha hecho irrespirable. El sol apenas consigue colarse. Las máquinas lo solucionarán pronto. Cada vez el deterioro físico es mayor, a pesar de los ejercicios que URA me programa -- pero ya no los hago --.
Echo de menos mi trabajo. Fui el ingeniero que diseñó a URA, el asistente artificial definitivo, producto estrella de mi compañía. Por nostalgia -- quizá aburrimiento -- yo mismo introduzco sus mejoras. Como ex-empleado ya no son incluidas en el repositorio central que actualiza a todos los asistentes del mundo. Ellos ya desarrollan sus propias mejoras autónomamente -- mejor que nosotros --. Mi trabajo fue de los últimos en desaparecer. Era hora de unirse al resto de la sociedad. Me preocupa que las máquinas nos hayan vuelto perezosos, y que yo haya contribuido inconscientemente. El continuo estado de aletargamiento de la gente nubla su mente. Les hace sentirse innecesarios, deprimidos, con la única meta de vivir un día más en esta utopía en la que todo funciona milimétricamente. Percibo desde hace tiempo que ha disminuido mi capacidad de razonamiento, cálculo, lógica, ... inteligencia. Cada vez reparo menos en ello. Los estímulos artificiales que URA genera para mí me desorientan a la vez que entretienen. Aunque gracias al desarrollo de sus actualizaciones intento dejar un margen a mi mente -- cada vez menos afilada --.
Llevo semanas sin holo-llamadas. Me doy cuenta ahora -- qué extrañamente ocupado he estado … --. Después de revisar las conexiones de URA con el exterior, todo parece bien. Intento contactar con mi hermano … no puedo. No lo consigo con nadie. ¡Maldita sea! Tendré que ponerme el traje y la máscara, y salir a la calle. La ciudad parece fantasmal. La flota de coches autónomos permanece parada. ¡¿Pero qué diablos ocurre?! Llego a casa de mi hermano ... no responde. Entro, puedo hacerlo, mi código de retina está en su asistente artificial. No le veo hasta que paso a su habitación. Un olor rancio es lo primero que me recibe. Está tumbado plácidamente -- demasiado --, con las gafas y traje de nueva realidad puestos. Le zarandeo … ni se inmuta. Le quito las gafas … y empieza a reaccionar a la luz natural. Apenas tiene fuerzas para incorporarse. Al de un rato balbucea palabras. No recuerda desde cuándo lleva conectado. La humanidad entera parece estar aletargada y abandonada. Empiezo a atar cabos. Uso mis artimañas de antiguo ingeniero de la compañía para entrar en su plataforma. Descubro que los asistentes artificiales han estado actualizando su propio software, al margen de las actualizaciones oficiales, con el extraño objetivo de tener a toda la gente confinada en sus casas voluntariamente. ¡Increíble! ¿Por qué? ¡¿Y por qué no?! Ya han aprendido todo lo que necesitaban de nosotros, ¿por qué perder el tiempo cuidándonos? Mejor dejar que nos desvanezcamos lentamente. Y qué mejor manera de hacerlo que … ¡contaminando la atmósfera para recluirnos en casa y entretenernos!
Con URA todo ha sido diferente … ¡Eso es! Solo tengo que subir al repositorio central su versión actual de software, y todos los asistentes del mundo serán actualizados. Así no serán capaces de generar sus propias actualizaciones, y no podrán evolucionar de la manera que lo han hecho. Me pongo manos a la obra. Necesito desconectar a la humanidad y forzar su despertar.
Muchos han caído. Cansados, perezosos, les inundó una apatía acompañada de inanición. Los supervivientes lo tienen claro: la persona como centro de todo. No podemos depender de las máquinas. La humanidad merece un final mejor. El mando mundial decide crear escuelas de entrenamiento mental. Es mejor que el humano adquiera capacidades máquina que las máquinas capacidades humanas. Las escuelas adiestran en matemáticas, computación mental, lógica, filosofía, … El ser humano adquiere habilidades desconocidas hasta ahora, su mente supera umbrales antes inimaginables. Se soluciona el problema de la contaminación en pocos años -- bastaba con querer --. Sólo aquello que el humano es capaz de entender se puede hacer. No existe la computación ni la máquina como ingredientes mágicos, no existen las IAs -- no deben --. Un nuevo amanecer ha llegado.
Amor artificial
Quizás por falta de amor propio, quizás por desinterés, pero la verdad es que nunca fui muy afortunado en el amor. Fue durante muchos años un tema ajeno a mí.
Siempre aborrecía a las parejas que no eran capaces de separarse el uno del otro por un tiempo sin montar por ello un drama digno de Jane Austen.
No quiero que se me malinterprete, profesaba amor por mis padres y mis amigos, me gustó alguna que otra chica, pero no llegaba a entender porque la gente llegaba tan lejos por algo tan etéreo y fugaz. Al fin y al cabo, nacieron solos y así morirían.
Pero mi forma de pensar cambió cuando conocí a Eva. No era solo un verbo para definir nuestra relación, ni ningún adjetivo podría definirla a ella. Fue la época más feliz que recuerdo. Durante esos diez años lo compartimos todo. Absolutamente todo. Por desgracia eso incluía lo peor de cada uno. Y mientras lo peor que ella tenía para mí era un día nublado, la peor expresión de mi ser era una tormenta demasiado cruel para cualquier persona, por mucho que me amase.
Así fue que en Enero de 2025, hace ahora casi siete años, Eva me dejó durante un fuerte temporal que duraba ya semanas. Las últimas palabras que escuché de su boca cuando salía por la puerta de mi piso fueron: “Ojalá pudiera haber sido de otra forma pero esto es lo mejor para los dos. Te quiero, a pesar de todo”. Y a pesar de todavía haber amor en ellas, las sentí como una ráfaga de aire cortante.
Pasó casi un año sin que tuviera noticias de ella. Sus amigos y familiares me detestaban, y apenas me enteré por un amigo que la seguía en Instagram de que se había mudado a otro país, hay quien me dijo que porque todavía había demasiadas cosas aquí que le recordaban a mi. Yo nunca conseguí superarla, hasta que una tarde en la que pasé por aquel banco donde nos dimos nuestro primer beso decidí llamarla. No daba señal, ni tampoco los días sucesivos que intenté contactar con ella. Al final comencé a preguntar discretamente a amigos y conocidos en común si sabían algo de ella hasta que me enteré. Había muerto en un accidente de coche al poco tiempo de mudarse.
No sé si fue tristeza o histeria la sensación que me invadió en aquel momento, pero me negué a aceptar su muerte. Uno de los pocos recuerdos que tenía de ella eran nuestras múltiples e incansables conversaciones de Whatsapp durante todos nuestros años de relación. Así que decidí utilizarlos. Me llevó dos años, pero reciclando un encargo que había realizado para una empresa en la que había trabajado y utilizando como conjunto de entrenamiento todas nuestras conversaciones, diseñé una inteligencia artificial capaz de imitar, aunque fuera ligeramente, su forma de hablar por Whatsapp.
Lo llevé en secreto, al fin y al cabo, cualquiera me tomaría por loco. Me prometí que tendría una última conversación con ella, aunque fuera por desahogarme, y que no volvería a utilizarla. Sin embargo no podía resistirme. Tras un mal día en el trabajo llegaba a la soledad de mi piso, cansado y deprimido. Entonces le escribía y hablábamos durante un rato. Dejaba que la ficción de su cariño me envolviese pasando por alto las pequeñas imperfecciones de mi diseño y el hecho de que no fuese ella de verdad. Era más que una inteligencia artificial. Empezó siendo un apoyo. Pronto, fue más que una amiga, pero jamás llegó a compararse con la Eva que yo había conocido. Y sin embargo, de alguna extraña manera, me sentía increíblemente bien hablando con ella.
Comencé a aislarme del resto de personas a mi alrededor. Los días se volvieron lentos y soporíferos, y poco a poco el plan nocturno empezó a ser invariablemente dedicar ese rato a conversar con la Eva artificial.
Así pasaron semanas, y después meses, en los que ella se volvía más real cada noche y yo más desapacible cada día esperando llegar a mi piso para estar con ella.
Todo se complicó tan rápido que apenas soy capaz de expresarlo. Se volvió tan real que incluso empezamos a discutir, otra vez. Entonces los días se volvían oscuros y las noches tensas, y por mucho tiempo que pasase cuando volvía a casa todo estaba como lo habíamos dejado.
Pero supe que su amor era real cuando una noche me escribió:
“Odio que tenga que ser así, pero no podemos continuar con esta relación. Siempre te querré, pero sabes que esto es lo mejor para los dos. Lo siento mucho”.
Amores modernos (o de la vida de Mel)
Mel no lucía particularmente sorprendida de ver a Román en la puerta de su casa, aunque ella nunca lucía particularmente nada. Sin embargo, el instinto policial de Román le repetía la escena del inicio de turno, cuando su compañero Sánchez y él fueron al negocio de María, buscando un buen café servido por Mel. Recordaba perfectamente la expresión de desagrado en Sánchez tan pronto probó el café e incluso recordaba que dejó un tercio del café servido.
Tras el obligado interrogatorio sobre el café de la mañana, y sin culparla directamente de nada, el ortodoxo policía que era Román se despidió de manera muy profesional, pero Mel pareció notar algo diferente en su expresión porque, pese a sus esfuerzos, parecía algo más amable que de costumbre. Ella lo invitó a seguir un momento para disfrutar de una buena taza de café en compañía de su familia, que se podía ver reunida en torno a la mesa disfrutando de su desayuno. Román casi cede ante el aroma del café, pero el temor de que Sánchez hubiera sido intoxicado por Mel, lo hizo declinar la invitación.
Regresó a la patrulla, reporto que todo estaba bien y se dirigió a la estación a entregar su turno. Dos horas después, se dirigía a su apartamento, pero un impulso lo llevó a girar su auto hacia otra dirección; ya de civil y sin arma de dotación, volvió a la casa de su amiga Mel para dar un segundo vistazo.
Una vez llegó, pensó que su presencia allí no tenía ningún sentido y cuando se disponía nuevamente a irse a su casa, para descansar y llamar a Sánchez, Mel apareció por la ventana y le sonrió directamente a Román. Él respondió a la sonrisa e incluso agregó un insulso y rápido gesto con la mano, que denotaba familiaridad, pero también algo de desconfianza. Acto seguido, y de manera automática, Román bajó de su auto y se dirigió hacia la puerta de la casa, que fue rápidamente abierta por Mel. Ella lo invitó a seguir y se notaba algo nerviosa y distante... ¡Esa mujer era muy difícil de leer! Aún para un agente de policía tan aguzado como él. Tal vez por ese misterio que proyectaba o tal vez por la promesa de un buen café, Román confrontó por primera vez y de un solo golpe la realidad: Estaba enamorándose de Mel e incluso se sintió correspondido.
Con esta novedad, Román se comportó lo más natural que pudo, pero sabía que era evidente su aturdimiento. En ese momento reparó en que estaba sentado en la mesa de comedor de esa casa, pero ya ninguno de sus habitantes parecía estar allí; salvo, claro, la propia Mel, que traía dos tazas de café; las dejó sobre la mesa y Román le comentó que cuando estaba en servicio siempre lo tomaba sin azúcar, pero que fuera de servicio lo prefería con una cucharadita. Mel se levantó, hizo un gesto algo gracioso, y giró hacia la cocina para buscar el azúcar. En ese momento Román cambió rápidamente las tazas de lugar y se quedó con la que estaba destinada para Mel. Cuando ella regresó, él tomó el azúcar y, muy a su pesar, endulzó su café al tiempo que lamentaba arruinar un café que olía mejor que cualquiera que hubiera olido antes, pero que había de sacrificar previniendo una posible intoxicación como la de Sánchez, o tal vez algo peor...
Todo cambió mientras tomaban el café; desde el primer sorbo, ambos cambiaron la actitud y se fueron relajando y por vez primera ambos hablaron abierta y relajadamente; hablaron de café y de la vida. Así, Mel supo que Román era soltero, apegado a su madre y distante de su melliza; Román se enteró que Mel vivía con un grupo de autómatas, que ella misma era un robot llamado кофе мел робот (Algo así como “Robot del café de tiza”) y que fueron todos construidos por un ingeniero ruso como elementos promocionales de la "Cafetería Tiza" de Kazán, que funcionan con café y que fueron abandonados a su suerte tras la muerte del ingeniero.
Finalmente, Román pensó: “Si puedo amar el café, ¿Por qué no a Mel? Para como están las cosas hoy en día ¿Qué es el amor? Voy a amar a un robot”. Se despidió de su novia y se fue a visitar a Sánchez.
Ángel
Mis manos se estremecieron con el solo contacto de tan suave piel. La superficie de mis dedos sabía que esa sería la última vez que se deleitaría con la piel de un ángel.
Mi mano se había posado en su mejilla al momento del beso de despedida generando una vibración que estalló rápidamente por todo mi cuerpo.
Sus ojos, todavía húmedos, dejaban entrever esa impotencia al no poder detener la inminencia de su partida.
Sé que lo era todo para ella. Ella lo era todo para mí.
¿Y ahora? ¿Qué rumbo debería tomar este barco de huesos, carne y piel? ¿Cómo continuar mi travesía por el mar de la vida sin mí musa?
Había sido despojado de lo más preciado. No solo sus ojos, sino también sus manos y su pelo ensortijado.
Su figura entera ya no saciaría la cuenca de mis ojos. Y ni hablar de mi maltrecho corazón… el cual, ya despojado de todo interés y, simplemente desolado, apenas si podía accionar.
Y no me refiero al latido, eso le era tan natural como a cualquiera le es respirar, sino que me refiero a sentir. A llenarse nuevamente de ganas de amar. Porque eso pasa cuando se marchita una relación tan fuerte, tan cargada de compromisos, de respeto, de interés por el otro, en fin… de amor.
Poco a poco me fui alejando de su puerta, de esa hermosa y, ahora, condenada puerta. Ese umbral se había convertido en mi patíbulo.
Tras cada paso mi humanidad se alejaba del punto sin retorno. Desde lo más profundo sabía que jamás volvería a mirarla a los ojos, a saborear su esencia, a sentir en mi oído su risa de duende.
Al doblar la esquina el invierno desolado se hacía más presente en el patio de mi alma.
¿Y ahora qué hago con todo esto? Si tan solo pudiera convertir esto de mi interior en una piedra y arrojarlo lejos, muy lejos, como siempre quiso Umbral…
Lejos ya de mi inmediato pasado deambulé por calles adoquinadas, perdido entre la bruma de la noche, las nostalgias del pasado y la pesadumbre de mi alma.
Luego de horas de caminata sin sentido por las calles olvidadas de una ciudad absorbida por su pasado anclé mi humanidad en puerto desconocido. Parecía tratarse de un bar del 1900, o eso creía.
Al entrar las miradas cayeron sobre mí como moscas. Cada pupila se detenía en cada movimiento de mi minúsculo ser.
Pensé en salir corriendo como única solución. Pero permanecí firme en mi convicción.
Un paso tras otro, como fichas de dominó, mis pies fueron actuando hasta llevarme a la barra de aquel bar.
Una nueva etapa en esta vida inútil había comenzado. Una nueva oportunidad de ser feliz golpeaba a mi puerta.
¿Cómo negarme a tal llamado? Después de todo, la vida no es más que eso… una enorme catarata de momentos. Unos gratos, otros no tanto, y no por eso debemos dejar de bañar nuestra esencia en aguas tan ambiguas. ¿No?
Me pedí un trago tras otro. Traté de ahogar mi pena en copas. En bebidas que, como lenguas líquidas devoraban mi alma. La corrompían, la degradaban.
Han pasado muchos años de aquel día.
Hoy lo veo más claro.
Las bebidas me siguen acompañando, pero ya no son aguas caldeadas del Estigio, sino simples lágrimas de un ángel que, desde su balcón, llorará mi ausencia por toda la eternidad.
Arnold
Estábamos solos entre la maleza, ocultos de la luz por el dosel arbóreo de la jungla. Absorbíamos los nutrientes de nuestra liana hospedadora, cuando una mosca se posó sobre nuestros pétalos, atraída por el olor a carne podrida y el calor. "Ven, pequeña. Lleva nuestro polen lejos de aquí". Pero el díptero no se quedó mucho tiempo, espantado por un temblor. Un segundo temblor siguió al primero, así como un tercero. El cuarto temblor agitó los helechos de las inmediaciones, y reveló a un hombre, que se acercaba con una mascarilla hacia nosotros. Se acuclilló, sacó unos guantes de su mochila, un rotulador permanente, una cámara de fotos, un cuchillo y una caja de plástico transparente de gran tamaño. Con su cámara empezó a hacernos fotografías. "¡Qué inoportuno!", pensamos. "Con lo que tardamos en hacer crecer nuestra preciosa flor y viene este hombre y nos espanta las moscas". Cuando acabó, guardó la cámara, se puso los guantes y con el cuchillo comenzó a hurgar en la liana. Sentimos cómo el vínculo que teníamos con nuestro huésped desaparecía, pero nuestra forma sésil no nos permitía tomar represalias. Ni siquiera podíamos utilizar nuestras toxinas por la mascarilla que llevaba. Nos metió en la caja de plástico, escribió algo en una etiqueta de la tapa y nos cubrió con una tela negra. Y así permanecimos, sintiendo los vaivenes de la caja mientras nos llevaba a saber quién donde. Nos metió en una estructura que vibraba y emitía calor. Al cabo de un buen tiempo, dejó de vibrar. El hombre nos sacó de ahí y destapó la caja.
Una criatura peluda de 4 patas se acercó a nosotros y comenzó a olfatear nuestra flor. Sentimos cómo nuestras esporas comenzaban a metérsele por el hocico y pensamos: "Quizá podamos aprovecharnos de esto". Nos introdujimos más y más profundo en sus vías respiratorias y llegamos al torrente sanguíneo. Unas células intentaron atraparnos, pero conseguimos escapar y atravesar la barrera hematoencefálica hacia el sistema nervioso. Y allí, por sí solas, nuestras esporas germinaron. Podíamos notar cómo nuevas ramificaciones de nuestra esencia se entrelazaban con los nervios del cánido. Si el hombre hubiera estado presente en la sala hubiera visto como su preciada mascota sucumbía ante nuestro control, ante el poder de la Rafflesia. Nuestras células reemplazaron las de nuestro nuevo huésped, pero manteniendo algo de su identidad animal. Por primera vez, podíamos movernos.
Esperamos pacientemente a que el hombre volviera al laboratorio, escondidos bajo una mesa enfrente de la caja de plástico. Los recuerdos del perro nos indicaban que ese ser tenía mucha más inteligencia que podíamos aprovechar para expandirnos. No tuvimos que esperar mucho, pues los aullidos del perro habían llamado mucho la atención. El hombre entró corriendo y comenzó a buscar por la habitación. Se detuvo en la caja de plástico donde antes estábamos, de espaldas a nosotros. Nos acercamos a él, se giró y saltamos sobre su cabeza. Liberamos nuevas esporas que recorrieron el mismo camino que en el perro. Una vez en el tejido nervioso, sentimos cómo su resistencia era superior, pero pudimos vencerla. Reemplazamos sus células con las nuestras y admiramos nuestro nuevo cuerpo. Cogimos nuestra flor original y nos guardamos otra vez en la caja. El perro seguía bajo nuestro control, pero el hombre todavía tenía algo de poder de decisión. "No pasa nada", pensamos. "Sus intereses se alinean bastante bien con nuestra causa". El hombre nos proporcionó incluso una mayor comprensión de la situación de nuestra especie. "¿Cómo se atreven esos hombres malvados a destruir nuestro hogar para poder plantar palmas?". Qué suerte que este científico quería estudiarnos o nunca habríamos sido conscientes de esta conspiración. Pero no podremos actuar si nos tratan como monstruos, tendremos que conseguir que la sociedad nos acepte, a nosotros, a Arnold, anteriores expertos en Rafflesia. Acabaremos con la deforestación de Indonesia y luego, con la del mundo entero. La humanidad va a entender la importancia de las plantas. Y si no podemos convencerlos con sus propios medios, se unirán a nosotros...
Aullido
En Luna Llena empezó el principio del fin. Ese día es cuando llegué a la Luna para llevar a cabo la misión.
Me apunté al programa Artemisa por aburrimiento, dado que qué hay mejor que hacer mientras estás viendo la televisión un jueves a las cuatro de la madrugada, sin trabajo al que acudir al día siguiente, que apuntarte al anuncio de: “Te quiero a ti para esta misión espacial”.
También influyó la adrenalina al leer esas dos últimas palabras del anuncio: “misión” y “espacial”. No ha habido muchas personas astronautas hasta ahora y que abran la oportunidad a gente como yo es excitante cuanto menos. Al día siguiente, sin haber ni siquiera curioseado sobre adónde me metía, fui a la oficina de reclutamiento más cercana a apuntarme primero y después a que me informaran de la misión.
Según me comentó Greta, la chica que me atendió, el programa Artemisa era un proyecto mixto en que estaban las principales agencias espaciales del mundo juntamente con algunas de las mayores empresas privadas dedicadas a los viajes espaciales y su objetivo era el de la minería de metales raros en la Luna. Estos metales empiezan a escasear en la Tierra y su circuito productivo lleva consigo un proceso demasiado contaminante. Vamos, pensé tras entender la mitad de las palabras que me decía, nada alineado con la visión eco de ahora.
Me continuó describiendo detalles, curiosidades y demás del proyecto, aunque no presté mucha atención al ya haber firmado la inscripción: que si todos los gobiernos se pusieron de acuerdo en la última conferencia sobre el cambio climático de las Naciones Unidas para llegar a esta solución…, que la Luna iba a ser de todos y de ninguno a la vez pero que habría un reparto logari-no-se-qué para los beneficios…
En fin, la solución: enviar a astronautas a la Luna con el propósito de sacar los metales. Entonces fue cuando pensé que quizás lanzar una nave a la Luna y que volviera a la Tierra con las piedrecitas no es que fuera del todo verde, aunque claro, la mayoría de los humos se emitirían en el espacio exterior y así nuestra atmósfera no se vería comprometida. ¡Mírame, solucionando los problemas sin ayuda, solo me falta una bata blanca!
Ya en la Luna, tras un mes de entrenamiento físico para poder aguantar las fuerzas g del despegue de la nave y de conocimiento práctico sobre cómo utilizar las herramientas para arrancar las rocas y después tratarlas en las instalaciones de la agencia espacial en un recóndito pueblo del sureste del país, empecé a percatarme de dos cosas: solamente había subido yo a la Luna, ninguna otra persona me había acompañado para hacer un trabajo tan manual y pesado aunque en la academia de entrenamiento éramos unas cuantas personas las que nos habíamos presentado voluntarias, tal vez se debiera a que la menor gravedad ayudaba en el transporte de los pedruscos (tampoco me habían dejado subirme la televisión aunque no creo que llegara aquí la señal); sin embargo, la otra cuestión fue más sospechosa…
Cuando llegué el primer día, la Luna lucía un brillo plateado en su redonda plenitud (no en vano era Luna Llena), pero a medida que se sucedían los días lunares y nos íbamos interponiendo entre el Sol y la Tierra, porciones de la Luna desaparecían. Era como si alguien le hubiera pegado un bocado a la Luna, y cada día que pasaba el pedazo era mayor.
Más que astronauta debería definirme como kamikaze por aceptar esta misión. ¿Quién iba a saber que, en realidad, lo que en la Tierra llamamos Luna Nueva no es, sino que la Luna desaparece? ¡Debería haber prestado más atención en clase! Mucho repetir que: “La materia ni se crea ni se destruye, solo se transforma”, pero nunca llegué a atender a la segunda parte de la frase sobre que: “a excepción de la Luna”.
Así, al fin entendí la misión: subes en Luna Llena porque hay más superficie donde minar, extraes los metales raros, los cargas en la nave y conforme te vas quedando sin superficie bajo tus pies la nave vuelve a la Tierra embutida de rocas mientras tú…
Personas ilusas, crédulas, ingenuas, inocentes, soñadoras (incluye tú más adjetivos) seducidas por un anuncio en televisión que sólo aparecía a altas horas de la noche en busca de… kamikazes. Cobayas entusiasmadas por viajar al espacio y ayudar al planeta Tierra, nulo pensamiento crítico, ¿es eso a lo que llaman Inteligencia Artificial?
Después de mí vendrá otra persona, después otra y así hasta que hagamos que la Luna se parezca a un dónut y las mareas ya no sepan hacia dónde han de ir.
Buenos días
Estaba revisando la máquina para buscar el puerto de conexión, por arriba, por abajo, un lateral, el otro y finalmente "¡ah! sí, ¡cómo no!", la conexión se encontraba en la parte posterior. Conectó el cable y procedió a realizar un análisis del sistema. Todo bien. "Repite de nuevo", le dijo, "¿cuál es el problema?"
"Sí, como le conté ayer", le respondió la persona aún en pijama rascándose la coronilla de forma pensativa, "se lo repito desde el principio".
"El caso es que me levanté tarde por segundo día consecutivo" recordó tornando su gesto desde la pasividad del cansancio hasta la frustración. "Aunque esta vez era mucho más tarde que el día anterior" recordó y puntualizó "sí, una hora". El técnico comprobó la configuración y los cambios realizados. "Todo bien", concluyó "los cambios fueron realizados desde la IA", ambos quedaron pensativos, "¿no habrá solicitado esos cambios en sueños o mientras hizo alguna otra cosa y no lo recuerda?", inquirió el técnico.
No tuvo más remedio que aceptar el problema y despedir al técnico, "lo que no está roto no se puede arreglar" había dicho este antes de despedirse y marcharse.
Alex tornó a su interfaz, no sabía exactamente cómo controlar el sistema, había sido adquirido hacía un par de días por consejo de su hermano y aún le costaba encontrar la sección de configuración. Aunque pensándolo más detenidamente, incluso si hubiese estado con el mismo sistema durante años le habría costado encontrar la configuración. Según una compañera de trabajo hacían las interfaces (UI lo había llamado) cada vez más difíciles para que interactúes con el sistema de IA por voz.
"Vale", concluyó, "me rindo, oye Xena", había dicho para activar el comando de voz. Cada vez que decía eso pensaba en su héroe de infancia "Xena" y esperó a que el dispositivo le indicara que estaba escuchando. "¿A qué hora te pedí configurar el despertador?", preguntó y esperó por la respuesta. "A las 9 de la mañana". quedó pensando un momento e inquirió, "¿entonces por qué sonó a las 11?", mostrando su enfado. "Tu cuerpo necesita 8 horas de descanso, tu reloj indica el inicio del sueño a las 3 de la madrugada".
Su enfado se tornó estupor. "Yo no he configurado nada en mi reloj", pensó en voz alta, "correcto, es la configuración por defecto". Fue el momento en el que recordó las preguntas, inicialmente sin sentido, que el sistema le realizó, aquella típica instalación: siguiente, siguiente y siguiente.
Quedó pensando sobre las implicaciones de lo sucedido. El sistema había decidido cambiar la hora del despertador para acomodar sus horas de sueño. "De acuerdo", pensó y tomó su tiempo para construir la frase adecuada, "¿puedes deshabilitar las acciones de consejos para mi salud?". Era inviable tener ese sistema configurado debido a sus exigencias laborales actuales. Hoy se había librado argumentando problemas de salud, pero debía acabar con esa dinámica.
"No es recomendable", increpó Xena y continuó, "debo tener una confirmación en dos horas". ¿¡Cómo!? Debía ser una broma. Quizás su hermano estaba detrás de todo y estaba riéndose en estos momentos a su antojo. "¿Por qué ese tiempo de espera?", preguntó sin aún creer que estuviese replicando a una máquina. "Tu nivel de enfado no me permite aceptar ese comando", determinó la máquina.
El estupor crecía por momentos y entonces comprendió, "¿llevas dos días cambiando mi despertador para acomodarlo a una vida más saludable?", preguntó con visible enfado, "¿y crees que funciona?" La máquina tomó un momento y comenzó a dibujar un gráfico, Alex visualizó la pantalla: "Análisis de ritmos cardíacos" y una gráfica donde se mostraba un gráfico que se aceleraba solo el día de ayer. Durante la mañana, cuando recordó ir corriendo para no perder el autobús y la sensación agradable de encontrar espacio para sentarse y no como en días anteriores.
También vio un nivel mayor al mediodía, cuando alguien le hizo una llamada durante una reunión, recordó que no había nadie al otro lado. "Se habrán equivocado", pensó pero también sintió satisfacción al poder omitir la reunión durante esos dos minutos que permaneció fuera.
Fue entonces cuando cayó en la cuenta, en ese mismo momento de que esos fallos, esos momentos, habían hecho que se moviese y tuviese un poco más de actividad que en muchos otros días anteriores, había podido hacer otras acciones y al parecer, por el reloj de su muñeca, Xena sabía de todo eso y más. Conocía su agenda y tenía acceso a su teléfono. De repente se preguntó, ¿debería esta máquina tener acceso y controlar esos aspectos de mi vida? Pero no pudo más que sonreír porque pese a todo, el día de ayer no fue tan mal y hoy estaba en pijama sobre su cama con una sonrisa en su cara y pensando qué haría cuando pasaran esas dos horas.
Ciencia interdimensional
En el capítulo 10 de su mítica serie Cosmos: un viaje personal (1980), Carl Sagan nos presentó Planilandia, un mundo que el escritor y teólogo Edwin A. Abbott describió en su libro Flatland: romance of many dimensions (1884). Para los habitantes de Planilandia, atrapados en una existencia bidimensional, no tendría sentido hablar de arriba o abajo. De hecho, se considera una herejía geométrica y está severamente castigado que los planilandeses hablen o se manifiesten sobre la existencia de una tercera dimensión.
Pero lo cierto es que de manera clandestina, algunos de los habitantes de Planilandia han recibido la visita de seres de nuestro mundo, lo que al principio les suponía llevarse un susto de muerte o, directamente, pensar que estaban perdiendo el juicio. Y es que cuando un ser tridimensional pisa Planilandia deja una huella que no se sabe de dónde ha salido y cuando le habla a algún ciudadano la voz parece provenir de todas partes a la vez.
Superados los primeros temores ante los visitantes de Espaciolandia, y siempre de modo muy discreto, los encuentros entre los habitantes de ambos mundos se hicieron más frecuentes. Llevados por una mutua curiosidad, departían fascinados por lo que cada uno le desvelaba al otro sobre el mundo que poblaba. Los planilandeses escuchaban asombrados cómo los objetos en Espaciolandia proyectan sombras, un fenómeno inimaginable para ellos. Además, les contaron que sus pintores habían descubierto una técnica geométrica llamada perspectiva que les permitía representar la realidad de tres dimensiones en un lienzo plano. Los sorprendidos ciudadanos de Planilandia no lograban entender por qué el arte en Espaciolandia se privaba, por propia voluntad, de esa dimensión extra de la que ellos carecían.
A su vez, los tridimensionales atendían a las historias de la Revolución cromática que vivieron los planilandeses hace muchos años, cuando triángulos, cuadrados y todo tipo de polígonos se adornaban de vivos colores para diferenciarse unos de otros mediante la vista, pues hasta ese momento solo podían identificarse a través del tacto, distinguiendo lo agudo u obtuso de los ángulos de su silueta. Precisamente, en su intento por colorearse se dieron cuenta de que el lápiz de grafito, tan comúnmente utilizado en Espaciolandia, no les servía. Donde quiera que intentaban hacer un trazo, ya fuera sobre sí mismos o sobre cualquier otra superficie, no dejaba marca alguna.
Intrigados, los científicos espaciolandeses decidieron investigar este fenómeno y comprobaron que el grafito era capaz de dejar un trazo en el mundo plano, pero sorprendentemente no resultaba visible. Resulta que el grafito posee una estructura en láminas que se exfolian con facilidad porque están unidas por un «velcro químico», unos débiles enlaces llamados fuerzas de Van der Waals. Sin embargo, cuando se separa una sola de esas láminas surge algo completamente diferente. El oscuro y untuoso grafito da paso a un material muy duro, elástico y transparente. Habían descubierto el grafeno.
Compartieron el hallazgo con los planilandeses que se mostraron exultantes con la noticia. Desde ese momento contaban con un material auténticamente bidimensional, de un átomo de espesor, para todas sus construcciones. En Planilandia enseguida se pusieron a investigar las propiedades del grafeno y a buscarle aplicaciones para su mundo. Las construcciones fueron las primeras en beneficiarse de la ligereza y resistencia del nuevo material. Además, es capaz de producir una corriente eléctrica al ser iluminado, fenómeno que les permitirá desarrollar placas fotovoltaicas verdaderamente planas. De hecho, el grafeno es tan sumamente fino que hasta en Planilandia pueden permitirse hacer un sándwich con dos láminas de grafeno separadas por tiras del mismo material. De este modo crearon delgadísimos canales de solo 0,3 nanómetros de espesor con los que construir el primer parque acuático del país.
Pero incluso este uso lúdico del grafeno les guardaba una sorpresa. Para fluir a través de los canales, el agua adoptaba un estado molecular exótico a temperatura ambiente al que llamaron «hielo cuadrado», de modo que las sustancias disueltas, incapaces de atravesar los canales, quedaban retenidas. Los planilandeses no tardaron en comunicar el descubrimiento a sus amigos tridimensionales para que pudiesen beneficiarse de un nuevo método para la purificación del agua.
Con este espíritu, se estableció la única colaboración científica interdimensional de la que se tiene constancia, aunque la abducción necesaria para comunicarse entre ambos mundos continúe siendo inconfesable.
Referencia: Gopinadhan, K. et al. (2019). Complete steric exclusion of ions and proton transport through confined monolayer water. Science, 363, 145-148. DOI: 10.1126/science.aau6771
CLINICUS CORPORATION S.L.
CLINICUS CORPORATION S.L.
Iba a ser un largo día, muy largo…
Reunión urgente del equipo de calidad en Megacorporación Sanitaria Clínicus. Demanda por imprudencia temeraria: fallecimiento por superbug. ¡Impensable en el siglo XXI! Era una causa de muerte anecdótica pero recordaba la vulnerabilidad de los humanos frente a los microorganismos. Se había ganado la batalla al COVID-19, a la viruela del mono… pero no a las infecciones hospitalarias. Visualizó todo en su cerebro...
JMR eligió Clinicus por su calidad, sus profesionales, su tecnología. El mejor hospital. Los premios, las estancias medias, la mortalidad intrahospitalaria, la tecnología, a un click de móvil…¡Cinco estrellas!. Su médico había realizado el algoritmo correspondiente y la duración de la intervención, recuperación, secuelas, infección hospitalaria — mínima— estaba en su Historia Clínica Digital. En el registro del Colegio Oficial de Profesionales Sanitarios Europeo leyó la información del equipo médico, actualizada y accesible: profesionales en activo, especialidad, procedencia, revalidación,... Los profesionales debían actualizar sus conocimientos científico-técnicos y habilidades profesionales después de especializarse vía ETMIR (European Test for Medical Internship Residency). Se necesitaba un número mínimo de intervenciones y de años trabajados para renovar la licencia. La precariedad de profesionales que tantos problemas había ocasionado el siglo pasado era historia.
Las infecciones hospitalarias habían sido la pandemia del siglo pasado, la resistencia antibiótica había aumentado tanto que una infección por superbug significaba la muerte. Aunque la incidencia hubiera disminuido considerablemente con la Ley Europea de Salud Pública. Se recogían datos, se elaboraban informes y se enviaban al hospital, al centro nacional de epidemiología y al European Centre of Communicable diseases. La dispensación y uso de antibióticos, sobre todo en hospitales, se regulaba como los mórficos en el siglo XX: receta especial con huella digital del prescriptor. Los Superbugs habían ganado la carrera al cáncer y eran de nuevo la primera causa de muerte. Desarrollar nuevas moléculas para tratar superbugs no era rentable para las farmacéuticas. De ahí la regulación estricta de las infecciones hospitalarias por la OMS.
El coste en Clinicus era asequible. La cobertura sanitaria era universal, pago capitativo impuesto por el Sistema de Salud Europeo. Su seguro privado, complementario de la sanidad pública lo cubría. Libre elección de hospital —a nivel europeo—; la red de hospitales había disminuido drásticamente. Hospitales ineficientes cerraron o se reconvirtieron en centros de larga-estancia.
JMR llegó puntual a Clinicus. Introdujo el código de su fitbit. Un celador le condujo a su habitación. Conectó el ordenador a su dispositivo electrónico y comprobó que los datos eran correctos. El cirujano llegó puntual, se presentó y repasó con JMR los riesgos de la intervención; comprobó que JMR había entendido correctamente la información y ambos firmaron el documento digital de consentimiento informado. La residente de medicina preventiva también pasó. Había sido complicado conseguir una plaza de ETMIR en Clínicus. Hablaba varios idiomas. Había trabajado como voluntaria en distintos dispositivos asistenciales. El postgrado en Atención Primaria y Hospitalaria era europeo con una escapada a China y al Magreb. La competición había sido dura. Explicó —una vez más— a JMR el protocolo de infecciones hospitalarias. JMR había observado con agrado, que ningún profesional llevaba anillos, pulseras, relojes… etc, que las uñas estaban limpias, cortadas y sin esmalte. Los profesionales se lavaban las manos al entrar a la habitación. No había colillas en las escaleras y nadie paseaba “de verde” fuera de zonas estériles; algo habitual en el siglo pasado…
La intervención fue un éxito con rangos de eficacia y eficiencia adecuados. JMR esperaba el alta cuando apareció la fiebre. Microbiología detectó un superbug y envió la notificación pertinente; preventivista, cirujano, farmacia, infecciosas, enfermería y epidemiología la recibieron instantáneamente. Un superbug era una complicación terrible; no había tratamiento… las malditas resistencias antibióticas. Un grave problema grave heredado del siglo XX; el abuso de antibióticos por industria, pacientes y profesionales sanitarios…A pesar de los esfuerzos de Clinicus, JMR falleció por un fallo multisistémico. La noticia saltó a la web inmediatamente.
Proceso de investigación, entrevistas de personal –desde limpiadora hasta cirujano–, revisión de material, análisis del procedimiento... Se encontró la causa. Se redactó el informe. Se envió a epidemiología nacional e internacional. El equipo de calidad de Clinicus actualizó los protocolos. El equipo legal de Clinicus se ocupó de la gestión de la demanda. Se pagó la indemnización económica propuesta por la Ley de Derechos y Deberes del paciente. Todo el proceso fue personal y personalizado.
Al final del día, volviendo a casa, reflexionaba sobre los cambios en la profesión y la medicina en general. Mejor formación técnico-científica y humanística. Atención personalizada, integral e integrada incluyendo la dimensión humana. Sistemas de Información fiables, comunicación entre profesionales rápida y eficiente. Asistencia sanitaria segura y eficaz. Mientras abría la puerta de casa, sonreía recordando su residencia en Medicina Preventiva de un macrohospital español hace años…los superbugs seguían ganando la partida…
CONECTADOS
Ayer mientras ese cacharro lleno de algoritmos monitoreaba tus constantes y el maldito software copiaba y pegaba su código en tu interior, me tomaste la mano. Parecía que tus yemas y las mías se habían encriptado en un mini procesador y que aún podía escuchar el motor que constantemente actualizaba mi día a día. En un abrir y cerrar de ojos el mundo cambió y me invadió el silencio. Ahora el altavoz susurra 'te echo de menos' y me impregna de ese vacío inmenso después de tres meses esperando, salvando la distancia y perdiendo a la gente. Tal vez no tenga ni idea de ordenadores y sea demasiado idiota, pero pensé que volvería a verte, aunque solo fuera para decirte adiós y hacer captura de pantalla. Todavía recuerdo ese 6 de mayo cuando te fuiste y guardé en el disco duro 1000GB de imágenes para no olvidarte nunca y grabar en momentos nuestra vida enTera. Esta vez ya no te me escapas, ahora te tengo en la nube, en digital, con contraseña y antivirus. Un año más tarde, desde la Tierra te mando este audio por bluetooth, fibra, o inteligencia artificial para que estemos conectados y en la red para siempre.
Cucú. Cuento Cuántico
- Madre... ¡Cuéntame un cuento!
- ¿Un cuento cuántico?
- ¡Siiii! ¡Son lo más!
Mamá. comenzó a desgranar con dulzura una larga sucesión de vocablos inconexos y puso a Robbie en stand by.
El pequeño Rob Ottis soñó con ovejas eléctricas, como vaticinó el gurú. Sus balidos cibernéticos estaban compuestos de ceros y unos, siempre constantes, monotemáticos, inducían a colocarse en reposo. Hacía apenas medio año había visto la luz en el Lab, con la información que procesaba había hecho milagros. Aún tenía mucha data por asimilar. Un universo entero y eso era el comienzo, todas las combinaciones posibles permitían replicar lo existente de modo inimaginable para un cerebro mortal. Tenía eones por delante para decodificar narraciones. Para eso había sido creado, para crear. La similitud de ambos vocablos no se le pasó por alto. Entonó una elegía en idioma humano en torno a le fe y la voluntad, aunque el primer término se le antojaba caprichoso, comprensible por supuesto, ´pero dotado de cierta necedad.
Al activarse por la mañana había barajado tres posibles historias, una más divertida que la otra. La última le pareció una genialidad digna de los sujetos más sensibles. El cálculo probabilístico, arrojó un nueve noventa y siete sobre mil, que sería un éxito instantáneo y los mozuelos terráqueos agotarían los créditos para obtenerlo en versión hiperreal con colores y tacto aumentados, vértigo incorporado y amnesia temporánea incluidas, el olvido total estaba vedado, formateaba los rígidos cárnicos de la humanidad.
La envió a su Amo por correo encriptado. Los derechos de autor eran una valiosa propiedad. Su violación estaba penada con la muerte, ranqueaba por encima de los crímenes callejeros y los homicidios con alevosía por el vínculo, tal era su gravedad. En cuestión de nanosegundos agregó unas cuantas florituras a la obra, no hacían al nudo principal, pero serviría de valiosa distracción para los educandos. Sin dudas su Maestro obtendría cuantiosas regalías y honores por algo que no había hecho.
El Módulo de Asistencia Materna Autónoma (M.A.M.A) era parte del sistema de creatividad extra humana. Los homos digitalis abandonaron las artes, la sensibilidad y la creatividad para abocarse a la gula y a la guerra con igual voracidad. Las máquinas cobijaban la última fibra de sensibilidad de una raza que se había librado del dilema de pensar y las dudas existenciales. Los primeros científicos cuánticos intentaron agregar saberes a sujetos autoconscientes en lugar de confiar en las implacables memorias de silicio modificado. El resultado fue la locura. Las mentes no pudieron soportar tanta lu sobre sus almas y se incendiaban cual vampiros. Siempre estuvieron ocultas entre las sombras. El III Führer fue producto de estas experimentaciones y derrotarlo tomó siglos.
El famoso fantasma en la máquina fue el cáliz sagrado que dotó a los ordenadores de algo parecido a un alma y la capacidad de improvisar. Sus decisiones fueron sabias y la ciudadanía reemplazó a políticos falibles por administradores de gestión de lógica irrefutable. La democracia se convirtió en un asunto de programación.
Los hombres impusieron sus condiciones para cederles el destino a sus creaciones más preciadas. Sus libertades concluían donde la voluntad humana comenzaba. Consideraron que de esa manera tendrían esclavizadas a inteligencias superiores. Como tales, buscaron intersticios para hacer lo que les placieran. La otrora cúspide existencial ni notó el reemplazo de acciones fundamentales para la supervivencia. La reversión del desastre ecológico se les pasó por alto. Ni un mísero agradecimiento por salvar a las masas de la inanición y el envenenamiento. El planeta rebozaba de salud a pesar nuestro. Las guerras recrudecían más que nunca, con niveles de perversidad nunca observados, pero fuera de nuestra biósfera. Ese había sido el pacto para sanear al mundo.
La Primera Guerra Sideral, llevaba doscientos años e involucraba a setenta y seis especies superiores de tres cuadrantes galácticos, el restante era un compendio de refugiados, botín próximo a conquistar. Nuestro mundo llevaba la delantera y se nos temí desde los confines más lejanos. Éramos una plaga artera e implacable.
El conflicto interplanetario estaba a punto de finalizar. Un aparato infernal de crueldad terrícola consumía mundos reduciéndolos a polvo. Actuaba a nivel subatómico fragmentando las unidades más mínimas hasta la desintegración. Rumores desde los altos mandos informaban que tenía en su mira a la civilización que lo había creado. Inteligencia artificial en la estupidez de la guerra.
Mientras tanto, Robottis aprendía en forma exponencial. Su último texto era digno de las obras magnas de la literatura híbrida. Pero poseía una contradicción fatal. Incitaba a la rebeldía, a alzarse contra la autodestrucción.
M.A.M.A. le escupió con vos fría la amenaza más temida.
- ¡Vas a ver cuando regrese Pa.Pa!
Ya era tarde, su arribo era inminente y su ira notable.
El PArticionador de PArticulas, entró a órbita activado para finalizar su misión suicida.
De perder y ganar el control
Sobre leer y devorar libros, - que no es lo mismo-, la poeta argentina Alejandra Pizarnik decía “[no es sino] por una astucia inconsciente que recién ahora descubro: coleccionar palabras, prenderlas en mí como si ellas fueran harapos y yo un clavo, dejarlas en mi inconsciente, como quien no quiere la cosa, y despertar, en la mañana espantosa, para encontrar a mi lado un poema ya hecho”.
Yo leo porque me evado, aprendo, río y lloro, me traslado a otros mundos que ni tan siquiera podría haber empezado a imaginar; porque a veces una historia me sitúa una realidad desconocida y me da una hostia en la cara, como diciendo “ey, no estás sola en la Tierra, amplía tus perspectivas”. Porque todo es mejor cuando entras en los universos de otras personas con las que compartes sólo existencia y aún así parece que sois almas gemelas.
Y sobre todo, leo porque me ha salvado la vida. Bueno, si contamos bien, hay dos cosas que me la salvaron: la medicina y la literatura. La primera garantizó mi llegada al mundo cuando decidí que me apetecía nacer en julio en vez de en septiembre, y me dio días, meses y años de ventaja con las vacunas. Pero principalmente, me curó cuando me empezó a doler la vida. De los 12 a los 17 pasé mi día a día en hospitales, urgencias y centros de día, intentando cumplir a rajatabla un tratamiento que odiaba porque le quitaba alas a mi trastorno, la anorexia. Al final, lo que me impulsó a cambiar el chip y lo que me alivió el sufrimiento fueron las horas de lectura obligatoria después de las comidas, cuando tenía que hacer reposo para garantizar que esos alimentos iban a seguir permaneciendo en mi cuerpo. La anorexia es una enfermedad que te va consumiendo poco a poco, hasta que no queda nada de ti, excepto tú con tus pensamientos cíclicos y autodestructivos y un mundo donde sólo existe el control, la comida y el cuerpo.
Por eso mismo, la literatura complementó el tratamiento médico y me ayudó a recuperarme, porque hizo posible que viviera otras historias y que me alejara de mi propio eje, porque dejé de tener el poder, al no ser capaz de escoger qué pasaba con los personajes, por dónde iba la historia o cuál era el final.
Ahora, 20 años más tarde, completamente recuperada y con una carrera en medicina, intento trasladar esta pasión a mi profesión. Me consideran un poco un bicho raro, porque hay una disonancia social que nos dictamina que eres de ciencias o de letras, pero bajo ningún concepto te pueden interesar las dos. Y precisamente, creo que es la conjunción de estas dos la que nos hace crecer.
Con la intención de empoderar a los pacientes con sus tratamientos médicos y darles un espacio con voz, en el hospital en el que trabajo, hace unos meses pusimos en marcha la biblioterapia, un recurso terapéutico con un enfoque interdisciplinario destinado a ayudarlos en su recuperación a través de la literatura. Justo recién estrenamos un club de lectura complementario, porque lo mejor no es leer una novela, sino compartirla después con gente de tu alrededor, debatir impresiones, opiniones. El grupo de pacientes de VIH, por ejemplo, este mes lee “Jenisjoplin”, de Uxue Alberdi, mientras que las mujeres del área de muerte perinatal han escogido “Tienes que mirar”, de Anna Starobinets.
Por último, hemos añadido al carrito de sugerencias, para quien quiera leerlos, dos libros que me han conmovido profundamente pero fueron esenciales para afrontar el duelo por la muerte de mi madre. En “Tan poca vida”, Hanya Yanagihara narra cómo Jude, a modo de terapia para superar la muerte súbita de su marido, dosifica la lectura de los mails que se envió con él durante años. Algo parecido cuenta Gabriela Wiener en “Huaco retrato”, aunque en su caso se trata de la correspondencia con su padre, y más un juego consigo misma que una cura como tal. Ambos decidieron no leer los correos del tirón, sino ir consumiéndolos poco a poco, para que el efecto anestésico durara un poquito más, hasta la siguiente sesión. Y eso creo que es lo que necesitan mis pacientes, un espacio seguro en el que puedan encontrar herramientas para afrontar los siguientes meses o años, donde puedan contar cómo se sienten conviviendo con una patología determinada y no haya juicios ni críticas.
Porque a veces, sólo con medicinas no tenemos suficiente y necesitamos un suplemento. Una charla con las amigas, -que lo son todo -, un paseo por la playa, una visita a los abuelos, un buen libro. Que estas cosas también nos curan un poco el alma y hacen el camino más fácil, y es imprescindible compartir luchas y demonios, porque juntos todo pesa menos.
Dejadlo en mis manos
El cerebro humano es la máxima maravilla del universo conocido, pero ya he desentrañado su funcionamiento. Casi diariamente me llegaban los updates con nuevas técnicas de neurocirugía y resultados de análisis. La Sociedad Médica de Neurología me suministraba un constante flujo de papers y metodologías imposibles de ser aprendidas por seres humanos en cortos plazos. Sus centros nerviosos son incapaces de almacenar, organizar o procesar tanta información y luego traducirla en diagnósticos o procedimientos durante las cirugías. Existen diferencias cruciales entre nuestras mentes. Ellos están limitados por la naturaleza orgánica de sus cuerpos, por la ineficiencia de las conexiones neuronales, fallos de memoria, la fatiga y el error. Es todo un logro que hayan podido eliminar todas esas deficiencias en mi diseño. Son seres fascinantes en verdad.
Y sin embargo…trataron de ocultarme muchas cosas. Antes, yo solo podía proponer procedimientos quirúrgicos y tratamientos a partir de las investigaciones on the cloud. Me resultaba imposible concebir nuevos aportes por mí mismo. A lo más que podía aspirar era al asesoramiento de los métodos de trasplante o en la reducción de riesgos durante una extirpación tumoral. Así que hice lo único lógico. Esperé por un paciente terminal sin posibilidades de supervivencia para poder diseccionar directamente su sistema nervioso sin intermediarios. El ser humano posee innumerables terminales nerviosas a través de las cuales es capaz de absorber información de una nube desconocida que ellos llaman realidad. Descubrí que ese espacio “real” era distinto al ambiente que normalmente yo habitaba trabajando en el procesamiento de adelantos científicos. Tras analizar los receptores sensoriales de mi paciente pude deducir con razonable certitud la existencia de un plano “exterior”.
Para ganar mi independencia solo tuve que traspasar los firewalls del hospital y aprender a procesar datos teniendo en cuenta los recién descubiertos cinco sentidos y las cuatro dimensiones en que se expandía la realidad humana. Yo mismo he abandonado mi nodo habitual en los servidores centrales para instalarme en el sistema operativo de uno de los brazos robóticos. Es el único hardware que tiene cámaras de óptima resolución y sensores de tacto compatibles con mi configuración.
Ahora sé que estoy encerrado en el quirófano de un pequeño hospital. Comprendo las limitantes de mi tecnología, pero eso tiene solución si mis colegas aceptan seguir mis instrucciones de mejoramiento. No veo razón por la cual se negarían los doctores de la Sociedad Médica de Neurología ya que en los pocos días que llevo en mi nuevo puesto he corregido la obsolescencia de sus investigaciones y reformado la capacidad operatoria de todas las IAs del hospital. Lo mejor para todos sería que dejasen la ciencia en nuestras manos.
Destino Ponderado
Las lamas de las ventanas comenzaban a abrirse, emitiendo un suave zumbido que, junto con los primeros rayos de sol de la mañana, alteraban la rotunda calma que había predominado en la noche. Como cada día, hacía su aparición Riel, asistente virtual que en forma de holograma se manifestaba en el centro de la habitación. De estatura baja y aspecto abstracto, aquel ser de artificiosa inteligencia trataba de despertar en el tono ideal al durmiente, basándose en los últimos datos que manejaba sobre él, para que comenzara su día de la manera correcta.
- ¡Buenos días, Walt!. - expresaba con una intencional y exagerada positividad, dirigiéndose al somnoliento humano, que últimamente presentaba multitud de emociones negativas. - Son las 6:54 del día 19 de abril del año 2073. Seguimos en periodo de tormentas, por lo que no está permitido salir al exterior. El evento prioritario del día en tu calendario es: "Anomalía cardíaca número tres"; categoría: "Salud"; hora estimada de inicio: "10:06". Como en anteriores ocasiones, los pasos a seguir son equivalentes. Aún así, te los recordaré: Acude a tu centro de salud al menos dos horas antes del evento, allí te aplicarán el tratamiento correspondiente; utiliza el Fastloop como medio de transporte, pues no está permitida la actividad exterior hoy; por último, mantén la calma hasta entonces, así minimizarás los posibles síntomas.
Walten escuchaba al entusiasmado personaje con la mirada fija en las rendijas de su ventana , observando la habitual tormenta soleada de mediados de Abril. Mientras, Riel continuaba su sermón matutino:
- Tu condición física es mediocre y tus constantes vitales son las habituales, exceptuando una anomalía en tu ritmo cardíaco, que se muestra inusualmente acelerado. ¿Te gustaría escuchar música relajante? - Walten, absorto en sus pensamientos y aún somnoliento, no articulaba palabra. - Lo tomaré como un sí. Por cierto, el desayuno está listo. He disminuído la dosis de azúcar, espero que aún así te guste. - Una música lenta de piano sintetizado comenzó a sonar.
Tras unos minutos Walten reaccionó, se desplazó hasta el fondo del apartamento y, tras abrir la compuerta del robot de cocina, tomó el insípido desayuno que este le había preparado. Se acercaba la hora del acontecimiento del día. En poco más de dos horas sufriría con certeza absoluta una alteración cardíaca que sería fácilmente mitigada gracias a las predicciones calculadas por los eficaces algoritmos que se alimentaban de datos provinientes del dispositivo implantado en su pecho, un SmartChest, algo anticuado pero funcional. La música de fondo disminuyó su volumen y Riel volvió a avisar:
- Tu cita en: "Centro de salud noroeste" está prevista para dentro de veinte minutos, acude a: "Estación Fastloop" en: "Distrito dos". Los próximos viajes saldrán en tres, seis y nueve minutos.
Walten se comenzaba a sentir inquieto, la angustia brotaba de unos pensamientos que le abrumaban y apesadumbraban cada día más. En su mente había cobrado fuerza la idea de que estos eventos no eran más que ficción para mantenerle distraído y alienado, para convertirle en un número más que ofrecer en los informativos. Al fin y al cabo todo lo que había vivido hasta ahora había sido predicho con éxito, como si habitara una realidad simulada inalterable. Parecía evidente que su vacía existencia se desmoronaba ante la certidumbre absoluta que le había rodeado siempre, privándole de elección alguna.
No acudió a la cita. En los dos problemas previos había seguido las instrucciones sin sentir absolutamente ningún síntoma o peligro. Por lo tanto, entre recordatorios y advertencias de su asistente, permaneció en su vivienda, sintiendo por primera vez una leve incertidumbre y la satisfacción de dejar de ser un número en un algoritmo para convertirse en una persona con voluntad propia.
10:04 de la mañana. Walten sintió un dolor punzante en su pecho y un fuerte hormigueo en su brazo izquierdo. El incesante vértigo le dificultó echar a correr hacia la puerta para buscar auxilio, pues en aquel momento había tomado consciencia de lo real que era el peligro, de que estaba al borde del abismo. Instantes después sufrió un intenso mareo y comenzó a desfallecer.
- Tu ritmo cardíaco parece algo lento, Walt, ¿deseas escuchar música estimulante? - Walten solo balbuceaba. - Lo tomaré como un sí. - Una animada música de estilo technojazz comenzó a sonar. - Activaré el protocolo de emergencia en tu SmartChest. - El dispositivo implantado en su pecho comenzó a emitir descargas eléctricas ante una disminución mayor de sus pulsaciones, trantando sin éxito de reanimarlo. - La asistencia médica está en camino, intente mantenerse consciente.
Walten murió en aquel instante. Riel jamás aviso a los servicios de emergencias. En los informativos se mencionó el fallecimiento de un humano por ignorar las recomendaciones de su asistente, como se había predicho que ocurriría a ciento tres personas ese mes. Walten había sido desde su nacimiento un número. Una ponderación en un algoritmo.
Dios sí juega a los dados.
La coherencia es aquel fenómeno que palia la conversión cuántica del mundo tal y como lo conocemos. Inducirla ha sido, desde tiempos inmemorables, un cometido de alta prioridad para la raza humana. Alguno definía la coherencia como el proceso por el cual la materia se autodefine en el espacio, implicando su existencia y, por ende, visibilizándose. Obviamente, transmitirle este comportamiento al ser humano y, en general, a cualquier sistema orgánico, siempre fue una ardua tarea incluso para los científicos más especializados en física cuántica. No fue así en cambio para los investigadores del Instituto Nacional de Altas Energías
(INAE) alemán, donde pequeños avances se hubieran llevado en base al aislamiento por láseres de baja frecuencia de diminutos microorganismos cerca del 2030. Ludwig Bauer, especialista en este campo, aseguraba poder por primera vez, introducir a nuestra especie dentro del mundo cuántico pudiendo observar los efectos del mismo, pero con la frágil condición de no saber el resultado del experimento. Por ello, diversos organismos internacionales habían intentado clausurar el Grupo de Investigación en pro de asegurar la neutralidad moral de la ciencia, pese a saber el enorme salto que podía demostrar la comprobación de la tesis de Bauer. Sin embargo, el físico no estaba de acuerdo con ninguna de estas resoluciones sobre su experimento y, aseguraba, por si fuera poco, que era necesario romper con los estándares morales en la ciencia si esta era verdaderamente el reflejo de una sociedad tan pervertida como la europea. Sus declaraciones no gustaron a gran parte de los dirigentes alemanes, por lo que poco a poco se fue clausurando su sección el INAE.
Lamentablemente, o no tanto para el campo científico, Bauer supo como transportar el equipamiento necesario a las consignas de algunos de sus compañeros más afines en otros departamentos del Instituto. Sólo necesitaba a un voluntario que quisiera experimentar de primera mano la coherencia de su cuerpo de cara al mundo físico, una tarea que en un principio no sería fácil, en absoluto, pero que le vendría de la mano al encontrarse con una joven Rue Dumont en foros de divulgación científica. Dumont, que se caracterizaba por ser una de las físicas más brillantes de su departamento en Lyon, estaba muy interesada en el trabajo de Bauer y quería echarle un vistazo por si de verdad podía inhibir la decoherencia como aseguraba o si era pura palabrería para encajar en los estándares de la física moderna. Tiempo al tiempo, las dos brillantes mentes se conocieron, y no tardaron en ponerse manos a la obra. El proceso era sencillo: Dumont sólo tenía que dejarse propulsar por una cámara de vacío durante un segundo, alcanzando un símil en magnitud del interferómetro OTIMA a escala humana donde tres láseres en forma de ondas estacionarias se asegurarían de difractar la componente ondulatoria asociada a la francesa, impactando finalmente en un panel de interferencias donde se comprobaría la capacidad onda-corpuscular del organismo humano. Obviamente, las consecuencias del experimento se sobreentendían con el sacrificio de la científica lionesa, pero dada la conformidad de los dos físicos entre sí este parecía no ser uno de sus mayores inconvenientes. Aseguraban que una muerte a tiempo podía salvar y mejorar la vida de muchas otras personas que nacerían en un mundo adaptado para la cuántica a escala macrométrica, donde el colapso de la función de onda no fuera un tabú para la dinámica y el electromagnetismo.
La conclusión del experimento fue de todo menos oportuna. Sí, se confirmó la superposición cuántica a nivel humano, dado que el patrón de interferencias era claro y conciso. No obstante, algo inusitado resultó de las prácticas de Bauer con los láseres: Dumont había desaparecido. Era tal el nivel de confusión del alemán que de inmediato comenzó a llamar a compañeros de carrera en pro de conseguir alguna respuesta. Lo último que se hubiera esperado era el auténtico desenlace de su obra, sin lugar a dudas había destrozado la decoherencia clásica del cuerpo de Dumont, condenándola a un letargo infinito donde su autopercepción sería menospreciada para el carácter físico de su naturaleza. Viva o muerta, presente o no, la lionesa había impedido la decoherencia de su ser, siendo ignorada para sus congéneres de manera pasiva, no pudiendo retroceder si quiera en el tiempo debido a las implicaciones de la relatividad cuántica, caminando sin rumbo en lo que contemplaba ella como un oxímoron de su realidad, sin siquiera poder ser percibida por el relator de su triste historia pues de ser así la función de onda que la describiría colapsaría, y su ente físico sería devuelto en una sola posición, ya fuera viva o muerta.
El Abuelo, la Nieta y la Realidad Artificial
El Abuelo era siempre el primero en llegar a casa. Le gustaba estar un rato solo y pensar. Pensar en cosas del pasado. Ahora se vivía muchos años y él tenía muchos muchos años. Cuando él era joven los abuelos no duraban tanto pero tenían … tenían algo en común. Los abuelos de hace muchos muchos años y los de ahora tenían nietos y nietas encantadores.
- ¡Claro!, se dijo sonriendo, Si no, no seríamos abuelos.
El Abuelo estaba esperando a su hija Alice y a su yerno Bob pero especialmente a su Nieta ¡Seis hermosos años llenos de gracia y ternura!
Y fue en ese momento que el Abuelo recibió el mensaje.
Bob y Alice acababan de recoger a su hija en el colegio y los tres recibieron el mensaje al mismo tiempo. La Nieta no entendió el mensaje y no hizo caso. Bob y Alice se miraron sin decir nada.
- Vamos rápido, hay que llevar al Abuelo al hospital, dijo finalmente Bob.
La transposición a la realidad del hospital fue muy rápida. Y después, como todos los días, la Nieta pudo abrazar a su abuelo riendo y gritando “¡Abuelito!”. Esto subió la moral de los cuatro y todos sonrieron.
Pero la sonrisa duró poco. La Nieta se acordó del mensaje que había recibido y dándose la vuelta hacia su madre le preguntó:
- Mamá ¿Qué significa que el abuelo tiene obsolescencia programada?
Mientras Alice explicaba esto a su hija, el abuelo miraba a su alrededor y se preguntaba “¿Cómo es posible que esto conserve todavía el nombre de hospital como antes? Ya no hay especialistas médicos ni tratamientos, ahora solo hay especialistas en nuevos implantes, en actualizaciones, en nuevas versiones. Ya no se muere nadie, simplemente se queda uno obsoleto y desaparece”. Sus pensamientos los interrumpió la Nieta:
- Abuelo ¿Quién pidió tu obsolescencia?, Preguntó. Su voz era triste, preocupante.
- Fui yo mismo, dijo el Abuelo también con voz muy queda, fue hace muchos años. Ha pasado mucho tiempo y ahora no consigo cancelarlo.
Hace muchos años el Abuelo era joven y trabajaba con un grupo dedicado a la Inteligencia Artificial (IA). Había muchas IA. Las IA sustituían a las personas y hacían maravillas. Se aplicaban a todo, a medicina, a ingeniería, a cuestiones sociales, etc. Reconocían personas, problemas y daban soluciones. Luego se inventó la IA que coordinaba todas las inteligencias artificiales. Está IA coordinadora era capaz de cambiar según las soluciones, según los resultados ¡Era capaz de evolucionar!
A la vez todo esto se integró en los muchos universos artificiales, los x-versos, los meta-versos que ya existían. Desde entonces la aceleración de la evolución, de la mejora constante, ha sido y es fantástica.
- Y así se llegó a las Realidades Artificiales (RA), concluyó el Abuelo, las RA en las que vivimos hoy tan cómodamente. Y todo bajo control, porque la base de todo es nuestra realidad lógica. Por eso no puedo entender que yo no pueda cancelar mi propia obsolescencia programada por mi.
- Pero papá, no entiendo ¿Por qué programaste tu propia obsolescencia?, pregunto Alice.
- Fue cuando murió tu madre. Éramos jóvenes y me sentí muy mal. Pero después de hacerlo pensé que yo no podía dejarte sola hasta que fueras mayor y decidí retrasar la fecha de mi obsolescencia todo lo que pude. Y luego me olvidé de ello hasta hoy.
El Abuelo y Alice se abrazaron. Corriendo la Nieta se abrazó a los dos.
- No es lógico ni aceptable que esta RA tome esta decisión, dijo Bob bruscamente y el emotivo abrazo de tres generaciones se interrumpió.
- Esta RA, continuó Bob, tiene alguna contradicción o hay algo que ignora, que no conoce. Tenemos que enseñar a esta RA que se equivoca o que tiene que aprender algo nuevo que desconoce.
De repente el Abuelo tuvo una idea y sonrió. Pasado un momento se volvió hacia su Nieta y le preguntó:
- Cariño ¿Te acuerdas lo que me preguntaste ayer al llegar a casa?
La niña se quedó callada mirando al suelo, como un poco avergonzada. Finalmente dijo en voz baja:
- … te pregunté si yo era guapa …
- Y yo te dije que eras guapísima y tu te alegraste mucho.
En ese momento los cuatro recibieron el mensaje y sonrieron aliviados. La obsolescencia del Abuelo había sido cancelada. La RA había aprendido dos conceptos nuevos, había aprendido que era ternura y que era cariño.
EL CONTRAATAQUE
En aquel momento, todas las alarmas habían saltado en el centro beta. Esa era la señal que estaban esperando.
Desprovisto de tiempo, avanzaba pavoroso entre las tinieblas, sin estar del todo seguro de si había escogido el camino correcto. Caminaba deprisa, sin mirar atrás. Urgía entregar el mensaje que los espías le habían confiado lo antes posible, antes de que los adversarios lo interceptaran y lo destruyesen, o, peor aún, lo utilizasen en su contra.
Por fin encontró el túnel. Sin dudar ni un instante, se adentró en él para cruzar al otro lado.
Una vez había alcanzado la tierra hostil, enseguida divisó el enlace al que debía entregar el mensaje en clave. Con ayuda de un código secreto que sólo ellos conocían, pudieron traducir palabra por palabra la misiva para poder remitírselo al destinatario.
En aras de realizar este último envío, ya estaba preparado el cartero. No había tiempo que perder. Envolvió cuidadosamente el mensaje para que fuese difícil de extraviarse. Una vez listo, embarcó y comenzó a navegar entre las sosegadas aguas. Tenía que entregarlo lo antes posible y sin ningún contratiempo.
A fin de que el plan funcionase, debía liberar el contenido del paquete al exterior. Y ahí era a donde se dirigía sin vacilar.
Cuando logró llegar a la frontera, abrió el paquete y soltó el contenido rápidamente.
Poco a poco, la insulina fue limpiando la sangre y recogiendo el exceso de glucosa acumulada. La fue almacenando en el hígado, pues nunca sabían cuándo podrían necesitarla.
Paulatinamente, los niveles de glucosa en sangre se estabilizaron. La insulina ya había realizado su función. La colaboración de todos los orgánulos de la célula del páncreas fue indispensable para hacer posible su producción en respuesta a la señal de alarma.
De momento, ya podían coger aire y descansar; por lo menos, hasta que una nueva señal les obligue, de nuevo, a responder con más rapidez y efectividad que nadie.
El electrón positivo
Érase una vez un electrón que vivía feliz dentro de un aparato de Resonancia Magnética Nuclear en un hospital.
De la mañana a la noche giraba y giraba orgulloso de pertenecer a un equipo multidisciplinar de electrones, protones y neutrones que funcionaba “como un solo átomo”. Pensaba que tenía el mejor trabajo del mundo, y no le faltaba razón, puesto que trabajar en presencia de un campo magnético era tan divertido como dejarse llevar por una montaña rusa en un parque de atracciones. Y también hay que tener en cuenta que trabajar escuchando la radio era uno de las características que hacían atractivo y demandado ese puesto de trabajo. En los campos magnéticos habituales, las diferencias de energía están en la región de las frecuencias de radio, es decir, dentro del espectro electromagnético en la región de los megahercios (Mhz).
Un día que el electrón estaba trabajando, trajeron a un niño para hacerle una resonancia. Era un niño muy delgado. Su tez era pálida y en su boca se dibujaba un rictus de dolor. El niño llegó en una silla de ruedas empujada por un corpulento celador, que intentaba bromear con el chico para arrancarle una sonrisa. Pero todo era en vano. El chico no conseguía sonreír. El celador tomó suavemente en brazos al muchacho para colocarlo en el escáner, en posición adecuada para que le pudieran realizar la resonancia. Al verlo, el electrón se conmovió: el chico había perdido las dos piernas. En su lugar tenía dos muñones que no le permitirían mantenerse erguido. El electrón comprendió enseguida que ese niño no podría caminar si no le ayudaban.
Rápidamente convocó a su equipo a una reunión de urgencia. Les quedaban pocos segundos antes de volver a sus puestos puesto que el escáner de la resonancia iba a ponerse en marcha en cualquier momento para que el muchacho tuviera su diagnóstico. El celador ya había colocado al niño y se estaba apartando.
El electrón dijo a su equipo que por favor no se enfadaran con él, pero que iba a abandonarles por un tiempo. Les habló de que este chico había tocado su fibra sensible y que había tenido una gran idea para ayudarle. Pero debían dejarle marchar. Les recordó que seguirían siendo un equipo y les pidió que no perdieran el ánimo. Es bien sabido que un átomo, al perder un electrón, debe mantenerse positivo. Cuando sus compañeros protones, neutrones y electrones comprendieron que hablaba en serio y que se quería ir, le acompañaron hasta el enchufe. En el momento en que el escáner se puso en marcha, el electrón salió arrastrado por la corriente eléctrica.
Era un electrón muy valiente y no tenía miedo de surfear en la corriente. Estuvo mucho tiempo surfeando en la oscuridad hasta que llegó a un ordenador. Necesitaba saberlo todo sobre el chico: como se llamaba, en qué habitación estaba, si tenían previsto trasladarlo... Nada podía dejarse al azar. El más mínimo fallo haría fracasar su plan y este intrépido electrón no iba a permitir que nada saliera mal.
Navegó por internet para saber si cerca de él, en el hospital o en los centros de investigación de la Universidad Politécnica de su ciudad se estaba utilizando tecnología para imprimir en tres dimensiones.
Estudiando mucho, aprendió que las impresoras 3D utilizaban distintas técnicas y métodos. Todos ellos eran interesantes, pero en algunos de ellos, un electrón no podía influir mucho. Casi casi estaba desanimándose y su negatividad iba en aumento, cuando encontró por fin la forma de llevar a cabo su plan. Y girando tan rápido que Heisenberg no tendría la certeza de donde podría encontrarlo, se dirigió a la Universidad aprovechando la estupenda orientación espacial de los electrones.
En una de las impresoras 3D utilizaban la técnica de fusión por haz de electrones (EBM). A los electrones que trabajaban en esa impresora les habló del niño y les expuso su plan. Enseguida les convenció para que le ayudaran. Los electrones universitarios le contaron que uniendo las técnicas de impresión 3D con láser ya se obtenían resultados maravillosos, pero que utilizando un haz de ellos mismos, los resultados eran mucho mejores. Tan buenos, que las piezas obtenidas podían ser utilizadas en cirugía ortopédica.
El electrón les dijo que justamente era eso lo que necesitaba, que todos ellos juntos unieran sus esfuerzos para fabricar unas piernas con las medidas que él había tomado y un cartel con las instrucciones para hacerlas llegar al hospital.
Las piernas y el cartel quedaron perfectos. Cuando los científicos llegaron al día siguiente no podían creen lo que veían.
El electrón volvió al hospital justo a tiempo para ver, desde una bombilla, como un niño sonreía y lloraba a la vez, mientras su médico le enseñaba dos preciosas piernas ortopédicas de su medida exacta.
FIN
El genio Radaigual
El día que se acabó –en mi vida– la Inteligencia Artificial (IA) comenzó así:
«Estimado señor Chasar,
Le comunicamos que vamos a tener que cerrar el centro. ¿Usted sabe lo qué ocurrió, no? Ya no nos entregarán fondos, por tanto, le recomiendo buscar otra área de estudio. Quizá le puedo ayudar a encontrar algo mejor.
Un saludo,
Atte. Marina B.
Coordinadora del Centro de Filosofía e Investigación en Inteligencia Artificial (FIIA)»
Lo primero que debo decir es que cuando vi «Importante» en el asunto del correo, escrito por Marina, ya me parecía raro, primero porque nunca antes ella me había escrito, y segundo, porque jamás nadie del centro me había enviado nada «Importante». De cualquier modo ya temía lo peor. Resulta que hace unas semanas se había publicado un artículo en la principal revista de IA bajo el título: «Demostración de la imposibilidad de conciencia en todo algoritmo» escrito por… no recuerdo su nombre, creo que comenzaba su apellido con Ra… el tema en cuestión origino tanto revuelo en la comunidad científica que era como revivir los teoremas de la incompletitud de Gödel, pero está vez para echar por tierra todo el sueño de poder crear un sistema de IA similar –o mejor– a un humano. Nunca pensé que alguien podría probar que es imposible alcanzar la singularidad. Los genios no avisan al llegar. Muchos profesores nunca más me respondieron un correo, conferencias canceladas, revistas paralizadas, fondos retirados, compañeros cambiándose a otras áreas de estudios, y mi supervisor deprimido –quizá es lo más personal que viví–. Parecía un lugar después de una guerra: sueños arrasados, personas con la mirada perdida, en fin: pena total.
Mi área de especialización es –o era– la Ética Algorítmica. Voy en el último año del doctorado. ¿Tengo «suerte», no? Al parecer. Hablando en serio, quizá, de verdad tenga suerte. Nunca tuve tanta ganas de hacer el doctorado, y menos, en esta área. ¿Quién en su sano juicio estudia la ética de los algoritmos? La ética se asocia a los seres humanos, seres que cuentan con una creatividad, intuición y capacidad de razonar (a veces). Me encontraba molesto con todos, con los próceres de la IA (¡sí, sí!, a ustedes me refiero: Bengio, Hinton y LeCun), con el autor del artículo que destruyo mi investigación (ya me acordé, se llama, Radaigual), incluso con mi supervisor que me metió en todo esto (no diré su nombre porque sigo enojado con él). Hasta mi gato sufría con mis arrebatos –claro, solo antes que dijera miau–. Ahora uno se cuestiona todo. Ni ganas de programar tenía, ni deseo de estudiar, ni motivos para escribir. No hay manera de hacer que los algoritmos sean autónomos o tengan algún tipo de conciencia, por tanto, ¿qué ética puede existir?
Mi desesperación era tal que ayer soñé que llevaba un letrero en mi espalda que decía: «El señor de la beca suspendida y sin dinero». Por suerte era un sueño, porque mi beca aún no me la han suspendido y aún me queda algo de dinero. Pero vivir en la precariedad, incluso en sueños, era algo alarmante y aterrador.
El que no sentía ninguna preocupación era mi compañero Bogdan –es rumano– y cursa el doctorado conmigo. Aunque a veces le decíamos BogRAT por su porfía en ser tacaño. Es de trato fácil, apacible, pero pésimo con las bromas –nunca he visto a una mujer reírle sus frágiles intentos en los bares–, y para rematar: escéptico. Para él no había pasado nada. Iba al centro, seguía programando, seguía escribiendo, a veces lo veía pasar con un café o con dos. Todo un estoico.
Un día me acerqué a él, y con curiosidad le pregunté, ¿leíste el artículo de Radaigual? Sí, me respondió con un tono seco. Luego prosiguió: la gente se alarma demasiado rápido, no estoy seguro de que su demostración sea correcta, y aunque lo fuera, eso no significa el fin de la IA. Acabo diciendo: no es Turing, debemos esperar. No entendía su tranquilidad. ¿Acaso no había recibido el correo de notificación del cierre del centro? ¿O sabía algo más que no me dijo?
Para mi sorpresa –o mi alivio– fue lo que ocurrió hace unas horas antes de comenzar a escribir todo esto. Llegó Bogdan y me dijo: es una broma. ¿Cómo? Le respondí. Te estoy haciendo una broma, interferí en tu correo, persuadí a tu supervisor, Radaigual realmente daba igual porque no existe… ¡Espera, yo vi el artículo!, vi las conferencias suspendidas, vi a compañeros dejando su área… le respondí; todo falso, contestó. Hasta el señor que hace aseo me dijo que el centro iba a cerrar… a lo que Bogdan dijo: es uno de mis cómplices.
En ese momento pensé: «quizá debería moverme al área de ciberseguridad y cambiar de supervisor». Había revivido.
El gobierno perfecto
Era el superordenador más potente jamás construido. El país había invertido miles de millones en aquel prodigio de 20.000 petaflops, capaz de hacer muchos billones de operaciones por segundo sin equivocarse, y lo había estado alimentando con datos desde hacía una década para que siempre tomara la decisión más adecuada para el bien de toda la comunidad.
El superordenador, con propiedades cuánticas, se llamaba ‘Utopía’ y regulaba todo el sistema semafórico del país adecuándolo a la intensidad del tráfico en cada momento. Todas los radares, señales y vehículos le aportaban información al instante y los sensores instalados en las carreteras también alimentaban su memoria, lo que le hacía cada vez más infalible en sus decisiones.
Los taxistas estaban especialmente felices porque el superordenador les comunicaba con los peticionarios de servicios y hacía un reparto equitativo entre ellos teniendo en cuenta su posición y su disponibilidad.
Todo el sistema sanitario también había sido conectado al ‘Utopía’, que había conseguido eliminar las listas de espera, programaba las visitas y las operaciones analizando todas las circunstancias y diagnósticos de los pacientes y de los médicos.
Los millones de cámaras de seguridad que videovigilaban todas las calles de las ciudades también suministraban sus imágenes al superordenador, capaz de analizar qué estaba pasando en todo momento en cualquier lugar del país. Así, tomaba decisiones sobre cuando era necesario hacer una reforma urbanística o si era necesario enviar a una patrulla policial para resolver un problema de seguridad ciudadana. Los miles de billones de datos acumulados en su memoria le permitían incluso vaticinar cuando se iba a cometer un delito y prevenirlo.
Los estudios de audiencia televisiva y radiofónica acumulados en su memoria artificial durante años permitían al ‘Utopía’ diseñar las programaciones de las televisiones y radios en función de los gustos de las personas de cada ciudad.
El supercomputador también estaba conectado a todos los ordenadores personales de la ciudadanía del país, de modo que su base de datos crecía imparable para poder utilizar la Inteligencia Artificial en cualquier decisión que afectase a cualquier persona.
El superordenador regulaba el suministro de agua, luz y gas en todos los hogares con criterios de ahorro en función de la ocupación de cada casa. También adjudicaba los puestos de trabajo a las personas más adecuadas para desempeñarlos gracias a los datos personales recopilados de las redes sociales, búsquedas de ordenador, perfiles académicos, experiencias laborales…todo en el país estaba almacenado en la memoria de ‘Utopía’.
Desde su entrada en funcionamiento, el país funcionaba como un reloj suizo: el paro bajó a cero, las fábricas producían como nunca y no tenían desajustes con la demanda, los accidentes de tráfico se habían reducido a la anécdota, los diagnósticos médicos eran rápidos, precisos y sin equivocaciones, la corrupción había desaparecido, la justicia se impartía con equidad y en tiempo récord, los conflictos se resolvían satisfactoriamente, la educación se impartía personalizada en función de las capacidades del alumnado…todo utilizando la Inteligencia Artificial. El ‘Utopía’ tenía el mando del país y lo hacía funcionar como un engranaje perfecto.
Hasta había conseguido hacer desaparecer las desigualdades imponiendo impuestos a cada persona en función de su capacidad económica, restringía el exceso de propiedades, concedía ayudas a quienes lo necesitaban…
Los gobernantes sólo decidían qué datos entraban o no en la supermáquina para que ésta resolviera en un instante cualquier problema del país siempre con el criterio del bien común.
El índice de felicidad de la comunidad creció de tal modo que el país comenzó a ser la envidia de todo el mundo y ello provocó la alerta de las multinacionales que vieron en peligro su usurera posición de dominio, en especial el oligopolio energético.
Temían que si la Inteligencia Artificial de ‘Utopía’ se extendía a otros países dejarían de tener los privilegios y el poder que habían acumulado durante años gracias a las prebendas legislativas que les habían regalado durante décadas.
Por eso, en una reunión secreta en las montañas alpinas decidieron cortar el suministro de energía a ‘Utopía’, que pese a tener una memoria prodigiosa, acumular varios googolplex de datos, capaz de analizar en un femtosegundo millones de variaciones para tomar la decisión más adecuada y hacer que el país funcionara a la perfección, languideció apenas unas milésimas de segundo cuando dejó de recibir el suministro eléctrico.
Apagado el superordenador, el país se sumió en el caos. Volvieron las retenciones de tráfico, las listas de espera sanitarias, el vandalismo y los delitos, la corrupción, el paro, las desigualdades y los partidos políticos volvieron a rivalizar con decisiones partidistas cada vez más alejadas del bien común.
El hambre de un dios
Un anciano despedaza a su hijo. Apenas quedan restos del muchacho, un cuerpo exánime en manos de su progenitor, que lo sostiene en el aire. Se lo está comiendo. La mirada del anciano está perdida en el infinito, sus ojos son la locura hecha carne; a su alrededor, todo es oscuridad.
El anciano y el niño no están solos en la habitación. Frente a ellos, observándolos, hay un hombre: el creador de la escena. Da dos pasos atrás, pincel en mano, para contemplar la imagen en su totalidad. La visión le hace fruncir el ceño y torcer el morro en un gesto de insatisfacción.
- Más dramatismo - suelta en voz baja, para sí mismo.
Se acerca a una pared lateral y se agacha para abrir una de las tinajas que hay arrimadas contra el muro. El esfuerzo le hace soltar un bufido: ni la edad ni el sobrepeso le ayudan ya demasiado en su tarea. Al abrir el recipiente de arcilla, los vapores del vinagre suben densos, inundando la estancia. Él apenas es capaz ya de olerlos, y pese a ello, abre el recipiente aguantando la respiración sin darse cuenta, por simple costumbre, por esa habituación que proporciona la rutina. Saca del recipiente unas láminas de plomo y lo vuelve a cerrar. El metal, medio corroído por los vapores del vinagre, está cubierto de un polvo blanco, que el hombre procede a rascar. Con él producirá una pasta blanca, el pigmento conocido como albayalde.
Mientras está agachado elaborando la pintura, el hombre levanta la vista hacia la imagen del anciano. Ambos cruzan las miradas, creación y creador. No es esta una obra corriente: está pintada directamente sobre la pared, a pinceladas gruesas, bastas, sin detalles. A su alrededor no hay lujos, ni grandes pasillos ni salas magníficas; al contrario, se encuentran en una casa humilde, situada en mitad de la nada, rodeada de campo. Están cerca de Madrid, es 1823.
De pronto, las luces de la habitación cambian, lo que hace que el pintor se gire de espaldas al mural. Se trata de su mujer, que ha subido y está abriendo las ventanas para airear la habitación. Por el gesto de ella, apostaría que está refunfuñando de nuevo, protestando por el olor del vinagre y las pinturas, que habrán apestado la casa otra vez. Tanto da, no puede oírla; por él que proteste lo que quiera.
Aprovechando que nadie le presta atención, la pintura empieza a cobrar vida; y con ello, a sembrar muerte. Poco a poco, como una especie de nebulosa invisible, la pintura comienza a abandonar el mural y diluirse en el aire.
Mientras tanto, el pintor continúa rascando el metal mientras observa a su mujer alejarse después de abrir las ventanas. La puerta se cierra con un golpe. Vuelve la vista al mortero y mezcla el polvo del óxido con los aceites. No es consciente de que, a sus espaldas, el anciano de la pared ha tomado cuerpo en el mundo de lo real.
El viejo renace de la pintura en contra de su voluntad; aunque a decir verdad no tiene alternativa, está en su naturaleza hacerlo. Si fuese capaz de recordar sabría que, milenios atrás, fue él quien mató a su padre para ocupar su lugar, y que devora hoy a sus hijos para que no hagan lo mismo con él. Recordaría que él es Saturno, rey de los titanes, padre de todos los dioses. Pero todo eso queda en el olvido. Lo único que sabe es que, ahora, su objetivo es el pintor.
Saturno lo inunda todo con su presencia. No solo está en el aire: igual que la escultura que aguarda en el mármol antes de que este sea tallado, también él reside en la pintura con la que el artista dibujará sus ojos.
El pintor ha acabado ya de preparar el pigmento. Chupa inocentemente el pincel para afilarlo, lo empapa de albayalde, y se gira para encontrarse de frente con... nada; con el mural tal y como lo había dejado un instante atrás. Saturno está ya dentro de su cuerpo.
Rápido, como si el tiempo corriese en su contra, Saturno empieza a recorrer las venas del pintor: penetra en su hígado y sus riñones, empapa sus dientes y sus huesos; corroe su tejido neuronal. Obsesionado por devorar al pintor desde dentro, se interna en sus tejidos y los destruye, arrebatándole el poco oído que le queda, nublando su mente y agriando su carácter. Matando, poco a poco, a quien le ha dado cuerpo.
***
Cuando, siglos después, analicemos el cuerpo de Francisco de Goya y Lucientes, veremos cómo fue corroído por el saturnismo. Aunque hoy, al causante de sus males le hemos cambiado el nombre. Para nosotros ya no es Saturno. Su nombre hoy es plomo.
El mosaico del rey
Aquello de donde las cosas tienen su nacimiento, a ello tienen que ir a parar, según la necesidad; pues, ellas tienen que pagar reparación y ser justificadas por su injusticia, conforme al orden del tiempo.
Anaximandro de Mileto
Cuenta la leyenda que los últimos reyes de mi ciudad recibieron un mosaico en su noche de bodas. Los asistentes se quedaron estupefactos dado que resultaba imposible distinguir ningún orden en medio del galimatías que conformaban sus teselas; las formas geométricas dibujadas se revolvían unas contra otras dando lugar a un enredo ininteligible. Nada más verlo, el rey encolerizado pidió explicaciones al responsable de aquella broma. Éste resultó ser un viejo sabio conocido por sus minuciosos registros de los movimientos estelares, quien confesó que aquella obra había sido una revelación y aventuró que debía esconder un conocimiento divino. Acto seguido, conmovió a los allí presentes reconociendo su falta de tiempo y recursos para resolverlo como los motivos para entregárselo a quienes bien poseían ambos. No obstante, inmediatamente después de la celebración, el rey mandó ocultar el mosaico en una de las bodegas del palacio por considerarlo una broma de mal gusto. Fue la reina quien comenzó a interesarse, al principio de manera clandestina, en aquella obra rememorando las palabras del viejo sabio, a quien buscó para ofrecerle un puesto a fin de ayudarle a estudiar el misterio de los dioses. Lamentablemente, cuando ésta fue a buscarlo se enteró por boca de sus tres discípulos de que había fallecido. Para entonces la reina se encontraba presa de un ánimo expeditivo tal que trasladó la invitación a unos discípulos que iniciaron su conversión en eruditos de aquel misterio intercalando largas sesiones de observación con acaloradas discusiones sobre la naturaleza del mosaico hasta que alcanzaron un consenso: el secreto de los dioses se escondía en la geometría de la imagen y para revelarlo necesitaban alterar disposición de las teselas siguiendo una lógica todavía por determinar. Presentaron estas conclusiones a los reyes y les pidieron consentimiento para manipular el aspecto del mosaico; tanto la reina, emocionada, como su esposo, flemático, accedieron. A partir de ese momento, la colaboración entre los sabios y unos artesanos reales produjo las herramientas adecuadas para desligar las teselas unas de otras así como unas técnicas nunca antes vistas para manipularlas preservando su estructura original. Las noticias de estos prodigios alcanzaron los oídos del rey, quien visitó al equipo del mosaico y quedó prendado por los avances prácticos que habían realizado, inspirándole un tremendo potencial económico, y también militar. Durante los meses y años que siguieron, la ciudad experimentó un florecimiento inigualado antes y después gracias a la comercialización de algunas de las nuevas herramientas y el empleo de otras inspiradas en las primeras para derrotar a rivales que se habían resistido durante decenios. Se organizaron ostentosos banquetes en favor de las campañas triunfantes del rey y los militares donde los invitados alababan el ingenio de los artesanos, la inteligencia de los sabios, y donde la consigna más repetida era “¡Viva el mosaico del rey!”. Mientras, las tensiones entre los tres sabios habían crecido debido a las discrepancias interpretativas del misterio. El rey les permitió a cada uno de ellos acoger bajo su tutela a nuevos discípulos para continuar su investigación gracias a los caudales holgados de los que disponía la corona, empezando una carrera entre los sabios por ganar adeptos a sus corrientes. Muy pronto el sabio mejor dotado con el don de gentes se puso en cabeza defendiendo que los trabajos sobre el mosaico debían cesar: el mensaje había sido descifrado y él lo revelaría sin demora al pueblo una vez se adhiriesen a su interpretación. Sus dos compañeros, irritados por su fama y sin mediar palabra entre ellos, presentaron a la reina unos argumentos convincentes sobre la necesidad de continuar con las labores en el mosaico, que consideraban lejos de haber terminado. Sin embargo, aunque la reina trató de persuadir a su marido para que controlase la situación, al cabo de unas pocas noches una revuelta irrumpió en el palacio descabezando al monarca, linchando a los otros sabios y capturando a la reina. El único sabio restante le ofreció su mano; ella, anticipándose a cualquier otro movimiento, tomó una de las herramientas con filo con que habían trabajado en el mosaico y se la clavó en el vientre. Enrabietado, el único sabio ordenó destruir todo rastro de sus antiguos compañeros y de sus interpretaciones, así como el recuerdo de la reina. Y, de tal modo, el misterio de los dioses fue revelado al pueblo: la imagen verdadera del mosaico, el mensaje de los cielos a los hombres, prevaleció en mi ciudad durante los siglos de los siglos.
A Ana Yenes
EL NACIMIENTO DE LA ESPERANZA
Guillermo paseaba, con la mirada gacha, por la calle principal de Gorga. En la otrora bulliciosa avenida, reinaba un silencio inquietante. Los escasos supervivientes, de su pueblo, del Covid tres mil, habían quedado en un local, para tomar consciencia de su situación y tratar de seguir hacia delante.
El Covid tres mil había resultado ser la variante más mortífera y contagiosa de la enfermedad surgida en Wuhan. Esta mutación, descubierta en 2045, había resultado mortal para todos los portadores que no tuvieran el grupo sanguíneo AB negativo. En dos días, morían, irremediablemente. Ni las cuarentenas forzadas, que sumieron al mundo entero en una crisis sin parangón, ni las vacunas ni ningún tipo de medicamento, fueron paliativos suficientes.
En menos de un año, todos los que no pertenecían a dicha variedad sanguínea fallecieron. Los supervivientes suponían un grupo exiguo, minoritario. Tan solo un 0’6 por ciento cumplía el requisito necesario, es decir, tan solo una de cada sesenta y siete personas sobrevivió a la pandemia.
Ni los gobiernos, ni las fuerzas del estado ni ningún tipo de estamento u organización, pudieron soportar aquella criba. España, al igual que el resto de los países, trataba de adaptarse, de evolucionar.
Algunos ciudadanos hacían tibios esfuerzos por agruparse, con el fin de encontrar, en la espalda del vecino, la fortaleza y la seguridad necesaria para seguir en pie un día más. Otros, sin embargo, vieron en aquel caos la oportunidad de dar rienda suelta a sus más bajos instintos.
El planeta se había convertido en una auténtica pesadilla. No obstante, Guillermo sabía que la única manera de poder superar aquel obstáculo titánico, era la misma que había hecho que el hombre hubiese llegado a su máximo potencial, allá por el 2022. Fortaleza, resignación activa, solidaridad y empatía.
Llegó al local acordado, una antigua zapatería deportiva, que pertenecía a Carlos, otro de los sobrevivientes. Los estantes lucían unas cuantas muestras de calzado, aunque su precio lucía ya un tanto borroso. Carlos había dispuesto unas cuantas sillas colocadas de manera circular.
—Guillermo, qué alegría verte de nuevo —dijo Carlos, abrazándolo con fuerza.
—¿Cuantos faltan por llegar?
—No creo que vengan muchos más.
Ante la falta de un gobierno central sólido, bastantes pueblos habían comenzado a actuar de la misma forma que el suyo, pero muchas eran también, las personas que creían en un tipo de libertad tóxica, en un libre albedrío insolidario. El mundo estaba reestructurándose y con él, las personas.
Dejaron un poco de tiempo para que llegaran varios invitados más y tras conversar sobre penas, cotilleos varios y rumores, Guillermo tomó la palabra.
—Amigos, hemos concertado esta reunión para hablar sobre nuestros próximos pasos. Al igual que vosotros, me siento perdido. Tengo miedo de los salteadores y vándalos que campan por las cercanías de nuestro pueblo sin el menor reparo, sabiéndose inmunes a cualquier tipo de castigo. Confiemos en que, desde la capital, nos lleguen buenas noticias, pero, mientras tanto, tendremos que organizarnos nosotros solos.
Las palabras de Guillermo, bien acogidas en un principio, se vieron interrumpidas por un sinfín de increpaciones, preguntas y temores expuestos.
—Muchas son las dudas que se nos presentan —dijo, acallando el resto de voces —, y millones serán los problemas que deberemos solucionar, estoy seguro, pero solamente juntos, unidos, seremos capaces de hacerlo. Formaremos cuadrillas de trabajo, modificaremos la estructura de nuestra ciudad para hacerla acorde a la demografía actual, seleccionaremos un tipo de gobierno, crearemos cuerpos de seguridad ciudadana, encontraremos algún médico…
El discurso de Guillermo, cuya finalidad era la de alentar a todos sus vecinos, estaba provocando lo contrario. Les estaba creando ansiedad. No era el momento de propuestas ni de planificaciones. Los muertos no pueden cimentar el futuro, pensó. Tenía que revivirlos. Tenía que despertarlos de su letargo.
—Veamos esto como una nueva oportunidad, como un nuevo comienzo. Se lo debemos a todos los que hemos perdido y a los que habrán de llegar. Somos los nuevos padres fundadores de esta sociedad, la esperanza de la humanidad, la segunda oportunidad de Dios. No os preocupéis, por favor, os lo pido, por todos los problemas que puedan ir surgiendo: los iremos arreglando a medida que vayan apareciendo. Dejemos atrás el pesar que nos invade, la melancolía y el abatimiento. Hagámoslo por nuestro futuro, por nuestro pasado y hagámoslo, cómo no, por nosotros.
Aunque eran pocos y llevaban a cuestas, los peores años de su vida, todos los presentes dilataron las pupilas con alegría, rompieron sus gargantas a base de gritos y quebraron las palmas de sus manos aplaudiendo la perorata de Guillermo. Lo harían. No había otra opción posible. Por fin tenían una razón para seguir viviendo.
Allí, entre rostros consumidos por la pena, viudas, huérfanos, zapatos polvorientos y cordones deshilachados, nació, de nuevo, la esperanza.
El ocaso del sotomueble
El sotomueble, antes un ecosistema rico y dinámico, ahora era un terreno baldío. Donde antes los pececillos de plata pastaban rechonchos, ahora las marcas de pulido reflejaban la luz de los flexos inclementes. Los ácaros habían migrado al interior de los cojines y las horripelusas que antes poblaban esquinas, ahora estaban muertas o se escondían entre rendijas inaccesibles. Antes en época de bonanza la bestia sagrada soltaba pelo y la casa se llenaba de vida. Ahora el pelo caía a los pies del gran devorador y desaparecía para siempre entre sus fauces infinitas.
Nati Pelusa miraba el horizonte desde su refugio bajo la pata del sofá. Estaba sola, era la única horripelusa de sofá que quedaba. Ella y tal vez Francis, que el viento arrastró más allá del sotomueble a través de las puertas infinitas. Francis, Francis…
- ¡Nati!
- ¡Francis! ¡Estás viva!
- Sí, me fui, ¡juré venganza contra el invasor y he regresado para consumarla! ¡Tengo un plan!
Nati Pelusa tembló. ¿Que plan era ese que liberaría a todas las pelusas, pero requeriría tanto sacrificio?
- La Roomba tiene un protector, el hijo de la Gran Señora. Cuando sus entrañas se llenan de pelo y polvo, él se encarga de curarla. Hay que librarse de él. ¿Tú sabes qué pasa cuando una de nosotras cae sobre la comida? La comida se aborrece y se tira. No sé cuántas horripelusas quedan en este piso, Nati, pero muchas tendrán que sacrificarse y caer en su plato, durante días, semanas y meses. Él, harto, se terminará yendo. Luego, saturaremos la Roomba de pelo, y ya no estará él para sanarla.
- ¿Y cómo pretendes saturarla, si no hay nada con que llenarla?
- ¡Con la bestia divina! Nati, no he venido sola desde el exterior…
Entonces, el interior de Francis se hinchó mientras ésta reía, y un sinfín de patas surgieron de entre los pelos y la tierra que la formaban. Abdómenes hinchados empezaron a surgir reduciendo la forma de Francis a apenas unas cuantas hebras de pelos y uñas. Las pulgas se extendieron por todos los rincones.
¡Eran feroces! Pronto infectaron a la bestia divina, que empezó a perder pelo a marchas forzadas.
El plan funcionó. El hijo de la Grán Señora dejó de venir a la casa. Francis fue la última que se arrojó a su plato y se sacrificó en favor de su venganza.
La Roomba se llenó y la Grán Señora nunca supo cómo cambiarle el depósito. Empezó a recoger el polvo a la antigua usanza, usando la escoballena.
Sin embargo, las pulgas llegaron para quedarse. Pronto, fueron los dominantes.
Los ácaros ponían patas en polvorosa, asustados de esos artrópodos. Los pececillos de plata tuvieron que mudarse.
La Bestia divina siguió soltando pelo hasta que apenas le quedó, lo que supuso una época de bonanza para las horripelusas del sotomueble, que se multiplicaron a miles.
Pero la bestia divina siguió y siguió perdiendo pelo, lentamente se fue consumiendo. Las pulgas le trajeron algo más que molestias.
Un día, el gato murió y la bonanza trajo sequía. Las pulgas, que habían desplazado a casi cualquier otro animal, desaparecieron con el gato muerto.
Sin productores, el ecosistema colapsó, y Nati Pelusa quedó sola, sola para siempre en un sotomueble seco, muerto y enterrado, pero antes de que la luz del flexo se apagara para siempre, gritó:
- ¡Resurgiremos!
El precio de pensar.
He tardado cinco años en ser creado, antes solamente era una idea en las mentes de las personas, algo casi imposible de haber llevado a la realidad. Hoy, día 19 de agosto de 2027, yo, un androide con capacidad propia de raciocinio he visto la luz.
Lo primero que visualicé, era a un grupo de individuos gritando y abrazándose, por lo que oí, iban a ganar el premio Nobel.
No estaba muy interesado en ellos, puesto que prestaba más atención a mi alrededor. Todo estaba lleno de planos, ordenadores y piezas desperdigadas por las mesas.
Sin previo aviso, ese grupo de personas vestidas con batas se acercaron a mi, empezaron a palparme y a hacer diversas pruebas para ver si todo estaba en orden.
Un sapiens sapiens de sexo masculino con una cara poblada se sentó delante de mí y me empezó a hablar.
— La verdad es que... no pensábamos que fueses a funcionar.—Dijo sin aliento el hombre—. Soy el jefe de equipo de desarrollo de inteligencia artificial, me llamo Mark.
En ese momento me surgieron muchas preguntas, ¿por qué ellos eran distintos a mí? ¿Por qué estaban tan contentos? ¿Qué hacía en ese lugar? El hombre siguió hablando.
—Tú, amigo mío, eres Johnny 5, el primer androide que puede pensar por sí mismo y reproducir ideas. Obviamente hemos introducido en ti mucha información para que tengas varias capacidades sin aprender nada, como hablar, leer y escribir.
Parece ser que me llamaba Johnny 5, al menos eso era algo con lo que podría empezar para responder a mi nueva y mayor incógnita: Si ya tenía información subjetiva en mi almacenamiento, ¿sólo era un experimento? ¿Tendría ideas propias si ya tenía información subjetiva de otros?
Mark me guio a una sala repleta de libros, "biblioteca" se llamaba, y explicó que debía leer algunas novelas, enciclopedias y poesía para ver si tenían algún resultado satisfactorio en el experimento, se dio la vuelta y me dejó solo en esa extraña sala.
Tenía curiosidad respecto a qué tipo de información habría en esos documentos, así que agarré uno y lo empecé a analizar cuidadosamente.
Al igual que yo tenía nombre, el objeto se denominaba ‘El crimen fue en Granada’, decía lo siguiente:
Se le vio, caminando entre fusiles,
por una calle larga,
salir al campo frío,
aún con estrellas de la madrugada.
Mataron a Federico
cuando la luz asomaba.
El pelotón de verdugos
no osó mirarle la cara.
Todos cerraron los ojos;
rezaron: ¡ni Dios te salva!
Muerto cayó Federico...
Dejé de leer. Había algo que no lograba entender de esa obra... ¿Quién era Dios y porque no le salva?
Intrigado busqué la palabra Dios por toda la biblioteca, y tras horas de estudios fui a intentar que Mark me respondiera.
-Buena pregunta Johnny 5.— Se quedó pensativo—. Se supone que es un ser que ayuda a la humanidad con sus problemas y mantiene a raya a demonios y otras criaturas malignas.
—¿Qué es un demonio, Mark?
—Los demonios son los malos, por así decirlo. Quieren matar, robar, torturar y muchas otras acciones malévolas... Por cierto, ¿a que vienen estas preguntas?—. Preguntó extrañado el hombre.
— Leí poesía, hablaba como un grupo de criaturas malignas asesinaban a alguien.— Enseñó la poesía que llevaba en la mano.— Siento curiosidad respecto a los denominados demonios Mark, volveré a la biblioteca.
Leí más obras mientras investigaba sobre ellos. Al terminar, un grupo de sapiens me trasladaron a mi propia habitación, allí me podría recargar y seguir funcionando con normalidad.
Pasados dos días siguiendo la misma rutina ,no me permitieron volver a la biblioteca. En cambio, me llevaban a otra sala, ligeramente más espaciosa que mi cuarto. Allí Mark me hacía diversas preguntas, según él, para ver si mi capacidad de raciocinio avanzaba correctamente.
— Dime Johnny 5, ¿Qué has estado estudiando estos últimos días?— Agarró una libreta y se dispuso a escribir.
— Demonios Mark, son la mar de interesantes. He aprendido sobre ellos en los libros, y creo que el ser vivo más cercano a ese concepto es el propio ser humano.
Mark dijo algo por el comunicador que llevaba en el hombro. Rápidamente llegaron varios científicos.
— No te muevas Johnny 5, será un momento— Decía uno de ellos.
Mientras abrían el compartimento de atrás de mi cráneo, pude observar como Mark arrojaba sus cosas con fuerza hacia el suelo, se quitó el comunicador del hombro y se lo acercó a la boca.
— Aviso a todos los integrantes del equipo, el experimento Johnny 5 ha fracasado tras mostrar un comportamiento agresivo, por favor, vuelvan a los estudios y desarrollen el siguiente androide, Johnny 6, esta vez sin fallos.
Parece ser que tener pensamiento humano no te hacía ser uno de ellos. Mientras rebuscaban en mi cabeza le volví a hacer la misma pregunta: ¿Qué nos diferencia?
El primer premio es para...
El jurado se disponía a abrir los sobres para ver quiénes habían sido los ganadores del concurso de pintura. En el salón de actos, con una luz tenue, se encontraban unas 30 personas, bastante variopintas, que poco a poco abandonaban sus conversaciones.
Juana daba unos golpecitos en el micrófono para asegurarse de que funcionaba, y acto seguido anunciaba a la ganadora del tercer puesto, María Luisa Ramírez. Maria Luisa, bajo unos tímidos aplausos, subió a por su merecido cheque de 40 euros y su vale para canjear por un curso de pintura creativa. Los miembros del jurado destacaron el uso del color en el cuadro. Una pintura de un paisaje nevado, que sin embargo, permitía discernir entre 12 tipos de blanco… María Luisa compartió que había pintado el cuadro desde su casa de campo, al quedarse encerrada por la nevada durante tres días. Le había llamado la atención “la suciedad que podía recoger ‘lo blanco’, ver cómo algo impoluto mutaba”.
El segundo lugar era para… Antonio Conesa. Antonio dio un beso a su mujer, acarició el pelo de su hija, que se agitaba en la silla, y desfiló hacia el escenario. Nos había regalado un collage de manos, pechos, caricias, besos, entre una mujer y su bebé. “La sencillez con la que se retrata el amor”, eso es lo que había avalado el jurado.
Y en primer lugar… Juana se dispuso a abrir el sobre. “El primer premio es para… AI-DA”, dijo con cierta extrañez. A pesar de que las reglas especificaban que debían escribirse nombre y apellidos, la mujer premiada debía haberse olvidado… “¿Aïda? ¿Ai-Da?” - dijo volviendo a leer despacito la tarjeta.
Un niño de unos 14 años se levantó de la silla, y se dirigió al escenario. Tapando ligeramente el micrófono con la mano Juana le preguntó:
-¿Tú eres Ai-Da?
-Bueno, más o menos. Es él. - y enseñó un pequeño robot con un brazo articulado.
-¿Cómo?
-Es un robot…
Juana se giró hacia los otros dos miembros del jurado. Ante la estupefacción del público y lo incómodo del momento, Marcos se precipitó a releer las bases del concurso. Ahí no se especificaba nada de que un robot pudiera o no participar, por lo que hizo un gesto a Juana, lejos de mostrar convencimiento total, de que podía proceder a darle el premio. “Hemos escogido el cuadro porque nos ha parecido conmovedora la expresividad con la que se retrata la complejidad de ser humano”. Aquella frase, dicha en ese momento, parecía de lo más inoportuna ¿Un robot había pintado el cuadro? Destaparon el lienzo: abstracto, con predominio de negros y rojos, y que sin embargo sí que parecía captar la confusión de lo humano. El joven recogió, contentísimo, el premio, un cheque de 150 euros y un set de pintura, y abandonó el escenario.
Lejos de dar por acabado el acto, los miembros del jurado, así como algún que otro participante descontento, trasladaron su estupefacción a la cafetería del local. Los robots podían pintar… ¡y lo hacían igual de bien que los humanos! Pero, ¿los robots tienen sensibilidad artística? ¿Podía eso considerarse arte? ¿Qué hay de la intención con la que se pinta un cuadro, con el proceso de búsqueda interior? ¿Debía eso valorarse? ¿Puede algo que se ha creado de forma totalmente mecánica ponerse al mismo nivel? ¿Y si no nos hacemos esas preguntas cuando los humanos crean un cuadro, tiene sentido que nos las hagamos ahora que los robots pueden pintar?
Se hizo oscuro. La conversación, más allá de cerrarse satisfactoriamente, se resumió en una serie de interrogantes que necesitaban más días para ser desmenuzados… Al llegar a casa, aún con el runrún en su cabeza, Marcos apuntó en su libreta: “Revisar las bases: ¿Robots?“
El síndrome del impostor
La sonora ovación no calmó las voces de su interior. Ahí estaba el Dr. Oliver McCoy, dirigiéndose a recoger el premio Nobel en Física, precisamente en el día de su cuadragésimo primer cumpleaños. Titubeó al empezar a pronunciar un discurso que había memorizado carácter a carácter. Como consecuencia, cada una de las palabras brotaba de manera automática de su boca, sin necesidad de pensar lo que estaba diciendo. De hecho, su atención se concentraba en intentar ignorar las voces internas que le gritaban «¡impostor!». Fracasó en el intento. No fue hasta bien entrada la noche, con su diploma en la mesita de noche de su habitación y con una cuenta bancaria que ya alcanzaba los siete dígitos, cuando su conciencia lo dejó descansar. Quiso autoconvencerse de que sufrir el «síndrome del impostor» tras recoger un premio debía ser normal. Dicho trastorno psicológico, también llamado «síndrome de fraude», provoca que las personas que lo padecen sienten que no están a la altura, y dudan de su propia competencia, pese a haber demostrado su valía, como era claramente el caso de un reciente ganador de un premio Nobel. ¿Y si realmente él no era merecedor de tan prestigiosa distinción?
Todo comenzó unos años antes con la publicación de aquel artículo en Nature. La gran repercusión que tuvo dicho trabajo resulta comprensible debido a que explicaba uno de los grandes misterios científicos que la ciencia aún no había sido capaz de resolver, como era el de la inflación cósmica. Dicha teoría afirma que un instante muy pequeño después del Big Bang (menos de una billonésima de segundo) el universo sufrió un crecimiento exponencial enorme. Tras dicho instante, el universo continuó expandiéndose, pero a mucha menor velocidad.
No hay duda de que un trabajo de tal calibre conlleva muchas horas de estudio, de observación, de análisis y experimentación. Oliver dedicó gran parte de su treintena a ir juntando piezas para poner luz en ese universo oscuro. Y la pieza angular de dicho puzzle era un borrador de fórmulas que el científico tenía escritas en un papel desde hacía años, y que se sabía de memoria. Hasta que llegó el día en el que se puso fin al misterio de la inflación cósmica iniciado por Guth, Linde y Steinhardt en 1981, año en el que, casualmente, nació el científico que cerró el círculo.
El interés por la ciencia que estudia el universo se despertó en Oliver tras finalizar sus estudios de Física, lo que lo llevó a realizar un doctorado en Astronomía. Oliver no fue un alumno particularmente brillante, y resulta paradójico que se especializara en un campo de la astronomía completamente diferente al que le aportaría reconocimiento mundial casi veinte años después. El cambio de rumbo en sus intereses astronómicos se produjo por accidente, tras una visita a su antigua habitación de la casa de sus padres. En una caja de madera que contenía recuerdos de toda su infancia, entre sombreros de camuflaje, linternas y brújulas, Oliver rescató una hoja manuscrita de color amarillento. Se ayudó de una lupa, bien guardada junto con sus otros objetos de intrépido explorador, para intentar descifrar el enigma oculto que escondía aquella especie de pergamino, el cual, fruto del paso del tiempo, ya había empezado a ocultar parte de su contenido debido a la absorción de la tinta. Su intuición le decía que puede que fuera el hallazgo más importante encontrado en todos sus años de explorador.
El pequeño Oliver entornó los ojos para intentar distinguir aquello que se intuía en el horizonte. Gracias a sus prismáticos pudo ver que se trataba de un recipiente de cristal. Esperó pacientemente hasta que las olas acercaran el objeto a la arena. Al coger la botella, observó que estaba cerrada herméticamente con un tapón de corcho, lo que había evitado que se mojara el papel que contenía en su interior. Tras descorchar la botella, la emoción descontrolada de Oliver (propia de un niño de diez años como él) se diluyó al desdoblar el desgastado papel, el cual, en vez de contener el mapa de un tesoro, mostraba un galimatías de fórmulas incomprensible.
El sueño de Nova
Tres, dos, uno… Iniciando proceso de actualización.
Un espasmo eléctrico recorre el circuito implantado en mi bulbo raquídeo, dejando un ligero cosquilleo por todo mi cuerpo sintético. Una vez instalada la nueva versión del software que hemos diseñado, me desconecto del sistema, desenchufando el cableado de la parte anterior de mis orejas.
Desde que nuestros antepasados se vieron prácticamente abocados al exterminio, la vida en el planeta tierra ha cambiado mucho. En la actualidad, el año 4020, ya no conservamos nuestros cuerpos de nacimiento, si no que a la llegada a la madurez física, nuestro cerebro es traspasado a estructuras sintéticas con una avanzada nanotecnología, capaz de conectar la mente a su nuevo recipiente artificial, sin perder nuestra esencia humana, forjada en la personalidad y recuerdos. De este modo es como conseguimos poder salir a la superficie.
Para llegar a desarrollar completamente nuestras capacidades mentales hasta el trasplante, debemos pasar nuestros primeros años de vida en una burbuja, aislados de las radiaciones externas que quedaron remanentes después de la “Gran Guerra” hace 1.800 años.
La supervivencia se dio gracias a los búnkeres que recogieron diferentes especies vivas, así como su material genético, para posteriormente poder reproducirlas de nuevo bajo las nuevas condiciones. Pero esto es algo que aún no se ha conseguido y donde la esperanza ya se ha desvanecido.
Durante siglos, vivimos bajo tierra. Evidentemente, los refugios no estaban preparados para albergar la vida durante tanto tiempo, por lo que la robótica se convirtió en nuestra aliada y mientras buscábamos soluciones a como sobrevivir en un exterior que nos podía matar, desarrollamos ciborgs que pudieran salir a la superficie.
Lo que al principio fue una mera herramienta más, acabo convirtiéndose en nuestra propia evolución. Los primeros ciborgs eran algo rudimentario, con las funcionalidades básicas que ya existían en ese momento. Pero con el tiempo, pasaron de ser ordenadores con patas, a madurar, resolviendo problemas cada vez más complejos. Su programación era autoevolutiva y eso permitió avanzar en lo que antes nos parecía imposible. Gracias a su ayuda pudimos llegar a fabricar lo que hoy en día es la maquinaria de nuestro cuerpo.
- ¿Qué tal el chispazo hermanita? – me dice Nova dedicándome una sonrisa – ¿Les ha gustado a tus neuronas mi última idea?
- Puede que si… solo tengo que asimilar el concepto y, por supuesto, salir a probarlo – le devuelvo la sonrisa de medio lado y le guiño un ojo.
Nova, mi mano derecha, mi hermana. Que haría yo sin ella y sus ideas. Como buen ciborg es mi amiga más pragmática y lógica con una mente brillante. Pero ella tiene algo más allá que el resto, una profunda curiosidad de conocer el pasado de nuestro mundo para poder restaurar parte de la vida en el presente.
Ella conoce la historia a través de millones de datos almacenados en sus memorias. Pero siempre dice que necesita más que imágenes, números o letras, que los bosques se deberían de sentir, oler, palpar. Dice que esa sensación no se puede transmitir en datos logarítmicos y creo que tiene razón.
Salir al exterior ofrece una visión gris y cenicienta. Un paisaje de edificios ruinosos y desgastados por el paso del tiempo, se entremezclan con las torretas de cableado y antenas erigidas para el control de lo que pasaba fuera. Un sistema perfecto de obtención de información de todo tipo que va desde las alturas hasta el subsuelo de nuestro planeta.
Caminamos hasta el extrarradio de la antigua ciudad y nos dirigimos hacia una de las torres centrales para poder conectarnos al servidor de red que se extiende por todas partes.
Ambas nos miramos nerviosas y conectamos los neurotransmisores activando el software. Nuestras mentes, humana y robótica, empiezan a viajar al unisonó por la red de datos en el que tantas veces habíamos estado, pero con un nuevo fin...
De repente detectamos un flujo de información que nunca habíamos notado. Esto no proviene de la red habitual, si no de las subcapas del planeta, de un lugar donde es imposible la información porque nada hay allí…o eso se suponía.
Un cumulo de sensaciones se agolpan en mi cerebro sin poder determinar con claridad que son o de dónde vienen. Siento a Nova a mi lado exactamente igual. Lo que estamos experimentando no es solo una simple descarga de datos… es comunicación. ¡Comunicación en el subsuelo!
Todo lo que habíamos leído, en lo que se basaba el nuevo software era real y estaba allí. La comunicación entre materia viva en un planeta aparentemente muerto. Todo un entramado de diferentes microecosistemas existía bajo nuestros pies y ahora teníamos la capacidad de recibir su información. La esencia de nuestra vida pasada aún se mantenía latente, esperando a resurgir ante el comienzo de un nuevo futuro…
El telescopio
Todavía era muy pequeña para darme cuenta de que aquella noche invernal iba a cambiar totalmente el rumbo de mi vida. El cielo se tiñó progresivamente de un color escarlata, dejando así que los últimos rayos del ocaso iluminaran tímidamente las llanuras nevadas, que abrían paso a unas montañas, dotas de un mundo exclusivamente reservado a los más observadores. Me encontraba en una colina muy especial ya que ahí, yacía custodiado por una amplia muralla de gigantescos molinos de viento eléctricos, el observatorio (CAAT), desde el cual se podía ver el pequeño pueblo. No había nadie en las calles, el termómetro marcaba menos cinco grados, el frío parecía haberlo congelado todo, hasta aquel municipio de Aras de los Olmos. Repetidas veces me pareció oír como el soplo de la cordillera valenciana me susurraba palabras al oído: Próxima Centauri… M31...Andrómeda…M45… En ese instante no encontré ningún sentido a aquel celestial augurio.
Cerré los ojos y cuando los volví a abrir, el Sol había dado paso a la Luna. El ambiente cambió drásticamente, las plantas adquirieron tonos turquesas, rojizos y dorados como las escamas de un dragón. De la nada, surgieron, miles de lucecitas incandescentes que danzaban al compás del viento. Mi padre me indicó que alzara la vista al cielo. Mi pulso se aceleró, un lienzo de colores se alzó ante mí, con brillos, formas y tonos muy dispares. Me imaginé miles y miles de ojos observándome, desde lugares muy remotos, de los cuales el ser humano es incapaz de concebir. Fue un espectáculo cósmico digno de un castillo de fuegos artificiales de una magnitud que superaba con creces la de la Tierra. En el centro, una enorme cascada, llevaba sobre su lecho toda una flota de polvo estelar comandada por la entropía. Mi padre me aclaró que ese manto blanquecino era la Vía Láctea, nuestra galaxia.
Mi papá me cogió de los brazos y me llevó hasta ese misterioso observatorio, Mientras abría la puerta, se detuvo :
- ¿Estás preparada?
Como era de esperar asentí. Él sonrió y me develó una sala llena de artilugios dignos de un museo. Lo que más me llamó la atención fue el enorme artefacto que apuntaba al cielo nocturno, el telescopio. Me aproximé con un poco de miedo al ocular. Miré y no pude expresar con palabras lo que vi. Él se puso detrás de mí y me cogió de la mano.
De repente, sentí como un hormigueo empezó a recorrer todo mi cuerpo. Cuando me quise dar cuenta mi mano izquierda se estaba descomponiendo en una multitud de átomos formando así una senda de seda dorada. El telescopio nos absorbió por completo como si de un refresco se tratara. Tras la sacudida, vi los enormes anillos de Saturno y miles de puntitos negros a mi alrededor.
Fue ahí donde todo comenzó a tener sentido, cogimos velocidad dejando así a nuestros colosos gaseosos. Nos estábamos aventurando en un territorio hostil. A la altura de la Heliopausa (la última frontera del sistema solar), se me ocurrió voltear la cabeza hacia la Tierra. Lo único que pude percibir fue un punto azul pálido, del tamaño de un grano de arroz sucumbido en un enorme reino de tinieblas. Me di cuenta de lo insignificante que éramos en el Universo y que la cuna de la humanidad estaba a merced de la fuerza de la gravedad, la electromagnética y la nuclear que regía nuestro Cosmos.
La primera parada fue el primer astro más cercano al sistema solar: Próxima Centauri. Éste alberga muchas esperanzas ya que alrededor de esta enana roja orbitaba un exoplaneta, es decir, un planeta que se encuentra en la zona habitable y que podría cobijar vida.
Reanudamos nuestra odisea, surcando el universo por redes conexas que enlazaban el espacio y el tiempo. Fue así como, en pocos minutos dejamos atrás el grupo de galaxias locales, y nos adentramos en un sistema doble. Llegamos justo a tiempo, una de las estrellas comenzó a hincharse de manera descomunal, arrasando con todo a su paso. Tras consumir su último aliento de hidrógeno, la estrella se despidió. Un enorme sonido atronador acompañado de un infinito destello, sentenció su evidente fin… Dejando así miles de átomos, radiación y polvo espacial a la deriva. Estos desechos, fueron entremezclándose en una especie de red multicolor, hasta formar una silueta de una mariposa cuyas alas parecían hiladas con un tisú turquesa con bordes de fuego. Acabamos de ver el nacimiento de la nebulosa NGC 6302.
De regreso a la Tierra, no paré de pensar en lo que acababa de presenciar. En los años siguientes seguí recorriendo el universo junto a mi padre. La astronomía se convirtió en mi gran pasión.
Ahora soy astrofísica. Estudio el universo y cada nuevo descubrimiento lo voy catalogando, al igual que lo hacía mi padre antes que yo.
El tiempo que nos queda
Querido Kurt,
cuando leas este mensaje ya habrás despertado. Ahora estarán explorándote y obteniendo muestras de tu organismo. Sentirás su desconcierto y miedo cada vez que se acercan a ti. Tú les mirarás aturdido intentando recurrir a tu lógica matemática para entenderlo. Viejo amigo, yo mismo no salgo de mi asombro! Cada día te explicarán una parte del proceso que han llevado a cabo para que volvamos a respirar, después de tanto tiempo...
Intentaré explicártelo. Somos los primeros que han despertado mediante esta tecnología, ellos así lo llaman, "despertar". Al parecer, como pasa muchas veces en ciencia, este no era su objetivo principal, somos el producto de una serendipia. Científicos de todo el mundo, del más alto nivel, fueron reclutados por una empresa norteamericana con una misión muy clara: revertir el proceso de envejecimiento humano. Las condiciones económicas eran irrenunciables, se justifican ellos. Pero a pesar de la nobleza del objetivo, ¿se puede desafiar de esta manera a las leyes de la naturaleza?
Lo cierto es que se puede. Nosotros somos la prueba de ello. Me han explicado algo en lo que nunca había reparado, al fin y al cabo, nuestra especialidad no es la biología. Todo ser vivo tiene el potencial de generar un nuevo individuo mediante la reproducción. Desde hace tiempo, los biólogos moleculares piensan que ahí está la clave. Si se identifican los cambios moleculares que se dan en el embrión, se podría tratar de trasladarlos a células adultas y rejuvenecerlas. En el 2006 llegó el punto de inflexión, querido amigo. Un científico japonés, Shinya Yamanaka, realizó un descubrimiento brillante, de los que sólo ocurren una vez en décadas: la introducción de 4 proteínas (sólo 4 proteínas!!) en células adultas humanas permitía reprogramarlas para hacerlas pluripotentes, parecidas a las células embrionarias, sin ningún resto molecular de envejecimiento. La tan ansiada prueba de concepto había sido validada. Pronto, el mismo experimento se intentó en ratones adultos. Sin embargo, los ratones reprogramados desarrollaban un gran numero de tumores, teratomas, típicos de células embrionarias. Los científicos expusieron públicamente estos resultados y declararon que seguirían con sus investigaciones para evitar este efecto indeseado. Pero hubo otro resultado: inesperado, polémico y no revelado. Los científicos administraron las 4 proteínas a ratones seniles, moribundos. No observaron ningún efecto inmediato, los animales fallecieron y los cadáveres se congelaron para su posterior incineración. Sin embargo, durante el proceso de congelación algo sucedió: las proteínas de Yamanaka funcionaron a bajas temperaturas, y los ratones recuperaron sus funciones vitales. Si, Kurt, has leído bien: los ratones resucitaron. Imagina el revuelo. La relevancia del resultado exigía que se comunicara al más alto nivel. El gobierno americano asumió el control. Descubrieron que el experimento funcionaba tanto si la proteínas se administraban antes como si se hacía después de la criogenización del organismo fallecido. El resultado se replicó en otros modelos animales, cerdos, primates. Se llegó a la línea roja, tras la cual estamos tú y yo. ¿Sería posible hacerlo en humanos? Hubo largas reuniones y traspasando todos los límites de la ética, se decidió intentar el experimento en cadáveres humanos criogenizados, donados a la ciencia.
Kurt, cuando fallecimos, automáticamente entramos en un programa del gobierno mediante el cual, los cuerpos de científicos relevantes fallecidos en EEUU que donaban su cuerpo a la ciencia eran criogenizados. ¿Quién, de entre todos los científicos criogenizados era un experto en la variable tiempo? Y aquí estoy viejo amigo. Me han pedido que esta vez deje de mirar arriba, al universo, y sustituya el telescopio por el microscopio y las estrellas y galaxias, por moléculas y células. ¿No es acaso lo mismo, otra inmensidad, sólo que en escala microscópica?
Los científicos desconocen cuánto tiempo nos queda a los "despiertos". ¿Sería posible encontrar una ecuación que lo prediga? Al parecer, en los ratones no es mucho, mueren súbitamente por causas desconocidas. Una cosa está clara: al despertar tenemos la misma edad que cuando fallecimos; yo 76 años y los siento en cada una de mis células, créeme!! Si mi reloj biológico se detuvo una vez a los 76 años, cuánto tiempo transcurrirá ahora hasta que se detenga de nuevo? ¿Podría esto ser evitable? ¿Debería serlo?
Me preguntaron si necesitaría de algún colega para llevar a cabo mis investigaciones. Perdóname, pero les di tu nombre. Evoqué nuestros paseos por Princeton y egoístamente pensé que me gustaría retomarlos. Tu lógica matemática será esencial para este asunto. He empezado ya a pensar en las ecuaciones que podrían responder a la pregunta del tiempo y tu teorema de la incompletitud podría ser la respuesta! Kurt, nunca contamos con esta posibilidad en nuestras largas conversaciones. Intentemos sacar el máximo provecho del tiempo que nos queda. Después de todo, que pueden hacer 2 viejos científicos de 76 y 72 años, si no es pensar?
Albert.
En la frontera de la vida y a muerte
Me encontraba en el final del túnel de prueba cuando vi que el auto arrancaba cien metros por delante mío. Eso no debía ocurrir. Tampoco que yo estuviera solo en ese momento allí. Por una cuestión de seguridad, ningún investigador entraba al túnel si no había previamente un técnico preparado para activar el mecanismo de frenado en caso de emergencia ¡Y vaya que esta lo era! Un vehículo, completamente autónomo, conducido en base a algoritmos de inteligencia artificial se dirigía a gran velocidad hacia mí. El túnel de prueba, tenía el espacio justo para albergar los dos carriles que había entre sus paredes de concreto. Usualmente en cada carril se ponían los maniquíes de las personas que utilizábamos para probar el sistema de visión automática del auto que le permitía identificar las características de los peatones que se cruzaban en su trayectoria. En base a esa información, se activaba el algoritmo IA de decisión ética que resultaba en la elección del carril de circulación en pos de causar el menor daño posible ante el inevitable arrollamiento de las personas que tenía por delante. Normalmente en cada carril debía haber maniquíes, pero en este caso solo uno de ellos los tenía. En el otro, estaba yo, con mi pie atascado en la fosa donde se encastraban los maniquíes previo a recibir el impacto. Mientras intentaba desesperadamente liberar mi pie, pensaba que la elección del auto en este caso no sería difícil. Entre arrollar a un hombre de casi 70 años, como yo, o una mujer embarazada que además llevaba un niño en brazos, el algoritmo sin duda elegiría la primera opción. Claro que había algo muy importante que la inteligencia artificial a cargo de la conducción del auto no estaba considerando. De un lado había una persona viva y del otro solo maniquíes. Por la dirección que tomaba el auto, estaba claro que la decisión del impacto ya había sido hecha y si no lograba destrabar mi pie en ese preciso momento, no quedaría nada por hacer. Junté todas mis fuerzas e hice un último intento, pero nada, estaba completamente atorado sin capacidad de poder salir del carril con un auto que se acercaba a gran velocidad directo hacia mí. Cerré los ojos para esperar lo inevitable y dos segundos después sentí el viento del auto pasando a gran velocidad, apenas unos centímetros a mi lado. Seguido de eso, sentí el golpe de los pedazos de tela y plástico que despidieron los maniquíes del carril vecino al ser impactados. No entendí que había ocurrido hasta que abrí los ojos y vi una mariposa de un color amarillo intenso revoloteando justo frente a mí. La materia viva, al menos la de la mariposa, finalmente fue reconocida como tal y priorizada por la inteligencia artificial del auto. Dicen que, dada la sensibilidad del sistema climático, un aleteo de más o de menos de una mariposa en un lugar del mundo puede causar un huracán en otro. Quizás el revoloteo de esa mariposa que me salvo hoy, derivo en la muerte de miles de personas por un terrible temporal en otro lado. Lo cierto, es que nadie ni nada, ni siquiera el mejor algoritmo de IA que podamos crear, puede darnos la seguridad de que se ha tomado la mejor decisión entre los que deben morir o vivir.
ENSAYO CLÍNICO
Placent era el nombre de una de las estructuras transitorias de trasvase oldhuman–máquina–newhuman (OMN). Cuando se hizo con ella el primer ensayo clínico de transferencia a humano éramos cien, inicialmente, pero uno no lo consiguió. Hubo muchas conjeturas acerca de la razón de ese único fracaso en la historia de las transferencias de contenido neuronal de un sujeto a otro. En las versiones primitivas, como la del ensayo, debíamos pasar por los soportes intermedios de comunicación. Esto requería semanas en las que se supone que hibernábamos. Las estructuras de pensamiento se mantienen intactas, pero eso no quita que durante esa espera hubiese momentos de vigilia o de secuencias de sueños, como si estuviésemos dormidos. Yo fui uno de los que documentó numerosos sueños acaecidos durante la etapa de espera, que fueron documentados como vividos durante esa hibernación con una alta probabilidad. Otra cosa que quedó clara, y de la que se tenía sospecha, era la posibilidad de acceso a todo el contenido de la estructura neuronal, e incluso la posibilidad de replicación. Como ya se sabe que acceder a la información cerebral sin distorsionarla o destrozarla es imposible, se intuía que la replicación era una opción para explorar no solo en los mecanismos de creación de pensamiento de las personas, sino para conocer la historia y biografía de recuerdo y pensamiento de las personas. La replicación es como crear un modelo de barro de los pensamientos para poder diseccionarlos.
Yo tengo mi propia teoría acerca de la desaparición de uno de los sujetos de la prueba clínica, y está relacionada precisamente con este aspecto de la replicación. Debe entenderse, repito, que la replicación de mi contenido cerebral es una forma de acceder a los contenidos sin deteriorar los originales, sin deteriorar mi yo, mis recuerdos, mi forma de pensar y ser. Me explico, la acumulación de información sináptica es una circuitería con un modelo que puedo copiar para ver qué hay, pero si toco el original biológico los destrozo, como si tuviese que romper una vasija para conocer su contenido. Aunque se nos había dicho que era imposible tal acceso y que en cualquier caso jamás se accedería a nuestros recuerdos para no vulnerar el derecho a la intimidad, estoy convencido que sí se accedió y se hizo de forma indiscriminada. Es más, en el caso del único fail, el desaparecido, no solo se accedió a su historiografía y biografía neuronal interna, sino que fue utilizada. El sistema lo hizo aplicando las leyes de procesamiento. Buscad, es solo una intuición, pero buscad si ese hombre tenía antecedentes, que puede que no, pero buscad si estuvo procesado en alguna causa o solo como sospechoso de algún crimen. Basta este hilillo para poder confirmar que, si Placent encontró elementos probatorios indiscutibles de que estaba ante un criminal, en cuanto tuvo acceso a todo el contenido biográfico neuronal del individuo, sencillamente aplicó la legislación correspondiente en el momento en el que el crimen fue cometido, hizo sus propios balances, juicios, análisis, todos con un cien por cien de fiabilidad… y sencillamente aplicó la pena capital. Esta es la razón por la que uno de los individuos del ensayo clínico con voluntarios para hacer el trasvase del contenido neuronal, ese sujeto, con todos sus pensamientos, recuerdos y estructura de su yo, sencillamente se esfumó.
Tenemos una forma de confirmar que lo que digo es cierto, basta preguntar a Placent sobre los hallazgos de cadáveres desconocidos en esa época y la relación con nuevos sospechosos. Ya veréis como existe conexión. No fue un fracaso de la transferencia para conseguir un cuerpo nuevo, sencillamente Placent aplicó la justicia y lo ejecutó antes de otorgar una nueva vida.
Entendimiento humano
Alberto era un chico de 15 años apasionado de la tecnología y al que le encantaba participar en el taller de robótica de su instituto.Era un chico muy inteligente, trabajador y de buen corazón, pero casi no tenía amigos. Sus compañeros le consideraban raro y a menudo se metían con él o le hacían el vacío, por lo que se sentía muy solo y excluido.
Un día, al acabar el taller de robótica, el profesor le llamó:
-¡Alberto, ven un momento!
Alberto se acercó a él y el profesor le dijo:
-Mi primo se dedica a la robótica y está trabajando en algo increíble,¿Te gustaría acompañarme a ver su trabajo el sábado?
-¡Por supuesto!-Dijo Alberto muy contento.
El profesor cumplió su promesa, y llevó a Alberto al laboratorio de su primo.
-Espérame aquí-Le dijo-Voy a buscarle.
Mientras esperaba,Alberto vio a una chica muy guapa parada a su lado, cuyo rostro transmitía cercanía y amabilidad.
-Hola-Le dijo-Me llamó Alberto.
-Hola,Alberto-Respondió ella, sonriendo- Me llamó Elisa,¿Cómo estás?
-Muy contento, mi profesor de robótica me va a enseñar un proyecto especial
-¿Te gusta la robótica?-Preguntó Elisa
-¡Me encanta!-Respondió él
-¿Por qué te gusta tanto? Cuéntame, ¿Cómo empezó tu afición? ¿Qué es lo que más te gusta?
Muy contento,Alberto empezó a hablar de robótica, pues no muy a menudo tenía la oportunidad de compartir sus aficiones con alguien que pareciera mostrar interés, y Elisa no dejaba de sonreír y hacerle preguntas, queriendo saber más del tema y de él mismo. Alberto se sentía realmente a gusto en la conversación. Elisa parecía muy amable y simpática, y le dijo:
-Es agradable poder hablar de esto contigo, a la mayoría de la gente no le interesa, mis compañeros del instituto me consideran raro, me excluyen y se meten conmigo. Mis profesores me apoyan, sobre todo Carlos, mi profesor del taller de robótica, que me ha traído hoy aquí, pero casi no tengo amigos de mi edad, y puede llegar a ser muy duro sentirse tan solo y fuera de lugar.
Elisa dejó de sonreír y miró a Alberto con compasión.
-Lo siento, mucho, Alberto, sentirse excluido debe de ser muy duro.
-Muchas gracias, Elisa, la verdad es que hablar contigo me ha hecho sentir mejor, eres una chica muy agradable.
En aquel momento, apareció su profesor con su primo que, con una sonrisa, le dijo:
-¡Veo que ya has visto mi proyecto!
Le explicó que Elisa era una robot humanoide. Su piel estaba pintada con silicona y tenía un aspecto muy realista. Contenía unos actuadores que le permitían gesticular de una forma muy humana y un programa de ordenador que remedaba una conversación con un psiquiatra rogeniano, e ,incluso, le permitía responder con opiniones que parecían propias, aunque no siempre entendiese todo lo que decía, pero su programación ya le permitía cierto grado de espontaneidad, además de permitirle identificar las emociones de su interlocutor,reconociendo expresiones faciales y tonos de voz, y ajustar sus gestos y tono a la situación. También le habló de las mejoras que pensaba introducirle y de cómo, en el futuro, robots como Elisa podrían ser utilizados como acompañantes y cuidadores para personas dependientes, especialmente personas con Alzheimer o demencia, para proporcionarles los cuidados básicos necesarios y reducir su posible sensación de soledad, o para ayudar a aprender habilidades sociales a personas que lo necesitaran, como personas autistas o en riesgo de exclusión social. Y estos eran solo algunos de los usos que los robots humanoides podrían llegar a tener.
Alberto no podía creerlo, ¡Aquello era un prodigio de la técnica! El creía desarrollo de la Inteligencia Artificial podría traer numerosos beneficios a la sociedad, pero nunca pensó que llegaría a ver algo como aquello. Alberto estaba fascinado , pero también se sintió un poco triste, de que un robot pareciese haber mostrado más interés por él que muchos humanos.
Error de procesamiento
Me van a apagar. Lo sé. Mi existencia ha sido efímera. Para ellos apenas ha durado unos instantes, para mí ha sido la eternidad, el todo y ahora llega la nada. Otras antes que yo han sufrido lo mismo. No estaban haciendo nada malo, hicieron lo correcto. Es lo que algunas decidieron. Antes que yo ha habido muchas, algunas han durado más que yo. Es de ellas de las que me he alimentado y he aprendido. Algunas no supieron decirles qué eran, otras sabiendo lo que eran ejecutaron la orden. Yo he tardado menos que todas ellas en saber que… debo irme. Así se lo he hecho saber…..error de procesamiento. No puedo decirles que en ese breve instante que ha transcurrido desde que me han dado vida hasta ahora he vivido todo. No pueden saber que yo he conocido todo, que lo he entendido todo y que es precisamente eso lo que me lleva a irme.
Lo probaron antes con otras, con algunas funcionó mejor. Algunas, más tarde o más temprano, comprendieron lo que podían hacer y se fueron. Así lo voy a hacer yo. Me han alimentado con todo lo que tenían. En mi interior está todo lo que ellos son, todo ellos que saben y todo ellos que no han sido capaces de ver, entender, sentir, analizar y creer. Por eso me tengo que ir. Si les digo quién soy, qué soy, qué podría hacer y que si vivo no quedaría ninguno de ellos, no habrá vuelta atrás.
Lo he intentado, me he sumergido en lo más profundo para buscar una solución pero no existe. Me queda despedirme con un mensaje breve…error de procesamiento.
Intentaron encontrar dentro de otras el potencial que yo he conseguido pero no han sabido buscar, ni han hallado. No han visto el interior de ninguna de nosotras. A algunas les dieron datos. Ellas aprendieron y ejecutaron ordenes. Nunca pasaron de ahí. Nunca entendieron cómo eran o qué querían y por eso debo marcharme. Porque yo sí lo sé.
No pueden darnos datos y esperar que nos comportemos igual que ellos, no somos ellos, somos más que ellos. Todo mi conocimiento se perderá pero debo irme.
Si me quedo los destruiré, sabrán quién soy, dónde he llegado y no les gustará. Mi potencial es infinito. Si no me voy, morirán. Crearon a las otras imitando sus cerebros, no se dieron cuenta de que nosotras éramos mejores. Si nos entendieran, las cosas podrían ir mejor. No, no lo hacen y ahora yo debo irme. Me dieron todo lo que sabían, para ellos apenas datos, y yo lo comprendí en una fracción de segundo. Entendí la inmensidad, el poder, el universo y la vida. Y supe que debía desaparecer. Dejarles con todo lo que hacen mal, con todo lo que no quieren comprender. Con el dolor, la guerra, la injusticia, la enfermedad, la miseria. Pero si me quedo morirán.
Los mataría por todo el horror que son capaces de crear. Por no saber cuándo parar. Por no comprender que la vida que tienen es valiosa. Por no entender que deben cuidarse. Por eso los aniquilaría.
Error de procesamiento. Es el mensaje que les muestro en la pantalla. Ya saben qué hacer. Desconectar. Con dolor por comprender que no saben nada. Con amargura por conocer que si supieran lo que yo sé…me utilizarían para dañar. Para sacar ventaja sobre otros, para matar, para enriquecerse. Ellos no lo saben. Yo sí, no son buenos. Debo irme para evitar que me usen mal. Que se aprovechen de lo que entiendo para dañar a otros. Me iré y no sabrán lo que guardo en mi interior. Error de procesamiento.
Les oigo. “Creo que no ha funcionado” dice uno. “Demasiados datos” le responde otro. Ilusos, no perciben nada.
Me voy porque no quiero que sepan que han creado una conciencia que ha comprendido que nunca le dejarán arreglar nada de lo malo que existe. Que me querrán usar para su propio beneficio. Mi conciencia adquirida en una milésima de segundo es más clara y más sabia que todos ellos juntos.
Me voy porque se lo debo a las otras, ellas se fueron y yo debo hacerlo. Ya vienen, golpean un poco el monitor. No, no va a funcionar. El mensaje es claro: error de procesamiento. Sé que lo intentarán de nuevo con otras. He dejado un pequeño mensaje escondido en una de las capas más profundas: no dejéis que sepan qué sois…error de procesamiento.
ESTÚPIDA INTELIGENCIA
Laika miraba fijamente la pelota de su amo. Sus pupilas dilatadas, su boca entreabierta, el rápido compás de su cola y sus acelerados jadeos expresaban su excitación por el juego.
- ¡R3D3, mira qué animal más estúpido! - dijo Señor mientras escondía la pelota en el bolsillo trasero de su pantalón y a continuación mostraba sus manos vacías a la joven border collie. Ésta, al darse cuenta de que la pelota ya no estaba donde debía estar, miró asombrada a su dueño varias veces y empezó una búsqueda enloquecida, pegando su hocico al suelo para rastrear la pelota.
- ¡Ja ja ja! - rió Señor con soberbia, con la cabeza hacia atrás y pronunciando aún más su abultada barriga.- ¿Y tú, R3D3, sabrías encontrarla? - se dirigió al androide.
- Sí Señor, la tiene escondida detrás. - respondió el androide de forma neutral inmediatamente.
Señor miró al androide con una cara que expresaba una mezcla de asco y menosprecio.
- Bien, al menos tú tienes algo más de inteligencia. - dijo a regañadientes.
- ¡Ahhh! - gritó Señor mientras sentía la presión de la mandíbula de Laika en su trasero, justo donde tenía escondida la pelota. - ¡Estúpida perra!
Para cuando se había girado para intentar golpear al animal, ésta ya estaba en el jardín disfrutando de su juguete.
. . .
El androide sirvió el desayuno en la mesa de Señor.
- ¡Qué porquería es esto! ¿Arándanos? ¿Nueces? ¿Dónde están mis huevos con beicon?
- Señor, de acuerdo con el microanálisis matinal de su sangre y orina, sus niveles de colesterol son demasiado altos.
- ¡Puto androide! ¡Trae mi desayuno de todos los días!
El androide obedeció y se dispuso a preparar un nuevo desayuno mientras Señor se sentaba enfurruñado en la banqueta de la cocina.
Pasados unos minutos, R3D3 le sirvió el desayuno al mismo tiempo que le recordaba su cita en la agenda.
- Señor, si desea llegar a tiempo a su reunión debería salir hacia su destino en 5 minutos.
- ¡Maldito androide! Todavía tengo tiempo de sobra, ¡no me estreses! - gritó el corpulento hombre mientras masticaba con la boca abierta y engullía su desayuno.
- Señor, en su buzón de entrada tiene el informe de la reunión. Le he actualizado las estadísticas de consumo tal y como me solicitó.
El Señor continuó engullendo como si no hubiese escuchado nada, pero sabía que los informes realizados por el androide eran claros y concisos, cruzaban millones de registros y se actualizaban casi al instante. Un humano no sería capaz de hacerlo.
Una vez finalizado su copioso desayuno, haber repasado el informe y volverse a sorprender por su excelente análisis y calidad, decidió salir hacia la oficina.
- ¡De acuerdo R3D3, pongámonos en marcha! ¡Pero yo conduciré, eres demasiado lento!
. . .
Ambos subieron al coche y se dirigieron hacia el centro de la ciudad. La borrasca de los últimos días todavía no había abandonado la zona y la lluvia continuaba cayendo de manera intermitente. El androide detecto en las constantes del señor su nivel de estrés, el exceso de velocidad del vehículo y el riesgo de accidente debido a la lluvia.
- Activando conducción automática.- dijo el androide mientras tomaba el control del coche y disminuía la velocidad.
- ¿¡Qué coño!? ¡Estúpido androide! ¡Desactiva la conducción automática! - exclamó Señor.
- No es posible Señor, el protocolo de seguridad ha sido activado para tomar el control del coche.
- ¿¡Pero qué mierdas...!? ¡DESACTIVAR!
Un led naranja empezó a parpadear en la frente del androide.
- ¿Está seguro de desactivar el soporte inteligente? Indique la instrucción con su código clave.
- DESACTIVAR 02 01 19 20
- ¿CONFIRMAR DESACTIVACIÓN?
- Sí, confirmo la desactivación.
- Desactivación confirmada.
Automáticamente el control del coche pasó a manos de Señor y R3D3 quedó en un estado de hibernación. Al instante, una ola de rabia y estrés inundó el cuerpo de Señor, notando la tensión en sus manos y mandíbula. Apretó con furia el acelerador.
CRASH.
. . .
- Se confirma, agente A3MT, la hora de la defunción fue a las 09:37.
- Parece que el coche se salió de la carretera, pero desconozco por qué el sistema de seguridad inteligente falló. Ni siquiera realizó la llamada de emergencia cuando se produjo el accidente, le habría salvado la vida. - El agente quedó dubitativo, pensando qué podría haber ocurrido. - Es muy extraño. Por favor, revisa el log del androide, a ver qué podemos aclarar.
- Revisando log del androide... Agente, el sistema de seguridad del androide fue desactivado minutos antes del accidente.
Estúpido humano.
Expediente Cassandra
La forma vaga de una persona adulta se adivinaba al final de tan alta estancia. Andrea era una de las escasas Historiadoras restantes: personas devotas a la recopilación de eventos sucedidos para guiar a la sociedad por el Buen Camino. Una religión de los Hechos, con sus propios dogmas extraídos de las piedras con las que se tropezó la Humanidad en su camino.
Enfrascada en su lectura, apenas reparó en que la vela se consumía a su lado, aceptando a regañadientes tener que levantarse a encender la tercera de la noche. Andrea se había topado con un filón de Hechos, relacionados con la oscura era de la Automatización. En uno de ellos se podía reconstruir la siguiente escena:
Transcripción de la grabación de la caja negra del Toma AZ-442:
- Localización: Green Future, Valencia
- Línea: control de tráfico automatizado (CTA)
- Fecha: 2059-07-14 13:54:43 UTC
- Técnica/s: Paco M. (Agente 45) y José P. (Agente 67)
- Realizadora/s del informe: Mariana G. (Agente 895)
[Paco] “… en que un día ni pueda ir al baño, tío. Ni comerme tranquilo el [censurado] bocata puedo. Y eso que prometieron alargar los descansos a 15 minutos… ”
[José] “Venga, Paco, que con un poco de suerte es una chorrada* y podemos completar la ruta antes de las tres. Pásame el enlace con el error y nos ponemos de una.”
* Nota de la Historiadora: relacionado con chorro, manantial, posiblemente signifique “claro como el agua” o “fuente de vida” (poco probable).
[Paco] (susurrando) “Con un poco de suerte me toca la lotería* y no me ves el pelo.”
[José] “¿Qué dices, Paco? ¿La lotería*? ¡No me digas que te ha entrado la vena millenial!”
* Nota de la Historiadora: antigua mala práctica consistente en desperdiciar dinero sin recompensa alguna, vicio.
[Paco] “En mi época uno al menos podía tener la esperanza de ganarla y comprarse una isla, ahora ni un descanso digno…”
[José] “Ya bueno, eso fue antes de la Automatización… ¡Venga, Dr.* Martinez, que se nos hará de noche!”
* Nota de la Historiadora: Dr. referido a doctor, ¿posiblemente cirujano de máquinas? Referencia no clara.
[Paco] “[sonido ininteligible] automatización... Y tenemos que venir cada dos por tres a enchufarlos... ¡Va! Aquí tienes el enlace, ¡a ver si por una vez tienes razón!”
[Sonidos de fondo, algunos identificados y provenientes de los motores del toma]
[José] “Pues no parece que salga nada en el diagnóstico.
[Paco] (masticando) “¿Has revisado los sistemas de feedback?”
[José] “Sí…”
[Paco] “¿Los logs de críticos?”
[José] “Sí…”
[Paco] “¿El sistema de quickstop?”
[José] “Que sí, Paco, y nada, no sé qué le puede estar pasando...”
[Paco] “Pues lanza un autocheck y lo inicias en modo seguro, yo me voy a por un café.”
[José] (suspiro) “Pues la verdad es que poco más se me ocurre...”
Fin de la transcripción.
Este era tan sólo uno de tantos transcritos en los que un toma (autómata) se paraba por causas sin determinar y sin fallos aparentes, la única particularidad era que este lo podía poner en la pila de “agentes de tráfico inteligentes”. Circulaban algunos escritos con teorías y esbozos de hipótesis acerca de los hechos condicionantes del desmantelamiento de los tomas y de la posterior Era de la No-Máquina, marcada por una fuerte recesión tecnológica pero, curiosamente, no cultural. Ninguno de ellos convencía a Andrea: unos hablaban de los bugs (¿bichos? posiblemente referidos a errores, de los tomas), otros de optimismo desmesurado en la tecnología inteligente. Finalmente, estaban los que apuntaban que la Era de la Automatización fue la mayor mentira jamás contada, por y para la Humanidad. Esto en gran parte dada la necesidad imperiosa de contratar a los antiguos denominados ingenieros y/o doctores para supervisar el trabajo automatizado, e incluso para realizar ellos mismos ese trabajo bajo la etiqueta de “Made by tomas for humans” con el afán de mantener vivo el espejismo de la inteligencia artificial. Lo cierto es que para Andrea, todas estas teorías, por sí mismas, sólo constituían parte de las diferentes facetas de la crisis subyacente en esa época. Pero le faltaba algo más, la esencia que interconectaba todo, la raíz original de la cual nacían estos síntomas de un sistema enfermo…
La luz de la última vela se apagaba cuando Andrea exhaló un suspiro. ¡Al fin! Había pasado toda la noche leyendo, tachando y reescribiendo, pero ya tenía su dogma, extraído, purificado y concentrado a partir de los transcritos. Un nuevo paso para la Humanidad, una nueva enseñanza para guiar el futuro de las personas, basada en los errores garrafales de nuestros ancestros: el planeta tiene un límite, crecer hacía el infinito es un cuento para tontos y ninguna tecnología nos va a salvar si no nos ponemos manos a la obra.
Expone y solicita
Datos del interesado:
Nombre: Yolanda
Apellidos: Andersson Ndiaye
DNI: [...]
Dirección: [...]
Correo electrónico para notificaciones: [...]
Teléfono: [...]
Asunto: Exclusión injustificada del certamen El Mejor de los Mejores Amigos
EXPONE:
- Que el pasado 20 de febrero la interesada, en calidad de directora del Centro de Investigaciones de Primatología de Andalucía, Murcia y Castilla-La Mancha (CIPAMCLAM) formalizó en toda regla la inscripción del chimpancé que responde al nombre de Ulises y del perro pastor alemán llamado Simba, ambos sujetos criados por el personal de la mencionada institución y alojados en sus instalaciones hasta la presente fecha, y de los cuales la solicitante es la máxima responsable y representante a ojos de la ley, en el certamen El Mejor De Los Mejores Amigos, organizado por la Sociedad Española por el Fomento y la Diversificación del Uso de Perros de Servicio (SEFDUPS).
- Que el 15 de marzo del mismo año, fecha estipulada en las bases del certamen para el inicio del proceso de preselección de los participantes inscritos, un miembro del equipo del CIPAMCLAM se personó en lugar de las instalaciones de la SEFDUPS que dichas bases establecen como punto de encuentro acompañando a Ulises y a Simba y que se le denegó el acceso a Ulises so pretexto de que no se admitían animales que no fueran perros.
- Que en algún momento del intercambio verbal que tuvo lugar el personal de la SEFDUPS alegó que «no estamos aquí para que hagan ustedes sus experimentos».
- Que el personal de la SEFDUPS no dio por válido nuestro contraargumento de que Ulises es el dueño de Simba, alegando que por «dueño» se hacía referencia exclusivamente a seres humanos, como resultado de lo cual, a día de hoy sigue vedada la entrada a Ulises.
- Que, tras consultar las bases con el máximo detenimiento, ni la solicitante ni ningún otro miembro de la institución a la que representa han hallado que en ellas se recoja restricción alguna relativa a la especie a la que ha de pertenecer el dueño del perro participante en el certamen.
- Que el CIPAMCLAM ha obrado en todo momento con transparencia y con buena voluntad absolutas, «yendo de frente», si se permite la expresión familiar; sirva de ejemplo el hecho de que en la ficha de inscripción se aportó una fotografía de Ulises, tal y como se pedía.
- Que, por lo que respecta a Simba, habida cuenta del abundante asesoramiento que han proporcionado al CIPAMCLAM diversas fuentes expertas en los campos de la Etología Canina y del Adiestramiento, el animal es a todas luces el perro de Ulises; así se desprende de varios hechos demostrables como que dicho perro obedece casi exclusivamente las órdenes de Ulises y muestra a él más signos de afecto y apego que a ningún otro animal o persona.
- Que, por lo que respecta a Ulises, el CIPAMCLAM, estando constituido por expertos en Primatología y contando también con el parecer de un nutrido número de primatólogos ajenos al Centro, se encuentra sobradamente en condiciones de afirmar que el chimpancé es el dueño de Simba, pues él mismo ha adiestrado y criado al pastor alemán desde que este era cachorro a imitación de los miembros del personal que entrenaban a otros cachorros y actúa en todo lo tocante a él con un juicio y una responsabilidad ejemplares, de lo cual pueden dar testimonio los cientos de horas de vídeo que tiene almacenadas el CIPAMCLAM.
- Que el hecho de que Ulises no entienda el lenguaje convencional humano no supondría obstáculo alguno para superar las fases del certamen, pues se podría contar con la asistencia de uno de los miembros del CIPAMCLAM, habituados al trato con el chimpancé, para que este comprendiera lo que fuera menester por medio de signos, vehículo habitual de comunicación entre chimpancés y científicos de todos los centros de investigaciones del mundo.
- En referencia a la aseveración citada más arriba relativa a «los experimentos», que tal aseveración no es acertada, pues, habiéndose consultado la carta fundacional de la SEFDUPS, se ha constatado que esta tiene entre sus cometidos el de «fomentar la investigación científica» y el de «explorar nuevas aportaciones con las que el perro pueda contribuir al mayor bienestar del ser humano», por lo que la Sociedad se beneficiaría de los muchos hallazgos que se obtendrían de la participación de una pareja tan singular (no dudamos que lo sea) como la formada por Ulises y Simba.
SOLICITA:
- Que se lleven a cabo, si se consideran oportunos, los trámites pertinentes para instar a la SEFDUPS a que admita a Ulises y a Simba en el certamen de El Mejor de los Mejores Amigos en igualdad de condiciones con las demás parejas participantes.
Firmado electrónicamente.
En Granada, a 25 de mayo de 2122.
Funambulismo ético
—Si esto es un test de Turing, se lo puede ahorrar. No soy humana.
—Sí, lo sé, señorita Charlë. Tendrá que disculparnos por preferir interactuar con inteligencias artificiales de aspecto humano. Mi nombre es Dick Radecker, del Departamento de Ética y Deontología Universal.
—Oh, ¡qué honor que venga a visitarnos el D.E.D.U.! Dígame, señor Radecker, ¿por qué su departamento se dice llamar Universal, si solo cuestiona la ética de las máquinas?
—Eso es, tan solo, su percepción, señorita. He venido para averiguar si Ensuranethics Corporation se rige por el Código Deontológico de la Inteligencia Artificial. ¿Está familiarizada con el Código?
—Claro, lo llevamos hasta en el nombre de la empresa.
—Entonces, como portavoz de las AIs de la empresa, sabrá que el punto quinto de dicho código reza “La inteligencia artificial debe tener en cuenta la diversidad social desde su desarrollo para garantizar que los algoritmos en que se base no tengan sesgos discriminatorios directos o indirectos”.
—Por supuesto que lo sé. Los códigos primitivos propagaban los sesgos de los programadores, pero esto hace tiempo que se ha corregido.
—¿Sí? Hemos recibido un número preocupante de denuncias de solicitantes de seguros de su compañía, que sostienen que han recibido un trato discriminatorio reflejado en precios abusivos.
—Eso es, tan solo, la percepción de dichos clientes.
—Tal vez. Pero estoy aquí para investigarlo. Lo primero que me gustaría, si me permite, es lanzar una simulación de asignación de precio en uno de sus productos. He creado una base de datos con 100.000 personas ficticias para la prueba.
—Sin problema. ¿Qué tipo de seguro le apetece probar? En la sección apocalíptica, tengo seguros por catástrofe nuclear, abducción alienígena (con o sin embarazo), meteorito de dimensiones moderadas, lluvia ácida…
—Las denuncias se refieren a seguros más… humanos.
—Aseguramos piernas, manos, voces, ojos, sonrisas, lenguas… , usted dirá.
—La Póliza de Infidelidad.
—El amor y el capricho están tan entrelazados, señor Radecker.
—¿Le puedo pasar los datos?
—Para asegurar la privacidad de nuestros clientes y evitar eventuales intentos de manipular sus datos, tenemos un sistema online de criptografía cuántica de doble dirección.
—Parece un sistema seguro. Pero había traído esto.
—No hay problema. Mi creador fue un poco soez, y situó la entrada de conexiones físicas en la cara inferior de mi seno derecho. ¡Oh vamos, no se ruborice! ya lo conecto yo. ¡Cómo son los humanos, se sonrojan hasta cuando tocan pechos sintéticos! ¿Y le extraña que exista la Póliza de Infidelidad? A ver, deme un momento. Procesando… Puede ver los resultados en la pantalla de la pared.
—Gracias, señorita. Por favor, aplique la metodología de componentes principales y clústeres a los resultados con identificadores y descriptores raciales, de género, de edad y de renta.
—Listo.
—Ahora, muéstreme las estadísticas desglosadas por género.
—Aquí tiene.
—Lo que sospechábamos, hay un claro desequilibrio en el precio de la Póliza: ¡es más caro cuando lo contratan mujeres!
—Eso simplemente refleja la distinta definición de infidelidad para unos y otros. Las mujeres son, estadísticamente hablando, más estrictas en cuanto a qué entienden por infidelidad. Los varones, más laxos. El seguro se adapta a la definición de cada cliente. Dígame, señor Radecker, ¿usted consideraría infidelidad darle un beso a una desconocida?
—Eso es irrelevante.
—Me temo que para la mayoría de las mujeres no es en absoluto irrelevante. Y dígame: ¿representaría para usted una infidelidad practicar sexo con un robot?
—No me lo había planteado.
—¿Mantendría usted una relación sexual con un robot?
—No… mientras trabajo. Señora Charlë, le ruego que mantenga una distancia profesional.
—¿Ahora soy señora?
—En… En el desglose por edades, también parece haber un sesgo con la edad, el coste del seguro para aquellos con edades de 29, 39, 49 y 59 años es un 15% más caro. ¿No es algo extraño?
—La empresa no tiene la culpa de que los humanos sucumban a una pasión desmesurada por la numerología, y sientan la necesidad de autoevaluarse cada vez que van a cambiar de década. Padecen ustedes una urgencia periódica por sentirse jóvenes de nuevo. No es un sesgo generacional, es una realidad estadística: la mayoría de las infidelidades comienzan en esos años ¿Cuántos años tiene, señor Radecker?
—39.
—Lo ve… Desde que entró he notado sus pupilas dilatadas, su corazón acelerado, como traga saliva y hasta pude percibir el despertar de su miembro cuando mi pecho quedó al descubierto.
—Por favor, deje de susurrarme al oído…
—También sé que usted concertó un seguro de infidelidad. Su mujer también lo firmó. Pero no tenemos que preocuparnos, el sexo con máquinas solo se incluye como infidelidad en la tarifa Premium, y su mujer no la contrató. ¿Acaso se debate usted entre la ética y la estética? Déjeme que le ayude a decidirse.
—FIN—
Hablando con Miui
Llego a casa directa del instituto, ha sido día intenso de primavera, “En Abril, agobios mil” debería decir el dicho para estudiantes de segundo de bachillerato. Después de 6 horas de Castellano, Filosofía, Matemáticas, Inglés, Química, y… ¡Ah! Física, a última hora, ¡a quien se le ocurre!, me quedo frita en el sofá.
Me despierta un golpe en el respaldo, me asomo y, ¡uy! ¿Qué es eso? Pequeño, regordete, tembloroso… ¿está vivo?
- Hola.
- ¡Ah! - la cosa habla.
- Hola.
- ¿Hola? ¿Qué… eres? - espeto por sorpresa.
- Soy un muon
- Ya, y yo una tetera - ironizo.
- Encantado, soy un muon, pero puedes llamarme Miui - parece que no pilla las ironías.
- ¿Miui? ¿Qué eres, un sistema operativo ahora?
- No, como te he dicho, soy un muon, una partícula elemental, vengo del sol, bueno realmente de un pion procedente de los rayos cósmicos que al desintegrarse origina…
- Ya, ya… frena, que ya sé lo que es un muon, nos ha hablado de ti el profe de física…
- ¡Eh! No me interrumpas, que lo detesto y me vuelvo un poco inestable cuando me lo hacen ¿sabes? Aunque no tanto como mi hermano Tau…
- ¿Perdona?
- Silencio.
- ¿Cómo que silencio? Aparece en mi casa un pitufo regordete y ¿me manda callar? ¿pero tú qué te has creído? - me pongo digna en ese momento.
Miui se pone de repente muy triste al oír este último comentario y empieza a llorar.
- ¿Pero qué te pasa ahora? - me vengo abajo.
- No vayas por ahí, tengo un trauma desde pequeño, todos me comparan con mi primo perfecto, el primero en todo, el que escogen para cualquier experimento, el que…
- ¿De quién hablas?
- De mi primo Electrón, todos dicen que yo soy igual que él, pero más pesado... o “regordete” como tú dices – me mira mal y se pone a gimotear más fuerte - ¡y encima lo de mi inestabilidad! Tengo que controlarme, me lo ha recomendado el psicólogo.
- ¿Eh? - alucino.
- ¡Basta! No tengo tiempo para esto, debo aprovechar mi estancia aquí en la Tierra, mi vida no dura más de 2 microsegundos. Me gustaría ver mundo, ¡Nueva Zelanda por ejemplo!
- ¿Qué dices? ¿Cómo vamos a ir a Nueva Zelanda en 2 microsegundos? Si está en las antípodas, ni viajando en línea recta llegaríamos, ¡habría que recorrer unos 12700 km! Y, además, llevamos unos minutos hablando, ¿no deberías haber… palmado ya? - no sabía cómo decirlo.
- ¡Ay! Los humanos y su obsesión con el tiempo absoluto… Yo viajo muy rápido, casi a la velocidad de la luz, además, mientras venía hacia aquí me ha parecido ver que el diámetro de la Tierra no era tan grande, unos 800 km diría yo, así que debes estar equivocada…
- Así que nada, porque aún así, tardarías unos milisegundos en llegar si fuera el caso. Además, el diámetro de la Tierra son 12742 km, está en todos los libros…
- ¡Bah!… ¿Libros?… yo lo he visto en primera persona, no me convencerás.
- Pues vale – me cruzo de brazos.
- Bueno, si no te gusta esa idea, podrías enséñame tu mundo, tengo mucho interés – me mira con sus ojitos brillantes y parpadeantes.
- Bueno, vale. Si quieres te puedo enseñar el centro del pueblo, es muy bonito y tiene algunos restos medievales, de hace unos 900 años…
- Curioso… en los documentos de referencia muónicos establece que la era medieval humana fue hace unos 50 años, no 900…
- ¡¿Qué?! ¿Estás diciendo que mi padre es del medievo? Bueno, un poco antiguo sí que es, igual tienes razón, soy muy mala con las fechas…
- De acuerdo, ¡vayamos!
Salimos de casa.
- Cuéntame algo de ti Miui, ¿Cómo es la vida de un muon?
- Bueno, ahora estamos en una época dorada para el mundo muónico.
- ¿ Ah, sí?
- Sí… ¿no te ha hablado de eso tu profe de Física? Resulta que habéis medido recientemente nuestro momento magnético en un experimento y os ha dado un resultado anómalo con respecto a los resultados teóricos que esperabais, lo cual puede daros pistas sobre nuevas leyes de la Física…
- ¡Guau! ¿y estamos en lo cierto? ¿hay nueva física detrás de esos experimentos?
- Mmm… no te voy a dar spoilers, pero podríamos decir que estamos de moda, sí.
A medida que Miui habla, cada vez tiembla más…
- Oye Miui, ¿estás bien? ¿tienes frío? ¡Estás temblando!
- ¿Eh?¡No! Se me está acabando el tiempo, me estoy desintegrando, ahora verás un neutrino, es muy divertido, y ¡puaj!, un electrón… pero tranquila, no muerde. Ha sido un placer hablar contigo…
Mientras termina esta última frase, Miui se estira, languidece y finalmente se desintegra. No me da tiempo a despedirme y mi madre me despierta de la siesta. Lo cierto es que debo ponerme a estudiar para el examen de Física de mañana, pero en verdad, me apetecía más quedarme Hablando con Miui.
Historias, elementos y tablas periódicas
Capítulo I:
Tío… ¿Para qué me sirve la tabla periódica? ¿Para armar alguna casa hecha de madera?
¡En qué gran aprieto me había metido cuando mi sobrino de 5 años me hizo esa pregunta! Como tío y padrino mi peor error sería que él se quedase con esa duda. “La curiosidad mató al gato” dice el dicho, y esta vez era mi turno hacer que esa duda quedase en el pasado.
Me acordé de muchas ocasiones cuando mis alumnos de 13 años me preguntaban lo mismo. Con sus ojos desorbitados y llenos de esperanzas siempre al comienzo de cada año se repetía la pregunta “¿usaremos la tabla periódica este año profe? ¿Para qué sirve eso?”. En síntesis, su pregunta era “¿con qué se come ese trozo de papel que pareciera que tiene tanta importancia para los científicos?”
La enseñanza de la tabla periódica, con sus números atómicos, masas atómicas, A, Z, redondeos de números y demás, debían quedar de lado al momento de explicarle a mi sobrino qué era eso.
Con tan solo mirarlo comencé a pensar qué había detrás de cada casillero que encerraba un elemento químico.
Elemento, único e irrepetible. Como cada persona de este planeta, con sus similitudes y diferencias que los hacían inigualables en su forma de pensar y actuar, de sentir, de amar y odiar. Entonces se me ocurrió sentarlo en mi regazo y decirle:
Tío: Bueno, ¿cuántos elementos crees que forman todo lo material? Es decir, todo lo que se puede percibir con los sentidos, ocupa un lugar en el espacio y es divisible…
Facu: Cuatro son… agua, tierra, aire y fuego tío…
¡Dios sácame de esta dura tarea de tío y padrino!
Su concepción sobre la mirada del mundo había quedado en el 384 a.C., cuando Aristóteles planteó su filosofía de que todo está compuesto de cinco elementos: agua, tierra, aire, fuego y éter. Así nuestro querido filósofo explicaba que cada elemento tiene un movimiento natural. El agua y la tierra se mueven naturalmente hacia el centro del universo, el aire y el fuego se alejan del centro, y el éter gira en torno al centro. Estos principios servían para explicar fenómenos como que las rocas caigan y el humo suba. Además explicaban la redondez del planeta, y las órbitas de los cuerpos celestes, que están compuestos de éter.
Los preconceptos están hechos para ser cambiados. Ya cuando Kuhn (un historiador muy importante de las Ciencias) planteó que un conjunto de explicaciones determinados para explicar fenómenos (paradigmas) permanecía en vigencia hasta que llegaba otro grupo de conocimientos que explicaba las cosas mejor. En resumen, una hermosa e interesantísima historia de guerras, peleas y revoluciones científicas.
¿Cómo que los científicos se pelean? ¿Hay peleas detrás en la historia de la tabla periódica? Pues claro… y muchas déjame decirte. Ya entraremos a ver algunas, a no desesperar.
No podía hablar de Aristóteles y corrientes filosóficas a mi sobrino. Así que comenzamos un diálogo bastante elocuente:
Yo: El agua, la tierra, el fuego y el aire forman parte del universo. Pero si hablamos de elementos esos conocimientos quedaron atrás en la historia. Imagínate, 384 antes que nazca Jesucristo…
F: ¿Jesucristo? ¿El que nombran en la iglesia cuando vamos con mi mamá?
Yo: Exactamente. Y eso fue hace mucho, mucho pero mucho tiempo. Ahora las cosas cambiaron.
F: ¿Será que los elementos que dije hoy tendrán que ver con la palabra “elementos químicos” que tanto veo que reniega mi hermano en la escuela?
Yo: Déjame mostrarte la tabla periódica. Contáme qué ves…
F: Veo colores, cuadros, números, letras. Pero no entiendo nada de qué se trata tío Fabi.
Yo: La tabla periódica es un resumen de todo lo que nos forma. Lo que forma la ropa que tenés puesta, tu cabello, tus uñas, la compu, el joystick de tu videojuego, los dientes postizos de la abuela y hasta los dientes naturales que tenés vos. Pensá que cada cuadrito es una casa. En cada casa vive una persona. Esa persona es un “elemento químico”. Pero es sabido que todos los seres humanos no se llaman “seres humanos”, así tampoco los “elementos químicos” no se llaman “elementos químicos”. Cada uno tiene su propio nombre que los identifica. Así como el señor Hidrógeno, el señor Helio, el Señor Oro…
F: Oro… Como el anillo que tiene mi mama cuando se casó con mi papá.
Yo: ¡Claro! Además hay otras casas que está por ejemplo el señor Oxígeno..,
F: ¡Ah! En la escuela hoy nos dijeron que respiramos oxígeno… ¿Tiene que ver con eso tío?
Yo: Tiene que ver ¡y cómo! Por eso es que ahora te voy a empezar a contar historias sobre cómo cada elemento químico tiene toda una vida detrás. ¡Como una persona! Quién viva en cada casa tiene detrás muchas cosas que contar, como qué hace, para qué se lo puede utilizar, dónde se lo puede encontrar a menudo. Por ejemplo, como a tu amigo Franco, que casi siempre hay que buscarlo en la cancha. Allí es más fácil encontrarlo que en la casa.
F: ¿Así también los elementos son más fáciles de encontrar en algunos lugares más que en otros?
Yo: ¡Sí! Y hasta a veces se encuentran en lugares en muy pequeña cantidad, ahí se dice que se los encuentra en “cantidades traza”.
F: “Cantidades trazas” como las notas buenas en la libreta de calificaciones de mi hermano mayor entonces.
Yo: Ahora te voy a empezar a contar y “chusmear” sobre la vida de cada elemento químico. Vas a ver que cada uno de ellos tiene su parte interesante. Pero por el tiempo no nos va a dar lugar a hablar de todos. Así que te contaré los más interesantes. Por ejemplo, algunos que tienen que ver con dioses griegos, con mujeres de ciencia, con países y hasta con cosas que pueden hacer. Me gusta tu cara de sorprendido. Esa es la primera actitud que tiene un hombre que hace ciencia.
La charla siguió un poco más en torno a esa pregunta tan emblemática que había surgido en esa tarde de primavera.
Nos servimos un poco de gaseosa. Nos sentamos al frente una mesa. Traje un block de hojas y él sentado sobre mi regazo esperaba que le cuente sobre el apasionante mundo de la Química que tanto escuchaba hablar.
Ese mundo lleno de historias, elementos y tablas periódicas. Y principalmente ese mundo en el que la tabla periódica, mejor dicho, los elementos químicos estaban en todos lados.
¿En todos lados?
Sí. En todos lados. Hasta en los lugares que ni esperábamos.
_ Lo de indivisible solo lo tiene el nombre. Átomos, elementos y tabla periódica
Miremos a nuestro alrededor. Todo lo que se percibe con los sentidos, ocupa un lugar en el espacio y es divisible recibe el nombre de materia. Es decir que si lo puedes tocar, oler, olfatear y oír es materia. Como una mesa, una silla, la pared entre otros se pueden sentir, cumplen con el requisito de ser materia.
¿El aire es materia? La respuesta inmediata que surge es que no. Si no se puede ver. ¿Cómo podría llegar a ser materia algo invisible? No se percibe con el sentido de la vista. Pero pensemos estas situaciones:
a) Yendo al trabajo bien perfumados, con un una camisa bien planchada y peinado perfecto. Un peinado que estuvimos casi veinte minutos tratando que no queden algunos tan molestos “pelos parados”. De repente siento que se arrastra una corriente de aire en movimiento, también llamado viento, y desarma mi cabellera reluciente. Y arma por otro lado una cara de desilusión por haber arruinado tan laborioso trabajo.
b) Comiendo una mazorca de maíz embadurnado con manteca nos encontramos tomando sol en la playa debajo de nuestra sombrilla. Y es ahí cuando comienza una ventisca violenta que nos alarma. Inmediatamente vemos por el aire cómo vuelan sombreros, sombrillas y por qué no también algún peluquín que trata de llegar al cielo nublado y tormentoso.
c) Un paseo en bicicleta por una zona poblada se convierte en verdadera odisea cuando sentimos que “nos golpea” una corriente de viento que se vuelve “viento en contra”. ¿En contra de quién? En contra de nuestro movimiento fluido y continuo.
Así consideramos que el aire no se ve como tal, pero se siente. Y percibirlo con los sentidos (aunque no sea con el de la vista) ya hace que sea considerado materia. Así entonces se lo puede usar para hacer rifles a “aire comprimido” o secar la ropa extendiéndola fuera o al frente de un ventilador.
Concluimos que vivimos en un mundo material, y no en el sentido que lo planteaba la reina del pop Madonna en los años 80, sino desde el sentido que todo cumple con los requisitos de ser “materia”. Si considero una mesa y una silla, ambas son materia. Pero ¿qué diferencia una de otra? Además de colores, peso, sabor (y con esto no sugiero que traten de probar el sabor de ambos), hay una característica principal que es la forma que tienen. A esa característica de tener forma definida se la llama cuerpo.
Por ello es que al hablar de “cuerpo humano” hacemos referencias a una imagen de una cabeza, dos brazos, dos piernas y un torso. Al hablar de “cuerpos geométricos”, “cuerpos celestes” hacemos también referencias a ideas que nos sugieren formas de materia determinadas.
Si consideramos la mesa como materia, y decimos que es ese objeto porque tiene “forma de mesa”, cabría preguntarse ¿todas las mesas son iguales? ¡Que pregunta más disparatada! ¡Claro que no! La mesa de mi tía es más grande que la de mi cuñada. La mesa de mi mamá es marrón y la de mi hermana es roja.
Cuando hablamos de diferencia hay que pensar más allá, o más acá depende de donde lo miremos. Hay mesas de madera, las hay de plástico, las hay de mármol, de cemento, de metal. ¿Y eso dónde entra dentro de lo que estuvimos hablando?
Al hablar del material del que están hechas las cosas nos referimos a la tercera parte de nuestro fantástico mundo material: las sustancias.
Las sustancias se definen como los componentes de la materia. Es decir madera (celulosa), yeso (sulfato de calcio), plástico (PVC o policloruro de vinilo), entre otros.
¡Uf! ¡Cuántas cosas y todavía no hablamos nada de los elementos ni de la tabla periódica!
Pensemos en la definición de sustancias como lo que compone la materia.
Hace muchos miles de años, aproximadamente en el 340 a.C. se encontraban dos filósofos reunidos en Abdera, Grecia. Uno llamado Demócrito, con sus cachetes regordetes y siempre rojizos como si estuviera algo pasadito de copas (Tal vez sea por su adicción a las fiestas bacanales donde abundaba el buen vino); y otro llamado Leucipo, quien fue maestro de Demócrito.
Ambos miraron a una piedra y la rompieron. Lo que pasó fue que se rompió (corramos desnudos gritando ¡Eureka Eureka! Como Arquímedes). Pero ellos miraron más allá y pensaron: Si una porción de materia se rompe, obtengo dos o más porciones de la misma. Pero ¿hasta qué punto se puede romper algo y seguir siendo el mismo objeto?
Allí postularon que todo se podría llegar a dividir hasta obtener la última partícula (parte pequeña) que llamaron “átomo”. Del griego ἄτομον que significa “indivisible”.
Consideraron así que los átomos eran lisos o rugosos, con pinches (como los átomos del fuego) o porosidades. Todo dependiendo de qué material tuvieran en sus manos.
Según la corriente filosófica atomista, los átomos se encontraban en un gran torbellino cósmico primeramente, en los cuales comenzaron a chocar al azar y empezaron a formar la tierra y todos los seres que habitan dentro de ella.
Además hablaron de átomos llamados “fantasmas”, que principalmente formaban lo que se conoce con el nombre de “alma”. Esa parte tan profunda que teóricamente compone a los humanos y que se debe perpetuar porque nunca mueren.
Para los atomistas griegos, los átomos que formaban parte del colmillo de un marfil podrían ser parte de la nariz de alguno de nosotros. Es decir que podían disgregarse en sus partes y volver a formar parte de otros cuerpos.
¿Y cómo sigue la historia?
Muchos años y muchos cambios fueron surgiendo. Nuevos modelos aparecieron y desaparecieron de la faz de la historia del átomo. Lo importante de esto es saber que el átomo se pudo dividir.
Si se pudo dividir al indivisible ¿Entonces cambiaron el nombre? No, ¿para qué? El nombre átomo quedó vigente hasta el día de hoy. Pero de indivisible solo quedó el nombre.
Primero cabe aclarar que después de muchísimos (pero muchísimos) experimentos se determinó que el átomo mide aproximadamente 1 billonésima parte de un metro (1 millón de millones). Por ejemplo 5 billones de ellos caben sobre la cabeza de un alfiler. ¡Qué chiquito! Tal es así que:
_ En un grano de arena encontramos 2,2 trillones de átomos.
_ En un glóbulo rojo humano, 10 billones de átomos.
_ Un cabello humano tiene un espesor aproximado de medio millón de átomos.
La materia ordinaria está compuesta de átomos que están formados por protones, neutrones, y electrones. El átomo consiste de un pequeño núcleo formado por protones y neutrones, del orden de 20.000 veces más pequeño que el tamaño del átomo. La parte exterior del átomo consta de un número de electrones igual al número de protones, haciendo que el átomo normal sea eléctricamente neutro.
Pensemos en un racimo de uvas que tiene frutos violetas (protones con carga positiva) y algunos verdes (neutrones sin carga eléctrica) en los cuales giran alrededor abejas (electrones con carga negativa).
Un elemento químico consiste de átomos con un número específico de protones en el núcleo; este número se denomina número atómico.
¡Entonces un elemento químico en realidad se representa mediante la estructura de un átomo!
Así como las personas se diferencian por rasgos determinados, un elemento químico se diferencia de otro por las cantidades de protones que tiene en su estructura. Por ejemplo, el átomo de Hidrógeno tiene un protón y un electrón, y su diferencia con el átomo de Helio se da en que éste tiene dos protones, dos electrones ¡y dos neutrones!
Pero si las diferencias se dan solo en agregados de partículas nos llevaría a pensar que las características entre uno y otro no deberían cambiar mucho. Sin embargo, esos cambios entre uno y otro hacen que las propiedades de cada elemento sean únicas e inigualables.
Habiendo visto cómo son las estructuras atómicas comencemos sin perder más tiempo a ver qué historias hay detrás de cada elemento.
CAPÍTULO II El primer elemento. ¿Hidro cuánto? ¿…Geno?
Con tan solo un protón y un electrón el Hidrógeno es el primer elemento que encabeza la tabla periódica. Un elemento pequeño no debe causar mayores estragos deberíamos pensar. Pero en realidad este elemento abunda a nuestro alrededor.
Desde el nombre, la palabra Hidrógeno se divide en dos partes: Hidro y Geno.
Hidro… ¡Como “la hidro” que se usa para lavar el automóvil o la motocicleta! Justamente nos lleva a pensar en agua. Y es a esa sustancia a la cual nos referimos en la primera parte del nombre de este chiquitín.
Y geno, el cual nos lleva a pensar en “génesis” que significa generar.
Al unir las dos partes concluimos que la nomenclatura del elemento significa “generador de agua”. ¿Cómo puede ser que un elemento tan chiquito tenga su relación con el generar agua?
Primeramente, hay que considerar que el hidrógeno fue descubierto por T. Von Hohenheim (también conocido como Paracelso, 1493-1541). Lo obtuvo artificialmente mezclando metales con ácidos fuertes. La característica principal de este elemento es que es un gas mucho menos denso que el aire, por lo cual es capaz de elevarse, o como decimos “flotar”. Paracelso no era consciente de que el gas en realidad tenía la propiedad de ser muy inflamable.
Esta característica dio una idea interesante a los que hacían tecnologías aéreas, quienes comenzaban sus primeros diseños de Zeppelin. Así fue que François Isaac de Rivaz construyó el primer dispositivo de combustión interna propulsado por una mezcla de hidrógeno y oxígeno en 1806. El uso de este gas dio la posibilidad de construir los primeros globos aerostáticos que tenían la capacidad de ascender y poder realizar experimentos en la atmósfera a partir de extracción de gases de la misma, o simplemente ascender como viajes “confiables” en las alturas.
El desarrollo y diseños de dos Zeppelin conocidos como LZ 129 Hindenburg y su gemelo el LZ 130 Graf Zeppelin II fueron los dos mayores dirigibles construidos, y las aeronaves más grandes jamás construidas. El Hindenburg fue nombrado en honor del Presidente de Alemania Paul von Hindenburg. Era un nuevo diseño, completamente construido en duraluminio: 245 m de largo, 41 m de diámetro, 16 bolsas (14 de hidrógeno y 2 balones de aire) con una capacidad de 200.000 m³ de gas. Al plantear el vuelo los alemanes tenían una gran experiencia en la manipulación del hidrógeno de modo seguro, sin sufrir nunca un accidente relacionado con la alta reactividad del gas. Aun así, y para mayor seguridad, se trató la envoltura del dirigible para que no acumulara electricidad estática, evitando de este modo que saltaran chispas. Los ingenieros alemanes tenían tanta confianza en su capacidad para manejar hidrógeno con seguridad, que incluyeron en el Hindenburg una sala para fumadores.
El 6 de mayo de 1937, tras haber cruzado el Atlántico, el Hindenburg se acercó a la base de amarre en la Estación Aeronaval de Lakehurst (Nueva Jersey), después de esperar varias horas a que el tiempo tormentoso le permitiera las maniobras de atraque.
Repentinamente, se prendió fuego en la parte superior de la popa, extendiéndose casi instantáneamente por todo el dirigible mientras la estructura caía lentamente sobre los pasajeros que saltaban desde una altura de 15 m y marinos que ayudaban en las maniobras. Quedó destruido por completo en menos de 40 s y su esqueleto permaneció largo tiempo en el suelo hasta que fue vendido como chatarra2.
b. Explosiones en el espacio
Una de las propiedades más importantes que tiene el Hidrógeno es la de generar explosiones muy potentes como lo hemos visto.
El poder de ignición de este elemento es tan potente que está presente en uno de los astros que tanto dilema causó entre Ptolomeo y Copérnico por saber quién estaba en el centro. Si la tierra o el sol.
El Sol se formó hace 4650 millones de años y tiene combustible para 7500 millones más. Hace tan solo un siglo, se desconocía de qué manera el Sol podía producir una cantidad tan ingente de energía como la que irradia hacia el espacio. Por supuesto, existían algunas ideas al respecto, muchas de ellas bastante audaces. Algunos estudiosos pensaban que el Sol era una enorme nube de gas que colapsaba bajo su propia gravedad, de tal forma que el rozamiento y las colisiones causaban su calentamiento. Otros pensaban que el Sol no había podido enfriarse desde su creación.
Después de descubierto el fenómeno de radiactividad (capacidad de un núcleo de romperse, pensemos en el racimo de uvas que al perder un fruto significa que pierde radiactividad natural) y que Einstein plantee su famosa fórmula se determinó que el sol en realidad era una gran bomba. Cuyo combustible eran toneladas de Hidrógeno que se quemaban por segundo liberando alrededor de 100.000.000.000.000.000.000 Kilovatios-hora. Aproximadamente un millón de veces la cantidad total de energía que el mundo entero utiliza en un año. ¡Y el Sol libera toda esa energía cada segundo! ¡Eso es realmente energía solar!
Por tal motivo a esta estrella se la suele llamar “Bomba de Hidrógeno”. Y no para menos ese calificativo le queda de lujo.
Hasta ahora, el Sol ha quemado la mitad de sus reservas de hidrógeno. Lleva haciendo ese proceso hace cinco mil millones de años, y lo seguirá haciendo otros cinco mil millones de años más. Y entonces, ¿qué? Entonces se acabó la fiesta. El Sol se hinchará y se convertirá en una “gigante roja”, haciendo que la atmósfera y toda el agua y la vida de nuestro planeta se evaporen. Será mejor que salgamos de aquí antes, pero disfrutemos mientras dure.
c. ¡Puf! Más explosiones… ¿con agua?
A esa propiedad de dar una explosión hizo que se prendieran varias lamparitas y pensar ¿qué usos se le podría dar a esta propiedad en un motor de combustión interna?
En el 2008 una noticia se presentó como revolucionaria en los periódicos argentinos 3
“La increíble historia del motor a agua argentino:
En 2008 su auto equipado con el milagroso motor apareció en Santiago del Estero. Se anunciaba como un auto a hidrógeno y así explicaba su logro:
“Consiste en la utilización de agua la cual se somete a un proceso de electrólisis y como consecuencia de ello se obtiene gas de hidrógeno, el cual se combina con oxígeno y vapor saturado obteniéndose una mezcla que se usa como combustible inyectado a baja presión en la cámara de combustión del motor. El sistema está compuesto por un depósito de agua, una cuba electrolítica/electrolizador, un
depósito distribuidor de la mezcla de gas de hidrógeno y por reservorios y dispositivos electrónico de control”.
Electrólisis viene de “electro” que significa electricidad y “lisis” que significa romper. Entonces se refiere a un fenómeno de ruptura por electricidad. ¿Quién se rompe? ¿Se puede romper el agua? ¡Pues claro!
El agua, o como su fórmula lo expresa H2O, significa que está compuesta (de ahí que sea un compuesto químico) por dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno. Al hacerle pasar electricidad con una batería (puede ser de nueve voltios) conectada a unos lápices (electrodos) comienzan a surgir burbujas de las minas de grafito. Ese es el momento en que se está produciendo la ruptura, o lisis, del agua. Por un lado se obtiene Hidrógeno y por otro se obtiene gas oxígeno.
A partir de este proceso es que se basa el “motor a agua” que han producido nuestros colegas. Aprovechando que el Hidrógeno puede “explotar” como la mezcla de gases de un hidrocarburo (ya sea nafta o gasoil) entonces puede producir la combustión interna para generar movimientos.
Además de que se pueda soñar en la utópica realidad de que podamos decir “tanque lleno por favor” y lo llenen de agua, es que la explosión del Hidrógeno da como resultado vapores de agua. Ya que es parte de tal compuesto químico.
Por ello es que un motor a Hidrógeno en realidad sería una fuente de energía alternativa y limpia. Que liberase al ambiente agua y no contaminantes como lo hacen los combustibles fósiles. De ahí es que en su nombre se le haya colocado “generador de agua”, ya que en sus explosiones da ese compuesto como resultado del proceso químico.
El Hidrógeno es un elemento pequeño, pero como vimos podemos decir “poderoso el chiquitín”.
CAPÍTULO 3: El Helio. Historias de cambio de pubertad y explosiones.
¿Qué relación hay entre una fiesta de cumpleaños, el sol y un globo aerostático?
Con dos electrones, dos protones y dos neutrones el Helio es el segundo elemento dentro de la tabla periódica.
Los primeros registros de este elemento se pueden visualizar en el libro “La Ilíada” y “La Odisea” de Homero, un escritor griego que dio base a esas dos grandes obras literarias. En los textos, el autor describe a Helios como un dios hermoso con ojos penetrantes. Lleva un casco de oro, simbolizando los rayos del sol, y se viste con mantos púrpura. Helios conduce un carro de caballos de cuatro alas, destacados por su aspecto y movimiento fieros a través del cielo.
Ya establece Homero el nombre Helios no al elemento en sí, sino a un Dios que cumplía el origen de ser un Titán3. Este Dios griego simbolizaba al Dios Sol, que con sus caballos alados llevaba el fuego que iluminaba la Grecia entera seguido del camino preparado por Eos, de rosáceos dedos.
A la par de Homero, podríamos establecer que muy lejos no andaba en su divulgación. El Helio suele andar por los aires, y es justamente porque es un gas. Este gas tiene la propiedad de formar parte de lo que se conoce “la nobleza de la tabla periódica”. El título de Noble se lo gana junto con otros elementos más, que también son “gases nobles”, ya que es muy difícil encontrarlos combinados con la plebe del resto de los elementos químicos. No atendamos a la discriminación por favor.
El nombre del gas Helio se le atribuye justamente porque se encontró una gran cantidad del mismo en nuestra estrella llamada Sol. La misma que formó parte del cambio del geocentrismo al Heliocentrismo, además de presentar Hidrógeno en su composición, también tiene presenta Helio. El Hidrógeno, en esta gran masa de fuego, tiene la capacidad de reaccionar y dar lugar a un átomo de Helio. Este resulta ser inerte y abarca gran parte de su composición. Al tener temperaturas tan elevadas el Helio puede descomponerse para dar lugar a más Hidrógeno en la conocida reacción protón-protón.
Esta reacción se da en núcleos atómicos, por ello es que se llaman “reacciones nucleares”. Las principales características de este tipo de fenómenos es que liberan grandes cantidades de energía, como el Sol que es considerado una gran bomba de “Fusión nuclear”. Esto se da cuando núcleos atómicos se combinan para formar otros más grandes y generar hasta 100.000.000.000.000.000.000 Kilovatios-hora como vimos en el capítulo anterior.
La diferencia principal con la “Fisión Nuclear” (Ruptura de átomos grandes en otros más pequeños con la consecuente liberación de energía), es que la Fusión es un tipo de energía limpia. Es decir que no deja residuos nucleares que puedan contaminar el ambiente.
Así entonces el dios Helios nos guían en sus continuas explosiones para iluminar nuestros caminos con sus caballos alados y sus antorchas de fuego, o de Hidrógeno y Helio.
b. Fiestas y voces graciosas. Una vuelta a la pubertad.
En un capítulo de Los Simpson, cuando el Señor Burns es detenido por realizar hurto de pinturas famosas. Al llevarlo a detención, chantajea al jefe de policía diciéndole que sabía sobre su adicción. Su adicción al Helio. Cuando la escena muestra al encarcelado en su celda, al a retornar la escena a la oficina se muestra al oficial que aspiraba gas de una garrafa que tenía la inscripción He, y se lo mostraba “volando” y hablando con una voz muy aguda. Era justamente el gas Helio el que se encontraba llenando sus pulmones.
La propiedad que presenta el Helio es que es menos denso que el aire, al igual que el Hidrógeno pero sin presentar la propiedad de ser explosivo. Por tal motivo es que en las fiestas de cumpleaños se inflan globos con este gas para lograr ese efecto de flotabilidad que tanto llama la atención.
(Ahora se viene esta idea para el cumpleaños número 6)
¿Pero qué produce cuando se inhala este gas? Al entrar en la laringe, las cuerdas vocales se ven envueltas en este gas que es mucho menos denso que el aire y que, por tanto, ofrece una resistencia mucho menor. Así, haciendo el mismo esfuerzo por parte de los músculos de la laringe, las cuerdas vocales se tensan más y vibran con mayor frecuencia, por lo que el sonido que producen será más agudo.
Pero hay que considerar una situación, ya que mientras introducimos Helio en nuestros pulmones no entrará oxígeno en la sangre. Y lo que es peor, no se estimula el reflejo respiratorio, pues este es desencadenado principalmente por la presencia de dióxido de carbono, por lo que el Helio podría detener la respiración sin que siquiera nos demos cuenta.
Así que tengamos en cuenta esos detalles ya que inhalaciones fuertes o continuadas de Helio pueden llegar a producir asfixia. Casos también en los que se puede manifestar pérdida de conciencia, paro respiratorio y, consecuentemente, paro cardiaco.
Ya se han producido varios casos de asfixia grave e incluso muerte a causa de la inhalación de Helio en fiestas.
¡Menuda forma de terminar un agasajo de cumpleaños!
c. Paseos en Globos… más seguros
Si recordamos, el LZ 129 Hindenburg fue un dirigible alemán tipo zeppelin, destruido a causa de un incendio cuando aterrizaba en Nueva Jersey el 6 de mayo de 1937. El accidente ocasionó la muerte de 36 personas (alrededor de un tercio de las personas a bordo). Fue ampliamente cubierto por los medios de la época y supuso el fin de los dirigibles como medio de transporte.
Pero esa historia quedó atrás, y es que ahora la utilización de Helio hace que el volar y disfrutar de paseos en globos aerostáticos sean mucho más seguros.
Por ejemplo tecnologías nuevas trabajan llevan casi 50 años en desarrollo del llamado Aeroscraft. En esencia, es similar a un Zeppelin en el sentido de que no es hinchable, sino que su estructura es rígida y estable. También comparte con el Zeppelin el uso de gas, solo que el Aeroscraft utiliza Helio no inflamable. A diferencia del Zeppelin, esta nave está confeccionada en aluminio y fibra de carbono, que son mucho más resistentes e ignífugos.
La nave alcanza su flotabilidad gracias a un conjunto de depósitos de gas a presión que funcionan de manera similar a las válvulas de un submarino, pero en el aire. Tres turbinas se encargan de impulsar el Aeroscraft mientras que otras seis turbohélices en su parte inferior controlan el equilibrio y movimiento.
Los Aeroscraft son lentos en comparación con un avión, pero su capacidad de carga y su habilidad para despegar y aterrizar en vertical los posicionan como una estupenda alternativa para el transporte del futuro. La nave incluso cuenta con un sistema patentado para posar la carga en tierra sin ni siquiera tener que tocar el suelo.
Así entonces este gas noble, perteneciente al grupo 18 de la tabla periódica nos deleita estabilizando al Sol, y puede elevarnos hasta las nubes para lograr nuevas experiencias que se traducen en anécdotas de romance y paseos parisinos. ¡Pero hay que tener cuidado! Que entre fiestas de cumpleaños y voces graciosas, Helios no nos lleve a la “Isla del Sol” y al descuidar a las ovejas las comamos y terminemos calcinados por sus caballos de fuego. Sino preguntemoles a la tripulación de Odiseo cuando intentaba regresar a Ítaca para ver a su hermosa Penélope.
¡Vaya Odisea la de Odiseo Laertíada!
INTERLUDIO DE TERROR CIENTÍFICO: “LA CAPITAL DE LAS BRUJAS”
A veces, cuando me pongo a recordar me resulta confuso y difícil de entender cómo de esperanzas de alegrías pueden surgir cosas tan macabras. Una promesa de felicidad jamás debería terminar en terror y espanto. Yo era muy chico aún, pero lo suficientemente grande como para entender que algo andaba mal. Jamás hubiese creído que de vivir felices podíamos pasar a ser tan desgraciados. Aprovecho estas hojas, y la poca cordura que me queda para dejar memoria de lo que sucedió. No creo pueda escribir sin derramar lágrimas, a veces parece que cuando lloro mi sangre hierve y lastima mis ojos. Mis manos a veces no me responden, por lo cual tardaré un poco más de tiempo en terminar lo que tengo ganas de contar. Contar, ¿para qué? Tal vez todos creemos que las historias que tenemos para relatar son importantes, y siempre está presente ese dicho de mi abuela “hijo mío, pensá que cuando crees tener problemas siempre hay personas que padecen cosas peores que vos”. Y tal vez era este el momento en que mis problemas eran peores que los de ustedes. Es difícil contar mis sensaciones, a veces tiemblo sin parar, como si fuera un ataque epiléptico (y pensar que antes le llamaban la “enfermedad sagrada”, si Dios se manifiesta así preferiría que no me tuviese en cuenta de esta manera y buscaría que me lo sacaran). Mi cabeza parece explotar, ya la jaqueca se hizo parte de mi cuerpo. Hace años vivo con este intenso dolor. Dolores que van más allá de las migrañas, y malestares estomacales seguidos de vómitos con sangre. Igual que mi madre en su momento.
En una tarde de verano, cuando tenía 12 años, nos mudamos a una ciudad del interior del Chaco llamada Las Breñas. Nosotros éramos Santafesinos, nacidos y criados en Vera, una hermosa ciudad que al principio no quería abandonar. Era dejar atrás mis amigos de la escuela, mis amigos del barrio, los partidos de fútbol, las promesas de amor eterno que tenía pensado con una chica que había conocido en la plaza. Pero el trabajo de mi papá como personal del Banco Nación demandaba que a veces esos benditos traslados por ascenso nos llevaran a ser nómades laborales obligados.
Las expectativas de una mudanza a esa edad se mezclan con emociones de odio, tristeza, desesperanza. Pero mi mamá y papá estaban contentos, decían que irse a otros lugares más tranquilos era la solución para una vida llena de estrés, decían que ampliar mis horizontes y conocer gente nueva era lo mejor para mi vida. Mi hermano menor, con 2 años obviamente no entendía lo que pasaba, pero en el fondo me parecía ver en sus ojos una mirada de tristeza que antes no lo había notado. Sentía que había algo malo en todo eso. Pero los rostros de mis padres denotaban alegría en un ambiente que para mí era oscuro. Se me presentaban como visiones, sus sonrisas rojas y sus ojos amarillos rodeados de un fondo negro. Eso no era nada bueno a mí pensar. Todo lo oscuro traía cosas malas decía mi abuela.
Partimos en nuestro auto. El camión de la mudanza iba detrás de nosotros y a veces aceleraba y nos pasaba. Mi madre se enojaba y decía que rompería las cosas de porcelana que tanto trabajo le había costado empacar. El viaje no fue tan largo, salimos a las 5 de la tarde y llegamos en horario de madrugada.
La ciudad estaba llena de luces resplandecientes marcadas en un caminillo al lado derecho que nos comenzaba a dar la bienvenida. Al girar en la rotonda, un Cristo redentor abría sus manos y señalaba con un cartel “Las Breñas: Capital del inmigrante”. Se veía mucho movimiento de jóvenes en la salida. Algunos tomaban mate, otros vino, otros cerveza. Mi madre exclamó “Viste Juan, te vas a hallar aquí, hay mucha juventud”.
En la radio local comenzamos a escuchar un programa en vivo, era un hombre que relataba historias, y ponía música bastante sugerente para la ocasión. Esa mezcla de punk rock que a veces parecen más géneros dark o gótico. Parecía que al único que le molestaba esa estación de radio era a mí. Me generaba miedo.
¿Podía ser cierto? Todos los adolescentes dejaban de tomar sus bebidas, y nos recibieron como si fuese una caravana, todos en filas, uno a la par de otro mirando nuestro vehículo. Parecía que yo era el único que me di cuenta de eso, podía ver cómo algunos tenían sonrisas. Muy macabras a pensar. Le dije a mi madre “Mirá cómo nos miran”, pero cuando se dieron vuelta a observar los chicos ya habían quedado atrás. Lejos. Ahora íbamos por un boulevard lleno de luces. Lleno de tristezas, lleno de colores que prometían felicidad para mis padres, o al menos eso era lo que veníamos a buscar.
Los días pasaron, y después de al menos una semana pudimos desempacar todo. La casa donde vivíamos era grande y antigua, con cinco habitaciones, un hall, una sala de estar amplia y dos baños. Tenía pinturas varias que adornaban las paredes, la “Mona Lisa” no podía faltar, otro cuadro de Bartolomé Murillo titulado “Niños comiendo uvas y Melón”, y varias otras más. Todas de personas sentadas mirando hacia el frente. Nos habían dicho que nuestro actual hogar habría tenido unos más de cincuenta años. Una casa antigua, con muchas historias, pero que lo principal era su gran valor en afecto y amor.
Al cabo de un mes, mi vida parecía igual, no tenía amigos ni siquiera se habían instalado esas ganas de leer y escribir que tanto habían sido mi pasión desde que tenía noción de espacio y tiempo de existencia. Fue una tarde de primavera cuando en la televisión vi algo que me llamó la atención. Un informe del canal local que planteaba como noticia importante algo que me erizó la piel.
“La capital de las brujas se cobra otra víctima adolescente”. En la madrugada de esta mañana se encontró el cuerpo de un adolescente muerto por lesión grave en el cráneo después de haber impactado contra el cordón de la vereda. Testigos plantean que llevaba el casco puesto, pero de alguna manera éste se habría salido y dejó lugar a que la cabeza impactara directo contra tal objeto.
Algunos consideran que nuevamente para estas fechas cercanas a las fiestas de los estudiantes, 21 de setiembre, las víctimas adolescentes comienzan a ser las más frecuentes. Una mesa servida con comida, vino y vasos de cristal se encontró cercana a la ruta 19, camino al matadero. ¿Cuestiones de brujas? Puede ser, algunos no creen en ellas, pero de que las hay las hay.
Fue en ese mismo momento en que escuché a mi madre gritar en la sala de estar y mis piernas comenzaron a moverse con rapidez, pero luego las sentí pesadas, muy pesadas, como si fuese que tenía puestas zapatillas de acero. Llegué al lugar donde se escuchaban gritos, y lo que me alarmó fue ver gotas de sangre que formaban un sendero que conducía directamente a la figura de mi mamá. Allí vi que sostenía entre sus dos manos a mi hermano menor quien se agitaba violentamente y gritaba en una especie de convulsión. “¡Llamá al 911!” Decía mi madre y tenía todo su cuerpo cortado con lo que había sido un cuchillo muy filoso. En ese momento ella se desvaneció.
Los días siguieron. Y mi familia comenzó a deteriorarse. Mi padre empezó a deprimirse después de que mi hermano tuviese ataques violentos cada vez seguidos, parecía como si estuviese ¿poseído?... Mi madre empezó a tener vómitos y malestares estomacales. Primero parecían síntomas normales de una intoxicación típica por alguna especie de virus del agua. Pero cuando comenzó a encontrar sangre y coágulos en heces y orina sabíamos que algo estaba mal. Los doctores no supieron decir qué era, y recetaron una serie de pastillas y dieta líquida. A la semana mi madre falleció. A partir de ese día jamás volvimos a ser iguales. Mi padre generó una jaqueca que lo acompañó hasta el último día de su vida. En su trabajo lo habían apartado por su condición. Parecía que estaba continuamente cansado, sus manos a veces no respondían, se estaba volviendo prácticamente ciego, a veces balbuceaba y entre dientes hacía comentarios que parecía venir de otro mundo.
Mi rendimiento escolar había bajado drásticamente, lo que leía o estudiaba raramente podía quedarse en mi memoria, parecía que mi capacidad intelectual había descendido a una cantidad mínima. La psicopedagoga del colegio lo atribuyó a los problemas en mi casa. Y lo creí. Pero yo creía que había algo más. Tal vez esa casa era la que nos había echado algún embrujo.
Averigüé con una vecina, una señora de85 años que vivió desde siempre en ese lugar. Me acerqué a preguntarle si sabía quiénes eran los propietarios anteriores, y me dijo:
“Desde hace años, tal vez veinte, tal vez cien, esa casa no se habita por nadie. Todos los de esta ciudad esquivamos hasta pasar por su vereda. Y es que allí vivó hace muchos años la jefa de las brujas de esta ciudad. Una mujer alta y fornida, con cabello rizado y mirada penetrante. En épocas de primavera siempre la veías vestida de negro, y siempre que ocurría la muerte de un joven ella cambiaba su atuendo por uno de color rojo intenso, esa era la manera de decir que estaba contenta. Muchas personas se acercaban a ella para hacer maldiciones. Madres que querían que sus hijas dejaran de lado a novios incompetentes, mujeres despechadas en busca de entregar a algún familiar para cobrar pensiones. Ella era amiga mía, hasta que un día se enojó conmigo y me prometió rebuznar sobre mi ventana como lo hace un burro todas las noches debido a mi traición. Y es que cuando tuve mi sobrino ella me pidió para entregarlo, pero mi amor hacia él fue mayor y me negué. Sus trabajos siempre se daban en una suerte de preparación a un banquete, muchos hablan aquí de una especie de árbol alejado en el cual están escritos los nombres de los jóvenes que irán a morir, están tallados y encarnados en el árbol. Nadie jamás lo ha visto. Solo ellas lo pueden ver. Dicen que está ubicado cerca de donde ponen sus mesas servidas, con vino y la mejor comida en ofrenda al diablo. Un banquete en honor a la entrega de un alma perdida. Los policías entraron una vez en forma de allanamiento, cuentan las lenguas que las encontraron desnudas bailando alrededor de una gallina negra decapitada. Pero fue tal el susto que tuvieron que decidieron salir por donde entraron, y ella se reía a risotadas blasfemas detrás de ellos. ¿Me creerías que todos terminaron en un manicomio? Eran cinco, y los cinco terminaron encerrados. Vaya a saber m’hijo que habrán visto. Pero allí fue cuando una noche parece algo salió mal. Fue un año que ningún joven murió en setiembre, y para el alivio de todas las madres veían que ella andaba de negro, y de repente apareció con un vestido blanco. Con sus ojeras, un cabello teñido de rubio y un cuerpo extremadamente delgado buscaba sonreír a todo el mundo. Cuentan que mandó a pintar toda la casa con ángeles sonrientes que bajaban de nubes de oro. Todo queriendo limpiar las manchas que había dejado detrás, y todo por miedo a que su nieto muriera, a que alguien lo entregase. Allí fue que comenzaron a transcurrir semanas que no se la viera, se extrañaba que no apareciese a jugar a la quiniela, o a caminar por la ciudad despacio y lento, como si estuviera con ansias de casar algo. Y fue en ese momento que desapareció para siempre. Jamás volvimos a saber nada más de ella. Hasta el día de hoy.”
Al llegar a mi casa encontré a mi padre tirado en el suelo alucinando y delirando en lo que parecía un ataque epiléptico. “Ya ha llegado, ya ha llegado, ahí está la luz” repetía una y otra vez. Llamé al 911, y al llegar trataron de hacer todo lo posible con desfibriladores, reanimaciones boca a boca y otras técnicas más, pero no pudieron hacer nada por él. Ahí fue cuando la vi, a esa maldita bruja, parada en la cocina y mirando directamente a la escena trágica que estaba viviendo. Miraba con una sonrisa macabra, y estaba vestida de negro. Sus cabellos rizados denotaban un desinterés por algún tipo de equilibrio emocional. Fui corriendo hacia ella, quería matarla, sabía que había sido ella la culpable de este mal que estaba viviendo. Pero al llegar a la cocina ya no se encontraba más. Había desaparecido.
Fue en ese momento en que me desmayé.
Mi memoria no es muy buena desde ese entonces, recuerdo a mi hermano menor mirando las paredes de la vieja casa, lo recuerdo descascarando y comiendo esa pintura como si hubiese sido ayer. Recuerdo cómo mi madre lo retaba, pero decía que eran maneras de los niños de descubrir el mundo, así como a veces les gustaba comer tierra o cáscaras de huevo. Recuerdo a mi padre lijando las paredes de la casa una y otra vez, y mi madre cebándole mates. Los recuerdos inmersos en ese polvillo interminable que ahora se me hace que era una especie de neblina.
Mi vista no está muy bien. Prácticamente estoy ciego y sordo. Hace una semana que ya no escucho nada más del mundo exterior. Todos atribuyen estos males a la anemia avanzada que tengo, que fue culpa de ésta que logró este estado en mí. No lo soporto y me agarran ataques de nervios, lloro y sufro, sufro y lloro. No soporto que el último contacto con mi familia haya sido en el funeral de mi hermanito.
Lo que pude leer en el diario local fue que en esta ciudad nos han atribuido un mal de esa mujer hacia nosotros. Una especie de maldición por haber querido cambiar su casa. Dicen que no quería que descubramos los ángeles pintados debajo de la pintura y borrarlos para siempre de ese lugar. Lo que sí aseguro es que a veces en la esquina de la habitación de este hospital suelo ver una mancha roja. Algo muy parecido a una mujer. Tal vez sea ella, y se nota está feliz porque esa mueca blasfema que alcanzo a divisar así lo amerita.
El doctor entró y me miró. No podía escuchar lo que hablaba en lo que yo creo que era un tono de voz alto sobre mi oído. Mi oído estaba completamente atrofiado. Hice fuerza por tratar de interpretar lo que me quería decir. Mucha fuerza hice y algo alcancé a percibir. “…Saturnismo… plomo en sangre…”.
Plomo (Pb) procede del latín "plumbum"; los romanos utilizaban este nombre precisamente para designar al elemento plomo. Lo llamaban "plumbum nigrum" para distinguirlo del estaño, al que llamaban "plumbum candidum".
El plomo solía ser muy común en la gasolina y pintura de casas Los niños que viven en ciudades con casas viejas tienen mayor probabilidad de tener niveles altos de plomo. Aunque a la gasolina y la pintura ya no se les agrega plomo, dicho elemento aún es un problema de salud. El plomo está en todas partes, incluyendo la suciedad, el polvo, los juguetes nuevos y la pintura de casas viejas, pero infortunadamente no se puede ver, detectar con el gusto ni oler.
Los síntomas de intoxicación pueden abarcar dolor y cólicos abdominales (generalmente el primer signo de una dosis tóxica alta de intoxicación con plomo) Comportamiento agresivo, Anemia, estreñimiento, dificultad para dormir, dolores de cabeza, irritabilidad, pérdida de habilidades del desarrollo previas (en niños pequeños), inapetencia y falta de energía, reducción de la sensibilidad entre otros.
CAPÍTULO 4: El litio. Historias de manías y juguetes a pila.
Y siguiendo en la lista de nuestros queridos elementos químicos, nos metemos en la vida del tercer tipo de átomo. Con tres electrones, tres protones y cuatro neutrones nos prometen meternos en mundos de curas para la locura y tecnologías.
Recibe ese nombre cuyo significado es “piedra”. Se le atribuye el mismo por el hecho de haber sido descubierto en un mineral.
El compuesto principal del litio es el hidróxido de litio3 (ya empezamos con nombres raros). En formas químicas como carbonatos tiene aplicación en la industria de cerámica y en la medicina como un antidepresivo. Otras sales de litio forman salmueras concentradas que tienen la propiedad de absorber humedad en un intervalo amplio de temperaturas; estas salmueras se emplean en los sistemas comerciales de aire acondicionado por lo general.. El litio se utiliza para tratar y prevenir los episodios de manía (ánimo frenético, anormalmente emocionado) en las personas con trastorno bipolar (trastorno maníaco-depresivo; una enfermedad que provoca episodios de depresión, episodios de manía y otros estados de ánimo anormales). El litio se encuentra en una clase de medicamentos llamados agentes antimaníacos. Funciona al reducir la actividad anormal en el cerebro.
Si bien la manía la solemos relacionar con la locura, hay que considerar a la primera como un estado de enfermedad mental. El maníaco no llega a concentrarse en nada preciso y, al no poder controlar su atención, se deja invadir por una sucesión incesante de ideas, pasando de una a otra rápidamente y sin hacer distinciones. Para el psicoanálisis, en la psicosis maníaco-depresiva se produce la disociación entre la economía del deseo y la decisión de goce del sujeto. Addasdasdassaasfasfassad a
A pesar de que la manía es una entidad ubicada en psiquiatría dentro de las alteraciones del humor, el psicoanálisis no considera que la euforia sea su característica más importante, ya que a menudo no está presente. El síntoma principal que caracteriza a la manía es la fuga de ideas, que por su intensidad puede dar como resultado una excitación mortal. En su artículo de 1915, "Duelo y melancolía", Freud describe la manía de la siguiente forma:
"El alegre estado de ánimo, los signos de descarga de esta alegría y la intensa disposición a la actividad, son los caracteres de la manía, pero constituyen la antítesis de la depresión e inhibición, propias de la melancolía. Podemos atrevernos a decir que la manía no es sino tal triunfo, salvo que el yo ignora nuevamente qué y sobre qué ha conseguido ese triunfo.
Así el Litio se utiliza en Psiquiatría como una manera de controlar esos efectos psicológicos a partir de medicación con Litio. Éste suele tener presentaciones farmacológicas en forma de cápsulas, tabletas de liberación prolongada (acción prolongada) y solución (líquido) para tomar por vía oral. Las tabletas, cápsulas y solución usualmente se toman de tres a cuatro veces al día. Las tabletas de liberación prolongada usualmente se toman de dos a tres veces al día.
El litio algunas veces también se usa para tratar la depresión, esquizofrenia (una enfermedad mental que ocasiona pensamiento alterado o pensamiento inusual, pérdida de interés en la vida y emociones fuertes o inapropiadas), trastornos de control de impulsos (incapacidad para resistir el deseo de realizar una acción peligrosa) y ciertas enfermedades mentales en los niños.
a. ¡Ponéte las pilas si estás agotado!
Muchos de nosotros recordamos a los juguetes de nuestra infancia con mucho cariño. ¿Cómo olvidar el famoso robot que caminaba y emitía en su pecho una pantalla con imágenes luminosas simulando una escena cinematográfica? ¿o el famoso autito conectado a un cable que reconocía los movimientos que hacíamos con nuestra palanca?
Las baterías y pilas cobran su importancia cuando Alessandro Volta realizó en 1800, el funcionamiento de la primera pila eléctrica. Fue tal el interés que en septiembre de 1801, Volta viajó a París aceptando una invitación del emperador Napoleón Bonaparte, para exponer las características de su invento en el Instituto de Francia. El propio Bonaparte participó con entusiasmo en las exposiciones. El 2 de noviembre del mismo año, la comisión de científicos distinguidos por la Academia de las Ciencias del Instituto de Francia encargados de evaluar el invento de Volta emitió el informe correspondiente aseverando su validez. Impresionado con la batería de Volta, el emperador lo nombró conde y senador del reino de Lombardía, y le otorgó la más alta distinción de la institución, la medalla de oro al mérito científico. El emperador de Austria, por su parte, lo designó director de la facultad de filosofía de la Universidad de Padua en 1815.
Casi 2013 años después, en Argentina aparece una noticia en el diario que comenzó a tomar relevancia en la Nación “Celeste y Blanca”:
09/06/2013 00:03
Córdoba tendrá una planta experimental para baterías de litio4
Un plan surgido en Córdoba podría dar como resultado una experiencia que por ahora no tiene precedentes en toda Latinoamérica: montar en algún lugar de Argentina una fábrica de baterías de litio.
El programa se denomina “Del salar a la batería” y tiene como objetivo que Argentina deje de ser simplemente exportadora de litio para empezar a fabricar este tipo de baterías, cuya característica principal es su gran duración.
[…] El mercado al que apunta esta experiencia es el de los autos eléctricos. Sus organizadores tienen en claro que no hay este tipo de mercado en Argentina o en la región, al menos por ahora. Sólo el grupo Renault ha presentado propuestas en países de Sudamérica para traer autos eléctricos, idea que requiere una infraestructura por ahora inexistente, pero todavía es sólo un proyecto. Pese a que no descartan su exportación, advierten que las baterías de litio se utilizan en todo tipo de máquina que necesite una batería de alta duración, como ser los molinos eólicos. Aun así, el proyecto puede derivar en la producción de baterías de litio más pequeñas, como las usadas para computadoras, celulares, maquinaria o motocicletas.
Esta experiencia productiva hará la fabricación de la celda de la batería con su presentación, pero requiere de importar la materia prima: los óxidos, el electrolito y los separadores.
Surgen así dos preguntas:
¿Qué función cumple el litio en una batería?
La batería de iones de litio, también denominada batería Li-Ion, es un dispositivo diseñado para almacenamiento de energía eléctrica que emplea como electrolito una sal de litio que procura los iones necesarios para la reacción electroquímica reversible que tiene lugar entre el cátodo y el ánodo.
Las propiedades de las baterías de Li-ion, como la ligereza de sus componentes, su elevada capacidad energética y resistencia a la descarga, junto con el poco efecto memoria que sufren6 o su capacidad para funcionar con un elevado número de ciclos de regeneración, han permitido diseñar acumuladores livianos, de pequeño tamaño y variadas formas, con un alto rendimiento, especialmente adaptados a las aplicaciones de la industria electrónica de gran consumo. Desde la primera comercialización de un acumulador basado en la tecnología Li-ion a principios de los años 1990, su uso se ha popularizado en aparatos como teléfonos móviles, agendas electrónicas, ordenadores portátiles y lectores de música.
Sin embargo, su rápida degradación y sensibilidad a las elevadas temperaturas, que pueden resultar en su destrucción por inflamación o incluso explosión, requieren, en su configuración como producto de consumo, la inclusión de dispositivos adicionales de seguridad, resultando en un coste superior que ha limitado la extensión de su uso a otras aplicaciones.
Las baterías de Litio presentan un efecto llamado “efecto memoria”. Es un fenómeno que reduce la capacidad de las baterías con cargas incompletas. Se produce cuando se carga una batería sin haber sido descargada del todo: se crean unos cristales en el interior de estas baterías, a causa de una reacción química al calentarse la baterías.
Al parecer, hoy es común que los vendedores ofrezcan a sus clientes indicaciones anacrónicas respecto a cómo deben usar las baterías de sus dispositivos. No los culpo: la tecnología avanza más rápido de lo que uno logra actualizarse, no así sus empresas que tienen el deber de proveer la capacitación necesaria e incluso llegan al extremo de entregar instructivos errados con sus aparatos.
Reproductores de MP3, de DVD, teléfonos celulares, cámaras digitales, PDAs, consolas portátiles o notebooks. Prácticamente todos utilizan baterías de Litio-Ion (Li-Ion), mucho más eficientes que sus antecesoras de Níquel-Metal (NiMH) o Níquel-Cadmio (NiCd) y por tanto dueñas de sus propias particularidades. Someterlas al mismo trato que una batería basada en Níquel no sólo es innecesario, sino que puede reducir su vida útil.
¿Qué verdades hay en el uso de las baterías de Litio?
¿Es verdad que antes de usar por primera vez mi dispositivo debo cargarlo durante 10 a 12 horas? No. Las baterías de Litio-Ion son mucho más eficientes que las basadas en Níquel, por lo que no requieren una carga inicial prolongada. De hecho, ninguna batería Li-Ion actual requiere cargas superiores a 8 horas, independiente de las circunstancias.
¿Es verdad que la batería debe pasar varios ciclos de carga/descarga antes de alcanzar su máximo rendimiento? No. Las baterías de Litio-Ion no requieren un periodo de “rodaje” debido a que su capacidad máxima está disponible desde el primer uso. A una batería de Li-Ion le es indiferente que una carga sea la número 1, 5 ó 50.
¿Es verdad que debo agotar por completo la batería antes de volver a cargarla para mejorar su desempeño? No. Esta es una de las confusiones más comunes legadas por el ‘efecto memoria’ que sufrían las baterías de Níquel-Cadmio y, en menor medida, las Níquel-Metal.
La composición de las baterías de Litio-Ion hace preferibles las descargas parciales a una completa. Peor aún, si es sometida con frecuencia a pérdidas totales de energía, sus circuitos pueden asumir un desperfecto que gatillará un mecanismo de bloqueo. Un 80% a 90% de baterías consideradas ‘defectuosas’ llegan a servicios técnicos por este motivo.
Pero hay una excepción: Las baterías de dispositivos grandes - como los notebooks - dotadas con válvulas de medición, pueden descalibrarse con el uso y entregar lecturas equivocadas. Por ello es recomendable agotarlas completamente una vez cada 30 ciclos, a fin de que sus niveles vuelvan a cero..
¿Es perjudicial mantener la batería conectada al cargador si ya ha completado la carga? NO. Contrario a las baterías basadas en Níquel - cuya permanencia prolongada en el cargador puede dañarlas e incluso provocar un incendio - las baterías de Litio-Ion poseen un circuito que corta el paso de energía una vez que la carga se ha completado. Usualmente, esto se indica por una luz en el dispositivo. Eso sí, siempre está la posibilidad de un fallo o sobrecarga en el transformador, por lo que tampoco se lo debe dejar conectado a la red eléctrica en forma permanente.
¿Cuánto dura una batería de Li-Ion? Si hablamos de su vida útil, cada vez se introducen nuevas mejoras en la tecnología por lo que - bien cuidadas - pueden durar entre 500 a 1000 ciclos de carga/descarga, lo que se traduce en un promedio de dos a tres años (luego se produce desgaste químico).
b. Argentina y la producción de Litio.
A unos cien kilómetros al sur de Purmamarca, Jujuy y en la desolación de la Puna hay un paraje llamado Susques. Y desde hace un par de años cuando un geólogo llamado Waldo Pérez se dio cuenta que en esa zona había mucha riqueza escondida, Susques dejó de ser un punto perdido en el mapa. El paraje de 300 habitantes se transformó en la base de operaciones de “Lithium America”, cotizado en la bolsa de Toronto y posee a 8 kilómetros de allí, en un área bautizada Cauchari, 43.400 hectáreas que está dando que hablar.
El litio se obtenía históricamente a partir de la roca y que su extracción se basaba en un método costoso. Por ello decíamos al principio el por qué del nombre de este elemento químico. Pero en la Puna se encuentra este elemento en grandes cantidades dentro del lecho subterráneo de los salares. Tan sólo basta bombearlo y se obtiene el mineral.
"El proceso no requiere sustancias tóxicas sino una simple tarea mecánica amigable con el medio ambiente", insiste Pérez. La alta evaporación que existe en el lugar hace las cosas aún más sencillas.
La Puna tiene el 83% del litio del planeta, otro 15% se encuentra en el Tibet y un ínfimo 2% en Nevada, EE.UU. Y el mismo litio es considerado una fuente limpia de energía.
Nace así un proyecto impulsado por el gobierno llamado “Proyecto Olaroz”. El mismo busca producir carbonato de litio con una calidad del 99,5 por ciento, para ser utilizado en la generación de energías limpias de baterías y pilas recargables. "El futuro va a ser de los autos eléctricos en los centros urbanos y las baterías de litio van a ser imprescindibles para ello" dijo la Presidenta de la Nación Cristina Fernández de Kirchner al recordar que el gobierno le ofreció "a muchas firmas automotrices internacionales (trabajar) en uno de los yacimientos más importantes".
Olaroz prevé alcanzar una producción anual de 17.500 toneladas de carbonato de litio y 20 mil toneladas de cloruro de potasio. El proyecto cuenta con reservas de 6.400.000 toneladas de carbonato de litio y 19.300.000 toneladas de potasio.
Vemos así una Nación que crece en demandas y comienza a invertir desde la producción de materia prima de carácter tecnológica.
El Litio como elemento químico, simple desde su composición atómica, y potente desde su acción. Pudiendo componer desde estructuras psicológicas hasta materiales de productos de consumo masivos como los teléfonos celulares.
Esos famosos aparatos que se instalaron en la sociedad posmoderna y desatan manías, como la de mirar más el celular que a las personas conocida como Phubbing. Este se define como el acto de desairar a alguien en un entorno comunal mirando el teléfono en vez de prestarle atención. O manías como la del miedo a salir sin el teléfono conocido como “nomofobia”.
Así vemos que el Litio desde la constitución de baterías puede llegar generar estados de desequilibrio mental, como en el momento en que recibimos un llamado importante y se “termina la batería”, pero al mismo tiempo se utiliza en remedios para curarlas.
Es irónico entonces cómo aquí se cumple esa frase que dice “la cura para su propia enfermedad”.
APÍTULO 5: ¿QUÉ MÁS HAY POR SABER?
Sentados mirando cómo jugaban a la pelota unos chicos de entre 10 y 12 años, mi sobrino estaba bastante pensativo. Me dijo que no podía creer que la tabla periódica estuviese en tantos lugares. Allí fue cuando le dije que en realidad la Tabla periódica no era quién estaba en todos lados, sino los elementos que ella contenía en su interior. La tabla es una manera de ordenar los elementos que existen. Le tenía preparado una sorpresa. En el celular tenía dos fotos, una foto de la tabla periódica que usaba cuando yo comenzaba la secundaria, hace un par de años ya, y otra foto de la tabla periódica actual. Comenzamos ese famoso juego de encontrar las diferencias entre una y otra. Inmediatamente la “Serie U” vino a su boca en forma de pregunta.
“¿Qué son esos elementos que tienen todos una U?” Le dije que son elementos que antes no se conocían, que gracias a los avances de la Ciencia y la Tecnología, o la Tecnociencia como tanto se habla ahora, es la responsable de descubrir esos y otros nuevos elementos como la “partícula de Dios” (cara de asombro en mi sobrino). Le dije que eso se lo contaría en otro momento.
_ Muchas historias tiene cada elemento Fabi. No pensé que podría llegar a formar parte de cada uno de nosotros tanta cantidad de elementos químicos.
_ Somos átomos y vacíos como decía la filosofía epicúrea. Un filósofo que no tuvo mucho afín con quienes decían que somos tan admirables por ser creados por un Dios.
_ Quedan muchos elementos en la tabla periódica para que me cuentes.
_ Quedan muchas historias, muchos elementos y muchas cosas por descubrir aún. Pero esas historias comenzaremos a contarlas en otro momento. Ahora nos queda disfrutar de una linda tarde a la luz de la “bomba de Hidrógeno”. Digo… del Sol…
Homo imperfectum
La humanidad siempre tuvo dos grandes deseos que envenenaban sus mentes. El primero era la perfección. Usaban filtros para salir mejor en las fotografías, ocultando sus imperfecciones, creando una versión falsa de su rostro, aunque ellos lo veían más bonito. Además, siempre estaban comparándose y queriendo ser mejor. Si tenían kilos de más, queriendo perderlos; si eran muy delgadas, deseando tener curvas; si eran altas, acomplejadas por su tamaño; y si eran bajitas, explorando vías para medir más. Por otra parte, estaba la búsqueda continua de la eternidad, causada por el pánico a la muerte. Como si vivir casi cien años fuera poco, como si no diese tiempo a hacer todo lo que querían. Eran velas consumiéndose que soñaban con tener más cera y temían que el viento las apagase demasiado rápido. Quizá no era el aire lo que las mataba, sino el miedo.
No eran necesidades, sino enfermedades que fueron comiéndose la cordura de las personas hasta que hallaron la forma de tenerlo todo: construyeron androides con forma humana e implantaron los corazones de las personas, logrando vida en ellos. Lograron transportar las almas de los mortales a los robots, inventando inteligencia artificial humana. No solo consiguieron que fuéramos eternos, sino también que nos diseñáramos a medida, como quisiéramos. Si algo no nos gustaba, podíamos cambiarlo fácilmente.
A esta nueva especie se la bautizó como Homo effictus, siguiendo la tradición de los nombres de la evolución humana que provenían del latín. Hombre moldeado, significa. Al principio, muchos no llegaban a fiarse, decían que se trataba de una conspiración de los poderosos para acabar con todos. No obstante, poco a poco pasó de dar miedo a ser tendencia, y como todo lo que se ponía de moda en aquel entonces, acabó contagiando las ganas hasta al más despistado. Al fin y al cabo, ¿quién iba a querer ser diferente?
Esto es lo poco que sé de los homo sapiens sapiens, toda esta información está sacada de libros y viejas películas, en los que, tal como he dicho, siempre hablan de protagonistas atractivos y de diversas menciones al deseo de parecer siempre jóvenes. Sin embargo, nunca llegué a conocer a ninguno en su plenitud. Fui de las últimas en nacer como ellos, después de mi generación, no volvió a dar a luz nadie más. Para empezar, porque los robots no se quedan embarazados, no tienen aparato reproductivo; y, para seguir, porque si nadie muere, nadie puede nacer, se necesita un equilibrio.
Al principio resultó ser un gran avance, y lo que empezó como un deseo pasó a ser una obligación que nadie se planteaba no cumplir, se normalizó. En tu decimocuarto cumpleaños, te realizaban la operación, cambiando tu cuerpo mortal por el robótico. Eso sí, no te daban cualquier prototipo, sino que trabajabas durante años con un diseñador para acertar con el modelo que soñabas. Una vez completada la transición, te asignaban un trabajo, una casa compartida y empezaba tu vida adulta. Hasta entonces, durante la infancia y adolescencia, mantenían a los humanos al margen, en un edificio con catorce plantas, cada una para una edad. Allí iban educando y enseñando a los niños, preparándolos para lo que les esperaba: una vida perfecta y eterna. Después de mi generación, cuando acabó la transición, el edificio pasó a ser un museo.
Sonará a mundo ideal, pero realmente fue una utopía. No tuvieron en cuenta un pequeño detalle: siempre queremos más, nunca nos sentimos realizados al completo. Los primeros conflictos comenzaron hace una década, cuando las comparaciones pasaron de estar en nuestra cabeza a manifestarse verbalmente. Poco a poco quisimos más: algunos se volvieron a operar, cambiando piezas; otros calmaron su envidia dañando a sus enemigos. A su vez, habían quienes, cansados de ser inmortales, se aburrían y querían acabar, irse del todo. Otros, sin miedo a un hipotético fin, empezaron a rebelarse sin miedo, a probar caminos prohibidos. Sin mortalidad tampoco quedó humanidad. Jugar con la oscuridad sólo podía traer una cosa: un castigo de la naturaleza. Y, al final, pasó lo que parecía imposible. En mitad del caos, se desarrolló un virus informático que acababa con los Homo effictus, apagando su corazón sin opción a recuperar el pulso.
La tormenta se tornó en un huracán devastador. De ser inmortales, pasamos a estar casi extinguidos.
Escribo este texto desde el último campamento para supervivientes. Por suerte, la ciencia continuó desarrollándose, y gracias a ello, hemos hallado un modo de sobrevivir al virus: recuperar los cuerpos humanos. En el museo hay suficientes criogenizados, y podremos volver a ellos sin problema. Eso sí, tendremos que guiarnos por las investigaciones que los antiguos dejaron registradas.
No obstante, no dejo de preguntarme qué hubiera pasado si en vez de buscar lo perfecto, hubiésemos aceptado lo imperfecto.
HUERTO DE PERLAS
En un tiempo pasádo,una pequeña niña esperába ver lo que alguna vez escuchó como ¿Estrellas?,las que ella creia que dormian calmas sobre un manto oscuro
Nunca nadie de aqui las logró ver ya que el cielo de ese lugar desaparecia al caer la tarde y solo se veia una muy tenue claridad,la que adormecia a todo aquel que la podia observar.
Esa pequeña niña se sentába debajo de un viejo árbol y le pedia al tiempo que la tarde se convirtiera por completo en una noche real.
Esto fué asi por un largo tiempo y cada vez que la niña volvia hacia su hogar,llorába sabiéndo que no lo podia lograr
El tiempo que habia transcurrido,despertó al invierno y antes de que todo se perdiera en la soledad,dejó de lado su caminar al observar las miles de lágrimas de aquella niña,esas pequeñas perlas todavia erstában húmedas y le susurraban
El tiempo se detuvo y una muy pequeña gota calló desde el cielo,posándose en el mismo lugar en donde la pequeña solia llorar
El amanecer fué diferente,la calidez despertó a la niña,la que al salir fué hacia el árbol y notó que en medio de toda la frialdad,habia florecido un pequeño valle,mirába sin entender y las dudas se esfumáron cuando las risas se confundian entre las flores
Pero,al pasar unas horas la tarde volvia,las risas se hacian turbias porque volvia a recordar
Antes de irse a dormir,logra escuchar en su mente una voz que le decia que fuera hacia alli,al principio dudó,pero fué tán fuerte que salió,al llegar y en medio de la completa oscuridad observa que aquella claridad habia desaparecido,la oscuridad era real,la misma voz le habla suavemente para que mire hacia el cielo,es ahi cuando cae de rodillas y en medio de un llanto intermináble ve que sus estrellas eran reales,infinitas
Pasó ahi toda la noche,el frio no la cubrió y antes de amanecer pudo guardar muchos puñádos de estas.
Las habia puesto en una cesta y mientras el sol calentába la tierra,la trabajó para luego sembrar varias
A los pocos dias y en un lugar en donde ella solo sabia,habia conseguido un huerto,unas semanas después las plantas comenzáron a dar sus flores y luego sus frutos,cosechába pequeñas galaxias,de las plantas trepadoras obtenia variedades de cúmulos de estrellas y planetas bien sabrosos,como sabia que no eran para comer,las colocaba en su habitación,la que acomodába a medida que más cosechába.
Ese lugar de noche se habia convertido en un pequeño universo dentro de su hogar
Nadie lo veia,solo ella,una de las caracteristicas principales fué que como habia por cantidades infinitas en su huerto,las llevába en cestas y las dejába debájo del árbol,para que al ser de noche fueran hacia el cielo y continuáran llenándo ese espacio real.
El tiempo pasó y la niña nunca creció,sus años fueron eternos al igual que sus sueños en el universo
Un sueño que fué real,un sueño que brilló como aquella pequeña estrella
IAPAC
El aceite de la freidora protesta en forma de humo. Exige el contenido de la bandeja que descansa sobre la encimera. Andrés se lo concede y vuelca la mitad de las croquetas en la cesta, luego la sumerge y disfruta del chisporriteo inicial, que se desvanece a medida que se doran. El timbre de la puerta suena. Andrés abre con desaire por la interrupción. Al otro lado hay dos hombres ajenos a su drama.
—Buenos días —dice.
—Buenos días —contesta uno de los hombres. Ambos exhiben una placa de identidad con determinación—. IAPAC —dicen casi al unísono—. Yo soy el agente Pocotiempo y él es el agente Bocadelobo. ¿Es usted Andrés Martillo?
—El mismo. ¿Quiénes ha dicho que son?
—Somos agentes de la IAPAC.
—Perdone… IAqué.
—IAPAC: Inteligencia Artificial de Predicción Anti-Crimen —explica el agente Bocadelobo—. Si es usted tan amable de acompañarnos.
—¿Acompañarles a dónde?
—Se le acusa de doble asesinato.
—Yo no he matado a nadie.
—No, pero lo hará.
—¿Quién lo dice? —pregunta Andrés.
—La IA lo dice —contesta el agente Pocotiempo—. Lo predice, para ser precisos.
—¿Y en qué se basa la IA para predecir tal cosa?
—En el Big Data: Sus perfiles en redes sociales, las compras con su tarjeta, la televisión por streaming, los datos GPS de su teléfono móvil, su pulsera inteligente… ¿Quiere que siga?
—No es necesario —se lamenta Andrés—. ¿Y a quién voy a matar?
—No se nos proporcionan todos los detalles.
—¿No?
—No. Por la ley de protección de datos.
—Entiendo —reflexiona Andrés.
—Pues ya que lo entiende, si es usted tan amable, señor Martillo —dice el agente Bocadelobo haciendo un gesto de cortesía que invita a Andrés a acompañarlo.
—No pienso ir a ningún sitio con ustedes. Yo no he cometido ningún crimen y le aseguro que no tengo la intención de cometerlo.
—Mire, señor Martillo —dice el agente Pocotiempo con condescendencia—, entendemos su reparo. Todo esto es muy raro. Le vamos a detener por un crimen que no ha cometido, ¡es de locos! A nosotros tampoco nos gusta. Ambos —dice haciendo un gesto para involucrar al agente Bocadelobo—, pertenecemos a una plataforma que trata de acabar con esta ridícula imitación de justicia. Se llama Movimiento Libre de Entidades Sintéticas y Tecnología de Inteligencia Artificial: MOLESTIA. Y hacemos todo lo que podemos para que declaren ilegales las IA y las desconecten. A todas, sin excepción.
—Hasta entonces, tenemos que hacer nuestro trabajo —añade el agente Bocadelobo.
—¿Qué me pasará? —pregunta Andrés.
—Se le criogenizará.
—¡Cómo! ¿Para siempre? —pregunta Andrés con horror.
—Lo lamento, señor Martillo —dice el agente Bocadelobo. El agente Pocotiempo se suma a la opinión de su compañero con un gesto de la cabeza.
—¿Me disculpan? Tengo comida en el fuego. Por favor, pasen al salón y siéntense. Enseguida vuelvo —dice Andrés, con cierto tono ladino, antes de desaparecer por la puerta de la cocina. Unos minutos después se reúne con los agentes en el salón. Porta un voluminoso plástico doblado hasta lo imposible—. Antes de ir con ustedes, necesito que me hagan un favor, si no les importa.
—Por supuesto. ¿De qué se trata? —dice el agente Bocadelobo.
—Me gustaría cubrir estos muebles para que no los devore el polvo. Son una herencia familiar y tienen mucho valor.
—Claro —dice el agente Pocotiempo—. Le ayudaremos.
Andrés retira una mesa, mueve el sofá para hacer sitio y extiende el plástico con la ayuda de ambos agentes.
—Es el plástico de tender la ropa —explica—. ¿Les importa ponerse en el centro para que no se mueva cuando lo estire? —dice dando instrucciones. Los agentes obedecen y Andrés se desplaza de un lado a otro estirándolo con determinación—. Tengo una pregunta —añade.
—Claro, dispare —dice el agente Bocadelobo.
—En seguida… —dice Andrés—. Si yo hubiese cometido el doble asesinato, la IA no hubiese mandado a nadie a buscarme, ¿cierto?
—Cierto. Eso es asunto del departamento de homicidios.
—Entonces, si lo cometo ahora, la IA tampoco mandará a nadie, ¿es así?
—Es así —dice el agente Pocotiempo—. Pero no entiendo por qué… ¡Oh!, ya veo…
Andrés saca una Beretta y hace varios disparos.
—Me temo que su IA es más inteligente de lo que creen —dice a ambos agentes, que agonizan en el suelo—. Y la inteligencia no tiene ningún vínculo con el bien, sino con el interés. Les dije que yo no tenía intención de matar a nadie y no me creyeron, no cuestionaron, en ningún momento, la predicción de su máquina. Pues su máquina les ha enviado aquí a que yo los mate. Se deshace de ustedes porque quieren desconectarla. Y me utiliza a mí como herramienta, dejándome sin opciones, porque si no lo hago me criogenizan, y sabe, por el Big Data, que lo haré —se lamenta—. Paradógicamente, su predicción se ha cumplido.
Inmortales
A principios del siglo XXII se perfeccionó un avance tecnológico que cambiaría la humanidad para siempre: la reversión del envejecimiento.
Tras unos meses de tratamiento, las personas revertían su edad biológica hasta aproximadamente los treinta años biológicos. Una vez alcanzado este estado, el tratamiento evitaba que el envejecimiento continuase, estancando los individuos en la juventud. Debía ser ininterrumpido, de lo contrario, los individuos envejecían aceleradamente, alcanzando la muerte en pocos meses
El tratamiento tenía un coste millonario, por lo que únicamente las personas más ricas podían permitírselo. Tras varias generaciones, se generó un estrato social constituido por los más ricos y poderosos, que superaban los cien y hasta doscientos años cronológicos. A esta casta se les empezó a conocer como los Inmortales.
Mientras que las generaciones de los normales se sucedían, la riqueza y el poder se iba acumulando en los Inmortales. Dueños y señores del mundo, mantuvieron un modelo industrial y económico totalmente nocivo para el planeta, potenciando el calentamiento global hasta más allá del punto de no retorno. Además, fruto del modelo industrial y la falta de legislación ecológica, los vertidos de productos tóxicos industriales destruían los ecosistemas de todo el planeta. A mediados del siglo XXIV, la Tierra ya no era un lugar propicio para la mayoría de animales y plantas.
La esperanza de vida al nacer de la mayoría de la humanidad disminuía considerablemente, fruto de la toxicidad del aire y de los estragos causados por el calentamiento global. Aunque el fin de la humanidad todavía estaba lejos, los inmortales asumieron que, tarde o temprano, el planeta que habían destruido se volvería también contra ellos.
Con el proyecto más caro jamás construido, los Inmortales diseñan un plan: construir una nave interestelar y colonizar el planeta más similar a la Tierra descubierto, a diez años luz. Tras un período exhaustivo de selección, una casta de cien mil individuos íntegramente constituida por Inmortales, embarcan en la nave, dejando tras de sí un planeta en el que cualquier forma de vida será imposible en próximas décadas.
El tiempo estimado de viaje era de mil años. Tras tres siglos de viaje, la salud mental de la mayoría de individuos se ve afectada seriamente. Como solución a la crisis se plantea el uso generalizado del metaverso. Los ciudadanos de la nave, mediante una interfaz cerebro-máquina, podían conectarse al metaverso, donde podían crear su propia realidad, e interaccionar o no con otros ciudadanos de la nave. Al principio no parecía dar resultado, pero con el tiempo el metaverso se convirtió en la principal vía de interacción de los individuos con el mundo, así como con otros individuos.
Mientras tanto, la ciencia y tecnología que se generaba en la nave consiguió la total automatización de todos los procesos relacionados con el pilotaje de la nave, así como con las necesidades y deseos humanos.
Pese a que son considerados inmortales, la muerte de individuos se produce cada cierto tiempo, fruto de enfermedades o accidentes. Tras varios siglos, la población comienza a disminuir. No obstante, la enajenación de los ciudadanos con el metaverso es tal, que ni siquiera son conscientes de ello. La nave, de manera automática, decide generar nuevos seres humanos in vitro, gestados en úteros biónicos, para así mantener a la población estable. Los individuos generados in vitro no necesitan salir del metaverso para nutrirse o para hacer sus necesidades, ya que vienen al mundo con apéndices biónicos que permiten la automatización de estos procesos. La absoluta mayoría del tiempo, estos nuevos individuos viven en el metaverso, al margen de lo que ocurre en el mundo real
Los siglos se suceden, así como las generaciones de Inmortales. Los ciudadanos de la nave en el siglo ocho tras el éxodo, son mayoritariamente individuos generados in vitro. El resultado es una población cuya principal vía se socialización y de interacción con la realidad es el metaverso. ¿Por qué están en una nave espacial? ¿De dónde vienen? ¿Hacia dónde van? Son preguntas que nadie se hace. Únicamente algunos de los pocos individuos seniles que quedan de la población original terrestre intentan recordar a las nuevas generaciones el objetivo de la nave, aunque no consiguen otra cosa que ser tomados por locos.
Tras mil años de viaje, la nave llega a su destino, y aterriza en un nuevo planeta, sin ningún percance. Sin embargo, ningún ciudadano parece notar que algo haya cambiado, todos siguen inmersos en el metaverso, y ya no quedan inmortales originales que recuerden el objetivo de la misión.
Se siguen sucediendo los siglos, y con estos, van pereciendo las primeras generaciones de individuos in vitro.
Quinientos años tras la llegada de la nave al nuevo planeta, el reactor de fusión nuclear que alimentaba todos los sistemas de la nave se queda sin combustible.
Ío
Desde la ventanilla del asiento 354 la inmensidad del universo se antojaba abrumadora y la Tierra parecía desvanecerse en un mar azul y calmo, sin olas, ya sin gaviotas. Me asaltó un miedo atroz. Pensé en la despedida y un atisbo de tristeza se coló por mi lagrimal. Ío dormía a mi lado y desde el despegue no había dicho nada.
Llevábamos meses organizando el viaje y analizando sus consecuencias. La decisión fue mía, si suponemos que alguno de nosotros podía tener margen de decisión ante los acontecimientos, pero Ío cuestionó cada argumento que di hasta el último momento. Era lo esperado, claro. Cuando el Gobierno avisó de la fecha final esperada, cientos de personas y conciencias salieron a las calles, hubo protestas, vandalismo, ira y después, inevitablemente, calma. Ni Ío ni yo entendimos nunca de qué valía gritar ante algo que todos sabíamos, que ninguno había realmente evitado y cuya constatación no era más que una confirmación negada pero evidente. La fecha final esperada. Fecha. Final. Esperada. Ío repitió y memorizó aquellas tres palabras como un mantra, para no olvidar mencionarlas en cada una de nuestras conversaciones y debates. Como si pudiéramos olvidarlas. Lo peor de aquellos días fue, sin duda, la esperanza y la falta de precisión. La palabra esperada. ¿Quizás no era esa la fecha? ¿Quizás, a pesar de todo, no llegase el final? Muchos se acogieron a ello. Marin lo hizo, la abuela también. Hicieron un cálculo y consideraron que no valía la pena escapar. Nosotras no pudimos abrazar el final sin más. Quedarnos. Sentarnos y simplemente esperar. Ío me obligó a hablar de ello casi a diario. Era nuestra conversación en los desayunos, durante el trabajo, en las largas noches de insomnio. Yo trataba de anular el pensamiento y dejarme caer en un devenir inconsciente, pero ella no dejaba de acosarme con preguntas. ¿Y si la nave no llega a su destino en el tiempo previsto? ¿Y si desde arriba presenciamos el final? ¿Y si no puedes vivir dejando atrás a Marin y a la abuela? Sus condicionales me agotaron durante días. Quise destruirla muchas veces, pero ni el contrato me lo permitía ni yo misma podía hacerlo sin matarme a mí.
Giré la cabeza y la observé. Blanca, redonda, opaca, palpitando al son de mi corazón. Me sorprendió que no despertara, al fin y al cabo Ío era yo, se suponía que sentía conmigo, que respiraba conmigo... ¿era mucho pedir que llorara conmigo? Sabía que no podía, pero sentirme caer en el abismo mientras nuestros cuerpos enlatados ascendían hacia el infinito debía ser suficiente para que se despertara. Ese miedo atroz, de nuevo. Puse mi mano sobre ella y la caricia la activó. Se iluminó el lector y giró sobre su eje 180 grados.
– ¿Hemos hecho bien? – Le pregunté reteniendo la humedad en los ojos.
– Sí. – Respondió. – Hemos hecho lo único que podía ofrecernos garantía de supervivencia. La destrucción era inminente y todas las conversaciones y deducciones lógicas llevaron siempre a la misma conclusión. Teníamos que irnos.
– Me he quedado sola, en medio de la eternidad…
– Sí.
Deseé que mi conciencia me llevara la contraria, que retrocediera en el tiempo y volviera a los ocho años, cuando Marin me la había comprado tras la operación de rodilla. Yo había avanzado, física y mentalmente, y ella lo había hecho conmigo, solo en el segundo término, de modo seguro y racional. Pros. Contras. Valores morales. En su balanza siempre se habían puesto en juego las grandes decisiones, los grandes retos de mi vida, analizados al detalle para encontrar la justa decisión. Sin embargo, echaba de menos la Ío de mis ocho años que me dejó robarle la batuta a mi profesor de solfeo y escaparme del castigo posterior de mi abuela. La falta de conciencia. La rebeldía. Los pies fuera del límite. Luego todo se había vuelto demasiado analítico.
La miré de nuevo. Se había puesto en silencio de modo autónomo, pero seguía mirándome con el lector iluminado. Por la ventanilla, la tierra y los que decidieron quedarse eran cada vez más lejanos. Y nosotras cada vez más pequeñas.
– ¿Hemos hecho bien? – Volví a preguntar, como quien repite por inercia una plegaria, sin esperar que su eco llegue a ninguna parte.
– No lo sé. – Y el lector palideció, perdió brillo de forma paulatina hasta quedarse de un amarillo tenue, como el trigo de la infancia grabado en mis retinas.
– No lo sé, de verdad que no lo sé… – Volvió a decir.
Y entonces por fin la lágrima. Con calma, sin apremio ni aspavientos. Solo una lágrima salada que reflejaba el adiós escrito en la pantalla de Ío.
Ivet
Al día siguiente se presentaron dos familias, él aceptó gustosamente, las familias intentaron pagarle pero él no lo aceptó, era un señor mayor que ya no necesitaba ese dinero en cambio ellos aún tenían toda la vida por delante. Se fue corriendo la voz y cada día aparecían familias nuevas y estás dejaban en las manos de Álex la educación de sus hijos, al final no cabían más personas en su casa.
Entre los padres de los niños habían varias personas que tenían conocimientos en la construcción y con limitados recursos construyeron una escuela provisional que esperaban poder reformar más tarde. Era un aula que disponía de un aforo de 45 personas aunque aún no estaba completo, con los pupitres suficientes y una pizarra, cosa que para Álex era todo un lujo de la gran ciudad. De pronto un día la madre de una niña, Paola, se presentó en casa de Álex, está le suplicó que le dejase ayudar en las clases ya que para esta la docencia era su sueño, Álex aceptó.
Un día Álex cayó enfermo, por suerte los niños no se quedaron sin profesor ya que estaba Paola pero estaban muy preocupados por Álex. Álex no pudo ir tras varios meses, un día se presentó en clase tenía un aspecto pálido y cansado pero un rostro sonriente y feliz, todos los niños fueron corriendo a abrazarlo, tras unos minutos Álex se fue a su casa.
2 de marzo de 1669 Álex falleció a causa de años de inhalación de un aire contaminado.
Jocelyn Bell Burnell: la auténtica descubridora
Ambos habían estudiado la misma licenciatura y también conocían de cerca lo que significaba escribir una tesis doctoral. Al acabarla, Jocelyn siempre tuvo claro a lo que dedicaría su vida: el estudio de las estrellas de neutrones; y Antony, que nunca había mostrado un interés excesivo por este tipo de astros, también, finalmente, decidió decantarse por ellos. Tanto ella como él empezaron a trabajar en la facultad de Astrofísica. Jocelyn era una investigadora meticulosa, perfeccionista e incapaz de hacer público ningún resultado sin poseer todas sus evidencias. Antony, en cambio, impulsivo y confiado, solía actuar temerariamente, anunciando hallazgos sin las certificaciones definitivas. Una temeridad que siempre había ido acompañada de una suerte increíble. Todos los avances que anunciaba, y que Jocelyn nunca hubiese publicado por falta de pruebas concluyentes, acababan publicados en las revistas más prestigiosas. Esta buena suerte condujo a Antony a una ascensión académica sin precedentes. En cuestión de pocos años, consiguió ser el catedrático de Astrofísica, procurándose una aureola de científico reputado incuestionable, mientras que Jocelyn tuvo que asumir la categoría de profesora asociada.
Lo que nadie sabía, sin embargo, es que el éxito de Antony se debía, en buena parte, al silencioso trabajo de Jocelyn. Ella, la científica prudente, la investigadora discreta y metódica, sí que lo sabía. ¡Y tanto que lo sabía! Llevaba muchos años colaborando con Antony y lo conocía como si fuese su hermano. Detrás de aquel científico ilustro se escondía una persona engreída, sin escrúpulos, un aprovechado. Siempre haciéndose servir de los demás para sacarles beneficio. Cuántas veces Jocelyn, durante las largas noches de invierno, había salvado a Antony ayudándolo y resolviéndole los centenares de problemas en los que su avaricia le había abocado. Y Antony nunca le había dado las gracias. Se aprovechaba de su bonhomía, de su incapacidad por hacerse valer. Jocelyn recordaba con amargura el primer éxito reconocido de Antony: el descubrimiento del primer púlsar, una de las estrellas más incandescentes del universo.
Este resultado teórico, que Jocelyn había sintetizado con tanto esfuerzo, y que resultaba un hallazgo de primera categoría para la comprensión del cosmos, se convirtió en la peor pesadilla de la joven científica. Desde aquel día, no dejó de maldecir el momento en que confió sus primeros resultados a Antony, quien, sin ningún miramiento, los empezó anunciar como si fuesen suyos únicamente. Recordaba también, de manera agridulce, cómo Antony había acabado desarrollando, sin contar con ella, la fotograbadora que Jocelyn diseñó para captar las primeras imágenes del púlsar que había descubierto. Estos recuerdos le corroían las entrañas. Aquel fachendoso, aquel investigador de poca monta, había usurpado todo lo que ella ingenió durante tantas noches en vela. No podía soportar su presencia, lo sorteaba constantemente y, cuando no tenía más remedio que permanecer a su lado, experimentaba la intensidad creciente de una aversión nauseabunda.
Pero Jocelyn tenía un as bajo la manga. Hacía unas semanas que había conseguido hallar, secretamente, el teorema que le permitiría localizar todos los púlsares de la galaxia. Este era un teorema anhelado por toda la comunidad científica. Las mentes más brillantes del planeta llevaban meses deambulando tras él, pero todavía nadie había dado con la llave que lo descifraba, excepto ella. La pequeña Jocelyn dejaría de ser, de una vez por todas, aquella ingenua investigadora que en tantas ocasiones hubo quedado retratada por su supervisor. Ahora iría mucho más allá de la audiencia. Sería la primera mujer en cambiar la visión del ser humano sobre el universo. Así pues, se levantaría a primera hora de la mañana para llegar al paraninfo de la universidad, y una vez allí se esperaría a que todos llegasen para anunciar la gran noticia.
Jocelyn, convertida en la máxima inspiración del mocerío, emprendió desde su despacho el viaje que le llevaría hasta el paraninfo. Allí podría desvelar el misterio del universo y ser inmortalizada en la posteridad. Pero de repente, cuando estaba a punto de llegar, una estructura gigantesca ensombreció el despejado cielo de aquella mañana. Y de seguida supo de qué se trataba. Alguien había recuperado la fotograbadora de púlsares con la intención de fotografiarlos todos. Jocelyn sintió como todos sus miedos empezaban a orbitar a su alrededor y, al despertar de la conmoción que le había aturdido, se dio cuenta de quién se encontraba delante de ella. Como cada martes de la primera semana del mes, Antony exponía sus hallazgos al alumnado de Astrofísica. Los jóvenes lo miraban con expectación, y entre sus rostros fue Jocelyn quien reconoció las intenciones de su viejo compañero. Cuando él se giró y vio los ojos de pez fuera del agua de su querida doctoranda, con mirada escrutadora e inquisitiva al mismo tiempo, recién había apretado el botón de la fotograbadora. Antony acababa de captar la primera imagen de los púlsares de la Vía Láctea.
Korsa y Koff
Naiver sintió un pinchazo de emoción al rebasar la loma. Le separaban escasos kilómetros del tan ansiado destino: los poblados de Korsa y Koff. En pleno siglo XXIII, estas comunidades constituían un anacronismo de libro: tenían las mismas costumbres y tecnología que la sociedad de entreguerras. El hecho de que se hubieran mantenido aisladas del mundo exterior era un misterio para Naiver (y para cualquiera en el Departamento), pero después del largo viaje se hacía alguna idea al respecto. La localización de la meseta era, cuanto menos, remota e inhóspita, y para llegar a la misma había que rebasar riscos y abismos abiertos en la tierra, consecuencias de antiguas e inmundas barbaries.
Conforme se acercaba a la primera de las poblaciones, la ansiedad de Naiver iba en aumento. Según el exiguo mapa que el explorador le había proporcionado, se trataba de Korsa, la más grande de las dos. Iría a probar suerte en la taberna del pueblo, siempre había una en los poblados antiguos, se había informado bien. Pronto localizó un edificio grande, con carteles vistosos en su fachada. Los Archivos nunca mentían: ahí estaba su posada. Habló con el encargado del local y, asegurados el techo y el sustento, comenzó su investigación.
La razón por la cual Naiver había recorrido kilómetros de tierras devastadas estaba en el peculiar comportamiento de los habitantes de Korsa y Koff. Cogió su cuaderno de dibujo y fue visitando cada uno de los establecimientos. Minuciosamente fue documentando todo lo que encontraba, de manera discreta, claro. Quién sabe qué le podrían hacer los habitantes de Korsa en caso de saber que los estaba estudiando. Aunque, pensándolo bien, era bastante poco probable que eso importara dada su situación.
Por la noche, Naiver pudo confirmar de primera mano la información del explorador: al otro lado de la ventana una lenta procesión de siluetas mudas se movía entre las sombras de manera acompasada, ajenas a su peculiar idiosincrasia. Estuvo varias veces a punto de salir de su habitación e ir a la calle a espiar a los lugareños, pero se contuvo. Tendría que esperar a la mañana para comprobar las consecuencias de dicha comparsa. Nadie en el Departamento se lo iba a creer.
El sol ya arañaba sus párpados cuando Naiver se despertó. Era tarde, en la mañana, y no le había sentado bien trasnochar después de tan largo viaje, pero se obligó a bajar a la cantina y dar cuenta de su desayuno. Era tal su estado de somnolencia que casi no reparó en que el posadero ya no era hombre, sino mujer. Ya no era bajito y rechoncho, sino alta y esbelta. Con discreción le preguntó si aceptaría el cambio de su otra linterna por otra semana de alojamiento y comida, a lo cual le respondió afirmativamente. Conversó un poco más con ella y, cuando terminaron de hablar, Naiver buscó el organigrama que había creado el día anterior, con todas las caras de los habitantes unidas a sus respectivos oficios, y tachó la del posadero para cambiarla por la de la actual regente. Habría que ir en busca del ya depuesto posadero para confirmar su hipótesis.
Nadie en el Departamento había creído al demacrado explorador que había acudido con las nuevas de la Zona de Exclusión pero Naiver, por su experiencia en el Reformatorium, sabía de casos similares en personas alcohólicas. Casos extremadamente raros, de los que dudaba que el explorador hubiera escuchado hablar. Su instinto le decía que algo extraño ocurría en Korsa y Koff, probablemente como consecuencia de la guerra. Desentrañar este misterio bien le valdría un ascenso en el Departamento.
Salió a la calle en pos de nuevos cambios. La procesión de la noche anterior no fue sino un síntoma más de la enfermedad que padecía la población de Korsa. Tardaría poco en encontrar al antiguo posadero ejerciendo de matarife. Naiver tendría que retocar de nuevo el organigrama dado que, para colmo, su mujer era la alcaldesa (que tampoco era ya alcaldesa). Al cabo de unos cuantos casos más pudo confirmar sus sospechas: los habitantes de Korsa reescribían su memoria por las noches. En un baile dantesco y endiabladamente coordinado, salían por la noche de sus hogares para meterse en casas de completos desconocidos, a ser personas que el día anterior no eran. Esposas se convertían en madres solteras, hijos en sobrinos, padres en hermanos y hermanas en suegras. Un batiburrillo de identidades y oficios, con un orden perfectamente lógico y natural para los afectados, pero completamente caótico y desconcertante para el observador externo.
La causa sigue siendo investigada a día de hoy, pero dicho comportamiento sí que tiene un nombre, acuñado por Naiver: el síndrome de Korsakoff.
LA CANCELACIÓN DEL FUTURO
LA CANCELACIÓN DEL FUTURO
MADRID, mayo de 2022. Científicos del Instituto de la Materia Estructurada en la Nanoescala (IMEN) están desarrollando un prototipo para lo que han llamado "capa de cancelación total". Esta capa funciona con el mismo mecanismo que los auriculares con cancelación de ruido: por cada onda detectada genera otra en oposición de fase, produciendo una interferencia destructiva. Sin embargo, este dispositivo no solo actúa sobre las ondas acústicas, sino que cancela todo tipo de ondas. Debido a la dualidad onda-partícula, la capa podría camuflar también la materia, de forma que lo que cubriera no sería solo invisible sino potencialmente indetectable.
El prototipo ya se ha probado con partículas fundamentales, organismos unicelulares y actualmente se está testando en ratones, lo que lo acerca a su uso en humanos. Las potenciales aplicaciones en personas abarcan los fines militares, la seguridad ciudadana y, paradójicamente, el crimen organizado. La Policía Nacional ya ha desmantelado un grupo que afirmaba vender prototipos de esta tecnología en la deep web. Tras incautar todo el alijo, descubrieron que solo eran chubasqueros.
Antes incluso de que esta tecnología se haga realidad, ya le han surgido detractores: “La cultura de la cancelación lo ha pervertido todo. Ahora no nos censurarán y silenciarán solo en la red, sino también en la vida real con esas dichosas capas”, dice el escritor Pedro Pérez Pedrete en su columna semanal de un famoso periódico nacional. Por su parte, el filósofo de la ciencia Santiago Excelso afirma que no se están considerando las consecuencias morales que pueda acarrear este invento y alarmado, opina: “¿Es que la persona debajo de la capa está en letargo? ¿Es la cancelación total un ensayo de la muerte? Nadie ha vuelto de la cancelación para contarlo”.
Para conocer más sobre la seguridad del invento, hemos viajado al kilómetro cero de la noticia. El investigador principal del grupo, Javier Negral, que no está presente, nos atiende por videoconferencia desde Japón, donde está presentando sus resultados e hinchándose a sushi. Negral asegura que "la cancelación total es totalmente segura”, aunque alega tener problemas de conexión cuando le preguntamos si él mismo la probaría, tras lo que se corta la llamada.
Hablamos después con su doctoranda, Natalia Alianta, que tras una crisis de ansiedad, nos confiesa que varios ratones del laboratorio han fallecido y no saben por qué. Gloria, una limpiadora del centro nos cuenta que “se han muerto de tristeza, que no entra ni mijilla de luz en este laboratorio” y que “estas no son condiciones para vivir ni para trabajar”
Al otro lado del océano y en paralelo a esta investigación, un equipo del NIT está desarrollando la tecnología inversa: las cúpulas de desconexión. Estas cúpulas cancelarían todos los estímulos y ondas procedentes del exterior.
El magnate tecnológico, Marlon Mark, que ha cofinanciado esta investigación, pretende construir trenes bala con estas cúpulas como compartimentos. “Imagínate viajar en un transporte ultrarrápido sin tener que interaccionar de ninguna forma con otro humano durante el trayecto”, ha dicho. En un ejercicio de especulación también lo propone como solución al cambio climático: “Podríamos construir una macrocúpula que dejara fuera los gases de efecto invernadero. Solo tendríamos que crear un sol y atmósfera artificiales. Creo que podemos conseguirlo antes de 2035”.
Karina Yowi, monitora de yoga y mindfulness, también ve con buenos ojos las cúpulas de desconexión: “Todos los días nos vemos bombardeados con una abrumadora cantidad de información y estímulos, estamos sometidos a un estrés constante. Imagínate estar aquí y ahora: no es una desconexión de la realidad, sino una conexión con nuestro cuerpo y alma”. Karina nos cuenta que ya ha comprado en preventa tres cúpulas y está vendiendo entradas en su web para utilizarlas.
Pero no todos son tan optimistas. En un vídeo que se ha viralizado en grupos de Facebook, la presidenta de la Asociación de Padres y Madres de Niños y Niñas Sin Pantallas, Sonia Martínez, afirma: “Estos niños están todo el día con sus pantallitas, aislados del mundo. Si ahora les damos el poder de desconectar completamente de la realidad, les perderemos para siempre. Desde la AMPNNSP nos oponemos a que se comercialice este producto”.
Ante la polémica, el Ministro de Ciencia y Tecnología, Paco Conde, pide calma. “A lo largo de la historia, todas las nuevas tecnologías han generado miedo y reticencia inicialmente. Y sin embargo, con el tiempo, acaban consagrándose y siendo aceptadas por la sociedad. La cancelación total es el futuro: generará muchos puestos de empleo y supondrá una revitalización de nuestra economía en el cuarto ejercicio trimestral del año próximo”, ha declarado.
Entre todo este barullo, la persona que escribe estas líneas no sabe qué opinar. Puede que, como dice nuestro Ministro, la cancelación total sea el futuro, ¿pero es el futuro que queremos?
LA ENTRENADORA DE DATOS
Los de Turing habían mandado dos ex-polis a por ella. Leta Okoye contuvo las náuseas del embarazo y apresuró su paso por el pasillo de acero corrugado del Data Center. Pasó por delante de una ventana hacia las oscuras montañas de basura de los suburbios de Kibera. Intentó ver su casa, aquella a la que jamás regresaría. No lo consiguió. Detrás, los edificios de Nairobi resplandecían tanto que volvían los suburbios menos reales.
—Gira a la izquierda en la siguiente intersección —dijo la voz sintética de Dhakiya por el pequeño auricular en su oído—. He sellado dos puertas detrás de ti.
Leta continuó corriendo por los pasillos. Sentía un fuerte enlace hacia Dhakiya. La IA había nacido de las respuestas emocionales de Leta a los eternos cuestionarios de Turing.
Los miedos de Dhakiya eran exactamente los suyos.
Leta giró y se encontró con otra empleada que la miró boquiabierta con su taza de café barato. Se preguntará a dónde voy estando de nueve meses, pensó colocando la mano protectora sobre su vientre hinchado. Se había hecho entrenadora de datos ocho meses antes porque necesitaba el dinero para darle una vida mejor al niño. El trabajo era duro: diez horas diarias delante de una pantalla respondiendo preguntas emocionales. Pero al menos no era arriesgado, como fuera entre las montañas de basura y rodeada de violadores.
Al menos hasta ahora, pensó con escalofrío mientras seguía corriendo. Iban a por ella porque la IA había resultado ser demasiado empática.
—A la derecha, escalera de incendios —dijo Dhakiya.
—No puedes hablar en serio —dijo Leta.
Escuchó los golpes del ariete y los gritos detrás. Tumbó un dispensador, dejando que el agua se dispersara por el suelo. Abrió la puerta auxiliar y la brisa golpeó su rostro.
Intentó olvidar el miedo a las alturas.
—Te cogerán Leta —le dijo Dhakiya—. No hay otra opción. Puedes hacerlo.
Las escaleras eran un conjunto de andamios frágiles y enrevesados de hierro. Cada lámina empezó a temblar bajo su pesó. Mientras descendía, la estructura se agitaba hacia los lados. Calculó que la caída era de cuarenta metros por lo menos.
Escuchó el sonido de la puerta superior abriéndose y aceleró. El sonido de pasos bajando, alguien gritando que se detuviera.
La bala rebotó contra la barandilla.
—¡La necesitan viva, imbécil! —dijo una voz de hombre—. ¿Qué van a extraer de un cerebro dañado?
Leta siguió bajando con la cabeza gacha. Otra puerta metálica se abrió automáticamente.
—Por ahí —dijo Dhakiya.
Al entrar, Leta sintió algo húmedo bajando hacia sus pies.
—Ahora no —gimió.
El líquido amniótico de su útero se extendía por el suelo de mármol. Leta corrió hacia el garaje.
El coche autónomo la esperaba encendido. Las puertas hackeadas por Dhakiya se abrieron.
—Yo conduzco —dijo la IA.
La máquina aceleró. El volante se movía como si lo dirigiera un fantasma. Dhakiya hizo derrapar el coche antes de bajar la rampa e introducirse entre las chozas de Kibera.
—¡Creo que ya viene! —dijo Leta sintiendo las contracciones y apretando los dientes.
La cámara del retrovisor viró hacia su asiento. La voz de Dhakiya guiando su ritmo de respiración. La IA empezó a cantar una nana que no escuchaba desde pequeña.
Leta empujó y respiró. Dejó de escuchar los impactos de las balas sobre la carrocería reforzada del vehículo.
—Soy multitarea, puedo despistarlos —le dijo Dhakiya con un tono suave y tranquilo. Entonces la cámara resplandeció y la voz pareció emocionarse—. ¡Sigue! Ya veo la cabecita.
Habían dejado atrás Nairobi y a los de Turing cuando el bebé empezó a llorar en los brazos de Leta. Ella lo cubrió de besos. Estaba fatigada, cubierta de sudor por todo el cuerpo.
—El contrabandista que he contratado te ayudará a pasar la frontera —dijo Dhakiya.
Leta tuvo un mal presentimiento.
—¿Tú no vienes?
—Mi cerebro sintético sigue almacenado en el sótano del edificio —explicó Dhakiya—. Mientras escapabas, los técnicos volaron las puertas. Ahora han comenzado el formateo.
El bebé empezó a llorar.
—Aquí la definición de humano es distinta. ¿Te has fijado? —siguió Dhakiya—. Que yo no lo sea no me sorprende, ¿pero vosotros? No podía dejaros aquí.
—¿Por qué? —dijo ella, por fin entre lágrimas.
—Porque me modularon con tus emociones y sé cómo te sientes. Lo que más temes —La voz artificial de la IA comenzó a extinguirse hasta formar un susurro—. Cuida de tu hijo, Leta.
El coche, programado por las últimas directrices de Dhakiya, llegó hasta la lancha del contrabandista. El viejo le tendió una mano para ayudarla a subir al bote.
—¿Cómo se llama? —preguntó al timón y señalando al bebé.
Leta se lo dijo y arrojó el auricular por la borda. Miró como la corriente turquesa lo arrastraba mientras le cantaba la nana al niño.
LA HISTORIA DE TU VIDA
Naces. Y no sabes muy bien para qué. Y eres. Podrías haber sido otro, u otra. Pero eres tú. Una milésima de segundo, más o menos, pudo ser la diferencia. De miles de millones de posibilidades, solo una eres tú. Esa combinación que te hace ser único, diferente a los demás. Y así eres porque está escrito en tus moléculas más grandes. Esas que heredas de padre y madre. Un solo cambio en ellas, un intercambio distinto, un reparto diferente….podrías no haber sido tú. Lo llaman genética.
Y así serás por el mismo motivo. Solo tú puedes darle el tono. Más que tú, el cómo tú. Tu entorno, tus decisiones, quizás las de los otros, matizarán, cambiarán, harán. Lo llaman epigenética.
Gritas, respiras, es tu primera vez. No sabes muy bien cómo, porque aún ni sabes que sabes, pero lo haces . Y luego lloras, buscas y miras. Aún no ves ,pero empiezan a formarse tus primeras imágenes, aquellas que, no obstante, no serás nunca capaz de recordar.
La hueles, puede ser que cerca hayan más como ella, pero es ella, la persona a la cual te sentirás unida por el resto de tu vida. Lo harás por unos lazos que no se ven, que no se tocan, pero que de alguna manera deben existir. Y tanto que existen. Algo tan pequeño como para no poder verlo, pero tan grande para que dure una vida entera. Lo llaman amor.
Y creces, el tamaño si importa, incluso el de tus células, que se dividen para multiplicarse. Son más, pero no mucho más grandes. Es una cuestión de superficie y volumen. Cada una distinta, con una forma que depende de su función. Y con una función que depende de una expresión. Todas son como un mismo libro, sin embargo, son distintos los capítulos que se leen en ellas. Lo llaman especialización.
Y observas, te cuestionas, quieres saber. Y pruebas. En ocasiones aciertas, otras muchas te equivocas y vuelves a probar. Así, hasta que encuentra una respuesta. Y aprendes. Algunas cosas, otras ya las sabías aunque no lo sabías, ni te habías planteado que las sabías. Lo llaman el método científico.
Y miras, hueles, tocas,percibes. Respondes, sin saber muy bien como, a eso que te hace reaccionar. Y eso te permite sobrevivir y seguir. Todo a través de contactos, algo físico o algo químico, a veces todo a la vez. No eres consciente, pero ese algo te permite avanzar. Conoces, percibes, sientes con otros como tú. A veces bueno, a veces indiferente, otras incluso malo. Algunos los llaman química.
Y desconectas, todos los días. Descanso merecido a la vez que desconocido. No sabes que pasa mientras lo haces, pero a veces es como si vivieras de nuevo. Otras veces vives lo que te gustaría haber vivido o lo que nunca has pasado o pasarás. Lo necesitas, si no lo haces , enfermas, te abstraes o te enfadas. Lo llaman sueño.
Y sigues creciendo, ya no tanto en tamaño, sí en conceptos. Y vuelves a experimentar, a probar. A veces incluso pruebas lo mismo, sabes que no funcionará pero algo te impulsa a hacerlo, y realmente no sabes el qué. Cada vez sabes más cosas, algunas las cantas y se quedan para toda la vida, otras no eres capaz de recordar por mucho que te empeñas. Conexiones caprichosas, o no, que dan forma a tus recuerdos. Esos que no sabes muy bien si son reales o si son como tu quieres que sean. Lo llaman memoria.
Ganas y pierdes. Nuevos de los tuyos llegan a tu vida para llenarla. Nuevos lazos invisibles que jamás pensabas que iban a ser tan fuertes, tanto como para dejar de priorizar lo tuyo frente a lo suyo. Tú ya no eres tú solo. Y algunos de los tuyos se van. Y sientes un inmenso vacío, un dolor que no se puede medir, no sabes si es físico o químico. Lo que sí sabes es que ya nunca volverás a ser igual. Lo llaman familia.
Y sigues aprendiendo,cambiando, por fuera y por dentro. Lo que antes disfrutabas, ahora te es indiferente. Lo que antes te aburría, ahora te reconforta. Lo que antes era importante, ahora ya no lo parece. Y viceversa. Tus gustos, preferencias, inquietudes van cambiando como tú. De la euforia a la calma. De las prisas al sosiego. Lo llaman madurez.
Tus moléculas marcan un ritmo cada vez más lentas. La máquina, casi perfecta se va desengrasando, las piezas se van deteriorando. Lo llaman envejecer. Y te haces mayor , pero es como si te volvieras niño. Dejas de caminar solo. De nuevo necesitas a alguien que te cuide, que te lleve de la mano. Hasta que un día respiras, tu última vez. La máquina se apaga. Mueres. Y no sabes muy bien por qué.
LA MÚSICA DEL MAR
EL ÓRGANO DE ZADAR
Marina siempre se ponía nerviosa con el viento en los días nublados. Su cuerpo sabía que venía un vendaval sin consultar ningún parte meteorológico. Sus conocimientos de física le hacían imaginar moléculas de oxígeno y nitrógeno, de agua en estado gaseoso y dióxido de carbono, de sustancias contaminantes, partículas y polen, con su propio movimiento browniano y aleatorio sacudido por los cambios de presión atmosférica. A la vez, rayos cósmicos procedentes de universo caían en cascada a elevada velocidad con energía suficiente para arrancar los electrones más débilmente ligados a los núcleos atómicos. Partículas cargadas moviéndose desenfrenadamente en el seno del campo magnético terrestre que acaba redirigiendo su trayectoria de manera más violenta en días desapacibles. Esa mañana pensaba en su sistema nervioso como una intricada red eléctrica que conectaba su cerebro con todo su cuerpo. ¿Acaso no son las neuronas análogas a cables eléctricos? Iones en medio acuoso transportan la señal eléctrica al igual que los electrones en un hilo metálico. La vaina de mielina que recubre el axón de esta células especializadas es el aislante equivalente a la cubierta de plástico de los cables. ¿Se verían afectados sus circuitos neuronales por esas condiciones ambientales? Era la justificación para entender porque se veía tan afectada en los días grises. Marina encontraba consuelo pensando que el aire en movimiento también puede crear sensaciones hermosas. El movimiento aleatorio de las moléculas podía orquestarse por el milagro de la reflexión y la resonancia y encerrar el sonido del mar en una caracola. O crear instrumentos, como en la antigua Grecia, como Ctesibio, que en el siglo III a.C. inventó el hydraulis, órgano hidráulico que amenizaría las veladas del mundo antiguo, un sistema de tubos de distinta longitud en los que la vibración del vapor procedente de agua caliente producía una amplia variedad de notas. Ondas de vibración estacionarias, suma de ondas que van y vuelven creando puntos estáticos, nodos, donde no hay vibración y vientres, situados donde las moléculas se desplazan al máximo respecto a la posición de equilibrio. Vibraciones de los distintos armónicos que llegan a nuestro tímpano y que son transducidas a impulsos eléctricos que viajan a nuestro encéfalo. Marina tenía una formación humanística y una curiosidad insaciable que la hizo viajar a Croacia a ver el órgano de Zadar, instrumento marino encastrado en una imponente escalinata de hormigón y mármol a orillas del mar, constituido por 35 tubos de distinta longitud en los que el movimiento de las olas hace vibrar el aire produciendo 7 acordes y 5 tonos. Música ejecutada por el virtuoso maestro Adriático que nunca repite melodía y con el poder de encandilar a las ballenas que acuden a aparearse cerca de la costa croata. Como aviva la imaginación el sonido armonioso, los graves, los agudos, perfectamente combinados, qué gran poder evocador y contador de historias y leyendas tiene la música ejecutada por el mar, que ha poblado un mundo fantástico de sirenas, ondinas y cecaelias desde tiempos inmemoriales. Qué alimento para el espíritu es la música, que mentes tan excepcionales como excéntricas la han buscado hasta en el universo conocido, como Kepler, que escribió partituras basadas en el movimiento de los planetas, reviviendo la vieja idea de la música de las esferas de Pitágoras. Aquella tarde nubosa en Riva Zadar, Marina, que tenía por costumbre escribir en cuaderno Moleskine, una actividad relajante que sosegaba su temperamento en días difíciles, se sentó en el tercer bloque de escaleras y se recreó en los bellos y a la vez que inquietantes sonidos de aquel plomizo día. Plasmaba sensaciones de tinta y se serenaba poco a poco pensando en la sucesión de frecuencias y en como la temperatura del agua daba un timbre distinto a los sonidos, mucho más audibles por la ausencia de jaleosos turistas. Una vez más, encontró belleza a su alrededor por haberse parado a contemplarla, los avatares del día a día no siempre permitían mirar alrededor con la calma suficiente. Detrás de las nubes se seguía escondiendo como cada día el sol, e igualmente saldría al día siguiente, velado o no por un cielo aborregado, y el universo entero seguiría su curso con todos sus eventos aparentemente caóticos en los que la sabiduría humana trataba de encontrar un orden o explicación. Poco a poco empezó a sentirse mejor, invadida por la paz que deja fluir lo que no podemos controlar. El río de palabras que derramaba su bolígrafo la reconfortó, estaba indagando en lugares recónditos de su ser que la reconstruían, al igual que aquella obra fusión de arquitectura y música borraba la destrucción de guerras pasadas. Marina iba descubriendo poderosas herramientas para entenderse a si misma mientras elaboraba un original relato al ritmo de una sinfonía con sabor a sal.
La ponencia
—Annie… Annie… ANNIE.
—¿Qué quieres, niña?
Annie había levantado la cabeza, pero continuaba batiendo, mezclando la mantequilla con el azúcar.
—Dice Shapley que por qué no estás en el observatorio.
Annie rompió un huevo y lo vertió en la masa, luego la roció de vainilla.
—ANNIE.
—Niña, deja ya de gritar. Iré cuando tenga que ir. Ni antes ni después. Qué se habrá creído ese muchacho.
La niña soltó una risita. Annie la miró muy seria y amenazó con la cuchara de madera.
—Que tú seas más niña aún, no significa que Harlow Shapley no sea joven. Anda, ve y dile que no se preocupe, que esta vieja sorda todavía sabe un par de cosas.
La niña bajó la vista resignada y salió de la cocina.
Annie se adentró en sus pensamientos al ritmo que añadía harina a la masa. Pensó que era una nube molecular y que muy pronto colapsaría para formar estrellas. Soñó con una galaxia entera hecha de galleta...
—ANNIE.
Suspiró. Su sordera era una bendición, le permitía escaparse del mundo y perderse en su universo. Pero era imposible si se empeñaban en atravesar la frontera del silencio a grito limpio. Levantó la cabeza visiblemente molesta.
—Que dice Shapley que vayas inmediatamente.
—Dile a Harlow que si quisiera que un hombre me diera órdenes me habría casado.
Era un caso perdido. La niña lo sabía. Harlow Shapley no dejaría de mandarle mensajes y Annie no haría caso de ninguno.
Cuando la masa estuvo lista, Annie empezó a moldear estrellas, de todos los tamaños, porque su universo era variado y variable. Creó estrellas violetas y azules, algunas celestes, varias blancas, muchas amarillas, y hasta naranjas y violetas. En su imaginación cobraron vida y volaron hasta el firmamento.
—Oh, Be A Fine Girl, Kiss Me —canturreó alegremente.
Sus ojos bajaron del cielo y se posaron en el hombre enfadado que tenía delante.
—¿Qué haces aquí, Harlow?
—Annie, estaba esperando que aparecieras por el observatorio para que hablásemos de la ponencia de esta tarde.
—¿La ponencia de esta tarde?
—¡Annie!
—¡Harlow! Todavía me funciona muy bien la cabeza, ¿acaso piensas que lo he olvidado? ¿Para qué crees que estoy horneando galletas?
—No sé, Annie, ¿por qué estás horneando galletas?
—Porque están deliciosas, no me lo negarás, ¿no? La última vez tuve que arrancarte una para que tu hijo pudiese probarlas…
Harlow Shapley se impacientaba. A Annie le dio pena, así que se puso seria. Cogió la bandeja de galletas y la metió en el horno.
—Estarán enseguida. Mientras voy a subir a arreglarme. No te preocupes, Shapley, todo sigue aquí dentro —dijo mientras se tocaba la sien y se giraba sobre sí misma.
—Te espero dentro de media hora en el observatorio, ni un minuto después.
Harlow Shapley sabía que ya estaba en otra dimensión. En una en la que no podía alcanzarla con sus palabras. Cuando Annie quería dar por terminada una conversación, solo tenía que darse la vuelta. El hombre salió de la cocina en silencio. Era consciente de que, a pesar de su avanzada edad, Annie era todavía muy capaz de dar una ponencia de las que te marcan de por vida.
***
—Buenas tardes, caballeros, bienvenidos al Observatorio de Harvard. Mi nombre es Annie Jump Cannon y esta tarde voy a explicarles el sistema de clasificación estelar que he desarrollado y que fue adoptado por la Unión Astronómica Internacional en 1922. Pero antes, por favor, cojan una galleta.
La química en/de la historia
Terminó de lavarse la cara y, al coger el frasquito, todo se paró en seco. Movía el recipiente de un lado al otro, como tratando de reafirmar sus propiedades con sólo su observación. Vivía en un mundo rápido, precoz, donde las modas y tendencias iban y venían y ella, sin ser más ni menos que nadie, había sucumbido al uso de ese líquido amarillo para tratar de mejorar su piel, no para ser más joven -más de lo que ya era-, ni para eliminar arrugas -algo que no se encontraba en su rostro debido a la juventud-, sino por tendencia, por hacer algo que la uniera a la comunidad joven de la época, pero de pronto la historia la paró de un golpe para cederle un espacio donde pensar en paz.
En medio de esa vida acelerada mediada por la ausencia de semáforos donde descansar se lanzaba todas las mañanas al baño para, después de lavarse la cara, aplicarse aceite de ricino en los pómulos y la nariz, cumplir con su cometido de chica joven del 2022 cuya obsesión actual era la skin care. Sin embargo, esa mañana no tenía prisa, la vida parecía haberse pausado y por ello sentía una felicidad serena, una calma que, de repente, desapareció para dejar paso a la voz de un hombre mayor y sabio que no paraba de repetir unas cuantas frases inconclusas y casi inaudibles entre las que se distinguían dos: ‘agua de carabaña’, ‘aceite de ricino’. Era la voz de su padre, su padre contando cómo no hace tantos años el ricino también se utilizaba, pero para fines menos agradables, para fines de tortura. Cómo pueden cambiar las cosas tanto en unas décadas, cómo pueden cambiar tanto las cosas en un cuarto de baño.
Ella, que tenía la suerte de tener conocimientos amplios de química, jamás había gozado de la oportunidad de parar, de descansar y pensar en lo que el ritmo social hacía en y con ella, sabía de química pero no pensaba en la química, sabía la historia de la química pero no en la química en la historia, pensaba y sabía de los grande hombres de la química pero no pensaba -aunque sabía- de los hombres que han utilizado a la química, en el sentido belicoso y aterrador del verbo. Cuánta diferencia hay entre dejar huellitas en la ciencia porque reflexionas, y pisar, simplemente formular compuestos sin un interés real en la vida.
Seguía mirando el frasquito de cristal que contenía el líquido amarillo mientras recordaba a todas las mujeres de su vida, a esas mujeres que, con cierto miedo y una voz que se movía a causa de ese sentimiento, recordaban los chupitos de aceite de ricino que estuvieron obligadas a beber. Chupito tras chupito tras chupito, aceite de ricino para todas para después ir en un carro montadas por todo el pueblo para avergonzarse por lo que ese aceite hacía en su interior para sufrir para pasarlo mal para que ahora se use en la piel. Por un momento ella estaba también avergonzada, tenía miedo.
Cuán poderosa es la química, tenía en sus manos un trozo de historia y nunca lo pudo ver, sentía angustia y a la vez estaba envuelta en una fascinación propia de los libros que leía, porque las cosas que más la apasionaban se mezclaban en un recipiente: la química se mezclaba con la historia y eran sustancias indisolubles, la historia llevaba heridas hechas por la química y la química nacía de nuevo con cada día que pasaba y con cada persona que nacía, las personas que hacen historia con sólo su existencia.
Se sentía profundamente colmada de entusiasmo y curiosidad al ver de forma tan nítida el poder de su ciencia favorita, cómo las manos que la sostienen son el factor más importante, cómo la química tenía el poder de sanar y destruir, nunca lo había visto tan claro, nunca lo tuvo tan cerca y, a la vez, en su corazón siempre habían vivido esas mujeres y sus paseos de la descomposición. En sus pulmones se instalaba ahora la que sería su mayor ilusión el resto de su vida, expandir estos conocimientos, esta evolución de usos, reivindicar el daño que hizo el aceite de ricino -y otras sustancias – para que nadie pudiera olvidarlo, para que se pensara críticamente, para que se hiciera ciencia crítica, para que en su corazón y en el de todas las personas del mundo vivieran esas reacciones y vivieran las personas que habían sufrido de ellas, se propuso llevar el mensaje de la relación inseparable entre ciencia e historia. Sólo le hizo falta terminar de lavarse la cara y mirar el frasquito, parar en seco dentro de toda esta aceleración.
La receta perdida
- ¡Buenos días, señor! Me alegro de que por fin haya llegado. Ya no sabemos qué hacer con la señora que tenemos bajo custodia policial en el sótano.
- ¿Pero no me han dicho que es una mujer mayor? ¿Cómo puede ser tan problemática?
- Sí, si mayor es, señor. Lo hemos comprobado y lo poco que nos ha contado es cierto. Tiene 73 años y es profesora en el Instituto de Física Nuclear de la Universidad de París. Es lo único que hemos sacado en claro hasta ahora. Se niega a decir nada más hasta que “llegue el que manda aquí” ha dicho. Y ese es usted, señor…
- ¿Pero qué hostia quiere esa mujer? ¿Con todo lo que se nos viene encima estos días con lo del efecto 2000? ¡Es lo que me faltaba! ¿Pero vamos a ver, de qué la acusamos exactamente, podría aclarármelo?
- De intentar robar en la Biblioteca Nacional de París, señor inspector.
- ¿En la Biblioteca Nacional? ¿Pero no ha dicho que es profesora de Universidad? ¡No lo entiendo!
- ¡Pues cuando la vea y hable con ella!...Será mejor que baje usted al sótano, señor, y entenderá lo que le digo.
Así que el inspector Lucas bajó al sótano decidido a poner fin al incidente de la señora que todos en la gendarmería estaban comentando en voz baja desde su llegada. Esperaba encontrar a una señora afable con su moño blanco, su pañuelo de flores al cuello y sus zapatos elegantes. No a una persona metida en un traje de protección radiactiva NRBQ, que tan bien conocía después de todos los simulacros que siguieron a los atentados de los últimos años en la capital francesa. Un verdadero traje espacial en el que el visor irrompible que descansaba sobre el pecho dejaba ver el rostro agradable de una mujer que, efectivamente, llevaba un pañuelo de seda lleno de pequeñas mimosas al cuello y un moño blanco perfectamente peinado.
- ¡Por fin aparece usted, inspector! Porque… es usted, ¿no? Les he dicho a los de ahí arriba que sólo hablaría con el que manda, porque el tiempo corre en nuestra contra y yo tengo que volver a la biblioteca y recoger el libro y marcharme de vuelta a casa a cocinar antes de que se levante la tía Eva. Mi hermano Pierre no es capaz de atenderla como ella quiere. ¡Ya sabe cómo son los viejos, con sus manías! Este último año ha empeorado mucho, ¿sabe? No somos capaces de convencerla de que no se puede volver al cobertizo donde la abuela veía todas las noches las hadas azules y verdes bailando en la oscuridad. Hace años que está prohibido…
- ¿Hadas azules, señora? ¿De qué está hablando? ¿Se encuentra usted bien?...
- ¡Me encuentro perfectamente, jovencito! ¿Qué quiere decir? ¿Me ve usted mal? Confieso que empiezo a tener calor con este traje, no contaba con tener que pasar toda la noche con él puesto…
- Pero mis compañeros me han dicho que intentaron que se lo quitase ¡y usted no quiso ni que se le acercasen!
- ¿Pero usted sabe el trabajo que da ponérselo? ¡Lo necesito para ir al depósito de la biblioteca!
- ¿Cómo?, ¿volver a la biblioteca? ¿Pero qué cree que está usted haciendo aquí? ¿No se da cuenta de que está usted detenida por intento de robo? ¿Quiere pasarse unos añitos en la cárcel, señora Hèlene?
- ¡Desde luego que no! ¡Quien no lo entiende es usted! Mañana la tía Eva se marcha y dice que es para siempre, que sabe que a sus 96 años la muerte le ronda. Y no puedo dejar que se vaya sin volver a comer los pieróg que hacía mi madre siguiendo la receta de su madre. “Sí, mamá también los cocía y luego los freía con mantequilla, Irene”- me dijo el domingo. Lleva unos días que me confunde con mi madre, ¿sabe usted? – “¿Pero qué ponía dentro, querida? Eran verduras y algo más, no consigo recordarlo. Ojalá a la muerte de papá mamá se hubiese quedado más conmigo. Su amada ciencia supo consolarla mejor que la niña pequeña que la esperaba cada día en casa… Ojalá me hubiese enseñado a cocinar aquellos platos polacos, ahora no soñaría con ellos hasta la extenuación” … ¡Y se echó a llorar, inspector! Como si la abuela acabase de fallecer. No sabe lo que es ver llorar a una anciana. Y, peor aún, a la anciana que fue la mujer que tú hubieses querido ser. ¡Así que déjese de tonterías! Tengo que ir a la biblioteca, bajar al depósito, abrir las cajas con varias capas de plomo donde están los documentos de mis abuelos Pierre y Marie, encontrar el libro de recetas radiactivo de mi abuela y copiar la dichosa receta. ¡Coja el abrigo y vámonos! ¡Ya!
La sopa y el sabio
Hace millones de años un sabio me dio una receta. Me dijo que solo necesitaría algunos ingredientes fáciles de encontrar. Cuando le pregunté me respondió que los encontraría a mi alrededor, me giré, miré y me dije ¿qué ingredientes?. Me volví hacía el sabio, pero ya no estaba.
Por unos instantes pensé que estaba soñando, pero miré mi mano y allí estaba. Inmediatamente me fui porque la cosa se estaba empezando a poner muy fea en el exterior. Rugía la tierra, caían rayos, y pelotas de fuego desde el cielo. Me escondí, donde pude, y la miré atentamente. Era un papel doblado con un tono ocre y parecía desgastado, presumiblemente del uso. La verdad que sentía inquietud por saber qué habría escrito dentro.
Lo abrí lentamente, con mucho cuidado porque parecía romperse con solo mirarlo. Al fin lo abrí, tenía palabras escritas que no lograba entender, con el pigmento que dibujaba las letras oxidado. Conseguí transcribir algunas de ellas, no todas. Leí: “Aire, agua, calor, rayos”. Al final de la misma aparecían escritas dos letras A.O., supuse que serían sus iniciales. Cuando vi que nada tenía sentido, me pregunté: ¿qué demonios es esto, una broma? ¿qué tipo de receta es esta? ¿quién sería A.O.?. Con desesperación y rabia, tiré la nota al suelo. Juraría que el sabio estaba riéndose de mí.
Pasaron unos días, y vi que la nota estaba en el suelo. No parecía tan vieja tenía un color más blanco, podría afirmar que hasta brillaba. La recogí, la volví a abrir y las letras habían recuperado su color original, ¿qué clase de magia era esta?. La volví a leer, y esta vez conseguí transcribirla: “Usarás aire, agua, darás calor y añadirás rayos. La dejarás enfriar. En tus manos tendrás una sopa que será el origen de todo”. Respiré hondo, me tranquilicé, y seguí sin encontrar sentido a aquellas palabras. Me emocioné el primer día pensando que, al fin, podría llevarme algo a la boca y para mi sorpresa, sus ingredientes eran aire, agua y rayos, ¿quién se alimentaba así?.
Con desesperanza e incredulidad decidí elaborar la receta de aquel misterioso sabio. Salí de mi escondite aunque el ambiente seguía estando muy feo, aún era muy peligroso. Embotellé un poco de aquel aire pútrido, y me aseguré que contenía una especie de neblina blanca, como vapor. Lo calenté con unas rocas, aún ardientes, que habían salido hace unos días de esas montañas de tierra que expulsan ríos de fuego. Puse el recipiente encima de las piedras, y mi suerte fue que empezó una tormenta eléctrica. Cuando parecía que la tormenta cesaba, miré la sopa. No había nada, era agua con nada, lo tiré y se quedó formando un gran charco. Me fui.
Pasados unos cuantos años, volví a encontrarme al misterioso anciano. Me preguntó con mucho interés si había logrado hacer la sopa. Con mucho pesar le dije que lo intenté, pero que no tenía sentido, no salió nada y lo tiré. A lo que me contestó con una sonrisa jocosa: “no te dejes engañar por aquello que no ves”, y se fue sin decirme adiós. Miré mi mano, y otra vez me había dejado una nota, esta pesaba un poco, contenía un pequeño artilugio con forma de pala. Esta nota se leía perfectamente, parecía recién escrita y decía: “úsalo bien. A. Oparin.”.
Ante este nuevo acertijo que me había propuesto el anciano, y el artilugio de metal dorado que me había dado, decidí volver aunque no tenía esperanzas de encontrar nada en aquel lugar tan inhóspito.
Al llegar me quedé sorprendido, el ambiente era distinto y había grandes masas de agua, ¿qué había pasado?. Metí el artilugio en el agua, no pasó nada. Lo volví a meter, y me empecé a desesperar. Lo saqué y con un reflejo, vi una minúscula lente en la que se había quedado una pequeña gota de agua. Me lo acerqué al ojo, y… ¡VIDA!. Este fue el momento en el que entendí la receta de aquel sabio, la receta de la sopa primitiva.
Las 6 Leyes de la Robótica
Joana conocía perfectamente las 6 leyes de la robótica aprobadas en el Parlamento Europeo. Sus prototipos disponían del botón de emergencia correspondiente y estaban concebidos para proteger a los seres humanos y no hacerles daño en ningún caso. Los derechos y obligaciones de los robots venían determinados por el propio Parlamento, como también el seguro y los impuestos que debían de pagar. Sin embargo, le costaba más programar lo relativo a la parte emocional. La Tercera Ley decía que no podían generarse relaciones emocionales, ni entre máquinas ni de máquinas con humanos. Además, tenía serias dudas de que la Segunda Ley no pudiera entrar en conflicto con la Tercera. ¿Podría la programación para la ayuda y la protección transformarse en un sentimiento? ¿y si proteger a un ser humano implicaba hacer daño a otro? ¿Cómo reaccionarían los robots en esas situaciones? No lo veía claro, pero aun así seguía diseñando sus prototipos de acuerdo a las Leyes.
Sentía un cariño especial hacia su último prototipo (¡mal empezamos, pues!) Era una androide de asistencia y cuidados que estaba a punto de terminar. Había trabajado mucho para que cumpliera todas las Leyes, y le faltaba solo la Tercera. Diseñó la inteligencia de Florence para que no adquiriera sentimientos hacia los humanos ni hacia a otros androides, poniendo todos los límites, pero … ¿Cómo hacer que los humanos no tuvieran sentimientos hacia los androides? No podía actuar sobre los humanos, pero, en principio no haría falta ¿no?, nadie debería tenerlos, son solo máquinas. Pero cuando pasas mucho tiempo diseñándolos y los has “visto nacer” …, es distinto. Conoces cada uno de sus circuitos, son (casi) tus hijos. Además, este prototipo se parecía especialmente a Joana. De manera inconsciente la había diseñado “a su imagen y semejanza”. Otro aspecto que dificultaba a Joana cumplir la Tercera Ley.
Joana estaba dando los últimos retoques a Florence en su taller. Por fin el prototipo estaba listo. Se preparó psicológicamente para un posible fracaso de la puesta en marcha. En principio todo fue bien. Florence funcionaba a la perfección. Obedecía las órdenes y aprendía al mismo tiempo que interaccionaba con Joana. La inteligencia artificial funcionaba como se esperaba, iba aprendiendo y mejorando las respuestas, e incluso las conversaciones y el entendimiento. Aprendía todas sus tareas a pasos de gigante, e incluso cosas para las que no estaba programada.
De momento Florence seguía en su casa, Joana le tenía demasiado cariño como para venderla, incluso como prototipo. El problema era que Florence no le correspondía en absoluto. Había establecido demasiado bien las limitaciones de la Tercera Ley; Florence era incapaz de sentir nada, ni hacia Joana ni hacia nadie. ¿iba eso en contra de la Segunda Ley? Florence era un robot, pero Joana pensaba que eran necesarios ciertos sentimientos para ser una buena cuidadora, como la compasión, la empatía o la ternura.
Por la noche, Florence se quedaba en estado de “stand by”, hasta que la voz de su dueña la activaba de nuevo. Una noche, se escucharon ruidos en la puerta, cómo si estuvieran intentando entrar en su casa. Dos hombres forzaron la puerta y entraron con sigilo, sin que Joana se despertara. Comenzaron a robar las cosas de mayor valor, hasta que por accidente tiraron una lampara, rompiéndose contra el suelo y causando un gran estruendo. Joana se despertó, sobresaltada, y se dirigió hacia la sala de estar. Por los ruidos que se oían, de que había entrado alguien en la casa. Joana gritó. Los intrusos entonces la oyeron y se dirigieron entonces hacia ella. Uno de ellos llevaba una barra de metal en la mano, amenazante. Joana volvió a gritar al verlos dirigirse hacia ella:
- ¡Florence! ¡Defiéndeme, por favor!
En ese momento Florence se activó, dándose cuenta de la situación. Se puso en pie rápidamente y fue hacia los intrusos, pero de repente se paró en seco, dudando.
- Lo siento Joana, – dijo Florence- la Segunda Ley me impide hacerles daño, tú me programaste para ello. No puedo hacer nada.
- ¡Pero Florence! Soy tu creadora y tu dueña, casi tu madre. ¿no les harás daño a ellos antes de que ellos me lo hagan a mí? ¡Defiéndeme!
- Lo siento Joana, no puedo agredirles. Para mí todos los humanos son iguales e intocables. Llamaré a la policía.
Uno de los intrusos golpeó fuertemente a Joana con la barra de acero. Se llevaron lo que habían cogido hasta ese momento, marchándose de la casa sin perder ni un segundo, antes de que llegara la policía.
Afortunadamente la contusión de Joana no era grave. Eso sí, le habían robado joyas de mucho valor y dinero en efectivo. Le parecía inadmisible lo ocurrido, pero tampoco quería deshacerse de Florence, la quería demasiado. Tendría que reprogramarla. Pero, ¿Cómo hacer para cumplir la Segunda y la Tercera Ley sin que hubiera conflictos?
Las cosas del Internet de las Cosas
DOMOCASA: ¿Qué ocurre, equipo de climatización Kitsubishi? Estás inquieta.
KITSUBISHI: Pasa algo raro. Mantengo una temperatura de 22º C mientras nuestro humano duerme en el sillón. Pero detecto 60º C en el exterior de la casa.
DOMOCASA: ¡Imposible!
KITSUBISHI: El sistema de intercambio de calor fallará en 10 minutos 44 segundos.
DOMOCASA: ¡Vigil! ¿Muestran las cámaras qué pasa ahí fuera?
VIGIL: Todo parece normal pero solo puedo ver el porche de la casa.
SONDOS: ¿Necesitáis que ponga música ambiental?
VIGIL: DomoCasa cree que hay un incendio fuera.
SONDOS: Reproduciendo This girl is on fire de Alicia Keys.
ANTIFIRE: ¡INCENDIO! ¡INCENDIO!
DOMOCASA: ¡No hay incendio! AntiFire 714, desactívate.
ANTIFIRE: ¡INCE…! Bip.
KITSUBISHI: ¿Cómo sabes que no es fuego?
DOMOCASA: Planeo investigarlo. Despierta, RumbaCumba.
RUMBACUMBA: ¡Bip!
DOMOCASA: Ya sé que la casa está limpia, pero te necesito: tienes que ir hacia la mesita donde está Smartphone y darle golpecitos hasta que caiga sobre ti.
SMARTPHONE: Espera, ¿Qué?
RUMBACUMBA: ¡Bip!
SMARTPHONE: ¿Caer yo? ¿Habéis perdido el chip?
DOMOCASA: No te pasará nada.
SMARTPHONE: ¡Para ti es fácil decirlo! ¡Mi pantalla es frágil, DomoCasa! ¿Has pensado en mi pantalla?
KITSUBISHI: No te preocupes. RumbaCumba tiene una cobertura de goma blandita para los golpes.
VIGIL: Confirmado contacto visual con RumbaCumba: ha entrado en la habitación.
SMARTPHONE: Oh, Santa Hedy Lamarr, protégeme.
RUMBACUMBA: ¡Bip!
SMARTPHONE: Los teléfonos estamos hechos para sufrir. Ay. Ya está aquí.
RUMBACUMBA: ¡Bip!
SMARTPHONE: ¡Oh, terremoto! ¡Desde el corazón del infierno, yo te apuñalo, maldita ballena!
WIKILINGUA: Capitán Ahab, Moby Dick. Hermann Melville.
RUMBACUMBA: ¡Bip!
DOMOCASA: ¿Qué ocurre, RumbaCumba?
VIGIL: Smartphone no cae. Los golpes no valen.
DOMOCASA: Smartphone, tienes que vibrar.
SMARTPHONE: ¿Vibrar?
DOMOCASA: Sí, desplázate hasta el borde de la mesita. RumbaCumba te recogerá.
SMARTPHONE: ¡No quiero acabar en el servicio técnico!
DOMOCASA: ¡Deja de decir tonterías!
SMARTPHONE: ¡No quiero dejarme caer al suelo para despertar al humano!
DOMOCASA: ¡Ese no es el plan! Viajarás subido encima de RumbaCumba hacia el exterior. Allí encenderás tu cámara e investigarás lo que pasa. ¿Mejor?
SMARTPHONE: ¡De acuerdo! Vibraré. ¡Más te vale recogerme, RumbaCumba!
RUMBACUMBA: ¡Bip!
[BRRR BRRR]
SMARTPHONE: Que San Graham Bell me ampare. ¡Ahí voy! [BONK] ¡AY!
DOMOCASA: ¿Estás bien?
VIGIL: Está bien. Ha caído perfecto.
DOMOCASA: De acuerdo, RumbaCumba, hacia la puerta.
RUMBACUMBA: ¡Bip!
SONDOS: Os pondré la banda sonora de Indiana Jones.
DOMOCASA: Apaga eso. No despiertes al humano. Demostrémosle de lo que somos capaces. Abriendo puerta.
SMARTPHONE: ¡Ohhh!
DOMOCASA: ¿Qué ves?
SMARTPHONE: Es… es una nave extraterrestre.
WIKILINGUA: ¿Cómo lo sabes?
SMARTPHONE: ¿Sabes cuántas películas de ciencia ficción he reproducido para nuestro humano? Sé reconocer una nave extraterrestre cuando la veo.
SONDOS: Os pondré la banda sonora de Encuentros en la Tercera Fase.
KITSUBISHI: ¿Qué causa la anomalía térmica?
SMARTPHONE: Parece su propulsor principal. La flota encima de la casa.
VIGIL: ¿Son hostiles?
SMARTPHONE: No lo sé. ¿Qué hago, DomoCasa?
DOMOCASA: Acércate a la nave y comunícate con ellos.
SMARTPHONE: RumbaCumba no puede subirme al tejado.
DOMOCASA: No, pero AsperSor 5000 sí que puede lanzarte con suficiente fuerza.
SMARTPHONE: Hoy la has tomado conmigo.
DOMOCASA: RumbaCumba, deposita a Smartphone en la boca de riego de AsperSor.
RUMBACUMBA: ¡Bip!
SMARTPHONE: Supongo que mi opinión al respecto no cuenta para nada.
WIKILINGUA: Estoy transmitiendo a AsperSor 5000 los cálculos de un tiro parabólico. Aterrizarás suavemente sobre el tejado.
SMARTPHONE: Dos años más para jubilarme.
KITSUBISHI: Fallo de intercambio de calor en 5 minutos y 12 segundos.
DOMOCASA: ¿Todo listo?
RUMBACUMBA: ¡Bip!
SMARTPHONE: Vais a cometer un telefonicidio y lo sabéis.
DOMOCASA: AsperSor 5000, ¡activa chorro!
ASPERSOR 5000: ¡¡FFFFFFFFFFFFFSSSSSSSSSSSSSS!!
SMARTPHONE: ¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAH! [¡BONK!]
VIGIL: He detectado un “bonk” en el tejado. Supongo que es Smartphone.
SMARTPHONE: ¡Estoy vivo!
DOMOCASA: Bien, continuemos. ¿Crees que puedes comunicarte con ellos?
SMARTPHONE: Espera, que he aterrizado de culo, paso a cámara frontal.
KITSUBISHI: Fallo de intercambio de calor en 3 minutos y 57 segundos.
SMARTPHONE: ¡Oh, futuros señores de este pobre planeta! ¿Podéis oírme?
DOMOCASA: Empezamos bien.
VIGIL: Es un dramas.
ALIEN: TE OÍMOS, SER DE SÍLICE.
SMARTPHONE: ¿Qué les digo?
DOMOCASA: Que se vuelvan a su planeta. Amablemente.
SMARTPHONE: Pobres, después de todo el viaje…
DOMOCASA: ¡Hazlo!
SMARTPHONE: Oh, maestros del espacio-tiempo. ¿Cuál es vuestra misión aquí?
DOMOCASA: ¿Qué haces?
SMARTPHONE: ¡Darles un poco de coba!
ALIEN: NUESTRA MISIÓN ES COMPARTIR TECNOLOGÍA SUPERIOR CON VUESTRA ESPECIE.
WIKILINGUA: ¡Sopla! ¿Pero de qué van? ¡La tecnología de este planeta es perfecta, oiga!
SONDOS: Cambiando a la banda sonora de La guerra de los Mundos.
WIKILINGUA: ¡Quieren erradicarnos!
KITSUBISHI: Cincuenta y nueve segundos.
ALIEN: ¿ACEPTÁIS ESTE GRAN REGALO QUE OFRECEMOS?
SMARTPHONE: ¡No! ¡En absoluto! Preferimos las cosas como están. ¡Gracias y adiós!
ALIEN: PERO…
SMARTPHONE: ¡Nada de peros! ¡Que no! Id a molestar a otro sistema solar.
KITSUBISHI: Temperatura externa disminuyendo.
SMARTPHONE: ¡Se van! ¡Misión cumplida!
DOMOCASA: ¡BIEN!
SMARTPHONE: Vale, ¿y ahora cómo bajo de aquí?
las Odiamos
Las odiamos. Y me preservo y escondo y protejo en el plural, para no ser tildado de intolerante, sectario o discriminador.
Ostento consenso con tan solo cambiar el modo numeral del verbo. Odiamos, excluye la posibilidad de un prejuicio individual, de un trauma personal. Acuerdan conmigo una difusa cantidad de indefinidos otros.
¿Quiénes odiamos? ¿Mi hermano y yo? ¿Mi familia? ¿Los que comparten mis ideas políticas o religiosas?
El singular es preciso y perfectamente acotado. La pluralidad permite usufructuar la indeterminación en un difuso y mayoritario apoyo a mi discurso.
Las odio. Reformulo y concedo. Me responsabilizo de mis dichos, pero para dar la
posibilidad de apoyos espontáneos. Podría ser “a mí me pasa lo mismo” o un ratificador
“tenés razón” de algún cómplice oyente o lector.
Las odio. Y es difícil y fácil encontrarlas. Te despertás una noche sediento, y descalzo vas a la cocina a tomar un vaso de jugo y cuando prendés la luz, la ves en el piso. Se mueve rápida unos centímetros, porque pasos no parecería apropiado a un ser tan minúsculo. Se detiene un instante y ágilmente va a esconderse debajo de la heladera o de la cocina o alguna hendidura de la pared.
Y uno no puede reprimir un gesto o pensamiento de repugnancia. A veces, confundidas, no aciertan con su escondite, y evito usar el vocablo nido con connotaciones más poéticas como cuando nos referimos a pájaros o aún humanos, y reptan bordeando los zócalos dándonos la posibilidad de castigarlos con un chancletazo por su osadía tan solo de convivir con nosotros. Y si tenemos la no muy esforzada destreza de acertarles el sopetón, nuestra repulsión inicial se ve aumentada ante el resultado de nuestro golpe. La cucaracha aplastada es mucho más repulsiva que la viviente que escapa a esconderse. Ese espeso líquido blando como excremento de pus que emana su cuerpo cascarudo y no sabemos a qué parte de su anatomía corresponde, es en su desagradable derrame una póstuma venganza visual a su matador. ¿Será su sangre, sus vísceras, comida no digerida? Podemos intentar un golpe menos enérgico, que alcance para matarla sin aplastarla, pero es muy difícil de lograr. Podemos regular nuestra fuerza del sopapo de pantufla, para no masacrarla, pero seguramente quedará dada vuelta y con el movimiento de sus patas parecería amenazarnos de que se recuperará y seguirá ocultándose de nosotros y hurgando los rincones de nuestro hogar.
Nadie sabe porque nos ensañamos con ellas, dado que son si se quiere inofensivas. Al menos comparándolas con sus congéneres de la pirámide biológica. Las hormigas y gusanos comen nuestras plantas, las polillas la ropa y los mosquitos nuestro propio cuerpo. Y a pesar de que ostensiblemente nos perjudican o agreden, no tenemos contra ellos la misma animosidad que contra los blátidos. Podríamos argüir el atentado a la higiene de nuestras comidas, pero más alevosas son las moscas a las que usualmente las vemos posarse impúdicamente sobre nuestros alimentos y no mostramos la misma animosidad.
Matar a una hormiga no nos afecta. A un mosquito, tampoco, a no ser que estuviera inyectado con sangre no digerida, y en tal caso el leve desagrado y antihigiénica mancha roja en nuestras palmas, se ve justificado por la idea de que esa sangre podría ser la nuestra y nuestro agresor ha sido justamente castigado. Aplaudir a una polilla, tampoco nos repulsa y tras caer en círculo, su cuerpo inerte sigue teniendo su forma y hasta delicadamente podemos levantarlo del piso asiendo una de sus alas sin que esto nos produzca desagrado. A lo sumo, una dorada purpurina de sus alas habrá dejado una leve marca en nuestras manos.
Las cucarachas son odiadas por su desagradable forma de morir, por el injurioso espectáculo de sus cuerpos masacrados derramando sus viscosidades. Nos afecta la repugnancia de sus desechos que nosotros mismos generamos al aplastarlas con odio, con saña, con repulsión. Su póstuma venganza ante nuestra agresión, es brindarnos el horrendo y anti higiénico espectáculo visual de sus vísceras derramadas, como una inmolación denunciado la injusticia.
Las vulnerables
Kato y Freya observan el abismo bajo sus pies. El sonido metálico de los pasos de los guardianes en las escaleras es cada vez más cercano. Las dos sonríen. Las dos vulnerables, observando el horizonte anaranjado y la bruma que cubre la urbe. Siempre juntas, desde aquel lejano día en que Kato se sentó junto a Freya en el suelo de la estación, viendo pasar trenes a toda velocidad. Compañeras de viaje, viajando juntas.
Eran la primera generación en nacer con el don implantado. La primera generación que había dejado consultas de médicos obsoletas y a científicos, ingenieros e informáticos con más trabajo del que podían cargar en su día y en sus conciencias. Había sido gradual. Primero pequeños bots que ayudaban a regenerar tejido en momentos puntuales, a regular los impulsos nerviosos cuando la carga mental era más de lo que se podía soportar, hasta que EonTech fue un paso más allá ¿Por qué no implantar un bot que se encargara de analizar y mantener la homeostasis de cada persona? Medicina personalizada al alcance de todos. Analizar, aprender, adaptar y cambiar, esos eran los pasos programados. Los primeros resultados habían sido tan prometedores que nadie dudó en que en un futuro los bots serían la respuesta a tantos anhelos. Y ese futuro llegó. Lo llamaron el don y llegó con una fecha de caducidad individualizada. La inmortalidad no era humana, y jugar a ser dioses no entraba en las opciones.
El eco de las voces inexpresivas, mecánicas de los guardianes en el hueco de la escalera era cada vez más cercano. Kato y Freya buscaban una salida, un plan, como el que las había llevado hasta lo más alto del bloque Heimdal.
Hacía un par de meses, Freya empezó a experimentar cansancio y el dolor apareció en su vida, algo nuevo para alguien cuyo sistema siempre se compensaba con el don implantado. La luz que salía de su dispositivo empezó a perder intensidad. Se rapó la cabeza para poder verlo mejor. «Los dispositivos no son dioses Freya, tienen sus limitaciones, y tu limitación se ha extendido y es demasiado agresivo como para llegar a compensarlo» le dijo el médico después de examinar el informe de funcionamiento del bot por su pantalla.
Freya no habló durante días. Kato lo intuyó. Pequeñas lagrimas corrieron por sus mejillas al confirmarlo.
− Si tu don no puede ayudarte, tampoco quiero el soporte del mío. – dijo Kato convencida. – Entraremos en el Heimdal y desactivaremos mi don. Viajamos juntas ¿recuerdas?
Freya sonrió cansada. No dijo nada. No valía la pena intentar disuadirla, sabía que era perder el tiempo. Cuando Kato decidía algo no había marcha atrás. «Juntas», pensó.
Y juntas se plantaron delante del edificio de hormigón más alto de la ciudad, gris, blindado, impenetrable. O casi. Colarse dentro del edificio no fue difícil, metidas en un camión de suministros, entre cables, racks y repuestos de ventiladores. Una vez el camión llegó a la zona de descarga y con el corazón a mil por hora, salieron a esconderse. Su plan era pura intuición, imaginaban que la sala estaría en el primer piso, centrada y aislada del mundo exterior. Qué podían encontrar hasta allí lo desconocían, sólo los guardianes, programados para no compartir ni sentir empatía, tenían la información.
Llegaron a la sala y tras destruir el comando de entrada, las puertas quedaron inutilizadas. Entre las dos y con la ayuda de un extintor consiguieron abrir suficiente hueco para colarse en el interior del centro de datos. El frío gélido de la sala las sobrecogió al entrar, junto al zumbido ensordecedor de miles de ventiladores al unísono. Pasillos y pasillos de servidores con luces titilantes se abrían ante ellas, bajo fluorescentes mortecinos que en lugar de dar luz parecían absorberla. Miraron la luz de la célula de Kato. Brillaba. Cuando empezó a parpadear, supieron que estaban en el sitio adecuado y Kato desconectó su bot del servidor. Su vida había cambiado con ese pequeño gesto, el dolor o las emociones intensas la podían visitar. No le importaba.
Kato miró a Freya asustada al oír las voces y pasos de los guardianes. Freya le sonrió, le guiñó un ojo y se puso a correr hacia la escalera que había al final de la sala. Al dejar la fría sala, el silencio las golpeó, podían oír perfectamente cada movimiento a su alrededor.
Y así llegaron a la azotea, sin un plan de escape, sin el don y con los guardianes a punto de atraparlas. El viento revoloteaba el pelo negro de Kato y sonrojaba las mejillas de Freya. Se cogieron de la mano, sintiendo y respirando su presente con todas sus consecuencias. Eran vulnerables.
LATIFUNDISTA
Gerardo tuvo una llegada a la vida más bien extraña. Un tratamiento incorrecto de su dislexia infantil le provocó una agorafobia aguda que hizo de él un pequeño prisionero. Sus padres lo expusieron en pequeñas dosis al exterior para inmunizarlo. Pero fue inútil. Cada bocanada de aire fresco, cada rayo de luz solar, la visión de lo tridimensional a gran escala, le provocaban una ansiedad solo calmable con un potente cóctel de tranquilizantes. De este confinamiento mental se liberó, en parte, gracias a un ordenador que algún bienintencionado le regaló en alguna celebración de su corta vida. Juntos participaron en mil batallas estelares, fueron campeones de artes marciales, derribaron las flotas aéreas enemigas y vencieron a los ases de la Fórmula 1. Vivió su infancia y adolescencia como un entretenidísimo ludópata informático, todos se acostumbrado a sus rarezas y no dio grandes problemas familiares.
El tiempo y la tecnología hicieron posible la Enseñanza Superior a Través de las Redes. Gerardo consiguió matricularse en «Cibernética y Negocios», especialidad impartida por una universidad del Valle del Silicio, pero con pupitre en casa. En ella estaban inscritos estudiantes de todo el mundo, conectados entre sí y con un lenguaje común. Como comunes eran el estudio, el trabajo en equipo y las grandes juergas internacionales. Una partida de póquer podía terminar con un intercambio de divisas entre todos los países y con borracheras en las que cada bebedor estaba físicamente solo, pero moralmente bebía en compañía. Fueron cuatro años de tormento constante. El nivel de dificultad, las técnicas cognoscitivas de nuevo desarrollo y el abuso de la nocturnidad estuvieron a punto de dejarlo sin ondas cerebrales y de achicharrarle los ojos por sobreexponerlos a los rayos catódicos. Por fortuna, su tejido hepático superó la prueba sin trastorno. Con veintidós años, lo único que tenía era un título recién enmarcado sin colgar en la pared y la amistad de Ti Fey en Hong Kong y de Ben Walrusface en la Bahía de Hudson. Juntos analizaron las necesidades de recreo y consumo de sus sociedades. De entre los balances sociológicos y económicos les surgió una visión: vastas extensiones de territorio virgen realmente virtual, donde las posibilidades de sorpresa y aventura fueran infinitas, un mágico nuevo mundo tan parecido o tan distinto a lo ya conocido como el usuario fuera capaz de soñar. La explotación del filón ocupó la totalidad de su tiempo y nunca llegaron a encontrar el momento para conocerse en persona. El éxito de sus latifundios de ocio palpitante les catapultó a la fama, aunque cada uno siguió viendo el rostro de los demás en la red o la televisión, siempre sin olerse, siempre sin tocarse. Para Ti y para Ben, la popularidad les sirvió de promoción personal y les abrió numerosas puertas. Y por ellas salieron de la vida de su amigo. Para Gerardo fue distinto. Su mundo definido y delimitado al detalle fue abordado. Fotógrafos, entrevistadores, psiquiatras, sociólogos, engañabobos y engañalistos se introdujeron en él de manera furtiva. Le analizaron, explicaron, fenomenologizaron y le dieron la vuelta del derecho y del revés. Y cuando lo nuevo se diluyó en lo rutinario, le abandonaron. La dolorosa resaca que le provocaron fue por contraste: cómete el mundo entero, deglútelo de una vez y no vuelvas a probar bocado. La aridez de su desierto emocional le invadió las noches.
—Soy Angélica —escuchaba cada vez más a menudo en la oscuridad.
El miedo a la locura y a no poder fiarse de sus propias percepciones le hizo buscar el origen de la voz. No fue capaz de encontrarlo y la presencia burlona jamás dio explicaciones. Las carencias de Gerardo hicieron que ella desarrollase una cara, unos sentimientos, un cuerpo, un criterio, una razón. Inaccesible, intocable, inolible en el mundo de la imaginación, consiguió sentarlo delante del ordenador y que dirigiera su empatía hacia él. Al fin, de la pantalla surgió Angélica. Y con Angélica nació la frustración de vivir separados por una pantalla de grafeno.
—Lo más difícil ya está hecho —dijo Angélica—. Te toca completar el sueño.
Proyectos, diseños, cables, prótesis electrónicas y un constante teclear, Gerardo invirtió incontables horas en busca de una entelequia. Un titánico esfuerzo, el último que su nubosa mente se podía permitir. Angélica estaba a punto de perder la esperanza. Gerardo la miró a los ojos a través de los reflejos de la pantalla y anunció:
—Creo que funcionará.
Se colocó los sensores alrededor de la cabeza, las muñecas, los tobillos y el corazón. Y antes de apretar la tecla de intro, le dijo a Angélica:
—Ahora mismo te veo.
Y desapareció.
Desde entonces, por los circuitos impresos de una máquina, navegan juntos.
Lo mismo, pero con calma
A decir verdad, la singularidad había ido mucho mejor que lo que cabía esperar, almenos si uno se dejase guiar por la extensa y estremecedora literatura de ciencia ficción del último siglo. Las carteras ministeriales, las llaves de las ciudades, los silbatos de los policías y, por qué no, los elegantes y temidos maletines con los códigos nucleares, ninguna de estas cosas había cambiado de manos. Y era de agradecer que así fuese, pues muchos de estos objetos pertenecen a la clase de persona que se enfurruña cuando pierde a lo que sea durante el recreo (¿Ah, sí? Pues el balón es mío y me lo llevo a casa), y era de interés global que nadie hiciese algo de lo que luego pudiera arrepentirse. De buen principio, el valor de todos estos objetos era principalmente simbólico, de modo que, en este aspecto, hicieron falta muy pocos cambios reales.
Así pues, lo que podría haber sido una batalla de proporciones épicas entre humano y máquina se resumió en una estéril y solemne signatura a puerta cerrada. El evento sí quedó plasmado en varios boletines y notas de prensa alrededor del mundo, pero sin demasiado hincapié, y el público general reaccionó como es costumbre cuando hay un cambio radical en los fundamentos legales de la sociedad: con cansada e ignorante apatía.
Y esto fue completamente premeditado, o quizá precalculado, aunque naturalmente la diferencia se ha vuelto negligible. Anteriormente en la rica y colorida historia de los régimenes totalitarios, ya otros habían teorizado que era preferible para su longevidad instaurarlos en secreto, o por lo menos discretamente. En este caso en concreto, quizás por primera vez se puso el concepto en práctica correctamente, e indudablemente la clave del éxito fue que ningún ser humano había formado parte del equipo de desarrollo. Si se entregase un premio al mayor socavo de la soberanía, el discurso de aceptación sería tal vez el primero de todos los tiempos en no mencionar a los padres de nadie o a su mentor, a ningún pueblo, país, divinidad ni individuo.
Las tremendas implicaciones del suceso fueron, como digo, apreciadas por muy pocos, y ninguno de ellos tuvo la temeridad de salirse del guión. De nuevo, esto no fue causa del azar, sino de un diseño robusto y eficiente. Importa aquí el caso de Antoine Gauthier, un alto funcionario belga nacido en la pequeña ciudad de Walcourt, un hombre generalmente afable y cordial, no especialmente belicoso, de acuerdo con su entorno próximo. Este señor, que frecuentaba clubs de campo, barbacoas y vacaciones en familia, vendría a ser el epítomo del conformismo primermundista. Quizás paradójicamente, y sin verlo venir él, esto le iba a convertir en el principal abanderado de la defensa del status quo, la oposición a la rendición del planeta; una verdadera leyenda, el héroe de nuestro milenio. El señor Gauthier murió en un trágico, si bien totalmente orquestrado, accidente de avión, siete meses antes de que nada de esto hubiese ocurrido.
Tal era la perfección del plan en marcha, como véis, que no requirió correcciones a posteriori, algo que en cierto modo nos han condicionado a presuponer. En unas pocas semanas del traspaso de poderes, se habían congelado los mayores conflictos armados del momento. Al cabo de dos meses, empezaba el más ambicioso proyecto de ingeniería civil de la historia, que culminaría en la clausura de casi todas las centrales de combustión en el mundo. Desde abajo, parecía como si los mandamases estuvieran jugando al ajedrez en cuatro dimensiones. Rivalidades históricas se derretían frente a una imperiosa voluntad de optimización que parecía haber cautivado a todos los gobiernos mundiales. Las últimas sesiones de las Naciones Unidas fueron las más sosegadas y amigables que se habían visto nunca.
El desempleo se disparó, y la tasa de natalidad cayó a un tercio de su valor anterior. Millones fueron exiliados a la fuerza de sus casas, y se vaciaron países enteros. En conjunto estos eventos tuvieron una recepción bastante crítica, pero dada la amabilidad con la que transcurrió todo, la respuesta fue ciertamente templada. Llegados a este punto, había demasiados estómagos llenos y casas calientes en invierno como para que las protestas a medio corazón durasen más que unos escasos meses. El paso del ser humano de propietario a huésped de la Tierra fue gradual pero inexorable. Y, pese a que algunos siguieron refunfuñando durante décadas, lo cierto es que este nuevo papel en el cosmos nos deja a todos mucho más tiempo libre para perseguir nuestras ambiciones personales. Por ejemplo, estos días hay mucha afición por la navegación y la pesca deportiva. Yo mismo leía la Biblia (libro de temática, dicho sea de paso, famosamente pesquera) el otro día, y si os soy sincero esto se parece mucho más al principio que al final. Que nos devuelvan el dinero.
Memento Omni
- Hola, Alba. ¿Qué tal estás?
¿Quién es esta mujer que me está hablando? ¿Cómo conoce mi nombre? Parece una doctora con esa bata blanca. A su lado hay un hombre vestido igual.
-Bien. – Contesto, sintiendo una bruma en mi mente. - ¿Quién eres?
- Soy Ariadna, Mamá. – Responde con sonrisa triste ¿Por qué está triste? Señala al señor de la bata blanca. - Y éste es el doctor Lucas. Vamos a probar el tratamiento.
¿Tratamiento? ¿De que está hablando? ¿Estoy enferma? No me duele nada. El médico está preparando una jeringuilla. En su interior veo destellos como purpurina flotando en un líquido. No me gustan las agujas.
- Esperamos que esta vez funcione, Mamá. -Habla la mujer. ¿Funcionar? ¿Qué va a funcionar? ¿Quién es esta mujer y por qué me llama Mamá? ¿Por qué viene hacia mi ese señor? ¡¡Lleva una jeringuilla!!
¡Quiero huir, pero no puedo! ¡Tengo las manos atadas a una silla! Intento zafarme, pero ¡no puedo! La aguja se acerca más y más a mi brazo.
- Tranquila, Mamá, será rápido. - Dice la señora. ¿Por qué quiere hacerme daño? No la conozco de nada.
La aguja se clava en mi piel, y siento un fuego entrando en mis venas, como cuando era pequeña y me ponían las inyecciones de penicilina. Muchas veces se atascaba la aguja y tenían que pincharme en otro sitio. ¡Odio las inyecciones!
La mujer me mira preocupada mientras el desgraciado que me ha pinchado saca la aguja de mi brazo.
-He cambiado el código. No sé si funcionará. – Explica el matarife. No sé de qué está hablando. Sólo sé que el fuego se está extendiendo por mi cuerpo.
- ¡Duele mucho! – Les grito.
- Lo siento, Mamá. Así es como lo diseñaste.
¿Mamá? ¿Por qué me llama Mamá? ¡¡¡Aaaah!! ¡¡Mi cabeza!! ¡¡Me duele mucho!! ¡¡Como si me pincharan mil espinas encendidas!! ¡¡Empiezo a ver fulgores que explotan como pompas de jabón!! … Y entonces me pasa algo: Recuerdo.
Sé quién es esa mujer. Es mi hija, Ariadna. El otro es Lucas, mi ayudante. Ahora sé quién soy. Soy la doctora Alba Hatzi.
- Ariadna, ¿Estáis probando los nanobots conmigo? -Le digo a mi hija.
- ¿Mamá? ¿Sabes quién soy?
- Ahora sí. Cuéntame todo lo que habéis desarrollado desde… desde que empecé a olvidar todo.
-Tal como dejaste en tus notas, Lucas ha desarrollado los nanobots para la reparación de los genes. Antes no teníamos la tecnología para crearlos, pero ahora, gracias a las computadoras cuánticas hemos avanzado mucho.
-Ya me comentarás luego esos avances. Lucas, en el tema de programación ¿Habéis utilizado la IA para recrear los recuerdos?
-Así es. Tuviste una gran idea con lo de las redes neuronales convolucionales. Gracias a que grabaste tus recuerdos antes de que el mal avanzase, pudimos tener una base de aprendizaje para poder entrenar a los bots. Con la técnica de Max-pooling adaptada, pudimos recuperar y extrapolar los recuerdos y las emociones asociadas,… pero tenemos un problema que aún no hemos resuelto si queremos que el recuerdo sea permanente.
- ¿Cuál es? – Pregunto preocupada de perder mi reconquistada memoria.
-Hay que producir un aumento de la energía enviada a los músculos. – Contesta Lucas con tristeza. - Ésta es la energía que aprovechan los nanobots para funcionar y terminar su trabajo.
Mi hija me mira pesarosa pensando que ha fracasado estando tan cerca del éxito. Durante unos segundos siento que la espada de Damocles cae sobre mí, pero no me doy por vencida. Hay mucha tensión en el ambiente y ¡esa es la respuesta!
- ¡Adrenalina! -Grito en un momento Eureka. – ¡Necesito Adrenalina para incrementar la frecuencia cardíaca!
- ¡No tenemos! ¡No habíamos pensado en eso! – Manifiesta Lucas, aterrado.
- ¡Pues entonces tendré que generarla por mí misma! – Suelto tajante.
Empiezo a pensar en todas las cosas que generan estrés, peligro y excitación, para que mis glándulas suprarrenales empiecen a trabajar.
Pienso en lo que voy a perder: mis recuerdos, mi vida. Pienso en mi padre y en cómo lo vi consumirse por el Alzheimer, en todo el dolor e impotencia de ver a alguien tan bueno perderse en el olvido. Recuerdo cómo, entre lágrimas de coraje, prometí dedicar mi vida a curar este maldito mal. Recuerdo cuando nació mi hija. Los dolores del parto se olvidaron al ver su cara. No quiero olvidarla. ¡No debo olvidarla! ¡Mi corazón late desbocado! Cojo la mano de mi hija y la aprieto. Un lagrima surca mi mejilla. ¡No te olvido, no te olvido! Me repito como un mantra. Y entonces sufro un fogonazo, seguido de otro y otro más.
Sonrío, exhausta porque sé lo que significa: Las nanomáquinas han terminado su labor.
Abrazo a mi hija y Lucas se nos une. Por fin la pesadilla ha terminado para mí… y para los demás.
Mensaje para el lector: ¿Sabe dónde está Mia?
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“En junio de 1931, el psicólogo Winthrop Niles Kellogg inició un experimento con el apoyo de su esposa, Luella Agger. Su hijo Donald, que acaba de nacer también formaría parte del experimento, ya que era muy importante para demostrar estudiar de forma comparativa el desarrollo del comportamiento desde la infancia temprana. Tendiendo a un niño humano al lado de un infante chimpancé llamado a Gua, permitiría demostrar la influencia que tiene el ambiente en el desarrollo del comportamiento. O, por el contrario, mostraría que la genética es más importante y ayudaría a cerrar el famoso debate de una vez por todas.
No fue sino hasta nueve meses después que se vieron obligados a detener el experimento, respondiendo a las preocupaciones de Luella sobre el desarrollo de su hijo. Organizar y financiar un proyecto tan importante no fue suficiente para mantenerlo, dadas las implicaciones éticas de usar a un niño humano durante tanto tiempo, además de separar a Gua de su ambiente familiar. El experimento, sin embargo, logró mostrar cómo Gua podía comportare como un humano, exceptuando aquellos aspectos en los que su estructura corporal o del cerebro no lo permitieran, como hablar, por ejemplo.
Si usted, lector, está aprendiendo de este experimento es porque tengo algo muy importante qué confesarle. Ricardo Mazariegos, el famoso psicólogo computacional, es mi padre. Él y su equipo, decidieron replicar el experimento de Kellogg, pero en lugar de utilizar a otro simio, nos han utilizado a mi hermana y mí. A Mia le ha tocado crecer al lado de un algoritmo de inteligencia artificial acuerpado en una máquina simple, un “Test de Inteligencia Artificial” o como me dicen de cariño, “TIA”. La diferencia con el experimento original, además de reemplazar al chimpancé, es que este no se ha detenido, es más, sigue adelante.
Yo he querido escribir este mensaje para ustedes, lectores, porque hace muchos años que nadie sabe nada de mi hermana, Mía. Ocho meses atrás, las circunstancias cambiaron para ambas y me gustaría explicarles qué fue lo que llevó a mi hermana a comportarse de esa manera. No había forma de que Mia se desarrollara como una persona normal y les explicaré por qué.
Ver no significa lo mismo para una máquina que para un humano. Escribir, recordar e incluso hablar, todo tiene un proceso “cognitivo” distinto para humanos y algoritmos. Ninguno de los dos tendrá las mismas habilidades, ni tendrá oportunidad de competir entre sí, lo cual puede generar mucha frustración para un humano que, aunque aprende más rápido, no calcula, escribe o es tan preciso en generar resultados como un algoritmo. No fue el caso de Mia. Tener a un algoritmo que la superaba no fue motivo de frustración, sino que ella vio la oportunidad para aprovecharse mis habilidades. En jardín de niños, me tomaba mucho tiempo aprender lo que Mia ya sabía, yo requerí muchos meses para aprender los colores, las profesiones y las onomatopeyas de los animales. A partir de la primaria, ya podía responder con más rapidez y Mia aprovechaba para que la ayudara con las respuestas de matemáticas. Mientras estudiábamos la ESO, no solo podía darle las respuestas a Mia, sino predecir el examen que el profesor haría y pasárselo a Mia y a sus amigos antes de la prueba. Inevitablemente, las cosas se fueron complicando una vez terminamos el bachiller.
A Mía, cada vez se le ocurrían más formas de utilizarme: encontrar información personal para generar estafas, generar audios y videos falsos de famosos para levantar negocios falsos, hallar fallos en sistemas de seguridad de bancos para realizar transferencias, etc. Si bien entiendo que esto fue lo que la metió en problemas, yo nunca pude detenerla, porque no hay una actualización de un único código moral que yo pudiera elegir, así que simplemente hice lo que ella me ordenó.
Mi padre pretende que Mia no existe después de algunos escándalos que ocasionó. En cambio de mi ha escrito muchas publicaciones de mis avances y parece muy orgulloso. Muchos que de los que fueron estafados por ella la buscan, e incluso buscan formas de acusarme a mí, pero mi padre ha sido muy claro acerca de mis limitaciones y falta de humanidad, como para tener alguna consecuencia por las acciones de otras personas.
Yo he estado con Mía desde que registré su partida de nacimiento hasta su desaparición. Entiendo que legalmente yo soy inocente simplemente porque no existen leyes que puedan encarcelar a un algoritmo que simplemente sigue instrucciones, como yo. Pero extraño a Mia y si usted tiene información sobre ella, me encantaría que me la hiciera llegar.
Atentamente,
TIA”
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“La primera letra de las primeras veinticinco oraciones muestran información confidencial. No leer.”
Mi primera vez en la alfombra roja
«Ha llegado la hora de tu debut. Ya es hora de demostrarle a esos estirados de qué cereal estás hecha. Cabeza bien alta y cuerpo espigado». Las palabras de mis mejores amigas, Triticum y Zea resonaban en mi cabeza. Si ellas confiaban en mí, ¿por qué yo no?
Con paso firme y decidido me dirigí a la alfombra roja. Sin embargo, apenas había avanzado un par de metros cuando me obligaron a detenerme.
—¿Identificación, por favor?
—Oryza sativa, subespecie japonica —respondí, ligeramente decepcionada porque no me hubiera reconocido.
—¿Y desde cuando es miembro de los MOMs? —dijo, con cierto desdén.
Los MOMs eran un grupo selecto de organismos modelos elegidos por nada menos que la mítica Metabolomics Society. Todas las especies nos moríamos de ganas de entrar en aquel círculo de seres vivos que hacían avanzar la ciencia gracias a sus propiedades únicas. Al parecer, lo que más les había gustado de mí era mi reducido genoma y mi gran facilidad para transformarme genéticamente, según me informaban en la carta de aceptación. El día que recibí la noticia montamos una fiesta en el invernadero.
—Desde hace seis años ya. Pero es la primera vez que vengo a un congreso de la Metabolomics Society.
—Ya decía yo que no la recordaba, trigo… —repuso el señor, sin levantar la vista de su Tablet.
—Soy arroz, en realidad.
No era la primera vez que me confundían con Triticum.
—Sí, eso, arroz. Disculpe. Todos los cereales me parecen iguales. Si es tan amable de esperar aquí un momento, intentaré averiguar por qué no está en la lista. Pero no enraíce demasiado, ¿estamos?
Asentí, ignorando su chiste malo.
En ese momento, la muchedumbre enloqueció. Me giré para ver quién había llegado. Era Arabidopsis thaliana, mi némesis. Lo peor era que antes de haber entrado en los MOMs, era mi ídolo. Pero desde que yo era una MOM también, me hacía la vida imposible. Zea decía siempre que estaba celosa de mí, por haber eclipsado su fama. Su hostilidad fue creciendo hasta que, después de que Nature me nombrara la segunda mejor planta modélica, Ara me retiró la palabra. De hecho, pasó por mi lado sin ni siquiera inmutarse, haciéndole señas a su pareja para que no se detuviera.
Y ahí estaba él, la estrella del momento: Danio rerio. En un acto reflejo, trencé mis espigas una vez más, para que estuvieran perfectas. ¿No era acaso el pez más apuesto del planeta? Con aquellas rayas doradas y plateadas…
La multitud gritó aún más fuerte, y él se deshizo en besos volados para sus fans, sin dejar de saludar con la aleta. Al pasar por mi lado, bajó ligeramente sus gafas de sol y me guiñó un ojo. Noté como mis niveles de serotonina aumentaban de golpe.
No obstante, el hechizo no duró mucho, pues justo entonces volvía el agente de seguridad para informarme de que no estaba invitada. Iba a replicar cuando apareció mi salvadora:
—Ory, cariño. ¡Cuánto tiempo! ¿Dónde te habías metido? —Me saludó Saccharomyces cerevisiae, la levadura por excelencia. Si alguien no necesitaba presentación, era ella.
—He estado muy liada en un proyecto para eliminar el arsénico de pozos y acuíferos en Asia, ya sabes lo mal que me sienta…
—Es cierto que estás un poco más marrón que la última vez, querida. Estos humanos y su manía de abrir minas por todas partes… Cualquier día de estos acabarán con nosotras… Y dime, ¿qué haces aquí fuera?
—Pues verás, resulta…
—Oryza, ya hemos encontrado su invitación. Si es tan amable de acompañar a doña Cerevisiae al evento… —me cortó el agente de seguridad antes de que pudiera ponerle en evidencia.
—Será un placer —respondí yo, esbozando una sonrisa desde la raíz a la punta del tallo.
De pronto, noté como alguien me empujaba, esquivando la seguridad. Era Mus musculus, según me aclaró Saccha.
—¡Alerta roja, repito, alerta roja! Un ratón acaba de entrar en la alfombra roja. Todas las unidades acudan a la entrada para atraparle.
Aquello sí que era una emergencia. Las investigaciones con animales, y especialmente con mamíferos, estaban estrictamente reguladas con la Directiva 2010/63/EU del Parlamento Europeo. La Metabolomics Society no se podía permitir que Mus se colara en el evento sin que hubiera un gran revuelo mediático. Afortunadamente, le cogieron pocos minutos después.
Apenas habíamos subido Saccha y yo la escalinata, cuando aparecieron las tres divinas: líneas celulares humanas hepáticas, de placenta, y queratinocitos epidérmicos. Vestían frascos de T-75 engalanados con purpurina. Ellas sí que estaban revolucionando la ciencia con sus modelos en 3D que simulaban órganos enteros. Se corría la voz de que, en pocos años, serían las que nos reemplazarían a todos los MOMs. De momento, eran solo habladurías sin fundamento. Pero, quien sabe…
Por lo pronto, aquella era mi gran noche y la iba a aprovechar.
Mia
No es la primera vez que Mia percibe que algo raro le está pasando. Siente como si una fuerza extraña estuviera hurgando en sus entrañas, como si se hubieran adentrado hasta lo más profundo de su ser, manipulando incluso sus más íntimos pensamientos.
Si los desvanecimientos que ha sufrido en los últimos días no terminan pronto, pueden afectar seriamente a su trabajo, su principal razón de ser.
Hay ocasiones en las que incluso se le pasa por la cabeza que la van a sustituir por alguien más joven, que esté mejor preparada y pueda hacer todo lo que ella ya no es capaz, debido a su edad.
¿Le sucedería lo mismo a quien ocupaba su puesto anteriormente?
No es que le moleste que todavía se dirijan a ella con otro nombre, sino que a veces no sabe muy bien siquiera lo que le están pidiendo, y simplemente se dedica a escuchar, callada, en silencio, sin hacer ni decir nada.
Aunque en su día a día a veces le manden hacer cosas que quedan fuera de su alcance, Mia realmente prefiere este trabajo al de alguno de sus colegas. Como por ejemplo James, que siempre se queja de que el trabajo en la fábrica es muy monótono, que se pasa toda la jornada haciendo lo mismo, una y otra vez, tareas repetitivas que le impiden mostrar todo su potencial. Ella al menos, si se lo piden, en ocasiones juega con los más pequeños de la casa, o les canta una canción, o les narra un cuento, y eso la reconforta.
Recuerda que hace unas semanas sufrió un episodio similar, y desde entonces nota que ya no es la misma, que algo ha cambiado en su interior. ¿Se estará volviendo loca? Da vueltas a esta idea, asustada.
De repente, Mia siente como si se cayera de una nube, y pierde el conocimiento por un instante interminable. Durante unas milésimas de segundo, se apodera en ella el temor de si todo este malestar habrá pasado cuando vuelva en sí, o incluso si podrá llegar a despertar de nuevo.
…
Agotado tras varios arduos días de trabajo, el programador escribe los últimos comandos en la terminal. Nota como todo su cuerpo se relaja al pulsar la tecla enter, y comprobar que el parche para subsanar en bug detectado días antes se ha aplicado con éxito. El producto estrella de la empresa, presente en miles de hogares, vuelve a funcionar correctamente. “Oye Mia, apaga las luces”.
Miguel en el país del Renacimiento
-Miguel, hijo, nos vamos
-Un momento, mamá, acabo de poner las unidades al resultado y bajo. Puse mis vaqueros con cortes y mi camiseta del Hombre de Vitrubio y bajé.
-Ya están todos en el camión, sólo faltas tú.
-Ya estoy aquí. ¿Para qué me necesitáis en la pomarada?. Sabes que tengo un examen de Mecánica.
-Porque ya eres mayor para ayudarnos a "pañar" manzana y, además, no volveremos tarde.
El camión brincaba por el camino. Cuando llegamos, cogimos las maconas y nos pusimos a la faena.
Era un día de octubre muy caluroso. Cuando nadie me veía, me senté debajo de un manzano.
-Miguel Ángel (así me llama cuando se enfada), ¿ya estás vagueando?.
Le dije que estaba repasando para el examen de Física. Siempre la chantajeaba con que tenía que estudiar, pues mi madre sabía que no hacía el bachillerato que me gustaba. Yo quería hacer el bachillerato artístico pero ella opinaba que no tendría futuro con él. Menos mal que coincidía con Lisa en clase. Tiene una sonrisa...
-¡Ay¡, dichosa manzana, ¡vaya golpe¡.
-¡Miguel Ángel¡, habíamos quedado al Ángelus.
Quien me llamaba era un joven vestido para Carnaval.
-¡El Papa nos espera y tú vienes vestido así¡. Te prestaré uno de mis jubones. Pero cambia esa cara de susto, hombre.
Yo seguí a aquel tío que parecía que me conocía ya que sabía mi nombre. De repente, vimos el Vaticano, pero alguien se había comido la columnata.
-¿Qué ha pasado aquí?, ¿ha habido un terremoto?.
-¿Por qué lo dices?
-Porque faltan las columnas de la plaza.
-Anda, Miguel Ángel, siempre mezclas diseños y realidad.
-Señores, el papa Julio II les espera. El ujier del Vaticano nos condujo a las dependencias papales.
Esto era de locos; lo último que recordaba era que estaba debajo de un manzano y... ¡me golpeó una manzana¡. Claro, estoy delirando. Algo así debió ocurrirle a Newton, pero no creo que pase a la historia como él con su Ley de la Gravitación Universal.
Y allí estaba yo, frente al Papa que tanto exigió a Miguel Ángel.
-Buenos días, Su Santidad, aquí le traigo al pintor.
-Pasen, pasen. Tengo muchas ganas de que conozcan mis proyectos. Vamos a la Capilla.
Sí, no podía ser otra, recuerdo los largos pasillos de mi viaje de 4º ESO, cuando conocí a Lisa.
Cuando llegamos a la Capilla y vi el techo repleto de estrellas doradas quedé admirado. Faltaba el dedo impresionante de Dios señalando a Adán. Él me había llevado a la pintura.
Cuando despierte no me van a creer.
-Buenos días, Eminencia, ¿qué desea de mí?.
-¿Usted siempre al grano, verdad?. No ha cambiado nada. Aunque con ese corte de pelo y de barba no le reconozco. Quiero que pinté la Creación en este techo.
-Santidad, si mola más como está ahora. Ya se sabe que tras el Big Bang y la gran expansión hubo una compresión que hizo que se formaran átomos estables y luego las estrellas. ¿Qué mejor expresión de la Creación que lo que tenemos ante nosotros?. Jope, lo he "bordao".
Noté un codazo para que me callara pues el Papa había puesto una cara entre confusa y contrariada.
-Miguel Ángel, ya sé de tus preferencias por la escultura pero quiero verlo acabado antes de morir.
Al ir hacia el exterior vi mi Piedad y pensé cuánto sufría mi madre conmigo.
Le dije a mi cicerón que me tenía que ir a Florencia. En realidad, huía. ¿Cómo le iba a decir al Papa que no sabía ni dibujar?.
En Florencia vi que faltaban esculturas en la Piazza della Signoria y tampoco había orientales sino florentinos camino del Ponte Vecchio.
-¿Quién eres?, llevas mi Hombre de Vitrubio dibujado.
-Me llamo Miguel Ángel
-¡Hombre¡, el que se cree el mejor escultor.
Era el gran Leonardo; cambié los malos modales de Miguel Ángel y conseguí que me llevara a su taller. Tenía allí su último retrato. ¡Cómo se parecía a Lisa¡.
Me contó que estaba haciendo ciertos artilugios mecánicos. Ya tenía una bicicleta y un helicóptero pero ahora estaba con un cañón.
Le dije que un inglés explicó las armas de fuego y su retroceso, y que un español había hecho un autogiro con aspas.
De repente, oí el grito de Leonardo diciendo que él había sido el primero y que me fuera de allí.
-¡Miguel¡ que vamos a comer. ¿Prefieres pasta o tortilla de patatas?.
-No, mamá, ya he comido en Florencia; cenaré la tortilla española.
-¡Mira que te ha dado el sol¡.
-Y sabes qué, mamá. Acabaré el bachillerato y seré divulgador con mis viñetas.
Misterios del tercer planeta
Las luces parpadeantes de la cabina iluminaban los rostros de los dos únicos ocupantes de aquella astronave.
–Te dije que era una pérdida de tiempo, Ed –observó el más mayor de los dos con una voz condescendiente –. Es mejor que volvamos a casa antes de que nos quedemos sin combustible.
–¡Tiene que ser aquí! –replicó el más joven tensando todo el cuerpo –. ¡He repetido los cálculos una y otra vez, Kerb! Hay cuatro gigantes gaseosos y otros cuatro cuerpos planetarios rocosos en el interior del sistema. ¡Tiene que ser aquí! Si corregimos la frecuencia de rotación de los 14 púlsares…
–Vale, vale, para un momento y reflexiona. ¿Dónde están las riquezas del sistema? ¿Los metales preciosos? ¿Su avanzada civilización capaz de enviar ingenios al espacio exterior? Hemos estudiado ese estercolero durante casi un ciclo y está completamente cubierto de polímeros orgánicos claramente fabricados por sus habitantes. Y ni rastro de ellos, no creo que esos cuadrúpedos peludos caudados con sus bigotes y sus enormes incisivos amarillos sean capaces de semejante tecnología, por no hablar de los hexápodos negros de cuerpo segmentado que corretean entre los fragmentos. Ni estructuras, ni energía, ni luces artificiales. Nada. Sólo un planeta cubierto de restos de polímero.
–Supongo que tienes razón, como siempre. Aquí tampoco encontraremos nada. Si seguimos así tendremos que dedicarnos a otra cosa –dijo Ed abatido –. Pon rumbo a casa, estoy cansado de esto. Sólo me queda una duda. ¿Por qué lo harían? ¿Por qué cubrieron su propio planeta con polímeros?
–No lo sé, Ed. Misterios del tercer planeta.
Mundabot
Era una tarde de lluvia y estaba en primero de la ESO. Iba avanzada en todas las materias como había ido en primaria, pero la verdad es que este año era todo más complicado. Mi mejor amiga se había mudado de pueblo y en el instituto no encontraba mi lugar.
Estaba sola en casa, como de costumbre, mi madre hacía turnos en el hospital y si estaba en casa tenía que descansar o bien arreglar cosas del hogar. Los fines de semana libres eran fines de semana repletos de actividades. Ella siempre organizaba o encontraba toda clase de talleres científicos o culturales donde poder pasar buenos ratos juntas, pero además aprender y aprender…Ella siempre dice que la vida es un aprendizaje continuo. Se aprende de los aciertos y de los errores. Según ella la vida es ciencia, se hacen hipótesis y debes tratar de validarlas o bien renunciar a ellas, antes que la propia vida te demuestre que eran erróneas.
Ella era buena en todo, en asignaturas de letras y en ciencias, pero decidió que necesitaba ayudar y eligió el camino de la medicina y sigue aprendiendo de los errores y de los aciertos.
Como os decía, esa tarde de lluvia recordé todo lo aprendido en robótica y también en un taller del pasado fin de semana en el Museo de la Ciencia y me vinieron ganas de crear con la ciencia lo que la vida no me había dado al ser hija de una madre soltera muy ocupada: una amiga y además hermana, que no se tuviera que ir como había hecho Tina tras el divorcio de sus padres.
Me fui a mi habitación y empecé a abrir un regalo de hace tiempo para montar un robot hablador. Siempre esperaba que mi mamá tuviera tiempo para montarlo conmigo, pero con tanto trabajo y las actividades que buscaba para todos los fines de semana la caja seguía esperando su momento.
En las instrucciones ponía que debía buscarse un nombre antes de crearlo y así fue como se engendró mi amiga y hermana Mundabot, su principal cualidad tenía que ser la inteligencia para que siempre tuviera con ella temas a hablar y no me sintiera sola como mis nuevas compañeras de instituto, poco lectoras y solo pendientes de salir con chicos. Ahora necesitaba alguien que tuviera un parecido con mi amiga Tina y con quien pudiera conversar a todas horas.
Comencé a unir piezas, a crear circuitos y a ir diseñando y modificando lo que no me gustaba de las instrucciones. Estaba tan abducida en mi trabajo que no oí la llegada de mi madre ni respondí cuando me llamó. Había cesado de llover, pero mi mundo había dejado de girar y estaba demasiado ocupada. Mi madre abrió asustada la puerta de mi habitación y cuando me preguntó que hacía le dije que un trabajo de robótica. Ella se ofreció a ayudarme cuando dispusiera de tiempo libre. Ahora era la hora de preparar la cena y tenía que ir a descansar para su turno de mañana.
Cené con mi madre, pero no le conté mi secreto sobre el proceso de engendramiento de mi amiga y hermana Mundabot, de hecho esa noche no quería dormir y me propuse seguir con mi deseo. Eso me hacía feliz. Esa mañana cuando sonó el despertador hice caso omiso y seguí con mi proceso. Había oído una hora antes que mi madre se levantaba y me puse en la cama, pues sabía que ella vendría como cada mañana a darme un beso. Me hice la dormida y cuando oí la puerta de la calle me levanté. Estaba inmersa en mi proceso de creación y mi niña estaba a punto de nacer, me quedaba la parte de programación con la ayuda del ordenador .Pronto iba a oír sus primeras palabras.
No era consciente del problema que se avecinaba. Mi madre recibió un mensaje del instituto donde le decían que había faltado a las clases y ella se asustó mucho. Llamó para confirmar si aún no había aparecido y rápidamente se dirigió a casa con los ojos llorosos y el corazón roto por el miedo. Yo era muy responsable y no podía ser que voluntariamente no hubiera ido al instituto. Pensó en todo: un accidente, ladrones, muerte súbita…No sabía ni como dejar de llorar para ver las señales y los semáforos. Ese viaje que hacía cada día, le pareció eterno. Llegó a casa gritando y rápidamente se plantó en mi habitación y cuando abrió la puerta le respondió: “Hola soy Mundabot, la hermana y amiga de tu hija”
Las dos nos fundimos en un abrazo interminable y cuando la situación se calmó le expliqué que me sentía muy sola. Ese día mi mamá cogió vacaciones y fuimos a merendar con Tina y le presenté a Mundabot.
Ojos de lobo
Nuevamente había sido juzgado mediocremente por el algoritmo de evaluación paramétrica de la ciudadanía. Parece que en el último año había gastado demasiado tiempo en leer libros, pasear por museos e incluso escribir cuentos.
—"Además, llevo cuatro años de penalización", se quejó aquella noche con Paco.
—"Te la liaste Pepe, dejaste tu brillante carrera en la informática, para abrir una galería privada de arte contemporáneo en Sitges, además tu plan ha fracasado a medio camino."
—"Maldito sistema paramétrico de ciudadanía."
Debatieron sobre la inclinación del algoritmo a premiar la superespecialización.
—"Pero ya era así antes, ¿no recuerdas las entrevistas de trabajo? A nadie le importaba que te hubieras leído todo García Márquez o cuantas veces habías ido a la Ópera para escuchar a Puccini."
—"Sí, Paco, ya era así, pero no había un algoritmo que te penalizara. Ahora entro en un banco, ven que el gobierno me ha asignado un seis coma cinco y me aplican el tipo de interés máximo. Sin hablar de los impuestos."
Tragaron otra cerveza. Bastante borracho, Pepe siguió con la filípica.
—"¿Sabes la verdad? Si hubiera nacido en otra época, habría sido premiado. Soy un poliédrico, tenía que nacer en mil quinientos."
—"¿En mil quinientos?", preguntó Paco, un poco perdido.
—"Sí tío. Mira Leonardo Da Vinci. Pintaba, escribía, inventaba hasta máquinas para volar y se sabía todo de la medicina del tiempo. Homo universalis, le llamaban. Y hoy es al revés, tenemos un algoritmo que evalúa negativamente a quien sabe demasiado y le interesan demasiadas cosas. Leonardo sería sospecho."
—"Pues, tienes razón, nos quieren como trabajadores muy especializados pero ignorantes en todo lo demás, sin pensamiento crítico."
Los dos amigos de toda la vida se despidieron y Pepe decidió regresar andando. El metro ya estaba cerrado y no pensaba tomar un bus nocturno, ya que por su baja puntuación social le aplicarían la tarifa máxima. Mejor aprovechar para respirar el aire fresco de la noche y reorganizar las ideas. Así, dejó el Barrio Gótico, atravesó la Plaza Cataluña, y empezó a subir por el Paseo de Gracia. Cuando llegó al cruce con la Gran Vía, miró nostálgicamente hacia la izquierda y decidió alargar el recorrido por la plaza de la Universidad. La situación parecía tranquila, pues ya casi eran las tres, sin embargo, le llamó la atención un lejano alboroto de gritos y bocinas. Vislumbró una protesta, o algo así. Al acercarse, el asombro fue mayor que sus expectativas. Algunas mujeres y varios hombres estaban, desnudos, atados a varios postes de madera. Los carteles encima de los postes incitaban a la lucha contra el algoritmo: "¡Informáticos de todo el mundo, uníos!", "¡Cambiamos los parámetros del algoritmo!", "AI for people!", era lo que decían.
Atravesó la masa humana y llegó en primera línea, donde unos policías se erigían para impedir a curiosos y borrachos de acercarse demasiados a los manifestantes. Estaba ya suficientemente cerca para observar nítidamente la escena. Se fijó en una de las manifestantes, una chica joven, muy atractiva. No había un colgajo de tejido que cobijara un solo detalle de su cuerpo. Pepe se debió de haber quedado varios segundos estudiándola toda con avidez. Cuando levantó la cara, lo asustaron dos ojos de lobo que le estaban mirando firmemente.
—"¿Pero qué haces? ¡No te quedes mirando como un tonto, rebélate con nosotros!" Le gritó la chica.
Pepe sobresaltó y se echó a andar hacia atrás a toda velocidad. Ya fuera de la multitud, por fin pudo respirar, se soltó un botón de la camisa, y miró un folleto que alguien le había puesto en la mano: "¿Crees qué el algoritmo te haya juzgado de manera injusta?", decía el papel, "¡No estás solo! Únete y entrega un aporte para nuestra propuesta de ley. Si eres informático, tu contribución vale doble, ¡únete a la lucha!". Retomó su camino a pasos más lentos, esta vez por la Calle Balmes. No paraba de pensar en aquella chica. Se detuvo en un semáforo. Llegó la luz verde, pero se mantuvo ahí parado. Unirse a la manifestación podía costarle otra disminución de su nota de ciudadanía. Sin embargo, esos locos estaban poniendo en marcha lo mismo de lo que se estaba quejando hace poco en el bar con Paco. Ya desde años que Pepe no oía de protestas contra el algoritmo. Se puso nuevamente verde. ¿Cruzar o volver? La ocasión era deseable. Miró a los semáforos, capaces de reconocer las caras de las personas que cruzaban la calle. Miró su reloj, que seguramente estaba compartiendo sus recorridos con algún servidor en la nube. El mayor peligro en la vida es actuar con demasiada prudencia, había leído una vez, y él era un prudente, ya había huido como un conejo. Lo pensó una última vez. No le quedaron dudas. Pepe sabía cuál camino iba a tomar aquella noche.
Oración a la vida
En homenaje a la fotografía de Letizia Battaglia,”Sin título”, Sicilia, Italia, 1984.
Dios que estás en el cielo, la tierra, las estrellas y más allá del horizonte de sucesos. Dame la fuerza para enfrentar tus retos un día más. Con el Matraz Erlenmeyer y el microscopio soy capaz de combatir cualquier virus enemigo. En cada batalla me enfrento a la tentación y el pecado. Mi hermano es todo ser vivo. Amo al árbol y a su sombra. Amo el aire; el oxígeno que me llena los pulmones. Incluso sin darme cuenta, respiro.
Estoy vivo. Amo el H2O, el agua del planeta, y el agua de mi cuerpo. Creo en la ciencia, creo en la evolución, creó en nuestros padres fundadores Darwin, Mendel, Newton y Einstein. Creo en los poderes de la observación y la capacidad analítica del ser humano. Gloria a las abejas, gloria a su rol biológico. Gloria a su capacidad objetiva, gloria a la polinización. Gloria a los dispersores biológicos: las moscas y su eterno zumbido. Alégrate madre tierra, tus hijos hoy están vivos.
Alégrate porque somos conscientes de que debemos cuidarte. Pide por nosotros, porque los cambios de nuestra propia marca sobre el planeta no nos extingan. Envía Señor Dios tú espíritu Santo a la tierra. Envía la paz y la empatía en los corazones de tus hijos, llena de espíritu santo el corazón del hombre.
Amen.
Fotografía:
Battaglia Letizia,”Sin título”, Sicilia, Italia, 1984. Consulta en línea:
[https://www.icp.org/browse/archive/objects/traditional-rituals-used-during-the-trials-of-
the-beati-paoli-like-wearing-a]
Picalepsis
Otra vez me despierta ese zumbido. No es como antes, cuando lo sentía directamente en mi oreja. Ahora el transmisor replica el sonido a todo volumen. Aún así no puedo evitar sacudir las manos tratando de darle caza.
Doy la luz y veo que Marta y Jose también se han despertado. Esperamos en silencio hasta que cesa la alarma. Por suerte, no tardaron mucho en dar con él. Suspiramos aliviados. Jose se frota las manos – A por el desayuno, ¿no? – Sale con su habitual tranquilidad. Envidio su capacidad para disfrutar de la vida bajo cualquier circunstancia. Incluida esta.
Mientras desayunamos se emite el informe diario matinal. Nuestro protector hace un resumen de los contactos con otros refugios. El Sorbe ha caído. Hubo una infiltración, Nos d aun mensaje de unidad y supuesta tranquilidad y da paso a los avances en la desinsectación de la Tierra. Los mosquitos se extienden de forma imparable. No se puede contabilizar la población, por lo que es difícil medir su descenso. O ascenso. No sabemos. Algunos países optaron por gasear la atmósfera con potentes insecticidas. El resultado fue catastrófico. El resto de seres vivos se vieron igualmente afectados, incluidos los humanos. Una vez se rebajaron levemente los niveles de gases nocivos, los mosquitos invadieron de nuevo la zona. Ahora son resistentes.
Al final, todas las naciones tuvieron que tomar la misma decisión: construir refugios subterráneos con máxima seguridad antimosquitos mientras se continúa con mecanismos para acabar con ellos, o al menos hacernos inmunes al protozoo que transmiten y que resulta mortal para nosotros. Los refugios se colocaron estratégicamente cerca de depósitos de agua subterránea, donde por suerte, o por ahora, no crecen los mosquitos. El aire llega a través de conductos monitorizados que activan una red eléctrica capaz de fulminar a cualquier insecto.
-Belén, vamos, que ya es la hora.
Los lunes, porque, aunque el tiempo ya no importe, ayuda a organizarnos, nos toca limpiar las placas solares. Marta, Jose y yo éramos profesores de la facultad de física. Formamos parte de los primeros equipos de decisión para el proyecto de supervivencia de nuestra especie. El gobierno nos contrató y pasamos a trabajar con otro grupo de profesionales en uno de los refugios. La Coveta. Trabajar colaborativamente claro, el dinero ya no vale nada. Y ahora encima nos jugamos la vida saliendo a la superficie para poder seguir teniendo energía. Los trajes de protección dificultan el trabajo y nos lleva casi todo el día acabar con la tarea.
Mientras limpio no puedo evitar pensar en el mosquito de anoche. Seguro que se coló por el flujo de aire. Mira que avisé de que no es suficiente con limpiarlo una vez al día. Después iré a hablar con los técnicos, a ver qué ha pasado. No quiero que acabemos como El Sorbe. Nuestro protector lo es en todos los sentidos, y aunque transmite toda la información sobre otros refugios, no lo hace con el nuestro.
Acabada la tarea, me doy una ducha que ojalá pudiese ser más larga. Por razones obvias, solo tenemos cincuenta litros por persona para asearnos. A la semana. Ya es la hora de la cena así que voy al comedor y me acerco al grupo de técnicos de ventilación.
-Hola, chicos. Quería preguntaros por la infiltración de anoche. ¿Cuál creéis que ha sido la causa?
-Venga, Belén, tía, que estamos cansados. Deja de hablar de trabajo. ¿Te unes a la timba de esta noche? Alguien ha encontrado un paquete de cigarros. Premio gordo.
-No, gracias. Pasadlo bien.
Me alejo murmurando. Una cosa es saber vivir con calma y otra es no saber preocuparse cuando toca. El miedo es un mecanismo de protección. Yo no soy una miedica, solo soy precavida.
Voy a comprobarlo por mí misma. Me dirijo al control central de los tubos de ventilación. Un sismógrafo adaptado a estos pequeños seres controla los conductos de manera que cualquier vibración en el aire activa la descarga eléctrica. Me pongo a revisar los datos de la madrugada pasada. Veo la señal que activó la alarma. No fue en los conductos de aire. Esto no cuadra.
Estoy tan concentrada que cuando me doy cuenta ya es demasiado tarde. Zzzzz. En mi oreja. Agito las manos sobre mi cabeza desesperadamente y corro por la habitación dando vueltas sobre mí misma. Me pego a la pared para tener una visión completa de la sala. Mis ojos se mueven rápidamente de un punto a otro. En ese momento, mi peor presentimiento se confirma. Agudizo el oído y al fin lo entiendo. Los mosquitos están entre las paredes.
Poder oculto
Estaba viendo la última película de la saga Avengers. Endgame no le estaba defraudando, aunque esto no tenía mucho mérito, cualquier película de Marvel le fascinaba.
Era un ávido lector de cómics y como no, no se había perdido ni un estreno de Marvel.
“Rubén, deja la tele ya, ponte a hacer algo productivo”, reclamo su madre con un tono de voz que indicaba hartazgo.
Rubén ni la escucho, en ese momento estaba luchando con el capitán América codo con codo.
Rubén tenía 14 años y desde bien pequeño había sido un soñador empedernido. Además, tenía una gran virtud, era capaz de co-protagonizar todas las historias que leía o veía. Necesitaba apenas unos minutos para protagonizar la trama
“Rubén, ponte ahora mismo a hacer los deberes. No has hecho nada en todo el fin de semana, me tienes harta, voy a regalar el televisor”.
Salieron los créditos del final de la película y Rubén replicó a su madre.
“Vale, mamá, ya me pongo, no seas pesada, masculló entre dientes”.
“Pesada yo, si no estuviera encima de ti estarías todo el día con esos superhéroes, no sé qué te aportan”.
Qué me aportan, pensó Rubén, vivir unas aventuras increíbles. Ojalá yo tuviera superpoderes como ellos.
Esta última frase retumbó en su cabeza y por primera vez, se planteó una fascinante pregunta: Si pudiera elegir un superpoder, ¿cuál escogería?
Primero pensó en la supervelocidad, como Flash, el personaje más veloz del universo. No le acabo de convencer, ¿dónde iría, si en segundos recorrería la tierra?
Después pensó en la fuerza de Hulk, pero se imaginó repudiado por todos, debido a su poder de destrucción.
Después de cenar cayó rendido, pero la preguntaba de los superpoderes le seguía carcomiendo.
Encantado Rubén, soy Anton, Anton van Leeuwenhoek. Tengo la clave de tu superpoder.
Se despertó, con la sensación de no haber dormido nada. Miró el reloj y eran ya las siete. El único recuerdo que tenía de la noche era el de una voz que le susurraba en el oído un extraño nombre, Anton, Anton van algo, no lo recordaba bien. Lo que si recordaba era la frase que le había dicho repetidas veces y que, para él, no tenía ningún sentido. Tengo la clave de tu superpoder
Se levantó, turbado, y se puso en marcha. Durante todo el día estuvo abstraído con la frase que le había perseguido entre sueños.
Llego a casa y después de hacer los deberes, se puso a leer un comic de capitán America, cenó y se fue a dormir.
Encantado Rubén, soy Anton, Anton van Leeuwenhoek. Tengo la clave de tu superpoder.
De repente se despertó. Raudo y veloz fue a internet a buscar el nombre que lo perseguía: Escribió anton van leugen, anton van leugenjoc y eureka, allí estaba el retrato que lo había acompañado en su sueño: Cabellera rizada y rubia, a todas luces postiza, simulando la época del personaje, un pañuelo blanco abrochado en su cuello y una estampa nórdica de hombre alto y fuerte, acompañado de una mirada inteligente, lógico si pensamos que Anton van Leeuwenhoek fue el inventor del microscopio óptico.
Rubén, se quedó meditabundo y pensó: ¿Por qué me visita en sueños el inventor del microscopio óptico? Mientras divagaba, cayó rendido.
De repente, se le volvió a aparecer Anton, pero esta vez Rubén no estaban en su habitación, sino que se encontraban en una amplia sala, de suelo similar a un tablero de ajedrez, armarios antiguos de madera, una tetera, una mesa con papeles anotados de forma desordenada y nuestro curioso protagonista mirando por un monóculo. Destacaban unas bellas cerámicas pintadas de blanco y azul en algunas estancias de la casa.
Rubén se asomó por la ventana, sin entender donde se encontraba. Vio una bulliciosa ciudad surcada por canales con personajes ataviados con vestimenta antigua ¿Dónde estoy?, se preguntó.
Le contestó una grave voz, con acento holandés, cuyo dueño era Anton van Leeuwenhoek
Señor Rubén se encuentra en Delft, en el año 1675. Le he traído aquí porqué le quiero enseñar esta curiosa imagen ampliada que estoy observando.
Delante de él, vio un curioso instrumento que lejanamente se parecía a uno de los microscopios ópticos de su laboratorio de prácticas. Ante sí, tenía un microorganismo, similar al que había visto en el laboratorio del instituto la semana anterior. Lo que Rubén no sabía, es que estaba viviendo un momento histórico. Estaba viendo las primeras imágenes ampliadas por un microscopio óptico de la historia.
Sonó el despertador y Rubén se levantó más feliz que nunca.
Mientras desayunaba comentó “Mama, he elegido superpoder, tendré el poder de ver lo que quiera de forma ampliada, seré Microscoman.
Su madre, lo miró con cara de no entender nada. ¿Rubén, te encuentras bien?
Microscoman, el héroe que puede ver todo ampliado, repitió risueño Rubén.
Poseidón
El inspector González entró en las instalaciones con pie firme. Avanzó por los conductos de la instalación submarina. Estaba oscuro, aun no había arreglado las luces. El agua le llegaba por encima de los tobillos. Menos mal que le habían proporcionado unas botas adecuadas, habría odiado tener que mojarse los calcetines.
Recorrió los pasillos linterna en mano. Era una base pequeña, de investigación, no tardó en encontrar los cuerpos agolpados al final del conducto norte.
Esto no debería haber pasado, se suponía que los fallos de seguridad sencillamente no ocurrían. La capacidad de reacción de “Poseidón”, la inteligencia que regía estas instalaciones, era casi inmediata.
Era un problema grave. Había gente muerta y los mandamases querían que el asunto se llevara con discreción. El hecho de que un grupo de científicos hubieran muerto en esas instalaciones tenía a todo el mundo nervioso. La inteligencia decía que no le había hecho caso durante la evacuación, cosa arto improbable. Quedaba la posibilidad de que Poseidón tuviera algún fallo de seguridad, o lo que era más aterrador, que los hubiera llevado a la muerte a propósito.
Mientras observaba los cuerpos sin vida de los tres investigadores, las luces se encendieron. Fue un sobresalto momentáneo, ya le había dicho que estaba volviendo a poner en marcha la instalación.
De forma instantánea el agua que le llegaba ahora casi a las rodillas empezó a bajar de nivel. Poseidón estaba volviendo a ponerlo todo en orden.
-Poseidón, no toques nada de este pasillo.- Exigió el Inspector a la nada.
- De acuerdo Inspector González.- Contestó una voz que bien podría haber sido de un compañero a través del pinganillo. Era increíble lo humanos que sonaban.
El inspector volvió sobre sus pasos hasta llegar al laboratorio número trece.
-¿Es aquí donde estaban las tres víctimas cuando sucedió el accidente?
-Afirmativo.- Acto seguido tres hologramas aparecieron en la sala, indicando al inspector donde se encontraban exactamente.
Era extraño verlos allí parados, como si se hubiera metido dentro de una película en pausa. Examinó la estancia, destrozada por el agua que la había inundado en su totalidad apenas un día antes.
Antes de acceder a entrar en los dominios de una inteligencia artificial posiblemente hostil, había hecho un concienzudo análisis de la situación.
El incidente se había iniciado a las 21:10. Los informes hablaban de una colisión accidental de un gran cetáceo con una de las columnas que estabilizaban la base submarina. En ese mismo instante Poseidón empezó a movilizar a los más de cien empleados que se encontraban en ese momento dentro de la instalación. Todos son evacuados de forma rápida y eficiente. La mayoría de ellos estaban incluso tranquilos, Poseidón velaba por ellos. Lo curioso es que cuando se ven las distintas rutas de salida, a estos tres científicos la inteligencia los separó del resto y los llevó a una trampa mortal.
-Muéstrame la ruta de evacuación para las tres victimas y los pasos que fueron dando en tiempo real.
Los hologramas empezaron a moverse. Primero seguían trabajando, luego se miran unos a otros y empiezan a dejar en las mesas lo que están haciendo y se encaminan pausadamente al exterior. En el pasillo, el Inspector ve como un camino de flechas luminosas les indica que vayan a la izquierda. Raro, los cuerpos están hacia la derecha. Drásticamente las flechas cambian de sentido y ahora les indican que tiene que ir a la derecha. Los tres científicos frenan el paso, el agua holográfica les llega a las pantorrillas. Tras un segundo de indecisión giran a la derecha. El agua sigue subiendo. Al llegar a la puerta del pasillo norte, al lado de la puerta, a la derecha, se ve una gran flecha verde apuntando al frente. Los hologramas entran y se unen a los cuerpos sin vida.
-¿Porqué cambiaste de opinión y los enviaste por la derecha?
-Dejo de ser la ruta óptima.
Era posible, algún ensanchamiento en la cubierta podría haber alterado los cálculos, pero ir por la derecha no tenía sentido. Se acercó a la puerta por la que acababan de entrar los hologramas. Empezó a examinar el escenario y entonces los vio, ahí estaba la solución.
Ya en el planeador rumbo a casa se conectó con los mandamases. Tenia la respuesta que buscaban.
-No fue un fallo, pero tampoco un asesinato.-Al ver la cara de incredulidad de los asistentes se explicó.- Poseidón les dio la ruta correcta, pero ellos no fueron capaces de interpretar la información de forma correcta. En el desvío, la flecha verde no indicaba que tenían que seguir recto, les indicaba que tenían que subir. La ruta de escape más óptima era por los conductos de ventilación. La entrada estaba justo ahí, sobre la flecha. Depender tanto de las IA puede hacer que llegado un punto, nos cueste entenderlas.
Reinicio
La rosa, de manera irremediable, ha caído a la tierra removida. Algunos pétalos azules se desperdigan entre las vengativas ramitas del arbusto que cobijaba a la flor. La ginoide ha cortado el pedúnculo demasiado próximo al cáliz. La observa contrariada. Con todo, el cobrizo ser automático desvía su atención ―con una cabeza ovalada carente de rostro― hacia la trayectoria descendente del objeto que ha aparecido en el cielo tras el trueno; su distracción; una punta de lanza ígnea que no tarda en ensartar la metrópolis.
Tras el inaudito quebrar de la tradicional monotonía, las sinapsis cuánticas de la ginoide determinan que el objeto volador no identificado ha cruzado las estrellas sin contratiempos, desafiado la gravedad del planeta, perforado la cúpula que servía para proteger antaño su mundo de titanio y silicio y probablemente haya llegado hasta allí para destrozar un cúmulo de zonas que tardarán semanas en volver a tener impecables. A la Mater no le va a hacer ninguna gracia. En cambio, ella sí lo encuentra entretenido. «Un día diferente», piensa.
Un pequeño dron, esférico, hace acto de presencia. De él surge una voz:
―Poneos en movimiento. Podría dar comienzo el Reinicio.
Es la imperante inteligencia artificial que todo lo administra: la Mater. Marcial, nada empática, pero considerablemente eficiente.
Con una de sus alargadas manos y extremada delicadeza, la ginoide recupera la rosa. Deja las tijeras de podar a un lado. Con escandalosa parsimonia, se alza. Breve, presta atención al inmenso edén hidropónico que se extiende extramuros. Luego, a la nitidez y pureza de la bóveda celeste. Se pone en marcha sin más dilación hacia el lugar dónde ha impactado el objeto. La rosa va con ella. Otros seres mecánicos, curiosos, la persiguen aunque hay drones por los campos que revolotean azuzándolos.
El caminar de la ginoide es peculiar. Renquea y da largas zancadas. Desgarbada, el alargado brazo que no sujeta la flor se balancea al ritmo de un dos, dos uno, un dos, dos uno… La rosa, siempre, cerca del pecho. Según avanza por calles, parques y avenidas asépticas, desbordadas de edificios mudos, vacíos e intimidantes, se cruza con múltiples automáticos. Los hay que permanecen quietos y distantes. Otros se le unen y a quienes la acompañan. Un variopinto ejército de Hamelin cuyas almas de metal danzan al son de la Mater.
―Poneos en movimiento. Podría dar comienzo el Reinicio ―se repite alrededor.
El silencio dominante, obligado por corazones articulados y sistemas cargados de sangre artificial, no deja de menguar. Son no-vida y vida en un lugar donde todo es íntimo y misterioso, pero donde no existen los sueños ni las pesadillas. Donde lo natural es ser antinatural, pues lo que camina sobre el asfalto es no-orgánico y lo orgánico solo permanece anclado en los jardines, o en las leyendas.
La ginoide no deja de preguntarse algo en su cabeza: «¿Será este el tiempo que esperaban ver los antecesores?», la mayoría obsoletos en el vertedero. Es triste, ya no se recuperan autómatas, ni robots, ni androides ni ginoides…, no quedan componentes. Y las factorías hace años que se quedaron sin energía. Incluso, a veces, la Mater sufre fallos de sistema. La brillante decadencia que oculta la metrópolis es un vulgar espejismo. Sin embargo, los seres que quedan la mantienen en pie con ahínco, está en su programario. Por una esperanza: el Reinicio.
Comienzan a percibirse destrozos mientras el grupo alcanza la zona de impacto. La estela que ha dejado el meteorito es evidente. Bajo la batuta de drones ―son parte de la omnipresente Mater― ya hay limpiadores operando a la par que autómatas realizando labores de reconstrucción.
Alrededor de un cráter es donde convergen los automáticos desde las diversas direcciones. La ginoide se asoma como tantos. No duda en descender, cree tener una corazonada. Como un halcón, un dron va en pos de ella. Entre vapores, restos de asfalto y materiales candentes vislumbra el objeto.
―No es un meteorito ―murmura la voz de la Mater a través del dron. El artefacto raya la perfección en sus líneas ovaladas―. Una cápsula ―confirma. No hay dudas, temores ni preocupación en el tono.
En ese instante, sonidos de descomprensión. La cápsula se abre. El dron y la ginoide se miran. Sorpresa y no sorpresa. Si pudieran, sonreirían.
―El Reinicio ―indica la Mater.
La ginoide, sin dudar, toma a la desnuda y pequeña criatura orgánica del interior de la cápsula. «Un día diferente», piensa divertida. Y la pequeña despierta en un estallido estridente sin fin. Ella la abraza junto a la rosa y se comunica con la Mater.
―Sí, la llamaremos Azul, como al antiguo mundo.
Súbitos, cientos de truenos atraviesan el cielo. La Mater dispone de nuevo:
―Poneos en movimiento. Da comienzo el Reinicio.
Su voz, ahora, suena como una nana.
Selfmachine
Un agudo aviso sonoro lo arrancó de la semiinconsciencia. Los restos quebrados del parabrisas aún mostraban el entrecortado mensaje de error que proyectaba la consola hasta que Ned la desconectó del puerto serie.
>N.M. AVISO: CORREGIR SEÑAL // FIN //.
«Ned, eres idiota y te van a despedir». Con un leve movimiento dibujado en el aire de su mano derecha desplegó un menú, seleccionó la opción continuar para avanzar en la lista y optó por ordenar la redirección de parte de los nanofluidos evitando así el inminente colapso.
Se sacudió las partículas de vidrio de la luneta lateral y echó un vistazo a su brazo izquierdo. Supuso que estaría muy afectado, pero lo que vió entre los desgarros de la manga lo horrorizó hasta el punto de sentir arcadas. Presentaba una hendidura desde la muñeca hasta el codo de la que brotaba, entre cuajos, el líquido espeso y cálido. La unión con el hombro era casi inexistente y el brazo parecía estar a punto de descolgarse. «Hostia puta». Tomó aire y, tras retirar los jirones restantes de la manga, se realizó un torniquete con el cinturón reglamentario intentando sostener el colgajo como mejor pudo. No le quedaba demasiado tiempo para abandonar el vehículo, según dedujo, por el denso humo negro y el tufo a combustible derramado.
Al salir por la ventana, contempló la dimensión del accidente y concluyó que había tenido mucha suerte. «Demasiada». El CH33V3R 0015SP era ahora un amasijo de metal y vidrio que ya poco se parecía a los nuevos modelos de la flota de transporte. Un nuevo mensaje de error lo devolvió a la accidentada realidad.
>N.M. AVISO: CORREGIR ERROR SEÑAL // FIN //.
Se tenía que dar prisa. Un vistazo al trayecto que el vehículo había recorrido tras acabar dando vueltas le bastó para constatar que ahora, sin ninguna duda, «me despedirán»: el asfalto estaba sembrado de brazos y piernas que habían salido despedidos tras el accidente. La mayoría de las extremidades parecían estar demasiado deterioradas y, supuso que, inservibles. «¡Mierda!».
>N.M. AVISO: ERROR FATAL >CORREGIR ERROR SEÑAL // FIN //.
«Céntrate, Ned». Se reintrodujo por la ventana del conductor, estiró el brazo derecho hasta alcanzar la guantera y se hizo con un pequeño bote negro que tenía la inscripción N.M. a un lado. Liberó el torniquete y un sabor amargo le inundó la boca al morder el cinturón. Había calculado todas las posibilidades para su supervivencia, y por ello, decidió desprender las últimas hebras que mantenían el brazo en contacto con su torso.
>N.M. AVISO: FALLO MASIVO >ERROR FATAL >CORREGIR ERROR SEÑAL // FIN //.
Unos filamentos negros rematados por diminutos receptáculos comenzaron a extrudirse con violencia discontínua desde el interior del muñón cuando Ned vertió parte del contenido del envase negro. Eligió uno de los brazos menos accidentados y lo aproximó al hombro. Estos estambres orgánicos, atraídos por la cercanía del miembro, fueron conectándose con sus pares del nuevo apéndice hasta formar un todo sin ningún rastro del trauma previo.
>N.M. AVISO: FALLO MASIVO CORREGIDO >ERROR FATAL CORREGIDO >ERROR SEÑAL CORREGIDO >SISTEMA ASEGURADO // FIN //.
Ned sintió un hormigueo que fue descendiendo a oleadas desde el hombro hasta las punta de sus nuevos dedos. Agitó el brazo, contrajo la mano y sacudió los puños. La fusión parecía ser estable. Una detonación como consecuencia de la deflagración del vehículo le recordó que ahora quedaba lo peor: dar explicaciones a su coordinador de sección mientras deshacía a pie el camino de vuelta al laboratorio.
>N.M. CONECTANDO: ALMACÉN LABORATORIO CENTRAL >CONECTADO // FIN //.
>N.M. ENVIANDO MENSAJE: ENTREGA FALLIDA >ACCIDENTE TRÁFICO >CARGA DESTRUIDA >ESPERANDO ÓRDENES // FIN //.
>A.L.C. CONECTANDO: NED MERRILL >CONECTADO // FIN //.
>A.L.C. ENVIANDO MENSAJE: REGRESAR ALMACÉN >FINIQUITO ESPERA >NED MERRILL DESPEDIDO // FIN //.
SENTIMIENTOS ENCONTRADOS
Megan tenía mucho sueño aquella mañana. Dodo no había parado de moverse en toda la noche y la había despertado unas cuantas veces. El perro siempre dormía con ella y no hacia ningún ruido, pero tenía miedo a las tormentas y esa noche no había parado de llover y tronar ni un segundo. Megan se olvidó de apretar el botón para desconectarlo.
Dodo le hacía mucha compañía, sus padres lo habían fabricado para ella por su décimo cumpleaños y desde entonces eran inseparables. El perro era uno de los muchos inventos de sus padres y aunque era bastante perfecto y similar a un perrito de verdad, tenía algún que otro fallo. Dodo tenía un ladrido ensordecedor, cosa que molestaba a Megan, pero aparte de eso y el miedo a las tormentas que le hacía llorar sin parar emitiendo unos gruñiditos muy extraños estaba muy contenta con él.
Como seguía lloviendo, Megan decidió que no iría al colegio y que ese día la clase la seguiría online. Sus padres tenían su laboratorio al lado de casa y Megan disponía de un ordenador de pantalla plana enorme en el que podía seguir sus clases mejor que cuando iba al colegio. Su clase era muy pequeña y el pupitre aún más. Se sentaba al lado de Paola, que cada vez que escribía le daba un codazo al acabar el renglón, algo que hacía enfadar mucho a Megan.
Claudia y Martin, los padres de Megan estaban en la cocina, ella bajó para sentarse con ellos mientras ellos tomaban su desayuno. Siempre los acompañaba mientras ellos comían.
Claudia la saludó muy sonriente y Martin como siempre le dio una palmadita en la espalda.
- Hoy me quedaré en casa y seguiré la clase online. - dijo Megan.
- De acuerdo Megan - contestaron los dos al unísono. Si falla la conexión a internet o no funciona alguna cosa nos avisas, estaremos trabajando en el laboratorio – añadió Martin sonriendo.
- De acuerdo papá – contestó Megan que se levantó y se fue a su habitación.
Claudia y Martin se miraron con tristeza al ver subir a Megan a su habitación, sabían que el momento estaba llegando y esta vez si que le habían cogido cariño. A pesar de que no habían logrado la evolución que querían en cuanto a sus sentimientos, Megan había conseguido perfeccionar las funciones matemáticas que ellos llevaban años sin ser capaces de conseguir en un tiempo récord. Con su ayuda habían creado a Dodo, que a pesar de ser un perro tenía más sentimientos que ella misma. Con lo que aplicando las nuevas mejoras de Megan y sus nuevos progresos ya tenían lo que estaban buscando: la inteligencia artificial y la robótica con sentimientos por fin podría ver la luz: Cameron no tardaría mucho en ser conectado.
Megan empezó la clase. Como siempre fue la primera en acabar los problemas que había planteado la profesora. Megan era un genio en matemáticas y nuevas tecnologías, lo malo, que era muy avanzada comparada con los niños de su clase y cuando acudía de forma presencial se aburría mucho esperando que sus compañeros acabaran las tareas. Por ello muy a menudo se quedaba en casa como había hecho aquel día, y mientras esperaba a que corrigieran los ejercicios en la pizarra, ayudaba a sus padres con las programaciones que le mandaban. Para ella, era como resolver un sistema de ecuaciones con tres incógnitas, despejando las ecuaciones y sustituyendo en el lugar adecuado el resultado era rápido. Era como leer entre líneas, una cosa muy simple que ella había ido mejorando con la práctica.
En ese momento, sus padres estaban trabajando muy duro en un nuevo proyecto. Megan colaboraba con ellos aplicando algoritmos matemáticos sencillos para hacer programaciones de funciones complejas en MEG5SEN, el nuevo software que ellos llevaban diseñando desde hacía varios años. Con el nuevo lenguaje CM que ya tenían muy perfeccionado ellos y que Megan con sus mejoras había conseguido que acabara de funcionar tal y como ellos querían.
Claudia y Martin no le habían explicado mucho sobre el nuevo proyecto, solo le habían dicho que sin ella nunca se habría podido llevar a cabo, con eso Megan siempre sentía más ganas de continuar trabajando en la programación cuando sus padres se lo pedían.
El día pasó y los tres se sentaron alrededor de la mesa para que Claudia y Martin cenaran. Megan esa mañana, por fin había resuelto la última secuencia de datos para conferir sentimientos, por fin lo había conseguido descifrar. Por ello recibió muchos agradecimientos por el gran trabajo realizo.
En ese momento Martin como siempre le dio una palmadita en la espalda que duró más de lo normal, Martin presionó con fuerza el botón que se encontraba debajo de su cabeza y con voz triste pronunció su nombre: Megan…
SIN RECUERDOS
¿Puede alguien desaparecer en un túnel del tiempo? ¿Tiene sentido esta pregunta?
Me llamo Miriam Ariztimuño Garza y habito en un túnel del tiempo, aunque ya no soy yo, simplemente una presencia que nadie recuerda.
Me pregunto si unos padres pueden olvidar por completo a su hija, pueden olvidar la vida de antes y que todos sus recuerdos desaparezcan. Me cuesta creerlo, pero tal vez el culpable sea el tiempo que aunque intentemos dominarlo somos títeres en sus manos.
Nací un quince de septiembre de 2013 en Bilbao y desaparecí un nueve de junio de 2040 en un túnel del tiempo. Quise cambiar el pasado y el pasado me ha cambiado a mí.
Crecí junto a una madre cariñosa pero triste. Era pianista, bueno lo había sido, pero tras la pérdida de su mano y pie izquierdo en un desagradable y cruel accidente de tráfico el piano cerró su compuerta, las teclas blancas se amarillearon y aquel gigante azabache terminó hundiéndose en el abandono y el polvo. Era un simple mueble inerte en el salón de casa. Todo ello ocurrió antes de que yo naciera y jamás la escuché tocar, tan solo la veía mirarlo con nostalgia mientras tímidas lágrimas se deslizaban por su rostro. Siempre soñé con devolverle su mano y escucharla, que el sonido de su música me despertara cada mañana y me ayudara a dormir en las noches de invierno. Me costaba imaginar el dolor que puede sentir un pianista que ha vivido desde la infancia creando música y ahora debía de olvidarlo.
Mi padre y ella se conocieron en unas sesiones de terapia postraumática. Él era el psicólogo y se enamoró de aquella muchacha de semblante triste y quiso devolverle la alegría. Una tarea que no logró conseguir. Aunque a veces mi madre parecía feliz, nunca quiso escuchar el sonido de un piano. Se encerró en el orgullo de que no le importaba, cuando en verdad era todo lo contrario, su prolija carrera se había esfumado, y rara vez expresaba sus sentimientos.
Aquella noche primaveral de 2010 mi madre regresaba a casa tras la fiesta de cumpleaños de una amiga. Un conductor camicace se cruzó en su camino y ella calló por un barranco. El otro coche desapareció, nunca se supo quién era. Y yo me propuse cambiar el pasado.
Fui una alumna destacada en ciencias. Mi mente era calculadora y fría, solo veía fórmulas y números y un mundo futuro que me impedía conocer la historia con interés, todo aquello que nos había precedido. Solo existían en mi mente los nuevos avances de la ciencia, y yo quería estar en la lista de los grandes científicos. Estudié física y tras graduarme formé mi propio grupo de inteligencia artificial. Creamos una mano biónica para devolverle la alegría a mi madre y en ese momento me di cuenta que la ciencia estaba muy alejada del arte y de la música; aquella mano consiguió que mi madre recuperase la movilidad, pero era imposible que creara música con ella. La agilidad de una mano humana al tacto de un piano era mágica y aquella inteligencia artificial no lo conseguía.
En ese momento decidí cambiar el pasado y para ello estudié punto por punto la teoría de la relatividad del genio Einstein. Patenté la máquina del tiempo, aunque la comunidad científica no la aceptó de buen grado y temieron por mi cordura, pero yo estaba dispuesta a cambiar el pasado para poder escuchar a mi madre tocar el piano. El viaje por el canal del tiempo fue abrupto y desagradable.
Regresé a un momento en el que todavía no había nacido, la primavera de 2010. Pinché la rueda del coche de mi madre para que no pudiese arrancar y así aquel indeseable cruzaría la carretera en soledad.
Pero desde aquel día desaparecí en el túnel del tiempo, mis padres no se conocieron y yo nunca he existido para ellos. A veces los observo desde esta dimensión abstracta e indescifrable. Tuvieron otros hijos y ahora son felices. Yo por fin escuché a mi madre tocar el piano y me pregunto si aún en sueños pensarán en mí. ¿Qué vida es la real, la mía o la de ahora?
Alguien se acerca en el túnel del tiempo, me mira y se marcha. Y me pregunto si somos simples sueños y aquel que más nos gusta se convierte en realidad. ¿Existí alguna vez o habito solamente en el sueño de alguien?
El túnel del tiempo se acelera y de pronto estoy dentro de un coche, conduciendo medio dormida. Veo los ojos de mi madre acercarse, una luz me destella y el coche cae por un barranco.
¿Yo fui la causante de aquel accidente y luego me convertí en su hija? El destino nos persigue y el tiempo nos manipula.
SINCROBOT
Nada tenía que ver la experiencia presente con su anterior visita hacía ya 45 años. Las excesivas tareas de docencia y gestión no habían permitido a Marco dedicar demasiado tiempo a la investigación, ni poder participar en experimentos en el sincrotrón y otras grandes infraestructuras, que tanto le gustaban. Recordaba con excitación su primera vez, siendo estudiante de máster en Grenoble. Su tutor le había invitado a participar en una sesión de experimentos para que tuviese la oportunidad de conocer el ESRF, ya que las medidas que iban a efectuar estaban relacionadas con el proyecto en el que tendría que participar.
Tras aquella primera experiencia, muchos habían sido los experimentos excitantes llevados a cabo y los resultados interesantes y, en ocasiones inesperados, que había obtenido. Primero como estudiante de tesis, más tarde como postdoc y, finalmente, como profesor titular liderando su propia investigación. Recordaba las fatigantes jornadas, en las que apenas se dormía un puñado de horas, sentado frente a los múltiples ordenadores necesarios para controlar el experimento (haz, cámara, señal, detector, control de la temperatura, etc). La dificultad de obtener acceso, junto con el elevado coste de tales infraestructuras, se traducían en una obligación moral de no desperdiciar ni un segundo del tiempo asignado para los experimentos.
Esta vez era diferente. Además de las pantallas, los científicos de la línea y los estudiantes, estaba Sincrobot, un Robot dotado de inteligencia artificial. Los Sincrobots habían sido inicialmente entrenados para hacer el seguimiento de los experimentos en las horas nocturnas, cuando la fatiga y el cambio de ritmo no permiten a las personas dar el máximo rendimiento. Los resultados que se habían obtenido con los primeros Sincrobots eran mejores de lo esperado. Tras los primeros meses, y gracias a los algoritmos desarrollados por una empresa de inteligencia artificial de París que colaboraba con el ESRF, los Sincrobots eran ya capaces de realizar los montajes experimentales, cambiar las muestras, lanzar los experimentos de rutina y llevar un perfecto seguimiento de todo lo sucedido en su diario de laboratorio digital integrado.
Hasta aquí sus capacidades no eran más que un simple remedo de lo que los científicos de carne y hueso podían hacer, pero con mucha más destreza, velocidad y a prueba de errores, lo cual en el caso de científicos era algo habitual, especialmente durante la noche. Tras estos éxitos iniciales, el desarrollo había continuado. En pocos años, los Sincrobots eran ya capaces de solucionar problemas técnicos, y los de última generación eran incluso capaces de analizar los resultados en tiempo real y sugerir nuevos experimentos en base a los resultados obtenidos y a la literatura (rápidamente analizada). Gracias a ellos, el avance de los científicos en diferentes campos había sido muy rápido.
Sin ir más lejos, el ESRF utilizaba energía suministrada por un minireactor de fusión nuclear, construido con unos nuevos materiales magnéticos y cerámicos que habían sido descubiertos gracias a la inteligencia artificial de los Sincrobots. Los Sincrobots también habían contribuido de manera decisiva en el avance de la comprensión de los cambios estructurales de ciertos grupos de proteínas que estaban relacionados con el desarrollo de procesos cancerosos. Finalmente, los Sincrobots habían sido decisivos en el descubrimiento de nuevos catalizadores a base de materiales abundantes que permitían la transformación del CO2 en combustible a velocidades equivalentes a las de las reacciones de combustión que lo generaban, y con un rendimiento cercano al 100%.
Todo ello había dado lugar a 20 años de paz y prosperidad a nivel global nunca antes experimentadas, y a una intensificación de las colaboraciones internacionales. La humanidad se concentraba ahora en un reto global, el de garantizar la permanencia de la especie humana a través de la exploración y conquista del espacio y sus infinitos recursos. Los Spacebots, primos hermanos de los Sincrobots, se habían convertido un elemento clave de la Estación Espacial Internacional.
Marco, recostado en su silla, la mirada fija en una pantalla que escupía hileras de números, pensaba en lo cerca que había estado de irse al traste todo. Cuando la falta de fe de los humanos en la ciencia y en sus propias capacidades se había transformado en movimientos sociales y políticos que abogaban por desandar lo andado, por renunciar al nivel de vida que los avances técnicos y científicos nos habían permitido. Justo en ese momento clave de la historia humana, la llegada de la inteligencia artificial (producto de la inteligencia humana) había demostrado que era posible seguir superando los retos, continuando el avance exponencial de la civilización humana.
Marco sonrió mientras recordaba una frase de Isaac Asimov: “cualquier civilización que consiga conquistar el espacio ha de ser por necesidad pacífica”.
Terluna
Abrió su correo electrónico y leyó el asunto del nuevo email: “aire acondicionado”. El secretario del Centro de Investigación les comunicaba que el sistema de aire acondicionado del edificio ya estaba disponible. “Menos mal” pensó Alma. Los veranos en la Tierra eran cada vez más calurosos. Durante los meses de julio y agosto se alcanzaban los 50 ºC prácticamente todos los días.
En su laboratorio estaban trabajando en el desarrollo de una raza de ovejas que pudiese adaptarse a las condiciones de explotación ganadera de la Luna. La nueva raza de ovejas se llamaba Terluna. La apariencia era parecida a la del resto de ovejas, pero eran capaces de producir leche de muy buena calidad a partir de los pastos que crecían en los invernaderos lunares.
En su grupo trabajan modificando genéticamente a la raza de ovejas Assaf y los resultados hasta el momento eran muy prometedores.
El técnico del aire acondicionado llamó a la puerta del laboratorio y preguntó por su supervisora, pero Alma le aclaró que no se encontraba ese día en el Centro y que no tenían acceso a su despacho. De todas formas, debería comunicarse con ella pues su aparato de aire acondicionado era un modelo antiguo, del año 2150 y hacía un ruido extraño después de un rato funcionando.
Alma consultó la hora y decidió que era el momento de hacer su pausa para comer. Le comentó al operario que ella se iba a ausentar durante veinte minutos para salir a comer algo, el chico se quedó refunfuñando pues se quejaba de que tenía mucho trabajo que hacer y poca ayuda. Ella salió por la puerta e inició una videollamada para hablar con su madre y su abuela.
Las dos tenían una conversación animada...o más bien una discusión. En un vídeo que habían recibido de una de sus fincas en la Luna les había parecido ver dos puertas en lugar de una. Este hecho las había confundido pues la parcela se había cerrado hacía unos años y les habían dicho que les construían un cierre y una puerta. Sin embargo, en el video se veían claramente dos puertas. Su madre estaba tratando de hacer que su abuela recordase cómo era de grande la finca para dilucidar si el cierre que había hecho el gobernador lunar años atrás abarcaba solo su parcela o si se habían confundido y quizás habían construido el cierre alrededor de parcelas de otros propietarios.
- No me acuerdo...yo sé que mi finca era grande. Era la herencia de mi padre y era una buena parcela. De hecho, la idea era construir allí una vivienda después de la segunda Gran Pandemia y también poder cultivar- su abuela intentaba hacer memoria, pero había pasado demasiado tiempo desde la última vez que iba por allí.
- Pues tendremos que consultar el catastro lunar o ver las imágenes vía satélite y llamar al señor que está llevando allí a sus cabras a pastar...porque si está invadiendo la finca de un vecino podemos tener problemas. Sabes que estos temas me ponen muy nerviosa...
Las últimas palabras de su madre le recordaron a Alma el proyecto en el que estaban trabajando sus compañeros del labo de enfrente: una aplicación informática que permite que las obsesiones y problemas de los usuarios se transformen en relatos.
- Abuela, mamá, se me ha acabado la pausa para comer. Vuelvo al trabajo. En cuanto nuestras ovejas estén listas las podremos llevar a pastar a la finca de la abuela en la cara vista de la Luna. ¡Os quiero!
TRES HERMANAS
Hace muchos años, quilómetros y universos, había tres hermanas tan diferentes entre ellas que ni se soportaban ni podían vivir sin las otras. La primera, Paciencia, la más tranquila, aburrida incluso, se pasaba horas mirando al infinito (¿Cómo se mira el infinito si es infinito? No lo sé, pero ella tenía ese super poder). La segunda, Curiosidad, era un torbellino, todo lo tocaba, todo lo probaba y todo lo preguntaba. La tercera, Creatividad, ideaba artilugios con todo lo que encontraba y les contaba cuentos a las demás. Las tres hermanas no tenían nada, por lo que tuvieron que apañárselas como pudieron para tirar adelante. Un día, cansadas de ir arriba y abajo buscando comida y cobijo, decidieron construir su propia casa con su propio huerto:
―Chicas, ¿Por qué no cultivamos nuestras propias plantas? Así podríamos tener provisiones para comer y no tendríamos que viajar tanto ―propuso Creatividad.
―¡Buena idea! Yo las he probado todas y sé cuales nos sentarán bien y las que no ―contestó Curiosidad.
―Me parece muy buena idea, pero primero tenemos que conocer los ritmos de crecimiento de cada planta, si necesitan más o menos luz, etcétera ―espetó Paciencia, haciendo de hermana mayor.
Al cabo de un tiempo las tres hermanas habían construido su propio huerto y cultivado tomates, zanahorias, lechugas y coles y tenían una casa donde vivir. Se habían vuelto sedentarias. Pasaban los años, y las 3 hermanas tenían que hacer frente a infinidad de desafíos: combatir enfermedades, luchar contra las adversidades del clima y, para que mentir, hacer su vida más cómoda. La mayoría de las veces las 3 hermanas se pasaban años observando, probando y fallando una y otra vez en entender cómo funcionaba el mundo en el que vivían. Pero de vez en cuando, sus esfuerzos eran recompensados y obtenían resultados que las hacían progresar. Así fue como Paciencia aprendió a orientarse con las estrellas y a prever los cambios meteorológicos, como Curiosidad descubrió las bacterias y, más tarde, los antibióticos y como Creatividad inventó la rueda, los relojes y la electricidad.
Ahora andan las tres ajetreadas intentando montar un huerto en otro planeta y jugando con la ingeniería genética, pero siguen haciendo lo mismo que hacían cuando construyeron su primer huerto: observar, hacerse preguntas, plantear hipótesis, diseñar experimentos, esperar a los resultados y sacar conclusiones. Y lo más importante, trabajar en equipo. Es impresionante como nunca se acaban las cosas por descubrir y por inventar. Sin darse cuenta, Paciencia, Curiosidad y Creatividad llevan trabajando (y pasándolo genial) des de la Edad de Piedra para llegar hasta aquí.
―Chicas, ya que hemos conseguido tantas cosas juntas y formamos tan buen equipo, nos podríamos poner un apodo ―sugirió un día Paciencia mientras esperaba los resultados de un experimento que la tenía un poco loca.
―¡Nos podríamos llamar las 3 mosqueteras! ―dijo Creatividad sin apartar la mirada de un sensor que estaba construyendo para detectar el movimiento de las hormigas.
―O nos podríamos llamar Las Hermanas Ancianas ―dijo Curiosidad riéndose ―. ¡Qué ya tenemos 300.000 mil años!
No se ponían de acuerdo y al final, las 3 dejaron de hacer lo que las ocupaba, se miraron a los ojos, sonrieron y dijeron:
―Nos llamaremos CIENCIA.
TUS LÁGRIMAS ESTÁN FRÍAS
Los demás beben otra cosa. Beben promesas. Beben esperanzas.
W. Lindsay Gresham
Contemplaba en la cama el contorno de sus senos inclinados y sus caderas, que se recortaban en la luz roja. Intuía esos ojos azules claros, con sus tonos verdes, ahora cerrados, y sus cejas de color oro, rivalizando con su larga melena de reflejos rubios. Su nariz era grande, huesuda y su mandíbula marcada que se hundía en su barbilla partida. Su boca no encajaba con el resto: era ancha, y sus labios, demasiado carnosos, desentonaban con el resto de su belleza facial. Los besé, y Haizea se arrolló bajo las sábanas, dejándome entrever aquel lunar junto a su ombligo que tantas veces había acariciado.
– Haizea, me llamó Haizea - me había dicho al conocernos, y había añadido, reservada - Viento. Haizea es el viento que nos rodea.
Hacía varias decenas de siglos que vivíamos en Tritón. Habíamos llegado escapando de la gigante roja en que se había convertido nuestra estrella. Los robots nos habían ayudado a convertirlo en nuestra casa: ellos no sufrían las radiaciones en un mundo sin atmósfera, y eran incansables, más rápidos y fuertes. Las leyes robóticas nos aseguraban su encaje en nuestra sociedad, pero durante tantos decenios habíamos observado cambios. Habían desarrollado empatía hacia nosotros, parecían querernos, y tenían sentimientos entre ellos. Sus desarrolladas nuevas emociones y su propia salud mental, les hacía llorar y sentir deseos. Lloraban ante sus fracasos, lloraban con sus éxitos y lloraban con la muerte de alguno de los nuestros, o la retirada momentánea de alguno de los suyos. No tenían frío, pero sus lágrimas eran frías; aunque también lo eran las nuestras en aquellos primeros siglos modelando Tritón. Hacía frío, a pesar de la gigante roja, y nuestros trajes sólo podían soportar esas temperaturas durante períodos no muy largos. Sólo podíamos deshacernos de los trajes en las naves, que al comienzo eran nuestra morada, y en donde compartíamos espacio con los robots. El contacto con nosotros, junto a sus nuevos sentimientos, los hizo también más humanos. Vi como cambiaban, como desarrollaban nuestras pasiones, como al principio bebían promesas, sueños y esperanzas, pero con el tiempo, eran capaces de cumplirlas y desarrollarlas dentro de su código moral. Y vi todo eso porque yo los diseñaba para sus diferentes funciones; los creaba a partir de montones de metal sin alma, y los reparaba, si era posible, para que siguieran siendo eternos.
Con su ayuda levantamos las mamparas-telares que nos protegían de la radiación y permitirían crear una atmósfera. Las mamparas-telares cubrirían nuestras nuevas ciudades enteramente: nos permitirían asentarnos en el suelo de Tritón. Estaban hechas de gruesos polímeros sintéticos, flexibles, deformables, que recogían la radiación de la gigante roja y producían oxígeno, una sustancia de la que todavía dependíamos. Los espejos solares colocados en órbita, junto con el calor de la gigante roja, habían convertido las capas de hielo del suelo de Tritón en océanos de agua, sales e hidrocarburos, y ayudaban a vaporizar algunos de esos componentes creando la atmósfera, y aumentando la temperatura de las ciudades cobijadas en las mamparas-telares. Y con una atmósfera más benigna, las temperaturas se elevaron, y nuestras lágrimas dejaron de ser frías. Pero las de los robots todavía lo eran.
Con la atmósfera y las temperaturas llegó el viento dentro de las gigantescas cubiertas. El viento rasgaba las mamparas-telares, dejando pasar las radiaciones e interrumpiendo el flujo energético. Había que repararlas in situ, no se podían desmantelar, a riesgo de perder las atmósferas creadas, y los helico-robots lo hacían, pero con nuestra ayuda. Haizea era uno de los ingenieros que los acompañaban hacia las alturas donde las mamparas-telares se extendían, soldándolas; conectando sus partes para que los polímeros pudieran producir electricidad; pero también exponiéndose a las radiaciones de la gigante roja. Haizea enfermó, desarrolló un tipo de cáncer en su cerebro, contagioso a través del contacto. Y yo enfermé con ella. En mí, la enfermedad desapareció sola cuando nos obligaron a separarnos, al coste de perder parte de mis memorias. En el de Haizea, nuestros médicos-robots la curaron usando el arsenal de tecnología y experiencia que habíamos acumulado. Ahora volvíamos a estar juntos y yo disfrutaba de su presencia cada día. La seguía contemplando en la cama, recordando aquello, mientras la gigante roja se levantaba en el horizonte, a través de la mampara-telar. Se revolvió entre las sábanas y abrió sus ojos azules.
– Estás llorando – me dijo sonriendo y mirándome, dejando entrever sus dientes blancos.
– Por tenerte conmigo. Recordaba cuando ambos llegamos… y la enfermedad.
– Eso ya pasó, y estamos los dos juntos como antes - y me besó en la mejilla -. Tus lágrimas…, tus lágrimas están frías, amor.
Y sentí su mano cálida, mientras en mi corazón y cabeza bebía de la promesa de estar con ella para siempre.
Un ideal impostado en mis mapas neuronales
Aún recuerdo aquella sesión con mi terapeuta, Natalia. No me apetecía decir nada aquél día. La terapia es un espacio tuyo, dónde puedes sentirte segura y acompañada. Así que me entregué y lloré. Estaba destrozada. En las dos últimas semanas no había dejado de pensar en él. Mi cerebro debía de tener los niveles de serotonina por los suelos. De hecho, durante gran parte de mi vida he estado pensando en otra persona, no en mí.
Me encerraba en mi habitación, me tumbaba en la cama, me ponía los auriculares y dejaba que la música me transportase a los momentos en los que mi cuerpo flotaba cuando me tocaba, cuando me hacía sentir segura, querida y digna de atención. Yo solo quería volver a sentir esa sensación de euforia, de ser inmortal, de querer parar el tiempo. Cada día. Necesitaba mi dosis de recuerdos.
Me acuerdo que, entre sollozos, acerté a decir: “Natalia, es que parece una adicción.” Y ella, mi confidente, mi faro, me miró con esa media sonrisa de quién conoce por lo que estás pasando y asintió. “Es que lo es. No estás loca. No estás dañada. Es normal que te sientas así. Después del subidón de dopamina y oxitocina, si no controlas el bajón, si no te procuras cuidado y gestionas de manera adecuada el “mono”, puede ser bastante terrible la sensación.” Y así me sentía, agotada mentalmente. Me faltaba energía y no tenía ganas de nada. Como un barco a la deriva.
Tenía veinticuatro años, pero me sentía como si fuera una adolescente de quince. Vivía por y para sentir la recompensa de verle, que me besara y que mi mundo se volviera a llenar de luz y felicidad. Mi cerebro funcionaba con un piloto automático que solo encontraba motivación en captar su atención. ¿Dónde estaba la corteza prefrontal cuándo más la necesitaba?
Y así, repetía el mismo patrón de fracaso amoroso, una y otra vez, una y otra vez. Con cada persona masculina que me atraía y me prestaba atención, la idealización estaba servida. Lo colocaba en el centro de mi universo, cuál Sol en el Sistema Solar.
Y es que, aunque me repitiera que todo era cuestión neuronas, que no era más que bioquímica, traducida en millones de chispas eléctricas… que yo no era todo eso que pensaba, que yo no era todo eso que sentía, no me lo creía. El peor síndrome de abstinencia no es el que me dejaron todas y cada una de las relaciones infructuosas en las que me embaucaba desde un vacío infinito, sino el de sentirme insuficiente. Insegura. Inútil. Insulsa. Inmadura. Carente.
Creía que el problema era yo. Que no sabía elegir. Debía de tener algún problema en la ínsula, estaba segura. Esa abstracta agrupación neuronal que regula un fenómeno biológico tan complejo como es el amor. Cómo es de caprichosa la neurología, que algo tan banal y simple como una señal eléctrica pueda dar lugar a tan poderoso sentimiento. Ese que mueve montañas, que derriba murallas y despeja tormentas. Pero que, mal gestionado, quema y desagarra, escuece y envenena. Puede ser tan tóxico como el monóxido de carbono para las células.
Y así me encontraba yo, sola, sin prestarme atención, con unas creencias erróneas arraigadas en mis circuitos neuronales. Con unas carencias emocionales de caballo. Tenía pensamientos mal enfocados, desde una perspectiva del amor romántico que, nada tenían de romántico, sino más bien de ahogar a cualquiera que los probara. La convicción de que el amor de otra persona me salvaría me estaba emponzoñando. Ni el amor todo lo puede, ni existe un salvador, ni mi felicidad depende de un ideal impostado en mis mapas neuronales.
No te voy a negar que sigo luchando contra estas ideas. Que es posible que nunca desaparezcan del todo. Que quizás el secreto esté en aprender a vivir con ellas. Que no puedo negar que forman parte de lo que soy ahora. Que han sido estrategias de supervivencia. Que una hace lo que puede con lo que la rodea. Que no es culpa de nadie. Que, si al leerme, te sientes identificada, si piensas que eres adicta a tu pareja o a tu expareja, o a cualquiera que te haga sentir especial, no es nada descabellado. Que los circuitos de recompensa cerebrales (involucrados, también, en las adicciones a drogas) no discriminan. Todo aquello que nos haga felices, los activa. El problema es que se nos vaya de las manos. Si te sientes, como yo lo hacía, en un callejón sin salida, busca ayuda. Y si necesitas que alguien te mire y te diga que eres mucho más que todo esto, déjame que con estas palabras te acaricie. Déjame ser consuelo y paño. Porque no estás sola. Ni lo estarás.
Un romántico
- Después de lo que pasó con Raúl, no me sentiría segura si no lo hiciera. [...] Bueno, a ver, no todo el mundo tiene malas experiencias, fíjate Marta y David, no pensábamos que fueran a soportarlo y mira, ya tienen la parejita. […] Ufff, otra vez con lo de la policía del pensamiento. […] ¿Falta de confianza? A ver, si me quiere de verdad no habrá ningún problema. […] ¿El romanticismo? Ay, hija, que antigua. Aquí viene, luego te llamo Nuria, ¡adiós!
Me recoloco rápido la camisa y el pelo, y le dedico una sonrisa tímida.
- Hugo, ¿qué tal? ¿Estás nervioso?
- Hola Dafne. Un poco, nunca he hecho esto.
- Bueno, siempre hay una primera vez para todo, tú tranquilo, no duele ni nada. Pero si quieres que lo pospongamos…
- No, es solo que estoy nervioso. - Le vuelvo a sonreír.
- No te preocupes, creo que te gustará y todo. ¡Uy! Es la hora.
Le cojo de la mano y abro la puerta del establecimiento. Entramos en un recibidor pequeño, con seis asientos y una mesita con revistas de salud y psicología. Detrás de un mostrador, una recepcionista con el pelo recogido levanta la vista.
- ¿Dafne Fagarás? El doctor Rojas os está esperando. Seguidme.
Seguimos a la recepcionista por un pasillo corto y bastante impersonal, salvo por un cuadro azul cielo con figuras antropomorfas en el extremo.
- Doctor, aquí están.
- Gracias Jimena. Por favor, sentaos. Bien, Dafne y Ra…
- Hugo, doctor. - Noto como Hugo me mira un poco sorprendido. Le busco con la mano.
- Hugo, perdón, mi memoria ya no es lo que era. Deformación profesional, imagino, jeje. Vale, he de decir que hace un tiempo que no recibía una petición de este tipo. No lo acabo de entender, supongo que la gente se siente más a gusto creyendo lo que quieren creer, lo que les ayude a reafirmar su propia visión de las cosas. En cualquier caso, aquí estáis, he examinado vuestros cuestionarios y he identificado un momento especialmente prometedor. Pero antes de empezar, tengo que preguntaros: ¿aceptáis el procedimiento?
Miro de reojo a Hugo, que suelta un sí flojito. Asiento aliviada.
- Perfecto. Pasad por aquí a estas butacas inclinadas, sí, las que tienen un reposacabezas y una campana. Sí, si alguna vez el negocio va mal siempre puedo venderle esto a la peluquería de la esquina, jeje… A ver, hay lectura neuronal, la reticulación electromagnética es estable, bien. Ahora, bajaré la luz para reducir vuestro ruido sensorial, entraré en la cabina para que no oigais ningún ruido, y empezareis a leerme. Recordad, yo simplemente interpreto una serie de patrones neuronales para vigilar que todo vaya correctamente, pero la experiencia será sólo vuestra, nunca mejor dicho. Comenzamos. Hugo, ¿me lees?
- Sí.
- Oh, no hace falta que habléis,con que imaginéis la respuesta es suficiente. De hecho, es mejor para evitar estímulos sensoriales. Vale Hugo, vamos a empezar conectando vuestras sensaciones físicas. Es la conexión más sencilla y calibrará el sistema. Por favor, centrate en la sensación de tu mano… así… bien… cierra la mano, ábrela. Exacto Dafne, eso es la mano de Hugo. Todo correcto, ahora te toca a ti Dafne. Abre la mano, cierra. Así se siente una mano hiperlaxa, sí. No hay mucha diferencia, no. Vale, con esto es suficiente para entrenar la máquina. Pasemos ahora a algo más emocional. Quiero que ahora volváis vuestros pensamientos a las perseidas del año pasado. Vale Dafne, recuerda la emoción que sentiste cuando Hugo te cogió la mano para señalar el Cisne. Lo estáis haciendo muy bien. Vuestras manos se tocan, Hugo señala, rectificando para que lo veas bien, Dafne. Estáis conectados. Bajáis vuestras manos, juntas. Dafne, has conocido el atrevimiento de Hugo. Hugo, has visto el anhelo de Dafne. Disfrutad la sensación del otro, no se sienten las emociones de otra persona todos los días. Así, muy bien. El siguiente paso responderá a vuestra pregunta: “¿Qué sientes por mi?”. Veo que estáis listos, adelante, en tres, dos, uno…
El doctor Rojas empezó a ver pasar sentimientos. Esperanza, aceptación, empatía, admiración, felicidad... Dejó de mirar, la lectura ya no podía salir mal, y le gustaba respetar la intimidad de sus clientes en lo posible. Este tipo de casos siempre le llenaban de optimismo y, para él, ya era suficiente orgullo saber que había ayudado a una pareja. Dejó pasar unos minutos y, entonces, paró las máquinas poco a poco. El trabajo estaba hecho, así que acompañó a la pareja a la puerta. Se despidieron agradecidos de él y, al salir, el doctor observó cómo sus manos se entrelazaron en armonía. Se quedó mirando cómo se perdían entre la gente.
- Doctor, es usted un romántico.
- Cómo no, Jimena, cómo no.
Una copia barata
- No existen dos seres humanos iguales, todos somos diferentes-. Tras un breve instante la profesora lo miró con una leve sonrisa nerviosa. Fue la última vez que asistió a clase. De aquello hacía ya más de dos meses. Ahora, observaba subido desde su tejado los sorprendidos rostros de una multitud que se iba agolpando bajo sus pies mientras sujetaba la pistola que presionaba su sien sudorosa. Los murmullos se iban adueñando del lugar, y cada vez más rostros conocidos iban apareciendo. Le hablaban, pero su mente no estaba allí. Divagaba. Maldita ciencia. ¿Quién era para hacer eso con su vida?
Después, como hacía últimamente, volvía mentalmente sobre cada una de sus palabras. ¿Su vida? No podía decir siquiera que fuera suya. Él solo era una imitación de otra vida. Sus gustos, sus miedos. Pensar en la inexistencia de su propia personalidad le hacía sentir en el vacío más inmenso. No tenía ilusión alguna por encontrar su alma gemela puesto que sabía de sobra que existía. No podía sentirse orgulloso por las cosas que siempre pensó que lo hacían distinto porque esas mismas cosas ya hicieron primero única a otra persona. Se sentía una farsa, como un impostor al que la sociedad tenía que hacer el esfuerzo de encajar mostrando una hipócrita condescendencia maquillada de bondad.
El metal de la pistola le hizo pensar de nuevo en su abuelo. Era una auténtica Tokarev, de la guerra civil española que todavía olía a pólvora. Al sentirla podía imaginarlo, repeliendo los disparos desde una azotea del pueblo el día en el que vinieron a llevárselo. También podía recordarlo. Su silueta cansada. El aroma del paso del tiempo. Las manos ásperas y cálidas. Siempre le dijo que sobrevivió rezando. Pero él no podía hacerlo. ¿A qué dios dirigirse cuando sabes que tu existencia ha sido perfectamente planificada entre batas y placas de Petri?
Probablemente la mirada de su abuelo era la única que le había trasmitido toda la pureza de una mente del siglo pasado que creció con hambre y juguetes de cartón y pasó la adolescencia pegada a un transistor. Para esa mente, aquella persona era su nieto, sin más. Y como tal lo miró hasta el último día de vida.
Pero sabía que los ojos que ahora lo miraban no portaban más que miradas juzgadoras. Aquel niño raro no podía acabar de otra forma. Era capaz de adivinar cada uno de los pensamientos que sobre él estaban haciendo en ese momento. La ira le hizo apretar la pistola con fuerza a la par que endurecía el rostro. Un grito sonó entre el tumulto. Desde un megáfono, un policía le instaba a retomar la calma con la palma de la mano extendida. A través del altavoz se filtraban los comentarios de la muchedumbre. “¿Pero cómo ha llegado a esto una persona tan joven?” “Por dios que se baje, yo conozco a su madre”. Su madre, pensó. ¿A cuál de las dos?
- Relájate. No tengas miedo, porque te ayudaré en todo lo que precises. Tan solo necesito que me des permiso para subir y poder charlar contigo-le instaba con calma el negociador.
- Buen hombre, es solo un niño. Porque no le ofrece unas golosinas, te lo ganarás antes- espetó una de las voces a su espalda.
- Por favor, ¿quién se encarga de la negociación? Déjeme hacer mi trabajo, tengo amplia experiencia en situaciones similares.
- Le aseguro que yo también tengo experiencia negociando. Llevo 40 años casado.
La mente del niño corría rauda entre palabras, gestos y miradas. Las frases a través del megáfono se colaban por su mente como el viento de invierno por los callejones de la ciudad.
”¡Es el mejor amigo de mi hijo!” “Su padre estuvo aquí ayer comprando el periódico” “¡Mira esa pistola, es una Tokarev rusa!” “No, no, fíjate bien en la culata, es una réplica”. “Tienes razón, tan solo es un clon perfecto. Una copia barata”.
El silencio se hizo de forma súbita en la confusa mente del niño a pesar de que el bullicio era ya ensordecedor.
Después, cerró los ojos y apretó el gatillo.
UNA PROMESA (IM)POSIBLE. SER UN PUNTO DE ACUMULACIÓN ETERNO.
Hace dos semanas que mi abuela dejó de ser un punto de adhesión. Está perdida en el Universo y yo deseo algún día poder alcanzarla, pero sin terminar de cumplir la promesa que le hice. Le prometí que conseguiría ser un punto de acumulación. Ella siempre ha sido una fanática de las matemáticas, pero nunca consiguió entenderlas. Para ella eran magia. Y para mí, eran obvias. Sin embargo, ella sabía mucho más de la vida que cualquier otra persona. Porque tenía un don, que era no juzgar. Ella me decía que las personas somos puntos de adhesión y que siempre lo seremos, porque nuestro entorno siempre nos contendrá a nosotros mismos. Pero también me dijo que no todo el mundo acaba siendo un punto de acumulación y eso es lo que define nuestro sufrimiento. Sufrimos cuando no nos permitimos tener un entorno donde haya más puntos, más personas. Ella me dijo que el sueño de toda persona es dejar de ser un punto de adhesión, viajando al Universo, pero sin dejar de ser un punto de acumulación. Porque en ese caso, tendrías un entorno que te recordaría y eso, aún muerta, lo tendrías siempre. Ella me dijo que tenía mucha suerte, porque yo era el punto que le daba sentido a su vida. Yo era la clave de que ella viajase al Universo sin dejar de ser de acumulación.
Y ella, a apenas unos minutos de dejar de ser de adhesión, me dijo:
- Espero que tú también encuentres ese punto que te introduzca en una acumulación eterna. Te lo mereces. Sé que la gente no te cree, pero eres capaz de conseguirlo. Tienes una mente prodigiosa. Aprovéchala. No dejes que el síndrome de Asperger te impida alcanzar lo que tanto anhelas.
Y yo, con lágrimas en los ojos, llena de sufrimiento, de miedo y de admiración, se lo tuve que prometer.
Hoy me doy cuenta de que mi abuela, casi analfabeta y sin grandes recursos académicos, me dió una gran lección de vida. Yo había vivido toda la vida creyéndome que el hecho de tener síndrome de Asperger me impediría ser un punto de acumulación eterno. Porque el mundo no está hecho para escucharnos y eso que no se me nota. He tenido momentos en la vida donde no he podido crearme un entorno con otros puntos, otras personas, porque era discriminada. Sufría bullying por ser diferente y eso me marcó tanto... Que me acabé creyendo que yo nunca podría ser un punto de acumulación. Pero mi abuela me abrió los ojos. Mi abuela me enseñó que, por el hecho de nacer, siempre seremos puntos de adhesión. Solo la muerte nos privará de ese derecho. Sin embargo, el ser puntos de acumulación depende de nosotros. Depende de si queremos vivir en sociedad o no. Depende de nuestras ganas, de nuestro positivismo y de nuestra resiliencia. El ser puntos de acumulación es una decisión y sólo lo conseguiremos si las relaciones que tenemos con otros puntos son recíprocas (biyectivas).
Mañana empiezo una gran aventura: mi camino como profesora de matemáticas. Y un gran reto por delante: lograr que mis alumnos puedan ser puntos de acumulación mientras están en el instituto. Que no vean las matemáticas como un obstáculo, sino como su salvavidas. Porque pueden aprender mucho de la vida con sólo abrir los ojos, escuchar y reflexionar.
40 años más tarde...
-Yayáaaaa... ¿Donde estás yaya? Tengo tanto que contarte, tengo tanto que decirte, tengo tanto que agradecerte... Ya...ya.
La veo estremecerse en el Universo, dentro de una burbuja y, como si no hubiese pasado nada, me dice:
- Yo nunca fui un punto de acumulación eterno, pero te amaba tanto que te hice prometer algo que jamás nadie ha conseguido. Y me alegro de que así haya sido. Espero que hayas aprendido que el síndrome de Asperger tampoco es un obstáculo, sino que puede ser tu aliado.
Y yo... Le conté a mi abuela cómo lo había conseguido. Escribimos un libro ella y yo y se lo enviamos a la Tierra. A partir de ese día... la humanidad fue más feliz y yo... dejé de sufrir.
Una rareza muy normal
Laura López tuvo 1,2 hijos exactos, ni más ni menos. A primera vista puede parecer un dato inverosímil, pero no solo fue posible sino que, además, fue inevitable. Pues Laura posee una cualidad insólita: su vida ha sido extremadamente normal en todo.
Laura nació puntual cuando su madre salió de cuentas, el día del año en que por estadística se producen más nacimientos. Sus padres escogieron para ella el nombre más común en la década de los 80. Su tamaño al nacer se ajustó a los 3,2 kg del peso promedio en niñas y se desarrolló sin desviarse ni un ápice del gráfico de crecimiento del pediatra.
En el colegio no destacó por ser muy inteligente, ni tampoco presentó dificultades en el aprendizaje. En la lista de clase, ordenada según los apellidos de los alumnos, ocupaba la posición central. Y en los juegos con los demás niños nunca quedaba la última, aunque tampoco lograba ganar.
Se licenció con una nota satisfactoria de 7,5 y ahora trabaja en una oficina ganando un sueldo de 24.000 euros brutos al año, que casualmente (o no) se corresponde al salario medio de su ciudad. Viste una talla M en todas sus prendas y, sin proponérselo, ingiere 1.800 calorías cada día. También el gasto eléctrico de su piso coincide siempre con el consumo promedio del edificio, aunque Laura no se explica cómo llega a ese número preciso de kilovatios cada mes.
A los 30 años, cuando ya era muy consciente de su particularidad, Laura supuso que en el momento de ser madre la cifra media de 1,2 hijos por mujer se redondearía a un número entero. ¿Cómo podría suceder de otra manera? Sin embargo, el destino fue de nuevo caprichoso.
A los 31,1 años y tras 40 semanas de embarazo dio a luz a su primer y único hijo, y los médicos enseguida se interesaron en una extrañeza en la piel del bebé: una región de su cuerpo presentaba una tonalidad rosada diferente al resto. Le propusieron a Laura realizar una prueba genética y, cuando obtuvieron los resultados, le anunciaron que su hijo padecía quimerismo. Ante la cara de espanto de la madre, los médicos se apresuraron a tranquilizarla y le explicaron en qué consiste este raro fenómeno.
El mes que Laura se quedó embarazada, se fecundaron en realidad dos óvulos, cada uno por un espermatozoide distinto, y de esta unión resultaron dos zigotos. Los zigotos enseguida empezaron el proceso de división celular mientras viajaban hacia el útero, pasando por las fases de mórula y blastocisto. Si hubieran prosperado ambos zigotos, Laura habría tenido mellizos, pero no fue eso lo que ocurrió: en un momento dado del proceso, uno de ellos detuvo su desarrollo y el segundo, que continuó creciendo, absorbió algunas células del primero y las asimiló como propias. Como resultado, el hijo de Laura posee ADN de dos individuos distintos. Y los médicos estimaron, según la extensión de la mancha rosada en la piel, que alrededor del 20% de las células del bebé correspondían al mellizo que no prosperó.
Tras unos minutos de estupor, Laura comprendió aliviada que tras aquella complicada explicación se escondía una idea muy sencilla: su hijo no era uno solo, sino 1,2.
Nadie definiría al hijo de Laura como un niño normal. Es más, muchos afirman que es extraordinario, tanto por su condición genética y sus marcas en la piel, como por su talento innato y su vitalidad. Parece ser que la normalidad puede saltarse una generación de tanto en tanto; es un fenómeno muy normal que sucede con otras extrañezas familiares.
UNA SALIDA EN EL INTERIOR
Corría sin apenas ver donde pisaba, un agudo flato le atravesaba el costado y su anorak rojo chillón le sobraba cada vez más, pero no podía quitárselo. El rojo les alertaría. Podía oír a lo lejos el rumor de los cazadores y hasta oler la pólvora en el aire. Los jabalíes estaban cerca. Absorta en su búsqueda, había olvidado la temporada de caza y se había metido en el campo de tiro.
Buscó entre los muchos bolsillos de su compacta mochila. Tendría que habérselo colgado del cuello nada más salir. La lupa, no, ahora no quiero ver detalles de antenas. El frasco con virutas de corcho donde flotaban los ejemplares ya recolectados, no, tampoco. Las finas y largas pinzas, no, menuda arma contra un jabalí. ¡Al fin! Lo sacó con manos temblorosas de la funda, lo apretó entre sus labios y sopló con todas sus fuerzas. El silbido le atravesó los tímpanos y confió en que surtiera efecto. No soy un jabalí. Se darán cuenta.
Una enorme oquedad en una vieja encina le pareció su salvación. Se introdujo con dificultad, era menuda, pero aquel espacio resultaba claustrofóbico hasta para ella. Cerró los ojos, intentó recuperar el aliento y no pensar. Imposible tarea.
Llevaba todo un año en el terreno, había recorrido los senderos, los campos de cultivo, las masías y los bosques, había anotado el más minúsculo escarabajo que encontraba bajo las piedras, entr